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INTRODUCCIÓN

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Índice

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AL presentar en lengua castellana la obra maestra del novelista americano Nataniel Hawthorne, que sin duda es también una de las más notables producciones de la literatura amena de los Estados Unidos, hemos creído conveniente hacerla preceder de la traducción de los párrafos que, á manera de prefacio, aparecen en una de las últimas ediciones de esta novela en su idioma nativo. Como verá el que lo leyere, se dan en dicho trabajo algunos detalles, que no carecen de interés, acerca de la obra y de su autor:—

"LA LETRA ESCARLATA fué la primera producción de gran aliento que escribió Hawthorne después de haberse dado á conocer con sus "Cuentos dos veces referidos;" y también el primero de sus libros que alcanzó popularidad. En el intermedio había publicado "El Sillón del Abuelo," para niños, y "Musgos de una antigua morada;" pero solo después de fijada su residencia en Salem, donde desempeñaba el empleo de Administrador de la Aduana de aquel puerto, fué cuando comenzó á experimentar la sensación, según manifestó él mismo á un amigo suyo, de "que una novela le bullía en el cerebro." Esta novela es la que hoy goza de fama universal y se ofrece á los lectores en el presente volumen. La comenzó á principios del invierno de 1849 á 1850, y la terminó en 3 de Febrero del año últimamente nombrado. Al día siguiente de concluída, escribió á su amigo Horacio Bridge diciéndole:—

"Ayer fué cuando vine á dar remate á mi libro, una parte del cual, el principio, se hallaba ya en prensa en Boston, mientras la otra, el final, aun yacía en las profundidades de mi cerebro, en esta ciudad de Salem; de modo que, como Vd. vé, la historia tiene por lo menos catorce millas de largo.[1]... Algunas partes están escritas con vigor; pero mis producciones nunca se han dirigido ni se dirigirán jamás á los sentimientos generales de la humanidad, y por lo tanto no serán nunca muy populares; y si bien hay personas que gustan mucho de mis escritos, hay otras á quienes les son completamente indiferentes y no encuentran en ellos nada digno de notarse. Precede á este libro una introducción (La Aduana) en la que bosquejo mi vida de empleado: hay de vez en cuando en ella ciertas pinceladas, que acaso la hagan más interesante que la historia misma, la cual es en extremo sombría."

Lo grave y lóbrego de la situación en que había colocado á Ester y á Dimmesdale le abrumaban de tal modo, que decía de sí mismo que, durante el invierno citado, su espíritu había sido "un tegido de dolores." Hawthorne, á semejanza de Balzac, se aislaba mientras estaba escribiendo una novela; y puede decirse, sin exageración, que entonces apenas veía á nadie. En ciertas épocas de su vida llegó á notarse que adelgazaba de una manera visible; y hasta qué punto le conmovían las vicisitudes de los seres creados por su imaginación, puede juzgarse por el siguiente pasaje de sus "Notas inglesas," donde con fecha de 14 de Septiembre de 1855, dice:—

"Al hablar de Thackeray, no puedo menos que sorprenderme de la indiferencia que mostraba respecto á las situaciones patéticas de sus obras, y compararla con la emoción que experimenté yo al leer á mi esposa la última escena de La Letra Escarlata, inmediatamente después de escrita. No puedo decir que la leí, sino que traté de hacerlo, pues mi voz se henchía y se elevaba, como si me viera levantado ó hundido, alternativamente, por las olas del mar cuando comienza á calmarse tras una tempestad."

Ni sólo en las horas en que, pluma en mano, se empleaba Hawthorne en la composición de sus ficciones embargaban éstas sus potencias. Mientras estuvo escribiendo La Letra Escarlata, se le veía con frecuencia olvidarse de cuanto le rodeaba, sumergido en profundo ensimismamiento. Refiérese que un día, hallándose en este estado, tomó del costurero de su esposa una pieza que ella estaba cosiendo, y la picó en pedazos muy menudos, sin reparar en lo que había hecho. Esta costumbre de destrucción inconsciente databa de su juventud. El que esto escribe posee un sillón mecedor que usó Hawthorne, y del que casi hizo desaparecer los brazos con un cortaplumas mientras estaba en el colegio ó estudiando sus lecciones, ó divagando con la imaginación por los espacios.

En Febrero de 1850 fué terminada La Letra Escarlata, pero no se publicó hasta el mes de Abril; y aunque el editor, que era el Sr. Fields, formó el más elevado concepto de su mérito como obra de arte, parece, sin embargo, que no tenía mucha confianza en su valor comercial inmediato, si hemos de juzgar por los hechos siguientes. La primera edición fué de cinco mil ejemplares, lo que ya era un bonito número; pero el tipo con que se había parado el libro se distribuyó inmediatamente, lo que prueba que no se abrigaban muchas esperanzas de obtener una venta rápida. Pero la edición desapareció en diez días, y hubo necesidad de parar de nuevo todo el libro y estereotiparlo para poder dar abasto á la demanda.

Una prueba de la manera con que llevaba á cabo Hawthorne sus tareas literarias, y de la madurez con que meditaba sus novelas desde que concebía la primera idea, nos la ofrece su historia de "Endicott y la Cruz Roja," escrita y publicada antes de 1845. Háblase en esa producción de—"una joven dotada de belleza nada común, cuyo destino fué llevar la letra A en el cuerpo del vestido, á la vista de todo el mundo, y aun de sus mismos hijos, quienes sabían lo que esa letra significaba. Como si se recreara en su propia infamia aquella criatura perdida y llena de desesperación, había bordado la divisa fatídica en paño de color escarlata, con hilos dorados, y con todo el arte de que es capaz la aguja; de tal modo, que aquella A mayúscula podría haberse tomado por la inicial de la voz Admirable ó de otra por el estilo, excepto la de Adúltera, que realmente significaba." Cuando se publicó dicha historieta, la Srta. E. P. Peabody le escribió á un amigo: "Ya oiremos algo más acerca de esta letra, pues es evidente que ha hecho profunda impresión en el ánimo de Hawthorne." Muchos años después de publicadas las líneas arriba citadas, que aparecen en sus "Cuentos dos veces referidos," el castigo especial aludido en ellas vino á transformarse, merced á una completa elaboración mental, en el argumento de La Letra Escarlata.

Es un hecho auténtico que el código puritano imponía semejante castigo; y se supone que Hawthorne lo vió mencionado en alguno de los archivos de Boston, y aún puede verse en las leyes de la Colonia de Plymouth del año 1658. No hace mucho que el erudito investigador de los anales de la Nueva Inglaterra, el Reverendo Dr. Jorge Ellis, vecino de Boston, manifestó incidentalmente, en una conferencia pública, que no había ni el más ligero asomo de verdad en lo referente al carácter y personalidad del ministro que tan importante papel desempeña en La Letra Escarlata. Sostiene el Dr. Ellis, que puesto que se hace predicar á Dimmesdale el sermón de la elección el año en que falleció el Gobernador Winthrop, es claro que Dimmesdale personifica también al Reverendo Tomás Cobbett, vecino de Lynn, que fué realmente quien predicó dicho sermón en el referido año; y agregó que deseaba defender su memoria de cualquier sospecha que pudiesen abrigar los que, como él, hubieran creído que Dimmesdale era simplemente una máscara bajo la cual se ocultaba Cobbett, el verdadero predicador de aquella época. En aquel tiempo, dijo, no había en Boston sino una iglesia, y sus pastores ó ministros eran Juan Wilson y Juan Cotton. En la novela se menciona á Wilson con su propio nombre; de modo que no puede confundirse su identidad con la de Dimmesdale; ni hay tampoco motivos para suponer que Hawthorne tuviese la más ligera intención de que Juan Cotton ó Tomás Cobbett, de Lynn, cargasen con el delito de su ministro imaginario. La mera circunstancia de ser ficticio el nombre de Arturo Dimmesdale, mientras el Reverendo Wilson y el Gobernador Bellingham figuran con sus nombres y títulos verdaderos, debería constituir suficiente prueba para no imputar los hechos de Dimmesdale al Reverendo Cobbett, predicador genuino del sermón de la elección en 1649. Téngase presente que esta disquisición erudita sirve tan sólo para realzar la verosimilitud de la novela, por ser incuestionables su verdad poética general y la posibilidad de que la acción pasara en la Nueva Inglaterra de los primeros tiempos.

Creo que hasta ahora no se ha mencionado la circunstancia de que cuando tenía Hawthorne casi concluída la novela, leyó lo escrito á su esposa, y preguntándole ésta cuál sería el desenlace, obtuvo por toda respuesta: "Realmente no sé." Á su cuñada, la Srta. Peabody, le dijo una vez: "La dificultad no estriba en cómo decir las cosas, sino en lo que se ha de decir,"—significando con esto, que cuando empezaba á escribir algo, tenía ya el asunto tan bien estudiado y desenvuelto en su cerebro, que sólo se trataba entonces de lo que debía elegirse; y fácil es de comprender que, al llegar á la solución final de un problema dificultoso, viéndose arrastrado en diversas direcciones por los intereses contrarios de los diferentes personajes, vacilase acerca del desenlace que tenía que dar á la obra.

Cuando se publicó La Letra Escarlata recibió Hawthorne numerosas cartas de personas desconocidas que, ó habían delinquido, ó estaban en gran peligro de delinquir, y se hallaban padeciendo las consecuencias de su situación especial. Estas personas se dirigían al autor en solicitud de consejos, como si se tratara de un amigo experimentado, ó de un antiguo y venerable confesor.

El capítulo titulado "La Aduana," que sirve de introducción á la novela, destinado por Hawthorne á que formara una especie de contraste con el cuadro sombrío de la historia, gracias á la ligereza de las pinceladas y al buen humor que en él reinan, realizó perfectamente el fin apetecido; pero en la época en que se publicó, su inocente desenfado concitó contra el autor las iras de algunos de los ciudadanos de Salem, que creyeron verse retratados á lo vivo en los bosquejos de empleados de quienes ya nadie se acuerda. Se asegura que hubo quien, á pesar de ser persona inteligente, se abstuvo por completo en lo sucesivo de leer nada de lo que Hawthorne escribió. ¡Extraña venganza que parece ideada expresamente en perjuicio del que la perpetró, sin que el autor padeciera lo más mínimo, pues nunca llegó á sus oídos semejante resolución!

Hasta aquí lo traducido. Poco tenemos que agregar á lo que en las páginas que preceden se dice acerca del mérito de este notable libro. Como se habrá visto en ellas, la primera edición, que constó de 5,000 ejemplares, se agotó en el breve espacio de diez días. Desde 1850, fecha en que se publicó LA LETRA ESCARLATA, su reputación ha ido constantemente en aumento, y las ediciones de todas clases y de todos precios, se han sucedido unas á otras, no sólo en los Estados Unidos, sino en Inglaterra, gozando de una gran popularidad en todos los países en que se habla el inglés. El teatro se ha apoderado de la novela, y la ha convertido en drama: tenemos noticias de dos. Uno, que se remonta á muchos años atrás, es producción de un dramaturgo americano, no muy conocido, Gabriel Harrison; el otro, más reciente, es obra del autor dramático inglés J. Hatton, y se ha representado en estos últimos tiempos en los teatros de Nueva York. Pero los dramas están muy por debajo de la novela. Se habla también de hacer una ópera de esta vigorosa obra maestra de la literatura novelesca de los Estados Unidos.

LA LETRA ESCARLATA se ha traducido á casi todos los idiomas europeos. No conocemos versión alguna en castellano, á lo menos no ha llegado á nuestras manos. En la presente hemos procurado reproducir, hasta donde es posible, las peculiaridades del estilo de Hawthorne, nada sencillo por cierto, antes al contrario, elaboradísimo y abundante en toda clase de metáforas, imágenes y comparaciones. Si lo hemos conseguido, el lector lo dirá.

F. S.

Julio de 1894.

La letra escarlata

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