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1. LOS EXCOMBATIENTES DE LA GRAN GUERRA Y LOS ORÍGENES DEL FASCISMO, 1914-1919

Observar las vicisitudes de la participación italiana en la Primera Guerra Mundial sirve para explicar los orígenes de la relación entre excombatientes y fascismo. De hecho, el origen primario tanto del Fascismo italiano como del fascismo «genérico» europeo fue la Gran Guerra, que constituyó simultáneamente un acontecimiento global y europeo y una constelación de experiencias nacionales diversas. Aunque la participación italiana en el conflicto no fue radicalmente distinta a la de otros países contendientes, debemos tener en cuenta algunas de sus particularidades, por ejemplo, los vaivenes y experiencias de Mussolini durante el conflicto que determinaron la génesis ideológica del movimiento fascista. Como mostraré en el primer apartado, en el contexto crítico de 1917, mientras la revolución bolchevique tenía lugar en Rusia e Italia sufría una severa derrota militar en Caporetto, Mussolini comenzó a dar forma a una nueva ideología en la que los veteranos de guerra tendrían un papel clave. Para muchos otros futuros fascistas la experiencia bélica resultó igualmente fundamental.

El nacimiento del fascismo y sus tempranas relaciones con los excombatientes de la Gran Guerra tampoco fueron fenómenos exclusivamente italianos, ya que la profunda crisis de posguerra del país transalpino se inscribió en una tendencia europea más amplia. Como el resto de los Estados nación, Italia se vio azotada por el descontento social, crisis económicas e inestabilidades políticas. Una de las consecuencias transnacionales de la Primera Guerra Mundial fue el paramilitarismo y la aparición de movimientos de veteranos. Por ello, el segundo apartado desgranará el amplio contexto histórico en el que se ha de situar el caso italiano. Centrándonos en los acontecimientos internacionales de 1919, veremos el marco europeo en el que debemos entender el nacimiento del Fascismo, la irrupción de las organizaciones de excombatientes y los paramilitarismos: la imbricación de todas estas fuerzas históricas es clave para entender cómo evolucionó el vínculo entre veteranos y fascismo.

Los dos últimos apartados del capítulo se centrarán en la experiencia italiana de posguerra, ya que fue en Italia donde el fascismo y los veteranos se vincularon originalmente. Una serie de peculiaridades de la particular experiencia italiana durante la Gran Guerra marcaron el surgimiento de las asociaciones de veteranos en este país, pero este fenómeno también entroncaba con cosmovisiones más amplias, como las de la contrarrevolución centroeuropea, construidas en torno a otros acontecimientos históricos cruciales. Serán, por ello, factores transnacionales los que expliquen tanto la aparición del movimiento fascista original en Italia, como la ambición fascista de reclutar excombatientes a sus filas. La participación en la política de los veteranos fascistas se observará como un fenómeno conflictivo de apropiación simbólica, de orígenes y consecuencias transnacionales, y que tuvo lugar, sobre todo, en el ámbito de lo discursivo y lo ideográfico. Demostraré que la consolidación de una percepción de los excombatientes como figuras nacionalistas y antibolcheviques, comúnmente aceptada pero alejada de la realidad histórica, fue el precedente crucial que explica la posterior fusión simbólica entre aquellos y el Fascismo.

LA EXPERIENCIA ITALIANA DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

Un peculiar fermento social e intelectual caracterizó a las sociedades europeas antes del estallido de la Gran Guerra, incluida Italia. Como en otros Estados europeos atrapados dentro del sistema internacional de alianzas que provocó el conflicto, también en Italia podían encontrarse intelectuales defensores de un nuevo nacionalismo militarista, emparentado con la ideología revolucionaria derechista francesa propia de los años prebélicos.1 Pero a pesar de que Italia participaba en una incómoda Triple Alianza con Alemania y Austria-Hungría, aquellos italianos que entendían la guerra como un fenómeno transformativo vieron frustradas sus expectativas de crear un mundo nuevo y mejor, pues su país no entró en el conflicto en agosto de 1914. Con todo, estos precedentes ideológicos y políticos permiten entender por qué el Fascismo se originó en Italia y cuál fue la responsabilidad de los veteranos en su desarrollo.

El movimiento intervencionista italiano fue la semilla del Fascismo. Mientras jóvenes voluntarios y soldados de Alemania, Francia y Gran Bretaña comenzaban a matarse a lo largo del frente occidental, en Italia escritores como Giuseppe Prezzolini y Giovanni Papini a través de sus artículos en la revista La Voce, y Gabriele D’Annunzio y Filippo Tommaso Marinetti con sus poemas, alentaban a la «generación de la guerra» del país. Aquellos apóstoles de la intervención opinaban que la guerra tenía un significado existencial.2 Junto a diversos políticos jóvenes, revolucionarios y republicanos, abogaban por unirse al conflicto del lado francobritánico. La mayoría de los intelectuales italianos comulgaba con esta agresiva postura, aunque por motivos divergentes. Unos veían la guerra como una oportunidad histórica para completar por fin el Risorgimento y la unificación; otros la percibían como la oportunidad, largo tiempo esperada, de redimir al proletariado y defenestrar a las viejas élites políticas. En otras palabras, creían que la guerra sería una experiencia palingenésica para la nación italiana. De este modo, diversos grupos y organizaciones desde la extrema derecha nacionalista a la izquierda revolucionaria convergieron en torno al intervencionismo, un movimiento en favor de la participación en la contienda que adquirió elementos cada vez más antidemocráticos. Aunque se afirmaría que los agitadores belicistas habían triunfado en su objetivo de imponer la intervención frente a la decadente nación burguesa durante los «días radiantes» (radiose giornate) de mayo de 1915, la decisión de entrar en la guerra en el bando de la Entente en esas fechas ya había sido cuidadosamente negociada por vías diplomáticas, habiéndose alcanzado en un acuerdo secreto entre el gobierno italiano y los británicos, franceses y rusos: el Pacto de Londres.3

Una característica llamativa de la experiencia bélica italiana, sin apenas parangón en ningún otro sitio, fue la profunda división social y política provocada por la intervención, especialmente en el seno del Partido Socialista. La gran mayoría de la población italiana, que en líneas generales se oponía totalmente a la guerra, no mostraba el menor interés en la posibilidad de que Italia obtuviera los territorios del Tirol y Dalmacia –entre otros– en caso de victoria. Jóvenes educados de clase burguesa solían ser los típicos intervencionistas, mientras que la clase trabajadora temía, razonablemente, que la guerra trajese escasez y peores condiciones de vida. Así, en Italia no existió el tipo de tregua nacional o «Unión Sagrada» que se dio en Francia y Alemania en 1914 y atrajo a los socialistas a apoyar el esfuerzo de guerra. En estos dos países los socialistas antimilitaristas fueron marginados; fue el caso de Jean Jaurès, asesinado al poco de comenzar la guerra, o Karl Liebknecht, expulsado del Partido Socialista Alemán. Muy al contrario, en el socialismo italiano lo que prevaleció fue el antimilitarismo y el internacionalismo, quedando los intervencionistas en clara minoría. Por ello, si ya el denominado espíritu de 1914 se ha revelado como un mito para el caso alemán,4 la intervención italiana de mayo de 1915 tampoco estuvo definida por el entusiasmo social ni por el alistamiento masivo de voluntarios. Ahora bien, la izquierda política italiana tampoco constituía un bloque unánimemente pacifista, internacionalista y neutralista. Socialistas como Leonida Bissolati y Gaetano Salvemini, representantes de un intervencionismo democrático, sí que abogaron por la entrada de Italia en la guerra como forma de combatir el imperialismo alemán.

La actitud de Benito Mussolini en aquellos momentos ha de ser entendida dentro del contexto del intervencionismo. Mussolini había sido un socialista revolucionario y, desde 1912, editor del periódico socialista Avanti! en Milán. Sus ideas ya habían entrado habitualmente en conflicto con la ortodoxia socialista, pero sería con el movimiento intervencionista cuando derivaría hacia la derecha política.5 De acuerdo con su particular visión de la ideología revolucionaria y movido por sus lecturas de los intelectuales de La Voce, Mussolini abogó por la intervención en el otoño de 1914. Fundó su propio periódico intervencionista, Il Popolo d’Italia: Quotidiano socialista, y cortó sus lazos con el Partido Socialista Italiano (PSI) en noviembre para posteriormente participar en el encuentro fundacional de los Fasci d’Azione Rivoluzionaria, un grupo que defendía la intervención «revolucionaria» en la guerra. Tras una serie de agrias disputas con los socialistas en las páginas de su periódico, Mussolini aplaudió la declaración de guerra y fue llamado a filas por el ejército italiano como simple recluta. Al igual que él, muchos otros jóvenes siguieron un camino similar hacia la experiencia bélica, algunos presentándose como voluntarios, si bien la mayoría fueron reclutas forzosos.

El ejército italiano de la Primera Guerra Mundial movilizó a casi seis millones de personas, que en su mayoría tuvieron que ser persuadidas de combatir y hacer sacrificios en nombre de la patria. Los campesinos componían el 45 % del ejército, mientras que los trabajadores industriales solían quedar exentos de servir en la línea del frente. La vida militar se caracterizó por unas relaciones entre oficiales y tropa extremadamente jerarquizadas. Los oficiales de alto y medio rango solían provenir de las clases sociales acomodadas; eran una élite de unos 250.000 individuos, de los cuales 200.000 no eran militares de carrera sino civiles movilizados. La propaganda bélica italiana cultivó una imagen del «campesino soldado» (contadino soldato), dechado de obediencia, devoción y resignación, pero este mito, desarrollado por los oficiales de clase burguesa, contrastaba con las duras realidades del frente,6 donde una férrea disciplina atenazaba a los reclutas. Durante los primeros años de la guerra, no se generó ningún tipo de consenso bélico entre los italianos. De hecho, los socialistas terminaron por adoptar una posición ambigua en torno al esfuerzo de guerra, expresada en el lema «ni apoyo, ni sabotaje» (né aderire, né sabotare). De hecho, la lucha contra los austrohúngaros carecía de sentido para muchos individuos, exasperados por los minúsculos pero costosos avances y retrocesos en los frentes de los Alpes, a lo largo del río Piave, en el Monte Grappa, en la meseta rocosa del Carso, o en las recurrentes batallas del río Isonzo.7 Fue en este último lugar donde Mussolini tuvo su propio bautismo de fuego.

¿Cómo se materializó el interés de Mussolini por los combatientes como futuros actores políticos? Que Mussolini concebía la guerra como un hecho revolucionario era algo evidente ya en 1914, pero su particular fe en los soldados y veteranos como agentes políticos tardaría en madurar. En verdad, si bien la experiencia bélica confirió a Mussolini un aura de guerrero, su expediente militar no destacó por heroico, ya que pasó mucho tiempo hospitalizado en retaguardia y su última acción de guerra data de febrero de 1917, cuando fue herido de manera accidental. Mussolini tampoco pudo cumplir su deseo de alcanzar el grado de oficial, aunque se sintiese identificado con estos y fuesen jóvenes oficiales de rango medio los principales lectores y colaboradores de su periódico.8 Fue su fuerte compromiso nacionalista con las reclamaciones territoriales que exigía Italia lo que le indujo a exaltar a los soldados del frente como ariete del esfuerzo bélico. Ya en diciembre de 1916 escribió que en las trincheras estaba asistiendo al nacimiento de una nueva y mejor élite que gobernaría Italia en el futuro: la «trincherocracia» (trincerocrazia).9 Sin embargo, por muy grande que fuese su entusiasmo por los combatientes de primera línea, en febrero de 1917 Mussolini volvió a Milán como periodista y editor de Il Popolo d’Italia. No sería hasta más tarde, durante el crítico año de 1917, cuando la ideología de Mussolini daría el giro crucial.

La Revolución rusa es el primer y principal factor para explicar la deriva de Mussolini hacia una nueva ideología que ensalzaría a los futuros excombatientes como campeones de la nación. Al estallar la revolución de febrero de 1917, los intervencionistas de Il Popolo d’Italia celebraron ver el supuesto carácter revolucionario de la guerra dando sus primeros frutos.10 No obstante, pronto comenzaron a temer que esta revolución podría suponer la retirada del aliado ruso del conflicto.11 Esta posibilidad horrorizaba a Mussolini por dos razones. Primero, porque tal «traición» sería perjudicial para Italia y los países aliados. Y segundo, y aún más importante, porque una paz negociada en Rusia como consecuencia de la revolución sería un hecho que desmentiría radicalmente su propia interpretación sobre la pretendida naturaleza revolucionaria de la guerra. Il Popolo d’Italia insistía en esta última idea: el periódico apuntaba que los soldados rusos, sobre todo los oficiales jóvenes, habían apoyado la revolución, pero al mismo tiempo afirmaba que estos debían continuar combatiendo hasta la victoria final.12 En julio de 1917, Mussolini, eufórico por el avance de los soldados rusos frente a los alemanes, se decía partidario de una posible dictadura encabezada por Kerensky.13 Como vemos, Mussolini se inclinaba por la continuación de la guerra a cualquier precio, subordinando toda mejora social destinada a la población –incluyendo a los soldados– a los intereses superiores del esfuerzo bélico nacional. Cuando se frustró la última ofensiva rusa debido a la falta de entusiasmo de las tropas, Mussolini acusó a los agitadores bolcheviques del fracaso. En general, para la burguesía intervencionista italiana, ese giro indeseado de la Revolución rusa presagiaba posibles peligros en Italia. Muchos individuos como Mussolini ya planteaban ominosos paralelismos con Rusia cuando el ejército italiano, tras años de guerra brutal, rozó el colapso en el otoño de 1917. La duodécima batalla de Isonzo, el denominado desastre de Caporetto, fue una derrota traumática que empujó al ejército y la sociedad italiana a una profunda crisis.14

Al coincidir con la fase final de la Revolución rusa, Caporetto fue el segundo acontecimiento que condujo a Mussolini a identificar a los veteranos como heraldos de una nueva ideología emergente. Tengamos en cuenta que entre octubre y noviembre de 1917, mientras tenía lugar la masiva retirada de Caporetto, otros ejércitos contendientes como el francés mostraban severos problemas de agotamiento y amotinamiento entre sus soldados,15 y una segunda revolución se estaba produciendo en Rusia. Los bolcheviques se habían granjeado la lealtad de los combatientes rusos que, entusiasmados ante la posibilidad de una pronta paz, protagonizarían una auténtica revolución en los frentes.16 En Italia, mientras tanto, las divisiones entre los socialistas se acentuaban ante el impacto de los acontecimientos rusos y la invasión del territorio patrio. Sometidos a escrutinio a través de las lentes deformantes del ejemplo ruso, los socialistas italianos fueron acusados de haber debilitado la moral de las tropas y por tanto de haber provocado el desastre de Caporetto. Incluso el general Cardona, principal responsable del desastre militar, señaló a los socialistas como chivo expiatorio, lo cual no le libró de ser reemplazado por el general Armando Diaz al frente del Estado Mayor; un cambio que, dicho sea de paso, no sería suficiente para insuflar nuevas energías en el esfuerzo de guerra, ni para poner fin a la propaganda antisocialista. Sea como fuere, el contexto no solo influyó en la evolución ideológica de Mussolini, sino que también provocó transformaciones que facilitarían la futura manipulación política del símbolo del veterano de guerra.

Caporetto condujo a toda una batería de medidas destinadas a motivar a los soldados y a mantener su disciplina y compromiso con la causa nacional, y este esfuerzo daría forma a las mentalidades y expectativas de los futuros veteranos de guerra.17 El ejército, usando extensivamente una propaganda nacionalista y patriótica que demonizaba al enemigo y glorificaba los instintos agresivos, promovió un nuevo modelo de motivado «combatiente» (combatente) que se alejaba de la simple idea del obediente «soldado» (soldato).18 Estos nuevos discursos comportaban considerables promesas hacia las tropas, pues tendían a subrayar la enorme deuda contraída por la patria para con sus salvadores. Los propagandistas dibujaban un futuro de reconocimiento moral absoluto por parte de la sociedad, prometiendo «amar», «respetar» y «honrar» a los combatientes. Tal y como apuntaba un periódico, «el soldado será también el primero en cuanto a derechos».19 Es probable que estas promesas ayudaran a mejorar el espíritu combativo en el frente, pero sin duda también crearon expectativas irreales para el retorno posbélico de los combatientes.

El ideal de un nuevo combatiente hipermotivado encontró su expresión arquetípica en las recién creadas tropas de asalto: los arditi. Estos aguerridos soldados de élite hacían gala de una elevada moral y disfrutaban de determinados privilegios: mejor comida, paga más elevada y más largos periodos de descanso. Sus acciones ofensivas combinaban el elemento sorpresa con la violencia extrema. No obstante, el número de unidades de asalto (reparti di assalto) era limitado, reuniendo en torno a 35.000 efectivos. Como emblema, utilizaban el agresivo símbolo de una calavera y una espada rodeadas por una corona de laurel. Si bien los arditi rivalizaban con los batallones de alpini en prestigio y fiabilidad en el campo de batalla, su contribución militar no puede decirse decisiva. Su mayor relevancia fue la de representar el arquetipo de una nueva mentalidad militar elitista, violenta e intransigente, que respondía a los anhelos de diversos intelectuales, como los futuristas, que habían enfatizado la acción y la violencia como medios para la consecución de un fin.20

De 1917 en adelante, mientras la Revolución rusa continuaba, todas las naciones contendientes21 –e Italia no fue una excepción– se vieron en la necesidad de implementar medidas de removilización para incrementar la moral de sus soldados. Es cierto que los discursos patrióticos lograron permear, en parte, a las clases bajas de los países beligerantes, proveyéndoles de un cierto sentido del honor con el que enfrentarse a una probable muerte en el campo de batalla, pero lo cierto es que el soldado medio continuó experimentando la guerra como una imposición.22 Para generar consenso entre las masas de soldados y sus familias, la propaganda del Estado combinó iniciativas de asistencia social con promesas de compensación material. En Italia, miembros de comités de retaguardia y nuevos periódicos de trinchera extendieron el espíritu intervencionista, difundiendo odio contra quienes eludían sus responsabilidades: «desertores» (emboscati), «oportunistas» (profittatori), pacifistas y derrotistas.23 No en vano, las autoridades se mostraban profundamente preocupadas por los eventos acaecidos en Rusia, donde los combatientes habían alimentado la revolución al unirse a los consejos de trabajadores y soldados (Soviets).

Por su parte, Mussolini observaba atentamente todos estos acontecimientos. En noviembre de 1917, cuando Georges Clemenceau fue nombrado primer ministro en Francia, Mussolini alabó la enérgica actitud del estadista francés, que se había comprometido con un mayor esfuerzo bélico nacional. Mussolini pensaba que la manera democrática de conducir la guerra conduciría «fatalmente» –como en Rusia– «al régimen de los Soviets, a los comités de trabajadores y soldados, y a asambleas de soldados que debatirían y rechazarían los planes estratégicos de los generales».24 El 20 de noviembre de 1917, Clemenceau declaró, en un discurso que abordaba las necesidades de los soldados franceses, que estos tenían «derechos por encima de los nuestros» (ils on des droits sur nous), una frase que haría fortuna entre los combatientes y veteranos franceses y que incluso les generó un sentido de superioridad moral. En Italia, mientras tanto, Mussolini se mostraba entusiasmado con las primeras iniciativas legislativas destinadas a apoyar a las familias de los soldados,25 como aquella que prometía tierras para los trabajadores agrícolas que ahora luchaban en el frente y que constituían el grueso del ejército italiano. Otra fue el establecimiento de la Opera Nazionale Combattenti (ONC), constituida en diciembre de 1917 por el Gobierno de Orlando. Esta institución abordaba los problemas endémicos de la agricultura italiana y propulsaba el desarrollo de la Italia meridional (Mezzogiorno), así como la reintegración de los soldados tras la guerra. La ONC transformó el viejo lema de «la tierra para los campesinos» (la terra ai contadini) en el eslogan «la tierra para los combatientes» (la terra ai combattenti). También en diciembre de 1917, el ministro del Tesoro Francesco Saverio Nitti creó políticas de seguro gratuito para soldados y oficiales.26

Más importante aún, en 1917 el Estado italiano, al igual que el resto de los países europeos, comenzó a abordar el problema de los soldados mutilados mediante una serie de medidas oportunamente promulgadas y que tuvieron éxito a la hora de mantener lealtades al esfuerzo bélico. Una institución oficial, la Opera Nazionale Invalidi di Guerra, comenzó a hacerse cargo de los veteranos discapacitados a partir de marzo de 1917, al tiempo que estos empezaban a organizarse para defender sus intereses. Diversos periódicos –sobre todo Il Popolo d’Italia– informaban de las actividades, reuniones y declaraciones de aquellos grupos. Estos fundaron la Asociación Nacional de Mutilados e Inválidos de Guerra (Associazione Nazionale fra Mutilati e Invalidi di Guerra, ANMIG), la cual se ganó la benevolencia de las autoridades al adoptar una postura patriótica distanciada de los socialistas y de cualquier otro partido. De hecho, la ANMIG se convirtió en la interlocutora del gobierno en materia de pensiones. Durante la crisis de Caporetto, algunos grupos de mutilados fueron todavía más lejos en su apoyo al esfuerzo bélico y, alineados con los intervencionistas, se lanzaron a perseguir a los enemigos internos con extremado celo.27 Así, el Gobierno y los intervencionistas consiguieron impedir que se formase el tipo de organizaciones de veteranos socialistas o de orientación democrática que sí surgieron en Francia o Alemania.28

A lo largo de 1917, los discursos y representaciones de los veteranos mutilados en Il Popolo d’Italia presagiaron la función mítica que los excombatientes tendrían en el Fascismo. En la primavera, el periódico defendía que no solo había que ofrecer a los veteranos pensiones y asistencia, sino también el honor y el respeto de la patria. Además, admitiendo que el Estado había adquirido compromisos con los exsoldados incapacitados, se apuntaba que estos no estaban exentos de la obligación de contribuir de forma productiva a la nación, es decir, que no se les debía permitir convertirse en «parásitos». Los intervencionistas celebraron especialmente esta última idea, ya que subrayaba el compromiso inquebrantable de los mutilados con el esfuerzo bélico.29 Así, el ideal representado por estos veteranos patrióticos se convirtió en un elemento esencial de la cosmovisión protofascista de Mussolini.

El texto que sirvió para definir el papel mítico que tendrían los veteranos en la ideología del Fascismo originario fue un notorio artículo escrito por Mussolini en Il Popolo d’Italia, «Trincerocrazia». Es muy importante considerar el contexto en el que Mussolini lo escribió: no fue otro que diciembre de 1917, tras la batalla de Caporetto, cuando diversas partes del norte de Italia se encontraban todavía bajo la ocupación enemiga. En aquellos días, la ANMIG se iba asentando en múltiples ciudades italianas; grupos de activistas mutilados animaban en prensa a la lucha contra el enemigo exterior e interior. Pero los sacrificios también estaban engendrando expectativas para el futuro. Como un herido escribió en La Voce dei Reduci: si tras la guerra pudiera llegar a convertirse en primer ministro, lo primero que haría como tal sería ratificar los derechos de los combatientes: «derechos nuevos para gente nueva».30 Inspirado por el mismo espíritu, Mussolini, que muy probablemente leyó ese artículo,31 recuperó entonces su concepto de trincerocrazia para delinear el papel que se otorgaría a los veteranos de guerra en el futuro. Mussolini describió la formación en las trincheras de una «nueva aristrocracia» –concepto que en realidad procedía de Prezzolini–. «La trincherocracia es la aristocracia de las trincheras. Es la aristocracia del mañana», afirmó Mussolini. Según él, Italia estaba siendo dividida entre aquellos que habían combatido y los que no: una idea de «dos Italias» que también había creado Prezzolini. Y Mussolini utilizó las actividades de los soldados mutilados para apoyar sus premisas: los mutilati eran la vanguardia del gran ejército que pronto regresaría a casa. Su espíritu daría nuevo sentido a nociones ya carentes de significado, como «democracia» y «liberalismo». Los excombatientes, una suerte de trabajadores que retornaban de los «surcos» del frente –las trincheras– a los «surcos de la tierra», fusionarían las ideas de clase y nación, y crearían así una nueva ideología: un «socialismo nacional» y «antimarxista».32

Los historiadores han señalado este artículo de «Trincerocrazia» como la primera evidencia clara del abandono del socialismo por parte de Mussolini.33 Este giro a la derecha se ha explicado como una consecuencia de Caporetto y como resultado de la percepción de Mussolini de que la guerra había transformado profundamente al país y convertido a los soldados del frente en una fuerza política completamente nueva para la posguerra.34 Sin embargo, deberíamos entender «Trincerocrazia» no como una predicción clarividente y ajustada del futuro, sino más bien como una profecía autocumplida. El artículo no solo fue una manifestación temprana de ideología fascista, sino también la revelación de una ambición política. Mussolini proclamaba un nuevo estilo político que, esperaba, daría forma al nuevo orden de posguerra, a una nueva sociedad imaginada en la que los excombatientes jugarían un papel esencial. Con estas palabras, Mussolini se estaba dirigiendo a los soldados, potenciales lectores de su artículo. Probablemente ya pensaba en ellos como futuros seguidores de un nuevo movimiento político. En cualquier caso, fue en ese momento cuando nació la legendaria conexión entre excombatientes y Fascismo. Pero ¿por qué Mussolini estaba tan interesado en movilizar precisamente a los veteranos de guerra?

Había una motivación crucial. Recordemos que el devenir de la Revolución rusa desde la primavera de 1917 había empujado a Mussolini a posicionarse violentamente contra los socialistas italianos.35 Tampoco olvidemos que Mussolini había apoyado la intervención porque creía en la naturaleza revolucionaria de la guerra, una idea mítica que se había visto inicialmente confirmada por los acontecimientos rusos. Ahora bien, la revolución real había tenido consecuencias indeseadas, pues los bolcheviques, abrumadoramente apoyados por soldados del frente, pretendían terminar la guerra y hacer la paz con las Potencias Centrales, traicionando así a los países aliados. Mussolini, convertido en un nacionalista intransigente, temía profundamente un desenlace análogo en Italia. Por ello, a mediados de diciembre de 1917, Mussolini debía estar absolutamente desolado: el mismo día en que se publicó «Trincerocrazia», un armisticio firmado entre Rusia y los imperios centrales abrió el camino para las negociaciones de paz en Brest-Litovsk. Este acuerdo diplomático destruyó el mito de la guerra revolucionaria en el que Mussolini había creído. Si bien la guerra había conducido a la revolución, esta había llevado a la consecuencia más aborrecida por los intervencionistas: una paz sin victoria. Una vez que se manifestó esta contradicción teórica, Mussolini optó por apoyar la guerra, rechazando definitivamente el socialismo y centrándose en la lucha para alcanzar los objetivos bélicos nacionalistas. Ahora bien, esta elección implicaba buscar una nueva clientela política: los veteranos de guerra, que en el Fascismo representarían la fuerza revolucionaria y simultáneamente nacionalista, para revertir el papel jugado por los excombatientes en la revolución bolchevique. Como vemos, el artículo «Trincerocrazia» muestra hasta qué punto la concepción de un nuevo fenómeno ideológico, el Fascismo, implicaba creer en los veteranos de guerra, como una nueva fuerza política motriz. En cierto modo, la naciente ideología fascista no era sino una estrategia más para evitar lo sucedido en Rusia, afianzando la lealtad de las tropas hasta las últimas consecuencias en la lucha nacionalista. En definitiva, la conexión ideal entre Fascismo y excombatientes, surgida del ala revolucionaria del intervencionismo italiano, fue catalizada ante todo por el frustrante e inesperado desenlace de la Revolución rusa.36

Mussolini no era el único que defendía estas ideas. Por ejemplo, el intelectual intervencionista Agostino Lanzillo argumentó por aquel entonces que la guerra había derrotado al socialismo.37 Este autor, que había traducido al italiano la obra del teórico del sindicalismo revolucionario Georges Sorel, y que también había servido y recibido heridas como soldado durante el conflicto,38 compartía la fe en el carácter revolucionario de la guerra. Ahora bien, Lanzillo denunciaba categóricamente los acontecimientos acaecidos en Rusia como una «revolución que ocultaba la derrota».39 En su libro La derrota del socialismo, finalizado en 1918, afirmó que las generaciones que habían combatido en el frente saldrían «renovadas» de la guerra, con una «nueva mentalidad» y con unas «cualidades individuales mejoradas», constituyendo una fuerza humana determinante en el futuro. Según Lanzillo, las acciones de los veteranos asumirían una «dirección nacional» ya que los soldados retornados del frente instintivamente valorizarían su sacrificio; sería improbable que adoptaran ningún tipo de «actitud revolucionaria», sino que más bien lucharían «para reemplazar a la clase dirigente, en nombre del poder y el coraje que representan».40 Retrospectivamente, las predicciones de Lanzillo podrían interpretarse como correctas, pero deben considerarse más bien como parte del mismo conjunto de mitos intervencionistas del que también formaba parte la noción Mussoliniana de trincerocrazia. Esta cosmovisión cristalizaría en un programa y una estrategia política para el periodo de la posguerra.

Así pues, tras Caporetto y ante la confirmación de la paz «revolucionaria» rusa, la identificación de los intervencionistas con los soldados en el frente todavía se reforzó. Il Popolo d’Italia modificó su línea editorial para presentarse como el defensor de los derechos de los combatientes, un cambio que se hizo evidente durante la última fase de la guerra, mientras se acrecentaba la polarización de la sociedad italiana y se perseguía a los «derrotistas», denostados como «enemigo interno». En sus páginas, Prezzolini escribiría que el mayor enemigo estaba «en casa», pero que los combatientes regresarían de la guerra para «renovar» el país.41 Il Popolo d’Italia abogó por la implantación de una dictadura que militarizaría la sociedad italiana hasta la obtención de la victoria. En el diario, los «hombres de la trinchera» (trinceristi) podían plantear sus reclamaciones materiales; jóvenes oficiales utilizaron este foro para expresar sus preocupaciones.42 Sin embargo, la idea programática de distribuir la tierra expropiada entre los soldados de origen campesino fue perdiendo peso,43 y finalmente, en agosto de 1918, Mussolini adoptó un nuevo subtítulo –Diario de los combatientes y los productores (Quotidiano dei combattenti e dei produttori)– que simbolizaba su definitivo rechazo del socialismo. Ahora, las nociones de «combatientes» y «productores» se incorporaron a su lenguaje político, sustituyendo los conceptos más comunes de «soldados» y «trabajadores», teñidos de socialismo.44

Pese a que Mussolini todavía no había desarrollado plenamente una ideología excombatiente ni un programa político sólido, su activismo preparó el terreno para la posterior emergencia del símbolo del veterano fascista. Algunos exsoldados italianos, de hecho, abrazaron la idea de la trincerocrazia; líderes de los mutilados se presentaban públicamente como la «gran vanguardia» de los que volverían del frente.45 Hasta el final de la guerra, Mussolini e Il Popolo d’Italia prestaron atención a las expectativas expresadas por los soldados, abogando por una rápida desmovilización de la mayoría de las tropas.46 No obstante, el grupo de Mussolini fue un simple observador más que su impulsor de la irrupción del movimiento excombatiente italiano. Y la cuestión de la trincerorazia quedó sin desarrollar. Ante la victoria italiana en Vittorio Veneto y el «Boletín de la Victoria» (Bollettino della vittoria) firmado por Armando Díaz el 4 de noviembre de 1918, Mussolini reaccionó con entusiasmo, como el intervencionista nacionalista y antisocialista en que se había convertido en virtud de la experiencia bélica.47 La Primera Guerra Mundial terminaría dos semanas después, aunque esto no traería consigo la paz real para muchas partes del continente europeo.

LOS EXCOMBATIENTES Y LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA EN EUROPA OCCIDENTAL

Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial traumatizaron tanto a los países contendientes como a otras naciones europeas que permanecieron en la no beligerancia. Las experiencias nacionales variaron en función del resultado militar de la confrontación, pero todos los participantes sufrieron considerables pérdidas humanas (10 millones de muertos en total), independientemente de si habían sido derrotados o no; sus poblaciones salieron del conflicto profundamente transformadas. Pese a vencer, ciertos países –incluyendo Italia– atravesaron muchos meses de descontento social y conflictos violentos sin precedentes. El fantasma de una revolución social y guerra civil como la rusa de 1917 era omnipresente entre los derrotados, aunque el desmembramiento de los Imperios Centrales desembocase en el nacimiento de nuevos Estados nación democráticos como la República de Weimar. En Versalles en 1919, los diplomáticos difícilmente restablecieron el equilibrio en las relaciones internacionales. La transición económica de una guerra total a una economía de paz también fue un tanto turbulenta, y el problema de cómo desmovilizar a millones de excombatientes marcó la posguerra de los beligerantes. Todas estas naciones vieron surgir diversas organizaciones excombatientes de muy distinto signo político, advirtiendo a los políticos y a la sociedad civil de la urgencia de reintegrar a aquellos hombres. En la esfera pública, los veteranos eran nuevos y llamativos actores a quienes no podía ignorarse tras las experiencias sufridas en nombre de la nación. Muchos de ellos volvieron a casa con la esperanza de hacer realidad las promesas que se les habían hecho durante la guerra.

La desmovilización cultural posbélica, reintegrar a los veteranos y pacificar a los sectores más belicistas de cada país, fueron tareas necesarias para recobrar la normalidad tras una guerra «total»,48 y cuyos resultados variaron según los países, regiones, grupos sociales y de edad o género. El fracaso de esos procesos tras la Primera Guerra Mundial explica, en parte, el florecimiento en toda Europa del paramilitarismo.49 La violencia continuó teniendo presencia, sobre todo en Europa central y oriental donde la aparición de «guardias cívicas» armadas respondió a la percepción de una amenaza bolchevique. De hecho, fueron excombatientes quienes solían incorporarse a este tipo de formaciones cuasimilitares, aunque el surgimiento de milicias de autodefensa se produjo incluso en países que no habían combatido en la Gran Guerra, como España.50 Esta amplia e importante reacción fue transnacional, tuvo efectos transfronterizos, y se dio independientemente de si el país en cuestión había salido derrotado, victorioso, o había siquiera tomado parte en la Primera Guerra Mundial.51 Este terreno fértil posibilitó la irrupción del movimiento fascista. Aquí abordaré sus elementos contextuales más importantes para entender cómo y por qué se estableció un vínculo entre el Fascismo y los excombatientes en Italia, que posteriormente se extendería a otros países. Igualmente analizaré la aparición de organizaciones de veteranos que, en los años siguientes, llegaron a ser importantes protagonistas históricos (tabla 1.1), examinando en particular su relación con el Fascismo.

TABLA 1.1 Vista general de las principales asociaciones y organizaciones de veteranos mencionadas en este libro

Italia Población en 1914 = 36 millones 6 millones de soldados movilizados 4 millones de combatientes en los frentes 3 millones de veteranos desmovilizados en 1918-19 ANMIG: asociación de veteranos inválidos fundada en 1917. Orientación patriótica y no política, aunque progresivamente nacionalista. Miembros en 1919 = 220.000; 1934 = 500.000. Bajo control fascista desde 1925. ANC: fundada en 1918. Diversa políticamente y democrática; en junio de 1920 pasó a ser oficialmente no política. Miembros a mediados de 1919 = 100.000-300.000; 1920 = c. 500.000; 1929 = c. 400.000; 1936 = 850.000; 1940 = c. 1 millón. Bajo control fascista desde 1925. Associazione fra gli Arditi d’Italia: creada en enero de 1919 por arditi futuristas. Inicialmente vinculada al movimiento fascista. Posterior escisión entre el sector d’annunziano, el antifascista y el mussoliniano. Desde septiembre de 1922, los arditi fascistas se organizaron en la Federazione Nazionale Arditi d’Italia. Miembros en diciembre 1918 = 10.000. ANRZO: fundada en 1918, solo importante en Turín y el Piamonte. De inspiración liberal (mazziniana). Se fusionó con la ANC en 1920. UNRG: fundada en 1919. Católica y conectada al PPI. Se disolvió hacia 1925. UNUS: asociación nacionalista, intervencionista y antibolchevique creada en abril de 1919. Miembros en octubre de 1919 = 450. Disuelta a finales de 1919. Lega Proletaria: fundada en 1918. Socialista y pacifista. Miembros en abril de 1919 = 50.000. Disuelta hacia 1925.
Francia Población en 1914 = 41 millones 6,4 millones de soldados movilizados 5 millones de veteranos desmovilizados en 1918-19 4 millones de titulares del «carné del veterano» en 1937 UF: Creada en 1917-18 como una federación de asociaciones de veteranos. Republicana, con orientación de centro-izquierda. Miembros en 1920 = 120.000; 1921 = 191.000; 1922 = 251.000; 1923 = 280.000; 1927 = 350.000; 1931 = 700.000; 1932 = 900.000. Durante los años treinta la UF viró políticamente a la derecha hacia el autoritarismo. UNC: fundada en 1918. Republicana, conservadora, antiizquierdista. Miembros en febrero de 1919 = 100.000; diciembre de 1919 = 300.000; junio de 1920 = 510.000; 1927 = 290.000; 1932 = 850.000. ARAC: fundada a comienzos de 1919. Pacifista, republicana, izquierdista. Posteriormente pasó a ser comunista. Miembros en 1930 = c. 20.000. Croix de Feu: fundada en 1929 como una asociación de veteranos condecorados. Miembros en enero de 1930 = c. 23.000; 1932 = c. 23.000; 1933 = c. 28.000; febrero de 1934 = c. 100.000; 1935 = c. 500.000. Conservadora y autoritaria, fue progresivamente adquiriendo rasgos fascistas y paramilitares, y abandonó su carácter exclusivamente excombatiente. Légion Française des Combattants: organización creada por el régimen de Vichy en 1940 mediante la fusión de las principales asociaciones, la UF y la UNC. Miembros = 1,5 millones.
Alemania Población en 1914 = c. 65 millones 13,2 millones de soldados movilizados Reichsbund der Kriegsbeschädigten, Kriegsteilnemer und Kriegerhinterbliebenen: fundada en 1917. Asociación de carácter socialdemócrata. Miembros en 1921 = 639.000; 1922 = 830.000. Reichsbanner Schwarz-Rot-Gold: fundada en 1924 como una liga de veteranos republicanos y socialdemócratas. Miembros en 1925-26 = c. ¿900.000? Rote Frontkämpferbund: fundada en 1924 como una liga comunista de veteranos. Posteriormente incluyó una sección de mujeres y aceptó a no veteranos. Miembros a comienzos de 1925 = c. 15.000; junio de 1925 = 51.000; pico máximo a mediados de 1927 = 120.000; noviembre de 1928 = 106.000. Prohibida en 1929.
Kyffhäuserbund: Fundada en 1900. Asociación patriótica y antisocialista. Miembros en 1921 = 2,2 millones; 1929 = 2,6 millones. En 1938 fue fusionada en el NS Deutscher Reichskriegerbund (Kyffhäuser) Stahlhelm: fundada en 1919 como un grupo de autodefensa, pronto se hizo antirrepublicana y posteriormente fue influida por el Fascismo. Miembros iniciales = ¿1.000?; septiembre de 1919 = c. 2.000; 1924 = ¿24.000? Desde mediados de los años veinte incluía a miembros sin experiencia bélica. Mayor número de miembros en los años treinta = 160.000-500.000 veteranos de un total de 1,5 millones de miembros. La organización pasó a estar bajo control nazi tras 1933, cambiando su nombre por el de NSDFB (Stahlhelm), con 500.000 miembros en 1935, año de su disolución. NSKOV: Creada por el NSDAP a comienzos de los treinta como una agencia de asistencia social y propaganda para los veteranos de guerra.
España Población en 1936 = c. 25 millones 1,2 millones de soldados movilizados en el ejército franquista DNE: Creada en agosto de 1939 como una agencia de FET-JONS para veteranos del ejército franquista. Miembros en 1963 = c. 372.000. BCMGP: organización creada en 1937 para el control y asistencia de los veteranos mutilados del ejército franquista. Miembros en 1939 = c. 70.000.

Fuentes: Berghahn (1965), Sabbatucci (1974), Klotzbücher (1964), Schuster (1975), Prost (1977), Rochat (1981), Finker (1982), Cointet (1995), Ungari (2001), Kennedy (2007), Millington (2012a, 2015), Ziemann (2013), Löffelbein (2013), Alcalde (2014).

Alemania

Alemania fue un caso único y dramático debido a su peso específico en Europa central y occidental, su derrota en la Gran Guerra y su Revolución, con consecuencias de largo alcance sentidas en todo el continente. Allí, el final de la guerra estuvo marcado por un conjunto particular de procesos sociales, políticos, económicos y psicológicos.52 El caótico regreso de los soldados del frente no solo generó un severo problema económico, sino que también condicionó el devenir de la Revolución alemana. Tras la abdicación y huida del Kaiser, los consejos de soldados (Soldatenräte) se extendieron rápidamente por toda Alemania, con sus hombres agitando banderas rojas y portando brazaletes del mismo color revolucionario.53 No obstante, el poder recayó en manos de los socialdemócratas. Por su parte, muchos oficiales asistieron consternados al derrumbamiento del ejército imperial, y no pocos se sintieron públicamente humillados al ver arrancadas las insignias de sus uniformes militares.54 Entre noviembre y diciembre de 1918, mientras la Liga Espartaquista propulsaba el movimiento comunista revolucionario, 1,5 millones de soldados (Frontsoldaten, comúnmente conocidos como Frontschweine) regresaron a casa. Aunque generalmente la población les dio la bienvenida, algunos acabaron por emplear la violencia contra los revolucionarios, como por ejemplo durante los enfrentamientos del 24 de diciembre de 1918 en Berlín. Sin embargo, también muchos revolucionarios eran antiguos veteranos desmovilizados, soldados de retaguardia –llamados Etappenschweine– y marineros rebeldes. Sea como fuere, el Gobierno socialdemócrata, para restaurar la «tranquilidad y el orden», reprimir la revolución y defender las fronteras orientales, promovió la creación de unidades mercenarias: los Cuerpos Francos (Freikorps). La mentalidad despiadada y sanguinaria de estos paramilitares ultraviolentos se cimentó en el imaginario bélico.55 No en vano, al principio el grueso de sus miembros provino de unidades que habían luchado en el frente. Sus métodos de combate fueron empleados contra civiles en un contexto de extrema ansiedad y miedo,56 tal y como sucedió el 15 de enero de 1919 en Berlín cuando soldados gubernamentales y voluntarios asaltaron la sede del periódico socialista Vorwärts –ocupado por los revolucionarios– y asesinaron brutalmente a los líderes espartaquistas Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo.57

Los dramáticos acontecimientos de Alemania son cruciales para entender cómo nació del movimiento fascista en Italia, y nos permiten conectar este con los excombatientes. Las terribles noticias acerca del destino de la insurrección espartaquista en Berlín pronto trascendieron fronteras. En Italia, el diario socialista Avanti! anunció que el «peligro militarista» alemán se había despertado de nuevo con la represión; el periódico reprodujo en italiano el último mensaje de Liebknecht, en el que este reconocía que los revolucionarios habían sido abandonados «por los marinos y los soldados».58 Los rumores sobre el espantoso final de los líderes del Partido Comunista Alemán también se confirmaron; aquellos soldados retornados del frente, o «tropas gubernamentales» como todavía se las llamaba, habían aplastado la insurrección comunista. Parecía evidente que los excombatientes alemanes en Berlín habían abortado una revolución de corte similar a la rusa.

Mussolini, enterado de lo sucedido, reforzó su fe en el decisivo papel político que atribuía a los veteranos: frenar a la expansión del fenómeno «asiático» del leninismo. De hecho, Mussolini estaba convencido de que los oficiales del antiguo ejército alemán habían sido el instrumento clave para derrotar a los espartaquistas.59 Conforme se sucedían los acontecimientos en Berlín, Il Popolo d’Italia fue dando publicidad al apoyo que los consejos de soldados y trabajadores otorgaron al gobierno socialdemócrata alemán, destacando el pensamiento conservador de los soldados que habían tomado esa importante decisión: «los soldados que vuelven de las trincheras no quieren, no toleran el desorden. Han pasado por mucho, por el trágico y terrible caos de las batallas, como para no sentir desprecio por el caos y repugnancia por la guerra civil».60 Así, hacia finales de enero de 1919 las violentas acciones de los Freikorps alemanes ayudaron a forjar, en países vecinos como Italia, una percepción transnacional de los excombatientes como efectivos agentes antirrevolucionarios.61

Es importante destacar que, aunque muchos jóvenes nacionalistas de derechas, estudiantes y cadetes que no habían combatido en la guerra se apresuraron a ingresar en estas organizaciones antirrevolucionarias, tan solo una pequeña parte de los veteranos alemanes lo hizo. No obstante, los Freikorps tuvieron una intensa experiencia de combate al actuar militarmente en el Báltico y al destruir la efímera República Soviética de Baviera de abril y mayo de 1919. Con sus mismos rasgos contrarrevolucionarios, en Hungría Miklós Horthy también creó unidades paramilitares que contribuyeron a derribar la breve República Soviética allí instalada, inaugurando el llamado «terror blanco». Gracias a estas gestas contrarrevolucionarias, algunos historiadores definieron a los Freikorps como «heraldos de Hitler», aunque estas unidades mercenarias en realidad carecían de una ideología política clara y coherente.62

Además del fenómeno de los Freikorps, otros veteranos alemanes contribuyeron de forma significativa a la formación de grupos conservadores de autodefensa en 1919. El Stahlhelm («Casco de acero») fue creado por Franz Seldte en Magdeburgo entre noviembre y diciembre de 1918 como una de aquellas organizaciones cuyo propósito era restaurar la «tranquilidad y el orden» social.63 Pero si el Stahlhelm era un grupo formado exclusivamente por «soldados del frente» (Bund der Frontsoldaten), la mayoría de las guardias cívicas de la época fueron principalmente integradas por civiles. Ya en febrero de 1919, Wolfgang Kapp, un político nacionalista estrechamente vinculado a los militares y los Junkers, escribía que para contrarrestar la inminente «guerra civil» los terratenientes más ricos de cada distrito rural debían «comprar coches y luego equiparlos con ametralladoras y granadas de mano… llenándolos con gente joven [patriótica]… preferentemente oficiales o estudiantes».64 Tales grupos de «defensa cívica» fueron particularmente importantes en Baviera. Por su parte, la asociación conservadora Kyffhäuserbund, una organización de veteranos antisocialista y presuntamente apolítica proveniente del periodo guillermino, contaba con más de dos millones de miembros.65

Sin embargo, algunas de las organizaciones de excombatientes más importantes surgidas en Alemania no eran ligas paramilitares sino entidades de beneficencia, y junto a los grupos de veteranos nacionalistas existían también los pacifistas. La Liga de Exsoldados por la Paz (Friedesbund der Kriegsteilnehmer) alcanzaría los 30.000 miembros en 1919, aunque terminase por disolverse en 1922. Por su parte, la Liga Socialdemócrata del Reich de Heridos de Guerra, Antiguos Soldados y Familiares de Muertos de Guerra (Reichsbund der Kriegsbeschädigten, Kriegsteilnehmer un Kriegshinterbliebenen) sumaba 830.000 miembros en 1922. Incluso los veteranos alemanes judíos crearon, en febrero de 1919, su propia asociación, comprometida con la defensa de la memoria de su patriotismo alemán durante la guerra y la lucha contra el antisemitismo.66 Es cierto, sin embargo, que la mayoría de los veteranos alemanes no se unió a ninguna organización política. Como ha señalado Benjamin Ziemann, «las experiencias bélicas de los veteranos pusieron límites a la movilización paramilitar, en vez de favorecerla».67 No obstante, los veteranos fueron un factor de agitación social durante este periodo. En las ciudades de la Alemania de Weimar, los desmovilizados protestaron y se enfrentaron a las autoridades, luchando por obtener compensaciones derivadas de su sacrificio en la guerra, como parte de la cuestión más amplia de las víctimas de guerra (Kriegsopfer), que incluía a un importante número de viudas y huérfanos.68

Muchos veteranos y el ejército alemán percibieron la firma del Tratado de Versalles en junio de 1919 como una humillación. El tratado impuso unas condiciones extremadamente duras a Alemania, considerándola como la única responsable del estallido de la guerra. Fue en este contexto donde comenzó a propagarse el mito de la «puñalada por la espalda» (Dolchstoß): la derrota de Alemania habría sido supuestamente provocada por un puñado de saboteadores desleales, comunistas o judíos (dependiendo de la versión), mientras que los soldados habrían permanecido invictos en el frente.69 El Stahlhelm inició una deriva antirrepublicana con un creciente número de militantes, adoptando la bandera monárquica –negra, blanca y roja–, e incrementando sus contactos con otras agrupaciones nacionalistas. Implementar las cláusulas del tratado de Versalles implicaba reducir sustancialmente el tamaño y armamento del ejército, así como la disolución de los Freikorps, una medida que reducía drásticamente las posibilidades de perseguir una carrera militar para muchos jóvenes excombatientes que no habían conocido otro oficio. Además, la constitución democrática de Weimar, promulgada en agosto de 1919, acrecentó el distanciamiento de estos militares con la República. La nueva carta magna, pese a introducir todo un conjunto de nuevos símbolos nacionales que rompían con la tradición monárquica, permitía a los soldados lucir las medallas y condecoraciones obtenidas en la guerra. Aun así, los militares antirrevolucionarios despreciaron los nuevos uniformes y banderas, y en unos pocos meses, tanto oficiales como soldados se sentían unidos en su generalizada oposición al Gobierno.70

Fue en este marco de desmovilización caótica, agitación revolucionaria y contrarrevolucionaria, dramáticas transformaciones políticas y violencia, en el que surgió la primera organización nacionalsocialista, el Partido de los Trabajadores Alemanes (Deutsche Arbeiterpartei), creado por Anton Drexler en Múnich en enero de 1919. En el mes de octubre, un veterano de guerra frustrado y resentido llamado Adolf Hitler, que ejercía de agente propagandista del ejército dando charlas antibolcheviques, solicitó afiliarse. Aunque Hitler se presentó a sí mismo ante el partido como un Frontsoldat, en realidad había sido un Etappenschwein durante la mayor parte de la guerra.71 Sea como fuere, en 1920 el partido cambió su denominación por la de Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (Nationalsozialistische Deutsche Arbeitpartei, NSDAP) donde Hitler comenzó su carrera política.72 Entre sus preocupaciones destacaba la supuesta influencia perniciosa de los capitalistas judíos angloamericanos que habían impuesto a Alemania un humillante tratado de paz.73 Sin embargo, el primer programa del NSDAP no contenía una sola palabra en referencia a los excombatientes, siendo sus principales características el antisemitismo y el nacionalismo völkisch. Con características que lo diferenciaban claramente de las organizaciones de veteranos del país, el movimiento nazi permaneció confinado en Baviera.

La animosidad de oficiales del ejército y voluntarios antirrevolucionarios contra la joven república derivó en marzo de 1920 en el putsch de Kapp-Lüttwitz, cuyo propósito era imponer una dictadura militar.74 La movilización de la clase obrera desbarató esta intentona mediante una huelga que salvó a la República de Weimar, pero la posterior ola de enfrentamientos desatada entre comunistas y derechistas alcanzó cotas más violentas. En este contexto, algunas voces propusieron la formación de un gobierno compuesto por soldados del frente (Frontsoldatenregierung) como una opción para trascender la polarización entre lo «social» y lo «nacional» en la política,75 pero este vago proyecto nunca acabó por materializarse. La amenaza antirrepublicana fue neutralizada, pero evidenció que importantes elementos militares y paramilitares se oponían frontalmente a Weimar. Esto era particularmente claro en Baviera, donde el putsch facilitó la imposición de un gobierno de corte militarista liderado por Gustav Ritter von Kahr, el cual mantendría una buena relación con las organizaciones paramilitares, patrocinando diversas conmemoraciones en honor de los veteranos y los soldados caídos.76 Así, Múnich se convirtió en el centro de la agitación antirrepublicana. Aunque una de las mayores organizaciones de veteranos, el Reichsbund, condenó rotundamente el putsch,77 grupos antirrepublicanos como el Stahlhelm continuarían creciendo y consolidándose. Poco tiempo después, los círculos militaristas recibieron otro varapalo con la promulgación, en abril de 1920, de la Ley Nacional de Pensiones (Reichsversorgungsgesetz), pues esta significaba la completa desmilitarización del cuidado de veteranos y víctimas. Sin embargo, los mutilados de guerra no se mostraron completamente satisfechos con las pensiones y la asistencia pública que les fueron concedidas.78 La República de Weimar se iba consolidando poco a poco en la superficie, pero era incapaz de reintegrar importantes grupos de veteranos en el sistema.

Pero todos estos acontecimientos no implican que los excombatientes alemanes fueran precursores del fascismo, ni heraldos de Hitler o del movimiento nazi. En 1920, solo algunos oficiales del ejército y grupos de soldados desmovilizados se unieron a las fuerzas voluntarias antirrevolucionarias. Aunque estas eran la más activa y flamante ala de la extrema derecha alemana, radicalmente antirrepublicana,79 sus proyectos políticos de corte reaccionario y defensivo no pueden definirse como fascismo. Tampoco existían en Alemania planes para transformar a veteranos y soldados del frente en una suerte de vanguardia política. Además, el NSDAP era todavía una pequeña organización incapaz de aumentar su militancia y ganar audiencia, y no estaba particularmente interesada en movilizar excombatientes. Pese a que el símbolo del veterano de guerra fue progresivamente asociado a las políticas de extrema derecha –gracias a la efectividad de los Freikorps a la hora de masacrar comunistas–, el conjunto de exsoldados alemanes no actuaba unánimemente en la política, ya fuese de izquierdas o de derechas, revolucionaria o contrarrevolucionaria. Este carácter diverso de la política excombatiente, como veremos a continuación, también se percibe en Francia.

Francia

En Francia, 1918 no fue el año de la derrota ni de la revolución, sino de la victoria, y la historia de sus 6,4 millones de excombatientes ofrece un marcado contraste con la de los alemanes. Francia había sido invadida por el enemigo y había sufrido destrucciones considerables. Cuando todavía se estaba librando el conflicto, los mutilados de guerra franceses, al igual que sus homólogos italianos, fueron los primeros en promover sus intereses mediante la creación de asociaciones para mejorar sus condiciones de vida por medios legales. A lo largo de 1919, los veteranos galos crearon una miríada de asociaciones valiéndose de la potente tradición asociativa de la República francesa. Así, las dos principales organizaciones de veteranos experimentaron un rápido crecimiento. La republicana y centrista Union Fédérale (UF) se fundó en febrero de 1918 bajo el liderazgo de Henri Pichot, mientras que Charles Bertrand dirigiría la conservadora Union Nationale des Combattants (UNC), creada en octubre de ese mismo año. La lealtad de estos grupos hacia la república contrasta con la tibia actitud que mostraron muchas asociaciones de veteranos germanos hacia Weimar.80 La diferencia estribaba en que la República francesa había obtenido una gran victoria, mientras que la de Weimar era el resultado de la derrota.

Diversos movimientos políticos en Francia desarrollaron programas específicos destinados a los soldados que volvían del frente. La postura de la izquierda francesa hacia los veteranos estaba perfectamente representada por el escritor Henri Barbusse, cuya exitosa novela Le Feu (1917) había descrito las experiencias de guerra de los poilus. Barbusse afirmaba que, durante la guerra, los soldados habían combatido contra el nacionalismo y el militarismo y por los ideales republicanos de libertad y justicia. No en vano, su crítica contra los belicistas franceses se acompañó de un inicial apoyo al proyecto de la Sociedad de Naciones. Barbusse fundó una pequeña asociación de veteranos comunistas, la Association Républicaine des Anciens Combattants (ARAC), creada para defender los intereses materiales de los veteranos discapacitados. Con ella, proyectaba participar en política en búsqueda de la justicia social y la paz internacional,81 ideales de los que también se hacían eco los socialistas italianos a comienzos de 1919.82 En contraste, la extrema derecha antirrepublicana francesa, encarnada por la Action Française de Charles Maurras y sus colaboradores Léon Daudet y Georges Valois, estaba más interesada en recompensar a los veteranos por su servicio. Su programa se cimentaba esencialmente en la idea de dar a los veteranos la «parte de la victoria» –«la parte de los veteranos» (la part du combattant)–, a la que tenían derecho.83 Estos extremistas de derechas habían ido desarrollando el concepto de «la parte de los veteranos» desde 1916, y para hacerlo realidad tras la victoria –decían–, Alemania debía pagar las reparaciones de guerra al completo, pues la compensación económica a los veteranos debía venir directamente «de las manos del agresor».84 Entre todas estas diversas posturas políticas de 1919, los veteranos franceses estaban lejos de posicionarse unívocamente: mientras algunos clamaban por endurecer la acción gubernamental contra el bolchevismo, otros anunciaban la creación de la «internacional de los veteranos» (l’internationale des combattants) para hacer la revolución.85

Aparte del descontento con su situación socioeconómica y su hostilidad por los políticos, en general los excombatientes franceses sentían que la guerra los había convertido en hombres nuevos imbuidos de un nuevo espíritu, encargados por tanto de ejercer de guías morales del país. Antoine Prost ha argumentado que el leitmotiv de la historia del movimiento de veteranos franceses fue crear una gran asociación unificada de carácter apolítico comprometida con el mantenimiento de la paz nacional e internacional.86 Un compromiso que no resulta sorprendente si tenemos en cuenta que el Tratado de Versalles favorecía considerablemente los intereses franceses. Pero en realidad, las dos principales asociaciones de veteranos galos mantenían marcadas diferencias políticas.87 La UNC, a diferencia de la UF, no creía en la Sociedad de Naciones y temía que Alemania todavía encarnase una amenaza. Para defender sus intereses internacionales, la UNC creó en noviembre de 1920 la Fédération Interaliée des Ancien Combattants (FIDAC), una organización interaliada de veteranos inicialmente presidida por Charles Bertrand. Por su parte, la UF crearía en 1925 su propia entidad internacional –la Conférence internationale des associations de mutilés et anciens combattans (CIAMAC)–, mientras la comunista ARAC mantuvo algunos contactos internacionales con otras asociaciones de veteranos de izquierdas. Estos ejemplos muestran la creencia, firmemente asentada en Francia, de que los veteranos constituían un grupo con una identidad y unos intereses compartidos, una convicción que rápidamente empujó a veteranos de guerra de diversa orientación a establecer contactos internacionales con excombatientes de su misma ideología.

Los otros aliados y España

Para completar este fresco de la temprana posguerra debemos mencionar otros países que, tras la Primera Guerra Mundial, tuvieron que lidiar con procesos de desmovilización o sufrieron la crisis socioeconómica de los años 1918-1921. Canadá, por ejemplo, hizo frente a la reintegración de 500.000 veteranos, que ya habían formado asociaciones a la altura de 1916. El Gobierno canadiense se apresuró a crear una agencia para facilitar la rehabilitación de los 70.000 mutilados, mientras que los excombatientes, que a través de su movilización asociativa materializaron algunas aspiraciones,88 consiguieron unificar su movimiento en 1925 con la Legión Canadiense, organización hecha a imagen y semejanza de la Legión Americana. Igualmente, los veteranos estadounidenses, descontentos con la situación encontrada tras su periplo europeo, se habían comenzado a organizar en 1919 para proteger sus intereses y reafirmar su identidad. En Estados Unidos los antiguos soldados siempre habían sido venerados tradicionalmente como figuras de prestigio, y tras la Gran Guerra sus nuevas asociaciones se convirtieron rápidamente en influyentes plataformas políticas que facilitaban la entrada de los excombatientes en la política americana. En ambos países, Canadá y Estados Unidos, los veteranos crearon organizaciones que actuaban de manera similar a las de Europa. Por ejemplo, la Legión Americana destacaría por su carácter antibolchevique.89 Sin embargo, a este lado del Atlántico no surgió todavía ningún movimiento fascista que sedujese a los veteranos: en consecuencia, estos consiguieron unificar sus asociaciones más fácilmente, integrándose sin demasiados problemas en el sistema político y la sociedad civil.

La situación en Gran Bretaña era en cierto modo similar. Durante la propia guerra se formaron hasta cuatro organizaciones diferentes para defender la causa de los mutilados, obteniendo algunos triunfos en sus reivindicaciones. En las elecciones de diciembre de 1918 –llamadas elecciones caqui por el color de los uniformes que simbolizaban la relevancia de las cuestiones posbélicas–, la lista electoral excombatiente obtuvo malos resultados: solo uno de ellos llegó al Parlamento. Probablemente, esto se debió a que muchos soldados todavía no habían sido licenciados, quedando imposibilitados para ejercer el voto. Cuando se llevó a cabo la desmovilización, los retornados no encontraron aquel «país preparado para acogerlos como héroes» que Lloyd George había prometido durante la campaña electoral, y la decepción generó disturbios y agrias protestas. En este turbulento contexto de 1919, los veteranos crearon nuevas asociaciones como la Unión Nacional de Antiguos Soldados y la Unión Internacional de Antiguos Soldados, que no obstante no consolidaron ninguna línea política clara. En el clímax del descontento social, los excombatientes llegaron a boicotear las celebraciones de la paz de julio de 1919, aunque a finales de ese mismo año los ánimos se apaciguaron gracias a la promulgación gubernamental de una serie de medidas en su favor. Al final, el tan extendido temor a la «brutalización» de los desmovilizados demostró no tener demasiado fundamento, y en 1921 la fusión de diversos grupos de excombatientes derivó en la formación de la Legión Británica bajo el liderazgo de Mariscal de Campo Earl Haig; esta sería una respetable, prestigiosa y conformista asociación para mediar entre los veteranos y el Estado.90

Por el contrario, en la península ibérica la cuestión de los veteranos solo tuvo un impacto muy indirecto en la política, lo que no quiere decir que Portugal y España eludieran la alta inestabilidad del periodo 1919-21. Portugal había luchado en la Primera Guerra Mundial del bando Aliado enviando un pequeño contingente de soldados al frente occidental. Estos no lograron formar una asociación, la Liga de los Veteranos de la Gran Guerra (Liga dos Combatentes da Grande Guerra), hasta una fecha tan tardía como 1921.91 Por su parte, España no había participado en el conflicto, pero su política interna se había visto profundamente influenciada por lo que pasaba en el resto del continente. Durante la contienda se produjo una importante división entre aquellos que apoyaban a los Aliados, los aliadófilos, y los que apoyaban a los Imperios Centrales, denominados germanófilos. En 1917, toda una serie de alteraciones de carácter militar, social y político empujaron al país a una crisis,92 lo que abrió hasta 1923 un periodo de descontento social, turbulencias parlamentarias, sindicalismo y violencia, particularmente destructiva en la ciudad de Barcelona.93 Además, en 1919 se desató un nuevo conflicto armado contra las tribus rifeñas en el Protectorado español en Marruecos que condujo a una derrota sin precedentes de las tropas españolas en Annual en julio de 1921, cuyo consiguiente escándalo acabó por minar los cimientos del frágil sistema político liberal, despreciado por los oficiales africanistas. Estos, un grupo militar corporativo forjado en las guerras de Marruecos, mantenían una enconada rivalidad con los oficiales destinados en la España peninsular, quienes habían organizado juntas militares y se oponían a la promoción por méritos de guerra.94 Como veremos, todos estos conflictos lastraron el devenir político del país en los años siguientes.

Pese a la naturaleza transnacional de los desafíos históricos del periodo de entreguerras, Italia fue el único país de Europa occidental en el que la crisis de posguerra terminó con la consolidación de un movimiento fascista. El Fascismo italiano fue el primer movimiento de esta índole capaz, en el periodo de entreguerras, de establecer una dictadura y acabar con la democracia liberal en un país europeo.95 El fascismo apareció como ideología en la Italia de 1919, y los Fasci di combattimento se convirtieron en movimiento de masas entre 1920 y 1921, y se transformaron en partido político –el Partito Nazionale Fascista (PNF)– en noviembre de 1921. Ya en octubre de 1922, tras la llamada Marcha sobre Roma, el orden liberal democrático había sido derribado. El Fascismo italiano fue el primer, original y más influyente movimiento fascista durante los años veinte, y sus orígenes entroncan directamente con la experiencia de la Primera Guerra Mundial.

LOS EXCOMBATIENTES Y EL NACIMIENTO DEL FASCISMO ITALIANO

Pese a la victoria, 1919 fue un año de profunda crisis en toda Italia.96 Tras cuarenta y un meses de guerra total, el país se enfrentó al traumático fin repentino de las hostilidades. Durante el primer año de paz, mientras Europa intentaba ubicarse en el nuevo escenario posbélico, Italia se embarcó en un amplio proceso de desmovilización,97 tarea llevada a cabo mientras el coste de la vida se incrementaba vertiginosamente. Mientras en París se desarrollaban complejas negociaciones de paz, los campesinos italianos se lanzaron a ocupar las tierras de labranza; huelgas de trabajadores, disturbios y protestas recorrieron la península. La sociedad italiana, lejos de estar unida moralmente bajo los laureles de noviembre de 1918, intensificó su agria confrontación entre intervencionistas y pacifistas, entremezclada ahora con la lucha de clases. Ese mismo año vio surgir tanto el movimiento excombatiente como el fascista. Para los protofascistas mussolinianos, había llegado la hora de comprobar si se cumplían sus predicciones sobre la orientación política de los veteranos en el contexto de desmovilización. En este apartado analizaré los orígenes de la relación de los fascistas con los excombatientes italianos.

Fue el Ministerio de Guerra el encargado de lidiar con la pesada tarea de desmovilizar a unos 3,7 millones de hombres en armas. Entre noviembre y diciembre de 1918, las quintas más mayores (los nacidos entre 1874 y 1884) fueron enviadas a casa, mientras que la desmovilización del resto de conscriptos (nacidos entre 1885 y 1900) experimentó una considerable ralentización entre enero y marzo de 1919. A la altura de la segunda fecha, casi dos millones de soldados habían regresado ya a la vida civil, pero el proceso sufrió un parón entre marzo y junio debido a las tortuosas negociaciones de paz que estaban teniendo lugar en París.98 Los antiguos combatientes fueron acumulando rencores por la desaceleración de la desmovilización y los problemas de reintegración en el mercado laboral.99

Bajo la atenta mirada de Mussolini y sus colaboradores, el movimiento excombatiente comenzó a definirse más claramente durante la primera mitad de 1919. Al firmarse el armisticio de noviembre de 1918, la ANMIG publicó un «Manifiesto al País» (Manifesto al Paese) que detallaba un programa político, socioeconómico y moral destinado a renovar la nación. Simultáneamente, anunció la fundación de una gran asociación de veteranos que se denominaría Associazione Nazionale Combattenti (ANC).100 Il Popolo d’Italia, insistiendo en que la nación debía dar la bienvenida a aquellos trabajadores que regresaban del frente, apoyó esta idea alegando que los excombatientes consideraban difuntos a todos los viejos partidos políticos,101 pero el periódico de Mussolini no se mostró explícitamente de acuerdo con el programa democrático y reformista de los veteranos,102 sino que pronto empezó a dar forma a su propia línea política en torno a los problemas de los retornados.

Así, Il Popolo d’Italia se centró en preparar el regreso a casa de los considerados como los «líderes de la nueva Italia» (I quadri della nuova Italia): una casta de oficiales a los que el periódico denominó «trincherarcas» (trincerarchi), un nuevo concepto basado en la previa idea de trincerocrazia y que parecía formulado para ensalzar a aquellos jóvenes que habían comandado tropas. Estos líderes, se decía, habían madurado lentamente durante la guerra, adquiriendo consciencia de nuevos derechos y abriendo sus mentes a nuevos horizontes. Mientras nadie en Italia parecía interesarse por defender los intereses de aquellos 200.000 oficiales, Il Popolo d’Italia se presentó como defensor de sus aspiraciones, y las equiparó al interés general de la nación. Por ello, quienes escribían en el diario mussoliniano exigieron a la sociedad que se «hiciese hueco a la trincerocrazia»; recopilaron sus numerosos agravios y quejas, con las que posteriormente elaboraron un programa que exigía una rápida y eficiente desmovilización; y conectaron las aspiraciones de estos veteranos con el proyecto político de una «Asamblea Constituyente» (la Costituente dei Combattenti). Ya que los trincerarchi habían conducido a las tropas a la victoria (indiquadratori della vittoria), estos debían por tanto liderar la nueva Italia, razón por la cual había que licenciarlos a la mayor brevedad. Ciertos oficiales y arditi que se veían a sí mismos como trincerarchi tendieron a abrazar esta retórica, entendiendo la trincerocrazia como un gobierno formado por veteranos. Por ejemplo, Italo Balbo, en aquella época un joven teniente de los alpini, escribió a Il Popolo d’Italia mostrando su apoyo explícito a la Constituente, como hiceron otros veteranos. Sin embargo, esta Constituente nunca llegó a materializarse y los planes de Mussolini, en línea con los de los grupos nacionalistas e intervencionistas, permanecieron irrealizados.103

En aquel momento, los elitistas arditi eran el único grupo de veteranos adheridos al movimiento de Mussolini. Este les había rendido un tributo entusiasta durante las celebraciones por la victoria del 10 de noviembre de 1918 en Milán, donde declaró que estos soldados representaban los «maravillosos guerreros jóvenes de Italia».104 En septiembre de ese mismo año, el ardito Mario Carli,105 junto con los escritores Marinetti y Emilio Settimelli, habían fundado la revista Roma futurista. Y por aquellos días, espoleados por el discurso futurista revolucionario que proclamaba la «supremacía del combatiente»,106 arditi desmovilizados deambulaban sin control por Milán y otras regiones del norte de Italia agrediendo a civiles, particularmente a socialistas.107 En enero de 1919, algunos de ellos crearon la Asociación de los Arditi de Italia (Associazione fra gli Arditi d’Italia) para expresar el espíritu de estas tropas de asalto. El día 11 de dicho mes los arditi provocaron disturbios particularmente graves en el teatro de La Scala en Milán, que marcaron la desintegración del bloque político intervencionista. En estos incidentes, los mussolinianos atacaron públicamente a aquellos intervencionistas como Bissolati que habían renunciado a algunas de las aspiraciones territoriales del nacionalismo italiano. Entre aquellos arditi inadaptados a vida civil estaba Ferruccio Vecchi, que no tardó en acuñar la noción de arditismo para definir la cosmovisión agresiva y temeraria y el comportamiento violento de su grupo.108 Como vemos, el símbolo de los arditi se convirtió pronto en una clave de la mitología intervencionista y antisocialista.

Siguiendo su propia y particular agenda, el movimiento excombatiente comenzó a expandirse en la primera mitad de 1919. Mientras soldados desmovilizados descontentos se hacían oír con sus protestas en las ciudades del centro y el norte de Italia, la ANC se extendió geográficamente, estableciendo una tupida red de periódicos, así como secciones provinciales y locales.109 Las páginas de Il Popolo d’Italia solían mencionar y comentar brevemente la fundación de células organizativas tanto de la ANC como de la ANMIG, sus asambleas y su incipiente actividad de asistencia social.110 Paralelamente, también fueron surgiendo otras asociaciones de veteranos con amplia variedad de orientaciones ideológicas y dispar implantación territorial.111 En Turín, un grupo de excombatientes formó la Asociación Nacional de Veteranos Zona Operante (Associazione Nazionale Reduci Zona Operante, ANRZO) con un vago programa mazziniano, empleando una retórica revolucionaria pero antibolchevique.112 Otros formaron la Unión Nacional de Veteranos de Guerra (Unione Nazionale Reduci di Guerra, UNRG), que representando las inclinaciones sociales y pacifistas de la Iglesia católica se mantuvo próxima al nuevo Partido Popular Italiano (Partito Popolare Italiano, PPI) y obtuvo mayor seguimiento en las áreas rurales y tradicionalmente católicas como el Véneto.113 Por su parte, veteranos de unidades de élite formaron la Asociación Nacional de Alpini (Associazione Nazionale Alpini) en las regiones montañosas septentrionales, manteniendo un discurso tendencialmente conservador. Todas estas entidades surgieron a partir de la extendida y optimista creencia en el potencial de los excombatientes para cambiar el país, pero también de las preocupaciones y conflictos provocados por el empeoramiento de la situación social y política.

Todavía más importante, el creciente miedo de las clases medias y altas italianas a la expansión del bolchevismo marcó el desarrollo de las asociaciones de veteranos. Al final de la guerra, la tendencia maximalista del PSI, inspirada por la Revolución rusa, devino hegemónica en el socialismo italiano. Por aquellos días, también se creó una asociación socialista para veteranos: la Liga Proletaria (Lega proletaria fra mutilati, invalidi, orfani e vedove di guerra), vinculada al propio PSI.114 Esta asociación se proponía defender los intereses de los excombatientes desde una perspectiva de clase, considerándolos más como víctimas de guerra, junto a inválidos, huérfanos y viudas, que como héroes o exsoldados. En consecuencia, la Liga Proletaria hizo gala de un discurso pacifista y antimilitarista que enfatizaba los horrores de la guerra, representada como una masacre inútil y una locura fratricida. El número de miembros de esta asociación comenzó a crecer progresivamente, fundamentalmente en los bastiones socialistas del norte, y a la altura de la primavera de 1919 superaba los 50.000 afiliados. Los ejemplos de Henri Barbusse y la francesa ARAC sirvieron como inspiración para sus actividades.

Dentro de este agitado contexto de proliferación de grupos de veteranos, el Fascismo emergió formalmente. Il Popolo d’Italia publicó la convocatoria para la fundación de los Fasci di combattimento a comienzos de marzo de 1919, especialmente dirigida a los veteranos –«combatientes y excombatientes» (combattenti, ex combattenti)– y haciendo hincapié en el potencial de estos individuos para expulsar del poder a las viejas clases dirigentes. Agostino Lanzillo urgió a los excombatientes a «intervenir y hacerse con el gobierno del Estado» y establecer inmediatamente un «régimen enérgico» que haría frente al crítico momento que se estaba viviendo.115 Sin embargo, los agitadores de Il Popolo d’Italia no fueron demasiado exitosos, ya que tan solo algunos grupos locales de veteranos mostraron su apoyo.116 Como es bien sabido, el «pintoresco» mitin fundacional del Fascismo, celebrado el 23 de marzo de 1919 en la Piazza San Sepolcro de Milán, pasó prácticamente inadvertido.117 Únicamente asistieron trescientas o cuatrocientas personas, incluyendo intervencionistas revolucionarios, estudiantes y periodistas. Puede que en torno a la mitad de los asistentes fuesen veteranos de guerra, en su mayoría arditi como Ferruccio Vecchi o futuristas como Marinetti. Aparte de radicales y contradictorias proclamas nacionalistas y diatribas antibolcheviques, los fascistas no presentaron ningún programa político coherente, aunque es importante resaltar que lo primero que Mussolini dejó claro fue el apoyo fascista a las demandas de las asociaciones de combattenti.

Excombatientes y fascismo en la Europa de entreguerras

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