Читать книгу Un Reino de Sombras - Морган Райс, Morgan Rice - Страница 9

CAPÍTULO CUATRO

Оглавление

Duncan corrió junto con los otros por las calles de Andros, cojeando pero haciendo su mejor esfuerzo por seguirle el paso a Aidan, Motley y a la joven que iba con ellos, Cassandra, mientras que el perro de Aidan, Blanco, lo animaba empujando sus talones. Tomándolo del brazo estaba su antiguo y leal comandante, Anvin, con Septin, su nuevo escudero a su lado, tratando de ayudarlo a seguir avanzando pero claramente estando también en mal estado. Duncan pudo ver que su amigo estaba muy herido, y se conmovió al pensar que había venido en tal estado desde tan lejos para liberarlo.

El desorganizado grupo corría por las calles destrozadas de Andros, con caos levantándose en todos lados y teniendo las probabilidades de sobrevivir en contra. Por un lado, Duncan se sentía aliviado por estar libre, feliz por volver a ver a su hijo otra vez, y agradecido de estar con todos ellos. Pero al mirar al cielo, sentía que había dejado una celda para caer en una muerte segura. El cielo estaba lleno de dragones que volaban en círculos, que caían sobre los edificios y pasaban sobre la ciudad arrojando sus terribles muros de fuego. Calles completas estaban cubiertas en fuego limitando el avance del grupo. Mientras perdían una ruta tras otra, escapar de la ciudad parecía cada vez menos probable.

Motley claramente conocía estas calles muy bien y los guiaba con habilidad pasando por un callejón tras otro, encontrando atajos en todas partes y logrando esquivar a los grupos de soldados Pandesianos que eran la otra amenaza en su escape. Pero sin importar lo habilidoso que era, Motley no podía evitar a los dragones, y mientras entraban en otro callejón se encontraron con que ya estaba en llamas. Se detuvieron al sentir el calor en sus rostros y retrocedieron.

Duncan, cubierto en sudor mientras retrocedía, miró hacia Motley, pero no encontró consuelo al ver que, esta vez, Motley volteaba hacia todos lados con el rostro lleno de pánico.

“¡Por aquí!” dijo finalmente Motley.

Se dio la vuelta y los guio por otro callejón apenas escapando de otro dragón que cubría el lugar en el que habían estado con una nueva oleada de fuego.

Mientras corrían, Duncan sentía el dolor de ver su ciudad siendo destrozada, el lugar al que tanto había amado y defendido. No pudo evitar sentir que Escalon nunca recuperaría su antigua gloria; que su tierra natal estaba arruinada para siempre.

Se escuchó un grito y Duncan vio sobre su hombro que una docena de soldados Pandesianos los habían descubierto. Los perseguían por el callejón acercándose cada vez más, y Duncan supo que no podrían pelear contra ellos ni mucho menos huir. La salida de la ciudad aún estaba muy lejos y se les había acabado el tiempo.

Pero entonces se escuchó un inmenso impacto, y Duncan vio cómo un dragón derribaba la torre de la campana del castillo con sus garras.

“¡Cuidado!” gritó.

Se arrojó hacia adelante quitando a Aidan y a los otros del camino antes de que los restos de la torre cayeran sobre ellos. Un gran pedazo de piedra cayó detrás de él con una explosión ensordecedora levantando una gran nube de polvo.

Aidan miró hacia su padre con sorpresa y gratitud en sus ojos, y Duncan sintió una gran satisfacción al ver que al menos había salvado la vida de su hijo.

Duncan escuchó gritos apagados y se dio cuenta con gratitud de que la roca había bloqueado el camino de los soldados que los perseguían.

Siguieron corriendo mientras Duncan trataba de seguir el paso, con su debilidad y heridas por el encarcelamiento limitando sus esfuerzos; estaba desnutrido, magullado y golpeado, y cada paso representaba un doloroso esfuerzo. Pero aun así se obligó a continuar, al menos hasta lograr que su hijo y los demás estuvieran a salvo. No podía decepcionarlos.

Pasaron por una esquina angosta y llegaron a una bifurcación en el camino. Se detuvieron y todos miraban a Motley.

“¡Tenemos que salir de esta ciudad!” le gritó Cassandra a Motley claramente frustrada. “¡Y tú no sabes hacia dónde vas!”

Motley miró hacia izquierda y derecha claramente confundido.

“Solía haber un burdel en este callejón,” dijo mirando hacia la derecha. “Lleva hacia la parte posterior de la ciudad.”

“¿Un burdel?” replicó Cassandra. “Ya veo que tienes buenas compañías.”

“No importa las compañías que tenga,” añadió Anvin, “mientras podamos salir de aquí.”

“Tan solo esperemos que no esté bloqueado,” añadió Aidan.

“¡Vamos!” gritó Duncan.

Motley empezó a correr de nuevo girando hacia la derecha, sin condición y respirando con dificultad.

Los demás giraron y lo siguieron, todos poniendo sus esperanzas en Motley mientras avanzaban por los callejones traseros de la capital.

Giraron una y otra vez hasta que finalmente llegaron hasta un pequeño arco de piedra. Se agacharon corriendo debajo de él y, al pasar al otro lado, Duncan sintió alivio al ver que veía el campo abierto. Se emocionó al ver en la distancia la puerta trasera de Andros y las llanuras y desierto detrás de ella. Justo del otro lado de la puerta estaban una docena de caballos Pandesianos atados, claramente abandonados por sus jinetes muertos.

Motley sonrió.

“Se los dije,” dijo él.

Duncan corrió junto con los otros aumentando la velocidad, sintiendo que era él mismo otra vez y sintiendo una nueva oleada de esperanza; cuando de repente escuchó un grito que le atravesó el alma.

Se detuvo inmediatamente, escuchando.

“¡Esperen!” les gritó a los otros.

Todos se detuvieron y voltearon a verlo como si hubiera perdido la cabeza.

Duncan se quedó de pie, esperando. ¿Podría ser? Podía jurar que había escuchado la voz de su hija, Kyra. ¿Había sido una alucinación?

Por supuesto que debió habérselo imaginado. ¿Cómo sería posible que estuviera aquí en Andros? Ella estaba del otro lado de Escalon, sana y salva en la Torre de Ur.

Pero aun así no pudo seguir avanzando después de escucharlo.

Se quedó inmóvil, esperando; y entonces lo escuchó de nuevo. Sintió un escalofrío en todo su cuerpo. Esta vez estaba seguro. Era Kyra.

“¡Kyra!” gritó él abriendo los ojos.

Sin pensarlo, les dio la espalda a los demás y a la salida y regresó hacia la ciudad en llamas.

“¿¡A dónde vas!?” gritó Motley detrás de él.

“¡Kyra está aquí!” dijo mientras corría. “¡Y está en peligro!”

“¿Estás loco?” dijo Motley alcanzándolo y tomándolo del hombro. “¡Te diriges a una muerte segura!”

Pero Duncan, determinado, se quitó la mano de Motley y siguió corriendo.

“Una muerte segura,” respondió, “sería el darle la espalda a la hija que amo.”

Duncan no se detuvo mientras pasaba solo por un callejón, corriendo hacia la muerte y hacia la ciudad en llamas. Sabía que significaría su muerte. No le importaba. Lo único que importaba era ver a Kyra de nuevo.

Kyra, pensó. Espérame.

Un Reino de Sombras

Подняться наверх