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Capítulo Tres

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Duchas frías, muchas duchas frías: para espabilase, para mantenerse despierta, para evitar que sus pensamientos se adentraran en terrenos pantanosos. Pero la total ausencia de vida social necesitaba promesas de mejoría, así que mentalmente, Victoria hizo una lista de las discotecas a las que iba a ir cuando acabara el trabajo. El sábado, cuando Liam estuviera en la boda. Seguro que había muchos hombres todavía más atractivos que él.

Liam. Otra vez pensaba en él.

Victoria se inclinó sobre el escritorio, enfocando para escribir el nombre cuarenta y cinco en la mesa correspondiente. Acababa de separar la pluma del papel cuando sonó el teléfono. Sobresaltándose, Victoria se cercioró de que no había hecho un borrón y contestó con voz profesional:

–Victoria Rutherford Design.

–¿Cuántas has hecho?

Victoria apretó el teléfono para que no se le resbalara. Liam siempre se levantaba temprano y ya se intuía la sonrisa tras su tono.

–Unas cuantas.

–¿Cuántas?

–¿Quién te crees que eres? –preguntó Victoria, intentando tomar la iniciativa–. No tengo por qué rendirte cuentas.

Liam rio.

–Antes nunca discutías. Recuerdo que hacías cualquier cosa que se te pidiera. Obedecías a ciegas, siempre dispuesta a complacer.

Victoria pasó por alto la insinuación final, aunque tuvo la tentación de decirle que a él no le había hecho caso.

–Ya ves, desde entonces he madurado mucho.

Solo hacía lo que le pedían si quería, como el trabajo para Aurelie. Aun así, sabía que una parte de sí misma tendía a querer agradar a los demás. Por ejemplo, la noche anterior, en brazos de Liam. Había deseado agradarlo, y ser agradada.

Pero no sucumbiría. Victoria se irguió y giró el cuello para librarse del agarrotamiento de tantas horas inclinada sobre el escritorio.

–Estírate –la instruyó Liam.

–¿Perdona? –preguntó ella, desconcertada.

–Si no haces descansos regularmente, te vas a quedar rígida. Camina por la habitación mientras hablas conmigo.

Victoria se inclinó instintivamente sobre el escritorio.

–He dicho que ya no hago lo que me dicen los demás.

–Pero esto es por tu bien –dijo él en tono divertido–. No lleves tu idea de independencia demasiado lejos. Que alguien te sugiera algo, no significa que automáticamente debas rechazarlo.

Victoria intentó no dejarse ablandar por su cálido tono.

–No tienes por qué hacer esto –dijo.

–¿El qué?

–Actuar como si te importara.

–No es una actuación, Victoria –dijo él, riendo abiertamente.

Sí, pero le había dejado claro que solo le importaba para una noche. Victoria apretó los dientes.

–Pues ahora solo hay una cosa que me importe a mí: terminar el trabajo. Así que no me entretengas.

Victoria colgó y respiró profundamente. No quería que Liam volviera a distraerla, pero por otro lado, se alegraba de que hubiera llamado. De que pensara en ella. Y la deseara. Porque ella, estúpidamente, seguía deseándolo.

Hizo una mueca. No pensaba hacer nada al respecto. Debía concentrarse en lo que tenía entre manos, letra a letra.

Tres horas más tarde volvió a sonar el teléfono.

–Te toca otro descanso –dijo Liam antes de que ella terminara de decir su nombre.

Victoria se llevó el puño al pecho como si, presionándolo, pudiera evitar que el corazón se le acelerara.

–¿Qué te hace pensar que no he estado haciendo descansos periódicamente?

–Sé lo que eres capaz de hacer para contentar a los demás. Recuerdo que pasaste la noche en vela para que la madre de Oliver tuviera suficientes guirnaldas para decorar la casa.

Victoria no pudo reprimir la risa. Ella también lo recordaba. Los paquetes de papel pinocho habían estado a punto de acabar con ella. Al final, Liam había acudido en su ayuda.

Oliver, él y los demás habían ido a tomar unas copas. Volvieron tarde. Oliver, borracho, había subido a su dormitorio sin apenas despedirse, mientras que Liam se quedó a ayudarla. Ella había seguido con las decoraciones, fingiendo que no era consciente de su presencia, pero él había hecho lo posible para que no lo consiguiera.

No se había dado cuenta de lo agarrotada que estaba después de horas haciendo guirnaldas, hasta que se intentó mover de la silla. Fue entonces cuando Liam se acercó y le masajeó los hombros, cuando se le acercó demasiado y la tocó demasiado; y su dolor de espalda convirtió en un ardiente calor. Fue entonces cuando él le hizo darse la vuelta y la miró como…

Victoria cerró los ojos para borrar el recuerdo.

–He aprendido a cuidar de mí misma –dijo ella bruscamente–. Uso un temporizador.

–¡Qué eficiente! –dijo él con su habitual tono risueño.

Victoria no quería oír la tentación en su voz. Siempre había derribado sus defensas y le había hecho sonreír. Debería colgarle el teléfono, pero decidió darle un margen.

–¿Qué tal tus vacaciones? –preguntó con sorna.

–Muy frustrantes.

–¿De verdad? –Victoria sintió que el corazón se le aceleraba.

–No hay agua.

–¿Te ahogas en tierra?

–Bastante.

Victoria rio.

–¿Te inquietas cuando pasas un tiempo alejado del agua?

–Sí.

–¿Por qué?

Liam tardó en contestar, y Victoria supo que estaba planteándose qué decir.

–Es mi hogar.

–¿Eres un sireno, señor Atlantis? –bromeó Victoria.

–Es donde me siento libre, es donde puedo sentir que controlo mi propio destino.

–¿No puedes controlar tu destino en tierra, como la gente normal?

–En tierra hay más gente. En mi barco estoy solo.

El marinero solitario. Durante meses había navegado solo, dando la vuelta al mundo. Cuando navegaba con un grupo, era el capitán. Sí, confiaba en su tripulación, pero siempre era él quien llevaba las riendas.

–No quieres que nadie se entrometa en tu vida –afirmó ella.

–Soy así de egoísta, Victoria.

No quedaba rastro de su tono bromista. Era una advertencia, clara y rotunda. Pero Victoria no sabía si tomarla demasiado en serio. El Liam que había conocido hacía cinco años era fieramente competitivo, pero siempre había estado dispuesto a ayudar. Sí, permanecía en la periferia, observando a los demás, como había observado a la familia de Oliver y a la suya. Pero por otro lado, quería implicarse, echar una mano. ¿Sería solo por no estar inactivo?

–¿Por qué no le preguntas a Aurelie si puedes ayudarle en algo?

–Tiene una organizadora de bodas que me da miedo.

–¿Miedo? –Victoria rio.

–Mucho, mucho miedo. Mira esto.

Un segundo más tarde sonó el teléfono. Victoria pulso la pantalla y sonrió. Liam le había mandado una fotografía del castillo. Sirvientes uniformados montaban una gran carpa. Había sillas blancas por todos sitios. En medio, había una mujer con aspecto eficiente y una carpeta en la mano, un pinganillo en el oído y el cabello recogido. Resultaba muy atractiva dentro de su aspecto de severa institutriz.

–No da miedo –Victoria carraspeó–. Es guapísima. Y tiene pinta de hacer muy bien su trabajo.

–Es un robot –dijo Liam–. No me necesitan para nada.

–Va a ser una boda espectacular –dijo Victoria.

–Eso parece –Liam suspiró–. Así que será mejor que sigas escribiendo.

Victoria mantuvo el teléfono en la mano varios minutos después de que Liam colgara, preguntándose si el suspiro de Liam se debía a la melancolía que le causaba que Aurelie se casara con otro.

Unas horas más tarde, Liam no pudo reprimir el impulso de llamarla de nuevo para oír su voz. Su tono entre sensual y brusco lo excitaba.

–Deberías tomarte un descanso de veinte minutos y venir a verme –dijo, en cuanto Victoria contestó.

El día anterior había sido premeditadamente osado para conseguir que la mujer que conseguía volverlo loco con una sola mirada, reaccionara. Obligarla a admitir la química que había entre ellos.

Pero las cosas se le habían ido de las manos y había tenido que detenerlas cuando comprobó que Victoria no iba a hacerlo. Casi había acabado con él, pero aquella no era la ocasión adecuada. No quería que ninguno de los dos se arrepintiera. El momento llegaría, y cuanto antes, mejor.

–¿Te basta con veinte minutos? –preguntó ella con sorna.

–Para la primera tanda –contestó él–. Luego podemos quedar para el resto de la noche.

–¿Has estado bebiendo?

–Sabes que no.

¿Como su padre, que bebía hasta quedarse inconsciente? Nunca había sido violento físicamente, solo negligente. Pasaba el tiempo en el puerto o en el bar, y nunca mostró interés por su único hijo. Liam sacudió la cabeza para borrar ese recuerdo y centrarse en el presente.

–¿Por qué no aceptas que hemos sacado al genio de la botella?

Aunque no de palabra, Victoria ya le había dicho que sí. Hasta el final.

–Piensa en algo más original. Eso es un cliché –dijo ella.

Liam rio.

–¿Desde cuándo eres tan dura?

–Ya te he dicho que por fin he madurado.

Liam pensó en lo dulce y obediente que era cuando la conoció, y que sus padres exigían de ella la perfección. Miró por la ventana, preguntándose cómo se habrían tomado el cambio de su hija.

–¿Cómo están tus padres? ¿Los ves?

Hubo una pausa tras la que Victoria dijo:

–De vez en cuando.

–¿Están disgustados por la ruptura entre Oliver y tú? –Liam apretó el teléfono a la oreja para intentar captar cualquier cambio de tono.

–Mucho.

Liam sospechaba que la culpaban.

Oliver le había contado que una hermana de Victoria había huido de su casa en la adolescencia. Una rebelde que había acabado relacionándose con el tipo de gente con la que la familia de Victoria no quería tener nada que ver. Por eso habían roto toda relación con ella, habían prohibido hablar de ella y se habían desecho de todo objeto que la recordara. Luego, Liam había conocido a Victoria y se había dado cuenta de que evitaba hacer cualquier cosa que pudiera molestar. Mientras que cuando habían estado a solas había dado muestras de una personalidad fogosa y divertida, en público parecía anularse. Y eso había irritado a Liam enormemente. Solo de pensarlo, volvió a sentir lo mismo, e imaginar que sus padres la culparan del fracaso de su matrimonio disparó su indignación. Pero todavía debía hacer una pregunta más.

–¿Has vuelto a ver a tu hermana? ¿La has localizado?

La noche que se había quedado a ayudarla con las decoraciones, Victoria había mencionado de pasada a su hermana y el deseo de volver a verla.

Se produjo un silencio.

–¿Victoria? –dijo Liam.

–Sí, nos vimos hace poco –dijo finalmente en un tono que Liam encontró forzadamente animado.

–¿Qué tal fue?

–Bien.

–¿Seguís en contacto?

–Somos muy distintas. Le he mandado una tarjeta de Navidad –dijo Victoria, precipitadamente–. Escucha, mejor te dejo. Sigo retrasada.

Liam guardó el teléfono en el bolsillo y contempló el jardín, cuyo césped parecía fosforescer. Aunque habría preferido que le resultara indiferente, no podía evitar pensar que Victoria no debería estar sola.

* * *

El teléfono de Victoria sonó a las cinco y media de la mañana del día siguiente. ¿Cómo podía saber Liam que estaría trabajando de nuevo? Contestó al primer timbre con una sonrisa en los labios.

–Debes estar muy aburrido.

–Voy a por ti. Tienes que descansar un rato y comer algo.

–¿Quieres invitarme a comer?

–Pensaba más en desayunar. En la cama. ¿No te parece una gran idea?

–Eres incorregible.

–¿Verdad que sí? Si pienso en ti, inmediatamente pienso también en sexo. Vais unidos. Como fresas y nata; queso y pan; Victoria y sexo.

Victoria no pudo contener la risa.

–¿Por eso no paras de llamarme?

La pausa que siguió a su pregunta la incomodó. A ella le gustaba hablar con él, reír con él, mientras que para Liam no era más que la forma de conseguir lo que quería: acostarse con ella.

Sin embargo, ella no podía arriesgarse a acceder y luego perderlo para siempre. Quería más. Se dio cuenta de que desde que había llegado a Francia estaba sola, que quería reírse más… Y cada vez que hablaba con Liam, reía.

–Quiero que termines el trabajo –dijo él, sonando súbitamente serio.

¿Era eso lo que le importaba? Victoria se quedó paralizada. El trabajo era para Aurelie. Claro, Liam quería que su exnovia, con la que había pasado tres años, tuviera la boda de sus sueños. Coqueteaba con ella a la vez que se aseguraba de que hacía las cosas bien. Eso era todo; su principal preocupación era la ex a la que había dedicado tres años y no solo una noche.

–Entonces –dijo Victoria, sonriendo para que Liam no le notara la decepción en la voz–, será mejor que siga trabajando.

Liam guardó el teléfono en el bolsillo con el ceño fruncido. Por más que quisiera, no podía ir a distraerla. Quería que Aurelie tuviera las tarjetas que necesitaba, pero sobre todo, que Victoria fuera bien pagada y que su trabajo se diera a conocer. Quería lo mejor para ella.

Aunque lo que verdaderamente quería era que pasara el fin de semana y poder concluir lo que habían empezado. Victoria tenía razón: su sentido de la oportunidad era desastroso.

Liam recorrió la habitación. Solo le quedaban unos días antes de volver al mar, pero no quería marcharse antes de conseguir lo que quería.

Se odiaba por ello. Victoria no quería lo mismo. No quería que él subestimara lo que fuera que había entre ellos. Pero en realidad, todo lo que había era lujuria. Una química de potencial atómico como la que había estallado cuando se habían besado.

Debía reconocer que el anhelo insaciable que había despertado en él lo había tomado por sorpresa. El intenso deseo de perderse en ella y quedarse allí para siempre había sido tan poderoso que había huido de él. Porque él jamás se quedaba en ningún sitio. Y Victoria quería y necesitaba más de lo que él podía ofrecerle. Liam apretó los dientes y cerró los puños. El deseo seguía ahí, tan vivo como hacía un par de noches.

También recordaba la ansiedad que había percibido en ella antes del beso, la expresión de inseguridad en su mirada. La culpa era de Oliver. Él la había traicionado al irse con otra mujer. Oliver la había traumatizado mientras que él podía devolverle la seguridad en su propia sensualidad.

Hizo una mueca amarga dedicada a sí mismo. ¿Qué pretendía, enmascarar su deseo tras un supuesto favor a Victoria?

Le diría la verdad, que era egoísta y que la deseaba; que haría cualquier cosa por tenerla.

Se cambió y fue a correr para liberar parte de la energía que lo mantenía en tensión, pero no consiguió dejar de pensar. Victoria había sufrido, no solo por culpa de Oliver, sino también de sus padres y de su hermana. Seguro que también de sus amigos. No podía permitirse que volvieran a hacerle daño.

Pero él solo podía ofrecerle una noche. Y eso no era justo. Llamarla tantas veces había sido un error. La dejaría en paz. Cortaría todo contacto, igual que cinco años antes.

Había cosas en la vida que no podían ser.

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