Читать книгу Gobernante, Rival, Exiliado - Морган Райс, Morgan Rice - Страница 13
CAPÍTULO CINCO
ОглавлениеUlren, la Segunda Piedra, se acercaba a la torre de cinco lados con la relajada determinación de un hombre que ha tramado todo lo que podría suceder. A su alrededor, el polvo de la ciudad se arremolinaba en su habitual danza interminable, haciendo que deseara toser o taparse la boca. Ulren no hizo ninguna de las dos cosas. En este momento debía parecer fuerte.
Había guardias en las puertas, como siempre. Presumiblemente pagados por las cinco Piedras, pero que en realidad eran los hombres de Irrien. Por esa razón, cruzaron sus picas desafiantes, un pequeño recordatorio para cualquier Piedra inferior de cuál era su lugar.
—¿Quién anda ahí? —exclamó uno.
Ulren sonrió al escucharlo.
—La nueva Primera Piedra de Felldust.
Por un instante pudo ver la sorpresa en su mirada antes de que sus hombres salieran de entre el polvo con sus ballestas levantadas. No tenía el mismo peso en armas que Irrien o los astutos espías de Vexa, la riqueza de Kas o los amigos nobles de Borion, pero tenía suficiente de cada y ahora, por fin, tenía la valentía de usarlos.
Disfrutaba de ver que las flechas de las ballestas acertaron en el pecho de los guardias después de que estos lo hubieran retenido tantas veces. Era mezquino, pero en aquel instante debía ceder ante la mezquindad. En ese instante, debía hacer todo lo que siempre había deseado.
Abrió la puerta con su llave, entrando a la luz de la torre. ¿Qué decía de la ciudad el hecho de que el aire del interior, iluminado por quinqués y lleno de humo, fuera aún mejor que el del exterior? Aun así, hoy incluso eso parecía agradable.
—Sed raudos —les dijo a los hombres y las mujeres que le seguían—. Atacad con rapidez.
Se dispersaron, el negro de las lámparas atenuaba el brillo de sus armas. Cuando los guardias salieron de uno de los pasillos, se lanzaron hacia delante en silencio y atacaron. Ulren no se detuvo para observar la sangre y la muerte. Ahora mismo, nada de eso importaba.
Empezó a subir los tramos de escaleras que llevaban a la sala superior y que parecían no tener fin. Ya lo había hecho muchas veces y, en todas las ocasiones, había sido con la expectativa de que estaría allí como algo inferior, segundo o tercero o menos en una ciudad en la que la Primera de las Cinco era el único lugar que importaba.
Esta era la cruel broma de la ciudad, bajo el punto de vista de Ulren. Todos luchaban por estar arriba del todo, cinco trabajaban juntos, pero todo el mundo sabía que la Primera Piedra era el más fuerte. Hacía tanto tiempo que Ulren conspiraba para ser la Primera que ya no recordaba un tiempo en el que hubiera deseado otra cosa.
Había sido cauteloso, aunque siempre había sido suyo. Él había construido su poder, empezando con las tierras de su familia pero añadiendo más, cuidando sus recursos del mismo modo que un jardinero podría cuidar una planta. Había tenido paciencia, demasiada paciencia. Había trabajado hasta el límite para conseguir el asiento de la Primera Piedra.
Entonces apareció Irrien, y tuvo que tener paciencia de nuevo.
Las matanzas continuaban alrededor de Ulren, mientras él continuaba subiendo. Los sirvientes que vestían los colores de la Primera Piedra morían, derribados por sus hombres. Sin dudas, sin remordimientos. Felldust era una tierra donde incluso un esclavo de inocente apariencia podía llevar un puñal, con la esperanza de avanzar.
Un soldado que salió de entre las sombras lo atacó. Ulren forcejeó con él, buscando ventaja.
El hombre era fuerte, aunque tal vez solo era que la edad le pesaba. Ahora, a Ulren le dolía el cuerpo cuando estaba en la arena de entrenamiento en casa, y las esclavas que antes iban hacia él casi por su propia voluntad ahora tenían que esconder sus miradas de asco y consternación. Había días en los que entraba en una sala y apenas podía recordar por qué se había tomado la molestia.
Pero no había perdido nada de su astucia. Se giró con la fuerza del ataque del otro hombre enganchándolo con el pie por detrás de la pierna y empujándolo con todas sus fuerzas. El soldado tropezó y se cayó, bajó las escaleras de caracol que subía por la torre de cinco lados dando vueltas sobre sí mismo. Ulren dejó que sus guerreros acabaran con él. Bastaba con no haber parecido débil.
—¿Está todo en su lugar en el resto de la ciudad? le preguntó a Travlen, el sacerdote que había dejado la orden paracaminar a su lado.
—Sí, mi señor. Mientras hablamos, sus guerreros están atacando a la gente de Irrien que queda en la ciudad. Algunos de los que tenían negocios se han ofrecido para pasarse a su lado, y me dicen que, con los que no lo han hecho, la matanza ha sido suficiente como para satisfacer a los dioses.
Ulren asintió.
—Eso está bien. Acepta a los que deseen unirse a nosotros y, a continuación, ocúpate de quién puede sustituir a los que los gobiernan. No tengo tiempo para traidores.
—Sí, mi señor.
—Dios mío —dijo Ulren—, ¿no terminan nunca estas escaleras?
Otro hombre hubiera pensado en cambiar el centro del poder de Felldust una vez tuviera su control, pero Ulren sabía que era mejor no hacerlo. En una tierra como esta, la tradición tan solo era una forma más de mantener el control.
Llegaron a la planta más alta, donde los sirvientes y los esclavos cortaban fruta y llevaban agua, a la espera de cualquier antojo de las otras Piedras. Ulren se quedó allí, con sus guerreros desperdigados a su alrededor.
—¿Hay esclavos o sirvientes de la Primera Piedra aquí? —exigió.
Algunos dieron un paso adelante. ¿Cómo iban a hacer otra cosa? Irrien los había abandonado aquí. Tal vez, querría encontrarlos en el mismo lugar cuando regresara. Tal vez, sencillamente no le importaba. Ulren examinó a los hombres y mujeres que estaban allí. Imaginó que Irrien estaría disfrutando del miedo de sus rostros ahora mismo. Había pasado el tiempo suficiente cerca de la Primera Piedra para saber exactamente qué tipo de hombre era su rival.
A Ulren, sencillamente, le daba igual.
—Desde este momento, todos vosotros sois mis esclavos. Mis hombres decidirán a cuáles de vosotros vale la pena mantener y cuáles serán entregados a los templos para el sacrificio.
—Pero yo soy un hombre libre —se quejó uno de los sirvientes.
Ulren fue hacia allí y lo apuñaló con una espada serrada, desde el esternón hasta que salió por la espalda.
—Un hombre libre que escogió el bando equivocado. ¿Alguien más desea morir?
En su lugar, se arrodillaron. Ulren los ignoró, se dirigió hacia las grandes puertas dobles que marcaban la entrada principal a la sala del consejo. Había otras entradas, una para cada una de las Piedras. Su propósito era mostrar su independencia. Realmente, les proporcionaba un modo de escapar si era necesario.
Pero no pensaba que ellos escaparan de esto. No si él hacía las cosas bien. Ulren hizo una señal a su gente para que no pasaran y esperaran. Había modos de hacer estas cosas. Era algo que Irrien jamás había entendido, al ser un bárbaro del polvo. Esta era una ventaja que la Segunda Piedra tenía por encima de la Primera, y él intentaba sacarle el mayor provecho.
Extendió la mano y uno de los sirvientes le pasó su túnica de alto cargo oscura. Ulren se la puso por encima, con la capucha hacia atrás y se dirigió hacia las puertas. La espada sangrienta todavía estaba en su mano. Era mejor dejar claro de qué iba esto.
Fue hacia una de las ventanas altas que había allí y echó un vistazo a la ciudad. Con el polvo era difícil ver algo, pero podía imaginar qué estaba sucediendo allá abajo. Los guerreros se estarían desplazando por las calles, capturando a los que Irrien había dejado atrás. Los pregoneros les seguirían, anunciando el cambio. Los matones les estarían diciendo a los comerciantes a quién debían sus impuestos ahora. La ciudad estaba cambiando bajo ese polvo, y Ulren se había asegurado de que cambiaría a su manera.
Aun así, iba con cuidado. Una vez ya había estado dispuesto a tomar el asiento de la Primera Piedra. Había preparado a los mercenarios más fuertes, se había abastecido de secretos, para encontrarse con un engreído que tomó el trono antes de que él pudiera llegar hasta él.
¿Quién era la Primera Piedra por aquel entonces? ¿Maxim? ¿Thessa? Era difícil recordarlo, el gobierno de la ciudad había cambiado muy a menudo durante aquellos días. Lo único que importaba era que Irrien había venido y se había llevado lo que debía ser suyo. Ulren había sobrevivido aceptándolo. Ahora, la Primera Piedra se había excedido y era el momento de hacer algo más.
Entró en la sala donde las Cinco Piedras tomaban sus decisiones. Los demás ya estaban allí, tal y como él esperaba que fuera. Kas se acariciaba su barba en forma de tridente preocupado. Vexa estaba leyendo un informe. Borion tenía la bravuconería de un hombre que sabía que había problemas.
—¿De qué se trata? —preguntó.
Ulren no malgastó el tiempo con cumplidos.
—He decidido retar a Irrien por su asiento.
Observó las reacciones de los demás. Kas continuó acariciándose la barba. Vexa levantó una ceja. Borion fue el que más reaccionó, pero Ulren ya lo esperaba. ¿De cuántos contrincantes había alertado Irrien al vanidoso? ¿Cuántas veces había ayudado al hombre con sus deudas de juego?
—Irrien no está aquí para retarle —puntualizó Borion.
Como si no hubiera un precedente para ello. ¿Pensaba que Ulren no había visto todas las transformaciones del consejo en el tiempo que llevaba como una de sus Piedras?
—Entonces esto debería hacerlo más fácil, ¿no es cierto? —dijo Ulren. Se adelantó para tomar el asiento de Irrien.
Ante su sorpresa, Borion se puso delante de él y desenfundó una espada fina.
—¿Y tú crees que te proclamarás a ti mismo Primera Piedra? —dijo—. ¿Un anciano que tomó su posición hace tanto tiempo que nadie puede recordarlo? ¿Qué mantiene el lugar de Segunda Piedra sobre todo porque Irrien no quiere interrupciones?
Ulren se dirigió hacia un espacio abierto del suelo, se despojó de su túnica formal y se rodeó un brazo con ella de forma holgada.
—¿Crees que me aferro a eso? —dijo—. ¿De verdad quieres probarme, chico?
—Lo he querido durante años, pero Irrien siempre me decía que no —dijo Borion. Levantó su espada con la postura de un duelista. Ulren sonrió al ver eso.
—Esta es la última oportunidad que tienes para vivir —dijo Ulren, aunque lo cierto es que esto fue después del momento en que el hombre levantara la espada contra él. —Fíjate que Kas y Vexa tienen más sensatez como para no intentarlo. Aparta tu arma y toma tu asiento. Incluso deberías poder escalar una posición.
—¿Por qué escalar una cuando puedo matar a un anciano y escalar tres? —replicó Borion.
Se lanzó hacia delante y Ulren tuvo que admitir que el chico era rápido. Seguramente Ulren había sido más rápido en su juventud, pero de aquello hacía mucho tiempo ahora. Sin embargo, había tenido el tiempo suficiente para aprender las técnicas de la guerra, y un hombre que calculaba bien la distancia no necesitaba para nada ser rápido. Hizo un barrido con su túnica enrollada para girar y enredarse con la espada de Borion.
—¿Esto es lo único que tienes, anciano? —exigió la Quinta Piedra—. ¿Trucos?
Ulren rio al escuchar eso y, a continuación, atacó en el centro. Borion fue lo suficientemente rápido para saltar hacia atrás, pero sin que la espada de Ulren le arañara el pecho.
—No subestimes los trucos, chico —dijo Ulren—. Un hombre sobrevive como puede.
Se echó hacia atrás, a la espera.
Borion se lanzó a toda prisa. Evidentemente, se lanzó a toda prisa. Los jóvenes reaccionaban, se movían de acuerdo con sus emociones. No pensaban. O no pensaban lo suficiente. Borion intentó una medida de astucia, con fintas que Ulren ya había visto cien veces. Este era el peligro de ser joven: pensabas que habías inventado cosas que habían matado a muchos hombres antes que tú.
Ulren se apartó y lanzó su túnica sobre el joven al pasar con su verdadero golpe. Borion sacudía la tela para intentar sacársela de encima y, en aquel momento, Ulren atacó. Se acercó, agarró el brazo de Borion con fuerza para que no pudiera resistirse con su espada y empezó a apuñalarlo.
Lo hacía de forma metódica, regularmente, con la paciencia que había forjado tras años de lucha. Ulren veía que la sangre se filtraba por la túnica con la que estaba envuelto Borion, pero no se detuvo hasta que el hombre cayó. Había visto a hombres recuperarse de la peor de las heridas. No iba a correr ningún riesgo.
Se quedó allí, respirando con dificultad. Ya le había costado bastante subir todas las escaleras. Al matar a un hombre parecía que sus pulmones podían explotar por el esfuerzo, pero Ulren lo ocultó. Fue hacia el asiento de Irrien y primero se colocó detrás de él.
—¿Alguno de vosotros desea oponerse? —preguntó a Kas y a Vexa.
—Solo al caos —dijo Kas—. Pero imagino que los esclavos están para estas cosas.
—¡Viva la Primera Piedra! –dijo Vexa, sin especial entusiasmo.
Era un momento de triunfo. Era más que eso, era un momento hacia el que Ulren había trabajado durante años. Ahora que había llegado, realmente se le hacía extraño sentarse en el asiento de la Primera Piedra, mientras se dejaba caer sobre su granito.
—Ya he cogido los intereses de Irrien —dijo Ulren. Hizo una señal con la mano en dirección a Borion—. Pero no dudéis en serviros del chico.
Lo harían. Ulren no tenía ninguna duda de que lo harían. Al fin y al cabo, así era esta ciudad.
—Y, evidentemente, necesitaremos nuevas Cuarta y Quinta Piedras —dijo Ulren.
Eso debería haberles dado pie para subir una posición. Pero ninguno de los dos lo hizo. Conservaron los asientos por los que habían luchado, dejando vacío el asiento de la Segunda Piedra. Ulren no estaba seguro de que aquello le gustara, aun cuando podía comprender el miedo que había detrás. No iban a ir a por su nuevo asiento, pero esto era una señal de que no pensaban que esto estuviera decidido y no iban a aceptar la nueva orden.
Se estaban conteniendo del mismo modo que lo hicieron cuando Irrien llegó al poder.
No solo eso, actuaban como si esto no hubiera terminado.