Читать книгу Una Corte para Los Ladrones - Морган Райс, Morgan Rice - Страница 12

CAPÍTULO CUATRO

Оглавление

Una y otra vez, Catalina moría.

O, por lo menos, “murió”. Armas ilusorias se deslizaban en su carne, manos fantasmales la estrangulaban hasta la inconsciencia. Unas flechas parpadearon hasta la existencia y dispararon a través de ella. Las armas eran solo cosas formadas de humo, llevadas a la existencia por la magia de Siobhan, pero cada una de ellas hacía tanto daño como el que hubiera hecho un arma de verdad.

Pero no mataban a Catalina. En su lugar, cada momento de dolor solo traía un ruido de decepción por parte de Siobhan, que observaba desde la banda con lo que parecía ser una combinación de diversión y exasperación por la lentitud con la que Catalina estaba aprendiendo.

—Presta atención, Catalina —dijo Siobhan—. ¿Crees que estoy convocando estos fragmentos de sueño para entretenerme?

La silueta de un hombre con espada apareció delante de Catalina, vestido para un duelo más que para una batalla completa. La saludó, nivelando un florete.

—Este es el pase en tiempo de Finnochi —dijo con la misma monotonía plana que parecían tener los demás. Se lo clavó y Catalina fue a defenderse con su espada de madera de prácticas pues, por lo menos, había aprendido a hacer eso. Fue lo suficientemente rápida para ver el momento en que el fragmento cambiaba de dirección, pero el movimiento aún la cogió desprevenida, la espada efímera se deslizó en su corazón.

—Otra vez —dijo Siobhan—. Hay poco tiempo.

A pesar de lo que ella decía, parecía haber más tiempo del que Catalina podía haber imaginado. Los minutos parecían alargarse allí en el bosque, lleno de contrincantes que intentaban matarla y, mientras ellos lo intentaban, Catalina aprendía.

Aprendía a luchar contra ellos, derribándolos con su espada de madera porque Siobhan había insistido en que dejara a un lado su espada de verdad para evitar el peligro de una herida de verdad. Aprendió a clavar y a cortar, a bloquear y a amagar, pues cada vez que cometía un error, el contorno fantasmal de una espada se colaba dentro de ella con un dolor que parecía demasiado real.

Después de los que llevaban espadas estaban los que llevaban palos y mandarrias, arcos y mosquetes. Catalina aprendió a matar de un montón de maneras con sus manos, y a interpretar el momento en el que un enemigo le dispararía un arma, lanzándose al suelo. Aprendió a correr a través del bosque, saltando de rama en rama, huyendo de los enemigos mientras esquivaba y se escondía.

Aprendió a esconderse y a moverse en silencio, pues cada vez que hacía un ruido, los enemigos efímeros se le echaban encima con más armas que con las que ella podía corresponder.

—¿No podrías simplemente enseñarme? —exigió Catalina a Siobhan, gritando hacia los árboles.

—Te estoy enseñando —respondió al aparecer de uno de los que había por allí cerca—. Si estuvieras aquí para aprender magia, podríamos hacerlo con libros y palabras amables, pero estás aquí para convertirte en mortífera. Para esto, el dolor es el mayor maestro que existe.

Catalina apretó los dientes y continuó. Por lo menos aquí, había una razón para el dolor, a diferencia de la Casa de los Abandonados. Partió de nuevo hacia el bosque, manteniéndose en las sombras, aprendiendo a moverse sin alterar ni la hoja o ramita más pequeñas mientras se acercaba sin hacer ruido a un nuevo grupo de enemigos conjurados.

Aun así moría.

Cada vez que lo hacía bien, aparecía un nuevo enemigo, o una nueva amenaza. Cada una era más dura que la anterior. Cuando Catalina aprendió a evitar los ojos humanos, Siobhan hizo aparecer perros cuya piel parecía hincharse hasta convertirse en humo a cada paso que daban. Cuando Catalina aprendió a burlar las defensas de la espada de un duelista, el siguiente rival llevaba armadura de manera que ella solo podía atacar por los agujeros de entre las placas.

Cada vez que paraba, parecía que Siobhan estaba allí, con consejos o pistas, ánimos o la especie de entretenimiento exasperante que animaba a Catalina a hacerlo mejor. Ahora era más rápida, y más fuerte, pero parecía no ser suficiente para la mujer que controlaba la fuente. Tenía la sensación de que Siobhan la estaba preparando para algo, pero la mujer no lo decía, ni contestaba ninguna pregunta que no fuera sobre lo que Catalina tenía que hacer a continuación.

—Tienes que aprender a usar el talento con el que naciste —dijo Siobhan—. Aprende a ver la intención de un enemigo antes de que ataque. Aprende a distinguir la localización de los enemigos antes de que te encuentren.

—¿Cómo voy a practicar eso si estoy luchando contra ilusiones? —exigió Catalina.

—Yo las dirijo, así que dejaré mirar a una fracción de mi mente —dijo Siobhan—. Pero ten cuidado. Hay lugares a los que no querrás mirar.

Aquello captó el interés de Catalina. Ya se había topado con los muros que la mujer tenía para evitar que mirara dentro de su mente. ¿Ahora iba a poder dar un vistazo? Cuando notó que los muros de Siobhan se movían, Catalina se lanzó dentro hasta donde los nuevos límites le permitieron.

No fue muy adentro, pero aun así fue lo suficiente para hacerse una idea de una mente ajena, tanto como la de cualquier persona normal que Catalina hubiera visto antes. Catalina retrocedió por su rareza, retirándose. Lo hizo justo a tiempo para que un enemigo efímero le atravesara el cuello con una espada.

—Te dije que fueras con cuidado —dijo Siobhan mientras Catalina tenía arcadas—. Ahora, inténtalo de nuevo.

Había otro hombre con una espada delante de Catalina. Se concentró y esta vez pilló el momento en el que Siobhan le dijo que atacara. Se agachó, derribándolo.

—Mejor —dijo Siobhan. Esto se acercaba todo lo que ella podía a un elogio, pero el elogio no detuvo las pruebas constantes. Solo significaba más enemigos, más trabajo, más entrenamiento. Siobhan empujaba a Catalina hasta igualar la nueva fuerza que tenía, ella sentía que estaba a punto de desplomarse por el agotamiento.

—¿No he aprendido lo suficiente? —preguntó Catalina—. ¿No he hecho lo suficiente?

Vio que Siobhan sonreía, pero no por diversión.

—¿Piensas que estás preparada, aprendiz? ¿Realmente estás tan impaciente?

Catalina negó con la cabeza.

—Es solo que…

—Que piensas que ya has aprendido lo suficiente por un día. Piensas que sabes lo que está por venir, o lo necesario. —Tal vez tengas razón. Tal vez ya dominas lo que yo quiero que aprendas.

Entonces Catalina notó el punto de enojo. Siobhan no tenía la misma paciencia como maestra que Tomás había mostrado con ella.

—Lo siento —dijo Catalina.

—Es demasiado tarde para sentirlo —dijo Siobhan—. Quiero ver lo que has aprendido. —Dio una palmada—. Una prueba. Ven conmigo.

Catalina quería discutir, pero vio que no tenía sentido hacerlo. En su lugar, siguió a Siobhan hasta un lugar donde el bosque se abría hacia un claro más o menos circular rodeado por majuelos y zarzas, rosas silvestres y ortigas. En medio de esto, había una espada, puesta en equilibrio a través del tocón de un árbol.

No, no era simplemente una espada. Catalina reconoció al instante la espada que Tomás y Will le habían hecho.

—¿Cómo…? —empezó.

Siobhan hizo una señal con la cabeza hacia ella.

—Tu espada no estaba acabada, como no lo estabas tú. La he terminado, igual que estoy intentando mejorarte a ti.

Ahora la espada tenía un aspecto diferente. Tenía una empuñadura de madera oscura y clara en espiral, que Catalina imaginaba que encajaría a la perfección en su mano. Tenía marcas a lo largo de la hoja que no estaban en ningún idioma que hubiera visto antes, mientras el filo de la espada ahora brillaba con un aspecto diabólico.

—Si piensas que estás preparada —dijo Siobhan—, lo único que debes hacer es ir hasta allí y coger tu arma. Pero si lo haces, debes saber esto: allí el peligro es real. No es ningún juego.

En otra situación, Catalina podría haber dado un paso atrás. Podría haberle dicho a Siobhan que no le interesaba y haber esperado un poco más. Dos cosas la frenaban. Una era la insoportable sonrisa que nunca parecía irse del rostro de Siobhan. Se burlaba de Catalina con la insolencia de que todavía no era lo suficientemente buena. De que nunca sería lo suficientemente buena para estar a la altura del nivel que Siobhan le había fijado. Era una expresión que le recordaba demasiado el desprecio que las monjas enmascaradas le habían mostrado.

Ante aquella sonrisa, Catalina sentía que su rabia crecía. Quería borrar la sonrisa de la cara de Siobhan. Quería demostrarle que cualquiera que fuera la magia que la mujer del bosque poseyera, Catalina estaba al nivel de los trabajos que le preparara. Quería una pequeña cantidad de satisfacción por todas las espadas fantasmales que le habían clavado.

La otra razón era más sencilla: aquella espada era suya. Había sido un regalo de Will. Siobhan no tuvo que mandarle para que Catalina fuera a buscarla.

Catalina cogió carrerilla y saltó hasta una rama, a continuación saltó por encima de un círculo de espinas que rodeaba el claro. Si esto era lo mejor que podía ingeniar Siobhan, ella cogería la espada y volvería en desbandada con la misma facilidad que si anduviera por un camino del campo. Cayó en cuclillas sobre el suelo, mirando hacia la espada que la esperaba al otro lado.

Pero ahora había una silueta que la sujetaba y Catalina se quedó mirándola. Mirándose a ella misma.

Indudablemente era ella, hasta el último detalle. El mismo pelo corto y pelirrojo. La misma agilidad vigorosa. Sin embargo, la versión de ella llevaba ropa diferente, iba vestida con los verdes y los marrones del bosque. Sus ojos también eran diferentes, verde hoja de punta a punta y cualquier cosa menos humanos. Mientras Catalina miraba, la otra versión de ella desenvainó la espada de Will, dando golpes con ella al aire como si la estuviera probando.

—Tú no eres yo —dijo Catalina.

—Tú no eres yo —dijo su otro yo, exactamente con la misma entonación, exactamente con la misma voz—. Tan solo eres una copia barata, ni la mitad de buena.

—Dame la espada —exigió Catalina.

Su otro yo negó con la cabeza.

—Creo que me la quedaré. Tú no la mereces. Solo eres escoria del orfanato. No es de extrañar que las cosas no salieran bien con Will.

Entonces Catalina fue corriendo hacia ella, blandiendo su espada de prácticas con toda la fuerza y la furia que pudo reunir, como si pudiera hacer pedazos aquella cosa con el poder de su ataque. En su lugar, vio cómo su espada de prácticas se encontraba con el acero de la que estaba viva.

Clavaba y atacaba, hacía amagos y golpeaba, atacando con todas las habilidades que había desarrollado a través de la despiadada instrucción de Siobhan. Catalina iba hasta el límite de la fuerza que la fuente le había concedido, usando toda la velocidad que poseía para intentar abrirse camino entre las defensas de su contrincante.

Su otra versión bloqueaba cada ataque a la perfección, parecía conocer cada movimiento cuando Catalina lo hacía. Cuando contraatacaba, Catalina apenas evitaba los golpes.

—No eres lo suficientemente buena —dijo su otra versión—. Nunca serás lo suficientemente buena. Eres débil.

Las palabras repiqueteaban en el interior de Catalina casi tanto como el impacto de los golpes de espada contra su arma de prácticas. Dolían, y dolían sobre todo porque todo lo que Catalina sospechaba que podría ser la verdad. ¿Cuántas veces lo habían dicho en la Casa de los Abandonados? ¿No le habían mostrado la verdad los amigos de Will en su círculo de entrenamiento?

Catalina sacó su rabia con un grito y atacó de nuevo.

—No hay control —dijo su otro yo mientras esquivaba los golpes—. No hay reflexión. Nada a excepción de una niña pequeña que juega a ser guerrera.

Entonces su reflejo atacó y Catalina sintió el dolor de la espada cortándole la cadera. Por un instante, no parecía diferente de las espadas fantasmales que la habían apuñalado tantas veces, pero esta vez el dolor no disminuía. Esta vez, había sangre.

—¿Qué se siente al saber que vas a morir? —preguntó su contrincante.

Terror. Se sentía terror, pues lo peor de todo es que Catalina sabía que era cierto. No podía esperar derrotar a su contrincante. Ni tan solo podía esperar sobrevivir a ella. Iba a morir aquí, dentro de este círculo de espinas.

Entonces Catalina corrió hacia el borde, dejando a un lado su espada de madera, que la hacía ir más lenta. Saltó hacia el borde del círculo, mientras oía la risa de su reflejo tras ella mientras se lanzaba hacia él. Catalina se cubrió la cara con las manos, cerrando los ojos al ir contra las espinas y esperando que eso fuera suficiente.

La desgarraban mientras se zambullía a través de ellas, rasgando su ropa y la piel de debajo. Catalina sentía que las gotas de sangre la cubrían mientras las espinas la desgarraban, pero se obligaba a atravesar aquella maraña, atreviéndose solo a abrir los ojos cuando salió al otro lado.

Miró hacia atrás, medio convencida de que su reflejo la estaría siguiendo, pero cuando Catalina miró, su otra versión había desaparecido, dejando la espada colocada en el tocón del árbol como si ella nunca hubiera estado allí.

Entonces se desplomó, su corazón latía con fuerza por el esfuerzo de todo lo que acababa de hacer. Ahora sangraba por un montón de sitios, por los rasguños de las espinas y por la herida de la cadera. Dio la vuelta para ponerse sobre su espalda, mirando fijamente al follaje del bosque, mientras el dolor venía en tandas.

Siobhan apareció en su campo de visión, bajando la vista hacia ella con una mezcla de decepción y de pena. Catalina no sabía lo que era peor.

—Te dije que no estabas preparada —dijo—. ¿Estás lista para escuchar ahora?

Una Corte para Los Ladrones

Подняться наверх