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CAPÍTULO UNO

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Kevin golpeó la pared de monitores del búnker, en parte por la frustración y, en parte, porque en la televisión había visto que funcionaba. Sin embargo, aquí no funcionaba y eso solo avivó la frustración que sentía.

—No pueden quedarse así, en blanco —insistió. ¿No se suponía que estos sistemas estaban pensados para sobrevivir a cualquier cosa? —Ahora no, así no.

No cuando acababan de ver que el mundo se estaba acabando y la gente se reunía mientras naves extraterrestres hacían una entrada triunfal por encima de ellos. A su lado, Luna los miraba fijamente como si esperara que volvieran en cualquier momento, o tal vez solo porque imaginaba a sus padres en algún lugar por allí, subiendo a una nave extraterrestre.

Kevin la rodeó con el brazo, sin estar seguro de si la consolaba a ella o estaba intentando consolarse él.

—¿Piensas que la gente está bien? —preguntó Luna—. ¿Piensas que mis padres lo están?

Kevin tragó saliva, al pensar en la gente que hacía cola para entrar en las naves. Su madre también estaría entre ellos, en algún lugar.

—Eso espero —dijo.

—Esto no está bien —dijo Luna—. Nosotros estamos aquí seguros en un búnker, mientras todos los demás están allí atrapados… ¿a cuánta gente crees que convirtieron?

Kevin pensó en los vastos mares de gente que había en las pantallas antes de que se quedaran en blanco y en la menguante cantidad de personas que estaban allí para informar de todo.

—No lo sé, mucha —supuso.

—Tal vez todo el mundo —dijo Luna—. Tal vez nosotros seamos los últimos.

—Deberíamos echar un vistazo —dijo—. Tal vez podamos encontrar un modo de poner en marcha todo esto de nuevo. Entonces lo veremos.

Lo dijo tanto para intentar distraer a Luna como porque pensaba que tenía esperanzas de hacerlo. ¿Qué sabían ellos de arreglar sistemas informáticos? Si hubiera uno de los científicos del instituto de la NASA allí… tal vez la Dra. Levin… pero no estaba, igual que todos los demás. El vapor los había transformado, convirtiéndolos en unas cosas que iban detrás de ellos y los perseguían.

—Vamos —le dijo a Luna, apartándola delicadamente de la pantalla—. Tenemos que echar un vistazo.

Luna asintió, aunque no parecía estar asimilando mucho ahora mismo.

—Supongo.

Partieron a través del búnker por debajo del monte Diablo y Kevin miraba a su alrededor, sorprendido por su espacio. Si hubieran estado buscando en un lugar así en otro momento, podría haber parecido una aventura. Tal y como estaban las cosas, el eco de cada paso le recordaba a Kevin lo solos que estaban. Esto era una base militar completa y ellos eran los únicos que estaban dentro.

—Esto mola —dijo Luna, su sonrisa era demasiado radiante para ser real—. Como colarse en los almacenes.

Pero Kevin podía ver que no lo decía con mucho entusiasmo. Puede que hubiera intentado ser la Luna de siempre con todas sus fuerzas, pero lo que salió fue demasiado plano para eso.

—No pasa nada —dijo Kevin—, conmigo no tienes que fingir. Yo estoy…

¿Qué podía decir? ¿Qué él también estaba triste? No parecía suficiente para comprender el fin del mundo, o la pérdida de todos los que conocían, o nada de esto, en realidad.

—Lo sé —dijo Luna—. Supongo que solo intento ser… optimista. Venga, vamos a ver qué hay por aquí.

Kevin tenía la sensación de que ella deseaba la distracción, así que se adentraron más en el búnker. Era un espacio enorme, que parecía que podría haber albergado a centenares de personas si hubiera sido necesario. Había unas tuberías y unos cables que conducían hasta las profundidades y había unas señales estarcidas con pintura amarilla en las paredes.

—Mira —dijo Luna, señalando—, por ahí hay una cocina.

Kevin sintió cómo le sonaba la barriga al pensarlo y, aunque por ahí no cortaban camino, los dos giraron hacia la dirección que indicaba la señal. Bajaron por un pasillo, y después por otro, hasta ir a parar a una cocina que estaba construida a escala industrial. Había unos congeladores situados al fondo, tras unas puertas que podrían haber protegido una cámara acorazada, y otras puertas que parecían llevar a unas despensas.

—Deberíamos mirar si queda comida —sugirió Luna, abriendo una.

El espacio que había detrás era incluso más grande de lo que Kevin esperaba, con cajas amontonadas una tras otra. Abrió una y encontró unos paquetes plateados y sellados que parecía que podían conservarse para siempre.

—Aquí hay comida suficiente para alimentarnos durante toda la vida —dijo Kevin, y entonces se dio cuenta de lo que acababa de decir exactamente—. No es que… Quiero decir, puede que no tengamos que quedarnos aquí para siempre.

—¿Y si tenemos que hacerlo? —preguntó Luna.

Kevin no estaba seguro de tener una respuesta para ello. No podía imaginar vivir aquí para siempre. Apenas podía imaginar pasar la vida, por no hablar de una sola noche, dentro de un búnker—. Entonces supongo que estamos mejor aquí dentro que fuera de aquí. Al menos aquí estamos a salvo.

—Supongo que sí —dijo Luna—, mirando a las paredes como para evaluar lo gruesas que eran—. A salvo, sí.

—Deberíamos ver qué más hay aquí —dijo Kevin—. Si vamos a quedarnos aquí, necesitaremos otras cosas. Agua, sitios para dormir, aire puro. Un modo de hablar con el exterior.

Las contaba con los dedos mientras pensaba en ellas.

—Deberíamos mirar si hay otras entradas o salidas —dijo Luna—. Debemos asegurarnos de que nadie más puede entrar.

Kevin asintió, pues eso parecía importante. Empezaron a inspeccionar el búnker, usando la cocina como una especie de base, yendo y viniendo entre ella y la sala de control principal, que parecía extrañamente silenciosa sin nada en sus pantallas.

Por allí cerca había otra sala que estaba llena de equipos de comunicación. Kevin vio radios y ordenadores. Incluso había algo que parecía un telégrafo en una esquina, como si la gente de allí no confiara en que los equipos más modernos estuvieran allí para ellos cuando hiciera falta.

—Tienen muchas cosas —dijo Luna, que apretó un botón y obtuvo una explosión de ruido de vibración como respuesta.

—Ahora somos nosotros los que tenemos muchas cosas —remarcó Kevin—. Tal vez si hay otras personas allá fuera, podremos comunicarnos con ellas.

Luna miró a su alrededor.

—¿Crees que quedan otras personas? ¿O que solo estamos nosotros?

Kevin no sabía qué decir a eso. Si iba a quedarse atrapado como una de las últimas personas en el mundo, no había nadie a quien le gustaría más estar pegado que su mejor amiga. Aun así, tenía que creer que había otras personas allá fuera en algún lugar. Tenía que hacerlo.

—Debe haber otras personas en algún lugar —dijo—. Hay otros búnkeres y cosas, y algunas personas habrán deducido lo que estaba pasando. Había gente divulgando fotos, así que deben haber sabido lo que estaba sucediendo.

—Pero las pantallas se quedaron en blanco —puntualizó Luna—. No sabemos si todavía están allí fuera.

Kevin tragó saliva al pensarlo. Había dado por sentado que simplemente se había cortado la señal, pero ¿y si no era la señal? ¿Y si la gente que la mandaba también habían desaparecido?

Negó con la cabeza.

—No podemos pensar así —dijo—. Tenemos que tener esperanzas de que hay más gente allá fuera.

—Gente que pueda matar a los extraterrestres —dijo Luna, con un duro destello en su mirada. Kevin tuvo la sensación de que si ella hubiera tenido los medios para luchar contra ellos, ahora mismo Luna estaría allí fuera intentando enfrentarse a ellos.

Kevin podía entenderlo. Era parte de quién era Luna; una parte de lo que tanto le gustaba de ella. Incluso sentía una parte de la misma rabia, notando cómo borboteaba en su interior al pensar en que los extraterrestres le engañaron y en todo lo que le habían quitado.

Necesitaba la distracción de buscar por el búnker tanto como Luna, pues la alternativa era pensar en su madre, en sus amigos y en todos los demás que podrían haber estado bajo las naves de los extraterrestres cuando llegaron.

Continuaron mirando por el búnker y no tardaron mucho en encontrar lo que parecía una salida trasera. Las palabras « Espacio sin cerrar. ¡Solo para salidas de emergencia!» estaban estarcidas por encima de una trampilla que parecía el tubo de torpedo de un submarino, que se completaba con una gran manivela circular para cerrarlo. Apenas parecía lo suficientemente grande para que la mayor parte de las personas pudieran atravesarlo reptando. Evidentemente, para Kevin y Luna eso significaría espacio de sobra.

—¿Espacio sin cerrar? —dijo Luna—. ¿Qué crees que significa eso?

—Supongo que significa que en esta salida no hay un compartimento estanco, ¿no? —dijo Kevin, inseguro. Las palabras estarcidas a su alrededor lo hacían parecer algo enormemente peligroso si se abría. Tal vez lo fuera.

—¿Sin compartimento estanco?

—La gente no lo querría si tuvieran que salir rápido.

Vio que Luna se llevaba la mano a la máscara antigás que había tenido que llevar durante todo el viaje hacia allí, y que ahora colgaba del cinturón de sus pantalones vaqueros. Kevin podía imaginar lo que estaba pensando.

—No hay manera de que el vapor de los extraterrestres pueda entrar aquí —dijo, intentando tranquilizarla. No quería que Luna se asustara—. No si no abrimos esa puerta.

—Sé que es una estupidez —dijo Luna—. Sé que probablemente el vapor ya no está allí; que solo es la gente de la que se han apoderado…

—¿Pero aun así no parece seguro? —adivinó Kevin. Ahora mismo, nada parecía seguro, ni tan solo dentro de un búnker.

Luna asintió.

—Tengo que alejarme de esa puerta.

Kevin fue con ella, de vuelta al búnker, lejos de la salida de emergencia. Realmente le hizo sentir un poco más seguro, al saber que los dos podrían escapar si era necesario, pero esperaba de verdad no tener que hacerlo. Ahora mismo, necesitaban un lugar seguro. Algún lugar en el que pudieran esconderse de los extraterrestres hasta que fuera seguro salir de nuevo.

O hasta que su enfermedad lo matara. Ese era un pensamiento particularmente horrible. Ahora mismo no había ningún temblor de la leucodistrofia, pero Kevin no tenía ninguna duda de que volverían, y peor. Solo el hecho de que tenían cosas mayores de las que preocuparse le obligaba a apartar esos pensamientos, y ¿qué indicaba que hiciera falta una invasión alienígena para hacer que su enfermedad pareciera insignificante?

—Creo que allá abajo hay habitaciones —dijo Luna, bajando por uno de los pasillos. Las había. Allí había dormitorios completos, con una hilera tras otra de literas que en su mayoría no eran más que estructuras de metal, pero algunas tenían algunas posesiones al lado, junto con colchones y ropa de cama.

—Podría pensarse que algunos de ellos se quedaron dentro —dijo Kevin—. No tiene sentido que no haya nadie aquí.

Luna negó con la cabeza.

—Saldrían fuera a ayudar. Y entonces… bueno, para cuando dedujeron que era una mala idea, los extraterrestres ya los habían controlado.

Eso tenía algo de sentido, pero aun así era un pensamiento horrible.

—Echo de menos a mis padres —dijo Luna inesperadamente, aunque tal vez lo había estado pensando todo este tiempo. El dolor que provocó que se llevaran a la madre de Kevin no había desaparecido; solo se había empujado al fondo por la necesidad de continuar haciendo cosas, por la necesidad de llegar a un lugar seguro y para asegurarse de que los dos estaban a salvo.

—Yo también echo de menos a mi madre —dijo Kevin, sentado en el borde de la estructura de una cama. Pensó que entonces era imposible imaginarla como era antes de que llegaran los extraterrestres. En su lugar, la imagen que aparecía en su mente era la de cuando estaba en el umbral de su casa, controlada por los extraterrestres e intentando cogerlo.

Luna se sentó en la estructura de otra cama. Ninguno de ellos había escogido una de las que tenían sábanas. De algún modo, no parecía correcto. Daba la sensación de que pertenecían a alguien, y que sus propietarios podrían volver en cualquier momento.

—No solo son mis padres —dijo Luna—. Son todos los otros chicos de la escuela, toda la gente que he conocido. Se los han llevado a todos. A todos ellos.

Puso la cabeza sobre sus manos y Kevin estiró el brazo para cogerle la mano, sin decir nada. En ese momento, era igual de tremendo para él pensar que los alienígenas podrían haberse llevado a todas las personas del mundo. La gente común, los famosos, los amigos…

—No queda gente —dijo Luna.

—Pensaba que no te gustaba la gente de todos modos —replicó Kevin—. Pensaba que habías decidido que la mayoría de personas eran estúpidas.

Luna sonrió un poco al oírlo, pero parecía que tenía que esforzarse.

—Cualquier día me encargaré de los estúpidos en lugar de los controlados por los extraterrestres. —Se paró por un instante—. ¿Piensas… piensas que la gente volverá a estar bien alguna vez?

Kevin no podía mirarla.

—No lo sé. —No podía imaginar cómo lo harían—. Pero nosotros estamos a salvo. Es lo único que importa.

Pero no lo era. Ni de lejos.

***

Empezaron a buscar por el búnker hasta encontrar más sábanas, pues no querían coger nada de las literas que ya estaban hechas. Esas continuaban tan impolutas como si sus dueños pudieran regresar en cualquier momento, aunque Kevin debía esperar que no lo hicieran, pues imaginaba que ahora los controlaban los alienígenas.

Regresaron a la cocina el tiempo suficiente para comer algo. En el paquete ponía pollo, pero Kevin apenas pudo probarlo. Tal vez hizo bien, a juzgar por la mirada en la cara de Luna.

—Nunca volveré a quejarme por tener que comer verdura —dijo, aunque Kevin sospechaba que posiblemente lo haría. No sería Luna si no lo hiciera.

Cuando hubieron acabado, se lavaron por turnos en uno de los baños del búnker. Posiblemente podrían haber cogido un baño cada uno pero, por lo menos Kevin, no quería estar tan lejos de Luna por ahora. Incluso cuando llegó el momento de escoger litera, escogieron unas que estaban casi una al lado de la otra, cuando tenían todo el espacio del dormitorio para escoger. Era como escoger una pequeña isla allá en medio y, si lo intentaba con todas sus fuerzas, Kevin casi podía fingir que era una especie de fiesta de pijamas. Bueno, no podía, pero estaba bien por lo menos intentarlo.

Apagaron las luces y usaron linternas de estilo militar para que los guiaran hasta la cama. Luna saltó sobre la cama de arriba de la litera que había escogido, mientras que Kevin cogió la parte de debajo de la suya.

—¿Te dan miedo las alturas? —preguntó Luna.

—Sencillamente no quiero tener una visión desde allá arriba y caerme al suelo —dijo Kevin. No porque hubiera tenido alguna visión desde la que lo avisó de la invasión. No porque si lo hiciera haría algún bien. Se puso a pensar qué sentido tenían sus visiones si ninguna de ellas había ayudado.

—De acuerdo —dijo Luna—. Supongo… sí, supongo que debes ir con cuidado.

—Tal vez veremos las cosas más claras por la mañana —sugirió Kevin. Realmente no lo creía.

—Tendríamos que ver la mañana antes de verla más clara —puntualizó Luna.

—Bueno, tal vez podremos encontrar un modo de ver las cosas de nuevo —dijo Kevin. Pero si lo hacían, ¿qué podrían ver? ¿Verían multitudes de alienígenas por el mundo ahora? ¿Un paisaje árido sin nada?

—Tal vez calcularemos qué vamos a hacer a continuación —sugirió Luna—. Tal vez soñaremos una manera de hacer que esto mejore.

—Tal vez —dijo Kevin, aunque sospechaba que cualquier sueño que tuviera estaría dominado por la vista de todas aquellas personas silenciosas.

—Que duermas bien —dijo Kevin.

—Que duermas bien.

De hecho, a Kevin le parecía que no iba a dormirse nunca. Estaba allí tumbado a oscuras, escuchando cómo la respiración de Luna se hacía más profunda y empezaba a roncar de un modo que posiblemente ella no reconocería cuando estuviera despierta. Esto hubiera sido muy diferente sin ella aquí. Aunque hubiese habido alguien más allí, Kevin se hubiera sentido solo, pero tal y como estaban las cosas…

…Tal y como estaban las cosas, todavía estaba casi solo, pero por lo menos Luna estaba allí para compartir aquella soledad. Kevin no podía escapar de los pensamientos sobre lo que le había pasado a su madre, a todo el mundo, pero por lo menos sabía que Luna estaba a salvo.

Esos pensamientos le siguieron hasta quedarse dormido y en sus sueños.

En sus sueños, Kevin estaba rodeado por todos los que conocía. Su madre estaba allí, sus amigos de la escuela, sus profesores, la gente de la NASA. Ted estaba allí, con herramientas militares colgadas por todas partes y el Profesor Brewster, con una mala cara que daba a entender que desaprobaba todo lo que Kevin había hecho.

Sus rostros se distorsionaron mientras Kevin miraba, convirtiéndose en cada uno de los alienígenas de películas de ciencia ficción de todos los tiempos. A algunos la piel se les volvía gris y los ojos grandes, mientras otros parecían más insectos con placas de coraza por encima. Al Profesor Brewster le salían tentáculos de las manos, mientras que a la Dra. Levin los ojos le sobresalían al final de unos tallos. Se movían con pesadez hacia Kevin y él empezó a correr.

Corría por los pasillos del instituto de la NASA, manteniéndose a duras penas por delante de ellos mientras ellos atravesaban una puerta tras otra y, a pesar de que Kevin había vivido allí, no podía encontrar la salida hacia un lugar seguro. No podía encontrar la manera de hacer que esto fuera mejor.

Se metió en un laboratorio, cerró la puerta tras él y construyó una barricada con sillas, mesas y todo lo que encontró. Aun así, la gente transformada que estaba fuera aporreaba la puerta, golpeándola con los puños mientras, por ninguna razón que Kevin comprendiera, empezó a sonar una alarma…

Kevin despertó respirando agitadamente. Todavía estaba oscuro, pero al mirar la hora en su teléfono entendió que solo era porque estaban bajo tierra. La alarma sonaba de fondo, su sordo zumbido era constante, mientras que por debajo de él había un seco ruido metálico.

Supo que Luna estaba despierta porque ella encendió las luces.

—¿Qué es eso? —preguntó Kevin.

Luna lo miró.

—Creo… creo que alguien quiere entrar.

Llegada

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