Читать книгу Un secreto desvelado - Moyra Tarling - Страница 6

Capítulo 2

Оглавление

MAURA no podía respirar. Sintió el pecho oprimido y se preguntó, momentáneamente, si no le iba a dar un infarto. Enterarse de que su padre era amigo íntimo de la familia Diamond era una inesperada sorpresa.

Al darse cuenta de que todos la miraban, esperando su respuesta, recuperó la compostura y, con una aparente tranquilidad que no sentía, se llenó los pulmones de aire.

—Lo siento, pero es Mitchell, no Michael, la persona en la que estaba pensando. Mitchell Carson era un amigo de mi madre —improvisó Maura rápidamente—. Hace años que no le veo.

Maura sonrió y añadió:

—Así que su vecino ha estado haciendo un crucero, ¿no? Debe ser maravilloso pasar las vacaciones así. Yo nunca he ido en barco… bueno, eso no es exactamente cierto —dijo Maura nerviosa—; en realidad, he ido en motora. Pero un barco de crucero… es completamente diferente.

Maura hizo un inciso para tomar aire.

—He leído que algunos de los barcos para crucero que construyen hoy en día son tan altos como los rascacielos —Maura sabía que estaba parloteando sin sentido, pero continuó—. ¿Han ido usted y Elliot alguna vez de crucero?

—Sí, en varias ocasiones —respondió Nora Diamond.

—¿Adónde? —preguntó Maura, aliviada de que, al parecer, había logrado salir airosa.

Aunque estaba deseosa de saber más cosas sobre Michael Carson, su padre, decidió no tocar el tema de momento.

Nora se volvió a su marido.

—Nuestro primer crucero fue a Alaska, ¿verdad, querido?

Durante los siguientes minutos, Maura oyó las anécdotas de los viajes en crucero del matrimonio Diamond; sin embargo, a pesar de que escuchaba atentamente y hacía preguntas convenientes, interiormente se sentía agitada.

Además, para tensión añadida, era muy consciente de la penetrante mirada de Spencer. Él se había levantado de la silla y estaba apoyado contra el mostrador central, clavando en ella su mirada azul.

Maura tuvo la impresión de que no había logrado engañar a Spencer de sus intentos por desviar la conversación hacia el tema de los cruceros. La forma como él fruncía el ceño era una indicación más de que se estaba preguntando sobre la reacción de ella.

Maura se llevó una mano a la boca para contener un bostezo.

Su anfitriona lo notó rápidamente.

—Maura, querida, debes estar agotada y no hago más que charlar sobre cruceros.

—Lo siento —dijo Maura—. Supongo que el viaje en autobús me ha cansado más de lo que creía.

—Spencer, enseña a Maura su habitación —añadió Nora antes de volverse de nuevo a Maura—. Descansa y duerme un rato antes de la cena. Cenamos a las siete.

Maura se puso en pie.

—Gracias por el café.

Spencer se apartó del mostrador.

—Sígueme, por favor.

Maura mantuvo la sonrisa y salió de la cocina con Spencer. En silencio, él la condujo escaleras arriba.

—Esta casa es preciosa —comentó Maura—. ¿Has vivido aquí siempre?

—Sí —respondió él—. El rancho Blue Diamond lleva varias generaciones en nuestra familia.

—¿Y los ranchos de los vecinos también son de cría de caballos? —preguntó ella.

—No —contestó Spencer, pero no dio más explicaciones, para desilusión de Maura.

Resistió la tentación de hacerle algunas preguntas sobre Walnut Grove.

Cuando terminaron de subir las escaleras, Spencer giró a la izquierda. A mitad de camino del pasillo, se detuvo.

—Tu habitación tiene baño privado —le informó él mientras abría la puerta.

—Gracias.

Maura fue a cruzar el umbral, pero Spencer la detuvo.

—¿Conoces a Michael Carson? —preguntó él súbitamente.

Maura oyó cierta nota de tensión en la voz de él. Con cuidado de mantener una expresión neutral, le miró a los ojos.

—No, no tengo ese placer —respondió ella honestamente, ignorando la tensión que le producían los dedos de él en su chaqueta vaquera.

Spencer le mantuvo la mirada durante unos momentos que a ella le parecieron una eternidad. Buscaba algo en su rostro, pero… ¿qué? Maura no lo sabía.

—Está bien, te veré en la cena —dijo él antes de darse media vuelta y alejarse.

Maura entró en la alfombrada habitación y cerró la puerta. Se apoyó en ella y, tras varias inhalaciones profundas, esperó a que el corazón volviera a latirle a un ritmo normal.

Volvió a pensar en su padre y en el hecho de que quizá no tuviera que esperar mucho para verlo. Si Michael Carson era amigo íntimo de la familia Diamond, lo más seguro era que se pasara a hacerles una visita.

El pulso de Maura volvió a acelerarse al pensar en el posible encuentro con su padre, el hombre cuya existencia había ignorado hasta hacía un mes.

No le sorprendía que hubiera estado casado, pero el hecho de que ahora estuviese viudo simplificaba algo las cosas. Había ido a California obedeciendo un impulso, pero no tenía intención de crearle problemas.

Inquieta, se acercó a la puerta de doble hoja que daba a un balcón. Abrió la puerta y salió fuera.

El sol ya se había puesto, pero aún quedaba un tinte rosa en el cielo acompañando a las primeras estrellas. Había refrescado y la brisa le revolvió el cabello. Maura suspiró, agradeciendo la caricia del aire que le ayudó a calmar los nervios.

No por primera vez, deseó haber encontrado una fotografía de Michael Carson entre los objetos personales de su madre; sin embargo, el diario y la carta era todo lo que había.

Tendría que ser paciente. Era una suerte que su padre volviera en ese momento del crucero.

Al morir de cáncer un año atrás, su madre la había dejado sin familia: ni hermanos, ni tíos, ni primos ni abuelos. Aunque su madre se casó con Brian O’Sullivan cuando Maura tenía tres años, el matrimonio no tuvo hijos.

Maura se había preguntado con frecuencia por qué su madre se casó con Brian; quien, bajo la insistencia de su madre, había acabado por adoptar a Maura. Pero su sueño de formar parte de una verdadera familia, de tener un padre que la quisiera incondicionalmente, pronto se vio truncado.

Para Brian O’Sullivan, ella era la hija de otro hombre, y la ignoró la mayor parte del tiempo. Su tendencia a la bebida le transformó en un hombre irascible y difícil de tratar, y Maura aprendió pronto que lo mejor era mantenerse apartada de su camino.

El matrimonio duró tres años. Su madre, cansada del alcoholismo y los insultos de su marido, solicitó el divorcio. Deshacerse de él fue un alivio para Maura; sin embargo, la negativa presencia de Brian solo consiguió aumentar su deseo de tener un verdadero padre.

Le preguntó a su madre sobre él, pero ésta le dejó claro que el tema era tabú. Aunque sabía que su madre la quería, Maura siempre tuvo la impresión de ser una carga para ella. Por ese motivo, toda la vida había sentido envidia de sus amigas, con padres cariñosos y siempre dispuestos a ayudarlas en lo que necesitaran.

Enterarse de la existencia de su padre y de que vivía en California la había conmovido, y se dio cuenta de que no descansaría hasta no verle cara a cara y preguntarle por qué les había dado la espalda a ella y a su madre.

Necesitaba saberlo. Se merecía saberlo.

Maura volvió a entrar en el cuarto y se fijó en la bonita decoración. El suelo estaba cubierto con una moqueta color crema; el mobiliario, de madera de caoba, consistía en una cómoda, dos mesillas de noche haciendo juego y una preciosa cama doble con cabecero de madera tallada.

La colcha le recordó a Maura un campo de flores silvestres; y las paredes, pintadas color albaricoque claro, añadían frescura al ambiente.

Se acercó a la maleta, la puso encima de la cama y comenzó a deshacerla.

Spencer estaba en la barra de bar del cuarto de estar sirviéndose una copa de whisky. Sus padres estaban en la cocina, terminando de preparar la cena.

Diez años atrás, su padre había dejado en sus manos las riendas del rancho. Desde entonces, su padre encontraba un gran placer en merodear por la cocina.

Durante la infancia y adolescencia de él y su hermana, su madre tenía cocinera; y una vez que se marcharon de casa para ir a estudiar a la universidad, su madre no tuvo valor para despedir a la señora B. La señora B enseñó a su nuevo alumno, Elliot Diamond, todo lo que sabía; entre tanto, la madre de Spencer había animado a su marido en su nueva carrera.

Spencer sonrió. Después de más de cuarenta años de matrimonio, sus padres seguían muy enamorados y disfrutaban de su mutua compañía. Y cuando Spencer se casó con Lucy, creyó que su matrimonio sería igualmente duradero.

Se había equivocado. Su matrimonio fue un desastre en el que sus sueños frustrados le dejaron en un mar de dolor y amargura.

Un leve sonido llamó su atención; al volverse, vio a Maura, a la entrada del cuarto de estar, con una blusa color crema y una falda multicolor que le llegaba a los tobillos. Su cabello rojizo estaba recogido en un moño en la nuca.

—Entra —invitó él; consciente, una vez más, de lo mucho que esa mujer le atraía—. ¿Te apetece una copa?

Le gustaba más con el cabello suelto, como lo llevaba cuando la conoció. Tuvo que resistir la tentación de quitarle las horquillas.

—Sí, gracias, agua mineral —contestó ella.

Maura se acercó a él, deteniéndose al otro lado de la barra de bar.

—¿No te apetece mejor una copa de vino?

Maura se mordió el labio inferior. Al momento, los músculos del estómago de Spencer se tensaron al sentir una emoción adormecida en él desde hacía mucho tiempo.

—Bueno, de acuerdo.

—Estupendo, ahora mismo te la sirvo.

Spencer dejó su vaso en la barra, abrió el pequeño frigorífico que había debajo y sacó una botella de vino.

Con la facilidad de la experiencia, la descorchó con un sacacorchos grande de cobre que formaba parte de la barra de bar.

—Es un sacacorchos maravilloso —comentó Maura mientras le veía servir el claro líquido en una copa.

—Y muy eficaz —añadió Spencer al tiempo que le daba la copa.

—Gracias —los dedos de Maura rozaron los de él y, al momento, un temblor le subió por el brazo.

Maura, sorprendida, lo miró. En el momento en que sus ojos se encontraron, a Maura le dio un vuelco el corazón.

—Oh, ya estás aquí, Maura —dijo Nora Diamond rompiendo la tensión.

Aliviada por la interrupción, Maura se volvió a su anfitriona.

—¿Has encontrado tu habitación cómoda? —preguntó Nora.

—Sí, es preciosa, gracias —respondió Maura.

—Por favor, si necesitas algo, dímelo —dijo Nora con una sonrisa—. ¿Estás bebiendo Chardonnay?

Maura asintió.

—Sí, su hijo me ha servido una copa.

—Spencer, querido, si no te importa, sírveme una a mí también —dijo Nora—. Maura, mi marido me ha pedido que os diga que la cena está lista; así que, por favor, siéntate a la mesa. Y ahora, si me perdonas, voy a echar una mano a Elliot.

Evitando la mirada de Spencer, Maura se acercó a la mesa de roble. Dejó el vaso encima de la mesa y sacó la silla más cercana.

—¿Qué te parece el vino? —le preguntó Spencer acercándose a la mesa.

Le sujetó la silla para ayudarla y, cuando Maura se sentó, sintió el cálido aliento de él en la nuca.

La piel se le erizó, y Maura tuvo que hacer un inmenso esfuerzo por evitar que la mano le temblara al ir a levantar la copa.

Bebió un sorbo de Chardonnay, más para tranquilizar sus nervios que por probarlo; cuando la sedosa frescura del líquido le refrescó la garganta, sintió que la tensión de su cuerpo empezaba a desvanecerse.

—Mmmm… delicioso. Muy refrescante y con sabor a fruta —comentó ella.

—Me dejas impresionado —Spencer dejó la copa que su madre le había pedido delante de su plato—, creía que los de Kentucky solo bebían bourbon.

—Bueno… es verdad —comentó Maura disimulando una sonrisa—. Y, como debes saber, es el mejor bourbon del mundo. No obstante, algunos de nosotros somos capaces de apreciar una copa de vino decente.

Spencer lanzó una carcajada. El sonido de aquella risa hizo que Maura volviera a temblar.

De repente, apareció Elliot con una bandeja humeante que llevó a la mesa. Lanzó a Maura una sonrisa mientras dejaba la bandeja con pechugas de pollo sumergidas en una cremosa salsa de champiñón.

Nora apareció con otras dos bandejas: una con patatas al vapor y otra con verduras salteadas.

Una vez que se hubieron sentado y que la comida estuvo servida, la conversación fluyó con facilidad mientras comían.

Spencer ocupaba la silla opuesta a la de Maura, lo que la molestó, ya que cada vez que sus miradas se encontraban, el corazón le daba un vuelco.

—¿Habéis dicho que Michael vuelve mañana? —preguntó Spencer.

Rápidamente, Maura contuvo la respiración mientras esperaba la respuesta.

—Sí, creo que llega al mediodía —contestó Nora.

—¿Por dónde era el crucero? —preguntó Maura con la esperanza de continuar la conversación sobre su padre.

—Por el Caribe —respondió Elliot—, aunque no sé exactamente en qué puertos ha parado.

—¿Viaja mucho? —preguntó Maura en tono ligero.

—Sí. A él y a su esposa les gustaba mucho viajar —contestó Nora—. Cuando Ruth vivía, fuimos de viaje juntos en varias ocasiones. Este es el primer viaje que hace después de la muerte de Ruth.

—Debe echar mucho de menos a su mujer —comentó Maura, cuidándose de no parecer excesivamente interesada.

—Sí, mucho —respondió Elliot.

—El pobre Michael lleva unos años de muy mala racha —añadió Nora, lanzando una mirada de preocupación a su hijo.

—Michael también perdió a su hija Lucy, que era mi esposa —dijo Spencer controlando la voz.

Maura hizo un esfuerzo para no mostrar ninguna reacción; sin embargo, por dentro, estaba conmovida. Hacía unas horas se había enterado de que su padre era viudo; ahora, se enteraba de que ella había tenido una medio hermana, que ésta había estado casada con Spencer, y que también había fallecido.

—Lucy era hija única —continuó Nora, atrayendo la atención de Maura de nuevo—. Ella y Spencer solo llevaban casados un año…

Nora se interrumpió y miró a su hijo antes de añadir:

—Lucy murió hace dos años en un accidente automovilístico. Ruth nunca se sobrepuso a la muerte de su hija.

Maura respiró profundamente y miró a Spencer. La expresión de él era ilegible. Evidentemente, aún lloraba la muerte de su esposa.

—Qué tragedia. Lo siento mucho —dijo Maura.

Spencer apartó la mirada de ella sin hacer más comentarios. Después, alargó la mano para levantar su copa de agua.

—Lucy era una chica muy guapa —comentó Elliot, interrumpiendo el breve silencio—. Como era hija única, estaba algo mimada y era un poco alocada.

—La muerte de Lucy nos afectó mucho a todos —prosiguió Nora, lanzando a su hijo una compasiva mirada—. Ruth no se sobrepuso y al año siguiente murió de un infarto.

—A pesar de lo mal que Michael lo ha pasado, este viaje nos ha parecido buena señal. Por fin, ha empezado a superar su tragedia personal y a continuar con su vida —dijo Elliot.

Mientras Maura escuchaba a Nora y a Elliot hablar de su nuera, le sorprendió y le intrigó el silencio de Spencer, que parecía ensimismado en sus pensamientos.

Nora se levantó de la mesa y empezó a recoger los platos, poniendo fin a la conversación.

—Deje que la ayude —dijo Maura.

—Ni hablar; al menos, esta noche no —contestó Nora sonriendo—. Tú quédate a charlar con Spencer.

A Maura le dio un vuelco el corazón. Habría preferido seguir a su anfitriona y hablar un poco más de Michael Carson.

—¿Le apetece a alguien un café? —preguntó Elliot al volver a entrar en el cuarto de estar con una cafetera en la mano.

—Sí, gracias, papá —Spencer se levantó de su asiento y se acercó al bar.

—Sí, a mí también me apetece un café. Gracias —contestó Maura—. Y el pollo estaba delicioso. Felicidades al cocinero.

—Gracias —respondió Elliot mientras empezaba a servir los cafés.

—Maura, ¿te apetece una copa de licor? ¿Un coñac? ¿Cointreau o Grand Marnier? —le preguntó Spencer.

—No, gracias —contestó Maura, también levantándose de la mesa—. En realidad, creo que no voy a tomar café. Ha sido un día muy largo y estoy bastante cansada, así que creo que me voy a ir a la cama.

—Por supuesto, querida —dijo Elliot.

Al momento, Maura se despidió de todos y salió del cuarto de estar para ir a su habitación.

Maura tardó un buen rato en dormirse, pensando en Lucy, la mujer de Spencer. La posibilidad de tener una hermana se le había pasado por la cabeza; pero descubrir que había tenido una medio hermana y que ahora estaba muerta, la dejó sintiendo un gran pesar por no haber tenido la oportunidad de conocerla.

Intentó imaginar la infancia y adolescencia de Lucy con su padre. Por lo que se había dicho durante la cena, sus padres la habían mimado demasiado.

Maura sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Era injusto. Lo único que había deseado siempre era formar parte de una familia. Criarse sin padre la había hecho sentirse, con frecuencia, marginada.

Incluso ahora que le había localizado, no había ninguna garantía de que la recibiera con los brazos abiertos o que quisiera que llegara a formar parte de su vida. Él había tenido una hija, una hija a la que había amado y que había perdido.

Michael Carson les había dado la espalda a ella y a su madre hacía veinte años y cabía la probabilidad de que volviera a hacerlo.

Por fin, con estos pensamientos, Maura logró dormirse. Cuando se despertó, la habitación aún estaba sumida en la oscuridad y, durante un momento, no supo dónde estaba.

Se tumbó boca arriba y se estiró. Miró al reloj digital que había en la mesilla de noche y vio que eran las cinco menos cinco de la mañana. Permaneció tumbada un momento más, disfrutando del calor y la comodidad de la cama.

Por fin, apartó la ropa de la cama, se levantó y se acercó al balcón. Abrió la puerta, salió y respiró profundamente. Le encantaba el olor a paja y a caballos.

El aire era fresco y revitalizante, y no tan frío como lo habría sido de haber salido al pequeño porche de su casa en Bridlewood.

El sol no había despuntado aún, pero en el horizonte se veía un resplandor rosado que anunciaba su pronta aparición. Inquieta y, repentinamente, deseosa de empezar a trabajar con el caballo, decidió salir a dar un paseo en busca de los establos.

Entró en la habitación, se dio una ducha rápida y se puso unos pantalones vaqueros y una blusa de algodón color azul pálido. Se recogió el cabello en una coleta, hizo la cama y, con las botas en la mano, salió de la habitación y se dirigió hacia las escaleras.

Cuando llegó a la cocina, se paró en seco al ver a Spencer echando café molido en la cafetera.

—Buenos días. El café estará listo dentro de unos minutos. ¿Te apetece tomar un café conmigo?

—Sí, gracias —respondió Maura educadamente.

Al adentrarse en la cocina, Maura notó las ojeras bajo los ojos de Spencer.

—Espero que hayas dormido bien —dijo él.

—Como un bebé —respondió Maura acercándose a la mesa, enfadada consigo misma por el hormigueo que sentía en el estómago—. ¿Y tú?

—Yo no he podido pegar ojo —contestó Spencer con voz cansada. Después, alzó la cabeza y la miró fijamente a los ojos—. Tenía muchas cosas en qué pensar.

Maura sintió una súbita alarma.

—¿En serio? —dijo ella con cautela, no estaba segura de cómo debía responder—. Supongo que no puedo hacer nada por ayudarte, ¿no?

Spencer encendió la cafetera eléctrica y se volvió de cara a ella.

—Creo que sí —contestó Spencer, mirándola fijamente a los ojos—. Por ejemplo, podrías explicarme por qué, de repente, después de rechazar mi invitación a venir a California hace dos meses, llamaste para ver si aún estaba interesado en que vinieras.

Un secreto desvelado

Подняться наверх