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Capítulo uno

Con un agitado suspiro de alivio, Star cerró el cajón de su escritorio de golpe. Había pasado otro año de clase, aunque le había parecido eterno. El último trimestre pareció ser más largo que el anterior, y el anterior a ese había transcurrido más lentamente que el previo. Esa tendencia no le gustaba a Star. ¿Su vida seguiría siendo así hasta que, un día de septiembre, se despertara gritando y reacia a levantarse de la cama? Este año tenía un buen motivo para estar deprimida, pero aun sin toda esa agonía adicional, la alegría que le daba enseñar desaparecía lentamente.

Enseñar a sus estudiantes todavía era algo que le hacía disfrutar, y le apasionaba poder marcar una diferencia en sus vidas, pero ese trabajo se volvía más y más difícil cada año que pasaba. Pese a que el presupuesto para los suministros necesarios era más bajo, las exigencias de trabajo administrativo de los profesores eran mayores. Los alumnos recibían menos atención personal y los exámenes estandarizados obligaban a los profesores a cambiar su método de enseñanza, y no para mejor, en su humilde opinión.

Cada año sopesaba su futuro, y este año se le antojaba especialmente desolador. Ni siquiera sabía qué curso debía enseñar el próximo año. Los rumores de despidos se propagaban rápido y con fuerza. Star recogió su bolso y la caja con el resto de trastos de su escritorio, y echó un último vistazo antes de dirigirse a la puerta. Cuando había llegado al centro de la habitación, se abrió la puerta.

En el pasillo había un hombre de aspecto extraño. Era alto, delgado y pálido. De su cuerpo colgaban su camisa y pantalones como si fueran prendas tendidas en un tendedero. Su piel era de un blanco puro, casi transparente. Star intentó recordar si era el padre de algún alumno, pero no pudo. Abrió el bolso y buscó de manera instintiva el spray de pimienta. Había más personas en el edificio y no tenía motivos para sospechar de ningún peligro, pero más valía prevenir. El desconocido entró en el aula.

—¿Srta. Lite? —preguntó con una voz sorprendentemente profunda.

Star había esperado que de esa estructura esquelética surgiera un susurro más seco.

—Sí, soy yo. ¿En qué puedo ayudarle?

—¿Tiene un momento para hablar? Sobre mi hijo.

«Maldición». Star se moría de ganas de negarse e irse a casa. Estaba convencida de que ese hombre no era padre de ninguno de sus alumnos actuales, y si su hijo iba a estudiar con ella el próximo semestre, bien podría esperar hasta entonces para comenzar las charlas entre padres y profesores.

—Llego tarde a otra cita —mintió—. ¿Podemos hablarlo por correo electrónico?

—Solo será un momento. ¿Podemos sentarnos?

Star dejó caer la caja de trastos con un ruido seco, se sentó en un pupitre de estudiante y con un gesto indicó al hombre que hiciera lo mismo. No estaban hechos para un adulto, desde luego, no uno de la estatura de ese hombre, y esperaba que esa incomodidad acortara la conversación.

—Soy el padre de Curtis Smith —dijo y extendió su gran mano como saludo—. Fue alumno suyo el año pasado. Hablaba muy bien de usted.

—¿Cómo está Curtis? —preguntó Star, mientras se estrujaba el cerebro para intentar recordar a un estudiante con ese nombre.

—Está bien. Ahora está con su madre. Hace poco lo vi y me pidió que le entregara esto —el hombre sacó una pequeña caja recubierta con purpurina—. Curtis me dijo que usted le ayudó mucho con los estudios y que nunca pudo darle las gracias adecuadamente. Quería que tuviera esto como muestra de agradecimiento. —El hombre se puso en pie—. Gracias por su tiempo, Srta. Lite. —Mostró una sonrisa desvanecida y salió del aula.

Star permaneció sentada un momento, no demasiado segura de qué acababa de pasar. Se percató de que el hombre no había dicho su nombre, solo el de su hijo. El nombre de Curtis Smith le sonaba, pero no podía ponerle una cara. No debió ser un estudiante problemático ni uno excepcional. Habían pasado tantos estudiantes por sus clases que le resultaba complicado recordarlos a todos, por mucho que lo intentara.

Volvió a recoger la caja con sus trastos y se dirigió a la puerta, aliviada porque el encuentro hubiera sido breve. Raro, pero breve. Cuando llegara a casa, miraría quién era Curtis Smith, pero ahora su prioridad era salir del edificio antes de que alguien más la abordara.

* * * *

Una vez llegó a casa, Star lanzó el bolso sobre la mesa de la cocina y descargó la caja con los trastos del aula en una esquina. Probablemente dejaría que ese desorden reposara durante todo el verano y después rebuscaría con prisas lo que necesitara cuando volvieran a comenzar las clases en la escuela. De momento, prevalecía una dichosa libertad.

Abrió la nevera y se sintió decepcionada, aunque no sorprendida, al ver que los estantes estaban lamentablemente vacíos. «Toca irse de compras». Star rebuscó en su bolso y saqueó un cajón de la cocina antes de dirigirse a su dormitorio y a la sala de estar, en busca de un cigarrillo. Ya que no podía comer, al menos daría una calada, aunque técnicamente había dejado de fumar. Ni comida, ni tabaco. ¿Era demasiado temprano para beber? «¡Ajá! ¡Un tesoro!». Quedaba un cigarrillo en un paquete escondido.

El timbre chirriante del teléfono quebró el silencio. Comprobó el identificador de llamada y gruñó. Era su prima Betty. Sabía exactamente qué suponía esa llamada y estuvo tentada de ignorarla, pero Betty persistiría hasta conseguir una respuesta. «Será mejor que acabe cuanto antes con esta conversación».

—¿Hola? —murmuró Star, con el teléfono colgado al hombro. Dejó a un lado todos los artículos para fumar, ya que no quería malgastar ni una pizca de placer por culpa de esa llamada.

—Hola, ¿Star? —preguntó la voz al otro lado del teléfono.

«¿Quién más respondería al teléfono en mi casa, y es que acaso no reconoces mi voz después de todos estos años?». Por una vez, Star estuvo tentada de soltarle una réplica cortante a Betty, pero con su dulce e inocente prima todo sarcasmo quedaba desperdiciado.

—Sí, Betty, soy Star. ¿Qué pasa? —preguntó con la esperanza de ir al grano rápido.

—Ya estás de vacaciones, ¿verdad? ¿Estás contenta por tener el verano libre?

—Sí, muy contenta. Estoy un poco ocupada ahora mismo. ¿Querías algo?

—Oh, solo quería asegurarme de que te estás preparando para la fiesta del 4 de julio. Deberíamos empezar a planearla pronto.

—Betty, estamos a uno de junio. ¿De verdad tenemos que pensar en julio tan pronto?

—¡Pues claro! Hay muchas cosas que hacer. Y bien, ¿de qué te quieres encargar? ¿La decoración? ¿Los postres? ¿O de las bebidas? ¡Dios, me estoy entusiasmando solo con pensar en ello!

Star estaba a punto de vomitar solo con pensar en ello, pero se forzó a respirar hondo y exhaló lentamente. Betty tenía buenas intenciones, pero no podía evitar que su cerebro se sobreacelerara en ocasiones.

—¿Y si te llamo dentro de una semana? Tengo que sacar todas mis trastos de la escuela de las cajas y hacer algunas cosas.

—Oh, cari, ¿todavía estás triste? Suenas triste. Cielos, yo también lo estaría después de lo que te hizo ese asqueroso. Eres un gran partido. Él se lo pierde, sabes.

—No estoy triste, estoy bien —contestó. No quería pensar en su exprometido y aquel día horroroso—. Ya lo he superado. Tienes razón, él se lo pierde. Ya he pasado página.

—¡Ese es el espíritu! No malgastes ni un minuto más pensando en él. Aclárate las ideas, haz eso que tienes que hacer y llámame. Pero no te lo tomes con demasiada calma, ¡hay muchas cosas que preparar!

Star se despidió y colgó. Trató de indignarse un poco con Betty. Maldita fuera por obligarla a preparar una fiesta a la que ni siquiera quería asistir, y maldita fuera por darle otra cosa más de la que preocuparse. Star ya tenía demasiados proyectos en los que trabajar ese verano, demasiadas cosas por hacer.

Pero no estaba ni siquiera cerca de indignarse. Básicamente no sentía nada, lo mismo que había sentido últimamente... ¿Cuánto tiempo había pasado desde el Evento, casi un año? Ni gozo, ni enfado, ni pena, solo un gran sentimiento insípido todos los días. Empezaba nada más despertarse, proseguía durante todo el día y duraba hasta la noche, cuando unos últimos pensamientos fugaces danzaban por su mente antes de que la reclamara el sueño. Incluso sus sueños eran apagados y mediocres.

Y, la verdad fuera dicha, no tenía absolutamente nada que hacer ese verano, ningún plan, nada. Casi todos los años tenía algo en cartera, una clase que dar o a la que asistir, proyectos para hacer en su patio o por la casa; alguna tarea que le diera un buen motivo para levantarse de la cama cada mañana. Pero no ese año. Había dejado de algún modo que el verano se acercara y no había hecho ningún plan.

Star sabía que su mentalidad actual no era buena. Había escuchado las palabras «depresión clínica» susurradas en la sala de profesores y sabía que ese podría ser su caso, pero no había desarrollado la voluntad suficiente para examinar el problema. Se prometía una y otra vez que pediría cita con un médico, pero nunca lo hacía. La idea de tomar pastillas no era especialmente atractiva, y tenía la sospecha de que lo único que sacaría de un médico era medicación.

Lo que necesitaba de verdad era un descanso de su rutina cotidiana. Quizá encontrara algo totalmente diferente para hacer ese verano, algo fuera de lo común. Algo que le diera la descarga de energía que necesitaba para querer volver a formar parte de la raza humana. Ahora mismo, solo quería fumarse ese último cigarrillo antes de dejar el tabaco una vez más, meterse en la cama y cubrirse la cabeza con las sábanas durante el resto del día.

Star agarró su bolso para buscar un mechero y la caja que aquel extraño hombre le había entregado salió atropelladamente. Una vez se encendió el cigarrillo y disfrutó de una primera calada de humo, agarró la caja y la giró en sus manos.

Ahora se acordaba de Curtis. Un chico silencioso, que estuvo en su clase solo un mes hasta que su familia se mudó, recordó. Lo que recordaba acerca de él es que era extraño. Se parecía mucho a su padre, delgado y pálido, y poco hablador. Se sentaba a solas a la hora del almuerzo y se apoyaba contra la pared de ladrillos de la escuela para ver a los otros niños jugar durante el recreo, sin participar nunca. Sintió lástima por él porque los demás niños lo ignoraban, pero a Curtis no parecía importarle, así que lo dejó estar. Había llegado a entender que algunos niños prefieren estar solos.

Aunque finalmente tuvo que regañarlo un poco. Él la observaba continuamente en clase y seguía constantemente todos sus movimientos incluso cuando debería estar haciendo algún ejercicio. Un día Star lo llamó después de clase y le preguntó si le pasaba algo.

El chico sonrió, de forma un tanto espeluznante, y sacudió la cabeza. Star le pidió que dejara de mirarla fijamente y le dijo que era de mala educación observar a una persona con tanta insistencia. Él solo respondió «sí, señora» y con eso terminó la conversación. Dejó de observarla tanto y poco después se mudó. No había vuelto a pensar en él desde entonces.

¿Por qué le daría un regalo? ¿De verdad lo había ayudado? ¿Con qué? Star abrió lentamente la tapa y dio un sobresalto cuando escuchó el retumbar de un trueno. Un estallido de luz se arremolinó a su alrededor y sintió cómo se elevaba de la silla y era transportada a otro lugar.

Fuera De Lo Común

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