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Capítulo 1

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MAURA O’Sullivan se detuvo al pie de los escalones de madera que subían al porche de la elegante casa de rancho de dos pisos.

El taxi se estaba alejando. Ya no podía echarse atrás. De repente, los nervios hicieron presa de ella y empezó a perder el valor y la convicción que la habían llevado a California en busca de un padre que, hasta hacía muy poco, creía muerto.

Sintió un casi irresistible deseo de gritar al taxista y, disculpándose, explicarle que se había equivocado de dirección…

—Me había parecido oír un coche.

Al oír aquella voz de hombre, a Maura se le aceleró el pulso. Rápidamente, controló sus temores y miró al hombre que había aparecido en el porche tras doblar una esquina de la casa.

Con pantalones vaqueros y camiseta blanca, Spencer Diamond estaba aún más guapo de lo que Maura recordaba. Lleno de confianza en sí mismo y con porte arrogante, Spencer bajó los escalones para saludarla.

—¡Bienvenida a California! —Spencer se detuvo delante de ella.

—Gracias —respondió Maura cuando sus ojos se encontraron con el azul intenso de los de él.

—¿Por qué no me has llamado desde la estación de autobuses? Podría haber ido a buscarte en el carro —dijo Spencer al tiempo que se agachaba para tomarle la maleta.

—Supongo que no te refieres a uno de esos carros de los colonos, ¿verdad? —preguntó Maura con humor.

Spencer le mantuvo la mirada brevemente y, al instante, sintió la misma atracción que experimentó al ver a Maura O’Sullivan por primera vez en Kentucky dos meses atrás.

Spencer sonrió y sacudió la cabeza.

—No, me temo que no. A ese tipo de carros solo se les permite salir a la carretera en el desfile de Semana Santa de Kincade, o en ocasiones especiales… como en las bodas.

—Ya —respondió ella con decepción en la voz—. Desde pequeña he tenido ilusión por montar en un carro como los que utilizaron los colonos para cruzar el país hasta California.

—Un amigo de mi padre es coleccionista de objetos de la colonización —le dijo Spencer—. Hablaré con él para que te enseñe su colección… y quizá consiga que te dé un paseo en carro.

—Me encantaría —dijo Maura ilusionada.

—¿Qué tal el viaje en autobús? —le preguntó Spencer mientras subían los escalones del porche.

—Supongo que mejor que en carro —bromeó Maura—, pero largo y cansado.

Spencer le cedió el paso, lo que le dio la oportunidad de contemplarla. Maura llevaba una chaqueta vaquera, una camisa marrón y unos pantalones vaqueros ceñidos que acentuaban las curvas de sus nalgas.

Una masa de cabello rojizo le caía por la espalda y enmarcaba un rostro en forma de corazón que, desde que lo vio, no había sido capaz de olvidarlo del todo.

No por primera vez, Spencer se preguntó por qué Maura había cambiado de idea. Dos meses atrás, cuando él y sus padres fueron a visitar una granja de cría de caballos cerca de Lexington, Kentucky, mencionó a un grupo de amigos de sus anfitriones los problemas que estaba teniendo con uno de sus caballos de carreras.

Uno de los invitados le habló de Maura O’Sullivan, una entrenadora de caballos de la localidad, ensalzando su profesionalidad y el éxito casi milagroso que había tenido con algunos caballos difíciles.

Spencer se mostró escéptico; sin embargo, su anfitrión le aseguró que Maura O’Sullivan obraba milagros.

Un rato después, aquella misma tarde, Spencer se encontró delante de la hermosa pelirroja y decidió que no tenía nada que perder y sí mucho que ganar invitándola a su rancho en California para que viera a Indigo.

Recordaba con claridad la mirada de desprecio a la que ella le sometió antes de rechazar su invitación y repetir los comentarios negativos que, evidentemente, le había oído hacer respecto a ella.

Por ese motivo, le sorprendió mucho que Maura le llamara por teléfono la semana anterior para preguntarle si seguía necesitando que le ayudara con el caballo. Spencer no había podido rechazar el ofrecimiento ya que seguía teniendo problemas con Indigo y faltaban menos de diez días para una carrera importante.

—Tienes una casa preciosa —comentó Maura.

—Gracias. Los establos están detrás de la casa. Luego te daré un paseo por la granja —dijo Spencer.

Al acercarse a la puerta, ésta se abrió repentinamente y Maura reconoció al instante a la atractiva mujer de cabello plateado que le sonrió.

—¡Maura! Me había parecido oír voces. Estoy encantada de verte —el recibimiento de Nora Diamond fue cálido y sincero, y Maura se vio envuelta en un abrazo de bienvenida.

Inesperadamente, sintió ganas de llorar y tuvo que hacer un esfuerzo por controlar las lágrimas.

—Gracias, señora Diamond. Yo también me alegro de verla. Tiene muy buen aspecto.

—Gracias —respondió Nora echándose a un lado para dejarla pasar—. Por favor, entra. ¿Qué tal el viaje? ¿Te apetece una taza de café?

—El viaje ha sido agotador; y gracias, jamás le digo que no a un café —contestó Maura.

—Spencer, querido, lleva la maleta de Maura a su habitación.

—Ahora mismo, mamá —Spencer echó a andar hacia las escaleras.

Maura, detrás de Nora, cruzó un vestíbulo solado con baldosines, siguió por un pasillo, pasando por un gran cuarto de estar, y llegó a una amplia cocina.

En el centro de la cocina había un mostrador de madera, el resto de los aparatos y muebles de cocina formaban una U alrededor del perímetro de la estancia.

Los muebles estaban pintados de un blanco inmaculado debajo de una encimera color pizarra del mismo color que los azulejos del suelo.

A Maura le gustó especialmente el detalle de decoración que ofrecían las cacerolas y sartenes de cobre colgando del techo encima del mostrador del centro.

Delante del ventanal, que daba al porche, había una mesa de roble y seis sillas haciendo juego. El porche daba a un jardín y, a cierta distancia, Maura pudo distinguir los tejados de unas construcciones que supuso serían los establos.

—Qué cocina más bonita —comentó Maura.

—Gracias. Por favor, siéntate —dijo Nora mientras se acercaba al mostrador central—. Bueno, dime qué tal el viaje.

—Muy bien, gracias —respondió Maura educadamente—. Me encanta viajar viendo el campo.

Maura no tenía carnet de conducir y no soportaba volar. Los dos días de viaje en autobús a través de cinco estados habían sido agradables.

Durante el trayecto, no había dejado de pensar en cómo iba a arreglárselas para tener un encuentro con su padre.

Maura se había enterado de la existencia de su padre hacía solo un mes, al encontrar una caja de zapatos mientras vaciaba el armario de su madre. Dentro de la caja había varios papeles, incluido un viejo diario.

Intrigada, Maura empezó a leer el diario, que su madre inició a los veintiún años. Al llegar a la parte que describía un día de un cálido verano en el que su madre conoció a un atractivo joven llamado Michael Carson, el estilo y el contenido de la redacción cambió dramáticamente.

Se habían conocido en la feria de campo de Bridlewood y, desde ese momento, el diario de Bridget Murphy contenía las fantasías de una joven enamorada.

Pronto, Maura se dio cuenta de que su madre y ese joven se habían convertido en amantes. Pero un mes después de su encuentro, Mickey, como le llamaba su madre cariñosamente, regresó a California. Tras su marcha, las anotaciones en el diario se hicieron más escasas, hasta interrumpirse definitivamente.

Maura no pudo evitar sentir cierta desilusión al enterarse de que el romance no había tenido un final feliz. Justo al cerrar el diario, notó que había un sobre entre sus páginas.

El sobre estaba escrito con la letra de su madre y dirigido a Michael Carson, en Walnut Grove, Kincade, California. La carta había sido abierta y leída, pero en el sobre se había borrado la dirección del destinatario y se le había devuelto al remitente.

La carta, con letra de su madre, comenzaba así: «Querido Mickey… voy a tener un hijo, tu hijo…»

Perpleja, Maura volvió a leer el diario y la carta, dándose cuenta de que la carta estaba fechada dos meses antes de que ella naciera. Michael Carson era su padre.

Al principio, no supo qué hacer. Sin embargo, después de unas discretas llamadas de teléfono, descubrió que Michael Carson aún vivía en Kincade, la pequeña ciudad de California.

—¿Cómo tomas el café? —la pregunta la hizo Spencer mientras se acercaba a la mesa con una bandeja en la que había tazas, crema y azúcar.

Maura, ensimismada en sus pensamientos, no le había oído entrar en la cocina; sin embargo, la profunda y resonante voz de Spencer la devolvió inmediatamente al presente.

Maura miró los azules ojos de él y, durante unos segundos, sintió lo mismo que lo que debía sentir un ciervo al que los faros de un coche sorprendían en medio de una carretera.

Maura contuvo la respiración, ruborizada. El corazón empezó a palpitarle con fuerza.

—Oh, lo siento —murmuró ella—. Estaba… con la cabeza en otro sitio, disfrutando de la vista.

Maura sonrió nerviosamente.

—Pues a juzgar por cómo fruncías el ceño, apostaría a que estabas dándole vueltas a un problema —comentó Spencer—. ¿Me equivoco?

Maura tragó saliva. Ese hombre era demasiado perceptivo para su gusto, y también estaba claro que sentía ciertas reservas hacia ella.

En realidad, no podía culparle. Dos meses atrás, cuando se conocieron, se había mostrado muy desagradable con él al rechazar su invitación a ir al rancho; no obstante, el comportamiento arrogante de ese hombre y los escépticos comentarios con los que cuestionó su profesionalidad, fueron el motivo de su comportamiento hacia él y de que rechazara su invitación.

La llamada que le había hecho para preguntarle si aún requería ayuda con aquel caballo debía haberle sorprendido enormemente.

La verdadera razón por la que Maura le había llamado era porque recordaba que el rancho Blue Diamond estaba en Kincade, California, la misma ciudad a la que había sido dirigida la carta de su madre.

—¿Lo ves? Estás frunciendo el ceño otra vez —bromeó Spencer, pero Maura notó que no estaba bromeando del todo.

—Spencer, querido, compórtate —le amonestó su madre mientras llevaba a la mesa la cafetera y un plato con pastas—. Maura debe estar cansada del viaje.

Maura lanzó a la madre de Spencer una mirada de agradecimiento.

—¿Crema y azúcar? —preguntó Spencer a Maura educadamente mientras su madre servía el café en las tazas.

—Sí, crema, gracias —respondió Maura forzándose a mirar a Spencer a los ojos.

—De nada, pelirroja —dijo él mientras le echaba crema en la taza.

Maura gruñó para sí al oír el detestado mote. Bajó los ojos y reprimió el deseo de decirle que no la llamara «pelirroja», consciente de que, con eso, solo lograría provocarle y hacer que la llamara así cada vez que se dirigiera a ella.

Disciplinando sus gestos, Maura lo miró una vez más y, durante un instante, se preguntó si el corazón no había dejado de latirle. La atmósfera entre ellos se llenó de tensión y de algo mucho más peligroso.

—Creía que tu padre estaría ya de vuelta —comentó Nora al sentarse con ellos a la mesa.

—¿Dónde está papá? —preguntó Spencer, recostándose en el respaldo de su silla.

—Tenía que hacer unos recados —respondió su madre—. Dijo que estaría de vuelta a eso de las cuatro, pero son ya casi las cinco. Ah… mira, aquí está.

En ese momento, la puerta de la cocina se abrió y el marido de Nora entró.

—Siento llegar tarde, querida —Elliot Diamond besó a su mujer en la cabeza y luego sonrió a Maura—. Hola, Maura, encantado de verte otra vez. ¿Has tenido buen viaje?

—Sí, gracias —respondió Maura educadamente.

—¿Por qué has vuelto tan tarde? —preguntó Nora a su marido.

—Me he pasado por casa de Michael de camino a casa para dejarle en el frigorífico la comida que le he comprado. Ya sabes que mañana vuelve del crucero.

—¡Ah, claro! —exclamó Nora—. ¿Todo bien por su casa?

—Sí, todo bien —le aseguró Elliot a su esposa antes de volverse a Maura—. Recientemente, hemos tenido algunos robos en la zona y los vecinos nos cuidamos unos a los otros. Michael Carson es un vecino y uno de nuestros más antiguos y queridos amigos.

Elliot, acercándose al mostrador central, añadió:

—Mmmm, ¿café recién hecho?

Maura sintió que se le helaba la sangre al oír mencionar el nombre de su padre. Pero… ¿había oído bien?

—¿Ha dicho que su vecino es Michael Carson?

—Sí —respondió Elliot Diamond mientras se servía un café—. Es el propietario de Walnut Grove, la propiedad adyacente a ésta. Él y su mujer eran amigos nuestros desde hace muchos años. Desgraciadamente, Michael se quedó viudo hace un año. ¿Lo conoces?

Un secreto desvelado

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