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Capítulo dos

Star parpadeó y giró la cabeza de un lado a otro, aturdida. ¿Qué acababa de pasar? ¿Cómo había pasado de estar sentada a la mesa de su cocina a estar tumbada en el suelo de lo que parecía ser un patio trasero? No reconocía ese lugar. La zona estaba llena de árboles, plantas y flores, pero ese follaje no le resultaba familiar. Se escuchaba el burbujeo de varias fuentes y el piar de unos pocos pájaros, pero por lo demás, todo estaba silencioso. Mientras se incorporaba azarosamente, apareció un hombre que caminaba enérgicamente por un camino empedrado.

—Desde luego, no ha sido un aterrizaje demasiado elegante. Espero que no se haya dañado. Por los cielos, ¿qué le sucede a su mano? ¡Está ardiendo! —el extraño hombre la agarró y tiró de ellas hasta una fuente cercana, donde le sumergió la mano en el agua.

—No estoy ardiendo, idiota, era un cigarrillo. Y era el último que me quedaba. ¿Dónde demonios estoy y qué está pasando?

—No hay necesidad de gritar ni insultar de esa manera. No es muy femenino. Si me acompaña, se lo explicaré.

Star observó detenidamente al hombre. Había algo que no encajaba. Era alto y delgado, con ojos almendrados y un cabello que le llegaba a los hombros. Sus piernas y brazos parecían un poco más largos de lo normal. «¡Sus orejas!». Eso era lo que estaba completamente fuera de lugar. Eran puntiagudas. Cuando le observó más de cerca, percibió su extraño color de piel. O se había puesto un bronceado de aerosol en mal estado o era de color púrpura. Star cruzó los brazos y levantó la barbilla.

—No voy a ir a ningún sitio hasta que me digas quién eres y qué está pasando. —Aunque quería mostrarse valiente, el corazón le aporreaba el pecho y le sudaban las palmas de las manos.

—Debo insistir en que me acompañe ahora. Oh, ¿dónde está Vesta? Ella es la que debe ocuparse de las hembras.

—Ya voy, ya voy —se escuchó decir a una voz y apareció una mujer apresurándose por otro camino—. Lo siento, Roven, me han retenido un momento.

La mujer tenía básicamente el mismo aspecto con el hombre, con las orejas puntiagudas y todo lo demás. Sus pieles no eran realmente púrpuras, sino más bien de un tono malva claro, lo que resaltaba el verde de sus ojos. Ambos vestían pantalones y camisas holgados, pero la mujer tenía el pelo corto y rosa. Star parpadeó y sacudió la cabeza. Debía de tener algún problema de visión, fue su conclusión. ¡Esas personas parecían elfos púrpuras!

De pronto, el retumbar de un trueno llenó el aire y un hombre apareció en el mismo lugar al que había llegado Star. Él también aterrizó a gatas.

—¿Qué es esto? No debería haber dos entregas a la vez. ¿Y por qué estos humanos aterrizan tan mal? Acabarán dañándose. Que los cielos y la diosa nos protejan —exclamó Roven.

El recién llegado se puso en pie de un salto y se giró hacia ella.

—¿Qué está pasando?

Tenía el mismo aspecto que había tenido ella, imaginaba Star. Sorprendido, confuso y enfadado. Sin embargo, también parecía ser completamente humano y bastante atractivo, cosa que tranquilizó un poco a Star. El hombre elfo se le acercó y lo agarró por el brazo.

—Si me acompaña...

—No voy a ir contigo a ningún lado y como no me quites las manos de encima te daré un puñetazo.

—¡Guardas! —gritó Roven.

Vesta agarró a Star por el brazo, pero ella se sacudió la mano de la mujer.

—Señorita, yo también voy a tener que darte un puñetazo. Déjame en paz.

Aparecieron varios elfos que portaban lanzas. Rodearon al hombre humano y le agarraron de los brazos por detrás y se lo llevaron.

—Por favor, no me hagas llamar a más soldados. No tenemos demasiados efectivos hoy y Su Majestad se molestará si llamamos a sus guardia palaciega. Ven conmigo en silencio —imploró la elfa.

Star evaluó rápidamente la situación y decidió que la resistencia no sería la mejor elección. Ellos tenían armas y ella no.

—¿A dónde me llevas? ¿Podrías decirme qué está pasando?

—Después. Debo llevarte a tu habitación y prepararte para el banquete de esta noche. Su Majestad insiste en que todos los recién llegados sean puntuales y vistan atuendos adecuados.

La mujer elfa condujo a Star por otro camino empedrado, cruzaron un inmenso portal arqueado y entraron en otra enorme sala abierta. Star observó a su alrededor maravillada, sentía que estaba en un programa de Discovery Channel visitando un antiguo palacio. Grandes muebles ornamentados llenaban el espacio y las paredes de piedra estaban decoradas con brillantes pinturas. La mujer caminaba con tanto vigor que Star no tuvo la oportunidad de contemplar las obras de arte de cerca, pero no reconoció ninguna de las pinturas.

Subieron una escalera de caracol y llegaron a una habitación en la que se encontraba una cama, un tocador, un sofá y otras piezas de mobiliario mal combinado. Para su consternación, Star observó que no había ventanas. Sintió cómo la claustrofobia la atenazaba.

—Puedes ponerte este vestido. Sobre la mesita de noche encontrarás una jarra con agua que puedes beber. Allí hay una bañera; el agua debería estar todavía caliente. Te ayudaré a desvestirte y bañarte.

—No necesito ayuda para desnudarme y desde luego que no necesito ayuda para bañarme —le dijo Star, cubriéndose el cuerpo con los brazos. Si esa mujer intentaba quitarle la ropa la golpearía. Star no se desnudaba delante de cualquiera.

—Debemos apresurarnos. Su Majestad se molestará si llegamos tarde.

—Sí, ya me he enterado, no le gustan los tardones. Si no me dices dónde estoy, al menos cuéntame de qué va este banquete, por qué debo bañarme y quién es esa Majestad. Me habéis traído a rastras desde mi casa y esperáis que siga vuestras órdenes sin darme ninguna información. ¿Qué pasa si no quiero haceros caso? ¿Me vais a hacer daño?

—Por favor, solo haz lo que te pido, por ahora. Tendremos una cena encantadora y entonces podremos hablar, te lo prometo. No queremos lastimarte. Déjame ayudarte.

—Creo que puedo bañarme y vestirme yo sola. De verdad.

—De acuerdo, te dejaré a solas. No intentes irte, habrá un guarda al otro lado de la puerta.

—¿Y a dónde diablos iba a ir?

La mujer se estremeció.

—Vosotros los humanos decís muchas palabrotas. No es nada femenino. Volveré a buscarte en breve. Estate preparada.

«Y una mierda femenino. Esperad a que me cabree de verdad y ya veréis lo que es ser femenina». Star sabía que su forma de hablar solía volverse tosca cuando estaba asustada y enfadada, y ahora lo estaba mucho, ambos cosas.

Echó un vistazo rápido a la habitación, pero no perdió el tiempo. No tenía ninguna duda de que la extraña mujer volvería pronto y le apuraría para presentarse ante «Su Majestad», por mucho que no estuviera preparada. Obviamente, la mujer elfa estaba agobiada y estresada, y Star había percibido un destello de miedo en sus ojos.

Dio unas bocanadas de aire y se calmó. Todo aquello era o una alucinación o un sueño, y en cualquier caso no había motivo para entrar en pánico porque pronto dejaría de ver cosas o despertaría.

La horrible idea de que la hubieran secuestrado le rondaba la cabeza, pero expulsó ese pensamiento para no sucumbir completamente al miedo. ¿Por qué iban a secuestrarla? Y encima con disfraces de elfo. No, todo eso era un producto de su imaginación hiperactiva, o quizá un flashback retardado derivado de las drogas contra las que la habían advertido cuando era una adolescente.

Merodeando por la habitación descubrió un pequeño armario y lo que parecía ser un orinal tras una cortina. Aliviada, Star hizo uso del extraño artilugio y después olió el agua de la jarra que había sobre la mesa. Olía bien y sabía bien al dar un pequeño sorbo, así que engulló una taza. Entonces se desvistió, sumergió la punta de un pie para comprobar el agua de la bañera y se metió. Con la esponja que encontró, se frotó rápidamente y justo cuando había terminado de secarse con la toalla y ponerse el vestido, entró la mujer elfo.

—Oh, te queda perfectamente. Estás presentable. Siéntate aquí, me encargaré de peinarte —dijo Vesta mientras señalaba el tocador.

Star se movía tímidamente con ese vestido. Rara vez vestía faldas y le preocupaba tropezar con ese vestido que llegaba hasta el suelo. Esa prenda, sin embargo, estaba hecha de una material ligero y etéreo. El tejido se movía con ella, y tras dar unos giros y vueltas de prueba, no le preocupaban los tropiezos. «Probablemente pueda correr con esto puesto, si tuviera que hacerlo».

Vesta frunció el ceño taconeó el suelo.

—Venga, siéntate, no tenemos tiempo para esas tonterías.

Star se sentó.

—Por favor, dime qué está pasando. He cooperado, ¿no? —preguntó con su voz más dulce, la que usaba para engatusar a los niños testarudos y los padres enfadados.

—La conversación tendrá que esperar hasta más tarde. Ahora mismo debemos prepararte y llevarte a cenar a tiempo. Por los dioses, tienes el cabello hecho un desastre. ¿Cuándo es la última vez que te lo cortaste?

La mujer trabajaba rápida y eficazmente, y Star quedó maravillada con el peinado elaborado que preparó en solo unos momentos. Star no hacía mucho más que lavarse su cabello ligeramente ondulado por la noche, después se lo humedecía y recogía con una pinza por la mañana. Cuando lo necesitaba, se lo recortaba en una peluquería que no requería cita y, ahora que lo pensaba, la última vez había sido bastante tiempo atrás. No había prestado nada de atención a su mantenimiento personal desde el Evento.

—Al menos dime tu nombre. Es Vesta, ¿verdad? Te diré el mío, me llamo Star.

—Sé cómo te llamas —dijo la mujer. Hizo un gesto a Star para que se girara y comenzó a aplicarle vigorosamente el maquillaje. Unos segundos después, cedió—. Sí, me llamo Vesta. Pero solo deberías hablar conmigo si es necesario.

«Como si quisiera tener una conversación larga y acogedora contigo, cascarrabias». Obviamente, la mujer no quería conversar, pero Star, acostumbrada a sustraerles información a niños de nueve años, se puso manos a la obra.

—Vesta, ¿dónde estoy y quiénes sois? Venga, puedes contármelo. De todos modos me enteraré pronto, ¿no? Ese elfo... Es decir, el hombre del patio, dijo que lo explicaría. De verdad que me gustaría saberlo. Estoy asustada. —Las lágrimas que aparecieron en los ojos de Star eran reales; estaba asustada.

—Oh, no llores, echarás a perder el maquillaje. Muy bien. Te encuentras en Porrima y somos duendes. Es todo lo que puedo decir de momento.

Star sopesó esa información. ¿Podía su cabecita, estresada, sobrecafeinada y deprimida, haber elaborado algo tan estrambótico? ¿No habría recibido una receta del médico y se habría tomado demasiadas pastillas de la felicidad? Todo eso no podía estar pasando, pero decidió tranquilizarse y seguirle la corriente.

—De acuerdo, Vesta, si estoy en otro planeta, ¿cómo es posible que os entienda y vosotros a mí? Explícamelo. ¿Y por qué puedo respirar el aire de aquí y beber el agua?

Vesta suspiró.

—Tenemos un programa traductor que adapta nuestra habla. Es muy técnico, así que no me pidas que te lo explique, no es mi especialidad. Estamos en un entorno controlado; los técnicos han creado una mezcla de aire apto para todo aquel que viene aquí. También hemos formulado un agua que se adapta a la que tú estás acostumbrada. Basta de hablar, tengo que maquillarte los labios.

Cuando Star estuvo arreglada para satisfacción de Vesta, las mujeres salieron por la puerta, bajaron por la escalera de caracol y regresaron al patio. Vesta miró a su alrededor y soltó una fuerte exhalación.

—¿Dónde estará ese Roven? Tarde, como siempre. Espera aquí.

Vesta se fue al trote por uno de los caminos.

Star examinó más atentamente el patio. Flores y plantas crecían por todas partes y un aroma cítrico le llenó los pulmones. Las fuentes burbujeaban, creando un sonido placentero y melódico. Había bancos alineados a los lados del gran espacio abierto, y unos caminos empedrados se adentraban en el denso follaje de los bordes. Ese jardín sería un escenario bastante pacífico, si no fuera por los guardas con lanzas puntiagudas apostados por la zona. Al echar la vista hacia arriba, Star observó un cielo rojo pálido con dos objetos brillantes situados en el firmamento. Contuvo la respiración y sintió que el corazón le dio un brinco. Cielos, ¿realmente se encontraba en otro planeta? No era posible.

Unas voces llamaron su atención hacia uno de los caminos y vio al hombre humano escoltado por los guardas, de nuevo con sus armas desenvainadas. Lo llevaron junto a ella y volvieron a marchar sin mediar palabra.

—Hola de nuevo. ¿Estás bien? ¿Por qué estás maniatado? —preguntó Star, aliviada por ver a este desconocido. Fuera quien fuera, parecía estar relativamente calmado y, ahora que podía verlo de cerca, era sin duda humano, y rematadamente guapo.

—Estoy bien, creo. No tengo ni idea de qué está pasando. Me estaba comportando y poniéndome esta estúpida túnica y las mallas cuando un guarda entró en mi habitación y me ató las manos.

—Quizá pueda deshacer los nudos. Acércate un poco y gírate. No creo que los guardas se den cuenta si no nos movemos demasiado.

—Gracias, pero creo que ya los he soltado. Sigue cubriéndome la espalda. Me llamo Adam Henderson, por cierto. ¿Y tú eres...?

—Star. Star Lite. —Ella esbozó una pequeña sonrisa al escuchar su risita—. Mis padres eran... creativos.

—Ya me lo imagino. Bien, ya está. —Adam agitó las manos y agarró las de Star y las apretó—. ¿Tienes idea de qué sucede?

La fuerza y el calor de las manos de Adam eran magníficamente reconfortantes, y Star quería agarrarlas y no soltarlas. Aunque solo llevaba unos minutos con él, ese hombre tenía algo que la atraía. Un hormigueo le recorrió la columna, y una calidez se extendió por su cuerpo; en concreto entre sus piernas, observó sorprendida. ¿A qué se debía eso? Sus bragas se humedecieron y se dio cuenta de que la respiración se le estaba volviendo más profunda y se estaba apoyando contra Adam, casi frotando su espalda contra la de él. Dio medio paso para apartarse y sacudió la cabeza, procurando arrebatarle el control a su lasciva libido.

—No, no tengo ni idea. Caí de bruces aquí, como tú. ¿Cómo te has librado de esa cuerda?

—Cuando era joven hacía algo de magia, así que sé un par de cosas sobre nudos.

Una imagen de Adam entre ataduras apareció en su cabeza. Apartó esa imagen, preguntándose otra vez si estaba teniendo una alucinación inducida por alguna droga. Acababa de conocer a ese hombre y su deseo sexual se había disparado. Tenía que concentrarse en lo que estaba pasando a su alrededor y dejar de prestar atención al calor que emanaba Adam.

Antes de que pudieran seguir con su conversación, Vesta y Roven se acercaron corriendo por el camino. Roven agarró a Adam por el brazo y la cuerda cayó a tierra. Star dio un paso atrás, convencida de que Roven estaría molesto, pero para su sorpresa, este se limitó a sonreír.

—Muy bien. Veo que hemos dado con el humano adecuado. Ahora, vengan rápido, ambos.

Entonces, con Vesta a su lado y Roven junto a Adam, marcharon hacia delante.

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