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Capítulo I · Mi primer encuentro con Andrew Carnegie

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Por más de un cuarto de siglo mi principal propósito ha sido el de separar y organizar dentro de una ideología de triunfo, las causas tanto del fracaso como del éxito, con el objetivo de serle útil a aquellos que no tienen la tendencia ni la oportunidad de involucrarse en este tipo de búsqueda.

Mi tarea comenzó en el año 1908 como resultado de una entrevista que tuve con el fallecido Andrew Carnegie. Le dije con franqueza al señor Carnegie que deseaba ingresar a la escuela de leyes y que se me había ocurrido la idea de pagar mis estudios entrevistando a hombres y mujeres de éxito para saber cómo lograron triunfar, quería escribir artículos sobre mis hallazgos en revistas. Al final de nuestra primera visita, el señor Carnegie me preguntó si tenía o no el valor suficiente para llevar a cabo una sugerencia que deseaba ofrecerme. Le respondí que valor era todo lo que yo tenía y que estaba preparado para poner todo mi esfuerzo en llevar a cabo cualquier sugerencia que quisiera ofrecerme.

Entonces dijo: “Tu idea de escribir artículos sobre hombres y mujeres exitosos es algo admirable, en lo que a eso respecta, y no tengo la intención de tratar de disuadirte de llevar a cabo tu propósito; pero debo decirte que si deseas ser útil por mucho tiempo, no sólo para aquellos que aún viven, sino también para la posteridad, podrás hacerlo si te tomas el tiempo de organizar tanto las causas del fracaso como las causas del éxito.

”Hay millones de personas en el mundo que no tienen la más mínima idea de las causas del éxito y del fracaso. Las escuelas y universidades enseñan prácticamente todo excepto los principios del éxito personal y exigen que los jóvenes, tanto hombres como mujeres, pasen de cuatro a ocho años adquiriendo conocimientos abstractos; sin embargo, no les enseñan qué hacer con este conocimiento después de adquirirlo.

”El mundo requiere de una ideología práctica y comprensible acerca del éxito, establecida a partir del conocimiento práctico adquirido por la experiencia de hombres y mujeres en la gran universidad de la vida. En todo el campo de la Filosofía no encuentro nada que se asemeje ni remotamente al tipo de ideología que tengo en mente. Tenemos pocos filósofos capaces de enseñar a hombres y mujeres el arte del vivir.

”Me parece que es una oportunidad para desafiar a un joven ambicioso como tú; sin embargo, la ambición por sí misma no es suficiente para esta tarea que te he sugerido. Quien la emprenda debe tener valor y tenacidad.

”El trabajo exigirá de por lo menos veinte años de continuo esfuerzo, durante los cuales, quien se comprometa a llevarla a cabo, tendrá que ganarse la vida por otros medios, pues este tipo de investigación nunca resulta lucrativa al principio y, por lo general, quienes han contribuido al desarrollo a través de este tipo de tareas, han tenido que esperar casi cien años después de su propia muerte para recibir el reconocimiento a su labor”.

Nota de Sharon: ...¡veinte años de labor sin paga y probablemente sin reconocimiento! ¿Cómo responderías a este “ofrecimiento”? Tal como lo menciona a continuación, Hill aceptó el desafío de Carnegie y se dispuso a entrevistar a los gigantes de ese tiempo, incluyendo a Theodore Roosevelt, Thomas Alva Edison, John D. Rockefeller, Henry Ford, Alexander Graham Bell y King Gillette, entre otros. Su esfuerzo culminó finalmente en la publicación de varios libros, entre ellos el volumen ocho de Laws of Success (Las leyes del éxito)y Think and Grow Rich (Piense y hágase rico) después de más de veinticinco años de investigación. Su trabajo es considerado fundamental para el desarrollo personal, ya que investigó todos los principios que siguen sirviendo de base para las enseñanzas de los actuales maestros espirituales. Quizá el lector piense que este manuscrito se escribió un año después de haberse publicado, tal vez pueda apreciar el “otro yo” de Hill, tal vez identifique cómo el Maestro venció la frustración y logró utilizar los elementos más importantes en su investigación; pero Burlar al Diablo, revelará, por sí mismo, el despertar espiritual de Hill y cómo cada uno de nosotros podemos aprender ese proceso a partir de este encuentro con el Diablo.

“Si emprendes esta labor, deberás entrevistar no sólo a los pocos que han triunfado, sino a los muchos que han fracasado. Deberás analizar cuidadosamente a muchas miles de personas que han sido clasificadas como fracasos, y con fracasos me refiero a los hombres y mujeres que llegan desilusionados al último capítulo de su vida por no haber alcanzado el objetivo que sus corazones se habían impuesto. Por inconsistente que parezca, aprenderás más sobre cómo triunfar a partir de los fracasos de lo que aprenderás de los llamados triunfos, pues éstos te enseñarán lo que no debes hacer.

”Asimismo, hacia el final de tu labor, si es que la llevas a cabo satisfactoriamente, harás un descubrimiento que te sorprenderá: Descubrirás que la causa del éxito no es algo ajeno al hombre, que es una fuerza natural tan intangible, que la mayoría de los hombres nunca la reconocen, una fuerza que bien podría llamarse el otro yo. Cabe señalar el hecho de que este otro yo rara vez ejerce su influencia o se hace presente excepto en ocasiones de inusual urgencia, cuando los hombres se ven obligados, por la adversidad o algún abatimiento temporal, a cambiar sus hábitos y a ingeniárselas para superar la dificultad.

”La experiencia me ha enseñado que un hombre nunca puede estar tan cerca del éxito como cuando eso que él llama fracaso lo ha dominado ya que es en estas ocasiones cuando se ve obligado a pensar. Si piensa acertadamente y es persistente, descubre entonces que generalmente el llamado fracaso no es más que una señal para rearmarse a sí mismo con un nuevo plan o propósito. La mayoría de los fracasos se deben a las limitaciones que los hombres mismos instalan en su mente. Si tuviesen el valor de avanzar un paso más, descubrirían su error”.

Nota de Sharon: la mayoría de los fracasos se deben a las limitaciones que los hombres instalan en su mente. La negatividad y la desconfianza en uno mismo pueden ser el principal obstáculo para el éxito. Con la actual Depresión Económica, muchas de las personas que han hecho “lo correcto” durante su vida se encuentran ahora, por primera vez, enfrentando una severa adversidad. El mayor obstáculo para su recuperación es su propio miedo y la autodesconfianza que se ha implantado por su reciente experiencia. ¿Acaso has permitido que la actual situación te supere? ¿La autodesconfianza y el autosabotaje han evitado que alcances tus sueños? ¿Eres tu peor enemigo? ¿Abandonarás tu búsqueda cuando estás a sólo a un metro de encontrar el tesoro?

Volver a vivir

El diálogo del señor Carnegie remodeló toda mi vida y plantó en mi mente un ardiente propósito que me ha impulsado incesantemente, y esto a pesar del hecho de que yo no tenía más que una vaga idea de lo que él quería decir con el otro yo.

Durante mi tarea de investigación sobre las causas del fracaso y del éxito, tuve el privilegio de analizar a más de veinticinco mil hombres y mujeres que habían sido clasificados como fracasados y a más de quinientos que habían sido clasificados como triunfadores. Hace muchos años vislumbré por primera vez a ese otro yo que el señor Carnegie había mencionado. El descubrimiento surgió, tal y como él lo dijo, como resultado de dos momentos cruciales en mi vida, los cuales conformaron las crisis que me obligaron a ingeniármelas para salir de las dificultades como nunca antes lo había hecho.

Ojalá fuera posible describir este hallazgo sin tener que usar el pronombre personal; sin embargo es imposible porque éste surgió a través de experiencias personales de las que no se puede aislar. Para presentarte el panorama completo, tendré que regresar al primero de estos dos momentos cruciales y llevarte paso a paso hasta este hallazgo.

La investigación necesaria para la acumulación de los datos, a partir de la cual se organizaron los diecisiete principios del éxito y las treinta principales causas del fracaso, requirió de años de trabajo.

Había llegado a la falsa conclusión de que había terminado mi tarea de organizar una completa ideología sobre el éxito personal. Lejos de haber concluido, mi trabajo sólo había comenzado. Había erigido el esqueleto de la ideología al organizar los diecisiete principios del éxito y las treinta principales causas del fracaso; pero ese esqueleto debía que ser cubierto con la carne de la aplicación y la experiencia. Aún más, se le debía otorgar un alma a través de la cual poder inspirar a hombres y mujeres a enfrentar los obstáculos sin evitarlos.

El alma, que todavía debía añadirse, como lo descubrí más tarde, se hizo posible sólo después de que mi otro yo hizo su aparición a través de dos momentos cruciales en mi vida.

Habiéndome decidido a dirigir mi atención ––y sin importar los talentos que pudiera tener–– en los ingresos monetarios a través de los canales comerciales y profesionales, me decidí a entrar en la profesión de la publicidad convirtiéndome en el gerente de publicidad de la Extensión Universitaria La Salle de Chicago. Todo marchó de maravilla durante un año, después del cual se apoderó de mí un profundo disgusto por mi trabajo y renuncié.

Ingresé entonces al negocio de las franquicias con el ex Presidente de la Extensión Universitaria LaSalle, convirtiéndome en el Presidente de Betsy Ross Candy Company. Por desgracia ––o lo que a mí me parecía una desgracia entonces–– los desacuerdos con los socios comerciales me separaron de ese proyecto.

El embrujo de la publicidad seguía en mi sangre e intenté de nuevo darle expresión instituyendo una escuela de publicidad y ventas, como parte del Bryant & Stratton Business College.

La empresa marchaba viento en popa y estábamos haciendo dinero rápidamente cuando Estados Unidos participó en la Primera Guerra Mundial. En respuesta a una necesidad interna que las palabras no podrían describir, me alejé de la escuela y me enrolé al servicio del Gobierno de Estados Unidos, bajo la dirección personal del presidente Woodrow Wilson, dejando que un negocio perfectamente sólido se desintegrara.

El Día del Armisticio, en 1918, comencé la publicación de la revista The Golden Rule. A pesar del hecho de que no contaba con un centavo de capital, la revista creció rápidamente y pronto obtuvo una circulación mundial de casi medio millón, finalizando su primer año de negocios con una ganancia de 3 156 dólares.

Nota de Sharon: para una correcta representación, 3 156 dólares, en 1918, representarían cuarenta y cinco mil dólares en el mundo actual, basándose en el promedio anual del Índice de Precios al Consumidor, elaborado por la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos y de doscientos dos mil utilizando las tablas nominales del PIB per cápita. No es una mala ganancia para un primer año de negocios... cuando la gran mayoría de las empresas pierde dinero en su primer año.

Unos años después me enteré, por un experimentado editor, que ningún hombre con experiencia en la publicación y distribución de revistas nacionales se propondría iniciar semejante revista con menos de medio millón de dólares de capital.

The Golden Rule Magazine y yo estábamos destinados a separarnos. Mientras más triunfábamos, más descontento me sentía hasta que, finalmente, debido a un cúmulo de molestias menores provocadas por los socios del negocio, les hice un regalo de la revista y me retiré.

Nota de Sharon: éste era sólo el inicio del amor que Hill sentía por las revistas. A The Golden Rule Magazine le siguió su publicación de The Napoleon Hill Magazine. Más tarde se convirtió en el editor de Success Magazine, una revista que se sigue publicando actualmente.

Después establecí una escuela de capacitación para agentes de ventas. Mi primer cometido fue capacitar a un ejército de tres mil personas para una compañía de franquicias, para lo cual obtuve diez dólares por cada vendedor que cursó mis clases. En seis meses mi trabajo me había compensado un poco más de treinta mil dólares. El éxito, en lo que respecta al dinero, estaba coronando mis esfuerzos con abundancia. De nuevo volví a sentirme “intranquilo”. No me sentía contento y cada día se hacía más evidente que el dinero nunca me haría feliz.

Sin la menor excusa razonable para mis acciones, me retiré y renuncié a un negocio del cual hubiera podido ganar fácilmente un próspero salario. Mis amigos y asociados pensaban que había enloquecido y no se retractaban de decirlo.

Francamente me sentí tentado a coincidir con ellos; pero parecía que no había nada que pudiera hacer al respecto. Buscaba la felicidad y no la había encontrado. Al menos esa es la única explicación que podía ofrecer ante mis extrañas acciones. ¿Qué hombre se conoce a sí mismo realmente?

Nota de Sharon: “De nuevo volví a sentirme intranquilo. No me sentía contento y cada día se hacía más evidente que el dinero nunca me haría feliz.” Pude haber escrito esto de mí misma hace algunos años. Pero al tomar la decisión de abandonar cierta situación que, si bien resultaba financieramente reconfortante, no se ajustaba a mi misión personal, se abrieron nuevas puertas de oportunidad para mí. Resultó ser la mejor decisión de mi vida profesional. ¿Te acuerdas de algún momento en tu vida en el que tomaste una difícil decisión, pero que sabías que había sido la correcta aunque otros te lo cuestionaran?

Eso sucedió a finales del otoño de 1923. Me encontraba varado en Columbus, Ohio, sin fondos y, peor aún, sin un plan para salir de mi problema. Era la primera vez en mi vida que me veía imposibilitado por falta de fondos.

Muchas veces en el pasado me había visto corto de dinero; pero nunca antes se me había hecho imposible obtener lo necesario para mis necesidades personales. Esa experiencia me impactó. Parecía estar completamente a la deriva con respecto a lo que podía o debía hacer. Pensé en una docena de planes para solucionar mi problema, pero los deseché como poco prácticos e imposibles de realizar. Me sentía como alguien que se ha perdido en una jungla sin una brújula. Cada intento que hacía por salir me llevaba de vuelta al punto de partida.

Durante casi dos meses sufrí la peor y más dolorosa de las indecisiones humanas. Conocía los 17 principios del éxito personal; ¡pero no sabía cómo aplicarlos! Sin saberlo, me estaba enfrentando a una de esas crisis de la vida a través de las cuales ––según me había dicho el señor Carnegie–– los hombres a veces descubren a sus otros yo. Mi angustia era tan grande, que nunca se me ocurrió sentarme a analizar su causa y buscar el remedio.

Nota de Sharon: “La peor y más dolorosa de las indecisiones humanas.” ¿Alguna vez te has sentido paralizado por la indecisión? Éste fue el momento más crucial en la vida de Napoleon Hill. Su vida de pasar de trabajo en trabajo suena como la de muchas personas hoy en día... personas que desean y buscan satisfacción en sus trabajos y en sus vidas. El predicamento en el que se encontraba Hill había sido, al menos en parte, infligido y admitido por él mismo. Pasaba de un trabajo a otro en busca de su propia vida profesional idónea y de su satisfacción; sin embargo, se encontró a sí mismo en casi las mismas circunstancias que cualquiera que hoy en día haya sido impactado de forma negativa por la actual situación económica. Hill sacó provecho de su fracaso temporal al utilizarlo como una espuela para obligarse a pensar y a analizar, a descubrir su “otro yo”. Si las circunstancias económicas te han asestado un golpe, también tú puedes utilizarlo como una palanca y una motivación para descubrir tu “otro yo”.

El fracaso se convierte en triunfo

Una tarde tomé una decisión que me sacó de la dificultad. Tenía la sensación de querer salir a los espacios abiertos del país, en donde pudiera respirar aire fresco y pensar.

Comencé a caminar y cuando ya había avanzado siete u ocho kilómetros, de pronto me sentí paralizado. Durante varios minutos me quedé ahí parado como si estuviera adherido al camino. Todo a mi alrededor se oscureció y podía escuchar el fuerte sonido de una energía que vibraba a un rango muy alto. Mis nervios disminuyeron, mis músculos se relajaron y me invadió una enorme quietud. La atmósfera comenzó a despejarse y, conforme sucedía, recibí una orden proveniente de mi interior y que surgió en forma de pensamiento, es la forma más precisa en la que puedo describirlo.

La orden era tan clara y distinguible, que no podría malinterpretarla. En esencia decía: “Ha llegado el momento en que completes la ideología del éxito que iniciaste a sugerencia de Carnegie. Regresa a casa de inmediato y comienza a transferir de tu mente a manuscritos la información que has reunido.” Mi otro yo había despertado.

Durante algunos minutos me sentí asustado. La experiencia no se parecía a ninguna que hubiera vivido antes. Di la vuelta y caminé rápidamente hasta llegar a casa. Al aproximarme a casa, observé a mis tres hijos mirando por una de las ventanas a los hijos de nuestro vecino, quienes estaban vistiendo un árbol de Navidad en la casa contigua.

Entonces recordé que era la época navideña. Es más, recordé, con una profunda sensación de angustia que nunca antes había experimentado, que no habría un árbol de Navidad en nuestra casa. La mirada de desilusión en los rostros de mis hijos hizo que me percatara dolorosamente de ese hecho.

Entré a la casa, me senté ante la máquina de escribir y comencé de inmediato a convertir en escritos mis hallazgos sobre las causas del éxito y del fracaso. Al colocar la primera hoja en la máquina de escribir, me vi interrumpido por la misma sensación que me había inundado al encontrarme al aire libre unas horas antes y entonces vino a mi mente este pensamiento:

“Tu misión en la vida es completar la primera ideología mundial sobre el éxito personal. Has estado tratando en vano de escapar a tu tarea y cada esfuerzo que has hecho te ha llevado al fracaso. Estás buscando la felicidad. Aprende esta lección, de una vez por todas, ¡que sólo encontrarás la felicidad si ayudas a otros a encontrarla! Has sido un estudiante testarudo. Debías ser curado de tu insensatez a través de la frustración. En unos cuantos años a partir de este momento, todo el mundo vivirá una experiencia que colocará a millones de personas en la necesidad de seguir la ideología que tú has sido instruido a completar. Habrá llegado entonces tu gran oportunidad de encontrar la felicidad al ofrecer un servicio útil. Ve a trabajar y no te detengas hasta haber completado y publicado los manuscritos que has iniciado.”

¡Estaba consciente de haber llegado, por fin, al final del arcoíris de la vida, y me sentía feliz!

La duda hace su aparición

El conjuro, si es que así se le puede llamar a la experiencia, desapareció. Comencé a escribir. Poco después, mi razón me sugirió que me estaba aventurando en una misión de tontos. La idea de un hombre abatido y casi apagado, presumiendo escribir una ideología de éxito personal, parecía tan ridícula, que me reí escandalosamente y quizás hasta con desprecio.

Me retorcí en mi silla, pasé los dedos por mi cabello e intenté buscar un pretexto para justificarme a mí mismo por sacar la hoja de papel de mi máquina de escribir antes de ponerme realmente a escribir; sin embargo, la necesidad de continuar era más fuerte que el deseo de renunciar. Me reconcilié con mi tarea y seguí adelante.

Nota de Sharon: “La necesidad de continuar era más fuerte que el deseo de renunciar.” ¿Recuerdas ese momento en el que deseabas renunciar, pero algo te obligaba a seguir adelante? Puede haber sido tu “otro yo”.

Viendo ahora en retrospectiva, a la luz de todo lo que ha pasado, puedo ver que todas esas pequeñas experiencias de adversidad por las que he pasado, se encuentran entre mis experiencias más afortunadas y provechosas. Fueron bendiciones ocultas porque me obligaron a seguir trabajando, lo cual finalmente me brindó la oportunidad de convertirme en alguien más útil para el mundo de lo que hubiera sido si hubiese triunfado en cualquier otro plan o propósito.

Durante casi tres meses trabajé en esos manuscritos, completándolos durante los primeros meses del año 1924. Tan pronto como estuvieron terminados, de nuevo me sentí tentado por el deseo de volver al gran juego americano de los negocios.

Sucumbiendo al encanto, adquirí el Metropolitan Business College en Cleveland, Ohio, y comencé a hacer planes para aumentar su capacidad. Para finales de 1924 habíamos crecido y nos habíamos expandido, añadiendo nuevos cursos hasta que ya estábamos creando un negocio con casi el doble del mejor récord anterior que la escuela hubiera alguna vez conocido.

De nuevo el virus del descontento comenzó a hacerse sentir en mi sangre. De nuevo supe que no encontraría la felicidad en ese tipo de misión. Entregué el negocio a mis socios y me concentré en la plataforma del discurso, ofreciendo conferencias sobre la ideología del éxito a la organización a la cual le había dedicado muchos de mis años anteriores.

Una noche tenía programada una conferencia en Canton, Ohio. La suerte o lo que a veces parezca configurar el destino de los hombres sin importar cuánto luchen contra él, de nuevo hizo su aparición en el escenario y me colocó frente a frente con una experiencia dolorosa.

Entre mi audiencia de Canton se encontraba Don R. Mellett, editor del Daily News de Canton. El señor Mellett se interesó tanto en la ideología del éxito personal sobre la que hablé esa noche, que me invitó a reunirme con él al día siguiente.

Esa visita resultó en un acuerdo de sociedad que tendría lugar el primer día del siguiente mes de enero, cuando el señor Mellett planeaba renunciar como editor del Daily News para hacerse cargo del negocio y de la promoción de la ideología sobre la que yo estaba trabajando.

Sin embargo, en julio de 1926 el señor Mellett fue asesinado por Pat McDermott, un personaje del inframundo, y por un policía de Canton, Ohio, quienes fueron sentenciados a cadena perpetua. Fue asesinado por exponer en su periódico una conexión entre los contrabandistas y varios miembros de la fuerza policiaca de Canton. Fue uno de los crímenes más impactantes que produjo la era de la prohibición.

Nota de Sharon: el asesinato, en julio de 1926, del “periodista combatiente” Donald Ring Mellett, editor del Daily News de Canton, Ohio, fue uno de los crímenes más difundidos durante los años veinte. En 1925, Mellett había descubierto una amplia corrupción al interior de la fuerza policiaca de Canton, emprendiendo así una campaña editorial en contra del vicio y la corrupción dirigida, entre otros, al Jefe de la Policía de Canton. Si bien no se ve reflejado en el relato de Hill, se sabe que Hill pidió al alcalde de Ohio iniciar una investigación sobre la corrupción.

Personajes locales del inframundo y al menos un policía de Canton contrataron a Patrick McDermott, un ex convicto de Pensilvania, para silenciar a Mellett, quien fue acribillado a balazos a las afueras de su domicilio. Se dice que los gatilleros también estaban esperando a Hill; sin embargo, una fortuita avería en su automóvil lo alejó del camino del agravio. El New York Times informó, en un artículo del 17 de julio de 1926 titulado “Más amenazas de muerte tras el asesinato del editor de Canton”, que los ciudadanos de Canton señalaron “estamos aterrorizados por las amenazas de más asesinatos por parte de los jefes de apostadores, contrabandistas y otros criminales”. Tal y como lo relató Hill, al enterarse del asesinato de Mellett, y tras haber recibido una advertencia anónima para salir del país, se dirigió a Virginia Occidental. En gran parte, gracias al trabajo de un detective privado contratado por el Fiscal del Condado de Stark, McDermott, dos gatilleros de la localidad y un ex detective de la policía, fueron finalmente acusados del asesinato de Mellett.

La casualidad (?) salvó mi vida

A la mañana siguiente del asesinato del señor Mellett, recibí una llamada telefónica anónima para avisarme que tenía yo una hora para salir de Canton, podía irme de manera voluntaria en el lapso de esa hora; pero que si me esperaba más tiempo, seguramente me iría en una caja de pino. Mi sociedad mercantil con el señor Mellett aparentemente había sido malinterpretada. Sus asesinos evidentemente creían que yo estaba directamente conectado con la denuncia que él estaba haciendo en sus diarios.

No esperé a que terminara el plazo de una hora, sino que de inmediato subí a mi automóvil y conduje hasta la casa de unos familiares en las montañas de Virginia Occidental, en donde permanecí hasta que los asesinos fueron encarcelados, aproximadamente unos seis meses después.

Esa experiencia se ajustaba muy bien a la categoría ––descrita por el señor Carnegie–– de emergencia que obliga a los hombres a pensar. Por primera vez en mi vida conocí la agonía del temor constante. Mi experiencia de unos años antes, en Columbus, había llenado mi mente de dudas y de una indecisión temporal; pero ésta la había llenado de un miedo que parecía incapaz de eliminar. Durante el tiempo que estuve oculto, raras veces salía de casa por la noche, y cuando lo hacía, mantenía mi mano sobre una pistola automática que cargaba en el bolsillo de mi saco, con el seguro abierto para una acción inmediata. Si algún automóvil extraño se detenía frente a la casa donde me ocultaba, me dirigía al sótano y examinaba cuidadosamente a sus ocupantes a través de las ventanas.

Después de algunos meses de este tipo de experiencia, mis nervios comenzaron a desmoronarse. Había perdido por completo el valor. La ambición que me había animado durante los largos años de trabajo en la búsqueda de las causas del fracaso y del éxito también me había abandonado.

Lentamente, paso a paso, sentí que entraba en un estado de apatía del que temía no ser capaz de salir. Esa sensación debe haberse parecido mucho a la que experimenta aquel que de pronto cae en arenas movedizas y se da cuenta de que cada esfuerzo que hace por salir, lo hunde cada vez más profundo. El miedo es un pantano que uno mismo crea.

Si la semilla de la locura estuviera en mi organismo, seguramente hubiera germinado durante esos seis meses de muerte en vida. Una absurda indecisión, sueños inciertos, duda y temor era lo que ocupaba mi mente noche y día.

La “emergencia” a la que me enfrenté resultó desastrosa de dos maneras. Primero, la naturaleza misma de ésta me mantuvo en un constante estado de indecisión y miedo. En segundo lugar, el ocultamiento obligado me mantuvo en la ociosidad, con su concomitante pesadez del tiempo, lo cual obviamente me preocupaba.

Mi capacidad de razonamiento casi se había paralizado. Y me di cuenta de que yo mismo debía esforzarme por salir de este estado mental. ¿Pero cómo? El ingenio que me había ayudado a enfrentar todas las anteriores emergencias parecía haber desaparecido por completo, dejándome indefenso.

De entre todas mis dificultades, que parecían ser lo suficientemente agobiantes hasta este punto, surgió una más que parecía ser más dolorosa que todas las demás juntas. Fue el darme cuenta que había pasado mis mejores años persiguiendo un arcoíris, buscando aquí y allá las causas del éxito y viéndome a mí ahora más desvalido que cualesquiera de las veinticinco mil personas a las que yo había juzgado como fracasos.

Este pensamiento era casi enloquecedor. Además era extremadamente humillante porque había estado ofreciendo conferencias por todo el país, en escuelas y universidades y ante organizaciones mercantiles, presumiendo de decirle a otros cómo aplicar los 17 principios del éxito, mientras que aquí estaba, incapaz de aplicarlos yo mismo. Estaba seguro de que jamás podría volver a enfrentarme al mundo con una sensación de confianza.

Cada vez que me veía en un espejo notaba una expresión de autodesprecio en mi cara, y no pocas veces le dije al hombre en el espejo cosas que no se pueden imprimir. Había comenzado a colocarme yo mismo en la categoría de charlatán que ofrece a otros el remedio contra el fracaso que ellos mismos no han logrado aplicar.

Los criminales que habían asesinado al señor Mellett, habían sido juzgados y enviados a la cárcel de por vida; por lo tanto, era perfectamente seguro, en lo que a ellos respecta, que yo saliera de mi escondite y reanudara mi trabajo. Sin embargo, no podía salir porque ahora me enfrentaba a circunstancias más atemorizantes que los criminales que me habían obligado a ocultarme.

Esa experiencia había destruido toda iniciativa que había tenido. Me sentía en las garras de alguna influencia depresiva que parecía una pesadilla. Estaba vivo, podía moverme; pero no podía pensar en un sólo movimiento mediante el cual pudiera seguir con la meta ––a sugerencia del señor Carnegie–– que me había impuesto. Me estaba volviendo apático, no sólo hacia mí mismo, sino aún peor, me estaba volviendo gruñón e irritable con aquellos que me habían ofrecido un techo durante mi emergencia.

Me enfrenté a la mayor emergencia de mi vida. A menos que hayas pasado por una experiencia similar, no podrías saber cómo me sentía. Ese tipo de experiencias no se pueden describir. Para entenderlas, deben sentirse.

Nota de Sharon: “Mi capacidad de razonamiento casi se había paralizado”. Hill se sentía paralizado, primero, por el temor a un daño físico y, posteriormente, por la vergüenza de haberse paralizado por ese temor. ¿Alguna vez te ha paralizado el temor o la vergüenza por el temor? El temor ––o la vergüenza por el temor–– evitan que actúes de manera positiva al enfrentarte a tu propia emergencia. El temor puede motivarte o paralizarte.Al reconocer esto y reaccionar de manera distinta a tus temores, podrás cambiar tu vida de manera permanente para bien. Hay muchas personas hoy en día que están teniendo esos mismos sentimientos de enfado, seguidos por la irritabilidad y la debilitante sensación de apatía. Se sienten desanimadas y con una falta de confianza en sí mismas debido a una depresión económica. Se sienten enfadadas y permiten que el enfado las paralice. ¿Acaso te suena familiar tanto para ti como para algún ser querido? Ahora compara cómo Napoleon Hill superó su miedo, apatía y logró encontrar la esperanza, la inspiración y la motivación para recuperar y generar el éxito en su vida.

El momento más dramático de mi vida

El vuelco surgió de repente, en el otoño del año 1927, más de un año después del incidente de Canton. Salí de casa una noche y caminé hacia la escuela pública, en la cima de una colina sobre la ciudad.

Había tomado la decisión de enfrentar la situación antes de que terminara esa noche. Comencé a caminar alrededor del edificio, intentando obligar a mi confusa mente a pensar con claridad. Debo haber dado cientos de vueltas alrededor del edificio antes de que cualquier pensamiento sistemático comenzara a surgir en mi mente. Mientras caminaba, me repetía a mí mismo una y otra vez: “Existe una salida y la encontraré antes de volver a casa”. Debo haber repetido esa frase miles de veces. Además, quise decir exactamente lo que estaba diciendo, estaba completamente disgustado conmigo mismo, pero mantenía una esperanza de salvación.

Entonces, como un rayo en el cielo, una idea surgió en mi mente con tal fuerza, que el impulso hizo que mi sangre subiera y bajara por mis venas:

“Éste es tu momento de prueba. Has sido reducido a la pobreza y has sido humillado a fin de obligarte a descubrir tu otro yo.”

Nota de Sharon: si los tiempos económicos actuales te han asestado un golpe, conduciéndote a la pobreza, avergonzándote y dañando tu confianza, considéralo una prueba, tal y como Napoleon Hill lo hizo a finales de los años veinte y principios de los treinta. Oblígate a descubrir tu otro yo.Trabajando en las debilidades de tu vida y perseverando. Por lo general podrás obtener la lucidez necesaria para triunfar realmente.

Por primera vez en años, recordé lo que el señor Carnegie había dicho sobre este otro yo. Ahora recuerdo que dijo que lo descubriría al final de mi tarea de investigación sobre las causas del fracaso y del éxito, y que el descubrimiento por lo general surge como resultado de una emergencia, cuando los hombres son obligados a cambiar sus hábitos y a ingeniárselas para salir de la dificultad.

Seguí caminando alrededor de la escuela, pero ahora caminaba en el aire. Inconscientemente, parecía saber que estaba a punto de ser liberado de la prisión autoimpuesta dentro de la cual yo mismo me había colocado.

Me di cuenta de que esta grave emergencia me había brindado una oportunidad, no sólo para descubrir a mi otro yo, sino para probar la validez de la ideología del éxito, la cual había estado enseñando a otros como algo factible. Pronto yo sabría si funcionaría o no. Decidí que si no funcionaba, quemaría los manuscritos que había escrito y que nunca más sería culpable de decirles a otros que ellos eran los amos de su destino, los capitanes de sus almas.

La luna llena comenzaba a aparecer sobre la cima de la montaña, Nunca antes la había visto tan brillante. Mientras la observaba, otro pensamiento surgió en mi mente. Y fue éste:

“Le has estado diciendo a otros cómo dominar el miedo y cómo superar las dificultades que surgen de las emergencias de la vida. A partir de hoy podrás hablar con autoridad porque estás a punto de resurgir de tus propias dificultades con valor y propósito, decidido y sin temor.”

Con ese pensamiento surgió un cambio en la química de mi ser que me llevó a un estado de euforia que jamás había conocido. Mi mente comenzó a deshacerse del estado de apatía en el que había caído. Mi capacidad de razonamiento comenzó a funcionar nuevamente.

Por un breve instante me sentí feliz por haber tenido el privilegio de pasar por esos largos meses de tormento, ya que la experiencia me brindó la oportunidad de probar la validez de los principios del éxito que tan laboriosamente había desviado de mi investigación.

Cuando este pensamiento vino a mí, me detuve, junté mis pies, hice una reverencia (no supe a qué ni a quién) y me concentré durante varios minutos. Al principio esto parecía algo tonto; pero mientras estaba ahí parado otro pensamiento surgió en la forma de una orden, tan breve y tan concisa como cualquier orden dada por un comandante militar a un subordinado.

La orden decía: “Mañana aborda tu automóvil y conduce hasta Filadelfia, donde recibirás ayuda para publicar tu ideología del éxito.”

No hubo mayor explicación y ningún cambio en la orden. Tan pronto como lo recibí, volví a casa, me fui a la cama y dormí con una tranquilidad que no había conocido por más de un año.

Al despertar a la mañana siguiente, salí de la cama y de inmediato comencé a empacar mi ropa y a prepararme para viajar a Filadelfia. Mi razón me decía que me estaba embarcando en una misión de tontos. ¿A quién conocía en Filadelfia que pudiera solicitarle apoyo financiero para publicar ocho volúmenes de libros con un costo de veinticinco mil dólares?, me preguntaba.

De inmediato la respuesta a esa pregunta destelló en mi mente tan explícitamente como si hubiera sido pronunciada con palabras audibles: “Ahora estás siguiendo órdenes, no haciendo preguntas. Tu otro yo estará al mando durante este viaje”.

Había otra situación que hacía parecer absurdos mis preparativos para ir a Filadelfia. ¡No tenía dinero! Este pensamiento apenas había surgido en mi mente, cuando mi otro yo explotó dando otra orden rotunda, diciendo: “Pídele a tu cuñado cincuenta dólares y él te los prestará”.

La orden parecía definitiva y rotunda. Sin más vacilaciones, seguí las instrucciones. Cuando le pedí a mi cuñado el dinero, él dijo: “Claro que te puedo dar los cincuenta dólares; pero si te vas a ir por mucho tiempo, mejor te doy cien.” Le agradecí y le dije que con cincuenta sería suficiente, aunque sabía que no, pero esa era la cantidad que mi otro yo me había ordenado solicitar y esa es la cantidad que adquirí.

Me sentí aliviado cuando me di cuenta de que mi cuñado no preguntaría por qué iba a Filadelfia. Si él hubiera sabido todo lo que había sucedido en mi mente durante la noche anterior, quizás hubiera pensado que necesitaba recibir tratamiento en un hospital psiquiátrico en vez de ir a Filadelfia a cazar patos salvajes.

Mi otro yo toma el mando

Me fui con mi cabeza diciéndome que era un tonto y a mi otro yo ordenándome que pasara por alto el desafío y llevara a cabo mis instrucciones. Conduje toda la noche y llegué a Filadelfia temprano a la mañana siguiente. Mi primer pensamiento fue buscar una casa de huéspedes modesta donde pudiera rentar una habitación por más o menos un dólar al día.

De nuevo mi otro yo se hizo cargo y me ordenó registrarme en el hotel más exclusivo de la ciudad. Con un poco más de cuarenta dólares de lo que restaba de mi capital en el bolsillo, parecía un suicidio financiero cuando me dirigí a la recepción a solicitar una habitación; o más bien debería decir que comenzaba a solicitar una habitación, cuando mi recién descubierto otro yo me ordenó solicitar una serie de habitaciones, cuyo costo consumiría casi todo mi capital en dos días. Yo obedecí.

El bell-boy recogió mis maletas, me entregó el boleto de mi automóvil y me condujo hasta el elevador como si fuera el Príncipe de Gales. Era la primera vez en más de un año que cualquier ser humano me mostraba tal deferencia. Mis propios familiares, con quienes había estado viviendo, lejos de haberme mostrado respeto, sentían (o así lo creía) que era una carga en sus manos, y estoy seguro de que lo era porque ningún hombre en el estado mental en el que yo había estado durante el pasado año, no podía ser más que una carga para todos aquellos con quienes entrara en contacto.

Se estaba haciendo aparente que mi otro yo estaba decidido a separarme del complejo de inferioridad que había desarrollado. Le entregué al bell-boy un dólar. Comenzaba a calcular a lo que ascendería mi cuenta de hotel al final de la semana, cuando mi otro yo me ordenó descartar todo pensamiento de limitación, y conducirme, por el momento, como lo haría si tuviera todo el dinero que quisiera en mis bolsillos.

La experiencia que estaba viviendo era nueva y extraña para mí. Nunca había pretendido ser algo distinto a lo que yo mismo creía.

Durante casi media hora, este otro yo se dispuso a dar órdenes que yo seguí al pie de la letra durante mi estancia en Filadelfia. Las instrucciones se daban a través de una serie de pensamientos que surgían en mi mente con tal fuerza, que podían distinguirse de mis propios pensamientos.

Nota de Sharon: Hill adquirió la personalidad del hombre acaudalado que él deseaba ser. Coincidimos firmemente en que para ser opulento debes pensar con opulencia.También es importante estar en el ambiente adecuado. Don Green, Gerente General de Napoleon Hill Foundation, me dijo alguna vez, “primero compré mis buenos trajes en Sobel’s, una tienda de ropa a la medida, donde los ejecutivos de Eastman Kodak hacían sus compras. El propietario de la tienda tenía un letrero detrás de la caja registradora que decía: ‘Si deseas ser Exitoso, primero debes vestir como tal’.”

Sin embargo, recomendamos moderación al tratar de imitar al señor Hill, gastando dinero que él no tenía.

Recibo órdenes extrañas de una fuente extraña

Mis instrucciones comenzaban de esta forma: “Ahora estás completamente a cargo de tu otro yo. Ahora tienes derecho a saber que dos entes ocupan tu cuerpo, como de hecho dos entes parecidos ocupan el cuerpo de cada ser humano sobre la tierra”.

“Uno de estos entes está motivado por y responde al impulso del miedo. El otro está motivado por y responde al impulso de la fe. Por más de un año has sido conducido, como un esclavo, por el ente del miedo”.

“La otra noche el ente de la fe tomó el control de tu cuerpo físico y ahora estás motivado por ese ente. Por conveniencia, puedes llamar a este ente de la fe tu otro yo. Este ente no conoce límites, no tiene miedos y no reconoce la palabra imposible.

“Fuiste conducido a elegir este ambiente de lujo, en un buen hotel, como una forma de evitar regresarle el poder al ente del temor. El otro yo motivado por el miedo no está muerto, simplemente ha sido derrocado. Y éste te seguirá dondequiera que vayas, esperando una oportunidad para entrar y controlarte de nuevo, pues puede ganar el control sobre ti sólo a través de tus pensamientos. Recuerda esto y mantén las puertas hacia tu mente firmemente cerradas a todo pensamiento que busque limitarte de cualquier manera, y estarás a salvo”.

“No te permitas preocuparte por el dinero que necesitarás para tus gastos inmediatos. Éste vendrá a ti cuando debas tenerlo”.

“Ahora vayamos a los negocios. Antes que todo, debes saber que el ente de la fe que está ahora a cargo de tu cuerpo, no hace milagros ni trabaja en oposición a cualquier Ley de la Naturaleza. Mientras esté a cargo de tu cuerpo, te guiará cada vez que lo invoques a través de los pensamientos que implantará en tu mente, para llevar a cabo tus planes a través del medio natural más lógico y conveniente que esté disponible”.

“Sobre todo mantén esto fijo en tu mente, que tu otro yo no hará el trabajo por ti, sólo te guiará de manera inteligente para que alcances por ti mismo tus objetivos”.

Nota de Sharon: ¿serás guiado por la fe? ¿O permitirás que el miedo te domine?

“Este otro yo te ayudará a convertir tus planes en realidad. Además, debes saber que esto siempre empieza con tu deseo más vehemente. En este momento, tu mayor deseo ––aquel que te trajo hasta aquí–– es publicar y distribuir los resultados de tu investigación sobre las causas del éxito y del fracaso. Calcula que necesitarás aproximadamente veinticinco mil dólares.

“Entre tus conocidos hay un hombre que te proporcionará este capital necesario. Comienza, de inmediato, a recordar los nombres de todas las personas que conoces y que tienes alguna razón para creer que podrían ser convencidos para proporcionar la ayuda financiera que requieres.

“Cuando el nombre de esa persona surja en tu mente, lo reconocerás de inmediato. Comunícate con esa persona y la ayuda que buscas te será dada. Sin embargo, de acuerdo con tu metodología, presenta tu solicitud tal y como lo harías en el proceso general de una transacción mercantil. No hagas ninguna referencia a este conocimiento que has tenido de tu otro yo. Si faltas a estas instrucciones te toparás con el fracaso temporal”.

“Tu otro yo seguirá a cargo y continuará dirigiéndote mientras confíes en él. Mantén fuera de tu mente el miedo y la preocupación y todos los pensamientos de limitación”.

“Eso será todo por el momento. Ahora comenzarás a moverte a voluntad, precisamente como lo hacías antes de descubrir tu otro yo. Físicamente eres el mismo que has sido siempre; por lo tanto, nadie reconocerá que se ha llevado a cabo un cambio en ti”.

Observé la habitación, parpadeé y, para asegurarme de que no estaba soñando, me levanté y caminé hasta un espejo para observarme de cerca. La expresión en mi rostro había cambiado de una expresión de duda a una de valor y fe. Ya no había ninguna duda en mi mente de que mi cuerpo físico estaba a cargo de una influencia muy distinta a la que había sido depuesta dos noches antes, mientras caminaba alrededor de esa escuela en Virginia Occidental.

Nota de Sharon: aquí, al editar el manuscrito, he terminado el capítulo en uno de los momentos más decisivos en la vida del autor. ¿Alguna vez has pasado por un cambio de vida como la que Hill ha descrito? También podría ser descrito, en términos religiosos, como una conversión. Otros simplemente lo llamarían un llamado a despertar o una palmada en el hombro o, más apasionadamente, como una bofetada.

Burlar al Diablo

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