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CAPÍTULO SIETE

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Aidan cabalgaba por los páramos con los hombres de Leifall, Cassandra a su lado, Anvin al otro lado, Blanco a sus pies, y todos galopaban dejando una nube de polvo mientras Aidan se regocijaba por el sentimiento de victoria y orgullo. Había ayudado a lograr lo imposible: redirigir las cataratas, cambiar la inmensa corriente de Everfall, y enviar las aguas a borbotones por las planicies para inundar el cañón; y así salvar a su padre justo a tiempo. Al acercarse y estando muy deseoso de poder reencontrarse con su padre, Aidan pudo ver a los hombres de su padre en la distancia, pudo escuchar los gritos de júbilo que llegaban hasta ahí, y se llenó de orgullo. Lo habían conseguido.

Aidan estaba eufórico al ver que su padre y sus hombres habían sobrevivido, el cañón inundado, rebosante, y miles de Pandesianos muertos a sus pies. Por primera vez Aidan sintió un gran sentido de propósito y pertenencia. En realidad había contribuido a la causa de su padre a pesar de su corta edad, y se sentía un hombre entre los hombres. Sintió que este sería uno de los momentos más grandes de su vida.

Mientras galopaban acompañados por el brillante sol, Aidan estaba impaciente por el momento en que viera a su padre, el orgullo en sus ojos, su gratitud y, más que nada, su mirada de respeto. Estaba seguro de que ahora su padre lo miraría como a un igual, como a uno de los suyos, como a un verdadero guerrero. Era todo lo que Aidan siempre había querido.

Aidan siguió avanzando con el estruendoso sonido de los caballos en sus oídos, cubierto de tierra y quemado por la larga cabalgata, y al pasar la colina vio el último trecho delante de ellos. Miró hacia el grupo de los hombres de su padre con el corazón acelerado por la anticipación; cuando de repente se dio cuenta de que algo andaba mal.

Ahí en la distancia los hombres de su padre estaban abriendo camino, y en medio caminaba una sola figura, caminando sola por el desierto. Una chica.

No tenía sentido. ¿Qué estaba haciendo una chica sola ahí caminando hacia su padre? ¿Por qué se detenían todos los hombres dejándola pasar? Aidan no sabía exactamente qué era lo que estaba mal, pero por el latir de su corazón supo que algo dentro de él le decía que esto significaba problemas.

Y lo que fue más extraño, al acercarse Aidan pudo reconocer la figura particular de la chica. Vio su capa de gamuza y cuero, sus altas botas negras, su bastón en la mano, su cabello largo color rubio claro, su rostro orgulloso distintivo, y parpadeó confundido.

Kyra.

Su confusión siguió creciendo. Al verla caminar, vio la forma de su marcha y la forma en que sostenía los hombros, y supo que había algo extraño. Se miraba como ella, pero no lo era. No era la hermana con la que había pasado toda su vida, con la que había leído libros apoyado en su regazo.

Aún a cien yardas de distancia, el corazón de Aidan se aceleraba al sentir cada vez más nerviosismo. Bajó su cabeza, pateó a su caballo para que acelerara y cabalgó tan rápido que apenas si podía respirar. Tenía una terrible premonición, un sentimiento de muerte inminente al ver a la chica acercarse a Duncan.

“¡PADRE!” gritó.

Pero desde ahí sus gritos eran apagados por el viento.

Aidan galopó más rápido, separándose del resto del grupo y bajando a toda velocidad. Miró con impotencia cómo la chica se acercaba para abrazar a su padre.

“¡NO, PADRE!” gritó él.

Estaba a cincuenta yardas de distancia, después cuarenta, después treinta; pero aún muy lejos como para poder hacer algo.

“¡BLANCO, CORRE!” le ordenó.

Blanco avanzó corriendo incluso más rápido que el caballo. Pero aun así Aidan sabía que no llegaría a tiempo.

Entonces lo vio suceder. Para el horror de Aidan, la chica sacó una daga y la encajó en el pecho de su padre. Los ojos de su padre se ensancharon y cayó de rodillas.

Aidan sintió que él también era apuñalado. Sintió que todo su cuerpo se colapsaba dentro de él al nunca haberse sentido tan impotente. Todo había pasado tan rápido que los hombres de su padre estaban estupefactos y confundidos. Nadie sabía qué estaba pasando. Pero Aidan lo sabía; lo había sabido desde un principio.

Aún a veinte yardas de distancia, Aidan desesperadamente sacó la daga que Motley le había dado de su cinturón, se inclinó hacia atrás y la lanzó.

La daga giró por el aire reflejando la luz del sol y dirigiéndose hacia la chica. Ella sacó la daga, sonriendo, y se preparó para apuñalar a Duncan otra vez; pero entonces la daga de Aidan llegó a su objetivo. Aidan se sintió aliviado al ver que le había atravesado la mano, al verla gritar y soltar su arma. No fue un grito de este mundo, y ciertamente no era de Kyra. Quienquiera que fuese, Aidan la había expuesto.

Se dio la vuelta y lo miró y, al hacerlo, Aidan miró con horror cómo su rostro se transformaba. La apariencia femenina fue reemplazada por un grotesco rostro masculino que crecía a cada segundo. Los ojos de Aidan se agrandaron por la sorpresa. No era su hermana. Se trataba del Grande y Sagrado Ra.

Los hombres de Duncan se quedaron perplejos al verlo. De alguna manera, la daga en su mano había interrumpido la ilusión, había destruido la hechicería utilizada para engañar a Duncan.

Al mismo tiempo Blanco saltó hacia él, atravesando el aire y cayendo sobre el pecho de Ra con sus grandes patas, derribándolo hacia atrás. Gruñendo, el perro atacó su cuello y utilizó sus garras. Le cortó el rostro tomando a Ra completamente por sorpresa y evitando que pudiera prepararse para atacar a Duncan de nuevo.

Ra, peleando en la tierra, miró hacia el cielo y gritó unas palabras, algo en un lenguaje que Aidan no pudo entender y claramente invocando un hechizo antiguo.

Y entonces, de repente, Ra desapareció en una esfera de polvo.

Todo lo que quedó fue su daga ensangrentada en el suelo.

Y ahí, en un charco de sangre, estaba el cuerpo inmóvil del padre de Aidan.

La Noche del Valiente

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