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1. «NADIE QUE NO SEA UN ZOPENCO»

Este libro es el cuarto de una serie sobre «Derecho, Estado y razón práctica». Este mismo hecho ha dado a su autor ciertos incentivos para completarlo lo más rápidamente posible, sin dejar un espacio excesivo entre este libro y los volúmenes que lo preceden. Hay algunos incentivos que tocan la propia reputación: uno puede parecer estúpido o irresoluto si, después de haber prometido un cuarteto de libros, solo alcanza a terminar una trilogía. También se puede dañar la recepción de los anteriores libros de la serie si se percibe como una serie incompleta. Hay también un débil incentivo de interés mercenario. Pocos autores de obras como esta se hacen ricos con sus actividades literarias, pero el cobro anual por derechos de autor siempre es bienvenido.

También hay incentivos que tienen en cuenta a otras personas. El proyecto estaba financiado por una beca de investigación de cinco años que liberó al autor de cualquier impedimento para leer, reflexionar y escribir. La buena fe hacia la Fundación Leverhulme, que otorgó la beca, y hacia la Universidad de Edimburgo, que la administró, exige que el proyecto completo sea llevado a cabo tal como fue planeado, incluso tras el fin de los cinco años. La relación con los colegas o antiguos colegas, quienes asumieron cargas adicionales para permitir que el proyecto tuviera éxito, se vería deteriorada si nunca fuese terminado. Finalmente, el editor ha ofrecido un contrato para cuatro libros y ha respaldado la serie con la publicidad adecuada, y todo esto sería malgastado en cierta medida si no se completara la serie. En efecto, existen contratos con quienes concedieron la beca, con la Universidad y con los editores que se quebrantarían si se abandonara el proyecto. Estos, sin embargo, son un tipo de contrato que no tiene sentido intentar imponer, así que el riesgo de un procedimiento judicial no entra en los cálculos. No obstante, existe una ética de cumplimiento de los contratos. Se deben cumplir los contratos que se hagan incluso aunque no exista una posibilidad seria de sufrir sanciones legales por su incumplimiento en determinadas circunstancias. Esta es, simplemente, una cuestión de honor. Las personas honestas cumplen sus promesas.

Otro aspecto de las relaciones con colegas concierne a la pertenencia a cierta comunidad laboral. Una Facultad de Derecho u otro departamento académico de una universidad, cuando funciona bien, funciona como una empresa común de todos o la mayoría de los profesores, investigadores y administradores que trabajan ahí. La imagen pública de una Facultad de Derecho (quizá incluso atestiguada por medio de ejercicios públicos formales de evaluación, como ocurre en el Reino Unido en la actualidad) depende, entre otras cosas, de su fuerza como comunidad de investigación. El trabajo de cada participante se nutre en cierta medida del de todos los demás y la reputación del conjunto es valiosa para el reconocimiento del trabajo de cada uno de sus miembros. El respeto hacia el bien común de esta comunidad es otro posible elemento en la motivación de un autor. Cualquier cosa que refuerce el bien común también es buena para uno mismo, pero no de una manera instrumental.

Esto nos acerca a lo que podría caracterizarse como pura motivación académica, aunque no sea idéntico a ella. Una razón, y quizá la más fundamental, para escribir y reflexionar sobre el tema de este libro es tratar de llegar a la verdad sobre el razonamiento práctico en la moral y el Derecho. Un autor debe creer que en sus escritos surgirá alguna nueva verdad, o algún aspecto de la verdad que nunca se ha comprendido adecuadamente, expuesta con una claridad única y apasionante. La verdad es importante por sí misma, y la verdad sobre el pensamiento práctico también es útil, ya que comprenderla puede ayudar a otras personas (así como al autor) a desenvolverse mejor en la práctica de vivir.

El interés por la verdad que ocupe un lugar en la deliberación del autor es más o menos toda la motivación razonable que puede tener cualquier lector ordinario (dejando a un lado casos especiales como revisores de libros y estudiantes que deben leer los libros establecidos en un curso) para prestar su atención a tal obra. Si no contiene alguna nueva idea, alguna verdad o verdades mejor comprendidas y mejor articuladas, ¿por qué la iba a leer nadie? Estos pensamientos motivan o deberían motivar a un autor no solo a seguir escribiendo, sino también a escribir bien, con ingenio y sabiduría, con los lectores finales de su obra en mente. De este modo, el bien de ellos es también el bien del autor —y aquí, de nuevo, asoma la cabeza la cuestión de la reputación como una cuestión secundaria—.

Hasta ahora esta historia se ha contado en términos de «incentivos». Es una historia sobre las razones que tiene un autor —este autor, de hecho— para escribir un libro y prepararlo para su publicación. Sin tales incentivos, ¿cómo podría hacerse jamás un trabajo de este tipo —o, para el caso, un trabajo de cualquier tipo—? Sin embargo, para el momento en que la obra está en manos del lector, los incentivos se han agotado. Si fueron suficientes, habrá un libro que leer, y, si no, no se plantea la cuestión. Los incentivos conciernen a algo que debe hacerse y pueden motivar suficientemente a hacerlo o no. Así que, después de que el trabajo esté hecho, ¿qué pasa con los incentivos para hacerlo?

La respuesta parece ser que sobreviven como razones de un tipo explicativo o de un tipo justificativo. Están disponibles para ayudar a responder preguntas como: «¿Cómo ocurrió que este autor escribiera este libro? ¿Qué razones tenía para hacerlo, y qué razones tenía para hacerlo justamente de esta manera?» En tanto que razones de este tipo, pueden ser sometidas al menos a dos formas de evaluación, la histórico-biográfica y la crítico-racional. La primera se refiere a su exactitud o su adecuación como explicación histórica de la actividad y el logro de un autor concreto. ¿Es verdad que MacCormick estaba motivado por cierto tipo de orgullo para cumplir con sus planes tal como había anunciado, o por un sentido del honor, o de fidelidad a los compromisos que adquirió con varias personas, junto con algunas expectativas de aumento de sus ganancias por los derechos de autor de la publicación? ¿Eso era todo o había tal vez otras motivaciones no reconocidas, o incluso, como podría suponer un freudiano, motivaciones inconscientes o subconscientes (qué represión sexual puede haber tras esas frases tan delicadamente construidas)?

La precisión explicativa, siempre que uno intenta realmente captarla, resulta ser un asunto de historia, de la biografía. Como tal, es inherentemente particularista. Se examina la vida de una determinada persona y se intenta averiguar qué la motivó, y qué es lo que explica las diferentes cosas que hizo a lo largo de su vida o en algún periodo de esta, para poder explicar los libros que ha escrito y otras cosas que ha logrado hacer. El gran libro de Nicola Lacey sobre H. L. A. Hart1 es un buen ejemplo. Su hábil lectura y uso de los diarios y otros papeles personales de Hart, junto con los registros públicos, proporcionan una vívida imagen del carácter de Hart. Esto, a su vez, hace posible entender o al menos hacer conjeturas informadas sobre las razones por las que Hart escribió ciertos libros que transformaron la comprensión del Derecho para al menos una generación de lectores interesados. Por supuesto, en todo caso real, como el de Hart, o el de Karl Llewellyn2 tal como lo ha representado William Twining, también se hace un ejercicio de interpretación y de conjetura. Siempre hay cierto grado de incertidumbre en este tipo de explicación, por muy detallado que sea el relato y por muy excelentes que sean los materiales de referencia disponibles. En cualquier caso, independientemente de cuál sea la verdad del asunto y de qué dificultades y conjeturas implique el intento de llegar a ella, esa verdad es sobre una persona en concreto y sobre la secuencia de sucesos concretos que constituyó su vida.

El examen crítico-racional de las razones que se presentan para dar cuenta de ciertas acciones o actividades de una persona concierne a su adecuación como razones justificativas. Es decir, concierne a su adecuación como una teoría de una acción racional, no su precisión histórica o biográfica como explicaciones. «Ningún hombre que no fuera un zopenco escribió nunca, excepto por dinero», dijo el Dr. Johnson. Para él, solo una de las razones que se han ofrecido en la anterior explicación es una buena razón para hacer este trabajo. Si va a ganar dinero preparando un escrito, entonces hágalo. Si no, no lo haga. En efecto, si el esfuerzo que se debe invertir es desproporcionado respecto de los beneficios que se obtendrán, se debe dirigir la atención a alguna otra cosa más provechosa.

Nótese que esta no es una afirmación sobre la auténtica motivación de ninguna persona. Ciertamente, como un asunto de historia personal, alguien puede haber escrito un libro únicamente por un sentido del honor, o de orgullo, o de compromiso con la verdad. Sin embargo, tal persona, según Johnson, es una zopenca. Esas no son buenas razones en absoluto para invertir la inmensa cantidad de tiempo y esfuerzo que se requiere para escribir un libro, o como mucho proporcionan algunas débiles razones adicionales para hacerlo. Por ejemplo, en un caso en el que las ganancias económicas sean conjeturales o parezca probable que solo sean suficientes para compensar por el esfuerzo invertido, esas razones pueden inclinar la balanza solo lo justo para que sea racional seguir adelante con el proyecto.

Debemos señalar aquí que la afirmación del Dr. Johnson no hace que esta visión sea correcta. Johnson defiende un análisis económico de la autoría, pero no está necesariamente en lo cierto. Se puede discutir. Podemos argumentar que el orgullo de la autoría, la fidelidad a los compromisos, al honor y a la preocupación desinteresada por la verdad son valiosos por sí mismos. Se pueden ofrecer buenos argumentos a favor —y en contra— de todo eso, y puede incluso que finalmente unos argumentadores razonables estén en desacuerdo sobre qué es aceptable como una buena razón para que alguien escriba (o haga cualquier otra cosa). Al menos, y quizá esto sea más probable, puede que estén de acuerdo sobre qué cuenta como una razón adecuada o aceptable, pero difieran sobre la relativa importancia o el peso de las razones cuando se trata de formarse un buen juicio sobre qué hacer en la vida.

A diferencia del análisis histórico de las razones de una persona para hacer algo, la evaluación crítico-racional no parece ser particularista. Puede que el orgullo que sienta cierta persona por algún trabajo sea de hecho bastante idiosincrático, de tal modo que solo ella puede verlo de esa manera. Sin embargo, todos podemos entender el orgullo de la creación, la autoría o el cumplimiento de una tarea difícil, y este tipo de orgullo es un concepto que compartimos. Es particular en cada una de sus manifestaciones concretas, pero solo en tanto que es universal podemos incluirlo en un catálogo de motivos racionales o razones adecuadas para actuar. Pensar en la adecuación de unas razones implica pensar en términos interpersonales, no idiosincráticos. No es: «¿cuál sería una buena razón para mí para hacer esto?» Es: «¿qué buenas razones podría tener cualquiera para hacer esto?» Por supuesto, puede que uno después se pregunte: «¿esa buena razón se aplica a mí en este caso?» Una discusión sobre buenas razones es una discusión sobre un asunto objetivo. Esto es así incluso aunque sea inevitable que todos los que entren en la discusión lo hagan desde sus propias perspectivas, con sus propias experiencias de vida, con sus propias particularidades y (puede ser) con sus rarezas.

Es también inevitable que, cuando uno deja de discutir y vuelve a vivir, aplique criterios de juicio que expresen su propia visión sobre la respuesta correcta a la pregunta objetiva. Si, después de discutir y reflexionar, concluyo que el Dr. Johnson está en lo cierto, dejaré de escribir salvo cuando me paguen lo suficiente por un escrito (o tenga una expectativa razonable de obtener un beneficio suficiente por ello). Entenderé a mis colegas que ignoran el motivo mercenario y escriben por orgullo o por un interés por la verdad, pero pensaré que están equivocados. La verdadera explicación biográfica de las decisiones que toman, aunque sea inteligible incluso para un johnsoniano, revelará que actúan de manera estúpida, es decir, hacen lo que hacen por motivos personales que son objetivamente inadecuados desde la perspectiva del análisis económico de la autoría.

Es importante señalar aquí que existe una obvia interdependencia mutua entre las explicaciones histórico-biográficas de la motivación y sus evaluaciones crítico-racionales. Para poder comprender lo que alguien hizo sobre el supuesto de que era un asunto de decisión, y una decisión en principio racional, se debe disponer de alguna declaración o conjetura sobre el carácter de la acción tal como le parecía al agente. El carácter de la acción incluye, para este propósito, la cosa misma que debe hacerse o que se hizo, así como los resultados y consecuencias remotas de esa acción en la medida que el agente era (o se presume que era) consciente de ellos en el momento. Solo algo que uno cree que puede considerarse —aunque sea equivocadamente— objetivamente como una buena razón para actuar puede incluirse en una explicación de lo que alguien hizo en cuanto que agente racional.

No obstante, debe señalarse enseguida que no todo lo que uno hace puede atribuirse a uno mismo como agente racional. Odiseo no volvió a casa directamente tras la victoria final de los griegos en Troya. ¿Por qué? No por una decisión que tomó sino por un viento en contra que desvió su barco de la ruta mientras navegaba hacia casa. Quienes navegan a vela están a merced del viento. Cuando se enfrentan a vientos en contra, deben tomar decisiones sobre cómo manejar la situación en la que se encuentran (la Odisea es un extenso relato sobre cómo la manejó Odiseo), y se puede dar una explicación racional de esto. Sin embargo, las cosas que nos ocurren, a diferencia de las cosas que hacemos, escapan de la explicación racional o son solo elementos del trasfondo. En la medida que los humanos sufren diferentes formas de compulsión psicológica, fobias y similares, son como marineros arrastrados por el viento, no como remeros que se esfuerzan con determinación.

Un relato de la vida de una persona es una amalgama de las cosas que le ocurrieron a esa persona y las cosas que hizo, teniendo en cuenta las circunstancias que la rodeaban y el contexto. Lo que una persona hizo solo es inteligible en la medida que un observador externo pueda entender como razones, aunque sea como razones inadecuadas, los motivos por los que se considera que esa persona actuó. Otro aspecto de la inteligibilidad concierne a las cosas que simplemente le ocurrieron a esa persona, lo que tal vez incluya rasgos básicos de su carácter derivados de su herencia y su crianza en una mezcla impenetrable. Otro aspecto más concierne al contexto social en el que la persona se encontraba, el entorno en el que se movía.

Por el contrario, la discusión crítico-racional depende de una comprensión de las personas reales tal como han actuado realmente en el pasado y continúan actuando ahora. Asumir una perspectiva objetiva depende de la capacidad de imaginarse uno mismo dentro de las vidas de otros. Las grandes obras de literatura —novelas, poesía, teatro, historia, biografías— así como las interacciones interpersonales hacen que sea posible que cada uno de nosotros adquiera cierta comprensión de cómo sería convertirse en otra persona. Sin empatía no hay comprensión de las (otras) personas como personas. Sin comprensión de las otras personas, no hay autocomprensión. Sin la literatura, la empatía se empobrece. Existe siempre una interacción continua entre el análisis subjetivo y particularista de las acciones y las motivaciones individuales y la evaluación universalista de las razones aceptables para la acción desde un examen crítico-racional de las mismas.

Un estudio de la razón práctica y del razonamiento práctico debe tener cuidado de no dar o aparentar dar una explicación excesivamente racionalista de la actividad humana. No todo lo que hace o parece hacer una persona es el resultado de un proceso de razonamiento. Mucho de lo que «hacemos» es más una cuestión de lo que nos ocurre, y no de respuestas muy meditadas a sucesos que se desarrollan a nuestro alrededor, que una cuestión de acciones conscientes hechas reflexivamente, por razones. Mucho de lo que hacemos es una cuestión de nuestros propios hábitos arraigados. Puede que las acciones y las actividades habituales hayan empezado por alguna decisión, algún razonamiento, pero que hayan dejado de depender (excepto negativamente) de cualquier decisión que tomemos (podríamos, y quizá un día lo hagamos, decidir abandonar nuestros hábitos, pero eso no es algo que tengamos en mente en el momento). Los hábitos y las rutinas son un elemento esencial que permite a las personas dirigir sus vidas con éxito, prestando atención solo a asuntos que realmente necesiten su atención3.

Para comprender a los seres humanos por completo se requiere prestar atención tanto a la voz activa como a la voz pasiva, tanto a lo que hacen como a lo que padecen. La razón práctica es como mucho una parte de lo que se incluye en nuestro carácter como seres humanos, aunque es decisiva para nuestra condición de agentes morales. Puede que incluso algunos nieguen que sea una parte real de nuestra humanidad. Las apelaciones a las motivaciones humanas conscientes en las explicaciones sobre lo que hacemos, según algunos, forman parte de la decoración de la mesa (mantel de encaje y fina porcelana) de la presentación personal, no de la maquinaria interior de la cocina, donde se prepara la acción. Las apelaciones a la razón práctica son cuestiones de mera «racionalización», un proceso por medio del cual se presentan como racionales cosas que no son racionales en absoluto.

Tres líneas de pensamiento que influyeron fuertemente en gran parte del trabajo en ciencias humanas durante el siglo XX contribuyeron en gran medida al escepticismo sobre la razón práctica. Sigmund Freud y sus seguidores nos enseñaron a fijarnos en las motivaciones subconscientes y en la probabilidad de que nuestras motivaciones aparentes enmascaren impulsos más profundos de un tipo esencialmente sexual que se originan en la más tierna infancia. Karl Marx y sus seguidores nos advirtieron de la «falsa conciencia» de las teorías sobre la moral y la justicia, que no eran más que disfraces o reflejos de apelaciones a los propios intereses de clase en el conflicto de clases que es intrínseco a los fundamentos de las economías capitalistas. El conductismo en psicología y sociología enseñó a los científicos a estudiar el comportamiento humano simplemente como comportamiento, sin referencias a la presentación personal de los agentes en términos de sus supuestas motivaciones racionales. Estas visiones científicas, o supuestamente científicas, sobre los seres humanos eran marcadamente diferentes, incluso mutuamente contradictorias en algunos puntos. Sin embargo, cada una de ellas aportó ideas sobre la condición humana que deben tomarse muy en serio, aunque en una forma modificada. Todas ellas disminuyeron la fe en la idea de que la acción pueda tener una motivación puramente racional.

Su conclusión era exagerada. Queda un lugar para el razonamiento sobre razones en los asuntos humanos. Hay algunas acciones y actividades que requieren algún tipo de explicación racional. Esto es cierto incluso aunque también puedan ser esclarecidas de otras maneras, como por ejemplo en términos de motivaciones inconscientes o como algún tipo de respuesta a fuerzas sociales estructurales fuera de nuestro control y (a menudo) de nuestra consciencia. El ejemplo (autorreferencial) de este capítulo es bueno a este respecto. Escribir un libro, o incluso escribir un ensayo o un artículo sustancial, no es un suceso discreto que pueda ocurrir simplemente de improviso por alguna especie de reflejo. No es una acción sino una actividad que se extiende durante muchos días y semanas, a veces incluso meses y años, sometida a muchas interrupciones —para comer, para dormir, para reunirse con amigos y colegas, para realizar actividades laborales de varios tipos, para dedicarse a actividades recreativas y muchas otras cosas—.

Sin embargo, es un proyecto continuado que se retoma tras cada interrupción para continuarlo donde se dejó, o para revisar el progreso hasta la fecha y reflexionar sobre qué se debería hacer a continuación. Es también un proceso de descubrimiento porque, a medida que la argumentación se desarrolla, se pueden ver nuevas líneas por las que puede desarrollarse, y a veces se descubre que algunas líneas planeadas originalmente tienen que ser abandonadas porque ya no parecen correctas o convincentes. A mitad de camino, uno puede darse cuenta de que algunos capítulos anteriores tienen que ser reconsiderados y replanteados significativamente para que lleven de manera razonable hacia los argumentos centrales, de acuerdo con la formulación que ahora parece mejor. Escribir es, por tanto, un proceso reflexivo y autocrítico, en el que lo que se hace siempre se está juzgando respecto a lo que se ha hecho hasta ahora y lo que parece más apropiado hacer a continuación.

Sin duda, la escritura tiene sus propias peculiaridades, pero tiene mucho en común con otros proyectos creativos a largo plazo. Se parece a plantar un jardín y cultivarlo hasta que madure o a adquirir un pequeño negocio —un puesto de periódicos, por ejemplo— y convertirlo en una empresa en buen funcionamiento. (Se debe mejorar la disposición de los mostradores, hacer que los productos a la venta sean atractivos, crear buenas relaciones con los clientes y, en general, buscar una posición de rentabilidad asegurada que justifique el dinero y el esfuerzo que se han invertido en ese negocio.) Un aspecto deliberativo y reflexivo similar puede encontrarse igualmente, o quizá incluso más, en los proyectos que son esencialmente colectivos y cooperativos. Piense en lo que implica construir una casa o un gran edificio público, como una galería de arte4 o un Parlamento5, donde muchas personas participan en una deliberación continua sobre cómo avanzar el trabajo y cómo lograr una coherencia global en la forma final de lo que se está creando. Otro ejemplo más es el de un equipo de abogados que preparan un caso para algún litigio importante y después lo defienden en el debate o el juicio, y, al final, si es necesario, en el recurso de apelación.

Incluso los proyectos más individualistas, como la escritura de una monografía con un solo autor, a menudo involucran muchas consultas con otras personas (de hecho, habitualmente es así en los proyectos que tienen éxito). Pueden realizarse presentaciones de algunas secciones para la lectura crítica por parte de los colegas o seminarios para la discusión de algunas ideas que se están desarrollando pero aún no están bien definidas por escrito. Una característica definitoria de las cosas que se hacen deliberadamente es que implican deliberación. La deliberación a menudo se lleva a cabo más eficazmente de manera interpersonal que en un soliloquio. Pensamos mejor cuando ponemos a prueba nuestros pensamientos con otras personas.

Otro caso pertinente se da cuando uno se pregunta si debería solicitar un nuevo trabajo; o cuando a uno le han ofrecido un nuevo trabajo, por ejemplo en un lugar alejado de donde vive ahora, y se pregunta si debería aceptarlo. Nadie puede estar seguro posteriormente de que la decisión que finalmente se tomó no se vio influida por factores irracionales o inconscientes, pero eso no ayuda en el momento de la deliberación. Pues, en ese momento, lo que se necesita es una reflexión sobre las razones que hacen que algo parezca lo correcto o lo mejor que se puede hacer dadas las circunstancias, frente a las razones que apuntan en el otro sentido, en contra de hacer eso en ese momento o en general. En la medida que uno tome consciencia de alguna motivación subconsciente que pueda estar influyendo la decisión hacia la que se inclina, lo sensato en ese momento es sacarla a la luz. Entonces puede abordarla para evaluar si merece alguna consideración seria a la luz de la razón y, si es así, cuánta y en qué sentido. En todas esas reflexiones sobre qué hacer, las consultas con los amigos y los colegas apropiados pueden ser una inmensa ayuda.

2. TIPOS DE RAZÓN

Se ha dicho ya suficiente para dejar claro que un interés en el razonamiento práctico es un interés en cómo las razones que son justificativas influyen en cómo se decide actuar. La reflexión sobre ellas también requiere una reflexión sobre las razones explicativas, y es poco probable que alguien que carezca de un interés en las biografías humanas o en las novelas, las obras de teatro o las películas tenga mucho que aportar a una comprensión del razonamiento práctico. Sin embargo, la reflexión crítico-racional sobre la manera como las razones pueden constituir incentivos válidos para la acción, o pueden alejar de ciertas acciones o conductas, es el tema del presente trabajo, y las razones explicativas solo ocupan el lugar necesario pero secundario que ya se ha indicado.

Se puede diferenciar entre tipos de razones de varias maneras. Una de las divisiones se refiere a su direccionalidad. Aquí identificamos diferencias entre las razones concernientes a uno mismo, las razones concernientes a otros y las razones concernientes a la comunidad. Otra se refiere a su contenido: algunas se refieren a lo que es bueno para nosotros simplemente en cuanto que animales que tratan de permanecer con vida y mantener un bienestar corporal, otras se refieren a valores más abstractos que nos importan especialmente en cuanto que seres humanos. Independientemente de si estas razones son concernientes a uno mismo, a otros o a la comunidad, tienen un contenido ideal más que material. En el ejemplo de la escritura de un libro que se consideró en los párrafos introductorios de este capítulo, las motivaciones concernientes a uno mismo incluían el orgullo de la autoría, la preocupación por la reputación y las posibles ganancias económicas de la publicación. Las motivaciones concernientes a otros se referían a los compromisos con otros (que eran tanto contratos legales como promesas personales), es decir, la fundación que otorgó la beca de investigación, la universidad que administraba la beca y el editor que había asumido la publicación del cuarteto de libros. También había obligaciones no contractuales hacia colegas que facilitaron el proyecto, y puede haber una ganancia altamente conjetural hacia las personas en general si por medio del libro se logra una mejor comprensión de la razón práctica y termina por afectar a las acciones de las personas de una manera positiva. La motivación concerniente a la comunidad se refiere al aporte que la obra haga al bien común de la comunidad, en este caso la comunidad de una Facultad de Derecho. Las publicaciones de investigación que ayuden a aumentar o consolidar la reputación o el estatus común del lugar merecen el esfuerzo. Todo esto está relacionado con un contenido ideal: la búsqueda de la verdad. Comprender estar cosas es bueno en sí mismo, incluso aunque no haya ningún otro resultado práctico aparte de esa mejor comprensión.

¿Es una omisión no haber incluido la posible motivación concerniente a uno mismo de la satisfacción que se logrará tras completar el proyecto? La respuesta es «No». La satisfacción no puede ser una motivación antes de que el proyecto haya comenzado. Pues solo es racional sentir satisfacción por completar un proyecto si se trata de un proyecto bueno o razonable, así que considerar la satisfacción final con uno mismo en el proceso deliberativo inicial sería irrelevante.

La contemplación de un trabajo en curso es un caso diferente. Cuando se ha empezado una tarea de larga duración, la expectativa de terminarla y de sentir la satisfacción de verla completada es efectivamente una buena razón para seguir adelante y concluir el trabajo. La contraparte negativa de esto es la insatisfacción por el tiempo y el esfuerzo desperdiciados que uno sentiría si abandonase la tarea a la mitad (o en algún otro punto). De hecho, desde cierto punto de vista, el hecho de que un determinado libro que uno piensa en escribir sea el cuarto de un cuarteto es equívoco. ¿Debe escribirlo o no? Desde el punto de vista del momento presente, tomado aisladamente, la cuestión es si se debe empezar o no una nueva actividad o un nuevo proyecto. Para eso, la expectativa de una satisfacción todavía no es pertinente. Desde una perspectiva más amplia la imagen es diferente, pues este libro representa la cuarta parte final de un proyecto mayor, y satisfacer el deseo de completar todo el cuarteto es una buena razón para seguir adelante, aunque pueda no ser apremiante o incluso ni siquiera muy fuerte. Si, pensándolo bien, los tres libros predecesores han dicho todo lo que realmente merece decirse, es mejor anunciar que la serie está completa como una trilogía y que el plan original de cuatro libros se ha reducido por buenas razones, y no ha sido abandonado por pereza.

Esta cuestión resalta un aspecto diferente del razonamiento práctico: su carácter temporal. Hemos diferenciado entre razones concernientes a uno mismo, razones concernientes a otros y razones concernientes a la comunidad, y también hemos diferenciado entre el contenido animal o material de las razones y el contenido ideal. Ahora debemos fijarnos en otras diferencias referentes a las fases del razonamiento. El razonamiento deliberativo precede a la decisión. Las circunstancias frecuentemente nos exponen a dilemas prácticos: si debemos hacer esto o aquello, si debemos hacer esto o no hacerlo y, en su lugar, considerar si hay alguna otra cosa que merece más la pena hacer. Hay incluso ocasiones en las que parece que se ha completado todo en un programa de actividades y surge la pregunta: ¿qué hacer ahora? Los titulados que han llegado al final de una difícil licenciatura estarán familiarizados con este tipo de problema práctico (que no es realmente un dilema, y «polilema» es una palabra que no existe y que debe permanecer así). En este punto, se intenta identificar algunas posibles líneas de actuación y determinar qué razones pueden encontrarse que hagan que una u otra merezca la pena. Las razones deliberativas pueden ser de alguno de los diferentes tipos ya señalados. Si más de una línea de actuación es prácticamente posible, entonces la cuestión es si las razones a favor de seguir una de ellas son suficientemente buenas y, si hay que elegir entre dos posibilidades, la cuestión es cuál de ellas tiene mejores razones de su lado. Además de razones a favor, puede haber razones en contra de hacer algo, y a veces revisamos los pros y los contras de una manera bastante cotidiana. En ocasiones, sin embargo, puede haber razones negativas que excluyen hacer esto o aquello, sin importar las buenas razones que podrían favorecer hacerlo. Tales razones «excluyentes»6 tienen una importancia especial en el Derecho y la moral.

El carácter excluyente de una razón concierne a su fuerza como razón —algunas razones tienen una fuerza excluyente, otras no—. Esto añade una tercera dimensión a la discusión anterior sobre tipos de razones: además de direccionalidad y contenido, las razones tienen fuerza.

La deliberación no puede prolongarse por siempre. Después de reflexionar sobre un asunto lo mejor que podamos, debemos tomar una decisión. A veces puede que incluso recurramos a tirar una moneda cuando el asunto se presenta rodeado de incertidumbre o cuando las razones a cada lado parecen igualmente fuertes y ninguna es una razón excluyente. La decisión es un acto de la voluntad que a menudo se manifiesta en alguna acción abierta, como reservar un billete de avión o llamar por teléfono para confirmar una reserva en un hotel o aceptar una invitación social o profesional. Las decisiones, por supuesto, pueden revocarse o abandonarse con el tiempo, pero la revocación exige una nueva decisión guiada por una nueva deliberación. El equivalente colectivo o corporativo al acto individual de manifestar una decisión por medio de una acción es la aprobación de una resolución en una reunión de la autoridad corporativa o colectiva convocada de manera competente. Las reglas procedimentales normalmente estipulan que tales decisiones solo pueden ser reconsideradas o revocadas recurriendo a procedimientos especiales.

Tras la decisión viene la implementación. ¿Cómo realizarla? ¿Cómo dividir las partes de un proyecto largo? ¿Cuándo hacer una pausa, cuándo retomarlo? Todas estas preguntas requieren una especie de deliberación «ejecutiva» y decisiones (minidecisiones) sobre la manera más oportuna y mejor de continuar. ¿Cuándo abandonar totalmente el proyecto? Aquí, como ya se señaló, la cuestión de la satisfacción de completarlo es un factor a favor de continuar, respaldado por los remordimientos por el tiempo malgastado si efectivamente no hay expectativas útiles de continuar hasta el final.

Esto dirige nuestra atención hacia el hecho evidente de que la vida puede ser compleja. Incluso un autor decidido probablemente tendrá más de un proyecto en curso. Además de escribir un libro, uno puede tener una vida familiar que debe cuidar, un trabajo docente o administrativo que exige esfuerzo y atención o quizá algún trabajo relativamente menor para mantener unos ingresos mientras reserva todo el tiempo libre para el esfuerzo literario en cuestión. Y, en medio, puede que haya congresos a los que asistir o clases que preparar como profesor invitado o vacaciones que disfrutar. Incluso los grandes proyectos se entrelazan con otros proyectos o actividades, algunos bastante mundanos, con los que uno también está comprometido. Así que unos proyectos deben hacer concesiones a otros, y en la deliberación se requiere asignar tiempo y esfuerzo a cada uno, para lo que puede ser útil, por ejemplo, escribir un diario de compromisos y citas. La vida de una persona autónoma es compleja y exige una reflexión y una deliberación regulares sobre cómo está llevando todos sus proyectos y actividades, y puede que esto requiera una toma ejecutiva de decisiones sobre proyectos en curso y una deliberación sobre otros nuevos posibles. En la terminología popularizada por John Rawls, se debe tener un «plan de vida»7 global en el que las propias actividades y actuales proyectos estén integrados de algún modo.

3. ¿ES ESTA UNA IMAGEN DEMASIADO EGOCÉNTRICA?

El deliberador racional caracterizado hasta ahora debe de parecer una persona terriblemente ensimismada en sí misma. Una persona está metida en su propio plan de vida con todos los proyectos y las actividades que lo componen, otra persona en el suyo propio, y así para cada individuo, dejando a un lado, por supuesto, los proyectos corporativos o colectivos —pero eso a su vez puede ejemplificar simplemente un ensimismamiento corporativo—. Sin embargo, eso no es todo. En cuanto que deliberadores racionales, cada uno es también un agente moral, y eso implica una actitud no ensimismada.

El razonamiento práctico en la moral ciertamente concierne a mis planes para mí mismo, pero plantea aún más notoriamente la cuestión de las obligaciones hacia otras personas. ¿Qué pasa con mis hijos, mi cónyuge, mis amigos, mis colegas, mi jefe, mis conciudadanos y, de hecho, todos mis semejantes con sus sufrimientos? ¿Cómo figuran en mis planes? Y lo más importante: ¿cómo deberían figurar? ¿No es esa la esencia misma de todo problema moral? ¿Qué debemos a los otros? ¿Cómo respondemos a ellos? ¿No es la respuesta irreflexiva de amabilidad y buena voluntad a un extraño en problemas el ejemplo más obvio de acción moralmente buena, a diferencia de todos los cálculos y toda la deliberación que tipificamos como razonamiento práctico?

Estas cuestiones tienen mucho peso pero no son ajenas a nuestra discusión, en la que se ha insistido en el lugar que ocupan las razones concernientes a otros y concernientes a la comunidad entre los componentes de la deliberación y también (puede suponerse) de la ejecución de decisiones. Es obviamente cierto que solo uno mismo puede pensar en lo que va a hacer, ciertamente desde la perspectiva de la agencia y la acción. Yo puedo preguntarme qué hará usted, puedo reflexionar sobre qué sería inteligente o correcto que hiciera y puedo darle mi opinión sobre ello si quiere, pero solo usted puede decidir qué le merece la pena hacer en este momento, qué es lo que debería hacer por encima de todo lo demás. El razonamiento práctico, en este sentido, siempre está dirigido a uno mismo y sirve para gestionarse a uno mismo, ya sea un razonamiento individualista o corporativo.

Que esté dirigido a uno mismo no significa, sin embargo, que sea concerniente a uno mismo. Una autora que decide que debe embarcarse en la escritura de cierto libro y completarlo dentro de cierto plazo puede considerar que sus obligaciones hacia su editor o hacia el organismo que le ha otorgado una beca son una razón buena y suficiente para ponerse a trabajar. Podría verla como una razón concluyente, independientemente de cualquier otra razón concerniente a uno mismo, económica o de otro tipo, que también pueda pensar que influye en este caso. Esto sería evidente si se imaginara que la situación es un poco más compleja. Se le ha ofrecido una plaza como profesora visitante que es muy prestigiosa y puede ser bastante agradable, pero debe asumirla dentro de los próximos doce meses. Esos son precisamente los doce meses en los que debe escribir el libro para cumplir con el plazo acordado. En lo que respecta a las razones concernientes a uno mismo, ella podría pensar que lo correcto desde su punto de vista «egoísta» es posponer o abandonar el libro para asumir la plaza de profesora visitante. Sin embargo, sus obligaciones hacia terceras partes superan a estas consideraciones, así que rechaza la invitación con pesar y se pone a escribir.

El término «moral», en uno de sus sentidos más restringidos, se usa para llamar la atención sobre los elementos concernientes a otros del razonamiento práctico. Las exigencias de la moral son exigencias en favor de otras personas diferentes de la que está deliberando. Las motivaciones o las razones morales son las que compiten con las concernientes a uno mismo. Cada uno de nosotros se encuentra constantemente en riesgo de favorecerse demasiado a sí mismo. Las razones concernientes a uno mismo para hacer algo pueden aparecer vívidamente iluminadas o pueden verse ensombrecidas por las exigencias que hemos caracterizado como «razones concernientes a otros». La virtud moral requiere en sus fundamentos una determinación firme e incluso férrea de no sobrevalorar lo que concierne a uno mismo en detrimento de las consideraciones que conciernen a otros. La imparcialidad entre uno mismo y los otros es difícil de cultivar pero es fundamental para la moral.

Esto es cierto e importante. Sin embargo, ese es solo uno de los sentidos del término «moral». Además, prestarle demasiada atención puede empujarlo a uno hacia el error opuesto. Es cierto que todos tenemos una tendencia hacia el egoísmo, en el sentido de una propensión a sobrevalorar las motivaciones concernientes a uno mismo en detrimento de las concernientes a otros, y debemos estar en guardia ante esto. No obstante, también es posible la corrección excesiva. Convertirse en un felpudo o en un mártir en favor de las necesidades relativamente triviales de otros es un error de juicio —de juicio moral, de hecho— tanto como lo opuesto. También puede tener efectos moralmente indeseables, como en el caso de unos padres que, temerosos de descuidar a sus hijos, terminan por mimarlos totalmente y por fomentar en la práctica que se conviertan en mocosos egoístas. Aquí, como en muchos otros asuntos, existe un término medio deseable, y una desviación de ese punto en cualquier dirección conduce al error moral, aunque la tendencia al error normalmente esté algo sesgada en la dirección de uno mismo.

A veces se traza una distinción entre razones «prudenciales» y «morales» para la acción, sobre la base de que las prudenciales son concernientes a uno mismo, mientras que las morales son concernientes a otros. Este es un uso muy desaconsejable. «Phronesis» en griego se traduce como «prudentia» en latín y «prudencia» en español. Significa sabiduría práctica, que se manifiesta en una capacidad madura para deliberar de una manera correcta y equilibrada, teniendo en cuenta todo lo que debe considerarse y dejando a un lado consideraciones irrelevantes. La «prudencia» en este sentido no se refiere solo a lo que concierne a uno mismo. Consiste en dar su justo valor a las consideraciones concernientes a uno mismo, las concernientes a otros y las concernientes a la comunidad en cualquier contexto de deliberación importante. Quienes pueden ayudar a guiar (no controlar) las deliberaciones de una persona afligida por dificultades son sabios consejeros de quienes están turbados por difíciles problemas prácticos.

Aquí no trataremos «moral» y «prudencia» como virtudes mutuamente excluyentes. La prudencia conduce a decisiones moralmente correctas, y las decisiones son moralmente correctas en la medida que den el valor justo o apropiado a las consideraciones concernientes a otros siempre que estas compitan con las concernientes a uno mismo. La pregunta, por tanto, concierne al «valor justo o apropiado»: ¿cómo debemos evaluar las razones para lograr una sabiduría práctica en la toma de decisiones? Hay una respuesta aparentemente circular que ha sido popular durante siglos: la sabiduría se aprende observando y tratando de imitar a quienes ya son sabios. Uno se convierte en alguien que toma buenas decisiones aprendiendo de alguien que ya es sabio. De la misma manera, se aprende a tallar la madera siendo aprendiz de un buen artesano, se aprende a navegar bien aprendiendo de un buen capitán de barco, se aprende a escribir bien imitando a buenos escritores establecidos y prestando atención a las críticas de buenos críticos, y así sucesivamente. Esto, sin embargo, es complicado. Las personas sabias toman las decisiones correctas. Yo aprendo a tomar decisiones correctas siguiendo las palabras y el ejemplo de los sabios. ¿Pero cómo saben hacerlo ellos? Por otra parte, ¿cómo pueden los menos sabios estar seguros de que, a juzgar por la corrección de sus decisiones, el individuo que consideran como un ejemplo tan bueno es realmente sabio, es realmente alguien que toma decisiones de manera correcta? La corrección de sus decisiones demuestra su sabiduría, pero las decisiones son correctas porque es sabio. ¿No están razonando en círculo aquí?

Tal vez la solución no sea muy diferente de la que aplicamos en el caso de habilidades prácticas menores que se aprenden por el ejemplo. El maestro artesano puede mostrarle qué hacer, mostrarle qué va mal en tus intentos, hacer críticas útiles a sus esfuerzos, explicar qué efectos se busca conseguir al ejercitar una habilidad y así sucesivamente. Las personas prácticamente sabias no hacen declaraciones délficas sobre qué es correcto, explican por qué lo es. Muestran las razones que parecen más pertinentes y por qué una de ellas se valora más en un contexto que en otro, entre otras cosas. La persona sabia llama la atención sobre aspectos de la situación de los que puede que uno no se haya percatado o de cuya pertinencia puede que no se haya dado cuenta. La sabiduría viene con la experiencia y los sabios han experimentado más cosas que los aprendices, y han aprendido de su experiencia, una experiencia tanto de errores como de aciertos. No son oráculos infalibles sino guías muy valiosos.

Aunque esto sea cierto, no nos ha acercado mucho a la solución del problema con el que empezamos. ¿Cómo evaluar el diferente valor de diferentes razones? ¿Qué tipo de cosas son las razones? La primera respuesta a esto es: «las razones no son en absoluto cosas». Los aspectos de una situación y los aspectos de las relaciones entre personas son pertinentes para las preocupaciones humanas. El hecho de que una línea de conducta sea posible y que considero que esta línea de conducta es deseable en sí misma o por sus probables resultados es una razón para mí para seguirla. El hecho de que le he prometido a usted no seguir tal línea de conducta si termina por perjudicarlo hace que sea necesario que yo compruebe si es probable que lo perjudique en este caso. Si lo es, entonces hay una razón para que me abstenga de esa línea de conducta. Si no lo es, entonces soy libre de embarcarme en ella y debería hacerlo, a menos que aparezca o me dé cuenta de que hay alguna otra opción más valiosa. Las razones para hacer cosas son hechos, no entidades. Los hechos son lo que afirman los enunciados verdaderos. El mundo tal como lo aprehenden conscientemente los humanos es un mundo de hechos.

Esto se vuelve cada vez más desconcertante. Algunos dicen que hay una brecha insalvable entre los hechos y los valores, pero parece que los hechos (y solo los hechos) pueden darnos razones para actuar, es decir, pueden hacer que merezca la pena hacer algo. Lo que merece la pena tiene valor. Así que los hechos poseen valores después de todo. Sí, pero son valores en un sentido relativo: valores para los humanos. Este relativismo no es incompatible con la objetividad. Los hechos que tienen un valor lo tienen para cualquier ser humano que esté situado de la manera pertinente. (En el razonamiento justificativo, recordemos, las razones son universales, a diferencia de las razones explicativas o biográficas.)

Lo que hasta ahora hemos llamado «razones concernientes a otros» son hechos de un tipo especial, es decir, hechos sobre las relaciones entre personas. Calpurnia y César son cónyuges; Bruto es amigo de César. Bruto ama la República Romana y considera que César es un peligro para su supervivencia. Casio está celoso de César por sus éxitos militares. César dirige tropas que pueden intervenir si solo se utilizan medios políticos para frenar sus maquinaciones. César puede ser asesinado cuando aparezca en el foro. Así que los conspiradores pueden llegar colectivamente a la conclusión de que lo mejor es asesinar a César cuando vaya al foro. Al reflexionar sobre este riesgo, Calpurnia puede implorar a César que evite hoy el foro y así César puede encontrarse en un dilema: por consideración hacia Calpurnia, no debe ir, a menos que los miedos de ella sean infundados. Él considera que es esencial para su papel de estadista asistir a la reunión del Senado en el foro. Los conspiradores consiguen su oportunidad y la aprovechan. Podemos concluir que nadie en esta situación razonó bien. César debería haber prestado más atención a su mujer. Bruto no debería haber asesinado a su amigo y, de hecho, debería haberlo avisado, buscando una manera de hacerlo que no traicionase a los otros conspiradores. Nadie debería haber tomado parte en un asesinato sangriento, incluso aunque César estuviera amenazando con establecer una nueva monarquía con toda probabilidad de convertirse en una tiranía. Todo esto es discutible, pero lo que no es discutible es que tales relaciones entre personas y tales hechos sobre las personas en sus relaciones con otras personas son fundamentales para juzgar qué hacer —si somos uno de los actores—. Adicionalmente, son fundamentales para nuestra evaluación crítica de lo que se hace, si somos meros espectadores. Así que, ¿qué es lo que hace que las relaciones cuenten como razones de esta manera?

4. LA VOLUNTAD LEGISLATIVA

Como seres humanos, actuamos y reflexionamos sobre nuestras acciones. Reaccionamos a sucesos y a veces esa reacción es reflexiva, precedida por una deliberación sobre qué hacer. Este ha sido el tema del presente capítulo hasta ahora. ¿Qué es entonces lo que llegamos a ver cuando reflexionamos sobre las relaciones entre nosotros mismos y otros o entre las personas en general? La mejor respuesta es que vemos la necesidad de algún tipo de respuesta a la situación que tenga las características de una ley. César es un ser humano que se encuentra expuesto al filo de mi daga si lo ataco cuando entre al Senado, ¿pero debería hacerlo? Se debe combatir a todos los tiranos; no se debe matar a ningún ser humano salvo en caso de que sea necesaria la defensa propia. En esta situación, a menos que la amenaza de un régimen tiránico sea muy grave e inmediata, y que no sea posible evitarla por otros medios, la excepción de la defensa propia no se aplica y la norma en contra del asesinato debe prevalecer. Esto es, debe prevalecer de acuerdo con lo que yo propongo como un elemento aceptable de un código de conducta universal. Esta propuesta es discutible y bien puede darse una discusión sobre el problema del tiranicidio8 y sobre la cuestión de qué es necesario hacer para proteger a personas que estén en peligro aparte de Bruto (o quien sea). También se pueden discutir cuestiones de hecho: ¿qué certeza hay de que César esté intentando asumir poderes tiránicos y destruir la República?

Es fácil ver que puede ser cuestionable dónde exactamente se debe trazar la línea de las excepciones justificadas para la norma «no matarás» de maneras que puedan ser pertinentes para este caso. Sin embargo, no se podría imaginar la posibilidad de una comunidad humana en la que no se reconociera que el acto deliberado por parte de una persona de matar a otra es, en todas las circunstancias ordinarias, sumamente inaceptable. Las excepciones, si las hubiera, tienen que ser definidas con mucho cuidado. Si algo merece ser considerado como una «ley universal de la naturaleza», según la famosa expresión de Kant9, sin duda es esto. Una «sociedad» cuyos miembros no reconocieran ninguna restricción normativa para la violencia interpersonal no sería concebible como sociedad, pues la sociedad implica un nivel mínimo de civismo mutuo y de interacciones basadas en la confianza, por muy cautelosa que sea tal confianza. Una guerra hobbesiana de todos contra todos es la antítesis de la sociedad.

Kant y muchos de sus seguidores, incluyendo recientemente a Christine Korsgaard10, representan la manera como sometemos nuestra naturaleza activa a los dictados de nuestra naturaleza reflexiva con la analogía de un órgano legislativo. Matar está mal porque hay una ley que lo prohíbe, una ley que ha sido promulgada por la voluntad de un agente moral guiado por la razón práctica, y es una ley porque se aplica objetiva y universalmente a todas las personas. Todos somos legisladores morales y las leyes de nuestra naturaleza racional dependen de nuestra común voluntad legislativa universal. Esto, sin embargo, hace que la moral parezca un asunto de algún modo arbitrario. Según se argumentará a lo largo del presente trabajo, es preferible otra analogía que se fije en la función judicial en lugar de la legislativa. Nadie reflexiona sobre lo correcto y lo incorrecto durante una deliberación racional salvo en el contexto de un código práctico aprendido y heredado. A las personas se las educa para que conozcan y comprendan reglas morales simples, como no decir mentiras, no incumplir las promesas, no ser violento, no abusar de otros y no robar.

En el proceso gradual de alcanzar la madurez moral, uno habitualmente asume esas normas que ya están operativas, aunque en ocasiones puede que desee cuestionarlas y revisarlas. Uno acepta de manera autónoma lo que originalmente se le inculcó de manera heterónoma. Sin embargo, esto no es como una nueva promulgación solemne de todo un código civil y penal. Es más como la posición de un juez que se enfrenta a problemas que surgen en el contexto de un sistema jurídico que ya está en funcionamiento, pero en un contexto en el que siempre pueden ser necesarias nuevas interpretaciones para lograr la justicia adecuada según la ley. Se adopta la ley de acuerdo con una nueva comprensión mejorada de la misma.

Esta es solo una analogía débil (aunque más adelante tendremos ocasión de volver a ella con mayor profundidad). Los jueces en un sistema jurídico estatal poseen una estricta jerarquía de fuentes de Derecho. Pueden estar vinculados por precedentes de tribunales superiores, así como también están vinculados por leyes parlamentarias que contienen muchas y a menudo laberínticas disposiciones sobre asuntos importantes de Derecho civil, penal o público11. En cambio, no existen jerarquías de autoridad moral (al menos fuera de ciertas tradiciones religiosas). No existen precedentes cuidadosamente registrados, ni códigos de leyes detalladas, ni compendios legislativos actualizados año tras año que contengan las leyes promulgadas sobre una multiplicidad de temas. No existe un libro de códigos morales12, aunque haya resúmenes reconocidos popularmente, como los Diez Mandamientos, así como numerosos tomos de filosofía moral y obras sobre Derecho natural donde se enuncian proposiciones ampliamente aceptadas como reglas morales, como lugares comunes o como principios morales más en general. En cuanto jueces de lo que debemos hacer nosotros mismos y de la conducta de otros, tenemos que extrapolar a partir de las simples orientaciones que hemos heredado o con las que nos hemos criado y determinar gradualmente lo que parece aceptable si se universaliza. La máxima de una acción que debe aceptarse universalmente es más como la ratio decidendi de una resolución del sistema de common law que como un artículo de un código civil o penal o una ley de la Commonwealth o de Estados Unidos13. Quien toma una decisión asume todo un trasfondo de juicios previos y lugares comunes morales que constituyen el marco para la actual decisión, un marco con el que la decisión debe ser coherente. Un juicio es, sin embargo, no solo un acto de la razón sino también de la voluntad: se trata de la cuestión de qué debe considerarse aceptable como máxima universalizable —no de qué está aceptado ya—. En ese sentido la voluntad racional en efecto interviene en el proceso de establecer la pertinencia moral de las relaciones.

Este argumento llama la atención sobre dos tipos diferentes de juicios. A veces uno juzga de manera meramente contemplativa, tratando de llegar a una conclusión sobre qué es o no es el caso. Puede que quiera formarme una conclusión sobre la cuestión de qué está causando que aparezca una mancha marrón en mi pared. ¿Está húmeda? Y, si lo está, ¿de dónde viene la humedad? O puede que contemple el curso que ha tomado la guerra de Irak desde 2003 y las circunstancias de los años 2001-2003 que llevaron al ataque por parte de EEUU y la «coalición de la voluntad». Puede que desee evaluar estos sucesos de acuerdo con los estándares del Derecho internacional. ¿Fue esta acción militar una guerra legal o un acto ilegal? Esta es una pregunta sobre una cuestión práctica, pero para mí, como un mero asunto de contemplación, la cuestión no es práctica. Por supuesto, si estoy a punto de votar en una elección pertinente, o si estoy considerando si debo participar en alguna protesta, el juicio sobre la legalidad de la guerra será importante en el contexto de mi deliberación práctica, para saber cómo votar o si unirme a la protesta.

Si hubiera sido un miembro del gobierno o del Parlamento del Reino Unido en febrero de 2003, al considerar la cuestión de la legalidad de la guerra, habrían sido pertinentes los mismos factores para resolverla que en el caso contemplativo. Pero la deliberación habría sido un asunto de razonamiento práctico, no de pura contemplación o especulación. Habría sido fundamental para mi deliberación la cuestión de si debía permanecer en el gobierno y apoyar su política militar, o la cuestión de si debía votar «sí» o «no» en la votación sobre si se debía aprobar la acción militar. (En realidad, en aquel tiempo yo era un Miembro del Parlamento Europeo, donde alcé mi voz y mi voto en favor de las resoluciones que deploraban la decisión de embarcarse en una guerra en las circunstancias de aquel momento.)

Esta distinción se sigue de las proposiciones ya establecidas, de que son los hechos los que pueden ser constitutivos de las razones. La cuestión de si cierto hecho se da o no se da no puede determinarse por medio del razonamiento práctico. La cuestión de si el hecho, en caso de que se dé, es una buena razón para que una persona actúe tras la debida deliberación depende de cómo esté situada esa persona. Los hechos pueden ser razones relacionadas con una acción, pero solo para una persona que contemple unas acciones para las que sea pertinente este hecho y otros. La cuestión de si son pertinentes o no depende de si aparecen en una máxima reguladora o una norma de acción, y en este asunto siempre es decisiva la prueba de la universalización.

También hay un lugar para los ensayos más exhaustivos de la filosofía moral crítica. Un famoso ejemplo es Derecho, libertad y moralidad de H. L. A. Hart14 y otro es Sobre la libertad de su gran modelo y precursor John Stuart Mill15. Tales obras están dirigidas a la razón legislativa y proponen principios de práctica legislativa sobre fundamentos morales. Tienen un gran valor práctico, pero no son modelos de razonamiento moral ordinario.

5. RECIPROCIDAD Y EL DOMINIO PROTEGIDO

Las razones concernientes a otros en la deliberación son (o incluyen) razones morales del tipo generado por la voluntad racional de la manera indicada. Son esencialmente interpersonales y relacionales, de modo que poseen cierta reciprocidad intrínseca. El hecho de que sea incorrecto que yo lo ataque y ponga en peligro su vida implica que es igualmente incorrecto que usted me ataque, y así sucesivamente. Sea cual sea la mejor versión de «no matarás», es universal, así que si obliga a uno obliga a todos. Lo mismo vale para la prohibición de robar, de dar falso testimonio, de mentir y de romper las promesas, por tomar algunos ejemplos trillados y poco controvertidos. Mi deber de no atacarlo se corresponde con su deber de no atacarme, y así sucesivamente. Por lo tanto, a la inversa, cada uno de nosotros tiene un derecho frente a todos los demás de no ser atacado. Del mismo modo, tenemos el derecho de no ser robados, de no sufrir perjurio, de no ser engañados y de no ser decepcionados por el incumplimiento de una promesa.

Así que estos y otros deberes morales básicos tienen un aspecto dual. Por un lado, por supuesto, equivalen a restricciones autoimpuestas que limitan lo que podemos permitirnos hacer correctamente. Por otro lado, sin embargo, demarcan un dominio de libertad moral, en el que somos libres de actuar como nos parezca mejor una vez que estamos seguros de que eso no implicará el incumplimiento de un deber, o, dicho de otra forma, la violación de un derecho de alguna otra persona.

Cuando consideramos el razonamiento práctico en su modalidad concerniente a uno mismo, dirigido a escoger y emprender proyectos y actividades dentro de algún plan de vida más general, la importancia de esto queda clara. Al decidir de manera deliberativa o ejecutiva sobre qué hacer o cómo empezar un proyecto adoptado (por ejemplo, escribir un libro), estamos en primer lugar y principalmente deliberando sobre el bien. Nos estamos preguntando: «¿Cuál es un buen uso de mi tiempo, cuál de los diferentes buenos usos es actualmente el mejor?» De nuevo, esto no solo implica un sentido adquirido de lo que vale la pena hacer, sino también el desarrollo de ese sentido por medio del razonamiento autónomo. El juicio sobre qué es lo que merece su interés, preocupación, atención y acción es un juicio del ámbito del «debería», aunque no del ámbito del «deber» como tal. Es universal en un sentido más débil que el juicio de un deber. Lo que merece la pena para mí debe merecer la pena para cualquiera —pero no para todos—. Las personas tienen diferentes talentos y predilecciones, y alcanzan la madurez en la toma de decisiones tras diferentes cursos de aprendizaje, escolarización, formación o lo que sea. Cada una debe ser capaz de ver qué es lo que hace que los fines de otra sean valiosos, o de lo contrario su valor es puesto seriamente en duda. Sin embargo, no todos adoptan proyectos idénticos, ni tampoco deberían o podrían hacerlo. Este es otro rasgo esencial de la libertad moral. Personas diferentes poseen diferentes bienes y diferentes percepciones del bien. Una persona puede considerar que el proyecto de otra es una total pérdida de tiempo, pero eso no justificaría que interfiriera (aunque puede ofrecer críticas y consejos amistosos). Las personas que se mantienen dentro de sus derechos son moralmente libres para perseguir sus propios fines, y de hecho a cometer sus propios errores de vez en cuando.

Estas reflexiones muestran el buen sentido de la idea de que los deberes hacia otros pueden ser limitaciones16 en la deliberación propia. Son señales de prohibición como la de «Prohibido pisar el césped». Quien esté dispuesto a cumplir la orden de no pisar el césped no recibe instrucciones sobre adónde ir o en qué dirección caminar; que camine por donde quiera, mientras no pisotee este bello jardín. Otra terminología en la que se puede expresar esto es la de las «razones excluyentes»17: el hecho de que uno tiene el deber de no pisar el césped es una razón para excluir de la deliberación todas las líneas de actuación que impliquen caminar sobre él.

Ciertamente, eso no es todo. Muchos deberes entran en la deliberación como una parte de lo que delinea el bien que se puede decidir perseguir. Una hija atenta puede planear unas vacaciones que incluyan a su padre anciano y permitirle que visite algún lugar que él siempre ha querido ver, como Venecia o el Gran Cañón. Tales acciones no se realizan por puro deber y en contra de nuestras inclinaciones; se realizan por placer y como un acto de amor, y pueden ser experiencias profundamente gratificantes. Esto, no obstante, no excluye el hecho de que una parte de la motivación para elegir tal viaje de vacaciones es un sentido de obligación o deber filial. Esto también es significativo porque justifica lo que uno no hace. Tal vez haya otra persona anciana entre sus conocidos a quien le haría aún más ilusión este viaje que a su padre, pero existe una obligación previa hacia el padre, así que la cuestión simplemente no cruza el umbral de la deliberación. En el ejemplo mundano de la escritura de un libro, hemos visto que las consideraciones sobre lo que uno debe a quien le concedió la beca, a su universidad, a sus colegas y a su editor pueden formar parte de la amalgama de motivaciones —o razones— que uno adopta para justificar el proyecto.

6. COSTUMBRES, CONVENCIONES Y MORAL

Si es cierto que los seres humanos, en cuanto criaturas racionales y activas, tienen que ser considerados en algún sentido los creadores autónomos de sus propias normas morales y sus propios valores, ha sido cierto por mucho tiempo. En el siglo XXI de la Era Común, nosotros los humanos tenemos una antigüedad respetable como especie, aunque seamos unos recién llegados en comparación con las tortugas, los cocodrilos u otros. Esto hace que sea improbable que, en la generación actual o en cualquier generación reciente de humanos, la autonomía de cada persona implique una originalidad radical. La mayoría de las posibles versiones de valores y normas morales creíbles ya habrán sido propuestas, probadas, refinadas y abandonadas en algún momento o lugar. Además, precisamente debido a la reciprocidad que conlleva el reconocimiento de normas vinculantes que gobiernan las relaciones humanas, es probable que la mayoría de las personas que interactúan en gran medida entre ellas hayan llegado al menos a algún tipo de entendimiento provisional sobre lo que cada una debe a todas las demás.

Conjuntamente con esta reflexión general viene la necesidad más concreta de varios tipos de convenciones que faciliten la coordinación mutua. Los sistemas comunes de medición y comunicación del tiempo son esenciales en las sociedades industriales y postindustriales basadas en alta tecnología. Las lenguas mismas que hablamos son un mecanismo de coordinación fantástico que permite el intercambio de expresiones con significado y por tanto de información, de avisos, de imprecaciones, de amenazas, de bromas y de todo lo demás que comunicamos unos a otros. Internet depende de convenciones y estándares totalmente desconocidos para la mayoría de sus usuarios. Asombrosamente, funciona. De hecho, funciona de manera asombrosa.

Por lo tanto, no tenemos ninguna razón para sorprendernos si descubrimos que en la mayoría de las comunidades de personas relativamente estables que interactúan dentro de algún contexto social más amplio también hay consagrados muchos deberes y derechos morales en las costumbres y las convenciones de la comunidad. Compartimos muchas reglas y principios morales, tal vez no en una formulación muy exacta, pero sí en una necesaria comprensión común. Las personas no podrían hacer promesas, agendar citas, celebrar fiestas o hacer muchas otras cosas si no fuera así. El uso del vocabulario rico y variado del «lenguaje de la moral»18 como una parte comúnmente comprendida y ampliamente usada de nuestro repertorio de comunicación interpersonal es una prueba de esto, si es que hiciera falta alguna prueba de lo evidente. Sin embargo, es la adopción continuada de esto en los juicios reflexivos de los agentes autónomos que conforman una comunidad moral lo que otorga una normatividad a las costumbres que seguimos —cuando falta la normatividad, solo la presión social (a veces bastante intensa, sin duda) motiva la obediencia—.

7. IDEALES Y FINES

La desaprobación de las personas con las que uno vive y trabaja resulta desagradable para la mayoría de la gente, y la intensidad de la desaprobación aumenta el dolor que uno sufre por ello. La desaprobación puede incluso degenerar en coerción y amenazas de violencia en algunos casos. Todo esto significa que las personas siempre tienen una motivación concerniente a uno mismo para respetar la moral convencional, como mínimo de boquilla pero habitualmente llegando hasta el auténtico cumplimiento, al menos cuando el incumplimiento puede detectarse fácilmente y provoca un gran rechazo. Del mismo modo, las sanciones legales proporcionan a las personas motivos concernientes a uno mismo para hacer lo que exige la ley, al menos cuando es probable que sean detectadas y llevadas a juicio. En otros casos, como la compra de terreno o de casas, el deseo de obtener un derecho de propiedad irrecusable proporciona un fuerte motivo para cumplir con las condiciones y las obligaciones que el Derecho impone a tales transacciones.

Tal motivación se asemeja parcialmente a la motivación económica (en un sentido amplio de lo «económico», es motivación económica). Una persona puede escribir por dinero o por otros beneficios económicos que pueden resultar directa o indirectamente del éxito literario. Aquí, como en el caso de quien actúa moralmente para evitar la desaprobación o actúa legalmente para evitar sanciones u otros perjuicios legales, lo que tenga de bueno la acción es meramente instrumental. Actúo bien para evitar la desaprobación o para mejorar mi situación económica. Ninguna de estas cosas es o parece un fin en sí misma. Un asunto diferente es hacer lo correcto porque es correcto. Obtener unos beneficios para mantener un hogar y posiblemente algún tipo de vida familiar puede entenderse mejor; al igual que, de hecho, obtener unos beneficios suficientes para poder mantenerse con vida y cómodo sin necesidad de abusar de la generosidad de los demás. En toda deliberación seria está implícita la cuestión de cuáles son los bienes últimos que dan sentido a los bienes instrumentales y hacen que estos sean inteligibles como motivos. En el siguiente capítulo se prestará atención al bien, es decir, a lo que tiene valor y a lo que significa «tener valor».

Puede existir una obediencia reticente y en cierta medida impuesta en la moral y el Derecho, como hemos visto y como vemos cada día. A diferencia de tal obediencia, quien cree en una concepción de lo bueno y se guía por ella, o de lo que es correcto y lo que es incorrecto, expresa con ello su fidelidad a un valor que tiene un contenido ideal más que animal. Cuando se aplica el contraste de «correcto e incorrecto», las razones a las que se apela tienen la fuerza excluyente que se ha señalado antes. A continuación, el capítulo 2 se ocupa principalmente del bien, y después los capítulos 3 y 4 se ocupan de los fundamentos de lo correcto y lo incorrecto.

1 N. Lacey, A Life of H. L. A. Hart: the Nightmare and the Noble Dream (Oxford: Oxford University Press, 2004).

2 W. Twining, Karl Llewellyn and the Realist Movement (London: Weidenfeld and Nicolson, 1973).

3 Véase S. P. Soosay, Skills, Habits and Expertise in the Life of the Law (Edimburgo: Tesis de doctorado de la Universidad de Edimburgo, 2005).

4 Por ejemplo, el museo Guggenheim de Bilbao, diseñado por Frank O. Gehry (véase <http://www.guggenheim-bilbao.es/>)

5 Véase The Holyrood Inquiry: a Report by the Rt Hon Lord Fraser of Carmyllie QC (Edinburgh: Scottish Parliament Corporate Body, 2004).

6 J. Raz, Practical Reason and Norms (London: Hutchinson, 1975), 37–45 [Traducido como Razón práctica y normas (Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1991).].

7 J. Rawls, A Theory of Justice (Oxford: Oxford University Press, 1972) 407–16 [Traducido como Teoría de la justicia (México: Fondo de Cultura Económica, 1979).]. J. Finnis también considera que la posesión de un plan de vida adecuado es un requisito básico de la razonabilidad práctica. Véase su Natural Law and Natural Rights (Oxford: Clarendon Press, 1980) 103–5 [Traducido como Ley natural y derechos naturales (Buenos Aires: Abeledo-Perrot, 2000).].

8 Garrett Barden me ha recordado los importantes comentarios que hace Cicerón sobre esto en Sobre los deberes (Madrid: Alianza, 2015), libro III. Por supuesto, Cicerón y Julio César eran contemporáneos.

9 La segunda formulación de la primera versión del imperativo categórico de Kant es: «Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza». Véase H. J. Paton, The Moral Law (London: Hutchinson, 1948), 84.

10 Véase C. Korsgaard, The Sources of Normativity (Cambridge: Cambridge University Press, 1996), 97–103 [Traducido como Las fuentes de la normatividad (México: UNAM, 2000).].

11 Sobre el uso de precedentes en muchos sistemas jurídicos, véase N. MacCormick y R. S. Summers (eds), Interpreting Precedents: A Comparative Study (Aldershot: Dartmouth, 1997).

12 Sobre la relevancia de la ausencia de un libro de normas para la moral, véase J. Dancy, Ethics Without Principles (Oxford: Oxford University Press, 2004), 130–32.

13 Compárese con N. MacCormick, Retórica y Estado de Derecho (Lima: Palestra, 2016), cap. 8 «Usar Precedentes».

14 Madrid: Dykinson, 2007.

15 Madrid: Alianza, 2013.

16 La idea de las limitaciones (side-constraints) fue propuesta por Robert Nozick en Anarquía, Estado y utopía (México: Fondo de Cultura Económica, 1988). Es comparable el concepto de F. Schauer de «generalización afianzada» (entrenched generalization); véase F. Schauer, Playing by the Rules (Oxford: Clarendon Press, 1991) 38–52 [Traducido como Las reglas en juego (Barcelona: Marcial Pons, 2004).]. Las «razones excluyentes» de Raz son una tercera variante, que aquí se prefiere. Véase la siguiente nota al pie.

17 J. Raz, Practical Reason and Norms (London: Hutchinson, 1975), 37–45 [Traducido como Razón práctica y normas (Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1991).]; al menos para ciertos propósitos, Raz ha revisado posteriormente su terminología y ha sustituido este término por el de «razones protegidas». Este cambio no es importante para nuestros actuales propósitos.

18 Esta expresión refleja deliberadamente el título de la obra de R. M. Hare El lenguaje de la moral (México: UNAM, 1975). Tanto personalmente como por sus escritos, Hare provocó mi interés en muchos de los asuntos tratados en el presente libro, aunque mis ideas han terminado por desviarse un poco de las suyas.

La razón práctica en el Derecho y la moral

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