Читать книгу Arena Uno. Tratantes De Esclavos - Морган Райс, Morgan Rice - Страница 11

U N O

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Hoy el clima es menos indulgente que los otros días. El viento azota sin descanso, rozando los cúmulos de nieve del pesado pino, que caen justo sobre mi rostro, mientras asciendo por la cara de la montaña. Mis pies, embutidos en las botas de montaña, de talla menor a la que calzo, desaparecen en los quince centímetros de nieve. Me deslizo y resbalo, luchando por encontrar mi equilibrio. El viento viene en ráfagas tan frías, que me quitan el aliento. Siento como si estuviera caminando sobre una esfera de nieve.

Bree me dice que es diciembre. A ella le gusta contar los días que faltan para que sea Navidad, tachándolos en un viejo calendario que encontró. Lo hace con tanto entusiasmo, que no me atrevo a decirle que estamos muy lejos de diciembre. No voy a decirle que su calendario es de hace tres años o que nunca volveremos a tener uno nuevo, ya que dejaron de hacerlos el día en que el mundo acabó. No voy a quitarle su fantasía. Para eso estamos las hermanas mayores.

De todos modos, Bree se aferra a sus creencias, y ella siempre ha pensado que la nieve significa diciembre y aunque se lo dijera, dudo que cambiaría su manera de pensar. Es como si fuera un niño de diez años.

Lo que Bree se niega a aceptar es que el invierno llega pronto a este lugar. Estamos en lo alto de las montañas de Catskill y aquí hay un sentido del tiempo diferente, un giro de las estaciones distinto. Aquí, a tres horas al norte de lo que fue la ciudad de Nueva York, las hojas caen a finales de agosto, dispersándose a través de las cadenas montañosas que se extienden hasta donde alcanza la vista.

Nuestro calendario estuvo actualizado alguna vez. Cuando acabábamos de llegar hace tres años, recuerdo haber visto la primera nevada y observado con incredulidad. No podía entender por qué la página decía: Octubre. Supuse que esa nevada temprana era un caso raro. Pero pronto supe que no era así. Estas montañas son lo suficientemente altas, lo suficientemente frías, para que el invierno tome prestado el otoño.

Si Bree diera vuelta hacia atrás al calendario, se daría cuenta enseguida del año, en letras grandes y horteras: 2117. Obviamente, era de tres años atrás. Pienso que está tan absorta en su entusiasmo, que no se da cuenta. Eso es lo que espero. Pero últimamente, una parte de mí está empezando a sospechar que ella realmente sí lo sabe, que solamente ha elegido perderse en su fantasía. No la culpo.

Por supuesto, no hemos tenido un calendario laboral desde hace años. Ni teléfono celular, ni computadora, ni televisión, ni radio, ni internet, ni tecnología de tipo alguno – y ni qué decir de la electricidad, o agua corriente. Pero de alguna manera, hemos podido salir adelante así, las dos solas, durante tres años. Los veranos han sido tolerables, pasando algunos días de hambre. Al menos podemos pescar, y los arroyos de la montaña parecen traer siempre salmón. También hay bayas e incluso algunos manzanos y perales silvestres que todavía, después de tanto tiempo, siguen dando frutos. Incluso, de vez en cuando logramos atrapar un conejo.

Pero los inviernos son intolerables. Todo está congelado o muerto, y cada año estoy segura de que no sobreviviremos. Y este invierno ha sido el peor de todos. Me sigo diciendo a mí misma que las cosas van a mejorar, pero ya llevamos días sin tener una comida decente y el invierno apenas comienza. Las dos tenemos poca fuerza por el hambre, y ahora Bree también está enferma. Esto no es un buen presagio para el futuro.

Mientras subo fatigosamente la cara de la montaña, volviendo a andar los mismos pasos desafortunados que di ayer en busca de nuestra próxima comida, estoy empezando a sentir que nuestra suerte se ha acabado. Sólo de pensar que Bree está acostada allí, esperándome en casa, me insta a seguir adelante. Dejo de sentir lástima por mí misma, y en su lugar mantengo su rostro en mi mente. Sé que no puedo conseguir medicamentos, pero espero que sea solamente una fiebre pasajera, y que una buena comida y un poco de calor sean todo lo que ella necesita.

Lo que ella necesita verdaderamente es una fogata. Pero ya nunca enciendo la chimenea, no puedo arriesgarme a que el humo y el olor, pongan sobre aviso a un tratante de esclavos sobre cuál es nuestra ubicación. Pero esta noche voy a darle una sorpresa, correré el riesgo, solo por poco tiempo. A Bree le encantan las fogatas y le va a levantar el ánimo Y si también puedo encontrar comida -- incluso algo tan pequeño como un conejo – eso ayudará a su recuperación. No sólo físicamente. Me he dado cuenta de que ha empezado a perder la esperanza en estos últimos días – puedo verlo en sus ojos -- y necesito que se mantenga fuerte. Me niego a sentarme y verla apagarse como lo hizo mamá.

Una nueva ráfaga de viento me da una bofetada en la cara y es tan larga y tan cruel que necesito bajar mi cabeza y esperar a que pase. El viento ruge en mis oídos, y yo haría lo que fuera por tener un buen abrigo de invierno. Llevo solamente una sudadera desgastada, con capucha, que encontré hace años a un lado de la carretera. Creo que era de hombre, pero eso es bueno porque las mangas son lo suficientemente largas para cubrir las manos y casi el doble de tamaño de los guantes. Mido 1.70, no soy precisamente baja de estatura, así que quien haya sido dueño de esto, debe haber sido alto. A veces me pregunto si le molestaría que esté usando su ropa. Pero luego me doy cuenta de que probablemente haya muerto. Al igual que los demás.

Mis pantalones no son mucho mejores. Sigo usando el mismo par de pantalones vaqueros; me avergüenza darme cuenta de que los traigo desde que escapamos de la ciudad hace tantos años. Si hay una cosa que lamento es haber salido tan apresuradamente. Supongo que debí haber pensado que iba a encontrar algo de ropa aquí, que quizá alguna tienda estaría abierta en alguna parte o que incluso estaría el Ejército de Salvación. Eso fue tonto de mi parte, por supuesto, ya que todas las tiendas de ropa habían sido saqueadas desde hacía mucho tiempo. Era como si durante la noche el mundo hubiera dejado de ser un lugar de abundancia para ser uno de escasez. Me las había arreglado para encontrar unas cuantas piezas de ropa esparcidos en los cajones de la casa de mi papá. Esas se las di a Bree. Yo estaba feliz de que al menos algunas de sus ropas, como la térmica y sus calcetines, pudieran mantenerla caliente.

El viento finalmente se detiene y yo levanto mi cabeza y me apresuro a seguir subiendo antes de que pueda repuntar de nuevo, obligándome a ir al doble de velocidad hasta llegar a la meseta.

Llego a la cima, respirando con dificultad, con las piernas ardiendo, y poco a poco miro alrededor. Los árboles son más escasos aquí y a lo lejos hay un pequeño lago de montaña. Se congeló, como todos los demás, y el sol deslumbra con la intensidad suficiente para hacerme entrecerrar los ojos.

Miro inmediatamente mi caña de pescar, la que yo había dejado el día anterior, calzada entre dos rocas. Se proyecta sobre el lago un largo trozo de cuerda que cuelga de ella en un pequeño agujero en el hielo. Si la caña de pescar se dobla, significará que Bree y yo tendremos algo para cenar esta noche. Si no es así, sabré que no funcionó -- de nuevo. Me acerco apresuradamente entre un grupo de árboles, a través de la nieve, y miro con atención.

Está recta. Por supuesto.

Me siento descorazonada. Debato entre caminar sobre el hielo, usando mi pequeña hacha para hacer un agujero en otro lugar. Pero ya sé que no habrá diferencia. El problema no es su posición, el problema es este lago. El suelo está demasiado congelado para desenterrar gusanos, y ni siquiera sé dónde buscarlos. Yo no estoy hecha para la cacería ni soy trampera. Si hubiera sabido que iba a terminar aquí, habría dedicado toda mi infancia a las Destrezas de Supervivencia, a las técnicas de supervivencia. Pero ahora siento que soy una inútil para casi todo. No sé cómo poner trampas y mis sedales raramente atrapan algo.

Siendo la hija de mi padre, la hija de un infante de marina, la única cosa para la que soy buena es para luchar, que no sirve de nada aquí. Si soy una inútil contra el reino animal, por lo menos puedo defenderme de los de dos patas. Desde que era joven, me gustara o no, papá insistió en que yo fuera su hija, la hija de un infante de marina, y sentir orgullo de serlo. Él también quería que yo fuera el hijo que nunca tuvo. Me inscribió en el boxeo, la lucha libre, las artes marciales mixtas... tomaba incontables lecciones sobre cómo usar un cuchillo, cómo disparar un arma, cómo encontrar puntos de presión, cómo pelear sucio. Por encima de todo, insistió en que yo fuera ruda, que nunca demostrara miedo, y que nunca llorara.

Irónicamente, nunca he tenido la oportunidad de utilizar una sola cosa de las que me enseñó y nada podría ser más inútil aquí, no hay otra persona a la vista. Lo que realmente necesito saber es cómo encontrar comida, no cómo patear a alguien. Y si alguna vez encuentro a alguien, no voy a jalarlo de un tirón, sino que voy a pedir ayuda.

Pienso con detenimiento y recuerdo que hay otro lago aquí, en alguna parte, uno más pequeño; lo vi un verano, cuando yo era aventurera y escalé más arriba de la montaña. Es un cuarto de milla empinado y desde entonces no he tratado de ir hasta allí.

Veo hacia arriba y suspiro. El sol ya se está ocultando, un atardecer taciturno de invierno tiene una tonalidad rojiza y ya me siento débil, cansada y congelada. Necesito más energía de la que tengo para bajar la montaña. La última cosa que quiero hacer es escalar más arriba. Sin embargo, una pequeña voz dentro de mí, me impulsa a seguir subiendo. Cuanto más tiempo paso sola en estos días, la voz de papá resuena más fuerte en mi cabeza. Me siento agraviada y quiero bloquearla, pero no sé por qué no me es posible hacerlo.

¡Deja de quejarte y sigue adelante, Moore!

A papá siempre le gustaba llamarme por mi apellido: Moore. Me molestaba, pero a él no le importaba.

Si regreso ahora, Bree no tendrá nada que comer esta noche. El lago que está allí arriba es lo mejor que se me ocurre intentar, nuestra única fuente de alimento. También quiero que Bree tenga una hoguera, y toda la madera que hay aquí está empapada. Allá arriba, donde el viento es más fuerte, tal vez podría encontrar madera lo suficientemente seca para usar como leña. Vuelvo a mirar hacia arriba de la montaña, y decido ir a por ella. Bajo la cabeza y comienzo la caminata, llevando mi caña conmigo.

Cada paso es doloroso, un millón de afiladas agujas pulsan en mis muslos, el aire helado perfora mis pulmones. El viento repunta y la nieve azota como papel de lija en mi cara. Un pájaro grazna muy arriba, como si quisiera burlarse de mí. Justo cuando siento que no puedo dar un paso más, llego a la siguiente meseta.

Estando tan arriba, es diferente a todas las demás: abundan los pinos, lo que dificulta ver más de tres metros. El cielo se oculta bajo su enorme follaje, y la nieve se llena de agujas de pino verdes. Los enormes troncos de los árboles también evitan el paso del viento. Siento como si hubiera entrado en un pequeño reino privado, oculto al resto del mundo.

Me detengo y giro para observar el paisaje; el panorama es increíble. Yo siempre había pensado que teníamos un paisaje hermoso en la casa de papá, a medio camino de la montaña, pero desde aquí, estando hasta arriba, es espectacular. Las cimas de las montañas se disparan en todas direcciones, y más allá de ellas, a lo lejos, puedo incluso ver el río Hudson, chispeante. También veo las sinuosas carreteras que atraviesan su camino a través de la montaña, sorprendentemente intacta. Probablemente debido a que pocas personas vienen aquí. De hecho, yo nunca había visto un auto o cualquier otro vehículo. A pesar de la nieve, los caminos no están obstruidos; los caminos escarpados, angulares, disfrutando el sol, se prestan perfectamente al desagüe, y sorprendentemente, gran parte de la nieve se ha derretido.

Siento una punzada de preocupación. Prefiero que los caminos estén cubiertos de nieve y hielo, cuando son intransitables para los vehículos, ya que las únicas personas que tienen automóviles y combustible en estos días son los tratantes de esclavos - despiadados cazadores de recompensas que trabajan para alimentar a la Arena Uno. Ellos andan por todas partes, en busca de algún sobreviviente, para secuestrarlo y llevarlo a la arena como esclavos. Allí, según me han dicho, les hacen luchar hasta morir, como diversión.

Bree y yo hemos tenido suerte. No hemos visto a ningún tratante de esclavos en los años que hemos estado aquí arriba, pero creo que eso es sólo porque vivimos en una zona muy alta, en un lugar tan lejano. Sólo una vez oí el gemido agudo del motor de un tratante de esclavos, a lo lejos, al otro lado del río. Sé que están ahí abajo, en algún lugar, patrullando. Y no me arriesgo -- me aseguro de mantener un perfil bajo, rara vez encendemos la leña, a menos que sea absolutamente necesario, y mantengo en estrecha vigilancia a Bree, en todo momento. La mayoría de las veces la llevo de cacería conmigo – hoy lo habría hecho si no estuviera tan enferma.

Me dirijo hacia la meseta y observo un pequeño lago. Congelado, brillando a la luz de la tarde, está ahí como una joya perdida, escondiéndose detrás de un bosquecillo de árboles. Me acerco a él, dando unos pasos vacilantes en el hielo, para asegurarme de que no se agriete. Una vez que siento que está firme, doy unos cuantos pasos más. Encuentro un lugar, retiro la pequeña hacha de mi cinturón y corto hacia abajo con fuerza, varias veces. Aparece una grieta. Me quito el cuchillo, me arrodillo y golpeo con fuerza, justo en el centro de la grieta. Meto ahí la punta del cuchillo y hago un pequeño agujero, lo suficientemente grande para extraer un pez.

Regreso apresuradamente a la orilla, resbalando y deslizándome, a continuación pongo la caña de pescar entre dos ramas de los árboles, desenrollo el hilo, vuelvo corriendo, dejándolo caer en el agujero. Tiro un par de veces, con la esperanza de que el destello del anzuelo de metal atraiga a algunos seres vivientes bajo el hielo. Pero no puedo dejar de sentir que es un esfuerzo inútil, no puedo evitar la sospecha de que todo aquello que ha vivido en estos lagos de montaña, murieron tiempo atrás.

Aquí arriba hace más frío, y no puedo quedarme aquí, mirando la caña. Tengo que seguir en movimiento. Me doy vuelta y me alejo del lago, la parte supersticiosa de mí me dice que podría atrapar un pez si no me quedo ahí, mirando. Camino en pequeños círculos alrededor de los árboles, frotándome las manos, tratando de mantener el calor. De poco sirve.

Es entonces cuando me acuerdo de la madera seca. Miro hacia abajo y busco leña, pero es una tarea inútil. El suelo está cubierto de nieve. Levanto la vista hacia los árboles, y veo que los troncos y las ramas también están cubiertas de nieve, en su mayoría. Pero allí, a lo lejos, veo algunos árboles azotados por el viento, que no tienen nieve. Me dirijo a ellos e inspecciono la corteza, pasando la mano sobre ellos. Me siento aliviada al ver que algunas de las ramas están secas. Saco mi hacha y corto algunas de las ramas más grandes. Todo lo que necesito es una brazada de leña, y esta rama grande servirá a la perfección.

La atrapo conforme cae, no queriendo dejar que toque la nieve, luego la apoyo contra el tronco y corto de nuevo, a la mitad. Hago esto una y otra vez hasta tener una pequeña pila de leña, suficiente para llevar en mis brazos. La dejo en la esquina de una rama, segura y sin mojarse con la nieve que está abajo.

Miro a mi alrededor, inspeccionando los otros troncos, y al mirar más de cerca, algo me hace vacilar. Me acerco a uno de los árboles, mirando con detenimiento, y me doy cuenta de que su corteza es diferente a las demás. Miro hacia arriba, y me doy cuenta de que no es un pino, es un arce. Estoy sorprendida de ver un arce tan alto aquí, y aún más sorprendida de que pueda reconocerlo. De hecho, el arce es probablemente la única cosa de la naturaleza que reconocería. Sin proponérmelo, me inundaron los recuerdos.

Una vez, cuando yo era más joven, a mi papá se le metió en la cabeza llevarme de excursión a la naturaleza. Quién sabe por qué, pero me llevó a extraer savia de los arces. Condujo durante horas hasta un lugar alejado de la mano de Dios, y yo llevaba un cubo de metal, él llevaba un pitorro, y luego pasamos por el bosque con un guía, buscando los arces perfectos. Recuerdo la mirada de decepción en su cara después de extraer savia de su primer árbol y cayendo un líquido claro rezumado en nuestro cubo. Había esperado que saliera jarabe.

Nuestro guía se rio de él, le dijo que los arces no producían jarabe -- producían savia. La savia tiene que ser reducida a jarabe. Era un proceso que tomaba horas, dijo. Se necesitan 80 galones de savia para hacer solo un cuarto de galón de jarabe.

Papá miró el cubo rebosante de savia y se ruborizó, como si alguien le hubiera dado gato por liebre. Él era el hombre más orgulloso que yo había conocido, y si había algo que él odiaba más que sentirse tonto, era que alguien se burlara de él. Cuando el hombre se echó a reír, él le lanzó su cubo, y estuvo a punto de pegarle, me tomó de la mano, y nos fuimos, él echando humo por las orejas.

Después de eso, nunca me volvió a llevar a pasear a la naturaleza.

Pero a mí no me importó, y en realidad disfruté la excursión, a pesar de que él iba enfurecido en silencio en el auto, durante todo el trayecto a casa. Me las había arreglado para recoger una pequeña taza de la savia, antes de que me hubiera retirado, y recuerdo que en secreto bebí un poco en el auto yendo camino a casa, cuando él no me estaba mirando. Me encantó. El sabor era como de agua azucarada.

Estando aquí parada ante este árbol, lo reconozco como lo haría con un hermano. Este espécimen, tan alto, es delgado y escuálido y me sorprendería si tiene savia. Pero no tengo nada que perder. Saqué mi cuchillo y lo clavé en el árbol, una y otra vez, en el mismo lugar. Después metí el cuchillo en el agujero, empujando más y más profundo, serpenteando. Realmente no esperaba que sucediera nada.

Me sorprendí cuando salió una gota de savia. Y aún más cuando, momentos más tarde, se convirtió en un pequeño chorro. Extendí mi dedo, lo toqué, y lo puse en mi lengua. Sentí el subidón de azúcar, y reconocí el sabor de inmediato. Justo como lo recordaba. No podía creerlo.

La savia empezó a salir más rápidamente, y empecé a perder gran parte de ella al gotear por el tronco. Miré a mi alrededor desesperadamente buscando algo dónde ponerlo, en alguna cubeta, pero por supuesto, no había ninguna. Y entonces recordé que traía mi termo. Tomé mi termo de plástico que tenía en la cintura, lo volteé vaciando el agua. Puedo conseguir agua dulce en cualquier lugar, especialmente con toda esta nieve, pero esta savia era valiosa. Sostuve el termo vacío contra el árbol, deseando tener un pico adecuado. Apiñé el termo lo más que pude contra el tronco, y logré atrapar gran parte de ella. Se llenaba con más lentitud de lo que quería, pero en cuestión de minutos, logré llenar la mitad del termo.

La savia dejó de brotar. Esperé algunos segundos, preguntándome si volvería a salir nuevamente, pero no fue así.

Miré a mi alrededor y descubrí otro arce, a unos tres metros de distancia. Voy corriendo hacia él, levanto mi cuchillo con entusiasmo y esta vez lo clavo con fuerza, imaginándome llenando el termo, imaginando la cara de sorpresa en la cara de Bree cuando lo pruebe. Puede que no sea nutritiva, pero seguramente la hará feliz.

Pero esta vez, cuando mi cuchillo entró al tronco, se oyó un ruido fuerte de agrietamiento que no esperaba escuchar, seguido por el crujido de la madera. Levanto la vista y veo la inclinación del árbol, y me doy cuenta demasiado tarde, de que este árbol, congelado por una capa de hielo, estaba muerto. Hundir mi cuchillo era todo lo que necesitaba para inclinarse sobre el borde.

Un momento después, el árbol completo, de por lo menos seis metros, cayó, estrellándose contra el suelo. Eso provocó una enorme nube de nieve y agujas de pino. Me agaché, nerviosa porque podría haber alertado a alguien de mi presencia. Estoy furiosa conmigo misma. Fue un descuido. Fue una tontería. Primero debí haber examinado el árbol con más cuidado.

Pero después de unos minutos mi pulso se normalizó, al darme cuenta de que no había nadie más aquí. Vuelvo a ser sensata, me doy cuenta de que los árboles caen por sí solos en el bosque todo el tiempo, y su caída no necesariamente delataría la presencia de una persona. Y cuando veo el lugar donde estuvo el árbol, miro de nuevo. Me encuentro a mí misma mirando con incredulidad.

Allá, a lo lejos, escondiéndose detrás de una arboleda, a un lado de la montaña, hay una pequeña casa de piedra. Es una estructura pequeña, un cuadrado perfecto, de unos 4.5 metros de ancho y de profundidad, como de 3.5 metros de altura, con paredes hechas con antiguos bloques de piedra. Una pequeña chimenea se eleva desde el techo, y tiene pequeñas ventanas en las paredes. La puerta principal de madera, en forma de arco, está entreabierta.

Esta pequeña casa rural está muy bien camuflada y combina perfectamente con su entorno, que incluso mientras la miraba, apenas podía distinguir. Su techo y las paredes estaban cubiertas de nieve, y la piedra se integra perfectamente al paisaje. La casa parece antigua, como si hubiera sido construida cientos de años atrás. No puedo entender lo que está haciendo aquí, quién la habría construido o por qué. Tal vez fue construida para el vigilante de algún parque estatal. Tal vez fue el hogar de un recluso. O de un loco sobreviviente.

Parece que no se ha tocado en años. Exploro con cuidado el suelo del bosque, en busca de pisadas o huellas de animales, entrando o saliendo. Pero no hay ninguna. Pienso en cuando la nieve comenzó a caer, hace varios días, y hago los cálculos en mi cabeza. Nadie ha salido o entrado aquí por lo menos en tres días.

Mi corazón se acelera al pensar en lo que podría haber en el interior. Alimentos, ropa, medicamentos, armas, materiales, cualquier cosa sería un regalo del Cielo.

Me muevo con cautela a través del claro, mirando por encima de mi hombro al caminar, para asegurarme de que nadie me está observando. Me muevo rápidamente, dejando grandes pisadas visibles en la nieve. Al llegar a la puerta principal, me vuelvo y miro una vez más, y a continuación, me quedo ahí parada y espero varios segundos, escuchando. No hay ruido alguno más que el del viento y un arroyo cercano, que se extiende a pocos metros de la casa. Alcanzo mi hacha y con el mango de ésta golpeo fuerte la puerta, con un sonido reverberante y fuerte, para dar una advertencia final a algún animal que pudiera estar escondido en el interior.

No hay respuesta.

Abro rápidamente la puerta, empujando hacia atrás la nieve, y entro.

Está oscuro aquí adentro, iluminada sólo por la última luz del día que entraba por las pequeñas ventanas, y le toma a mis ojos unos momentos ajustar la visión. Espero, de pie, con la espalda contra la puerta, en guardia por si algún animal pudiera estar utilizando este espacio como refugio. Pero después de varios segundos de espera, mi vista se ajusta plenamente a la luz tenue y es obvio que estoy sola.

La primera cosa que noté acerca de esta pequeña casa es su calidez. Tal vez sea porque es muy pequeña, con un techo bajo, y está construida junto a la montaña de piedra; o tal vez porque está protegida contra el viento. A pesar de que las ventanas están abiertas a los elementos, a pesar de que la puerta sigue abierta, debe estar por lo menos quince grados más caliente aquí; mucho más caliente de lo que ha estado la casa de papá, es decir, incluso con una chimenea encendida. La casa de papá fue construida con poco presupuesto, para empezar, con paredes delgadas y revestimiento vinílico, en la esquina de una colina que siempre parece estar en la ruta directa del viento.

Pero este lugar es diferente. Las paredes de piedra son gruesas y bien construidas, me siento cómoda y segura aquí. Imagino lo cálido que sería este lugar si cierro la puerta, pongo tablas en las ventanas, y enciendo la chimenea, la que parece estar en buenas condiciones.

El interior consta de una gran sala, y entrecierro los ojos en la oscuridad mientras escudriño el suelo, en busca de algo, cualquier cosa, que pueda rescatar. Sorprendentemente, parece que a este lugar nunca ha entrado nadie desde la guerra. Todas las otras casas que he visto tenían ventanas rotas, escombros esparcidos por todo el lugar, y era obvio que habían sacado cualquier cosa útil, hasta el cableado. Pero ésta, no. Estaba prístina, limpia y ordenada, como si su propietario se hubiera levantado un día y se hubiera ido. Me pregunto si fue antes de que empezara la guerra. A juzgar por las telarañas en el techo, y su increíble ubicación, muy bien escondida detrás de los árboles, supongo que así fue. Que nadie ha estado aquí en varias décadas.

Veo la silueta de un objeto contra la pared del fondo, y me dirijo hacia ella, con las manos al frente, a tientas en la oscuridad. Cuando mis manos lo tocan, me doy cuenta de que es un mueble con cajones. Paso los dedos por su superficie lisa, de madera, y siento que está cubierto de polvo. Paso los dedos por las pequeñas manijas – las perillas de los cajones. Jalo delicadamente, abriéndolos uno por uno. Está demasiado oscuro para ver, así que toco cada cajón con mi mano, peinando la superficie. El primer cajón no tiene nada. Tampoco el segundo. Abro todos ellos, de forma rápida, mis esperanzas decaen -- cuando de repente, en el quinto cajón, me detengo. Allí, en la parte de atrás, siento algo. Lo saco poco a poco.

Lo acerco a la luz, y al principio no puedo descubrir lo que es, pero luego siento el papel de aluminio delator, y me doy cuenta que es una barra de chocolate. Le dieron algunas mordidas, pero todavía tiene su envoltura original, y está bien conservado. Lo desenvuelvo un poco y lo pongo frente a mi nariz y lo huelo. No puedo creerlo: es chocolate de verdad. No hemos comido chocolate desde la guerra.

El olor me causa una punzada de hambre aguda, y necesito de toda mi fuerza de voluntad para no abrirlo y devorarlo. Me obligo a permanecer fuerte, volviendo a envolverlo cuidadosamente y guardándolo en mi bolsillo. Voy a esperar hasta estar con Bree para disfrutarlo. Sonrío imaginando la expresión de su cara cuando ella le dé su primer bocado. Será invaluable.

Reviso rápidamente los cajones restantes, con la esperanza de encontrar todo tipo de tesoros. Pero todos los demás están vacíos. Regreso a la habitación y la recorro a lo largo y ancho, por las paredes, en las cuatro esquinas, en busca de cualquier cosa. Pero no hay nada en la casa.

De repente, piso algo suave. Me arrodillo y lo recojo, sujetándolo hacia la luz. Estoy sorprendida: es un oso de peluche. Está usado y le falta un ojo, pero aun así, a Bree le encantan los osos de peluche y extraña el que dejó. Se sentirá eufórica al ver esto. Parece que este es su día de suerte.

Pongo el oso en mi cinturón, y al levantarme, siento que mi mano toca algo suave en el suelo. Lo agarro y la sostengo, y me encanta darme cuenta de que es un pañuelo. Es negro y está cubierto de polvo, así que no podía verlo en la oscuridad, y al ponerlo en mi cuello y pecho, puedo sentir su calor. Lo saco por la ventana y agito con fuerza, quitando todo el polvo. Lo veo a la luz: es largo y grueso, no tiene ni siquiera un agujero. Es como oro puro. Inmediatamente lo pongo alrededor de mi cuello y lo meto debajo de mi blusa, y ya me siento mucho más abrigada. Estornudo.

El sol se oculta, y como parece que ya he encontrado todo lo que puedo, comienzo a salir. Al dirigirme a la puerta, de repente, golpeo el dedo de mi pie con algo duro, de metal. Me detengo y me arrodillo, tocándolo en caso de que sea un arma. No lo es. Es una redonda manija de hierro, pegada al suelo de madera. Parecida a una aldaba. O un mango.

Tiro de éste hacia la izquierda y hacia la derecha. No ocurre nada. Intento hacerlo girar. Nada. Entonces me arriesgo y me paro a un lado y tiro de él con fuerza, hacia arriba.

Se abre una trampilla, levantando una nube de polvo.

Miro hacia abajo y descubro un espacio de acceso, a unos cuatro pies de altura, con piso de tierra. Mi corazón se alegra ante las posibilidades. Si vivimos aquí y hay algún problemas, podría ocultar a Bree aquí abajo. Esta pequeña casa de campo se vuelve aún más valiosa ante mis ojos.

Y no sólo eso. Al mirar hacia abajo, veo algo brillante. Empujo la puerta de madera por completo y rápidamente bajo por la escalera. Está muy oscuro aquí abajo, y pongo las manos delante de mí, andando a tientas. Al dar un paso hacia adelante, siento algo. Vidrio. Los estantes están integrados en la pared, y alineados en ellos hay frascos de vidrio. Frascos de conservas.

Saco uno y lo sostengo frente a la luz. Su contenido es de color rojo y blando. Parece mermelada. Desenrosco rápidamente la tapa de estaño, lo acerco a mi nariz y lo huelo. El olor acre de las frambuesas me golpea como una ola. Meto el dedo, lo saco y lo pongo con indecisión en mi lengua. No puedo creerlo: es mermelada de frambuesa. Y su sabor es tan fresco como si la hubieran hecho ayer.

Aprieto rápidamente la tapa, pongo el frasco en mi bolsillo, vuelvo rápidamente a las estanterías. Extiendo la mano y siento docenas más en la oscuridad. Agarro la más cercana, corro de nuevo hacia la luz, y lo miro. Parecen ser pepinillos encurtidos.

Estoy asombrada. Este lugar es una mina de oro.

Me gustaría poder llevarme todo, pero mis manos están heladas, no tengo nada para cargarlos y está oscureciendo. Así que pongo el frasco de encurtidos donde lo encontré, subo por la escalera, y al regresar a la planta principal, cierro la trampilla firmemente detrás de mí. Me gustaría tener una cerradura; me pone nerviosa dejar todo eso allá abajo, sin protección. Pero luego me recuerdo a mí misma que este lugar no se ha tocado en años, y que probablemente nunca lo había visto nadie, si no se hubiera caído ese árbol.

Al salir, cierro la puerta completamente, sintiéndome protectora, con la sensación de que ésta es nuestra casa.

Con los bolsillos llenos, me apresuro a ir hacia el lago, pero de repente me quedo pasmada al escuchar un ruido. Al principio me preocupa que alguien me haya seguido, pero al girar poco a poco veo otra cosa. Un ciervo está allí, a tres metros de distancia, mirándome. Es el primer ciervo que he visto en años. Sus grandes ojos negros mirándome, y de repente gira y se va corriendo.

No tengo palabras. He pasado mes tras mes buscando un ciervo, con la esperanza de poder acercarme lo suficiente para lanzarle mi cuchillo. Pero nunca había sido capaz de encontrar uno en ningún lugar. Tal vez no estaba cazando lo suficientemente arriba. Tal vez siempre han vivido aquí.

Decido volver a primera hora de la mañana, y esperar todo el día si es necesario. Si estuvo aquí una vez, tal vez regrese. La próxima vez que lo vea, lo mataré. Ese ciervo nos daría de comer durante varias semanas.

Estoy llena de nuevas esperanzas mientras me apresuro hacia el lago. Cuando me acerco y reviso mi caña, mi corazón se emociona al ver que se ha doblado casi a la mitad. Temblando de emoción, me apresuro a través del hielo, resbalando y deslizándome. Tomo la caña, que se sacude violentamente, y rezo para que se sostenga.

Extiendo mi mano y la sujeto firmemente. Puedo sentir la fuerza de un gran pez tirando hacia atrás, y en silencio aflojo la cuerda para que no se rompa, para que el anzuelo no se rompa. Le doy un tirón final, y el pez sale volando del agujero. Se trata de un enorme salmón, del tamaño de mi brazo. Aterriza en el hielo y da giros de 180 grados en todas direcciones, deslizándose. Corro y me agacho para atraparlo, pero resbala de mis manos y vuelve a caer en el hielo. Mis manos están demasiado babosas para sujetarlo, así que bajo mis mangas, meto la mano y lo sujeto con mayor firmeza esta vez. Se desploma y se retuerce en mis manos durante unos treinta segundos, hasta que finalmente, se tranquiliza y muere.

Estoy sorprendida. Es mi primera captura en meses.

Estoy eufórica mientras me deslizo por el hielo y lo dejo en la orilla, metiéndolo en la nieve, con temor de que de alguna manera resucite y salte de nuevo al lago. Tomo la caña de pescar y la cuerda, y las sostengo con una mano, luego sostengo el pescado con la otra. Puedo sentir el frasco de mermelada en un bolsillo, y el termo de savia en la otra, junto con la barra de chocolate y el oso de peluche en mi cintura. Bree va a tener una abundancia de riquezas esta noche.

Sólo me falta tomar una cosa. Me acerco a la pila de leña seca, nivelo la caña de pescar en mi brazo y con la mano libre recojo la mayor cantidad de leña que puedo cargar. Dejo caer un poco, y no puedo llevar todo lo que me gustaría, pero no me quejo. Puedo volver por el resto en la mañana.

Con las manos, brazos y bolsillos llenos, me resbalo y deslizo por la cara de la empinada montaña en la última luz del día, teniendo cuidado de no dejar caer nada de mi tesoro. Mientras, no puedo dejar de pensar en la cabaña. Es perfecta, y mi corazón late más rápido ante las posibilidades. Esto es exactamente lo que necesitamos. La casa de nuestro papá es demasiado visible, está construida en una calle principal. He estado preocupada desde hace meses, porque estar ahí nos hace demasiado vulnerables. Con solo un tratante de esclavos inesperado que pase por ahí, estaríamos en problemas. He estado queriendo mudarnos desde hace mucho tiempo, pero no tenía ni idea de adónde ir. No hay otras casas aquí arriba.

Esa pequeña casa de campo está tan arriba, tan lejos de cualquier carretera y construida literalmente en la montaña - está tan bien camuflada, que es casi como si hubiera sido construida sólo para nosotras. Nadie podría encontrarnos allí. E incluso si lo hicieran, no podían acercarse a nosotros con un vehículo. Tendrían que subir a pie, y desde ese punto de vista, yo los detectaría a una milla de distancia.

La casa también cuenta con una fuente de agua dulce, un arroyo que pasa justo por delante de su puerta; yo no tendría que dejar sola a Bree cada vez que haga senderismo para bañarme y lavar nuestra ropa. Y ya no tendría que cargar baldes de agua de uno en uno, desde el lago, cada vez que preparo la comida. Amén de que con el enorme follaje de los árboles, estaríamos lo suficientemente ocultas para encender fuego en la chimenea cada noche. Estaríamos más seguras, más cálidas, en un lugar lleno de peces y caza -- y equipada con un sótano lleno de comida. Mi decisión está tomada: Nos mudaremos allá mañana.

Es como si me hubieran quitado un peso de encima. Me siento renacer. Por primera vez desde que recuerdo, no siento el hambre que me carcome, no siento el frío lacerando mis dedos. Incluso el viento, mientras voy bajando, parece estar en mi espalda, ayudándome en el trayecto, y sé que las cosas finalmente han cambiado. Por primera vez desde que recuerdo, sé que ahora podremos salir adelante.

Ahora podemos sobrevivir.

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Arena Uno. Tratantes De Esclavos

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