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Agradecimientos

Dicen que el agradecimiento es la memoria del corazón, así que dedico este libro a Carlos de la Torre, pues todo empezó gracias a él. Su talento y su carisma atrajeron a varias generaciones de jazzistas, incluyéndome, lo que gestó una comunidad.

Quiero agradecer a mis dos primeros colegas de jazz en Guadalajara:­ Beto Rivera y José Luis Muñoz Pichón, por contarme tantas historias y anécdotas sobre Carlos de la Torre, y a la cantante y maestra Katya Padilla por los recuerdos de su padre, Luis Padilla, lo que alimentó mi curiosidad por el pasado del jazz tapatío. Extiendo mi reconocimiento a todos los compañeros músicos: Javier Soto, Mundo Pérez, Jorge Salles, Manuel Cerda, Beverly Moore, Willow, Beto Rivera, Pichón, Felipe de Jesús Espinosa, Tanaka, José Luis Chamaco Guerrero, así como a dos activistas de la cultura, Rogelio Flores y Alfredo Sánchez, que aceptaron ser filmados en sus entrevistas. Sus valiosas aportaciones representaron una fuente invaluable de información ante el vacío bibliográfico que enfrenté, y muchas veces tuve que buscarlos para aclarar mis dudas; con amabilidad me guiaron en la reconstrucción de un pasado del cual ignoraba todo. Mi gratitud también se dirige a las otras personas que aportaron documentos e información adicional, o que se dieron a la tarea de leer los capítulos en proceso y darme su opinión y sus comentarios: Jorge Salles, Juan Ornelas, Rafael Ornelas, Enrique Sandoval, Helga Jäger, Willow, Beverly, Patricia Reyes, John Morrison, Enrique Sandoval, Joëlle Chassin, Marie Hélène Touzalin y Jorge Andrés González, quien además grabó y mezcló las sesiones musicales de dúos, tríos y cuartetos, registradas en video por Jorge Bidault, donde amablemente aceptó tocar el guitarrista Mario Romero.

Mi gratitud se dirige también a la Secretaría de Cultura, a la doctora Myriam Vachez Plagnol, al director general de Desarrollo Cultural y Artístico, Juan Vázquez Gama, y a la Coordinadora de Música, Sibila Knobel —pertenecientes los tres a la administración estatal 2013-2018— ya que consideraron este libro un proyecto valioso para el patrimonio cultural de Jalisco.

Sabía desde el principio que al escribir este libro, por ser el español un idioma de adopción, necesitaría a una persona que detectara mis galicismos y corrigiera mi castellano más callejero que académico. ¿Quién mejor que la fina escritora Elena Méndez me habría podido acompañar en esta labor?, amiga francófona y francófila, conocida desde mis primeros tiempos en Guadalajara, amante del jazz y gran conocedora del mundo tapatío pasado y actual. Nuestras ilimitadas horas de lectura y correcciones de mis textos sellaron para siempre nuestra amistad.

Debo a Elisa Cárdenas Ayala mi aprecio y amor por Jalisco desde que, un atardecer de 1998, me llevó a conocer el templo de San Sebastián de Analco (1543), su plazoleta y la historia de los asentamientos de Guadalajara. Más de veinte años después, se ha interesado en la historia jalisciense que cuento yo, y agradezco infinitamente que haya revisado el texto desde su ángulo histórico, criticado con gentileza e insuflado el ánimo para terminar la tarea.

Gracias a mi hermano, Olivier Braux, cuyas palabras alentadoras al descubrir este texto renovaron mi energía en un momento crucial para encarar la recta final de este trabajo.

Asimismo, tengo una deuda de gratitud con Linda Caruso, por creer en mi capacidad de escribir un libro (acto totalmente ajeno a mi vida), por interesarse de manera continua en esta investigación y por respetar mi inmersión de años en la computadora, lo que a veces implicaba dejar otras diversiones para más tarde. Por su amor, cariño y generosidad, le doy mis infinitas gracias. Sin ella, sin su apoyo fundamental e incondicional, este libro no habría visto la luz.

Los desafíos del jazz en Jalisco

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