Читать книгу Arena Uno. Tratantes De Esclavos - Морган Райс, Morgan Rice - Страница 12
D O S
ОглавлениеCuando llegué a la casa de papá era el ocaso, la temperatura bajaba, la nieve empezaba a endurecerse y crujía bajo mis pies. Salgo del bosque y veo ahí nuestra casa, visiblemente ubicada al lado de la carretera, y me siento aliviada de saber que todo se ve tranquilo, tal y como lo dejé. De inmediato busco en la nieve cualquier pisada -- o huellas de animales – saliendo o entrando y no encuentro ninguna.
No hay luces en el interior de la casa, pero eso es normal. Me preocuparía si las hubiera. No tenemos electricidad, y las luces sólo significarían que Bree ha encendido velas - y ella no lo haría si no estoy yo ahí. Me detengo y escucho durante varios segundos, y todo está quieto. No hay ruidos de lucha, ni gritos de auxilio, no hay quejidos por enfermedad. Doy un suspiro de alivio.
Una parte de mí siempre tiene miedo de que al regresar encuentre la puerta abierta, la ventana destrozada, huellas de pisadas hacia la casa, a Bree secuestrada. He tenido esta pesadilla varias veces, y siempre despierto sudando, y camino a la otra habitación para asegurarme de que Bree está ahí. Ella siempre está ahí, sana y salva, y me reprendo a mí misma. Sé que debería dejar de preocuparme, después de todos estos años. Pero por alguna razón, simplemente no puedo evitarlo; cada vez que tengo que dejar sola a Bree, es como si me clavaran un cuchillito en mi corazón.
Aún en estado de alerta, detectando todo lo que me rodea, examino nuestra casa a la luz del día, que se consume. Honestamente, nunca fue buena, para empezar. Un rancho típico de montaña, que parece una caja rectangular sin carácter, adornado con revestimiento de vinil aguamarina barato, que parecía viejo desde el principio, y que ahora se ve deteriorado. Las ventanas son pequeñas y escasas y están hechas de un plástico barato. Parecen de las que hay en un complejo de casas rodantes. Tal vez de 4.5 metros de ancho por unos nueve de profundidad, que debía ser de un dormitorio, pero el que la construyó, en su sabiduría, la hizo de dos pequeñas habitaciones y una sala de estar aún más pequeña.
Recuerdo haberla visitado cuando era niña, antes de la guerra, cuando el mundo era todavía normal. Cuando papá estaba en casa, nos traía hasta aquí los fines de semana, para escapar de la ciudad. Yo no quería ser desagradecida, y siempre le puse una buena cara, pero secretamente, nunca me gustó; siempre me pareció oscura y estrecha, y había un olor a humedad. Cuando era niña, recuerdo que no podía esperar a que el fin de semana terminara para alejarme de este lugar. Recuerdo secretamente que prometí que cuando fuera mayor nunca volvería aquí.
Ahora, irónicamente, estoy agradecida por tener este lugar. Esta casa me salvó la vida -- y la de Bree. Cuando la guerra estalló y tuvimos que huir de la ciudad, no teníamos opciones. Si no fuera por este lugar, no sé adónde nos habríamos ido. Y si este lugar no estuviera tan lejos y en lo alto como está, entonces probablemente habríamos sido capturadas por los tratantes de esclavos hace mucho tiempo. Es curioso cómo se puede odiar tanto a las cosas cuando somos infantes y que terminamos apreciando siendo adultos. Bueno, casi adultos. A los 17 años, me considero una persona adulta, de todos modos. Probablemente he envejecido más que la mayoría, en los últimos años.
Si esta casa no se hubiera construido en la carretera, y estuviera tan expuesta, si fuera sólo un poco más pequeña, estuviera más protegida, más adentro del bosque, no creo que me preocuparía tanto. Por supuesto, tendríamos que aguantar las delgadas paredes, el techo con goteras, y las ventanas que dejan pasar el viento. Jamás llegará a ser una casa cómoda ni cálida. Pero al menos sería segura. Ahora, cada vez que la miro, y veo el amplio panorama allá afuera, no puedo evitar pensar que es un blanco fácil.
Mis pies crujen en la nieve cuando me acerco a la puerta de vinilo, y se escuchan ladridos desde el interior. Es Sasha, haciendo lo que le enseñé a hacer: proteger a Bree. Estoy muy agradecida de tenerla. Cuida a Bree con tanto esmero, ladra al menor ruido; me da suficiente tranquilidad cuando salgo a cazar. Aunque al mismo tiempo, me preocupa también que su ladrido nos delate; después de todo, un perro que ladra, generalmente significa que hay seres humanos. Y eso es exactamente lo que un tratante de esclavos quiere escuchar.
Me apresuro a entrar en la casa y rápidamente la hago callar. Cierro la puerta tras de mí, haciendo malabares con los leños que traigo en la mano, y entro en la oscura sala. Sasha se calma, moviendo la cola y saltando sobre mí. Es una perra labrador color chocolate, de seis años; Sasha es la perra más leal que jamás podría imaginar -- y la mejor compañía. Si no fuera por ella, creo que Bree habría caído en una depresión desde hace mucho tiempo. Yo también podría estarlo.
Sasha me lame la cara, lloriqueando, y parece más emocionada que de costumbre; olfatea mi cintura, mis bolsillos, detectando que he traído a casa algo especial. Dejo los leños para poder acariciarla, y al hacerlo, puedo sentir sus costillas. Está demasiado flaca. Me siento culpable. Por otra parte, Bree y yo también lo estamos. Siempre compartimos con ella lo que encontramos para comer, así que las tres estamos en las mismas condiciones. Aun así, me gustaría poder darle más.
Ella acerca la nariz al pescado, y al hacerlo, vuela de la mano y cae en el suelo. Sasha se lanza inmediatamente sobre él, sus garras hacen que se deslice por el suelo Ella salta sobre el pescado de nuevo, esta vez mordiéndolo. Pero a ella no debe gustarle el sabor del pescado crudo, así que lo deja. Pero juega con él, saltándole encima una y otra vez, mientras se desliza por el suelo.
"¡Sasha, detente!", le digo en voz baja, para no despertar a Bree. También temo que si juega con él demasiado tiempo, podría abrirlo y perder parte de la carne valiosa. Obediente, Sasha se detiene. Sin embargo, puedo ver lo emocionada que está, y quiero darle algo. Meto la mano en el bolsillo, abro la tapa de lata del frasco de conservas, saco un poco de la mermelada de frambuesa con el dedo, y se la doy.
Sin perder el ritmo, lame mi dedo, y de tres grandes lamidas, se ha comido todo lo que le serví. Se lame los labios y me mira con los ojos bien abiertos, con ganas de que le dé más.
Le acaricio la cabeza, le doy un beso, y vuelvo a levantarme. Ahora me pregunto si estuvo bien darle un poco, o si fui cruel por darle tan poco.
La casa está a oscuras como siempre está en la noche, mientras trastabilleo. Rara vez encenderé una hoguera. Por mucho que necesitemos el calor, no quiero correr el riesgo de llamar la atención. Pero esta noche es diferente: Bree tiene que ponerse bien, tanto física como emocionalmente, y sé que una hoguera hará que lo logre. También me siento más abierta a ser audaz, teniendo en cuenta que vamos a mudarnos de aquí mañana.
Cruzo la habitación hasta el armario y saco una vela y un encendedor. Una de las mejores cosas de este lugar era su enorme alijo de velas, una de las pocas buenas consecuencias de que mi padre fuera un infante de marina, por ser un fanático de la supervivencia. Cuando de niñas veníamos de visita, la electricidad se iba durante cada tormenta, por lo que él había almacenado velas, decidido a vencer a los elementos. Recuerdo que solía burlarme de él, por eso lo llamaba: "acumulador" cuando descubrí todo su armario lleno de velas. Ahora que me quedan pocas, desearía que hubiese guardado más.
He mantenido con vida nuestro único encendedor, usándolo con moderación, y sacando un poco de gasolina de la motocicleta una vez cada pocas semanas. Doy gracias a Dios todos los días por la moto de papá, y también estoy agradecida por haberle puesto combustible una última vez; es la única cosa que tenemos que me hace pensar que todavía tenemos una ventaja, que tenemos algo realmente valioso, una manera de sobrevivir, si las cosas se van al infierno. Papá siempre tenía la moto en el pequeño garaje adjunto a la casa, pero cuando llegamos por primera vez, después de la guerra, lo primero que hice fue sacar a darle una vuelta por la colina, hacia el bosque, escondiéndola debajo de arbustos y ramas y espinas tan gruesas que posiblemente nadie podría encontrarla. Pensé que si descubrían nuestra casa, lo primero que harían es revisar el garaje.
También estoy agradecida de que mi padre me enseñara a conducirla cuando yo era más joven, a pesar de las protestas de mamá. Fue más difícil aprender a conducirla que la mayoría de las motos, por el sidecar que trae. Recuerdo que cuando tenía doce años, aterrorizada, aprendí a conducirla mientras papá estaba sentado en el sidecar, dándome órdenes cada vez que el motor se me apagaba. Aprendí sobre estas empinadas e implacables carreteras de montaña, y recuerdo haber tenido la sensación de que íbamos a morir. Recuerdo estar mirando por encima del acantilado, viendo la caída, y llorando, insistiendo en que él condujera. Pero él se negaba. Se quedaba allí sentado obstinadamente durante más de una hora, hasta que por fin yo dejaba de llorar y lo intentaba de nuevo. Y de alguna manera, aprendí a manejarla. En resumen, esa fue mi crianza.
No he tocado la moto desde el día en que la escondí, y ni siquiera me arriesgo a ir a verla, excepto cuando tengo que sacarle el combustible, e incluso sólo voy a hacerlo por la noche. Me imagino que si alguna vez nos vemos en problemas y necesitamos salir de aquí rápido, pondré a Bree y a Sasha en el sidecar y nos iremos a un lugar seguro. Pero, en realidad, no tengo idea acerca del lugar al que podríamos ir. De todo lo que he visto y escuchado, el resto del mundo es un páramo, lleno de criminales violentos, pandillas y pocos sobrevivientes. Los pocos violentos que han logrado sobrevivir se han congregado en las ciudades, secuestrando y esclavizando a quienquiera que encuentren, ya sea para sus propios fines, o para participar en los enfrentamientos a muerte en los estadios. Supongo que Bree y yo somos de las pocas sobrevivientes que aún viven libremente, por nuestra cuenta, fuera de las ciudades. Y entre los pocos que aún no han muerto de hambre.
Enciendo la vela, y Sasha me sigue mientras camino lentamente a través de la casa a oscuras. Supongo que Bree está dormida, y eso me preocupa: normalmente no duerme tanto. Me detengo ante su puerta, indecisa acerca de despertarla. Al estar ahí parada, miro hacia arriba y me asombro de ver mi propio reflejo en el pequeño espejo. Me veo mucho mayor, como cada vez que me veo en el espejo. Mi rostro, delgado y anguloso, está sonrojado por el frío, mi cabello castaño claro me llega a los hombros, enmarcando mi cara, y mis ojos gris acero me miran como si pertenecieran a alguien que no reconozco. Son ojos severos y penetrantes. Papá siempre decía que tenía ojos de lobo. Mamá siempre decía que eran hermosos. No estaba segura de a quién creer.
Rápidamente alejo la mirada, no quería verme a mí misma. Extiendo la mano y volteo el espejo para que eso no vuelva a suceder.
Poco a poco abro la puerta de Bree. En cuanto lo hago, Sasha entra y corre al lado de Bree, acostándose y apoyando su barbilla sobre su pecho, mientras le lame la cara. Nunca deja de sorprenderme lo unidas que son ellas dos; a veces siento que están más unidas que nosotras.
Bree abre lentamente los ojos y los entrecierra en la oscuridad.
"¿Brooke?", pregunta.
"Soy yo", le digo en voz baja. "Estoy en casa".
Ella se sienta y sonríe mientras sus ojos se iluminan con aprecio. Ella se encuentra en un colchón barato en el suelo y se despoja de su delgada manta y comienza a salir de la cama, todavía en piyama. Se mueve más lentamente de lo habitual.
Me agacho y le doy un abrazo.
"Tengo una sorpresa para ti", le digo, apenas capaz de contener mi emoción.
Ella mira hacia arriba con los ojos bien abiertos, y luego los cierra y extiende sus manos, esperando. Ella es tan crédula, tan confiada, que me sorprende. Estoy indecisa sobre qué darle primero, y le doy el chocolate. Meto la mano en el bolsillo, saco la barra, y poco a poco la coloco en la palma de su mano. Ella abre los ojos y mira sus manos, entrecerrando los ojos en la luz; indecisa, acerco la vela.
"¿Qué es?", pregunta.
"Un chocolate”, respondo.
Ella levanta la vista como si yo le estuviera jugando una mala pasada.
"Es en serio", dije.
"Pero, ¿de dónde lo has sacado?" Pregunta ella, sin comprender. Ella mira hacia abajo como si un asteroide acabara de aterrizar en su mano. No la culpo: ya no hay tiendas, no hay gente alrededor, y no hay ningún lugar a menos de ciento sesenta kilómetros, donde yo pudiera encontrar una cosa así.
Le sonrío. "Santa Claus me lo dio para ti. Es un regalo de Navidad anticipado".
Ella frunce el ceño. "No, en serio", insiste.
Respiro profundamente, al darme cuenta de que es hora de decirle lo de nuestra nueva casa, lo de mudarnos de aquí mañana. Trato de pensar en la mejor manera de expresarlo. Espero que se emocione tanto como yo, pero con los niños, nunca se sabe. Una parte de mí, se preocupa acerca de que ella pudiera sentirse apegada a este lugar, y que no quiera dejarlo.
"Bree, tengo grandes noticias", le digo, mientras me inclino hacia abajo y la tomo de los hombros. "Hoy descubrí el lugar más increíble, allá arriba. Es una pequeña casa de piedra, y es perfecta para nosotras. Es acogedora, cálida y segura, y tiene la más hermosa chimenea, que podemos encender todas las noches. Y lo mejor de todo es que tiene todo tipo de comida. Al igual que este chocolate".
Bree vuelve a mirar el chocolate, analizándolo, y abre los ojos aún más cuando se da cuenta de que es de verdad. Ella quita suavemente la envoltura y lo huele. Cierra los ojos y sonríe, luego se inclina para darle una mordida, pero de repente se detiene. Ella me mira con preocupación.
"¿Y para ti?" pregunta" ¿Sólo hay una barra?"
Así es Bree, siempre tan considerada, aunque se esté muriendo de hambre. "Muérdelo tú primero", le digo. "No hay problema".
Ella jala la envoltura hacia atrás, y le da una gran mordida. Su rostro, ahuecado de hambre, se llena de euforia.
"Mastica lentamente", le advierto. "No quiere que tengas un dolor de estómago".
Ella se desacelera, saboreando cada bocado. Corta un gran pedazo y lo pone en mi mano. "Es tu turno", dice ella.
Poco a poco lo pongo en mi boca, dándole una pequeña mordida, dejándolo en la punta de mi lengua. Lo chupo y a continuación lo mastico lentamente, saboreando cada momento. El sabor y el olor del chocolate llenan mis sentidos. Posiblemente es la mejor cosa que he probado.
Sasha lloriquea, acercando su nariz al chocolate, y Bree corta un trozo y se lo ofrece. Sasha lo quita de sus dedos y lo traga de un bocado. Bree se ríe, encantada con ella, como siempre. Luego, en una sorprendente muestra de autocontrol, Bree envuelve la mitad restante de la barra, estira la mano y sabiamente lo pone en lo alto de la cómoda, fuera del alcance de Sasha. Bree todavía se ve débil, pero puedo ver que empieza a reanimarse.
"¿Qué es eso?" me pregunta, señalando mi cintura.
Por un momento no me di cuenta de qué estaba hablando, y bajé la mirada y vi el oso de peluche. Con toda la emoción, casi lo había olvidado. Estiré la mano y se lo entregué.
"Lo encontré en nuestra nueva casa", le dije. “Es para ti".
Bree abre los ojos llena de emoción mientras sujeta al oso, envolviéndolo en su pecho y meciéndose hacia atrás y adelante.
"¡Me encanta!", exclama Bree, sus ojos brillan". ¿Cuándo podemos mudarnos? ¡No puedo esperar!"
Me siento aliviada. Antes de que pueda responder, Sasha se inclina y pega la nariz contra el nuevo oso de peluche de Bree, olfateándolo; Bree lo frota juguetonamente en su cara, y Sasha se lo arrebata y sale corriendo de la habitación.
"¡Oye!", grita Bree, estallando en un ataque de risa, mientras la persigue.
Ambas corren hacia la sala de estar, enfrascadas en una lucha por el oso. No estoy segura de quién lo disfruta más.
Voy tras ella, ahuecando la vela con cuidado para que no se apague y para llevarla directamente a mi pila de leña. Puse algunas de las ramas más pequeñas en la chimenea, y luego arranqué un puñado de hojas secas de una cesta que estaba junto a la chimenea. Me alegro de haberlas recogido el otoño pasado para que sirvan para encender el fuego. Funcionan de maravilla. Pongo las hojas secas bajo las ramas, las enciendo y la llama no tarda en subir y lamer la madera. Sigo poniendo hojas en la chimenea, hasta que finalmente, las ramas están totalmente prendidas. Soplo la vela, guardándola para otra ocasión.
"¿Estamos teniendo una hoguera?", Bree grita emocionada.
"Sí", le digo. "Esta noche vamos a celebrar. Es nuestra última noche aquí".
"¡Viva!" grita Bree, dando saltos, y Sasha ladra junto a ella, uniéndose a la emoción. Bree corre y agarra algo de la leña, ayudándome mientras la coloco sobre el fuego. La ponemos con cuidado, dejando espacio para el aire, y Bree sopla sobre ella, avivando las llamas. Una vez que la leña se enciende, coloco un tronco más grueso en la parte superior. Sigo apilando troncos más grandes, hasta que por fin tenemos una hoguera.
En momentos, la habitación está encendida, y ya se puede sentir el calor. Estamos junto al fuego, y yo extiendo mis manos, frotándolas, dejando que el calor penetre en mis dedos. Poco a poco, la sensación comienza a regresar. Me descongelo gradualmente por el largo día al aire libre, y empiezo a sentirme yo misma de nuevo.
"¿Qué es eso?", pregunta Bree, señalando el piso. "¡Parece un pescado!".
Ella corre hacia él y lo agarra, recogiéndolo, y resbala de sus manos. Ella se ríe, y Sasha, sin perder el ritmo, se abalanza sobre él con sus patas, haciendo que se deslice por el suelo, "¿Dónde lo atrapaste?", grita Bree.
Lo recojo antes de que Sasha pueda hacer más daño, abro la puerta, y lo echo fuera, en la nieve, donde se conservará mejor y fuera de peligro, antes de cerrar la puerta detrás de mí.
"Esa era mi otra sorpresa", le digo. "¡Vamos a cenar esta noche!"
Bree corre y me da un gran abrazo. Sasha ladra, como si comprendiera. La abrazo.
"Tengo dos sorpresas más para ti", anuncio con una sonrisa. "Son para el postre. ¿Quieres que espere hasta después de la cena? ¿O las quieres ahora?"
"¡Ahora!", grita emocionada.
Sonrío, emocionada también. Al menos eso la tendrá controlada durante la cena.
Meto la mano en mi bolsillo y extraigo el tarro de mermelada. Bree lo mira divertida, dudando notoriamente, y desenrosco la tapa y la coloco debajo de su nariz. "Cierra los ojos", le digo.
Ella lo hace. "Ahora, inhala".
Ella respira profundamente, y se asoma una sonrisa en su rostro. Abre sus ojos.
"¡Huele como a frambuesa!" exclama.
"Es mermelada. Adelante. Pruébala".
Bree mete dos dedos, saca una gran bola y se la come. Sus ojos se iluminan.
"Qué rico", dice ella, mientras vuelve a meter los dedos, toma otra bola y la acerca a Sasha, quien se acerca corriendo y sin dudarlo se lo traga. A Bree le da un ataque de risa y yo aprieto la tapa y pongo el tarro en la repisa, lejos de Sasha.
"¿Esto es también de nuestra nueva casa?" me pregunta.
Asiento con la cabeza, aliviada al oír que ella ya lo considera nuestro nuevo hogar.
"Y hay una última sorpresa", le digo. "Pero la voy a dejar para la cena".
Quito el termo de mi cinturón y lo pongo arriba en la repisa, fuera de su vista, para que no vea de qué se trata. Puedo verla estirando el cuello, pero lo oculto bien.
"Confía en mí", le digo. "Será algo bueno".
*
No quiero que la casa apeste a pescado, así que decido desafiar al frío y preparar el salmón afuera. Llevo mi cuchillo y me dispongo a prepararlo, apoyándolo en un tocón de árbol mientras me arrodillo junto a él en la nieve. Realmente no sé lo que estoy haciendo, pero sé lo suficiente para darme cuenta de que uno no se come ni la cabeza ni la cola. Así que empiezo por quitar esas partes.
También supongo que no vamos a comer las aletas, así que las corto; tampoco las escamas, así que se las quito lo mejor que puedo. Entonces me imagino que se tiene que abrir para comer, así que corto lo que queda de él por la mitad. Deja al descubierto las entrañas gruesas y rosadas y tiene un montón de espinas. No sé qué más hacer, así que me imagino que está listo para ser cocinado.
Antes de entrar, siento la necesidad de lavarme las manos. Me agacho, agarro un puñado de nieve, y me enjuago las manos con ella, agradecida por la nieve -- por lo general, tengo que caminar hasta el arroyo más cercano, ya que no tenemos agua corriente. Me levanto, y antes de entrar, me detengo un segundo y disfruto de mi entorno. Al principio, estoy escuchando, como siempre lo hago, para detectar cualquier signo de ruido, de peligro. Después de varios segundos, me doy cuenta de que el mundo está de lo más tranquilo posible. Finalmente, poco a poco, me relajo, respiro profundo, siento los copos de nieve sobre mis mejillas, disfruto de esta gran tranquilidad, y me doy cuenta de lo absolutamente hermoso que es mi entorno. Los altos pinos están cubiertos de blanco, la nieve cae sin cesar de un cielo púrpura, y el mundo parece perfecto, como un cuento de hadas. La chimenea resplandece a través de la ventana, y desde aquí, nuestra casa parece el lugar más acogedor del mundo.
Regreso a la casa con el pescado, cerrando la puerta detrás de mí, y se siente bien entrar en un lugar mucho más cálido, con la suave luz del fuego reflejando todo. Bree se ha ocupado bien del fuego, como siempre lo hace, agregando leños de manera experta, y ahora llega a una altura mayor. Ella está poniendo los cubiertos en el suelo, junto a la chimenea, con cuchillos y tenedores de la cocina. Sasha se sienta a su lado con atención, observando cada movimiento.
Yo acerco el pescado al fuego. Realmente no sé cómo cocinarlo, así que me imagino que voy a ponerlo en el fuego durante un rato, dejarlo asar, darle la vuelta un par de veces, y espero que eso funcione. Bree lee mi mente: ella se dirige inmediatamente a la cocina y vuelve con un cuchillo afilado y dos pinchos largos. Ella ensarta cada trozo de pescado, luego toma su porción y la sostiene sobre la llama. Yo sigo su ejemplo. El instinto doméstico de Bree siempre ha sido superior al mío, y estoy agradecida por su ayuda. Siempre hemos sido un buen equipo.
Las dos nos quedamos ahí, mirando las llamas, paralizadas, sosteniendo nuestro pescado en el fuego hasta que nuestros brazos se tornan pesados. El olor a pescado llena la habitación, y después de unos diez minutos siento dolor en el estómago y me impaciento de hambre. Decido que mi pescado ya está cocido, después de todo, supongo que la gente come pescado crudo a veces, así que no podría ser tan malo. Bree parece estar de acuerdo, así que cada una puso su parte en el plato y nos sentamos en el suelo, una al lado de la otra, de espaldas al sofá y con los pies hacia la hoguera.
"Ten cuidado", le advierto. “Todavía hay un montón de espinas en su interior".
Saco las espinas, y Bree hace lo mismo. Una vez que se las quito, tomo un pequeño trozo de la carne de pescado de color rosa, que está caliente al tacto, y me alisto para comerlo.
En realidad, tiene buen sabor. No estaría mal ponerle un poco de sal o algún condimento, pero al menos su sabor es de algo frito y es de lo más fresco posible. Puedo sentir que la proteína que tanto necesito entra en mi cuerpo. Bree también devora el suyo, y noto el alivio en su rostro. Sasha se sienta a su lado, mirando fijamente, lamiéndose el hocico, y Bree elige un pedazo grande, cuidadosamente le quita las espinas y se lo da de comer a Sasha. Sasha lo mastica y se lo traga, entonces lame sus morros y vuelve a mirar, deseando comer más.
"Ven, Sasha", le digo.
Viene corriendo y tomo un pedazo de mi pescado, le quito las espinas, y se lo doy; ella lo traga en segundos. Sin darme cuenta, mi pescado se acabó – también el de Bree -- y me sorprende sentir que mi estómago gruñe de nuevo. Desearía haber atrapado otros más. Aun así, esta fue una cena con más comida de la que habíamos tenido en semanas, y trato de esforzarme para estar conforme con lo que tenemos.
Entonces recuerdo la savia. Me levanto de un salto, retiro el termo de su escondite y se lo doy a Bree.
"Anda", le sonrío, "dale el primer sorbo".
"¿Qué es?" pregunta, desenroscándolo y acercándolo a su nariz. "No huele a nada".
"Es la savia del arce", le digo. "Es como agua con azúcar. Pero mejor".
Ella sorbe vacilantemente, y luego me mira, con los ojos bien abiertos de alegría. "¡Es deliciosa!”, dice alborotada. Toma varios sorbos grandes, luego se detiene y me lo da. No me resisto a tomar varios sorbos grandes. Siento el subidón de azúcar. Me inclino y con cuidado, vierto un poco en el tazón de Sasha, ella lame todo y parece que también le gusta.
Pero todavía me estoy muriendo de hambre. En un raro momento de debilidad, pienso en el tarro de mermelada y digo: ¿por qué no? Después de todo, supongo que hay muchos más en esa cabaña en la cima de la montaña, y si esta noche no es motivo para celebrar, ¿entonces cuándo?
Bajo el frasco de conservas, lo desenrosco, meto mi dedo, y saco un gran montón. Lo pongo en mi lengua y lo dejo reposar en la boca todo el tiempo que puedo antes de tragarlo. Es celestial. Extiendo la mano con el resto del frasco, todavía medio lleno, y se lo doy a Bree. "Adelante", le digo, termínatelo. "Hay más en nuestra nueva casa".
Bree abre bien los ojos y extiende la mano. "¿Estás segura?" pregunta. "¿No deberíamos guardarlo?".
Niego con la cabeza. "Es hora de darnos un gusto".
Bree no necesita mucho convencimiento. En cuestión de minutos se lo come todo, dejando solo un poco más para Sasha.
Nos tumbamos allí, apoyadas en el sofá, con los pies en dirección al fuego, y finalmente, siento que mi cuerpo empieza a relajarse. Entre el pescado, la savia y la mermelada, por fin, poco a poco, siento que regresa mi fuerza. Miro a Bree, que está dormitando; la cabeza de Sasha está en su regazo, y aunque todavía se ve enferma, por primera vez en mucho tiempo, detecto esperanza en sus ojos.
"Te amo, Brooke", dice en voz baja.
"Yo también te amo", le respondo.
Pero cuando echo un vistazo me doy cuenta que ya está profundamente dormida.
Bree está acostada en el sofá, frente al fuego, mientras que yo me siento en la silla al lado de ella; es un hábito al que nos hemos acostumbrado a lo largo de los meses. Todas las noches antes de acostarnos, se acurruca en el sofá, pues le da mucho miedo dormir sola en su cuarto. Yo le hago compañía, a la espera de que se quede dormida, después de lo cual la llevo cargando a la cama. La mayoría de las noches no tenemos una hoguera, pero nos sentamos allí de todos modos.
Bree siempre tiene pesadillas. Antes no las tenía; recuerdo que, antes de la guerra, se quedaba dormida fácilmente. De hecho, incluso me burlaba de ella por eso, la llamaba Bree, "hora de dormir", ya que se quedaba dormida en el coche, en un sofá, leyendo un libro en una silla -- en cualquier lugar. Pero ya no, ahora se queda despierta durante horas, y cuando duerme, está intranquila. La mayoría de las noches oigo sus gemidos o gritos a través de las delgadas paredes. ¿Quién puede culparla? Con el horror que hemos visto, es increíble que no haya enloquecido por completo. Hay demasiadas noches en las que apenas puedo dormir.
Lo único que le ayuda es cuando le leo. Afortunadamente, cuando escapamos, Bree tuvo la entereza de tomar su libro favorito. The Giving Tree (El Árbol Generoso). Todas las noches se lo leo. Ya me lo sé de memoria, y cuando estoy cansada, a veces cierro los ojos y lo recito de memoria. Por suerte, es corto.
Me recuesto en la silla, sintiéndome también con sueño, volteo la cubierta gastada y empiezo a leer. Sasha está acostada en el sofá junto a Bree, con las orejas hacia arriba, y a veces me pregunto si también estará escuchando.
"Había una vez un árbol que amaba a un pequeño niño. Y todos los días el niño iba y recogía sus hojas y las convertía en coronas y jugaba al Rey de la Selva".
Echo un vistazo y Bree está en el sofá, profundamente dormida. Me siento aliviada. Quizá fue gracias al fuego, o tal vez por la comida. Dormir es lo que más necesita ahora para recuperarse. Me quito mi nueva bufanda, envuelta de manera ceñida alrededor de mi cuello, y suavemente la extiendo sobre su pecho. Finalmente, su pequeño cuerpo deja de temblar.
Pongo un último leño en el fuego, me siento en mi silla, y giro, mirando las llamas. Veo cómo se consume lentamente y desearía haber transportado más troncos. Es mejor así. Será más seguro de esta manera.
Un leño chisporrotea mientras me pongo cómoda, sintiéndome más relajada de lo que he estado en años. A veces, después de que Bree se queda dormida, traigo mi libro y lo leo. Lo veo ahí, en el suelo: El Señor de las Moscas. Es el único libro que me queda y está tan gastado por el uso, que parece que tuviera cien años de antigüedad. Es una experiencia extraña, que quede sólo un libro en el mundo. Hace que me dé cuenta de todo lo que subestimé, me hace extrañar la época en que había bibliotecas.
Esta noche me siento muy emocionada para leer. Mi mente vuela, está llena de pensamientos para un mañana, sobre nuestra nueva vida en lo alto de la montaña. Sigo pensando en todas las cosas que voy a necesitar para mudarnos allá, y cómo lo voy a hacer. Están nuestros utensilios básicos, los fósforos, lo que queda de nuestras velas, mantas y colchones. Fuera de eso, ninguna de nosotras tenemos mucha ropa, y aparte de nuestros libros, no tenemos posesiones. Esta casa era bastante austera cuando llegamos, así que no tenemos recuerdos. Me gustaría llevar este sofá y una silla, aunque voy a necesitar la ayuda de Bree para eso, y voy a tener que esperar hasta que ella se sienta lo suficientemente bien. Vamos a tener que hacerlo por etapas, llevando primero lo esencial, y dejando los muebles para el final. Eso está bien, siempre y cuando estemos allí arriba, seguras y protegidas. Eso es lo que más importa.
Me pongo a pensar en todas las maneras para hacer que esa pequeña cabaña sea aún más segura de lo que es. Definitivamente voy a tener que encontrar la manera de hacer unas persianas para las ventanas abiertas, para que pueda cerrarlas cuando lo necesite. Miro a mi alrededor, buscando en nuestra casa algo que pueda usar. Necesitaría bisagras para que las persianas funcionen, y veo las bisagras en la puerta de la sala de estar. Tal vez pueda quitarlas. Y ya que estoy en ello, tal vez pueda usar la puerta de madera también, y cortarla en pedazos.
Cuanto más miro a mi alrededor, más empiezo a darme cuenta de lo mucho que puedo rescatar. Recuerdo que mi padre dejó una caja de herramientas en el garaje, con una sierra, martillo, destornillador, incluso una caja de clavos. Es una de las cosas más valiosas que tenemos, y hago una nota mental para llevar eso en primer lugar.
Después por supuesto, la motocicleta. Eso es imperante en mi mente: cuándo transportarla, y de qué manera. No puedo soportar la idea de dejarla, ni siquiera por un minuto. Así que en nuestro primer viaje allá arriba, la llevaré. No puedo arriesgarme a ponerla en marcha y llamar la atención - y además, la cara de la montaña es demasiado empinada para conducir hacia arriba. Voy a tener que subirla caminando hasta la montaña. Presupongo lo agotador que será, sobre todo en la nieve. Pero no veo otra manera. Si Bree no estuviera enferma, ella podría ayudarme, pero en su estado actual, no llevará nada - sospecho que incluso tendré que cargarla. Me doy cuenta de que no tenemos más remedio que esperar hasta mañana por la noche, al amparo de la oscuridad, antes de que nos mudemos. Tal vez estoy siendo paranoica - las posibilidades de que alguien nos esté vigilando son remotas, pero aun así, es mejor ser cautelosas. Sobre todo porque sé que hay otros sobrevivientes aquí arriba. De eso estoy segura.
Recuerdo el primer día que llegamos. Las dos estábamos aterrorizadas, solas, y agotadas. Esa primera noche, ambas fuimos a la cama con hambre, y me preguntaba cómo íbamos a sobrevivir. ¿Había sido un error dejar Manhattan, abandonar a nuestra madre, dejar atrás todo lo que conocíamos?
Y entonces en nuestra primera mañana, desperté, abrí la puerta y me sorprendió descubrirlo ahí sentado: el cadáver de un ciervo muerto. Al principio, yo estaba aterrorizada. Lo tomé como una amenaza, una advertencia, suponiendo que alguien nos estaba diciendo que nos fuéramos, que no éramos bienvenidas ahí. Pero después de que superé mi sorpresa inicial, me di cuenta de que ése no era el caso: en realidad era un regalo. Alguien, otro sobreviviente, debe habernos estado observando... Debe haber visto lo desesperadas que estábamos, y en un acto de generosidad suprema, decidió darnos su presa, nuestra primera comida, carne suficiente para que durara varias semanas. No puedo imaginar lo valiosa que debe haber sido para él.
Recuerdo haber caminado afuera, mirando a todas partes, arriba y abajo de la montaña, mirando en todos los árboles, esperando que alguna persona apareciera y me saludara. Pero nadie lo hizo. Todo lo que vi fueron árboles, y a pesar de que esperé varios minutos, todo lo que escuché fue el silencio. Pero sabía, yo sabía que estaba siendo vigilada. Supe entonces que había otras personas que estaban aquí, sobreviviendo como nosotras.
Desde entonces, he sentido una especie de orgullo, sentí que éramos parte de una comunidad silenciosa de supervivientes aislados que viven en estas montañas, prefiriendo estar solos, que nunca se comunican entre sí por temor a ser vistos, por temor a ser visibles para un tratante de esclavos. Supongo que así es como los otros han sobrevivido tanto tiempo: no dejando nada al azar. Al principio, yo no lo entendía. Pero ahora lo agradezco. Y desde entonces, aunque nunca veo a nadie, nunca me he sentido sola.
Pero también me hizo más justiciera; estos otros sobrevivientes, si todavía están vivos, sin duda alguna, a estas alturas deben estar tan hambrientos y desesperados como nosotras. Especialmente en los meses de invierno. Quién sabe si el hambre, si la necesidad de defender a sus familias, los ha llevado al extremo de la desesperación, si su carácter caritativo ha sido reemplazado por un puro instinto de conservación. Sé que el pensar en Bree, Sasha, y yo muertas de hambre, a veces me ha llevado a tener algunos pensamientos bastante desesperados. Así que no voy a dejar nada al azar. Nos mudaremos por la noche.
De todos modos, funciona a la perfección. Tengo que aprovechar la mañana para volver a subir hasta allá, sola, para explorar primero, para asegurarme una vez más que nadie ha entrado o salido. También tengo que volver a ese lugar donde encontré el ciervo y esperarlo. Sé que es una posibilidad remota, pero si me lo encuentro de nuevo, y acabo con él, nos puede alimentar durante varias semanas. Perdí a ese primer ciervo que nos fue dado, hace años, porque yo no sabía cómo despellejarlo ni cómo cortarlo en pedazos ni cómo conservarlo. Lo arruiné y sólo logré hacer una comida con él antes de que el cadáver se descompusiera. Fue un terrible desperdicio de comida, y estoy decidida a no hacerlo de nuevo. Esta vez, sobre todo con la nieve, voy a encontrar una manera de preservarlo.
Meto la mano en mi bolsillo y saco la navaja de bolsillo que papá me dio antes de irse, froto la empuñadura gastada, con sus iniciales grabadas y el logotipo de la Infantería de Marina estampada en ella, como lo he hecho todas las noches desde que llegamos aquí. Me digo a mí misma que él todavía está vivo. Incluso después de todos estos años, a pesar de que sé que las posibilidades de verlo de nuevo son casi nulas, no puedo evitar pensarlo.
Todas las noches deseo que mi papá nunca se hubiera ido, que nunca se hubiera ofrecido como voluntario para la guerra. Fue una guerra estúpida, para empezar. Nunca he entendido realmente cómo comenzó, y a la fecha no lo sé. Papá me lo explicó varias veces, y todavía no lo entiendo. Tal vez fue sólo a causa de mi edad. Tal vez yo no tenía edad suficiente para darme cuenta de lo absurdo que son las cosas que los adultos pueden hacerse unos a otros.
La forma en que papá me lo explicó, fue que se trató de una segunda guerra civil estadounidense, esta vez, no fue entre el Norte y el Sur, sino entre partidos políticos. Entre los demócratas y los republicanos. Dijo que era una guerra que hacía tiempo que se veía venir. Durante los últimos cien años, dijo, Estados Unidos había estado a la deriva en una tierra de dos naciones: los de la extrema derecha y los de la extrema izquierda. Con el tiempo, las posiciones se endurecieron tan profundamente, que se convirtió en una nación de ideologías opuestas.
Papá dijo que las personas de la izquierda, los demócratas, querían una nación dirigida por un gobierno más y más grande, que aumentara los impuestos al 70%, y que pudiera estar involucrado en todos los aspectos de la vida de las personas. Dijo que la gente de la derecha, los republicanos, querían seguir teniendo un gobierno más y más pequeño, uno que eliminara los impuestos por completo, no molestar a la gente, y que les permitiera valerse por sí mismos. Dijo que con el tiempo, estas dos ideologías diferentes, en lugar de comprometerse, sólo seguían distanciándose, llevando las cosas al extremo -- hasta que llegaron a un punto en el que ya no estaban de acuerdo en nada.
Para empeorar las cosas, dijo, Estados Unidos había llegado a estar tan poblado, que era más difícil para cualquier político conseguir la atención de la gente a nivel nacional, y los políticos de ambos partidos comenzaron a darse cuenta de que la toma de posiciones extremas era la única forma de obtener tiempo de emisión nacional, que era lo que necesitaban para su ambición personal.
Como resultado de esto, las personas más prominentes de ambos partidos eran los que estaban en la posición extrema, cada uno tratando de superar al otro, tomando posiciones en las que ni siquiera creían realmente, pero que se veían forzados a tomar. Naturalmente, cuando las dos partes debatían, sólo podían chocar entre ellos --- y lo hacían con palabras cada vez más duras. Al principio eran sólo insultos y ataques personales. Pero con el tiempo, la guerra verbal se intensificó. Y un día, llegaron a un punto sin retorno.
Un día, hace unos diez años, un momento crítico llegó cuando un líder político amenazó al otro con una palabra profética: "Secesión". Si los demócratas trataban de aumentar los impuestos aunque fuese un centavo más, su partido se separaría del sindicato y cada pueblo, cada ciudad, cada estado, se dividiría en dos. No por la tierra, sino por la ideología.
No pudo haber sido un peor momento, en ese entonces, la nación estaba en una depresión económica, y había suficiente descontento, hartos con la pérdida de puestos de trabajo, para que él ganara popularidad. A los medios de comunicación les encantaron los niveles de audiencia que obtuvo, y le dieron más y más tiempo en el aire. Pronto, su popularidad creció. Con el tiempo, sin nadie para detenerlo, con los demócratas no dispuestos a transigir, y aprovechando el impulso que llevaba, su idea se fortaleció. Su partido propuso su propia bandera de la nación e incluso su propia moneda.
Ese fue el primer momento crítico. Si alguien se hubiera levantado y lo hubiera evitado, todo se pudo haber detenido. Pero nadie lo hizo. Entonces fue más lejos.
Envalentonado, este político propuso que el nuevo sindicato tuviera su propia policía, sus tribunales, sus propios soldados y su propio estado de guerra. Ese fue el segundo momento crítico.
Si el presidente demócrata que estaba en ese momento hubiera sido un buen líder, podría haber detenido las cosas. Pero él agravó la situación al hacer una mala decisión tras otra. En lugar de tratar de calmar las cosas, de atender las necesidades básicas que condujeron a tal descontento, en lugar de eso decidió que la única forma de anular lo que él llamó "la rebelión" era tomar una actitud dura: acusó a todo el mando republicano de sedición. Declaró la ley marcial, y durante la mitad de la noche, los arrestó a todos.
Eso empeoró las cosas, y congregó a todo su partido. También reunió a la mitad de los militares. Las personas se dividieron, en cada casa, cada pueblo, cada cuartel militar; lentamente, la tensión se acumuló en las calles, y unos a otros se odiaban. Incluso se dividieron las familias.
Una noche, los de la cúpula militar leal a los republicanos siguieron órdenes secretas y organizaron un golpe, sacándolos de la cárcel. Hubo un enfrentamiento. Y en la escalinata del Capitolio, el primer tiro fatídico fue disparado. Un joven soldado creyó ver a un oficial tomar un arma y disparar primero. Una vez que el primer soldado cayó, no había vuelta atrás. Se había cruzado la última línea. Un estadounidense había matado a otro estadounidense. Se produjo un tiroteo, resultando en docenas de oficiales muertos. El mando republicano fue llevado a un lugar secreto. Y a partir de ese momento, el ejército se dividió en dos. El gobierno se dividió en dos. Las ciudades, los pueblos, los condados y estados, todos se dividieron en dos. Esto se conoció como la Primera Ola.
Durante los primeros días, los asesores de crisis y las facciones gubernamentales trataron desesperadamente de que hubiera paz. Pero fue demasiado poco y demasiado tarde. Nada pudo detener la tormenta que se avecinaba. Una facción de militaristas de línea dura tomó el asunto en sus manos, deseando la gloria, deseando ser los primeros en la guerra, queriendo tener la ventaja de la velocidad y la sorpresa. Pensaron que el aplastamiento inmediato de la oposición era la mejor manera de poner fin a todo esto.
La guerra comenzó. Sobrevinieron las batallas en suelo americano. Pittsburgh se convirtió en el nuevo Gettysburg, teniendo doscientos mil muertos en una semana. Los tanques iban contra los tanques. Los aviones contra los aviones. Cada día, cada semana, había una escalada de violencia. Se marcaron límites en la arena, se dividieron los recursos militares y de la policía, y las batallas se extendieron a todos los estados de la nación. En todas partes, todos peleaban contra todos, amigos contra amigos, hermano contra hermano. Llegó a un punto en que ya nadie sabía por qué estaban peleando. En el país entero hubo derramamiento de sangre, y parecía que nadie era capaz de detenerlo. Esto se conoce como la Segunda Ola.
Hasta ese momento, tan sangrienta como era, seguía siendo una guerra convencional. Pero luego vino la Tercera Ola, la peor de todas. El Presidente, en su desesperación, que operaba desde un refugio subterráneo secreto, decidió que sólo había una manera de acabar con lo que él todavía insistía en llamar” la Rebelión". Reunió a sus mejores oficiales militares, quienes le aconsejaron utilizar los recursos más fuertes que él tenía para sofocar la rebelión de una vez por todas: los misiles nucleares locales dirigidos. Él estuvo de acuerdo.
Al día siguiente, las cargas nucleares fueron lanzadas en fortificaciones estratégicas republicanas en todo Estados Unidos. Cientos de miles de personas murieron ese día, en lugares como Nevada, Texas, Misisipi. Millones murieron en un segundo.
Los republicanos respondieron. Consiguieron sus propios recursos, emboscaron a NORAD (Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial), y lanzaron sus propias cargas nucleares contra las fortalezas demócratas. Estados como Maine y Nuevo Hampshire fueron aniquilados en su mayoría. Dentro de los siguientes diez días, casi todo Estados Unidos fue destruido, una ciudad tras otra. Fue una oleada tras otra de pura devastación, y los que no fueron muertos por ataque directo, fallecieron poco después a causa del aire tóxico y el agua. En cuestión de un mes, ya no quedaba nadie para pelear. Las calles y edificios se vaciaron de uno en uno, ya que la gente se marchó a luchar contra sus ex vecinos.
Pero papá ni siquiera esperó a ser reclutado -- y por eso lo odio. Se fue mucho antes. Él había sido oficial de la Infantería de Marina veinte años antes de que esto se desatara, y lo había visto venir antes que la mayoría. Cada vez que miraba las noticias, cada vez que veía a dos políticos gritándose uno al otro de la manera más irrespetuosa, siempre subiendo la apuesta, papá sacudía la cabeza y decía: "Esto va a llevar a la guerra. Créanme".
Y tenía razón. Irónicamente, papá ya había cumplido su tiempo y se había retirado de la Infantería años antes de que esto sucediera, pero cuando llegó ese primer disparo, ese día, él volvió a enlistarse. Incluso antes de que se hubiera hablado de una guerra completa. Fue probablemente la primera persona que se ofreció como voluntario, para una guerra que no había comenzado aún.
Y es por eso que todavía estoy enojada con él. ¿Por qué tuvo que hacer esto? ¿Por qué no podía simplemente haber dejado que los demás se mataran unos a otros? ¿Por qué no podía haberse quedado en casa a protegernos? ¿Por qué se preocupó más por su país que por su familia?
Todavía recuerdo vívidamente el día que nos dejó. Llegué a casa de la escuela ese día, y antes de que yo abriera la puerta, escuché gritos procedentes del interior. Me preparé. Odiaba cuando mamá y papá peleaban, que parecía ser todo el tiempo, y pensé que sólo era otra de sus discusiones.
Abrí la puerta y supe de inmediato que esto era diferente. Ese algo era muy, muy malo. Papá estaba ahí parado utilizando el uniforme. No tenía ningún sentido. Él no se había puesto su uniforme en años. ¿Por qué lo llevaba puesto ahora?
"¡Tú no eres un hombre!", mamá le gritó "¡Eres un cobarde! Dejando a su familia. ¿Para qué? ¿Para ir a matar a gente inocente?".
El rostro de papá se sonrojó, como siempre lo hacía cuando se enfadaba.
"¡No sabes de lo que estás hablando!", contestó gritando.” Estoy cumpliendo con mi deber para mi país. Es lo correcto".
"¿Lo correcto para quién?" argumentó ella.” Ni siquiera sabes por lo que estás luchando. ¿Por un puñado de políticos estúpidos?"
"Sé exactamente por lo que estoy luchando: para unir a nuestra nación".
"¡Ay, bueno, perdón, Míster Estados Unidos!", le gritó. "Puedes justificarlo en tu mente tantas veces como quieras, pero la verdad es que te vas porque no puedes soportarme. Debido a que nunca sabes cómo manejar la vida doméstica. Porque eres demasiado tonto para hacer algo con tu vida que no sea la Infantería. Así que te levantas y sales corriendo a la primera oportunidad".
Papá la calló con una bofetada en la cara. Todavía puedo oír el ruido en mi cabeza.
Me quedé muy sorprendida, nunca lo había visto levantarle la mano antes. Sentí que me quedé sin aire, como si me hubieran dado una bofetada a mí también. Lo miré, y casi no lo reconocí. ¿Era realmente mi padre? Estaba tan aturdida que se me cayó el libro y aterrizó con un golpe seco.
Los dos se volvieron y me miraron. Avergonzada, me di la vuelta y corrí por el pasillo a mi habitación y cerré la puerta detrás de mí. No sabía cómo reaccionar ante todo eso y simplemente tenía que alejarme de ellos.
Momentos más tarde, tocaron suavemente en mi puerta.
"Brooke, soy yo", dijo papá con una voz suave, lleno de remordimientos. "Siento que hayas tenido que ver eso. Por favor, déjame entrar".
"¡Vete!", le grité.
Siguió un largo silencio. Pero no se fue.
"Brooke, ya tengo que irme. Me gustaría verte una última vez antes de irme. Por favor. Sal a decirme adiós".
Me puse a llorar.
"¡Vete!", dije nuevamente. Estaba tan abrumada, tan enojada con él por golpear a mamá, y aún más enfadada con él por habernos dejado. Y en el fondo, me daba miedo que nunca regresara.
"Ya me voy, Brooke", dijo. "No tienes que abrir la puerta. Pero quiero que sepas lo mucho que te amo. Y que siempre estaré contigo. Recuerda, Brooke, tú eres la fuerte. Cuida a esta familia. Cuento contigo. Cuídalas".
Y entonces oí los pasos de mi padre, alejándose. Se oyeron cada vez más y más suaves. Instantes después oí que la puerta principal se abría y se cerraba.
Y luego, nada.
Minutos más tarde – que parecían días – abrí lentamente mi puerta. Yo ya lo presentía. Él se había ido. Y me arrepentí, me hubiera gustado despedirme de él. Porque yo intuía en el fondo, que nunca iba a volver.
Mamá se sentó a la mesa de la cocina, con la cabeza entre las manos, llorando suavemente. Yo sabía que las cosas habían cambiado para siempre ese día, que nunca sería igual - que ella nunca volvería a ser la misma. Y que ni yo tampoco lo sería.
Y tuve razón. Mientras estoy aquí sentada, mirando fijamente las brasas del fuego moribundo, sintiendo mis ojos pesados, me doy cuenta de que, desde ese día, nunca nada ha sido igual.
*
Estoy de pie en nuestro viejo apartamento de Manhattan. No sé lo que estoy haciendo aquí, o cómo llegué. Nada parece tener sentido, ya que el apartamento no se parece en nada a como lo recuerdo. Está completamente vacío de mobiliario, como si nunca hubiéramos vivido en él. Soy la única que está aquí.
Repentinamente alguien toca a la puerta, y entra papá, con el uniforme completo, sosteniendo un maletín. Él tiene una mirada hueca en sus ojos, como si hubiera ido al infierno y estuviera de regreso.
"¡Papá!", trato de gritar. Pero las palabras no me salen. Miro hacia abajo y me doy cuenta de que estoy pegada al suelo, escondida detrás de una pared, y que él no me puede ver. Por mucho que me esfuerzo por liberarme, de correr hacia él, de decir su nombre, no puedo. Me veo obligada a ver con impotencia, cómo entra en el apartamento vacío, mirando a su alrededor.
"¿Brooke?", grita. "¿Estás aquí? ¿Hay alguien en casa?"
Trato de contestar de nuevo, pero no me sale la voz. Él va de una habitación a otra.
"Dije que iba a regresar", dice él. "¿Por qué nadie me esperó?"
Entonces, rompe a llorar.
Me siento desconsolada e intento llamarlo, con toda mi fuerza. Pero no importa cuánto lo intente, no me sale la voz.
Finalmente, se da vuelta y sale del apartamento, cerrando suavemente la puerta tras él. El chasquido de la manija resuena en el vacío.
"¡PAPÁ!", grité, finalmente recupero mi voz.
Pero es demasiado tarde. Sé que él se ha ido para siempre, y de alguna manera, es culpa mía.
Parpadeo, y de pronto estoy de vuelta en la montaña, en la casa de mi papá, sentada en su sillón favorito junto a la chimenea. Papá se sienta en el sofá, inclinado hacia adelante, agachando la cabeza, jugando con el cuchillo del Cuerpo de Infantería. Estoy horrorizada al darme cuenta de que la mitad de su rostro se derritió hasta el hueso; realmente puedo ver la mitad de su cráneo.
Él me mira, y yo siento miedo.
"No puedes ocultarte aquí por siempre, Brooke", dice, en un tono mesurado. "Crees que están a salvo aquí. Pero ellos vendrán por ustedes. Vete con Bree y escóndanse".
Él se pone de pie, se me acerca, me agarra por los hombros y me sacude, sus ojos ardiendo con intensidad. "¿ENTENDISTE, SOLDADO?", grita.
Desaparece, y al hacerlo, todas las puertas y ventanas se abren al mismo tiempo, en una cacofonía de cristales rotos.
Entran corriendo en nuestra una docena de tratantes de esclavos, con las armas en la mano. Visten sus uniformes distintivos, todo negro de la cabeza a los pies, con máscaras negras, y corren a cada esquina de la casa. Uno de ellos quita a Bree del sofá y se la lleva, gritando, mientras que el otro corre hasta mí, pone sus dedos en mi brazo y apunta con su pistola a mi cara.
Dispara.
Me despierto gritando, desorientada.
Siento dedos clavándose en mi brazo, y confundida entre mi estado de sueño y la realidad, estoy lista para atacar. Miro y me doy cuenta que es Bree, está ahí parada, agitando mi brazo.
Todavía estoy sentada en la silla de mi papá, y ahora la sala se inunda con la luz del sol. Bree llora desconsolada.
Parpadeo varias veces mientras trato de enderezarme, intentando orientarme. ¿Todo fue un sueño? Me había parecido tan real.
"¡Tuve una terrible pesadilla!”, Bree llora, sin soltar mi brazo.
Miro y veo que el fuego se extinguió hace mucho tiempo. Veo la luz del sol, y me doy cuenta de que debe ser ya media mañana. No puedo creer que me he quedado dormida en la silla -- nunca he hecho eso antes.
Muevo la cabeza, tratando de quitar las telarañas. Ese sueño parecía tan real, es difícil creer que no sucedió. He soñado antes con papá, muchas veces, pero nunca nada con tanta inmediatez. Me resulta difícil aceptar que él no esté todavía en la habitación conmigo, y miro de nuevo alrededor, para asegurarme.
Bree tira de mi brazo, inconsolable. Tampoco la había visto así antes.
Me arrodillo y le doy un abrazo. Ella se aferra a mí.
"¡Soñé que esos hombres malos venían y me llevaban! ¡Y tú no estabas aquí para salvarme!" Bree llora sobre mi hombro. "¡No te vayas!" suplica, histérica. "Por favor, no te vayas. ¡No me dejes!".
"No iré a ninguna parte", le digo, abrazándola con fuerza. "Shhh.... Tranquila.... No hay nada de qué preocuparse. Todo está bien".
Pero en el fondo, no puedo evitar la sensación de que todo no está bien. Por el contrario. Mi sueño realmente me inquieta, y el que Bree también haya tenido una pesadilla -- y sobre lo mismo -- no me da mucho consuelo. No creo mucho en los presagios, pero no puedo dejar de preguntarme si todo esto es una señal. Pero no oigo ningún tipo de ruido o alboroto, y si había alguien a una milla de aquí, seguramente lo sabría.
Levanto la barbilla de Bree, secándole las lágrimas. "Respira profundo", le digo.
Bree me escucha, recuperando poco a poco el aliento. Me obligo a sonreír. "Mira", le digo. "Estoy aquí. No pasa nada. Fue sólo una pesadilla. ¿De acuerdo?".
Bree asiente lentamente.
"Solamente estás muy cansada", dije. "Y tienes fiebre. Así que tuviste pesadillas. Todo va a estar bien”.
Mientras estoy ahí arrodillada, abrazando a Bree, me doy cuenta de que necesito ponerme en marcha, para subir a la montaña, explorar nuestra nueva casa, y encontrar comida. Siento un nudo en el estómago solo de pensar en darle la noticia a Bree, y cómo va a reaccionar. Claramente, no pude elegir el peor momento. ¿Cómo voy a decirle que necesito dejarla ahora? Incluso aunque sólo sea por una hora o dos. Una parte de mí quiere quedarse aquí, para cuidar de ella durante todo el día, sin embargo, también sé que tengo que ir, y mientras más pronto lo haga, más seguras estaremos. No puedo sentarme aquí todo el día sin hacer nada, esperando a que caiga la noche. Y no puedo correr el riesgo de cambiar el plan y mudarnos a la luz del día sólo por culpa de nuestras tontas pesadillas.
Suelto a Bree, quitándole el cabello de su cara, sonriendo tan dulcemente como puedo. Me armo de valor y hago la voz más fuerte y de adulto que puedo.
"Bree, necesito que me escuches", le digo. "Tengo que salir ahora, sólo por poco tiempo…"
"¡NO!", grita. "¡LO SABÍA! ¡Es como mi pesadilla! ¡Vas a dejarme! ¡Y nunca vas a volver!".
La tomo de los hombros con firmeza, tratando de consolarla.
"No es así", le digo con firmeza". Sólo tengo que salir una o dos horas. Tengo que asegurarme de que nuestra nueva casa es segura para mudarnos esta noche. Y tengo que buscar comida. Por favor, Bree, entiende. Yo te llevaría conmigo, pero estás demasiado enferma en este momento, y tienes que descansar. Estaré de vuelta en sólo unas horas. Te lo prometo. Y esta noche, subiremos juntas. ¿Y sabes cuál es la mejor parte?".
Ella me mira lentamente, sin dejar de llorar, y, finalmente, asienta con la cabeza.
"A partir de esta noche, vamos a estar ahí arriba juntas, sanas y salvas, y encenderemos la chimenea todas las noches y tendremos toda la comida que quieras. Y puedo cazar y pescar y hacer todo lo que necesito, enfrente de la cabaña. Nunca voy a tener que dejarte otra vez".
"¿Y Sasha también puede venir?" pregunta, mientras llora.
"Y Sasha, también", le digo. "Lo prometo. Por favor, confía en mí. Volveré por ti. Yo nunca te dejaría".
"¿Me lo prometes?", pregunta.
Reúno toda la solemnidad que puedo, y la veo directamente a los ojos.
"Te lo prometo", le respondo.
Bree deja de llorar lentamente y finalmente, ella asiente con la cabeza, pareciendo satisfecha.
Me rompe el corazón, pero me inclino rápidamente, le planto un beso en la frente y luego me levanto, cruzo la habitación, y salgo por la puerta. Yo sé que si me quedo tan solo un segundo más, nunca voy a tomar la decisión de irme.
Y como la puerta resuena detrás de mí, no puedo evitar tener la sensación repugnante de que nunca voy a ver a mi hermana otra vez.
T R E S
Subo la montaña en la luz brillante de la mañana, una intensa luz que brilla en la nieve. Es un universo blanco. El sol brilla con tanta fuerza, que apenas puedo ver con el resplandor. Haría lo que fuera por un par de gafas de sol, o una gorra de béisbol.
Afortunadamente hoy no hay viento, es más cálido que ayer, y mientras camino, oigo la nieve derritiéndose a mi alrededor, goteando en pequeños arroyos colina abajo y cayendo en grandes puñados de las ramas de los pinos. También, la nieve es más suave, y es más fácil caminar.
Miro por encima del hombro, inspecciono el valle que se extiendo abajo y veo que las carreteras son parcialmente visibles de nuevo en el sol de la mañana. Esto me preocupa, pero luego me reprendo a mí misma, molesta por permitirme ser alterada por los presagios. Debería ser más dura. Más racional, como papá.
Tengo puesta la capucha, pero conforme bajo la cabeza al viento, que se hace más fuerte mientras voy más arriba, desearía haber llevado mi nueva bufanda. Junto mis manos y las froto, deseando tener guantes también, y acelero mi velocidad al doble. Estoy resuelta a llegar allá rápidamente, inspeccionar la cabaña, buscar a ese ciervo, y regresar rápidamente con Bree. Tal vez voy a obtener también más frascos de mermelada, que animarán a Bree.
Sigo mis huellas de ayer, todavía visibles en la nieve que se derrite, y esta vez, la caminata es más fácil. En aproximadamente veinte minutos, estoy de vuelta a donde estaba el día anterior, alrededor de la meseta más alta.
Estoy segura de que estoy en el mismo lugar que ayer, pero cuando busco la cabaña, no la encuentro. Está tan bien escondida que, aunque sé dónde buscar, todavía no puedo verla. Empiezo a preguntarme si estoy en el lugar correcto. Sigo adelante, siguiendo mis huellas, hasta que llego al punto exacto donde estuve el día anterior. Estiro el cuello, y finalmente la veo. Estoy sorprendida de lo bien oculta que está, y estoy aún más animada a vivir aquí.
Me detengo y escucho. Todo está en silencio, salvo por el sonido del goteo del arroyo. Inspecciono la nieve cuidadosamente, buscando cualquier señal de huellas entrando o saliendo (además de las mías) desde ayer. No encuentro ninguna.
Me acerco a la puerta, me paro delante de la casa y giro 360 grados, explorando los bosques en todas direcciones, inspeccionando los árboles, en busca de cualquier señal de alteración, cualquier evidencia de que alguien más ha estado aquí. Me detengo durante al menos un minuto, escuchando. No hay nada. Absolutamente nada.
Finalmente, estoy satisfecha, aliviada de que este lugar sea verdaderamente nuestro, y sólo nuestro.
Abro la pesada puerta, atascada por la nieve, y una luz brillante inunda el interior. Agacho la cabeza y entro, me siento como si la viera por vez primera a la luz. Es tan pequeña y acogedora como la recuerdo. Veo que el piso tiene tablones anchos de madera originales, que parecen tener al menos cien años de antigüedad. Es tranquilo aquí. Las pequeñas ventanas abiertas a cada lado, también dejan entrar mucha luz.
Exploro la habitación a la luz, en busca de cualquier cosa que podría haber pasado por alto, pero no encuentro nada. Miro hacia abajo y encuentro la manija de la puerta de la trampilla, me arrodillo y la abro de un golpe. Se abre con un remolino de polvo, que nada en la luz del sol.
Trepo por la escalera, y esta vez, con toda la luz reflejada, tengo una visión mucho mejor del alijo que hay aquí abajo. Debe haber cientos de frascos. Veo varios frascos más de mermelada de frambuesa, y tomo dos de ellos, metiendo uno en cada bolsillo. A Bree le va a encantar esto. Lo mismo ocurrirá con Sasha.
Hago una revisión somera de los otros frascos, y veo todo tipo de alimentos: pepinillos, tomates, aceitunas, chucrut. También veo varios sabores diferentes de mermeladas, con al menos una docena de frascos cada uno. Hay aún más en la parte de atrás, pero no tengo tiempo para revisar con detenimiento. Tengo a Bree constantemente en mi mente.
Subo la escalera, cierro la puerta de la trampilla y salgo rápidamente de la cabaña, cerrando la puerta firmemente detrás de mí. Me quedo parada y contemplo mi entorno nuevamente, preparándome por si cualquier persona pudo haber estado mirando. Todavía tengo miedo de que todo esto sea demasiado bueno para ser verdad. Pero una vez más, no hay nada. Tal vez sólo me he vuelto muy nerviosa.
Me dirijo a la dirección donde vi a los ciervos, a unos treinta metros de distancia. Cuando lo encuentro, saco el cuchillo de caza de papá y lo mantengo a mi lado. Sé que es difícil que lo vea de nuevo, pero tal vez este animal, como yo, es un animal de costumbres. No hay manera de que yo sea lo suficientemente rápida como para perseguirlo, ni tengo la suficiente velocidad para abalanzarme -- ni tengo una pistola o cualquier arma de caza. Pero tengo una oportunidad, y me refiero a mi cuchillo. Siempre he estado orgullosa de mi capacidad de dar en el banco a veintisiete metros de distancia. Lanzar el cuchillo era una de mis habilidades, de las que mi papá siempre parecía estar asombrado -- por lo menos lo suficientemente impresionado como para no tratar de corregirme ni de mejorarme. En cambio, se adjudicaba el crédito, diciendo que mi talento era gracias a él. Pero, en realidad, él no podía lanzar ni medio cuchillo tan bien como yo.
Me arrodillo en el lugar en el que estuve antes, escondiéndome detrás de un árbol, mirando la meseta, con el cuchillo en la mano, esperando. Rezando. Todo lo que oigo es el sonido del viento.
Imagino lo que voy a hacer si veo al ciervo: me voy a levantar poco a poco, apuntaré, y lanzaré el cuchillo. Creo que la primera vez voy a apuntar a su ojo, pero luego decidiré apuntar a su garganta: si fallo por algunos centímetros, entonces todavía habrá una oportunidad de clavarlo en algún otro lugar. Si mis manos no están demasiado congeladas, y si tengo tino, imagino que tal vez, sólo tal vez, podré herirlo. Pero me doy cuenta de que todo es un gran "tal vez".
Los minutos pasan. Me parecen diez, veinte, treinta... El viento cesa, a continuación, vuelve a haber ráfagas, y mientras eso sucede, siento los finos copos de nieve que soplan en los árboles y caen en mi cara. A medida que pasa más tiempo, siento más frío, estoy más entumecida, y empiezo a preguntarme si esto es una mala idea. Pero siento otro dolor agudo por hambre, y sé que tengo que intentarlo. Voy a necesitar toda la proteína que pueda obtener para poder hacer esta mudanza, sobre todo si voy a empujar esa motocicleta cuesta arriba.
Después de casi una hora de espera, estoy completamente congelada. Me pregunto si debo darme por vencida y bajar la montaña. Tal vez debería mejor tratar de pescar.
Decido levantarme y caminar, hacer circular mis extremidades y mantener mis manos ágiles; si tuviera que usarlas ahora, probablemente no serían útiles. Cuando me levanto, me duelen mis rodillas y espalda por la rigidez. Empiezo a caminar en la nieve, dando pequeños pasos. Me levanto y doblo mis rodillas, tuerzo la espalda a la izquierda y a la derecha. Vuelvo a meter el cuchillo en el cinturón, y luego froto mis manos una sobre otra, soplando sobre ellas una y otra vez, tratando de recuperar la sensación.
De repente, me congelo. A lo lejos, una ramita se quiebra y presiento que hay movimiento.
Me vuelvo lentamente. Allí, sobre la cima de la colina, aparece un ciervo. Da unos pasos lentamente, con vacilación, en la nieve, levantando suavemente sus cascos y bajándolos. Baja la cabeza, mastica una hoja, y después, cuidadosamente da otro paso hacia adelante.
Mi corazón late con emoción. Rara vez siento que mi papá está conmigo, pero hoy sí. Puedo oír su voz en mi mente: Tranquila. Respira lentamente. No dejes que sepa que estás aquí. Concéntrate. Si puedo abatir a este animal, será la comida – comida de verdad -- para Bree, Sasha y para mí - durante al menos una semana. Necesitamos esto.
Necesito dar unos cuantos pasos más en el claro y para tener una mejor visión de él: es un gran ciervo, que está como a unos veintisiete metros de distancia. Me sentiría mucho más segura si estuviera parada a unos nueve metros o incluso dieciocho. No sé si puedo pegarle a esta distancia. Si hiciera más calor, y si no se moviera, entonces sí. Pero mis manos están adormecidas, el ciervo se mueve, y hay muchos árboles estorbando. No lo sé. Lo que sé es que si fallo, nunca va a volver aquí otra vez.
Espero, analizándolo, con miedo de asustarlo. Desearía que se acercara más. Pero no parece querer hacerlo.
Me pregunto qué debo hacer. Puedo atacarla, acercándome lo más que pueda, luego tirarle. Pero eso sería una estupidez: después de apenas noventa centímetros, seguramente se iría corriendo. Me pregunto si debería tratar de acercarme sigilosamente. Pero dudo que va a funcionar. Con el menor ruido, se habrá ido.
Así que me quedo allí parada, indecisa. Doy un pequeño paso hacia adelante, me posiciono para lanzar el cuchillo, en caso de que sea necesario. Y ese pequeño paso fue un error.
Una ramita se quiebra bajo mis pies, y el ciervo levanta de inmediato su cabeza y se vuelve hacia mí. Nos miramos fijamente. Sé que me ve, y que está a punto de irse corriendo. Mi corazón late con fuerza, ya que sé que es mi única oportunidad. Mi mente queda petrificada.
Entonces me lanzo a la acción. Me agacho, agarro el cuchillo, doy un gran paso hacia adelante, y haciendo uso de todas mis habilidades, me estiro hacia atrás y lo lanzo, apuntando a su garganta.
El pesado cuchillo de la Infantería de Marina de papá, da vueltas en el aire repetidamente y rezo para que no choque antes contra un árbol. Verlo dar vueltas, reflejando la luz, es una cosa hermosa. En ese mismo momento, veo al ciervo girar y comenzar a correr.
Está demasiado lejos para que yo vea exactamente lo que sucede, pero un momento más tarde, juro que escuché el sonido del cuchillo entrando en la carne. Pero él huye, y no puedo saber si está herido.
Salgo detrás de él. Llego al lugar donde estaba, y me sorprende ver la sangre de color rojo brillante en la nieve. Mi corazón palpita, me siento animada.
Sigo el rastro de sangre, corriendo, corriendo, saltando sobre las rocas, y como a unos cuarenta y cinco metros lo encuentro, ahí está, derrumbado en la nieve, acostado de lado, con las patas teniendo espasmos. Veo el cuchillo clavado sobre su cuello. Exactamente en el lugar al que yo le apunté.
El ciervo está vivo todavía, y yo no sé cómo acabar con su dolor. Puedo sentir su sufrimiento, y me siento terrible. Quiero darle una muerte rápida y sin dolor, pero no sé cómo hacerlo.
Me arrodillo y extraigo el cuchillo, luego me inclino, y con un rápido movimiento, lo deslizo profundamente en su cuello, con la esperanza de que funcione. Momentos más tarde, la sangre sale a borbotones, y unos diez segundos después, finalmente, las patas del ciervo se quedan quietas. Sus ojos dejan de moverse, también, y por último, sé que está muerto.
Me levanto, miro hacia abajo, con el cuchillo en la mano, y me siento abrumada por la culpa. Me siento salvaje después de haber matado a una hermosa criatura, tan indefensa. En este momento, me es difícil pensar en cuánto necesitábamos este alimento, en la suerte que tuve de atraparlo. Todo lo que puedo pensar es que, tan sólo unos minutos antes, estaba tan vivo como yo. Y ahora está muerto. Miro hacia él ciervo que está perfectamente inmóvil en la nieve, y no puedo evitar sentirme avergonzada.
Ese fue el momento cuando lo escuché por vez primera. Primero hice caso omiso, supuse que debí estar escuchando cosas, porque simplemente no es posible. Pero después de unos momentos, se escuchó un poco más fuerte, más claro, y supe que era real. Mi corazón comienza a latir como loco cuando reconocí el ruido. Se trata de un ruido que he oído aquí antes, sólo una vez. Es el zumbido de un motor. El motor de un auto.
Me quedo ahí parada, con asombro, paralizada como para moverme siquiera. El motor se hace más fuerte, más claro, y sé que sólo puede significar una cosa. Son los tratantes de esclavos. Nadie más se atrevería a conducir hasta lo alto, ni tendría algún motivo para hacerlo.
Corro a toda velocidad, dejando el ciervo, salgo volando por los bosques, más allá de la cabaña, colina abajo. No puedo ir lo suficientemente rápido. Pienso en Bree, sentada allí, sola en la casa, mientras los motores se hacen más y más fuertes. Trato de aumentar mi velocidad, corriendo hacia abajo de la nevada pendiente, tropezándome, con mi corazón latiendo con fuerza en la garganta.
Corro tan rápido que caigo de bruces, raspándome la rodilla y el codo, y haciendo que el viento me dejara sin aire. Lucho por volver a levantarme, notando la sangre en mi rodilla y brazo, pero no hago caso. Me obligo a correr de nuevo, y hago un esfuerzo máximo.
Resbalando y deslizándome, llego por fin a una meseta, y desde aquí, puedo ver todo el camino de la montaña a nuestra casa. Mi corazón salta en mi garganta: hay huellas claras de un auto en la nieve, que van directamente a nuestra casa. Nuestra puerta de entrada está abierta. Y lo más inquietante de todo, es que yo no oigo los ladridos de Sasha.
Corro, más y más abajo, y al hacerlo, echo un buen vistazo a los dos vehículos estacionados afuera de nuestra casa: son los coches de los tratantes de esclavos. Todo en negro, achaparrados, parecen muscle cars (coches músculo) que consumen esteroides, con enormes neumáticos y rejas en todas las ventanas. Estampado en el capó está el emblema de Arena Uno, evidente, incluso desde aquí – es un diamante con un chacal al centro. Ellos están aquí para alimentar al estadio.
Corro más abajo de la colina. Necesito ser más ligera. Meto la mano en mi bolsillo, saco los tarros de mermelada y les tiro al suelo. Oigo que el vidrio se rompe detrás de mí, pero no me importa. Ya nada importa más ahora.
Estoy apenas a unos noventa metros de distancia cuando veo que encienden los vehículos, comienzan a salir de mi casa. Se dirigen hacia el sinuoso camino rural. Quiero echar a llorar cuando me doy cuenta lo que ha sucedido.
Treinta segundos más tarde llego a la casa, y corro por delante de ella, hacia la carretera, con la esperanza de atraparlos. Ya sé que la casa está vacía.
Llego demasiado tarde. Las huellas de los neumáticos lo dicen todo. Cuando miro hacia abajo de la montaña, puedo verlos, a media milla de distancia y van ganando velocidad. No hay manera de que pueda atraparlos a pie.
Corro de nuevo a la casa, por si acaso, por si hay alguna remota posibilidad, de que Bree haya logrado ocultarse o por si la dejaron. Aparezco en la puerta principal abierta, y al hacerlo, me horroriza lo que veo frente a mí: hay sangre por todas partes. En el suelo está un tratante de esclavos muerto, vestido con su uniforme negro, la sangre brota de su garganta. Junto a él se encuentra Sasha, a su lado, muerta. La sangre sale de su costado, por lo que parece ser una herida de bala. Sus dientes aún están incrustados en la garganta del cadáver. Está claro lo que pasó: Sasha debió haber tratado de proteger a Bree, arremetiendo contra el hombre al entrar en la casa y alojando sus dientes en el cuello. Los otros deben haberle disparado a ella. Pero aun así, ella no lo soltó.
Corro por la casa, habitación tras habitación, gritando el nombre de Bree, escuchando mi voz desesperada. Ya no es una voz que reconozco: es la voz de una persona loca.
Pero cada puerta está abierta, y todo está vacío.
Los tratantes de esclavos se han llevado a mi hermana.