Читать книгу Susan Glaspell y los Provincetown Players - Nieves Alberola Crespo - Страница 10

Оглавление

HUMOR Y PSICOANÁLISIS

Vivimos y evolucionamos entre dos extremos, la risa y el llanto, entre dos polos que se unen en el humor, cualidad importante y valiosa que forma parte de la inteligencia. El humor necesita de la sorpresa y nos proporciona placer al transformar la tristeza en alegría, la desilusión en comicidad. En el humor hay algo de liberador: como público nos reímos mejor cuando el humor valiente y generoso al poner en tela de juicio ideas, creencias o deseos nos preserva de la seriedad de espejismos y fanatismos. Aquellas personas que usan el humor como estrategia en sus escritos se afanan por llegar a un amplio espectro de audiencia especializada o no en el tema tratado. Dicha tarea no es fácil porque su éxito radica en lograr que a pesar del paso del tiempo el humor no se pierda y que generación tras generación puedan disfrutar de un humor que perdura a pesar del paso de los años, de un humor que llegado el caso, no se pierda en la traducción a otras lenguas, que perdure su esencia en las adaptaciones a otras culturas, a otros registros espacio-temporales.

A principios del siglo XX Susan Glaspell y George Cram Cook experimentaron al escribir juntos Suppressed Desires (Deseos suprimidos) que la risa podía ser terapéutica y que el humor era fundamental para crear un sentido de comunidad. En su deseo por crear una nueva forma de teatro con objetivos artísticos y sociales más en la línea de los Abbey Players (Irish Players)7, Glaspell y Cook tenían que romper con las temáticas y las formas teatrales tradicionales. «Deseos», «sueños», «complejos», «subconsciente» o «libido», palabras que aparecen constantemente en Deseos suprimidos, nos revelan que los autores estaban familiarizados con el psicoanálisis, la nueva ciencia del alma que había irrumpido con fuerza a ambos lados del Atlántico. El decantarse por el tratamiento humorístico y crítico de un tema científico como eje central de la obra, es decir, su predilección por popularizar una temática a la que se suponía que únicamente la élite intelectual podía tener acceso iba a suponer un antes y un después en la historia del teatro norteamericano.

Antes de que Sigmund Freud visitara América acompañado entre otros por su discípulo Carl Jung, sus teorías ya eran conocidas en Estados Unidos. Varios profesores, entre ellos Hugo Münsterberg, se habían hecho eco de las mismas en sus publicaciones en diversas revistas8. En 1909 con motivo de la celebración del 20 aniversario de la fundación de Clark University (Worcester, Massachussets), el profesor Granville Stanley Hall9 invitó a Freud a dar una conferencia a la que asistirían entre otros William James y el doctor A.A. Brill. Freud impartió –en alemán– una ponencia titulada Five Lectures on Psychoanalysis en la que de manera muy condensada hablaba de las teorías que había trabajado en varios de sus libros: La interpretación de los sueños (1900)10, Tres contribuciones a la teoría del sexo (1905)11, La psicología del día a día (1901)12 y Estudios sobre histeria (1893-1895)13. Ernest Jones14 fue quien convenció a Freud de traducir al inglés su conferencia, traducción que se publicó en 1910 en la revista American Journal of Psychology.

Freud, antes de desarrollar su teoría sobre la interpretación de los sueños, se puso en contacto con un respetado médico de familia –Josef Breuer15– que inducía a sus pacientes a la hipnosis16 para que así libremente hablaran sobre sus problemas y poder liberarlos de su ansiedad o curarlos de sus enfermedades. Fue tras esta experiencia cuando Freud decidió que «no era necesario inducir a sus pacientes a hipnosis», sino que simplemente había que invitarlos a tumbarse en un diván a relajarse y «él se sentaría, donde el paciente no pudiera verlo, a escucharlo hablar de todo» (Sievers, 1955: 24). En el círculo de amistades de Glaspell y Cook al menos tres conocidos habían sucumbido a la nueva moda y se habían sometido a la terapia del psicoanálisis: Max Eastman, director de la revista The Masses y profesor de filosofía, Floyd Dell, escritor y periodista, y Mabel Dodge, una joven de familia acaudalada interesada en temas artísticos e intelectuales. Fue esta joven la que invitó al doctor A. A. Brill a dar una conferencia sobre psicoanálisis en su apartamento en 191317. Además, según Ellen Gainor, Eastman y Dell fueron de los primeros en publicar sobre psicoanálisis y su interés en el mismo «coincide precisamente con el periodo de composición y primera producción de la obra. De hecho, Deseos suprimidos se hace eco de sus escritos así como refleja el interés general en este campo dentro de la comunidad»18 (2001: 26).

Muchos intelectuales y artistas neoyorkinos gustaban de pasar los inviernos en Greenwich Village y los veranos en Provincetown, una pequeña ciudad de pescadores en la que alquilaban cabañas por poco dinero –costumbre que Glaspell y Cook iniciaron tras contraer matrimonio en abril de 1913. En esta comunidad de artistas se criticaba las producciones de Broadway que no dejaban nada para la imaginación y lo único que les movía era el afán de lucro. Se sentían atraídos por los pequeños teatros experimentales, como el de Maurice Brown en Chicago, donde se realizaban propuestas arriesgadas y originales, y, en su fuero interno, deseaban que algo parecido tuviera lugar en la ciudad de Nueva York, deseo que les lleva a escribir y así contribuir con obras originales. Este impulso creativo queda recogido por Glaspell en The Road to the Temple en la que comenta que tomando como tema la obsesión que muchos habitantes de Greenwich Village tenían por el psicoanálisis, ella y Cook disfrutaron intercambiando parrafadas para montar la obra. Una vez finalizada la ofrecerían a los recién estrenados Washington Square Players19 quienes la rechazarían por ser «demasiado especial» (2005 [1926]: 202). Esta negativa no constituyó un obstáculo puesto que en 1915, mientras veraneaban en Provincetown junto con sus amistades, decidieron representarla en casa de Neith Boyce y su marido Hutchins Hapgood: Glaspell en el papel de Henrietta Brewster, Cook en el de Stephen Brewster y Lucy Huffaker, compañera y amiga de universidad de Glaspell, en el de Mabel. Robert Edmund Jones sería el encargado de la escenografía: con gran economía y simplicidad de elementos transformó una estancia del número 621 de la Calle Comercial en el primer escenario que daría la bienvenida no solo a Deseos suprimidos sino también a la obra de Neith Boyce Constancy, dos obras de un solo acto en las que se trata en clave de humor la obsesión por el psicoanálisis y las paradojas de los matrimonios modernos respectivamente.

Barbara Ozieblo comenta en Susan Glaspell. A Critical Autobiography que la obra se debe en gran parte a un escéptico artículo de Edwin Tenney Brewster publicado en McClure´s (octubre 1912), titulado «Dream and Forgetting: New Discoveries in Dream Psychology». Brewster comete un error que Glaspell y Cook perpetuaron: no distinguir entre deseos suprimidos y deseos reprimidos.

Según W. David Sievers, el traductor de Freud, [el psiquiatra] A. A. Brill consigna: Hay que distinguir entre represión, que es un proceso inconsciente, y supresión, que es el consciente disciplinar de los impulsos propios recurrido por la civilización. Sievers señala que la sátira de Susan Glaspell con propiedad debería titularse Deseos reprimidos. Sin embargo, estrictamente hablando, debería haber sido Deseos reprimidos y suprimidos: a Mabel le dicen que, por el bienestar de los Brewster, suprima los deseos que ya no pueden reprimirse porque el analista los ha sacado a la palestra al explicarlos (2000: 69).

Con todo, sería preferible soslayar esta interpretación como peripecias del lingüista, incluso para escritura de magistral pericia como la suya. A pesar de la confusión en la utilización de los términos, la divertida caracterización, la aguda sátira y el diálogo inteligente se combinan para hacer de esta obra una comedia efectiva que mantiene su atractivo a pesar del paso del tiempo.

A primera vista Deseos suprimidos puede parecer simplemente una sátira frívola sobre el impacto de las teorías freudianas en Norteamérica. Como ya se ha comentado, las teorías de Freud sobre el subconsciente habían fascinado a los intelectuales de finales del siglo XIX y principios del XX; pero al cruzar el Atlántico habían sido americanizadas mostrando que cualquier tipo de represión podría resultar perniciosa, en otras palabras, el psicoanálisis en su forma popularizada se reducía al descubrimiento de la importancia del sexo en la vida humana. Pero realmente se trata, en palabras de Ludwig Lewisohn, de una comedia curiosamente construida (no de personajes) «sino de ideas, o más bien de la confusión, falsedad o absurdo de las ideas»20 (1922: 104).

En una primera lectura de la obra lo primero que llamó mi atención fue la divertida caracterización, el diálogo inteligente y la aguda sátira. Como traductora, el desafío residía en adaptarla al español y conseguir que resultara tan divertida como el original. La principal dificultad a la que me enfrentaba era traducir el inteligente juego de palabras de la obra original para no perder en la versión española ese humor, esa comicidad tan deliciosamente atractiva. Tras meses de trabajo y probar distintas versiones, finalmente me decanté por hacer una variación en los nombres de los personajes: Henrietta Brewster sería en la versión española Gala Butcher, Stephen Brewster pasaría a ser Caius Butcher y en el caso de Lyman Eggleston mantendría el nombre y el apellido sería sustituido por Hueversham.

La protagonista de la obra, Gala Butcher21, está completamente obsesionada por el psicoanálisis y adora a su terapeuta, el doctor Russell. Su marido, Caius, está cansado de las tonterías de su esposa que no cesa en su búsqueda de complejos e incluso lo despierta a media noche para discutir y analizar lo que él sueña. Aprovechando que su hermana Mabel los visita, Gala insta tanto a su marido como a su hermana a que vayan a la consulta del psicoanalista, apuntando los peligros de suprimir los deseos. El doctor Russell interpretará el sueño de Mabel de ser una gallina como una aversión a su propio marido y un deseo suprimido por Caius. Y en cuanto a los sueños de Caius sobre las paredes de su habitación retrocediendo y dejándolo solo en un bosque es interpretado como la prueba concluyente de que desea librarse de su esposa, su deseo suprimido. Ante tales interpretaciones, Gala se siente traicionada por su mentor y promete quemar todos los libros sobre psicoanálisis; Caius, feliz, decide olvidar todo lo que le han dicho durante la sesión de terapia y permanece con su mujer. En cuanto a Mabel, le aconsejan que se mantenga firme en su tarea de suprimir el deseo que siente por Caius.

Gala Butcher se considera una mujer moderna, una intelectual que cree en la libertad y está en contra de los códigos morales petrificados heredados; de forma autodidacta, consigue dominar la jerga psicoanalítica (subconsciente, complejos, deseos, o libido forman parte de su vocabulario, los usa apropiadamente con soltura) al tiempo que es capaz de actuar como una verdadera profesional al interpretar los sueños (Freud) y aplicar la técnica de asociación de palabras (Jung). Sus conocimientos en la materia le posibilitan realizar una interesante puntualización: «El psicoanálisis no te dice que se tenga que satisfacer cada deseo suprimido», palabras que nos recuerdan las declaraciones del padre del psicoanálisis en una de las últimas entrevistas que concedió.

Por otra parte, Caius ironiza constantemente sobre el psicoanálisis: es capaz de reducirlo al conocido complejo de Edipo; habla sobre la nueva ciencia como una nueva religión que tiene nefastas consecuencias; y, finalmente, participa en el discurso psicoanalítico puesto que los hombres, en este caso, pueden salir más beneficiados al encontrar un aliado en el psicoanálisis para dar rienda suelta a sus deseos sin ser cuestionados. Tanto Caius como el doctor Russell –personaje ausente pero que podemos afirmar que mueve los hilos desde los bastidores– se hacen eco del rechazo a la institución del matrimonio de muchos intelectuales y artistas que habitaban en Greenwich Village a principios del siglo XX.

Del personaje de Mabel hay que subrayar su rápida evolución: en tan solo dos semanas de terapia es capaz de familiarizarse y utilizar su argot con destreza inusitada. Domina las reglas del juego, hecho que contrasta con la primera escena en la que se presenta como una ignorante hasta el punto de creer que el psicoanálisis tiene que ver con la «guerra». Dos posibles interpretaciones: 1. Esta es la única referencia al contexto histórico en el que se escribe la obra, es decir, es una alusión a la Primera Guerra mundial. 2. Una segunda lectura por la que podríamos también decantarnos sería la alusión a la “secreta guerra de los sexos”, que el filósofo e historiador alemán Oswald Spengler definió en su obra La decadencia de Occidente con estas palabras: «He aquí la secreta guerra de los sexos; guerra eterna que existe desde que hay sexos, guerra silenciosa, amarga, sin cuartel ni merced».

Dicha contienda queda dibujada en elementos de la escenografía, es decir, en la mesa en la que Caius y Gala trabajan: sobre ella descansan por una parte libros de porte serio y austeras revistas científicas como Psychoanalytic Review (Revista psicoanalítica) –recomendada por Max Eastman en abril de 1914 en un artículo titulado «A New Journal» publicado en The Masses a todos aquellos lectores que desearan comprender las atrevidas ideas de Freud22; y por otra, dibujos de arquitectura, planos, compases, escuadras, reglas, etc. Estos objetos representan los quehaceres laborales e intelectuales de los protagonistas; ambos necesitan un espacio, una habitación propia en la que llevar a cabo sus proyectos: Caius, diseñar los planos de una casa; Gala leer, investigar y escribir sobre psicoanálisis. La falta de espacios propios, es decir, el verse obligados a compartir una mesa, deriva en conflicto que, en términos tradicionales, únicamente se puede resolver si cede una de las partes.

El hecho de que en Deseos suprimidos se mencione la Revista Psicoanalítica23 (Psychoanalytic Review) resulta muy curioso desde el punto de vista de la historia de la psicología y nos lleva a cuestionarnos si las mujeres estuvieron presentes en los inicios de dicha disciplina. El estudio de las historiadoras Elizabeth Scarborough y Laurel Furumoto Untold Lives: The First Generation of American Women Psychologists (1987) es fundamental ya que recupera las voces y aportaciones de pioneras psicólogas de eminente prestigio como Mary Calkins, Christine Ladd-Franklin o Margaret Washburn que impartían clases, contribuían con artículos, realizaban investigaciones experimentales y colaboraban en equipos editoriales. En 1887 Ladd-Franklin, una autoridad internacionalmente reconocida en el campo de la visión y defensora de los derechos de las mujeres, publicó un artículo en el primer número de la revista American Journal of Psychology, revista en la que también publicó Washburn entre 1905 y 1938. Otra pionera psicóloga es Leta Stetter Hollingworth quien en sus publicaciones se dedicó a criticar la perpetuación de estereotipos sexuales y a desmontar los mitos sobre las diferencias sexuales produciéndose un giro desde determinismos biológicos a tesis más sociales. Hollingworth se trasladó con su marido a Nueva York en 1908; fue la primera persona en ocupar un puesto de psicología en la administración pública de Nueva York en 1914 y colaboró con grupos feministas de Greenwich Village como «Heterodoxy», un club fundado en 1912 por Marie Jenney Howe al que pertenecían entre otras Zona Gale, Charlotte Perkins Gilman24, Henrietta Rodman25, Mabel Dodge Luhan, Mary Heaton Vorse26 y Susan Glaspell.

Si bien hubo pioneras psicólogas a finales del siglo XIX, esta divertida e inteligente comedia pone de manifiesto que el psicoanálisis en sus orígenes fue pensado desde una perspectiva masculina y por lo tanto, al igual que Freud, no podía dar respuesta a la eterna pregunta: «¿Qué quieren las mujeres?». La nueva disciplina científica estaba a años luz de ayudar a la emancipación de las mujeres que seguían siendo a ojos de médicos y psicólogos seres frágiles, enfermizos, ángeles/guardianas del hogar a los que había que proteger. Se reforzaban los estereotipos victorianos y aquellas mujeres que optaran por estudiar, investigar o trabajar se alejaban de las normas o patrones establecidos y serían etiquetadas de «monstruos», «cuasi-mujeres», «invertidas», «almas atrapadas», «traidoras», «intrusas», o «hermafroditas sexuales» por no cumplir con los ideales de sumisión, pureza y domesticidad, por querer optar por desempeñar un papel activo en el ámbito público reservado a los varones.

Hay pocas reseñas críticas de las primeras puestas en escena de Deseos suprimidos bien porque se realizaban de manera informal siendo sus amistades la audiencia27, bien porque una vez constituida la compañía de teatro no veían con buenos ojos conceder entradas gratuitas a los críticos. En Nueva York el debut de la obra por parte de los Provincetown Players tuvo lugar en noviembre de 1916 en The Playwright´s Theatre, sito en el 139 de MacDougal Street. Los Washington Square Players, a pesar de rechazarla en 1915, la escenificaron dos años más tarde en el Comedy Theatre y críticos como Arthur Hornblow la definieron como «una nimiedad divertida»28, mientras que otros como Heywood Broun «halló la interpretación deliciosa tanto por su brillante guión, su perspicaz tratamiento del tema, así como por sus agudas observaciones de la naturaleza humana»29.

Cuando la obra se estrenó en Londres en el Everyman Theatre en 1921, la crítica la definió en los siguientes términos: «brillantemente escrita», «tremendamente divertida» y «alegre e inteligente»30. Tras la puesta en escena de The Verge en 1996 y de Inheritors en 1997 en The Orange Tree Theatre (Richmond, Londres), tuvo lugar la premier de Chains of Dew el 12 de marzo de 2008. Con motivo de la primera producción en Inglaterra de Chains of Dew se organizó el 12 de abril un seminario en el que participaron expertas en la vida y obra de Susan Glaspell y una puesta en escena de obras de un acto entre las que se incluyó Deseos suprimidos así como se cerraba con la obra Chains of Dew que tantas críticas favorables había cosechado desde la premier a principios de marzo.

La respuesta de los críticos no se hizo esperar. Sam Marlowe en The Times calificó el trabajo de la directora Phoebe Barran de brillante, alabó el trabajo de los actores (Ruth Everett, Pia de Keyser y David Annen) y definió la obra en términos culinarios como dulce, «crujiente como un pastel –deliciosa» (2008). Michael Billington en The Guardian comentó: «La broma central está ingeniosamente sostenida en la producción de Phoebe Barran […] se debería recordar que entonces Greenwich Village estaba bajo la garra de lo que un observador tildó de “manía psicológica”»31 (2008). Por su parte John Thaxter describió la obra como «una investigación deliciosamente divertida de los peligros domésticos del psicoanálisis» y elogió la energía, el ímpetu, el ingenio y el humor de las actuaciones de los actores pues «evocan lo mejor de las comedias Hollywoodienses de la década de los treinta del siglo XX»32 (2008) y Rhoda Koenig, columnista de The Independent, reseñó que «la producción de esta obra de 1915 por parte de Phoebe apunta a un acertado comentario sobre la autocomplacencia moralista del tiempo presente»33 (2008). Quizá las palabras de Koenig nos lleven al tema central de la obra y a la universalidad del mensaje: no todos los deseos pueden ser satisfechos, complacidos. ¿Se ha de concebir la convivencia entre hombres y mujeres en términos de vencedores y vencidos? Si aceptamos la vida con serena humildad significará que en nuestro día a día, en mayor o en menor medida, el humor está presente.

Susan Glaspell y los Provincetown Players

Подняться наверх