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I.

LA SORPRENDENTE PECULIARIDAD DEL CUERPO Y EL CEREBRO HUMANO

«El cerebro humano es un logro de la naturaleza con el que ha aflojado las cadenas que atan a los individuos al dictado de sus propios genes»[1].

UN CUERPO PARA QUIENES POSEEN UN PLUS DE REALIDAD

La biología humana no es zoología: la corporalidad humana

Te propongo, lector, que abordemos el tema de los vínculos familiares, que surgen de esos amores íntimos que permiten la transmisión de la vida humana de generación en generación. Para ello, necesitamos comprender a fondo qué queremos decir cuando afirmamos que el cuerpo del hombre es personal. Lo comprenderemos mejor si escuchamos lo que afirman las ciencias que tratan del cerebro.

El cuerpo humano no es un cuerpo animal con un componente añadido, aunque este estuviera íntimamente unido al cuerpo. Para explicarlo, durante siglos, se han seguido dos vías y las dos han resultado inapropiadas, en la medida en que las ciencias de la vida han ido avanzando y poniendo de manifiesto la intima fusión. Por una parte, la vía de remarcar de tal forma las diferencias entre el cuerpo humano y el organismo animal que el nivel biológico de cada persona queda diluido; con una distancia así el cuerpo humano resulta inexplicable. Por otra, la vía de señalar tal similitud con el organismo animal que todo lo humano se reduce simplemente a un efecto causado por un cerebro muy evolucionado; esta reducción deja sin explicación posible su psiquismo.

Los dos caminos resultan insuficientes para dar cuenta cabal del cuerpo humano personal, con una clara relación íntima e intrínseca en los binomios “cuerpo-alma” y “cerebro-mente”.

Las dos perspectivas han contribuido a crear en la cultura actual un campo abonado para la separación de la persona de su cuerpo, tanto desde el punto de vista intelectual, como también en los intentos de llevar a la práctica esa separación mediante técnicas de intervención y manipulación del cuerpo y cerebro del hombre.

Esta disociación de la persona de su cuerpo tiene una enorme influencia en el terreno de la transmisión de la vida humana. La práctica de la biotecnología de la contracepción, de la reproducción humana artificial y los tratamientos transhormonales permite, de hecho, llevar a cabo separaciones materiales. La ideología que trata de reinventar al hombre —la del Hombre Autónomo, que no debe a nadie su existencia— requiere disociar su ser biológico de su ser humano necesariamente personal con una triple separación:

1 Separación de su origen mediante una transmisión de la vida en la que no es engendrado por los cuerpos personales de uno y una, haciendo tambalear su identidad biológica.

2 Separarle de su propio cuerpo mediante el dominio de quien es seleccionado para venir al mundo y para transmitir la vida y

3 separarle del propio cuerpo sexuado, pretendiendo que la sexualidad sea una opción y no una condición personal, con pérdida, por tanto, de la identidad sexual.

No entraremos en las motivaciones de esas tecnologías, las justificaciones o las críticas éticas de su aplicación en los hombres. Escribo este libro con la sola intención de mostrar lo bien hechos que estamos. Lo hago desde la pasión por la ciencia que nunca he disimulado. Tan bien hechos estamos que separarnos de nuestro cuerpo es, en mayor o menor medida, borrar las señales del camino que conduce a la felicidad. Y, como consecuencia, también hace peligrar la supervivencia del humanismo que ha sido la bandera de la cultura occidental.

El plus de realidad de cada hombre

Tanto la biología humana como la neurobiología dan razón de la intrínseca fusión en cada hombre del nivel biológico, con sus leyes propias, y el nivel del espíritu, que se manifiesta en la liberación el encierro en los automatismos de los procesos biológicos y de la vida exclusivamente en presente; encierros propios del automatismo de la vida animal. La fusión intrínseca de los dos niveles, desde la constitución misma de cada uno, permite la apertura hacia dentro de sí mismo y hacia los demás. Fusión que da lugar a un plus de realidad de cada hombre, que permite, en definitiva, poder amar a los otros como a uno mismo.

Con frecuencia, cuando se habla de dos niveles —biológico y espiritual— o de tres —animal, psíquico y espiritual—, se tiende a imaginar estratos uno sobre otro, o grados inferior, medio y superior, con sus límites y fronteras. De forma que, con frecuencia, se hacen preguntas mal planteadas como a qué nivel corresponde el sentimiento o dónde está la inteligencia, etcétera.

La dinámica de la vida —dinámica epigenética— resolvió, hace décadas, la debatida cuestión de las “junturas del alma y el cuerpo”. Todo organismo animal recibe de sus progenitores una información genética que le constituye: la secuencia de los peldaños de la doble hebra del ADN de aquellos fragmentos, los genes, que son las unidades de información. El ADN de cada cromosoma es una doble hebra de un larguísimo polímero formado por cuatro bases —adenina, timina, citosina y guanina— colocadas en orden preciso a lo largo de cada una de las dos hebras y complementarias entre sí: adenina-timina y citosina-guanina. La secuencia, u orden de colocación, contiene información genética: “dice” que proteína se forma siguiendo ese patrón.

Sin embargo, el soporte material de la información genética, el polímero ADN, cambia de estructura constantemente —manteniendo logicamente la secuencia— a lo largo de la vida del individuo, y con ello, a su vez el estado del viviente desde cigoto, a embrión, nacido, maduro o anciano. Este cambio con el paso del tiempo, en interacción con el medio —cambiante a su vez—, amplía por retroalimentación la información, dando lugar a lo que conocemos como información epigenética.

Esta información permite que los mensajes de los genes se expresen de forma ordenada en el tiempo —información temporal—, y de manera diferente en los diversos órganos y sistemas del organismo —información espacial—. Lógicamente, no es el mismo mensaje el que dicta cómo se construye el ojo, que el mensaje que dicta que se construya el hígado.

El aumento de la información con el proceso mismo es causa eficiente del paso de lo simple a lo complejo, a lo largo del tiempo. Eficiencia que se manifiesta en la aparición de propiedades y funciones que no poseía en etapas anteriores. Las propiedades “no están” en el material de partida, ya sean genes, neuronas o estados mentales.

Esa regulación ordenada de la expresión de los genes, en el espacio del organismo y a lo largo del tiempo es el programa genético: una ordenada sucesión de los mensajes que “dictan” los genes. Lo que se puede denominar también principio vital de ese organismo concreto y, que clásicamente, se denominó “alma vegetativa” o “alma sensitiva”.

De esta forma, la lógica de la vida, del cerebro y de la mente, supera cualquier mecanicismo causa-efecto

En los seres humanos nos encontramos con un nuevo nivel de información: la información relacional, propia de cada uno y que le permite abrirse hacia él mismo, intimidad, hacia los demás, relaciones interpersonales, y hacia el mundo en el que ocupa un puesto específico. Los dos niveles del ser humano están intrínsecamente fundidos, porque integra en la unidad viviente las diferentes informaciones: aquellas genéticas de las que parte para construirse y aquellas otras que le vienen por el proceso de su desarrollo, con las informaciones que proceden de su relación con los demás.

Esta información, que potencia la información genética recibida de sus progenitores, no surge del proceso como lo hace la epigenética, ni es un añadido (Figura 1.1).


Fig. 1.1. Emergencia, a lo largo del proceso de autoconstrucción, de propiedades que no poseen las organizaciones del sistema en las etapas anteriores

El principio vital de cada hombre está potenciado en su misma constitución por la libertad imprescindible y necesaria para poseer intimidad, habitar el mundo y vivir en relación con los demás.

De forma que el cuerpo humano no es nunca un organismo animal, sino que manifiesta siempre a su Titular. O dicho de otro modo, el cuerpo humano manifiesta un plus de realidad, como capacidad de aflojar el tipo de ataduras que encierran al animal en los ciclos biológicos de la especialización. Ese plus es liberación del encierro en los automatismos y del estar en un exclusivo presente: es libertad.

El mensaje genético en vez de quedarse ordenado a la mera vida corporal, en función de la especie, se ordena hacia los fines propios personales. Esa dimensión corporal, abierta y relacional, que es precisamente el elemento constitutivo de la personalidad humana, es signo de la presencia de la persona, pero no su causa.

LA RIQUEZA BIOLÓGICA DEL ANIMAL

Los nudos gordianos y los semáforos

Siempre he visto el mundo vivo con la idea evolutiva de más con más: más informacion genética y más información epigenética significa más intensidad de vida, más complejidad y, por tanto, mejor especialización al entorno y más posibilidades. Pero ante el hombre libre de las ataduras de los genes y pobre biológicamente —más con menos— necesitaba encontrar algunas imágenes con las que pudiera expresarme sin acudir a demasiados tecnicismos.

La expresión “aflojar las ataduras que nos atan al dictado de los genes”, que he usado con frecuencia, se la robé a un viejo colega neurocientífico, Francisco Mora, con que comenzaba este capítulo.

Hace años pensé la imagen del nudo gordiano que me ha servido para expresar esta frontera entre el animal y el hombre de forma que no acabe en un dualismo. Aflojar una atadura no es romper el lazo que hace el nudo. Los lazos naturales están sellados con nudos gordianos, que no se pueden deshacer por tener amarrados los extremos. Como cuenta la historia o la leyenda, Alejandro Magno solucionó el problema cortando el nudo con su espada. Es decir, la naturaleza ata los mecanismos de la supervivencia de tal forma que solo con violencia se pueden deshacer.

El cerebro animal funciona tan perfectamente que es capaz de ajustar muy bien la respuesta a la necesidad. La naturaleza le dota de ese tipo de nudo en aquello de que depende la supervivencia del individuo y la especie. Alcanza así tal especialización que es la que le conviene para sobrevivir y cubre todas sus necesidades en su propio nicho ecológico. La especialización al nicho es riqueza biológica. Como también lo es que algunos pequeños cambios en algún gen aporten características diferentes a algunos individuos.

En efecto, si cambian las características del entorno, o bien algunos individuos se adaptan a las nuevas condiciones, o la especie se extingue. Los portadores de ese carácter viven más tiempo que los demás y dejan más descendientes, que son los que portan esos caracteres mejores para la adaptación al entorno. Esa selección natural es ley de vida natural de todo ser vivo, excepto del ser humano, porque los vivientes tienen nudos gordianos establecidos desde que la vida aparece en la Tierra. Los nudos gordianos se configuran como instinto animal. Un perro, por ejemplo, puesto que tiene cerebro, ve y huele el hueso que es estímulo para él, en tanto tenga hambre. Y por ello, el instinto de conservación que se procesa en su cerebro genera la respuesta instintiva de ir a por el alimento. El hueso es así la ocasión que despierta la correspondiente respuesta instintiva perfectamente ajustada. El animal no come si está saciado —nunca se indigesta— y tampoco se envenena porque sabe lo que debe comer. Igualmente, el animal sabe cuándo le toca reproducirse.

¿Por qué lo “sabe” y no se equivoca? ¿Por qué no tropieza dos veces sobre la misma piedra?

Aquí viene la imagen del semáforo. Recuerdo que, en la última semana de julio de 2010, se publicaba en la revista científica Nature una investigación que me resultó especialmente gratificante. Entre otros motivos, porque llevaba tiempo buscando una imagen que plasmara la esencia misma del cerebro animal. Y ahí la encontré. Es la imagen del semáforo que da paso libre, o, por el contrario, ordena parar la circulación de una vía concreta.

El animal “sabe” por la emoción que despierta el estímulo. Eso significa el nudo gordiano: que lo conveniente es agradable y genera el ir a por ello, o que lo inconveniente le desagrada y toca huir o atacar. El cerebro procesa la emoción. Y la emoción enciende la luz roja o verde del semáforo. La memoria guarda en el cerebro la emoción experimentada. Así aprende. Por ello, sabe lo que le conviene, aunque no sepa qué sabe. Cada individuo posee, en el patrimonio natural de su especie, la información que le da la luz verde si le conviene y solo a lo que le conviene; y luz roja si no le conviene.

El animal funciona con un “entonces, sí” sin necesidad de entender las razones. El semáforo, además de medir la recompensa/castigo, conviene/no conviene, entonces, sí/entonces no, también dirige el terminar una tarea y empezar otra.

Las señales, roja y verde son compuestos químicos —neurotransmisores y hormonas— que frenan, porque son inhibidores de las conexiones entre las neuronas, o permiten el flujo y lo activan, porque potencian la excitación de una de las neuronas que la transmite a otra y así sucesivamente. Al igual que el tráfico de una gran ciudad con múltiples vías, estas conexiones requieren regulación.

El instinto animal es su “razón”: un nudo gordiano bien ajustado y apretado. Es así como su biología le dicta la vida, de forma que nunca se equivoca ni infringe las normas de circulación del cerebro.

Lógicamente, y aunque todos los cerebros animales funcionan con las mismas leyes, no son iguales y, grosso modo, oscilan de tener en el cerebro una capa, dos, y una tercera, la corteza cerebral, más o menos reducida. Cuanto más evolucionado es un animal, más circuitos neuronales conectan entre sí de una capa a otra y mejor los recorren. Pueden entretenerse con algo, improvisar y no se pierden. Pero nunca pueden salirse del camino porque todos los circuitos son de un solo carril y dirección única. Los recorridos posibles del cerebro les dan los posibles estados mentales propios de la vida de los individuos de esa especie y hacen posible las operaciones, tendencias, instintos y comportamientos específicos.

No hay sorpresas; solo responden a un “entonces, sí”, que es un presente porque el estímulo ha de estar presente. Pueden integrar con éxito una gran cantidad de información, pero no vinculan los hechos a una causa, porque la causa no se experimenta corporalmente y solo los efectos se manifiesta en el organismo.

Lo propio del animal es vivir en presente y, por tanto, no tener necesidad de proyectar el futuro, ni ganarse la vida. Dos nudos gordianos bien ajustados dictan la supervivencia de cada uno y la supervivencia de la especie mediante los mecanismos automáticos de la reproducción.

Es significativo que nunca se ha conseguido enseñar a un animal a clavar un clavo. Por una parte, vive en presente y no logra “recordar” qué quiere hacer y dará martillazos en cualquier dirección. No le viene marcado de antemano por la naturaleza que hacer y cómo hacer porque clavar un clavo carece de sentido biológico para él. Sin embargo, aprenden de sus congeneres por imitación. Es curioso el caso de una población de monos que rayan las manzanas en la corteza de un árbol; un comportamiento que les viene aprendido de atrás cuando una abuela con dificultad de masticar se tomó la manzana más facilmente tras macerarla en un árbol; no tenía intención de encontrar una solución pero la encontró (Figura 1.2).


Fig. 1.2. Ser “más con más genes” es la ley de la naturaleza no-humana, encerrada en los automatismos del ciclo estímulo/respuesta

Poseer más genes y una mayor capacidad de regular la expresión de esos genes es lo que permite que los individuos de esa especie dispongan de mayor autonomía del medio. Cada estímulo tiene un significado biológico preciso y, por eso, desencadena una respuesta específica y automática.

Es así como la biología le dicta la vida al animal: todo está en la informacion genética que han heredado. Los genes atan fuertemente, como nudos gordianos, el vivir encerrado en el automatismo del comportamiento estereotipado de la especie.

Dice la sabiduría popular que «el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra». Realmente, el animal tiene una memoria del pasado que podemos llamar “experiencial”: lo vivido directamente, como el hacerse daño al tropezar con la piedra, se graban para siempre en su memoria. Otras cosas no.

LA POBREZA BIOLÓGICA DEL CUERPO HUMANO, PRESUPUESTO DEL PLUS DE REALIDAD

La pobreza biológica del cuerpo humano es el presupuesto, y no la causa, para que pueda liberarse del encierro en el automatismo determinante de los procesos biológicos. Solo si se pueden aflojar las ataduras de los genes podrá existir un Titular de ese cuerpo humano.

El cuerpo del hombre muestra rasgos morfológicos y funcionales muy característicos, todos ellos ligados a su peculiar cerebro. Los destacamos brevemente a continuación.

1 El cambio anatómico de mayores consecuencias fue la adquisición de la postura erguida y la posibilidad, con ello, de caminar con las dos piernas, la bipedalidad. Estar de pie y tener que sujetar la musculatura de la verticalidad, exige que la cadera adquiera una forma adecuada para la sujeción de los músculos glúteos. Esto conlleva, que el canal del parto en la pelvis femenina sea estrecho, lo que exige un parto prematuro.La criatura humana nace por eso siempre de un parto prematuro, sin acabar, y necesitada por tanto de un “acabado” en la familia.

2 Andar con las piernas conlleva que las manos queden libres. La posición de brazos y piernas y la estructura de nuestras manos y pies nos liberan de la necesaria adaptación a la vida en los árboles, al mismo tiempo que nos permiten correr y transportar objetos mientras andamos o corremos. Nuestra mano está liberada de las funciones motoras; es muy corta y tiene un largo dedo pulgar, gracias a lo cual podemos hacer pinza de precisión, yema del índice con yema del pulgar, y por tanto sujetar y manipular materiales. Correlativamente, el cerebro ha de ser el adecuado para los finos y precisos movimientos de los dedos (Figura 1.3).Fig. 1.3. Estructuras anatómicas de las extremidades de primates no humanos y humanosLa mano humana es así el presupuesto —necesario, aunque no suficiente— para la fabricación de útiles complejos. Desde antiguo se afirmó que somos inteligentes porque tenemos manos. Realmente, la mano es el correlato de la inteligencia; la capacidad de fabricar instrumentos para usos de proyección futura y no solo por estricta necesidad inmediata, sino incluso por expresión artística, concuerda con unas manos que no se gastan en agarrarse a un árbol o en caminar. Tener manos nos libera.

3 Otro rasgo propio del hombre es el aparato fonador, que permite emitir y modular sonidos: la posición del hueso hioides, que sujeta la musculatura del aparato fonador, otorga la capacidad de articular sonidos. En todos los mamíferos la laringe ocupa una posición más alta que la faringe y se sitúa casi en la salida de la cavidad bucal por lo que pueden ingerir alimentos sin dejar de respirar. La laringe alberga las cuerdas vocales que, al abrirse y cerrarse al paso del aire, produce el sonido base; encima de la faringe queda una cámara de resonancia que modula el tono, permite vocalizar y ayuda al movimiento de la lengua, los labios y el paladar.Las estructuras morfológicas de la voz humana son el correlato de la capacidad de lenguaje, que necesita procesar información cerebral. Para los hombres, poder hablar ha requerido un proceso evolutivo que sincronizara una doble maduración: la del perfeccionamiento del aparato fonador, ya que los símbolos se transforman en sonidos, y una especialización del cerebro, para comprender los códigos. Así pues, las bases neuronales del lenguaje están interconectadas con otros aspectos, como es el control fino de los movimientos de la lengua, los labios, que haga posible emitir voces, cambiar el tono, etcétera.

Estos son algunos de los muchos aspectos característicos del cuerpo de los hombres. El proceso de hominización, la aparición de tales rasgos en la evolución, pudo ser viable sin la familia y, al mismo tiempo, ese conjunto de rasgos hace al hombre naturalmente familiar.

El hombre es un viviente no-especializado que humaniza las necesidades biológicas. La conducta humana no solo no es instintiva ni automática, sino que además humaniza las tendencias naturales necesarias para sobrevivir. Por ejemplo, es un gesto humano universal mostrar afecto, acogida y hospitalidad invitando a comer; y también es un gesto humano privarse voluntariamente de la comida, e incluso, hasta hacer huelga de hambre si tiene suficientes razones para jugarse la vida.

La conducta humana —que “humaniza” las tendencias naturales— requiere un cerebro que integre lo afectivo y lo cognitivo. Y exige a cada persona “humanizar” su cerebro

El ser humano posee un plus de realidad, a la vez que una significativa pobreza biológica. La conducta del hombre pone de manifiesto, hasta en el nivel más adherido a la biología, el hecho de que no está estrictamente sometido a las condiciones materiales.

En primer lugar, el hombre no tiene un conjunto fijo de estímulos sino que puede interesarse incluso por cosas que no existen. Y una vez captado el estímulo, puede reaccionar al mismo de diversas formas, no determinadas biológicamente, sino culturales o, a veces, contraculturales, e incluso no reaccionar. El nivel del espíritu afloja un vivir con ligamen al dictado de los genes. La construcción y maduración del cerebro personal no está cerrada, sino abierta a las relaciones interpersonales y a la propia conducta. El cerebro presenta una enorme plasticidad neuronal y, sobre todo, está necesitado —para ser viable y para alcanzar la plenitud humana— de atención y relación con los demás (Figura 1.4).


Fig. 1.4. El ciclo vital intereses/conducta de cada hombre está abierto “más allá”, de forma que, a lo largo de la historia de la humanidad, tiene por hábitat el mundo humanizado por él.

Precisamente porque el hombre está liberado del encierro en los automatismos de la especialización animal, es capaz de técnica, educación y cultura, con lo que soluciona los problemas vitales que la biología no le da resueltos y, además, proyecta el futuro. El hombre está hecho para trabajar y porque trabaja no se somete automáticamente a las condiciones materiales del medio ecológico, sino que las transforma.

Las facultades específicamente humanas —el lenguaje, el conocimiento intelectual, la voluntad, la capacidad de amar, el sentido religioso, etc.— no están ligadas directamente al funcionamiento del órgano cerebral. Lo evidencia el hecho de que están abiertas a desarrollarse y a retroalimentarse mediante hábitos, y no meramente con el paso del tiempo, o del desarrollo orgánico. Estas facultades son los instrumentos naturales, a través de los cuales cada uno manifiesta algo de sí mismo: facultades para la manifestación personal.

El cuerpo humano tiene un lenguaje que manifiesta a la persona, ya que habla acerca de una realidad que no se agota en la descripción de los procesos fisiológicos, sino que remiten más allá, remiten a la persona. Lo cual, obviamente, no significa que operen sin el cuerpo o sin un cerebro adecuado. Por el contrario, el cerebro es condición previa.

Las notas puestas de manifiesto por la biología humana, que describen el carácter de persona —y con ello el fundamento de la dignidad de cada hombre—, no son otorgadas por sus acciones, sino por algo que es previo a estas. No existe una propiedad biológica que explique la apertura libre, intelectual y amorosa de los seres humanos hacia otros seres.

El hombre está no-especializado, desprogramado por aflojar los nudos gordianos y hecho para trabajar. La biología humana pone, pues, de manifiesto que el actuar humano no es simplemente instintivo o automático, sino libre; y por estar abierto a la relación con los demás, está capacitado para humanizar la necesidad.

Más realidad sin más genes

Hasta muy recientemente, creíamos que “ser más” que un chimpancé suponía contar con más genes. A comienzos de este milenio conocíamos los catálogos completos de los genomas y nos asomábamos excitados a ver las diferencias genéticas con nuestros parientes más próximos.

Y ¡oh sorpresa!: no tenemos más genes sino incluso alguno menos que los chimpancés y casi igual que la mosca del vinagre. Recuerdo a este respecto la indignación de un viejo amigo cuando le conté esto que acababa de aprender: ‹‹Pero bueno, no os basta a los de ciencias decirnos que “venimos del mono” sino que además ¡somos más tontos!››. No, es que no es cuestión solo de genes. En la línea evolutiva hasta al hombre se han perdido genes que reducen la capacidad automática de adaptación al medio y que, llamativamente, son ganancia en posibilidades de manifestación del carácter personal. Veamos algún ejemplo:

1 Es el caso de “mi gen favorito”, el gen MYH16, que sufrió una mutación hace algo más de 2 millones de años, justo cuando aparece el hombre. Este cambio genético supuso una fibra muscular fina y débil que disminuye la musculatura de la masticación, pero, a cambio, permite al hombre el gesto típicamente humano de la sonrisa. El plus de realidad de cada hombre le permite compensar con el arte culinario la pobreza biológica de un débil aparato triturador de alimentos. ¿Qué sería de la humanidad si no fuéramos capaces de comunicación?

2 La pobreza biológica de la pérdida de receptores olfativos le libera del determinismo sexual de una época de celo ligada al olor de las feromonas.

Pero nos tenemos que preguntar ¿cómo es posible conseguir que una información genética, similar a la de los primates, pueda ser la base desde la que se construya un cerebro tan sumamente especial como es el humano? La respuesta, como señalamos antes, proviene de la actividad de los genes reguladores o genes rectores que sufrieron alguna pequeña mutación en el proceso evolutivo de hominización.

De esta forma permiten sacar más partido a los genes; es decir, combinan los genes para que digan un mensaje conjunto, por lo que la información resulta enriquecida. Así pues, la información genética de partida para la constitución de cada ser humano no es más rica que la de ningún primate. Sin embargo, el programa de desarrollo recibe muchas más órdenes por parte de los genes rectores —información epigenética—, por lo que se construye un cuerpo muy peculiar anatómica y funcionalmente. Y, en definitiva, será la información relacional propia de cada uno de los seres humanos, la que permitirá que sus estilos personales de vida, sus vivencias, sus decisiones, su biografía, potencie la información genética/epigenética a lo largo de la vida.

La información relacional potencia y eleva el principio vital de cada hombre aportando así el plus de realidad, de forma que la vida biológica y la vida biográfica son inseparables y, al mismo tiempo, inconfundibles.

El misterioso plus de realidad es de cada uno. Cada hombre, como Titular que es de su cuerpo, es quien marca sus metas y proyectos. Vive una historia que habla de sus relaciones con otros, de la cultura y educación recibida y buscada, de sentimientos e ideas, etcétera. Lo que hace humano al cuerpo de cada hombre es que su Titular, con nombre propio, puede aflojar las ataduras del automatismo animal y, así, no quedar encerrado en las necesidades biológicas.

El plus de realidad aparece como liberación del encierro en los automatismos, ya que el hombre es necesariamente libre. Como una brecha natural que es, podemos estrecharla hasta casi taponarla; sin embargo, seguirá la gran brecha que nos mantiene siempre abiertos hacia nuestro interior y hacia fuera, y podemos ensancharla de nuevo.

UN CEREBRO PARA UN CUERPO PERSONAL: UN LOGRO DE LA NATURALEZA

La cuestión del tamaño

El volumen medio del cerebro humano —unos 1400 cc— es tres veces más grande que el del chimpancé. Supera al de cualquier otro animal si se establece la relación entre el peso cerebro y el peso del cuerpo, al igual que supera a todos los demás en el tamaño de la corteza cerebral.

Durante las últimas décadas, la explicación principal del hecho de nuestro gran tamaño cerebral ha sido la hipótesis del cerebro social —propuesta por el psicólogo Robín Rumbar de la Universidad de Oxford—, según la cual el tamaño cerebral de un individuo se relaciona con el tamaño del grupo social de la especie a que pertenece. Así, un mayor tamaño del cerebro sería un hecho necesario para apoyar los vínculos cuando el grupo de congéneres es amplio. Otros científicos especulan que lo importante y primario es que el tamaño permita la inteligencia necesaria para conseguir los alimentos, incluso cuando esa tarea se confía a unos pocos individuos. No obstante, habría que señalar que la selección natural también habría trabajado equilibrando el crecimiento del órgano con otras fuerzas de sentido como el ahorro de energía. Tal vez por eso, la mayoría de las especies hayan mantenido cerebros pequeños a lo largo de la evolución.

Cabe señalar que, más bien, es la complejidad de la organización funcional del cerebro lo que marca la complejidad de la relación con los individuos de la especie a que pertenecen. Pensemos, por ejemplo, en la capacidad del chimpancé para “percibir” las intenciones del movimiento de un congénere por poseer las neuronas espejo.

Es sorprendente que se siga queriendo comprender el modo en que el cerebro humano llegó a ser tan grande basándose en hipótesis a partir de los postulados de la evolución zoológica. Los principios biológicos esenciales en que se fundamentan las sociedades animales no son extrapolables sin más a los humanos. Bastaría pensar en el hecho de que no hay dos cerebros humanos iguales, como tampoco existen dos personas idénticas. El gran tamaño del cerebro humano del recién nacido —que, además, sigue creciendo durante la infancia— y su maduración posterior, están en función de la necesidad de un parto prematuro de forma que desde el inicio esté en relación interpersonal en familia.

El tamaño del cráneo humano es una de las fuerzas que le llevan a nacer sin terminar el desarrollo. Por tanto, nace necesitado de familia, crece necesitado de la familia y se hace ser social a través de la familia.

Los seres humanos llevan al límite máximo el tamaño del cerebro. Por ser humanos, la selección natural no determina su supervivencia. Para la alimentación de la madre y el hijo se cuenta con el trabajo de procesar los alimentos utilizando herramientas, la elección de productos animales ricos en grasas y proteínas para la dieta y la posibilidad de la técnica culinaria.

Genes que hacen “humano” el cerebro del hombre

Como hemos indicado anteriormente, para que apareciera el hombre fue necesario una serie de mecanismos evolutivos que permitieran “sacar un gran partido a los genes” de los antecesores y poder así construir el espectacular cerebro que alberga el cuerpo humano.

El tiempo en el proceso evolutivo se mide por cientos o miles de millones de años. Y la aparición de las especies de los grandes simios —Orangután, Gorila, Chimpancé— hasta el Homo tiene lugar en tiempos tan breves y cercanos a hoy, como hace diez a hace dos millones de años. Justamente, alrededor de hace esos dos millones de años se han dado, y de forma coordinada, una serie de eventos evolutivos, coincidentes de forma precisa en el tiempo, y que juntos dan razón —como presupuestos necesarios— de la estructura y el funcionamiento de nuestro cerebro.

Posteriormente, el trabajo, la cultura, el desarrollo familiar hacia los más amplios contextos sociales, ha ido creando un desarrollo tecnológico que ha cambiado las formas de vida y matizado las capacidades cerebrales. Pero, como solemos decir, “si tomáramos un recién nacido neardental y lo criáramos en Oxford, nadie lo distinguiría de un afamado profesor de tan prestigioso College”.

Veamos algún ejemplo de estos llamativos eventos, que nos dan la perspectiva de que el cerebro humano sale de un “más con menos” y no de un “más con más” genes.

1 Los genes que determinan el gran tamaño del cráneo y de la corteza de nuestro cerebro, se han coordinado en el tiempo, justamente, con la aparición de una nueva forma del gen que codifica la enzima glutamato deshidrogenada cerebral, la forma 2 (GLUD2) presente en el cerebro. Un cerebro grande y con gran actividad como el humano produce gran cantidad de glutamato, que es necesario eliminar porque es tóxico.

2 La figura 1.5 muestra la evolución de la tasa de expresión cuantitativa de proteínas en primates y humanos en el cerebro y otros tejidos. Como consecuencia de los genes rectores y a pesar de tener solamente un 1 % de diferencia en las secuencias genómicas con los chimpancés, los hombres poseen unas tasas mucho más elevadas de algunas proteínas del cerebro que el resto. Muchas de estas proteínas están implicadas en el desarrollo embrionario en la función neuronal o en la actividad sináptica.


Fig. 1.5. La velocidad de diferencia, entre primates y humanos, es mayor en los genes del desarrollo del cerebro en los chimpancés —pan—, que están al final de la línea que conduce al hombre.

Así mientras somos igual de parecidos en las proteínas de la sangre a como lo son ente sí chimpancés y Rhesus, y casi igual en el hígado, somo bien diferentes en las proteínas que se refieren al cerebro. E igual ocurre respecto del orangután.

1 Un ejemplo, quizá el más espectacular, de modificación de genes reguladores del cerebro durante el desarrollo embrionario, es el gen FOXP2; la mutación le convirtió en un importante gen rector en el momento concreto del desarrollo en que se crean las estructuras neuronales del habla y del lenguaje, exclusivas del hombre. Los genes de la familia FOXP2, relacionados con las habilidades verbales, emergieron después de la separación de chimpancés y humanos.

2 Recientemente, los científicos han descubierto un inesperado mecanismo por el que se puede también “sacar partido a los genes”. Es el siguiente: el genoma humano tiene determinadas mutaciones que hacen que la doble hebra del ADN quede accesible a la maquinaria de copia, en unos lugares y no en otros. Todos los hombres tenemos por ello accesibles los genes que contribuyen a las mayores capacidades cognitivas y cerebrales genuinamente humanas.

3 A veces, en el proceso evolutivo un gen se pierde porque ha ocurrido una mutación. Otros genes como los tres miembros de una familia llamada NOTCH2NL, involucrados en la evolución de la gran corteza cerebral humana, se expresan durante el desarrollo cortical y promueven la formación de neuronas. Curiosamente, existen genes similares a NOTCH2NL en otros primates, pero no son genes, sino pseudogenes que no funcionan. Solo estuvieron disponibles para la construcción del cerebro humano.

Podríamos mostrar más ejemplos, pero este no es un libro de evolución. Sin embargo, reflexionar sobre las peculiaridades del cuerpo humano, su cerebro y su aparición en la Tierra nos abre la perspectiva a su ser familiar, por lo que conviene pararnos en ellas. Por ello dedicamos unas líneas a la evolución de los primates.

Evolución de los primates

La evolución de los primates ha sido bastante rápida y se acepta que ocurrió por un mecanismo de reordenación cromosómica (Figura 1.6). Después de la separación del orangután desde el precursor de los hominoideos, continua la línea evolutiva de los grandes simios. Desde un antecesor de los homínidos, que también tiene 23 pares de cromosomas más el par sexual XY, y mediante reordenaciones en 9 cromosomas se constituye el genoma del gorila; posteriormente, por siete reordenaciones más aparece el genoma el chimpancé.

Los australopitecinos, de los que existen huellas en Tanzania de hace 5 millones de años que muestran que tenian la postura erecta, desaparecen poco después tras unos 3 millones de años y dan paso hace unos 2 millones de años al género Homo, del que solo existe una especie, que a lo largo del tiempo ha pasado por diferentes etapas y vivido en diversos hábitats geográficos.


Fig. 1.6. El mecanismo de reordenación de los cromosomas ha permitido separar las especies de primates no-humanos y la familia humana en tiempos evolutivos muy breves.

Este modo de especiación es bien diferente del mecanismo darwinista de la selección natural. No son cambios graduales que se acumulan a lo largo del tiempo ofreciendo mejores oportunidades a la selección natural, ante un cambio del entorno. Son cambios puntuales, que, posiblemente, tienen lugar en una fecundación de los gametos al mezclarse los cromosomas maternos y paternos (AA). Al cambiar uno de los cromosomas de uno o de varios pares —lo que coloquialmente se denomina un terremoto genético— aparece un híbrido (AA*) que, como tal híbrido, es menos fértil. Tras un par o unas pocas generaciones aparecen individuos como los antecesores AA y otros A*A* no reproducibles entre sí, por lo que A*A* es una nueva especie.

Un evento genético inusual en la aparición del hombre

Un acontecimiento crítico que condujo al establecimiento de las mayores diferencias entre el cerebro del hombre y el de los primates, y que debió ser el evento primario de la separación de Homo —en la forma Homo habilis— desde Australopitecos, está asociado a los cambios en la reorganización de los cromosomas sexuales; de ahí el interes de tratarlo en un libro de los vinculos familiares.

He dedicado gran parte de mi tarea docente a transmitir lo que se iba sabiendo acerca del proceso evolutivo, especialmente sobre la aparición del hombre. Una antigua alumna, que investigaba el cromosoma humano Y, en vistas a conocer mejor la fertilidad masculina, me envió su primera publicación: «Esto le interesará». Y efectivamente, guardo su publicación, ya un tanto amarillento el papel, en la “carpeta de importantes”.

Como es conocido, todos los pares de cromosomas proceden uno del padre y otro de la madre, por lo que tienen regiones homólogas, que contienen los mismos genes. El pequeño tamaño del cromosoma Y hace que sea diferente la dotación genética del par de cromosomas sexuales XX en la mujer y del XY en el varón. A lo largo de la evolución, la disminución del tamaño y del número de genes del cromosoma Y se debe a que han pasado del Y al X acumulándose en este X. Ambos, varón y mujer, tienen cromosoma X y, por tanto, una información que se caracteriza por participar en la construcción y el funcionamiento del cerebro.

El trabajo de este equipo ponía de manifiesto que solo en el par de cromosomas sexuales humanos existe una región de homología X-Y específica —Xq21.3 con Yp11—, que contiene genes candidatos para ser la base molecular de la aparición de la lateralización de los hemisferios cerebrales en la que se apoyan los rasgos cognitivos. Es decir, solo para la construción del cerebro humano un fragmento del cromosoma X, en concreto el 21.3 del brazo largo, el brazo q, del cromosoma X hubo de trasladarse al Y, en concreto, al brazo corto, el brazo p, de este en su región 11 (Figura 1.7).


Fig. 1.7 . Ente otras zonas de homología de los cromosomas X e Y humanos se presenta la del X 21.3 del brazo largo con región 11 del brazo corto del Y. Está invertido en el cromosoma Y respecto a la orientación que mantiene en el cromosoma X.

Se muestra así que para la aparición del hombre se dio un evento evolutivo único, podríamos decir, insólito, y en dirección contraria a la evolución del resto de mamíferos y primates: un paso de información genética del X al Y. No se conoce que haya ocurrido ninguna otra vez.

Tal reordenación cromosómica específica permite que exista en ambos cromosomas del par sexual humano un gen (PCDH), entre otros. Este gen codifica una molécula de adhesión, una especie de pegamento, expresada en el cerebro y que está implicada en las interacciones específicas entre neuronas. Los genes localizados en este fragmento en X-Y afectan al grado de asimetría. Al mismo tiempo, las dos formas del gen, localizadas una en el cromosoma X (PCDHX) y la otra en el Y (PCDHY), se expresan en diferente momento del desarrollo del embrión mujer y del embrión varón, y contribuye a causar el dimorfismo sexual del cerebro humano. Se debe a que al pasar del X al Y, sufrió un cambio la orientación en la hebra del ADN y, por eso, la regiones reguladores son diferentes: los del cromosoma Y se regula por las hormonas sexuales masculinas y la del X por las femeninas. Sin este intercambio entre los cromosomas X e Y, la construcción del cerebro no tendría la posibilidad de procesar los estilos que distinguen la corporalidad masculina y la femenina.

Se ha discutido a favor y en contra acerca de la influencia que la modificación de los cromosomas sexuales pueda tener en la especiación en el mundo animal. No creo que un mecanismo como este pueda dar lugar a la aparición de una especie animal nueva desde uno y una. La aparición de una nueva especie de primates desde otra precursora, por reordenación cromosómica, necesariamente requiere un aislamiento reproductor, una barrera a la reproducción que se establece a lo largo de unas pocas generaciones.

Pero pensemos por un momento en lo que decía al principio acerca de que no podemos entender nada relativo al hombre si no tenemos en presente que la biología humana no es zoología.

Mi propuesta es la siguente: la aparición de la primera mujer y del primer varón en el mismo evento evolutivo —reordenaciones cromosómicas y el paso de información del cromosoma X al Y— supone que como seres humanos se saben varón y mujer y como tales establecen un reconocimiento procreador. Son, de suyo, esposo y esposa con encargo de iniciar la familia humana. Con independencia de que existiera o no una barrera reproductora zoológica con sus antecesores no-humanos, el primer hombre se “prendaría” de la belleza de la primera mujer. Eso nos dice el Génesis. La primera vez que me di cuenta en clase y acuñé espontáneamente el término reconocimiento procreador, un alumno que parecía haberme entendido dijo «¡Acaba de tirarse de la moto!». Sí, realmente me pareció ver por primera vez algo que me resulta evidente.

Este dato, amigo lector, no es una mera curiosidad. Pudo ser así o de otra forma. Pero esta explicación tiene cierta coherencia. Es un hecho que el mecanismo, que conocemos por ahora, por el que un fragmento del cromosoma X pasa al Y, sin perderse del X, requiere una duplicación del X. Por tanto, el genoma completo humano 44 XXXY.

Puede explicarse biológicamente, no demostrarse, que Adán y Eva fueran concreados desde ese preciso genoma genérico. Por tener un cromosoma Y sería el Adán genérico, no personal. De ese genoma completo, o naturaleza humana, al separarse 22 XX —Eva persona, “costilla de Adán”— queda 22 XY, Adán persona. Un varón y una mujer que crean la familia humana, como primeros padres.

Insisto en que no pretendo demostrar nada. Sí afirmar que hay razones para aceptar y enseñar que el origen del hombre del que habla con tanta profundidad el Génesis, nos sugiere mucho más que un mero “mito de Adán y Eva”. El lenguaje del Génesis es simbólico, expresando así la realidad más profunda de lo que describe: la igualdad radical entre varón y mujer, concreados en el tiempo. Dos personas de la misma naturaleza, de los que provienen todos los humanos en los diversos linajes, que, a lo largo de dos millones de años, se han expandido y diversificado en poblaciones en toda la Tierra.

Obviamente, no pretendo sentar cátedra o decir la última palabra sobre este proceso. El mecanismo pudo ser otro que aún no haya sido descubierto, pero por lo que conocemos hoy, este lo explica y no disponemos de ningún dato que lo ponga en tela de juicio.

Lo importante es que la biología humana concuerda con la antropología de la persona, para la que el hombre es siempre un ser familiar. De nuevo me surge la convicción de que ¡estamos muy bien hechos!

DOS NIVELES DE COMPLEJIDAD DEL CEREBRO Y UN PECULIAR FUNCIONAMIENTO

El cerebro tiene dos niveles de complejidad: el nivel que depende del estado de las neuronas —que constituye lo que se denomina la reserva cerebral —y el nivel —reserva cognitiva— que depende del estado de las conexiones entre ellas.

La funcionalidad del cerebro depende de la herencia recibida —y con ella de los componentes de las neuronas y el mayor o menor desarrollo de las áreas cerebrales—, y de los cambios que con la vida sufra el material genético de las neuronas; lo que supone unproceso epigenético, como hemos indicado anteriormente.

Tras el nacimiento —en el ambiente exterior al seno materno— el cerebro recibe la acción de una gran cantidad de estímulos que permiten el desarrollo de las fibras cuyo conjunto constituye el conectoma. Con la entrada en la adolescencia se alcanza un conectoma más intenso, que se perfila de forma diferente de unos a otros según sus vivencias. Esta estructura madurará y al final de la adolescencia habrá construido la configuración propia de cada uno.

El funcionamiento del cerebro y de la psique de cada persona depende de sus dos reservas. La reserva cerebral es pasiva en cuanto lo recibido de la herencia genética y el estado de las neuronas cuantifican la reserva. La reserva cognitiva describe un mecanismo activo; esto es, la arquitectura de las conexiones cerebrales, que se haya ido configurando a lo largo de la vida, por la que fluye la información con una dinámica propia.


Fig. 1.8. Los dos niveles de complejidad del cerebro pueden medirse como reservas, cuya suma separa el límite de los trastornos psíquicos.

Ambas reservas se forman gracias a la plasticidad cerebral. Así, los cambios en las neuronas y en la arquitectura se deben a que todo —educación, vida afectiva, decisiones, vivencias, decisiones, entrenamientos, etc.— deja huella en el cerebro. Podemos decir que si la reserva cerebral es a modo del “hardware” —los sustratos estructurales de que se dispone— y la reserva cognitiva es análoga al “software” del cerebro, la fuerza o robustez funcional que resulta.

Al mismo tiempo, llena de esperanza el hecho de que todo es entrenable, todo puede mejorar, las reservas mejoran y lo que importa es el valor final de la suma de las dos. Cuando la suma de la reserva cerebral y la reserva cognitiva alcanza y supera el umbral límite, el cerebro está protegido de la enfermedad y/o del trastorno mental.

El concepto de reserva muestra que el funcionamiento del cerebro de cada uno depende de lo recibido en la herencia y de las huellas que cada uno deja con su vida.

Lo peculiar del funcionamiento del cerebro: aflojar las ataduras

Existen dos características de la arquitectura funcional del cerebro que subyacen a la capacidad de cada hombre para liberarse del encierro en los automatismos de las necesidades biológicas y del encierro en un permanente presente.

1 En primer lugar, la rotura del encierro en los automatismos estímulo/respuesta se debe a la capacidad de autocontrol cuya base neurológica es el frenado de la excitación: ¡Stop, piensa y decide! lo llevan a cabo, los circuitos inhibidores de la velocidad de los flujos de la información, situados en lugares concretos de la corteza prefrontal.

2 En segundo lugar, la rotura del encierro en el presente tiene como condición sine qua non, la posesión de una memoria, peculiar y genuinamente humana, que no elabora ni guarda recuerdos, sino que con ella traemos al presente las vivencias emocionales y cognitivas del pasado que nos interesen y desde ellas simula el futuro. Esta memoria intemporal se apoya en las redes de circuitos neuronales en los que participan las neuronas de los lóbulos parietales superiores, regiones de las que carecen incluso los primates no humanos.

Es decir, sin la peculiar riqueza de ambas características de la estructura funcional del cerebro humano —poder frenar la velocidad de los flujos de información por los circuitos inhibidores y una memoria intemporal—, no sería posible la manifestación de las capacidades genuinamente humanas.

La arquitectura funcional del cerebro humano es la materia prima para la elaboración de una respuesta, no automática ni estereotipada, sino personal y labrada por la vida de cada hombre. De hecho, como acabamos de indicar, la alteración de la arquitectura funcional conlleva trastornos cerebrales.

UN CEREBRO CON CORAZÓN

El cerebro humano, el más complejo de cuantos existen, tiene tres capas con la misma estructura corporal: vísceras, tórax con el corazón y cabeza se correspoden con tronco cerebral, sistema límbico —al que llamaremos corazón del cerebro— y corteza cerebral o cabeza (Figura 1.9).


Fig. 1.9. Las tres capas del cerebro humano —cortical, sistema límbico y tronco— se corresponden con la estructura corporal cabeza, corazón y vísceras.

A lo largo del proceso evolutivo han aparecido sucesivamente cerebros con una, dos y tres capas. La etapa reptiliana aportó el tronco encefálico, que controla los instintos relacionados con la supervivencia, y el cerebelo. A él los hombres debemos las respuestas automáticas, viscerales.

La segunda capa, el sistema límbico, apareció con los mamíferos. Esta capa es el corazón de nuestro cerebro y contiene las estructuras que procesan las emociones y la construcción de la memoria emocional, y otras requeridas para percibir por los sentidos.

En la etapa de los primates se formó el neocórtex. El aumento de la superficie de la corteza, su subdivisión en áreas especializadas y la organización de las conexiones entre las neuronas, lleva a la máxima complejidad el encéfalo animal y hace posible combinar los patrones acumulados de percepciones y emociones. La corteza cerebral sería la cabeza del cerebro humano en cuanto procesa las capacidades más específicamente cognitivas.

Las fuertes conexiones entre el sistema amigdalino, del corazón del cerebro, y la región orbito frontal, de la cabeza del cerebro, permiten la integración y la regulación cognitivo-emocional. La amígdalas cerebrales situadas en cada hemisferio junto a la region medial de la corteza orbitofrontal cumple una función esencial. Las amígdalas evaluan el carácter positivo o negativo del estimulo. Supone un conocimiento intuitivo, que se adelanta al razonamiento, y nos guía para aceptar o rechazar las experiencias.


Fig. 1.10. Las conexiones entre diversas áreas del cerebro intervienen en la toma de decisiones: mientras el corazón procesa las emociones, la corteza orbitofrontal es capaz de frenar la excitación. Las neuronas de la región lateral y polar se frenan entre sí, sopesando la información del contexto y las expectativas de recompensa, hasta alcanzar una respuesta cognitiva-emocional.

Es específicamente humano que lo cognitivo emocione y lo emocional aporte conocimiento. Esa conexión amígdala-región orbitofrotal constituyen el núcleo esencial del cerebro de las decisiones, de las respuestas libres.

El corazón del cerebro

Con los sentimientos, se encienden “al rojo vivo” las conexiones del sistema emocional y lleva la corteza cerebral al máximo de sus capacidades. Los estímulos despiertan emociones que se nos manifiestan en el cuerpo: lágrimas, sudoración de las manos, o latidos del corazón. De ahí que el órgano corazón, localizado en el pecho entre la cabeza y las vísceras, desde antiguo, se haya asociado a lo íntimo, a los amores. El cuerpo, el rostro especialmente, expresa alegría, afectos, ilusiones o, por el contrario, cinismo, violencia, ansiedad, tristeza, decepción… Lo que hay dentro de cada uno. Los sentimientos surgen dentro de nosotros, son algo “que nos sucede” y que guardamos como recuerdos en la memoria emocional a corto plazo; o a largo plazo, si la intensidad es grande, o persiste en el tiempo y se repite.

Los recuerdos de las emociones que despiertan los elementos de nuestro mundo, los sentimientos y especialmente los afectos que damos a las personas y que recibimos de ellas, constituyen el contenido nuclear del corazón del cerebro.

El “siento de la voluntad” no es el “quiero esto decididamente”. La voluntad no se limita a tomar decisiones por una mera conveniencia racional, como si fuera una máquina de calcular, sino que razona y arbitra los medios, en función de algo que ama. Se mueve por motivos queridos desde los que descubre, razonando, medios para preservarlos.

Lo que entra a nuestro interior puede ser aceptado o rechazado y deja su huella; pero lo importante es lo que sale de él: los amores que mantienen vivo el corazón y por tanto nos mantienen vivos en la búsqueda de la felicidad. Y, por desgracia, también los desafectos, las envidias, los celos, etc.; todo aquello que produce quiebras del corazón.

Tenemos un solo corazón para todos los amores. A él entran paisajes, eventos, cosas, animales y, sobre todo, los demás. Y de él salen los afectos y los desafectos

Aquí nos referiremos a los afectos hacia las personas, y especialmente a esas que son “los nuestros” por lazos familiares. A los que pertenecemos y nos pertenecen por los vínculos naturales de la biología, por acogida a la esfera familiar, o por construcción de una comunidad de vida de familia, al ser engendrados personalmente a un mismo espíritu.

Tenemos otros afectos interpersonales que enriquecen nuestra vida: amigos, compañeros de trabajo, de aficiones, de partido, compatriotas, etc., que son de naturaleza diferente. La razón de tales vínculos no incluye nuestro cuerpo de la forma que lo incluyen los familiares. Hasta en la forma de hablar expresamos la diferencia. Hablamos de un “amigo del alma”, de “almas paralelas”, o a diferencia de “fue un padre para mí”, mi “familia de sangre”, “hijo de mis entrañas”, “el amor de mi vida”, etc.

UN MOMENTO ESTELAR DE LA EVOLUCIÓN: SE LOGRA EL CEREBRO HUMANO

Uno de los grandes misterios de la evolución —posiblemente el mayor— es por qué nuestra capacidad cognitiva difiere tanto cualitativamente de nuestros parientes evolutivos más cercanos. ¿Qué fuerzas evolutivas —necesariamente, aunque de modo insuficiente— participaron en esa coevolución de elementos que da lugar a ese cerebro sin el cual el ser humano no hubiera podido ser un ser inteligente?

En este contexto, nos referimos el término inteligencia solo como la capacidad de cuidar a la prole y conseguirle alimentos, para poder tener un punto de referencia con los animales. Una estimación aproximada de la posible inteligencia de un animal es el coeficiente de encefalización, que se define como el cociente entre la masa del cerebro y el valor que se esperaría encontrar en un animal de las mismas dimensiones. Si ese coeficiente está por encima del esperado podría indicar que la masa extra está disponible para las tareas cognitivas más complejas.

El chimpancé tiene un índice de encefalización de 1,2; los Australopitecos entre 1,3 y 1,5. Entre los del género Homo, el hábil primitivo que no sale de África es de 1,8 y el hombre actual de 2,9. Nos encontramos por tanto con dos niveles de inteligencia, medida como coeficiente de encefalización. Por una parte, la que diferencia a los hombres más primitivos de los parientes primates inmediatos —hominización— y, por otra, el sorprendente aumento de capacidades —humanización— a lo largo de la historia de la humanidad. Un recorrido por la historia evolutiva de los primates destaca los siguientes factores:

1 Entre los primates, el mayor tamaño del cerebro adulto y la complejidad del comportamiento, o inteligencia, se correlacionan con una mayor dependencia de las crías, que llega a ser exageradamente grande en los humanos.

2 El aumento de tamaño del cerebro adulto requiere una disminución en el tamaño del cerebro neonatal, lo que no se debe solo al tamaño del canal del parto. De hecho, los chimpancés no dan a luz cuando el cráneo fetal se acerca a los límites del canal de parto y, sin embargo, al nacer tienen el cerebro más pequeño entre los primates no humanos.

3 El tiempo de duración del destete es una medida del nivel de desamparo de los recién nacidos y se correlaciona con la inteligencia en los primates. A pesar de ello, los bebés humanos se destetan pronto: crecen muy rápido y la lactancia supone un alto coste energético para la madre. Además, solo los niños requieren que se les siga cuidando después de destetarlos.

4 Cuanto más grande es el cerebro de la madre más pequeña es la fracción del cerebro del hijo que se forma en su útero. Por ejemplo, los monos capuchinos, que son bastante inteligentes, nacen con solo el 50 % de su masa cerebral adulta y necesitados de cuidados. Los chimpancés al nacer tienen cerebro pequeño con apenas el 40 % del adulto y son una carga para sus cuidadores inteligentes. Los humanos con solo alrededor del 30 % del crecimiento cerebral alcanzado en el momento del nacimiento, experimentan mayor maduración cerebral mientras están bajo el cuidado de otros.

Los cerebros humanos son muy complejos y su gran actividad requiere un metabolismo rápido que produzca mucha energía. Por ello, resultan energéticamente demasiado costosos para que puedan aumentar de tamaño durante la gestación. Por tanto, la encefalización ha de ocurrir en gran medida después del nacimiento. Los humanos nacen, de hecho, justo antes de que las demandas energéticas fetales superen el límite metabólico de la madre sostenible para su fisiología; así alivian la carga de la madre. Para entonces las dimensiones del canal de parto solo deben seguir siendo adecuadas para el parto.

El lento período de crecimiento de la niñez es una adaptación biocultural distintiva de los humanos. Son incapaces de buscar y procesar alimentos por sí mismos, sin embargo, el recién nacido humano posee una prodigiosa inteligencia emocional: a través de la mirada, de las expresiones faciales, de los gestos, etc., “manipulan” a los padres y otros cuidadores para que inviertan en ellos.

La naturaleza altamente social y emocional entre el niño y el cuidador o cuidadores con su influjo en el desarrollo del lenguaje, se ve beneficiada por un potente cerebro.

Los bebés, las madres y otros cuidadores, la familia, fueron las verdaderas estrellas en la historia de la inteligencia humana. Sin transferir los conocimientos y las técnicas de padres a hijos, no evoluciona la inteligencia.

Los procesos evolutivos nos trajeron cerebros grandes, inteligencia y bebés costosos. Pero como subraya la investigación, la crianza de los niños, el matrimonio, el parentesco, la familia, han tenido una enorme importancia en la evolución de la humanidad, una importancia que a menudo se pasa por alto.

[1] Francisco MORA, El reloj de la sabiduría: Tiempos y espacios en el cerebro humano, 2011.

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