Читать книгу La insubordinación de la fotografía - Ángeles Donoso Macaya - Страница 5

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Nota a la traducción

Todos los proyectos de investigación emergen de su contingencia. Comencé a trabajar en este proyecto en el 2011, el mismo año en que estudiantes universitarios y de secundaria se tomaron las calles para demandarle al Estado chileno la completa transformación del lucrativo modelo de educación imperante, uno de los tantos legados de la dictadura. Ese invierno me encontraba precisamente en Santiago. Mi plan era pasar tiempo trabajando en la Biblioteca Nacional, recolectando material de archivo para este proyecto. Parte del tiempo que tenía pensado pasar en la biblioteca me lo pasé en la calle, marchando por la Alameda –un cuerpo más entre los cientos de miles que participaban en esas festivas marchas–. Muy pronto comenzaron a circular imágenes de las multitudinarias marchas de protesta y también de la inmensa fuerza policial desplegada para reprimirlas; la cobertura mediática se dividía entre quienes culpaban a los manifestantes y a los «encapuchados» por la violencia desatada (la mayoría) y quienes reconocían tímidamente el violento actuar de Carabineros.

Los distintos enmarques visuales de la protesta y la potencia desestabilizadora de la fotografía como aparato de registro y de denuncia eran dos cuestiones centrales de la reflexión que por entonces comenzaba a desarrollar. Ese 2011 no pensaba que la investigación y el trabajo de escritura durarían ocho años más, ni mucho menos que terminaría publicando el libro primero en inglés, pero así fue: The Insubordination of Photography. Documentary Practices under Chile’s Dictatorship apareció en enero de 2020. Mi libro considera la centralidad de la fotografía como práctica, aparato y lenguaje en el espacio público de la protesta; también explora la emergencia y la consolidación del campo fotográfico durante la dictadura, en medio de la represión más extrema, en un campo cultural asediado por la censura.

Comencé la traducción de La insubordinación de la fotografía «de vuelta» al español a fines de 2019, casi al mismo tiempo en que empezaba la revuelta en Chile, y la terminé a mediados de 2020, confinada en mi departamento en Nueva York, pendiente de los avances de la pandemia aquí y allá. Es decir, el trabajo de traducción estuvo marcado (y se vio interrumpido constantemente) por la revuelta y su diseminación mediática. Mientras avanzaba lentamente en la traducción del libro, iba siguiendo todo lo que estaba pasando en Chile. La información sobre la revuelta me llegaba a través de las noticias publicadas en diferentes medios de prensa independientes y, quizás más importante, a través de fotos y videos, producidos y diseminados por participantes de las marchas y por diferentes colectivos fotográficos que emergieron precisamente en el contexto de la revuelta.

La violencia intrínseca del Estado chileno neoliberal, violencia racista y clasista que el pueblo mapuche conoce muy bien, se hizo manifiesta en el contexto de la revuelta (y luego de la pandemia) de manera elocuente y material. Desde octubre en adelante, a medida que aumentaban la masividad y la festividad de las marchas y las protestas, fueron también aumentando los casos de personas con mutilaciones oculares y otras heridas producto del impacto de perdigones de bala y de proyectiles de bombas lacrimógenas (armas químicas que además producen daños permanentes en el organismo y en el medio ambiente). A las denuncias de mutilaciones oculares, de tortura y de otras formas de abuso por parte de oficiales de Carabineros en contra de manifestantes, todas violaciones documentadas en los diferentes informes publicados por organizaciones nacionales e internacionales (Observatorio Ciudadano, Instituto Nacional de Derechos Humanos, Human Rights Watch, Amnistía Internacional y la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos), se sumaban los incontables registros fotográficos y audiovisuales que comenzaron a proliferar prontamente en redes sociales y en las plataformas de diferentes medios independientes. Veo estos registros documentales como claras instancias de resistencia; se trata de registros que han servido para contrarrestar la histórica parcialidad de los medios de prensa tradicionales.

Entre escritura y contingencia no he podido dejar de pensar en la trama de coincidencias espaciales, temáticas y afectivas que, para bien o para mal, les dan a las reflexiones que desarrollo aquí renovada vigencia. La revuelta popular que estalló en las calles se expandió y se amplificó en múltiples registros fotográficos. En cuestión de semanas, no pocas fotos devinieron imágenes icónicas del «estallido». Como en los años de la dictadura, estos registros documentales de la revuelta, diseminados y amplificados ahora a través de las redes sociales, han servido para impugnar (y también interrogar, cuestionar y develar) la restringida cobertura mediática realizada por corporaciones televisivas y conglomerados de prensa. En este sentido, espero que la reflexión sobre la necesaria labor que realizaron las y los fotógrafos y los medios de prensa independientes durante la dictadura, incluida la denuncia y la resistencia a toda forma de censura (editorial, textual y visual), contribuya a los debates en el contexto presente sobre los límites de la libertad de pensamiento y de expresión y a la demanda sobre el derecho de acceso a la información como derecho fundamental para todas las personas que habitan el territorio.

La insubordinación  de la fotografía

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