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CAPÍTULO UNO

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A Irrien le encantaba el placer de la batalla, la emoción de saber que era más fuerte que un rival; sin embargo, ver las secuelas de su conquista era mucho mejor.

Caminaba dando largos pasos entre las ruinas de Delos, observando el saqueo, escuchando los gritos de los débiles mientras sus hombres mataban y desvalijaban, violaban y destrozaban. Hileras de esclavos nuevos caminaban encadenados hacia los muelles, mientras en una de las plazas ya se había formado un mercado con bienes saqueados y campesinos capturados. Se obligaba a ignorar el dolor de su hombro mientras caminaba. Sus hombres no podían verlo débil.

Ahora, buena parte de la ciudad estaba destrozada, pero a Irrien eso no le importaba. Lo que estaba roto, podía reconstruirse con suficientes esclavos trabajando bajo el látigo. Podía reconstruirse en la forma que él quisiera.

Por supuesto, había otros que tenían sus propias peticiones. En estos momentos, lo seguían como tiburones siguiendo el rastro de la sangre, guerreros y otros. Había representantes de las otras Piedras de Felldust, que parloteaban sobre los papeles que sus maestros podían jugar en el saqueo. Había comerciantes, deseosos de ofrecer los mejores precios para transportar los bienes saqueados de Irrien hacia las tierras del polvo interminable.

Irrien los ignoraba en su mayoría, pero continuaban viniendo.

—Primera Piedra —dijo un tipo. Vestía una túnica de sacerdote, completada con un cinturón hecho de huesos de dedo y símbolos sagrados enredados en su barba con alambre de plata. Un amuleto plagado de heliotropos lo señalaba como uno de los más altos de su orden.

—¿Qué es lo que desea, padre? —preguntó Irrien. Se frotaba el hombro distraídamente mientras hablaba, con la esperanza de que nadie adivinara la razón.

El sacerdote extendió las manos, tatuadas con palabras mágicas que bailaban a cada movimiento de los dedos.

—No se trata de lo que yo quiero, sino de lo que los dioses reclaman. Nos han ofrecido la victoria. Lo correcto es que se lo agradezcamos con un sacrificio adecuado.

—¿Está diciendo que la victoria no se debió a la fuerza de mi brazo? —exigió Irrien. Dejó que la amenaza calara en su voz. Utilizaba a los sacerdotes cuando le venía bien, pero no permitiría que lo controlaran.

—Incluso los más fuertes deben agradecer el favor de los dioses.

—Pensaré en ello —dijo Irrien, respuesta que había dado ya a muchas cosas en el día de hoy. Peticiones de atención, peticiones de recursos, un desfile entero de personas que querían llevarse parte de lo que él había ganado. Esta era la maldición de un líder, pero también un símbolo de su poder. Cada hombre fuerte que venía suplicando su favor a Irrien era un reconocimiento de que no podía simplemente llevarse lo que quería.

Empezaron a caminar de vuelta al castillo e Irrien se puso a planear, a calcular dónde harían falta reparaciones y dónde se podrían colocar monumentos a su poder. En Felldust, robarían o destrozarían una estatua antes de terminarla. Aquí, podría permanecer como un recordatorio de su victoria por el resto de los tiempos. Cuando estuviera curado, habría mucho que hacer.

Echó un vistazo a las fortificaciones del castillo mientras él y los demás se dirigían hacia allí. Era fuerte; lo suficientemente fuerte como para resistir al mundo entero si lo deseara. Si alguien no hubiera abierto las puertas a su pueblo, realmente hubiera podido frenarlo hasta que los inevitables conflictos de Felldust se apoderaran de él.

Chasqueó los dedos hacia un sirviente.

—Quiero los túneles que hay bajo este lugar tapados. No me importa cuántos esclavos mueran haciéndolo. Después, empezad con los que hay dentro de la ciudad. No permitiré ni que una rata se escape por donde la gente se pueda escabullir sin que yo lo sepa.

—Sí, Primera Piedra.

Continuó hacia el castillo. Los sirvientes ya estaban colocando los estandartes de Felldust. Sin embargo, había otros que parecían no haber entendido el mensaje. Tres de sus hombres estaban arrancando tapices, arrancando las piedras de los ojos de las estatuas y metiendo el botín resultante dentro de la faltriquera de su cinturón.

Irrien fue dando largos pasos hacia allí y vio que ellos miraban con la veneración que le gustaba forjar en sus hombres.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó.

—Continuar el saqueo de la ciudad, Primera Piedra —respondió uno. Era más joven que los otros dos. Irrien imaginó que solo se había unido a la fuerza invasora por la promesa de aventura. Muchos lo hacían.

—¿Y vuestros comandantes os dijeron que continuarais saqueando dentro del castillo? —preguntó Irrien—. ¿Es aquí donde os han mandado que estuvierais?

Sus gestos le dijeron todo lo que necesitaba saber. Él había ordenado a sus hombres que fueran sistemáticos con el saqueo de la ciudad, pero esto no era sistemático. Él exigía disciplina a sus guerreros, y esto no era disciplinado.

—Pensasteis que sencillamente os llevaríais lo que quisierais —dijo Irrien.

—¡Así es cómo se hacen las cosas en Felldust! —se quejó uno de ellos.

—Sí —Irrien le dio la razón—. Los fuertes toman de los débiles. Esta es la razón por la que yo tomé este castillo. Ahora vosotros estáis intentando quitarme a mí. ¿Acaso pensáis que yo soy débil?

Ya no tenía su gran espada y, aunque la hubiera tenido, su hombro herido todavía le dolía demasiado para ello. Así que, en su lugar, sacó un cuchillo largo. Su primer golpe le atravesó la base de la barbilla al más joven de los tres, hasta llegar al cráneo.

Se giró, golpeando al segundo de los tres contra una pared mientras este buscaba a toda prisa sus propias armas. Irrien esquivó un golpe de espada del otro, cortándole la garganta sin esfuerzo con un contragolpe, haciéndolo caer de un empujón.

El hombre al que había empujado ahora se echaba hacia atrás, con las manos levantadas.

—Por favor, Piedra Irrien. Fue un error. No pensamos.

Irrien se acercó y lo apuñaló sin decir ni una palabra, golpeándolo una y otra vez. Sostuvo a aquel debilucho para que no cayera demasiado pronto, ignorando cómo le dolía su herida por el esfuerzo. No era solo una matanza, era una demostración.

Cuando finalmente dejó que el hombre se desplomara, Irrien se dirigió a los demás, extendió las manos y esperó a que el reto fuera evidente.

—¿Alguno de los que estáis aquí pensáis que soy lo suficientemente débil como para exigirme cosas?

Por supuesto, estaban en silencio. Irrien dejó que siguieran su estela mientras se dirigía sigilosamente hacia la sala del trono.

La sala de su trono.

Donde, ahora mismo, su premio le esperaba.

*

Estefanía se encogió cuando Irrien entró en la sala del trono y se odió a sí misma por ello. Estaba arrodillada junto al mismo trono hacía poco había ocupado, unas cadenas doradas la inmovilizaban. Había tirado de ellas cuando la sala se quedó vacía, pero no habían cedido.

Irrien se dirigió sigilosamente hacia ella y Estefanía se forzó a reprimir su miedo. Él la había golpeado, la había encadenado, pero tenía una opción. Podía dejar que la destrozara o podía aprovecharse de ello. Habría un modo de hacerlo, incluso así.

Al fin y al cabo, estar encadenada al lado del trono de Irrien tenía sus ventajas. Significaba que tenía pensado quedarse con ella. Significaba que sus hombres la habían dejado en paz, aun cuando habían sacado a rastras a las doncellas y sirvientas de Estefanía para su placer. Significaba que todavía estaba en el centro de las cosas, aunque no tuviera el control sobre ellas.

Todavía.

Estefanía observaba a Irrien mientras estaba sentado, fijándose en todas sus arrugas, evaluándolo del modo en que un cazador podría evaluar el terreno en el que vive su presa. Era evidente que la quería o ¿por qué iba a retenerla aquí en lugar de mandarla a una cantera de esclavos? Estefanía podía hacer algo con eso. Puede que él pensara que era suya, pero pronto estaría haciendo todo lo que ella le sugiriera.

Haría el papel de juguete y recuperaría lo que se había estado trabajando.

Esperaba, escuchando cómo Irrien empezaba a gestionar los asuntos de la ciudad. La mayor parte eran cosas rutinarias. Cuánto habían tomado. Cuánto quedaba aún por tomar. Cuántos guardias necesitaban para proteger las murallas y cómo se controlaría la circulación de comida.

—Tenemos una oferta de un comerciante para abastecer a nuestras fuerzas —dijo uno de los cortesanos—. Un hombre llamado Grathir.

Estefanía resopló al escucharlo e Irrien bajó la mirada hacia ella.

—¿Tienes algo que decir, esclava?

Se tragó la necesidad de replicar a aquello.

—Solo que Grathir tiene la mala fama de suministrar bienes de calidad inferior. Pero su antiguo compañero de negocios está listo para hacerse cargo de ellos. Si lo financia a él, podría conseguir todas las provisiones que desee.

Irrien la miró fijamente manteniendo la compostura.

—¿Por qué me cuentas esto?

Estefanía sabía que esa era su oportunidad, pero debía actuar con cautela.

—Quiero demostrarle que puedo serle útil.

No respondió, sino que dirigió su atención a los hombres que había allí.

—Lo pensaré. ¿Qué más hay?

Al parecer, lo que había eran más peticiones por parte de los representantes de los otros gobernantes de Felldust.

—La Segunda Piedra querría saber cuándo regresará a Felldust —dijo un representante—. Hay asuntos que requieren que las Cinco Piedras estén juntas.

—La Cuarta Piedra Vexa solicita más espacio para su contingente de barcos.

—La Tercera Piedra Kas manda sus felicitaciones por nuestra victoria compartida.

Estefanía repasaba los nombres de las otras Piedras de Felldust. El Astuto Ulren, Kas, Barba de Horca, Vexa, la única Piedra mujer, Borion el Vanidoso. Los nombres secundarios se comparaban a Irrien, aunque teóricamente todos menos sus iguales. Tan solo el hecho de que no estuvieran aquí le daba tanto poder a Irrien.

Junto con los nombres, la memoria de Estefanía almacenaba intereses, flaquezas, deseos. Ulren estaba envejeciendo a la sombra de Irrien, y hubiera tenido el asiento de Primera Piedra si el señor de la guerra no lo hubiera tomado. Kas era cauteloso, un señor de comerciantes que calculaba cada moneda antes de actuar. Vexa tenía una casa lejos de la ciudad, donde se rumoreaba que sus sirvientes no tenían lengua para que no pudieran contar lo que veían. Borion era el más débil, posiblemente perdería su asiento frente al próximo contrincante.

Mientras pensaba en la situación de Felldust, Estefanía posó delicadamente sus dedos sobre el brazo de Irrien. Se movía con delicadeza, sin apenas tocar. Había aprendido las habilidades de la seducción mucho tiempo atrás, y había pasado tiempo perfeccionándolas con una serie de útiles amantes. Había persuadido a Thanos, ¿verdad? ¿Cuánto más le costaría hacerlo con Irrien?

Notó el momento en el que él se puso tenso.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó él.

—Parece tenso con toda esta conversación —dijo Estefanía—. Pensé que podía ayudar. Tal vez podría ayudarle a relajar… ¿de otro modo?

La clave estaba en no presionar demasiado. Insinuar y ofrecer, pero nunca exigir abiertamente. Estefanía puso su mirada más inocente, miró fijamente a Irrien a los ojos… y lanzó un grito cuando este le dio una bofetada con indiferencia.

La furia estalló en su interior ante eso. El orgullo de Estefanía le dijo que encontraría el modo de hacer pagar a Irrien por ese golpe, que se vengaría de él.

—Ah, aquí tenemos a la verdadera Estefanía —dijo Irrien—. ¿Piensas que me engañas fingiendo ser una humilde esclava? ¿Piensas que soy tan estúpido como para creer que te puedo destrozar con un golpe?

El miedo estalló de nuevo en Estefanía. Todavía recordaba el silbido del látigo cuando Irrien la golpeó con él. Su espalda todavía ardía al recordar los golpes. Hubo un tiempo en el que disfrutaba castigando a los sirvientes que lo merecían. Ahora, pensar en ello solo le hacía revivir el dolor.

Aun así, usaría el dolor si tenía que hacerlo.

—No, pero estoy segura de que planeas más —dijo Estefanía. Esta vez ni siquiera intentó parecer inocente—. Vas a disfrutar tanto intentando destrozarme como yo voy a disfrutar jugando contigo mientras lo haces. ¿No es esa la mitad de la diversión?

Irrien la azotó de nuevo. Entonces Estefanía dejó que viera su desafío. Era evidente lo que él quería. Ella haría todo lo que tuviera que hacer para ligarlo a ella. Una vez lo hubiera hecho, no importaría lo que hubiera sufrido para llegar allí.

—Te crees especial, ¿verdad? —dijo Irrien—. Eres solo una esclava.

—Una esclava que tienes atada a tu trono —remarcó Estefanía con su voz más sensual—. Una esclava a la que evidentemente tienes pensado llevarte a la cama. Una esclava que podría ser mucho más. Una compañera. Conozco Delos como nadie más. ¿Por qué no admitirlo?

Entonces Irrien se puso de pie.

—Tienes razón. He cometido un error.

Extendió los brazos, cogió sus cadenas y la liberó del trono. Por un instante, Estefanía tuvo la sensación de triunfo cuando él la levantó. Incluso aunque ahora fuera cruel con ella, aunque la arrastrara hasta sus aposentos y la arrojara reivindicando que era suya, estaba avanzando.

Sin embargo, no fue allí donde la arrojó. La tiró contra el frío mármol y ella sintió su dureza bajo sus rodillas mientras patinaba hasta detenerse frente a uno de los tipos que había allí.

La conmoción le golpeó más que el dolor. ¿Cómo podía hacer eso Irrien? ¿Ella no había sido todo lo que él podía desear? Al alzar la vista, Estefanía vio al hombre de túnica oscura mirándola con evidente desprecio.

—Cometí el error de pensar que bien valías mi tiempo —dijo Irrien—. ¿Desea un sacrificio, padre? Llévesela. Sáquele la criatura y ofrézcala a los dioses en mi nombre. No mantendré vivo a un mocoso gimoteando mientras reclama este trono. Cuando acabes, arroja lo que quede de ella para que los carroñeros se la coman.

Estefanía miró fijamente al sacerdote, después echó un vistazo a Irrien, sin apenas poder formar las palabras. Esto no podía estar sucediendo. No. Ella no lo permitiría.

—Por favor —dijo—. Esto es ridículo. ¡Yo puedo hacer mucho más que esto por ti!

Pero a ellos parecía no importarles. El pánico se apoderó de ella, junto con la conmoción de pensar que esto estaba sucediendo realmente. Iban a hacerlo de verdad.

No. No, ¡no podían hacerlo!

Gritó cuando el sacerdote le agarró los brazos. Otro la cogió por las piernas y se la llevaron entre los dos, mientras ella todavía forcejeaba. Irrien y los demás les siguieron, pero ahora mismo a Estefanía no le importaban. Solo le importaba una cosa:

Iban a matar a su bebé.

Gobernante, Rival, Exiliado

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