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CAPÍTULO SEIS

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Mientras se alejaba navegando, Lorna observaba la isla de Knossos todavía en llamas desvanecerse en el horizonte y sintió que su corazón se rompía dentro de ella. Estaba en la proa del barco aferrándose a la barandilla, con Merk a su lado y la flota de las Islas Perdidas detrás de ella. Podía sentir todas las miradas sobre ella. Esta querida isla, hogar de los Observadores y de los valientes guerreros de Knossos, había dejado de existir. La gloriosa fortaleza había sido destruida con fuego y los queridos guerreros que habían hecho guardia por miles de años ahora estaban muertos, asesinados por la oleada de troles y terminados por la bandada de dragones.

Lorna sintió movimiento y vio que a su lado llegaba Alec, el muchacho que había matado a los dragones y que había logrado que hubiera silencio de nuevo en la Bahía de la Muerte. Se miraba tan confundido como ella al sostener su espada, y ella sentía una gran gratitud hacia él y hacia el arma que sostenía en las manos. Le dio una mirada a la Espada Incompleta, una obra de arte, y pudo sentir la intensa energía que emanaba de esta. Recordó la muerte de los dragones y entonces supo que lo que él tenía en las manos era el destino de Escalon.

Lorna estaba agradecida por seguir con vida. Sabía que tanto ella como Merk habrían llegado a su final en la Bahía de la Muerte si estos hombres de las Islas Perdidas no hubieran llegado. Pero también sentía mucha culpa por los que no habían sobrevivido. Lo que más le dolía era el no haber podido predecir esto. Toda su vida había podido predecir cosas, todos los giros y vueltas del destino durante su solitaria vida en la Torre de Kos. Había previsto la llegada de los troles, la llegada de Merk, y hasta había visto que la Espada de Fuego sería destruida. Había previsto la gran batalla en la isla de Knossos; pero no había previsto el resultado. No había previsto la isla en llamas ni a los dragones. Ahora dudaba de sus propios poderes, y esto le dolía más que cualquier otra cosa.

¿Cómo pasó todo esto? se preguntaba. La única respuesta podía ser que el destino de Escalon cambiaba momento a momento. Lo que había estado escrito por miles de años estaba siendo cambiado. Sintió que el destino de Escalon estaba en la balanza y ahora era amorfo.

Lorna sintió todos los ojos sobre ella, todos queriendo saber a dónde dirigirse ahora y el destino que les esperaba al alejarse navegando de la isla en llamas. Con el mundo entero en caos, la buscaban por respuestas.

Lorna cerró los ojos y, lentamente, pudo sentir la respuesta dentro de ella, algo que le decía en dónde se les necesitaba más. Pero algo oscurecía su visión. Con un sobresalto, lo recordó. Thurn.

Lorna abrió los ojos y examinó las aguas debajo, observando los cuerpos flotantes que pasaban y el mar de muertos que chocaban con el casco. Los otros marineros también habían estado buscando por horas, escaneando los rostros junto con ella pero sin éxito.

“Mi señora, el barco espera tus órdenes,” presionó Merk gentilmente.

“Hemos revisado las aguas por horas,” añadió Sovos. “Thurn está muerto. Debemos dejarlo.”

Lorna negó con la cabeza.

“Siento que no lo está,” replicó ella.

“Yo, más que nadie, desearía que eso fuera verdad,” respondió Merk. “Le debo mi vida. Él nos salvó del fuego de los dragones. Pero lo vimos quemarse y caer al mar.”

“No lo vimos morir,” respondió ella.

Sovos suspiró.

“Mi señora, incluso si de alguna manera sobrevivió a la caída,” añadió Sovos, “no pudo haber sobrevivido a estas aguas. Debemos dejarlo. Nuestra flota necesita dirección.”

“No,” dijo ella con una voz decisiva y llena de autoridad. Pudo sentirlo dentro de ella, una premonición, un hormigueo en medio de los ojos. Este le decía que Thurn seguía vivo ahí abajo, en medio de los escombros y en medio de los miles de cuerpos flotantes.

Lorna examinó las aguas, esperando y escuchando. Se lo debía, y ella nunca le había dado la espalda a un amigo. La Bahía de la Muerte estaba tenebrosamente callada, con los troles muertos y los dragones fuera de vista. Pero aun así tenía su propio sonido, el constante aullido del viento, el chapoteo de un millar de olas, y el agitarse del barco que no dejaba de mecerse. Mientras escuchaba, las ráfagas de viento se volvieron más feroces.

“Se acerca una tormenta, mi señora,” dijo Sovos finalmente. “Debemos irnos. Necesitamos dirección.”

Sabía que tenían razón. Pero aun así no podía irse.

Justo cuando Sovos abría la boca para hablar, Lorna sintió de repente una oleada de emoción. Se inclinó y miró algo en la distancia que se movía entre las aguas y que era atraído hacia el barco por la corriente. Sintió un hormigueo en su estómago y supo que era él.

“¡AHÍ!” gritó ella.

Los hombres se apuraron hacia la barandilla y también lo miraron: ahí estaba Thurn, flotando en el agua. Lorna no perdió tiempo. Dio dos grandes pasos, saltó por la orilla, y se lanzó cabeza abajo por el aire hacia las heladas aguas de la bahía.

“¡Lorna!” gritó Merk detrás de ella, con preocupación en su voz.

Lorna vio a los tiburones rojos nadando debajo de ella y entendió su preocupación. Estaban rodeando a Thurn, y aunque lo atacaban, ella vio que todavía no eran capaces de penetrar su armadura. Ella se dio cuenta de lo afortunado que era Thurn de todavía traer su armadura; y más afortunado aún al poder sostenerse de un tablón de madera que lo mantenía a flote. Pero los tiburones ahora atacaban con más fuerza, volviéndose más valientes, y supo que se le acababa el tiempo.

También sabía que los tiburones irían por ella, pero esto no la detendría, no cuando la vida de él estaba en peligro. Estaba en deuda con él.

Lorna cayó en el agua impactada por lo helada que estaba y, sin detenerse, nadó y pateó por debajo del agua hasta llegar con él, usando sus poderes para nadar más rápido que los tiburones. Lo tomó poniéndole un brazo alrededor y sintió que estaba vivo, aunque inconsciente. Los tiburones empezaron a nadar hacia ella y ella se preparó, lista para hacer lo que fuera necesario para mantenerse con vida.

Lorna de repente vio cuerdas a su alrededor y se aferró de una fuertemente, sintió que era jalada hacia atrás, y voló por el aire. Fue justo en el momento exacto: un tiburón rojo saltó del agua y trató de morderle las piernas, pero falló.

Lorna, sosteniendo a Thurn, fue levantada en el aire atravesando el viento helado que los hacía chocar contra el casco del barco. Un momento después fueron levantados por la tripulación y, antes de subir al barco, echó una mirada hacia abajo y alcanzó a ver a los tiburones furiosos por haber perdido su almuerzo.

Lorna cayó en la cubierta con Thurn todavía en sus brazos, y al hacerlo, inmediatamente le dio la vuelta y lo examinó. La mitad de su rostro estaba desfigurado, quemado por el fuego, pero al menos había sobrevivido. Sus ojos estaban cerrados. Al menos no estaban abiertos hacia el cielo; esto era una buena señal. Le puso una mano en el corazón y sintió algo. Aunque muy débil, era un latido de corazón.

Lorna le puso las palmas sobre el corazón y, al hacerlo, sintió una oleada de energía, un intenso calor que salía de las palmas de sus manos y hacia él. Invocó a sus poderes y esperó que Thurn pudiera regresar a la vida.

Thurn de repente se sentó derecho con un jadeo y respirando agitadamente y escupiendo agua. Tosió y los otros hombres se acercaron rápidamente para cubrirlo en pieles y calentarlo. Lorna estaba eufórica. Vio que le regresaba el color al rostro y supo que viviría.

Lorna entonces sintió que le colocaban pieles calientes sobre los hombros, y al darse vuelta vio que Merk estaba de pie a su lado, sonriéndole y ayudándole a ponerse de pie.

Los hombres pronto ya estaban todos a su alrededor, mirándola incluso con más respeto.

“¿Y ahora?” le preguntó él a su lado. Casi tuvo que gritar para ser escuchado por sobre el viento y el mecimiento del barco.

Lorna sabía que les quedaba poco tiempo. Cerró los ojos y levantó las palmas al cielo, y lentamente sintió el tejido del universo. Con la Espada de Fuego destruida, Knossos acabado, y los dragones desaparecidos, necesitaba saber en dónde los necesitaba más Escalon en este tiempo de crisis.

De repente sintió la vibración de la Espada Incompleta a su lado, y entonces lo supo. Se dio la vuelta hacia Alec y él la miró, claramente esperando.

Ella sintió que su destino especial empezaba a aparecer dentro de ella.

“Ya no deberás perseguir a los dragones,” dijo ella. “Aquellos que han huido no te buscarán; ahora te temen. Y si los buscas, no los encontrarás. Han ido a pelear en otra parte de Escalon. La misión de destruirlos ahora es de otra persona.”

“¿Entonces qué, mi señora?” preguntó él, claramente sorprendido.

Cerró los ojos y sintió que llegaba la respuesta.

“Las Flamas,” respondió Lorna sintiendo que esa era la respuesta. “Deben ser restauradas. Esa es la única forma de evitar que Marda destruya Escalon. Eso es lo que más importa ahora.”

Alec parecía perplejo.

“¿Y eso que tiene que ver conmigo?” preguntó él.

Ella lo miró.

“La Espada Incompleta,” respondió ella. “Es la última esperanza. Esta, y solo esta, podrá restaurar el muro de fuego. Deberá ser regresada a su hogar original. Hasta entonces, Escalon nunca podrá estar seguro.”

Él la miró con sorpresa en el rostro.

“¿Y dónde está su hogar?” preguntó él mientras los hombres se acercaban para escuchar.

“En el norte,” dijo ella. “En la Torre de Ur.”

“¿Ur?” preguntó Alec, estupefacto. “¿No ha sido ya destruida la torre?”

Lorna asintió.

“La torre, sí,” respondió ella. “Pero no lo que yace debajo.”

Respiró profundo mientras todos la miraban fijamente.

“La torre tiene una cámara secreta muy por debajo del suelo. En realidad la torre nunca fue importante; tan solo era una distracción. Se trata de lo que hay debajo. Ahí encontrará su hogar la Espada Incompleta. Cuando la regreses, la tierra estará segura y Las Flamas volverán para siempre.”

Alec respiró profundo, claramente tratando de procesarlo todo.

“¿Quieres que viaje hacia el norte?” preguntó él. “¿Hacia la torre?”

Ella asintió.

“Será un viaje muy peligroso,” dijo ella. “Encontrarás enemigos por ambos lados. Lleva a los hombres de las Islas Perdidas contigo. Naveguen por el Mar de los Lamentos y no se detengan hasta llegar a Ur.”

Dio un paso hacia adelante y le puso una mano en el hombro.

“Regresa la espada,” le ordenó. “Y sálvanos.”

“¿Y usted, mi señora?” preguntó Alec.

Ella cerró los ojos y sintió una terrible oleada de dolor; entonces supo a dónde debería ir.

“Duncan muere mientras hablamos,” dijo ella. “Y solo yo puedo salvarlo.”

La Noche del Valiente

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