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CAPÍTULO 1 EL ORIGEN: DEL PLASMA A LOS ÁRBOLES Y A MOZART

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A título provisional, considera con zoólogos y anatómicos que el hombre tiene más de mono que de ángel y que carece de títulos para envanecerse y engreírse. Se imponen, pues, la piedad y la tolerancia.

SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL

CASUALIDADES

¿Para qué sirve el cerebro?, la respuesta más exacta es decir que sirve para todo. Para amar, para odiar, para andar, para comer, para buscar pareja y procrear, cuidar a los hijos, aprender, memorizar, elaborar cultura, civilización, tener consciencia de lo que somos y del devenir, preguntarnos acerca del entorno y del universo. Para todo esto y mucho más sirve el cerebro. Sin cerebro no habría nada, sin cerebro no hay vida humana. Tenerlo es un privilegio que nos otorgó la evolución mediante la selección natural, aunque haya quien lo ignore o lo use poco.

La complejidad del cerebro es lo que ha permitido a los humanos recorrer un largo camino (largo a escala de nuestra vida) en el que hemos podido sobrevivir, reproducirnos, aprender de la experiencia, elaborar pensamientos e ideas y generar cultura.

Es una larga y bonita historia que empieza muy lejos, poco después de la formación de la Tierra y la aparición de las primeras formas de vida. Aunque más certeramente nuestra historia arranca hace unos 60 millones de años, cuando se extinguieron bruscamente los dinosaurios a partir de un invierno nuclear, producido probablemente por la colisión de un gran meteorito contra lo que hoy es la península del Yucatán. La tierra quedó arrasada, pero sobrevivieron algunas especies animales, entre ellas una pequeña musaraña, un mamífero insectívoro, que posteriormente tuvo una línea evolutiva que condujo a los primates y, más tarde, hace unos pocos millones de años, de entre los primates surgieron diversas especies antropoides de las que procedemos los humanos. El hecho de que el mamífero originario fuera insectívoro es relevante en tanto que explica la existencia de un sistema nervioso con cierto desarrollo, pues requiere mayor inteligencia cazar insectos móviles que comer hierba que no se mueve, como hacen las cabras. Ha sido una evolución larga y prolífica en líneas, muchas de las cuales se truncaron con el tiempo. Fue así como aparecimos nosotros, individuos de andar erguido, con un grasiento cerebro de más de un kilogramo de peso, formado por intrincadas redes que saben transformar las percepciones en estímulos químicos y señales eléctricas, y éstos en recuerdos e ideas, gracias también a saber transmutar en energía el oxígeno y el azúcar. Así de sencillo, así de complejo y así de largo en el tiempo.

Si el meteorito no se hubiese estrellado, si continuaran existiendo los dinosaurios y sus descendientes, si los mamíferos hubiesen quedado reducidos a su precaria vida de roedores o de comedores nocturnos de insectos, si... Pero ésta sería otra historia, más ficticia que real, y en este libro se intenta exponer lo que sabemos sobre el cerebro y la conducta de los humanos, frutos de una larga evolución, la historia natural de la vida. Historia que está por ver cómo acabará. El físico Hawkins, en una interesante serie televisiva confirmaba que el universo seguía en evolución, siendo previsible su fusión y extinción total para dentro de algunos miles de millones de años, si bien, añadía, mejor no divulgarlo pues podría provocar el pánico en la Bolsa.

Lo cierto es que el meteorito que colisionó con la Tierra hace 60 millones de años pudiera haber sido más grande, en lugar de unos diez kilómetros de diámetro pudo ser una masa como los Pirineos. La destrucción hubiera sido absoluta y total. Ahora usted no estaría leyendo este libro, ni existiría nada más que planetas llenos de piedras. Jostein Gaarder, en su libro Maya, inicia su «manifiesto» con esta reflexión: «Existe un mundo. En términos de probabilidad, esto es algo que roza el límite de lo imposible. Habría sido mucho más fidedigno si casualmente no hubiera habido nada. En este caso nadie se habría puesto a preguntar por qué no había nada».

Pero las cosas fueron como fueron y hoy estamos aquí con un cerebro complejo, que nos permite sobrevivir, pensar y escribir libros.

El cerebro humano ha sido un buen instrumento para producir cultura y conocimiento a partir de la transmisión de experiencias mediante el aprendizaje y un buen uso de la imaginación. Lo cual nos ha llevado a generar una civilización peculiar, con grandes conquistas pero también con defectos, entre ellos el de considerar que el universo, el planeta y la vida tienen razón de ser a partir de nuestra existencia. De ahí las concepciones antropocentristas que tanto daño han hecho en la búsqueda de las leyes de la naturaleza, en la investigación científica, en la convivencia entre los humanos y en la preservación de las otras especies y formas de vida que configuran nuestro entorno. Deberíamos controlar mejor nuestra tendencia a devastar el medio.

Es interesante observar que las concepciones antropocéntricas aparecen ya en los mitos antiguos cuando interpretan el origen de la vida y del mundo. Así se desarrollaron las religiones surgidas a partir del neolítico y la cultura agraria, como en el Génesis de la Biblia, citado en la presentación, donde se sitúa al hombre como eje y rey de la creación. En cambio, en las leyendas de las culturas paleolíticas, de recolectores-cazadores, se expresa una actitud mucho más respetuosa hacia la naturaleza. En el siglo XIX, el jefe indio Seattle explicaba: «La Tierra no la hemos heredado de nuestros padres, tan sólo nos la han prestado nuestros hijos y debemos devolvérsela mejor. ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales desaparecieran el hombre también moriría por la gran soledad de su espíritu. Aquello que sucede a los animales, luego sucede a los hombres. Aquello que sucede a la Tierra, también sucede a los hijos de la Tierra». Las concepciones mágicas acerca de la naturaleza están influidas por el tipo de vida, de economía, de los pueblos que las desarrollan. Las relaciones de dependencia entre los humanos y la naturaleza determinan las actitudes filosóficas de los individuos respecto al universo. Si un cazador-recolector agota las reservas naturales se queda sin alimentos, mientras que para un campesino la deforestación y roturación de nuevos campos puede proporcionarle mayores recursos, que además debe defender de los animales silvestres, por lo que lucha contra los que no puede domesticar en su provecho. Las tribus nómadas debían ser cuidadosas para no agotar los recursos de su entorno, mientras que los primeros campesinos de Oriente Próximo entendían que la naturaleza estaba a su servicio, era su razón de existir, podían transformarla y explotarla a su antojo.

Esta comprensión antropocéntrica conduce también a la creencia de que toda la historia natural, desde la formación del universo hasta la hormiga más insignificante, tiene como razón de ser al humano. Todo ha sucedido con el objetivo de llegar a nuestra existencia. Cabe añadir que son concepciones que encajaron bien con la mentalidad humana, antes del desarrollo científico, pues se adaptan al convencimiento de que lo que nos sucede a cada uno de nosotros es lo más importante que puede acontecer en el universo, y que todo tiene un sentido, una finalidad, en relación con nosotros.

Debo pues dejar claro desde el inicio de este libro que los humanos somos tan sólo un accidente, surgido al azar, en la historia natural. Quizá un par de citas, muy distantes en el tiempo, ayuden a fijar nuestra pequeñez en el universo. El científico británico R. Dawkins afirmaba hace poco: «La vida no obedece a ningún diseño previo u organización, ni por supuesto a propósito alguno». Dos mil años antes se atribuye al emperador Julio César lo siguiente: «La vida no tiene ningún significado, a excepción del que nosotros podamos otorgarle».

La evolución de la vida es una historia basada en el azar, la casualidad, los cambios del entorno y el tiempo. Historia que empezamos a conocer con certeza científica desde hace menos de doscientos años, pero que ya en la antigüedad fue intuida genialmente por algún pensador sabio y humilde, como demuestra el texto sobre el origen de la vida, escrito por Demócrito de Abdera en el siglo V antes de Cristo:

«La tierra al principio, gracias al ardor procedente del sol que la iluminaba, adquirió consistencia. Luego, cuando su superficie comenzó a fermentar a consecuencia del calor, en muchos lugares algunas de las partes líquidas comenzaron a inflarse y en su derredor se formaron putrefacciones circundadas por finas membranas; aun hoy podemos ver que ocurre este mismo fenómeno en los pantanos y en las regiones cenagosas: cuando la zona se ha enfriado, el aire se vuelve tórrido de golpe, en lugar de cambiar poco a poco de temperatura. Las partes húmedas generaban seres vivos, tal como se dijo, a causa del calor; durante la noche, ellos recibían alimento directamente de la bruma proveniente de la atmósfera circundante, mientras que de día se iban solidificando por la acción del calor. Finalmente, cuando los gérmenes hubieron alcanzado su pleno desarrollo y las membranas resecadas comenzaron a resquebrajarse, dieron lugar al nacimiento de variadas especies de seres vivos. De éstos, los que contenían el mayor calor, partían hacia las regiones altas y llegaban a ser volátiles; aquellos que, por su parte, poseían una composición terrosa formaban el género de los reptiles y de los otros animales terrestres; y, por último, los que tenían parte mayor de naturaleza húmeda, afluían hacia la región de naturaleza similar a la de ellos, y recibían el nombre de acuáticos. La tierra, entonces, que se iba solidificando más y más debido al calor quemante del sol y a los vientos, terminó finalmente por no poder ya generar ninguno de los animales de gran tamaño, y a partir de entonces cada uno de los seres vivos comenzó a generarse como resultado del acoplamiento recíproco.»

DEL PLASMA A LA VIDA Y A LA HERENCIA

No entretendré al lector con el largo relato del origen de la vida. Hay muchos y mejores libros sobre ello, pero sí conviene situar y entender el cerebro humano en el contexto del conjunto de la evolución. En una perspectiva amplia nosotros somos como mariposas de un día, muy ágiles, muy bonitas, pero que nacieron hace unas horas y que no llegarán a mañana.

El lector menos interesado puede pasar directamente al apartado siguiente. De todas formas creí oportuno introducir las bases de la evolución a efectos informativos pero también como ejercicio de sosiego, humildad y paciencia. Conocer, aunque sea a grandes rasgos, la complejidad de la vida y la inmensidad del tiempo en la historia natural, nos ayuda a ser más conscientes de nuestra excepción, a relativizar mejor las vicisitudes de nuestra corta vida.

Veamos, someramente, cuál ha sido la historia desde el origen de la vida hasta la aparición de los humanos modernos con el cerebro actual.

En la figura 1-1 puede seguirse la cronología aproximada, desde la formación de la Tierra hasta nuestros días. A efectos de sencillez se han simplificado y redondeado los números de cada periodo histórico, si bien algunos datos aún son objeto de estudio y debate. El lector interesado puede consultar la bibliografía que se recomienda al final del capítulo. Se añade un ejemplo de escala evolutiva didáctica en la que se han reducido los 5.000 millones de años de historia en el planeta Tierra a la escala de 25 años, para comprender mejor las proporciones entre los distintos periodos. Así, si reducimos a 25 años la existencia de la Tierra, la vida surgió hace 20 años, los primates hace 4 meses y el humano moderno hace 4 horas. Somos muy recientes. (Veáse la figura 1-2.)


FIGURA 1-1. De forma sucinta se exponen los principales periodos de la historia de la vida en el planeta y de la evolución humana. Las cifras se han redondeado, aunque en muchos casos deberían incluir una horquilla amplia. Son datos aproximados. (MA = Millones de años; A= años.)

En general se acepta que la Tierra se consolidó hace unos 5.000 millones de años (MA) y las primeras formas de vida lo hicieron unos mil MA más tarde. Originariamente, las masas de agua crearon un plasma o caldo molecular, conjunto de átomos que progresivamente se fueron uniendo de forma más compleja, hasta que un día, bajo la influencia de las radiaciones y accidentalmente, se formó una combinación de átomos que constituyó una molécula capaz de hacer copias de sí misma, se fue perfeccionando y originó el ácido desoxirribonucleico, molécula que se conoce por sus siglas en inglés: DNA. Ahí empieza la historia que por evolución lleva a todos los tipos de plantas y animales, entre ellos a los humanos. En 1953 Crick y Watson consiguieron describir la estructura de esta molécula, la simiente de la vida.


FIGURA 1-2. El lector puede comparar la historia del planeta y de la evolución con su propia vida. De forma exacta si tiene 25 años. Si tiene 50 años multiplique por dos la columna derecha y si tiene 75 años multiplique por tres.

El DNA son dos filamentos enrollados en forma de espiral, como una doble escalera que va entrecruzándose, como la doble escalera renacentista del castillo de Chambord inspirada por Leonardo da Vinci, o la escalera barroca del monasterio de Santo Domingo de Bonaval, en Santiago de Compostela. Los filamentos del DNA están formados por compuestos de azúcar y de fósforo, y entre ellos existen unos puentecillos, o peldaños de la escalera helicoidal, constituidos por moléculas llamadas nucleótidos formadas a partir de carbono, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno, elementos que ya existían en el caldo originario, sin los cuales no es posible comprender la generación de vida en la Tierra. Según sea su combinación química los nucleótidos se denominan adenina, timina, guanina y citosina, y son los mismos para todas las formas de vida. Todos los vegetales y los animales somos primos más o menos próximos. La diferencia para que den lugar a una hierba, un árbol, un gusano, un león o un humano estriba tan sólo en la forma de combinarse y alternarse estos nucleótidos entre los filamentos del DNA. El lenguaje de la herencia no es otra cosa que las múltiples combinaciones que pueden alcanzar estos cuatro nucleótidos, que en lenguaje técnico se denominan por su inicial: A, T, G y C (figura 1-3).


FIGURA 1-3. Una célula, su núcleo, y en su interior los cromosomas formados por los filamentos de DNA, constituidos por la combinación de 4 nucleotidos.

Para hacerse una idea de las dimensiones del DNA sirvan estos ejemplos:

• si desenrollamos un filamento de DNA humano se observa que es como un doble hilo de 2 metros de largo por 2 millonésimas de milímetro de grueso, por lo que hay que observarlo al microscopio, pues enrollado sobre sí mismo es un puntito imperceptible.

• en los humanos el DNA contiene 100.000 millones de átomos (cifra equivalente al número de estrellas de una galaxia) y 6.000 millones de nucleótidos.

• si se plasmara en papel la información genética de un humano, es previsible que ocupara mil libros de 500 páginas cada uno.

• en cada célula humana hay varios filamentos de DNA. Tenemos unos 100 billones de células, de las que 100.000 millones son neuronas. El DNA forma los cromosomas, de los que hay 46 en cada una de las células humanas, agrupados en 23 pares (véase capítulo 2). En las células germinales hay la mitad, a fin de conjugarse entre los dos progenitores.

• el DNA de una microscópica bacteria contiene un millón y medio de átomos.

• el gen es un fragmento de DNA que codifica la información. No se conoce aún el número total de genes que hay en el humano. Hasta hace poco se especulaba con unos 100.000, más recientemente se cree que no pasan de 30 o 40.000, ya que un gen puede intervenir en la síntesis de distintas proteínas.

La herencia genética viene determinada por la forma en que se combina esta millonaria constelación de átomos. Si la copia es exacta la célula hija es igual a la célula madre, pero si entre tantos millones de átomos se produce un error se dice que ha tenido lugar una mutación, y la célula hija será algo distinta.

La reproducción de una célula se inicia con la dehiscencia o separación de los dos filamentos del DNA por la acción de una enzima o fermento (la helicasa) que deshace los puentes de nucleótidos independizando los dos filamentos. El plasma que rodea a los filamentos separados contiene diversos nucleótidos en suspensión, como si se estuvieran bañando a la espera de agarrarse a algún filamento. Aparece entonces una macromolécula denominada polimerasa, también formada por nitrógeno, hidrógeno, carbono y oxígeno, en combinación distinta a la del DNA, que consigue pegar a cada filamento la parte del puente que le falta: permite que se aproxime el nucleótido apropiado inmerso en el plasma celular y cuando está cerca lo atrae y lo adhiere en el lugar que le corresponde del filamento. Así, un puente tras otro, se recompone una doble espiral idéntica a la originaria. Se habrá pasado de una a dos espirales de DNA, y se obtiene una copia idéntica del primer DNA. La polimerasa rige el orden y la continuidad de la división celular. En la reproducción de un filamento de DNA trabajan unas 10.000 polimerasas. Los elementos básicos son muy pocos: carbono, azúcar, fósforo, hidrógeno, nitrógeno, oxígeno, pero con tantos millones de átomos las posibilidades de combinación son infinitas, si bien la polimerasa actúa para conseguir que los nuevos DNA sean idénticos a los anteriores, que la secuencia de la combinación sea exacta. Lo cierto es que el DNA y la polimerasa se entienden bastante bien, de forma que los errores al reproducir una molécula de DNA son rarísimos. Cuando se produce un error se denomina mutación y gracias a las mutaciones la vida ha evolucionado, ya que si nunca se hubieran dado errores sólo seguirían existiendo las moléculas originarias de DNA bañándose en el plasma primigenio. Al producirse algún error, entre tantos millones de elementos a ordenar, se consigue que surja un DNA algo distinto. Pasados muchos millones de años se pueden acumular los errores de la polimerasa y así se diversifica en primer lugar el DNA, luego las células y más tarde los seres vivos, que han formado las células, plantas y animales. En sentido amplio puede afirmarse que descendemos de los errores de la polimerasa.

El DNA forma los cromosomas que se hallan en el núcleo de las células. En los humanos hay 46 cromosomas que cuando se aíslan tienen forma de X excepto uno (en los varones) que tiene forma de Y, el cual contiene un gen que condiciona el desarrollo hacia el género/sexo masculino (véase capítulo 2).

Los genes son diminutos tramos de DNA cuya combinación de puentes-nucleótidos contiene la información para que el organismo fabrique una proteína, genere un trazo de nuestro físico (cabello rubio o negro), confiera al cerebro determinadas capacidades innatas, o incluso oriente las tendencias de la personalidad. Al existir menos genes de lo que se preveía, se considera que los caracteres son fruto de interacciones entre diversos genes.


FIGURA 1-4. Los seres humanos nos diferenciamos tan sólo en un 1,2 por ciento de los chimpancés y un 1,4 por ciento de los gorilas. La diferencia entre éstos y el orangutan es mucho mayor que con el ser humano.

El DNA humano y el de los chimpancés tiene una similitud de más del 98% (figura 1-4). Entre los humanos las diferencias no superan el 0,2%. Estos datos significan que, si bien somos distintos a los grandes simios, la diferencia es muy pequeña, son como primos con un cuerpo no muy distinto al nuestro y un cerebro algo menos desarrollado. La similitud entre los humanos hace imposible hablar de razas, existen diversas culturas, pero todos somos una única especie. Pero es cierto que este 0,2% por ciento explica tanto las dificultades de algunos trasplantes, por problemas de rechazo, como también las peculiaridades en el aspecto físico o en los trazos innatos de la personalidad. La mayor diferencia entre los humanos es la que existe entre mujer y varón, mientras que aquélla tiene más cronosomas X los varones tienen uno que aparenta Y, o sea como una X amputada (véase capítulo 2).

Hay dudas acerca de la información genética de más del 90% del DNA humano. Hay quien se refiere a él con la expresión de «DNA basura», quizá en sentido atávico, como si a lo largo de millones de años se hubiera acumulado material genético que tras los cambios evolutivos quedó neutralizado y superado por otros genes. Pero pudiera ser que lo poco que hoy conocemos, ayude a entender bastante bien el origen de los rasgos corporales, fisiológicos, de la apariencia, así como las capacidades innatas y la predisposición para sufrir determinadas enfermedades, mientras que la parte restante puede corresponder a las capacidades cognitivas o mentales del cerebro, campo en el que aún estamos en los balbuceantes inicios de su conocimiento.

El 26 de junio del 2000 el presidente de EE UU presentó públicamente las primeras partes descifradas del genoma humano, o sea del conjunto de la información genética. ¡Cuántas vueltas da la historia! Demócrito fue considerado impío por algunos (Platón nunca lo citó). Gregor Mendel descubrió las primeras reglas de la herencia hacia 1865 pero no fueron ampliamente divulgadas hasta finales del siglo. Darwin tardó casi treinta años en atreverse a publicar su teoría sobre el origen del hombre por selección natural. Ya en el siglo XX las cosas cambiaron. Watson y Crick recibieron el Premio Nobel por descubrir la estructura del DNA en 1953. En la actualidad, la presentación de la mayor novedad genética de la historia la hace el presidente más importante del planeta, en una operación que hace vibrar al mercado de valores. A pesar de los retrocesos, a pesar de apariencias fatuas, cabe reconocer que la humanidad avanza por el sendero del conocimiento, aunque sea lentamente, con retrocesos intercalados y con riesgos aún poco evaluados.

Volvamos a nuestra historia. Después de que los átomos y las moléculas se inventaran la vida se desencadenó un proceso lento, aunque imparable. Del plasma, o caldo molecular en las aguas y marismas, se pasó primero a la vida unicelular, individuos de una sola célula como las amebas y bacterias que aún existen, más tarde por agrupación de células aparecieron los individuos pluricelulares, como los mohos y los hierbajos acuáticos. Si hubiésemos observado al planeta en aquellos tiempos, las zonas lacustres nos hubieran parecido ciénagas sucias donde, bajo la influencia del sol, las radiaciones y los rayos de las tormentas, se convulsionaban los átomos, y mediante agregaciones casuales daban lugar a moléculas grandes y generaban la vida, como ya intuyó Demócrito. Hace años, en una conferencia en la Universidad Pompeu Fabra, el etólogo Sabater-Pi afirmaba, sin pestañear, que la vida es quizá una fantasía de las proteínas.

Hace unos 2.000 millones de años se «inventó» el sexo. Los primeros seres vivientes se reproducían por partición, cada hijo era una parte del cuerpo materno. La introducción de la reproducción sexual fue revolucionaria, pues los hijos ya no eran un trozo exacto del progenitor, sino fruto de la mezcla del DNA de dos progenitores, eran parecidos a ellos pero no idénticos, con lo cual ganaban posibilidades en el difícil mercado de la supervivencia. Si hay una epidemia agresora pueden sucumbir todos los individuos que tengan la misma estructura defensiva. Pero si los hijos la han modificado son más resistentes, sobreviven y se adaptan al nuevo entorno.

A su vez, el intercambio sexual hace más compleja la combinación de genes en los descendientes, ya que la combinación de dos patrimonios genéticos para formar al individuo hijo incrementa la posibilidad de errores. La polimerasa tiene más trabajo y puede equivocarse más veces, surgen más mutaciones, que a menudo condenan al descendiente por defectuoso, pero en ocasiones la mutación puede engendrar características de adaptación diversas de los padres que, si coinciden con un cambio en el medio, pueden dar lugar a individuos que se aclimaten mejor. Sagan lo explicaba de forma contundente: «los organismos han sido seleccionados para dedicarse al sexo, los que no saben o no pueden hacerlo desaparecen». Los progenitores pueden sucumbir al cambio pero sobreviven los hijos que son distintos y se adaptan mejor. Esto es la selección natural, un difícil equilibrio evolutivo en el que interviene la herencia genética, el intercambio sexual, las mutaciones, el paso del tiempo y los cambios en el medio. Gracias a la selección natural y a lo largo de millones de años, se ha producido la diversidad biológica, el precio a pagar fue la extinción de quienes no se adaptaron a los cambios consiguiéndose tan sólo la supervivencia de los más aptos, aquellos que tenían mejor capacidad de adaptación a las condiciones cambiantes del medio, y que gracias a ello pudieron sobrevivir y reproducirse.

DE LAS ALGAS A LOS SIMIOS

Los primeros seres vivos no microscópicos, grandes, que existieron eran una especie de hierbajos acuáticos parecidos a las algas, tal como se ha demostrado en experiencias de laboratorio que reproducen la calidad del plasma, la atmósfera y las radiaciones primitivas. Aparecieron hace unos 1.000 millones de años. Desde entonces, esponjas, trilobites, gusanos, corales y peces primitivos habitaron las aguas... y hace menos de 500 millones de años aparecieron las primeras plantas terrestres. En la escala didáctica, donde la Tierra se consolida hace 25 años, las plantas primitivas aparecen hace tan sólo 5 años. Las plantas causaron la primera contaminación atmosférica, de gran utilidad para la vida animal terrestre, pues a partir de la fotosíntesis iniciaron la liberación de oxígeno al aire, gracias al cual pudieron luego aparecer y adaptarse animales con pulmones, que al aspirar el aire absorbían el oxígeno para poder vivir. Sin oxígeno no hubiera sido posible la vida de animales con pulmones.

Más tarde aparecieron los anfibios, los insectos y los reptiles. La Tierra empezó a llenarse de sapos, cucarachas y lagartos que se comían a las cucarachas, merodeando entre las hierbas y los helechos cercanos al agua. La vida seguía evolucionando, desaparecían unas especies y surgían otras nuevas, los seres vivos se multiplicaban y el medio más confortable empezaba a ser la Tierra firme, para aquellos que, distintos a sus ancestros, podían adaptarse bien al nuevo tipo de vida. Hace alrededor de 270 millones de años surgieron los grandes árboles, las coníferas, pinos y abetos, y con ellos se amplió la gran fábrica de oxígeno. La atmósfera primigenia no tenía oxígeno, son las plantas las que lo producen, de ahí que debamos preservar los bosques, ya que gracias a ellos pudimos aparecer todos los animales, incluidos los humanos, que utilizamos directamente el oxígeno para respirar, mezclarlo con la sangre y bombearlo al cerebro para que funcionen las neuronas. Sin árboles no habría oxígeno y sin él no existiríamos. Sin árboles la inteligencia no existiría. El árbol es la fuente de la vida animal.

Tras los grandes árboles aparecieron los dinosaurios y los pequeños mamíferos. Durante 160 millones de años la Tierra fue propiedad de los grandes y pequeños dinosaurios, animales que de día lo dominaban todo. De noche se movían los pequeños mamíferos, poseedores de una capacidad de termorregulación de la que carecían los dinosaurios, los cuales dormitaban en el frío de la noche, sin capacidad de reacciones agresivas. Surgieron diversas especies de estos grandes lagartos, que podían pesar varias toneladas; unos eran bastante inteligentes y aplicaban estrategias de caza, otros eran vegetarianos y consumían grandes cantidades de vegetal. Mientras, los pequeños mamíferos sobrevivían escondidos en la maleza, alimentándose de raíces e insectos tal como siguen haciendo los topos y las musarañas.

Hacia la mitad de la era de los dinosaurios aparecieron las primeras flores y las primeras aves. Las flores surgen como forma más evolucionada de intercambio sexual, son vistosas, tienen jugos nutritivos y los insectos van de una a otra polinizándolas. Se generan así muchos y variados econichos, lo que favorece una evolución trepidante y gran aumento de la diversidad animal. Las aves parece que surgen a partir de una clase de dinosaurios, por lo que los pájaros actuales, como los gansos y los avestruces, pueden considerarse los últimos descendientes de los dinosaurios.

De pronto, sorpresivamente, llegó una gran catástrofe. Un meteorito colisionó con la Tierra, y se produjo un impacto que provocó una gran deflagración nuclear, el fuego arrasó una buena parte del planeta y el resto quedó sumido durante varios años en la oscuridad del invierno nuclear, el sol quedó oculto por el polvo levantado, bajó la temperatura, perecieron los vegetales y con ellos los dinosaurios vegetarianos, que a su vez habían sido el menú de los dinosaurios carnívoros que también perecieron al encontrarse sin medios de subsistencia. Se había roto la cadena alimentaria y unos tras otros fallecieron en poco tiempo. Probablemente el ecosistema de los dinosaurios era frágil, había dado todo lo que podía de sí mismo, los individuos se habían especializado mucho y no podían adaptarse a un cambio tan grande y brusco. Al no controlar su temperatura corporal quedaron adormecidos además de debilitados por el hambre, y fueron fácil banquete para algunos mamíferos mejor adaptados a la vida nocturna y fría.

Ésta es una lección que no hay que olvidar. Ya muchos millones de años antes, los trilobites, animalitos marinos con concha, habían desaparecido tras otro cataclismo que cambió la faz de la Tierra. Los trilobites habían sido animales hegemónicos durante 300 millones de años, hoy sólo quedan los que se fosilizaron. Los dinosaurios, a su vez, dominaron la Tierra durante 160 millones de años, también desaparecieron y tan sólo dejaron algunos fósiles. Los homínidos, que nos consideramos el gran producto de la creación, llevamos poco más de 4 millones de años de evolución en distintas especies. La historia enseña que el tiempo y la potencia corporal no son garantía de supervivencia, la única garantía es la posibilidad de ser apto cuando cambia el medio o tener la plasticidad cerebral necesaria para poder acomodarse a una situación nueva. El secreto del éxito estriba en ser apto, esto es, estar adaptado pero manteniendo la capacidad para cambiar. En la vida humana, por ejemplo, son más plásticos los adolescentes que los ancianos, que fácilmente se deterioran o sucumben tras un cambio en el entorno. La gran mayoría de especies animales que han existido, desde los trilobites hasta hoy, han desaparecido, dejando mínimos rastros. Cabe añadir que la extinción de las especies forma parte del devenir de la vida, sobreviven los más aptos y la evolución genera individuos mejor adaptados a los cambios del medio, mientras las otras especies desaparecen.

La lucha por la vida y el sexo, como dijera Darwin, es universal, aunque un individuo esté bien adaptado al medio siempre puede sucumbir a un predador. Si no fuera así, si sobrevivieran todas las especies y todos los animales y plantas que han existido, la vida en el planeta hubiera sido una guerra atroz y devastadora. La naturaleza regula el equilibrio de la biodiversidad, no posibilitando la aparición de nuevas especies sin recursos disponibles.

Al extinguirse los dinosaurios quienes sí pudieron ser más aptos en el nuevo entorno fueron aquellos pequeños mamíferos que malvivían con los grandes dinosaurios. Aquellos primeros mamíferos habían introducido ya una gran ventaja fisiológica en su organismo: la homeotermia, la capacidad para regular la temperatura corporal. Su cerebro había formado un centro fundamental, el hipotálamo (véase capítulo 7), que regula gran parte del metabolismo de los mamíferos, entre otras cosas el mantenimiento de la temperatura del cuerpo que permite la actividad del cerebro, de los sentidos y de los músculos. Así aquellos mamíferos podían salir y cazar de noche, mientras que los dinosaurios dormían aletargados por el frío. Cuando se produjo el invierno nuclear aquellos pequeños mamíferos pudieron sobrevivir, su organismo les permitía generar el calor necesario. Los pequeños mamíferos insectívoros, como la musaraña, debieron de encontrarse a sus anchas tras el cataclismo. Estaban adaptados para vivir de noche y durante unos años todo fue noche. Comían insectos y los cadáveres de los dinosaurios muertos debieron de ser fuente inagotable de aquéllos. Antes podían ser cazados por los dinosaurios que tras el cataclismo desaparecieron. Por un tiempo fueron los amos de la Tierra, sin competencia importante. Debieron de reproducirse mucho y pronto se inició un proceso de diversificación genética que dio lugar a la mayoría de las especies de mamíferos que luego han existido, de las que algunas aún perduran.

En la escala didáctica la extinción de los dinosaurios tuvo lugar hace 4 meses y poco después aparecieron los primeros primates, como los pequeños monos que subían a los árboles y saltaban entre las ramas, mientras a ras del suelo empezaban a evolucionar los otros mamíferos, algunos de ellos carnívoros, por lo que la adaptación de los primates a la vida arbórea significó un gran éxito evolutivo, estaban a salvo de los nuevos predadores. De acuerdo con Kingdom, parece fuera de duda que los primates (orden al que pertenecemos los humanos) «derivan de una especie de mamíferos insectívoros (que comían insectos) de cuello corto que podía girar para orientar la mirada, cabeza compacta y redondeada, hombros móviles, manos de cinco dedos para agarrarse, y visión adecuada para calibrar la profundidad de la distancia y el espacio. Los fósiles más antiguos de esta especie tienen unos 60 millones de años de antigüedad».

Foley lo precisa cuantitativamente: «Aunque los mamíferos tienen su origen hace, por lo menos, 150 millones de años, no se extendieron y diversificaron hasta después de la extinción de los dinosaurios, al mismo tiempo que la irradiación de las plantas en flor o angiospermas. Los primates, el orden biológico al cual pertenecen los humanos, sólo se desarrollaron durante los últimos 60 millones de años. Los mamíferos, los primates y los humanos pertenecen sólo a los episodios evolutivos más recientes, y en más amplia perspectiva son meros recién llegados, apareciendo sólo en los últimos minutos y segundos del reloj de la evolución. Dicho de otra manera, hace 70 millones de años no existía ninguna de las especies de primates actuales; hace alrededor de 10 millones de años existían probablemente un 50% de las 180 especies, y hace 1 millón de años más del 90% había evolucionado. Entre los mamíferos las expectativas medias de vida de una especie son de aproximadamente un millón de años, y así sería de esperar que la mayoría de especies que viven hoy, incluyendo los humanos, sólo hubieran aparecido muy recientemente. No obstante, hay una considerable variación y aunque el patrón de la evolución puede proporcionar ciertos pronósticos de cuándo evolucionaron los humanos, sólo será observando los detalles de los simios y los monos, y de los mismos fósiles, como esto podrá precisarse con mayor exactitud».

Durante 60 millones de años aparecieron y se extinguieron varias especies de primates, hasta que hace unos 4 millones de años (una semana en la escala didáctica) aparecen los primeros primates que se yerguen con cierta agilidad sobre las extremidades posteriores que pasan a denominarse inferiores. En Letoli (Tanzania) Mary Leakey descubrió en 1976 lo que podríamos denominar el monumento más antiguo de nuestros antepasados. Son las huellas fosilizadas de las pisadas de tres homínidos que andaban erguidos con las manos libres. Es muy entrañable el relato que hace su hijo en el libro que consta en la bibliografía.

La línea evolutiva de aquellos homínidos había divergido un par de millones de años antes del tronco que luego llevaría a los chimpancés y a los bonobos. Antes se había separado de los ancestros de los gorilas y orangutanes (figura 1-5). En la escala didactica tan sólo 15 días (6 millones de años) separan la estirpe humana de la de los simios; son ellos los primos más cercanos que nos quedan, tras miles de millones de años de evolución. En su genética y en su comportamiento hallaremos algunas claves de lo que nos preguntamos acerca de los humanos. Tanto por interés biológico como familiar, los primates no humanos deben ser respetados y protegidos. Su posible extinción sería una pérdida catastrófica e irreparable para el conocimiento de nuestra historia humana.


FIGURA 1-5. Líneas evolutivas de los primates desde hace 35 MA hasta las especies actuales. De acuerdo con F. de Waal, Bien natural, ed. Herder, Barcelona, 1997, p. 13.

Los primates de andar erguido, que nos anteceden en línea evolutiva, fueron los australopitecinos, de los que existieron varias especies. Como siempre a lo largo de la evolución, el azar y la casualidad abren tantas vías como ramas puede dar un árbol. Unas ramas crecen y se ramifican, otras quedan cortas o se rompen, algunas dan frutos y otras no. Así ocurre con las estirpes animales y los homínidos no somos excepción. Tras diversas líneas de tipo australopitecino, de una de ellas surgió un cambio que dio lugar al Homo habilis que inagura el género Homo, del que formamos parte todas las especies siguientes, hasta llegar a los humanos modernos (figura 1-6). «Somos primates, más en concreto simios, y como tales mamíferos básicamente visuales, inteligentes, diurnos, tropicales, forestales y arborícolas. Muchas de nuestras características morfológicas, fisiológicas y etológicas responden a esta definición ecológica del grupo. El que los humanos, y en menor grado otros primates, vivamos ahora en climas, regiones y ecosistemas muy alejados del escenario de nuestra evolución no deja de ser una anomalía, que por otra parte es muy reciente en relación con la larga historia de los primates.» J. L. Arsuaga e I. Martínez. Esta clara definición ayuda a comprender algunos tópicos del ser humano, lo importante de la visión y del mirar, el encanto que para nosotros tienen los árboles, soñar con una confortable vida en el trópico cuando llega el frío del invierno. Las raíces de nuestro comportamiento ahondan en la naturaleza del primate.

Para un conocimiento detallado del proceso de hominización, y los diversos árboles evolutivos de los homínidos, véase la bibliografía recomendada al final del capítulo.

¿CÓMO NOS HICIMOS HUMANOS?

El proceso de hominización se considera largo para nuestra perspectiva subjetiva (unos 4 millones de años), aunque fue corto en el conjunto evolutivo (los últimos 8 días de la escala didáctica). Se fundamenta, por una parte, en los cambios que se produjeron en el esqueleto y el aparato muscular, que hizo posible la bipedestación, andar erguidos, y la consiguiente liberación estable de las manos para agarrar, transportar o realizar manualidades. Transformaciones que aparecieron de forma paulatina, en sucesivas especies, y que acompañaban a su vez a los cambios del cerebro, tanto en su volumen global como en el desarrollo específico de determinadas partes cerebrales. A partir de los cráneos fósiles descubiertos se pueden realizar exámenes por tomografía computarizada (escáner) a través de los cuales se obtienen los modelos y parámetros del cerebro que contenía un cráneo de hace miles de años. Si se compara con los actuales cerebros tanto de chimpancés como de humanos modernos pueden establecerse una serie de gradaciones sobre las capacidades cerebrales, que cotejadas con el registro fósil y los estudios paleontológicos, nos permiten conocer con notable aproximación las etapas sucesivas de la evolución cerebral.


FIGURA 1-6. Árbol evolutivo de los primates humanos, desde los australopitecinos hasta el humano moderno o Homo sapiens sapiens. (A: australopitecino; H: Homo; P: Parantropus.)

El cerebro es un órgano que evolucionó como otros, por presiones selectivas, pero a menudo se dimensionó más de lo estrictamente correlativo en relación al tamaño corporal de otros mamíferos. El mayor volumen cerebral de los homínidos, y posteriormente aún más el de los humanos, es la base que hizo posible el gran desarrollo cultural de estos individuos en comparación con los otros animales. Al ser más grande, el cerebro contiene más neuronas, lo que hace posible el establecimiento de mayores conexiones y circuitos neurales y tiene una potencialidad neuroplástica más desarrollada, donde reside la capacidad de aprendizaje y conocimiento (véase capítulo 3). La plasticidad neuronal, estimulada por la percepción del entorno, nos permite una mejor capacidad de adaptación, siempre y cuando el cerebro se mantenga estimulado. Asimismo el mayor cerebro humano obliga a que los bebés nazcan «antes de tiempo», precozmente, y computen sus redes neurales a partir de los estímulos que perciben en sus primeros años de vida. Si el bebé humano naciese con el cerebro computado, en la medida que nacen las crías de otros mamíferos, la gestación debería ser casi el doble de la actual y el parto no sería viable por el excesivo tamaño del cráneo del bebé. Los delfines tienen una gestación de 12 meses y nacen con un cerebro equivalente a la mitad del adulto, mientras que el bebé humano nace con un cerebro equivalente a una cuarta parte del cerebro del adulto, tras una gestación de 9 meses. Así el parto es viable y el cerebro se amplía por el establecimiento y desarrollo de las conexiones neurales en los primeros años de vida. Se comprenderá pues que, en los humanos, sea tan determinante la estimulación cerebral a partir de la exposición del individuo al entorno físico, social y cultural.

Los cambios de la hominización se refieren en especial a los del cerebro y con él a la transformación de las relaciones sociales, la manifestación de nuevas conductas, la aparición de la tecnología, el arte, la magia y la capacidad para la transmisión cultural y el desarrollo de la civilización.

A lo largo del siglo XX cobró certeza la hipótesis de que la cuna de la humanidad surgió en África oriental, al este del Rift, fractura orográfica que hace unos 6 millones de años quebró el continente desde el mar Rojo y el alto valle del Nilo hasta Sudáfrica. Esta rotura originó importantes cambios en el territorio, al oeste quedaron las espesas selvas lluviosas, al este un altiplano más seco con aspecto de sabana. El cambio orográfico pudo ser una buena ocasión para que, años más tarde, los primates que iniciaban formas de bipedestación hicieran incursiones de la selva a la sabana, hasta que alguna especie con mayores posibilidades de adaptación a aquel entorno, y formas de vida grupal, que en ausencia de refugio en las copas de los árboles fuera capaz de organizar su defensa frente a los predadores se estabilizara y aprovechara los mejores recursos energéticos que precisaba para sacar partido de su mayor cerebro, especialmente el acceso a carne, grasas y fósforo que obtenían de otros mamíferos.

Es interesante observar que tras estos primeros homínidos, los australopitecinos, fueron apareciendo nuevas especies hasta llegar al humano moderno, que surgió hace unos 150.000 años (tan sólo hace 5 horas en la escala didáctica), y que siempre surgieron del mismo entorno en la cuna africana. Si había cierto consenso entre los paleontólogos, la genética se encargó de confirmarlo. En enero de 1987, Rebecca Cann y sus colaboradores publicaron en la revista Nature un artículo en el que, a partir del análisis de una forma especial de DNA, denominado DNA mitocondrial, que se transmite por vía materna, confirmaban un origen africano único para toda la humanidad actual, a partir de la herencia genética femenina que surgió hace menos de 200.000 años, lo que originó la hipótesis de la «Eva africana». Parece pues que todos venimos de África, con o sin patera.

Veamos los elementos clave de esta historia.

Los primates anteriores a los homínidos ya habían conseguido algunos caracteres, distintos a los de otros mamíferos, que luego hemos heredado los humanos, tales como:

visión estereoscópica, al tener los ojos en el frontal de la cara, no a los lados de la cabeza, permite superponer la imagen captada por ambos circuitos visuales en el cerebro, lo que da conocimiento de la profundidad y del relieve de forma más precisa que la visión con un solo ojo. El entrecruzamiento de las vías ópticas dentro del cerebro enriquece esta capacidad. Cabe decir que para trasladarse ágilmente por las ramas de los árboles, esta cualidad era imprescindible, por lo que la adaptación estereoscópica puede considerarse vinculada a la vida arbórea.

codificación de los colores, de gran utilidad para el reconocimiento de frutos, animales pequeños o del estado de maduración de los tallos verdes.

coordinación visión-cerebro-mano, como forma de rentabilizar la capacidad prensil, y orientar la acción manipulativa con la visión, lo que permite desarrollar modelos aprendidos y corregir los errores, como hacen los chimpancés al fabricar palitos para cazar termitas o aglomerar musgo como esponjas para aprovechar el agua retenida en el hueco de un árbol.

relaciones sociales afectivas dirigidas a las crías, los familiares y los amigos, que se corresponde a cambios en la estructura cerebral, especialmente en el sistema límbico (véase capítulo 3).

El australopitecino representó una gran inflexión evolutiva. A los caracteres mencionados para los primates anteriores se añadieron dos cambios importantes: andar erguido y el aumento de volumen cerebral. Es necesario precisar que existieron diversas especies de australopitecinos (figura 1-6), de las que el denominado A. africanus de hace unos 2,5 millones de años es quien mejor representa estos cambios. Tenía un cerebro de 500 cc, mientras el del chimpancé es de 300 cc, y, habida cuenta que su peso corporal era menor, tenía aún mayor índice cerebro/cuerpo. La bipedestación permitía liberar las manos para coger y transportar alimentos, o lanzar piedras y palos, como aún lo hacen otros primates.

La bipedestación junto a la mano prensil es una característica que el australopitecino había heredado de sus ancestros simios. De acuerdo con el paleontólogo Salvador Moyà el antecedente se halla en los primeros simios grandes que aparecieron hace unos 13 millones de años, quienes adaptaron una revolucionaria forma de locomoción consistente en desplazarse saltando por las ramas de los árboles. La visión estereoscópica se lo facilitó, pero necesitaban, e «inventaron», la mano prensil para agarrarse con seguridad. La «mano» de cinco dedos ya existía en los anfibios y reptiles. Los primates desarrollaron cuatro dedos largos, con un pulgar que perdía relevancia, mientras que con la hominización ulterior volvió a desarrollarse el pulgar. Según Napier, la mano humana deriva estructuralmente de formas parecidas a las manos de los lemures fósiles (pequeños primates arbóreos) de hace 45 millones de años. Si observamos a un simio actual colgado de una rama veremos que su cuerpo está erguido, con la columna vertebral vertical respecto al suelo: es el primer paso hacia la bipedestación. Mientras, para agarrarse mejor a las ramas los dedos de la mano se hicieron más largos, de modo que cuando soltaban la rama tenían mayor habilidad para coger tallos verdes o frutas; sin embargo, la más humana oposición del pulgar respecto a los otros cuatro dedos no se consiguió hasta la aparición del Homo erectus, hace poco más de un millón de años. La posición vertical de aquellos primates transformó también los hombros, que se hicieron más móviles, mientras el tórax se ampliaba lateralmente y se estrechaba entre pecho y espalda. Fueron adaptaciones útiles para la vida arbórea, que los humanos heredamos y mejoramos notablemente. Con respecto a la marcha hay una interesante característica también de origen ancestral. El movimiento alternante derecha-izquierda, entre brazos y piernas al andar, tiene la misma cadencia en el humano moderno que en los monos que suben a un árbol: avanzan alternativamente el brazo derecho con el pie izquierdo y el brazo izquierdo con el pie derecho. De esta forma se consigue una coordinación de movimientos que estabiliza el equilibrio, y se altera cuando fallan algunos centros cerebrales relacionados con el control motor, lo que sucede en la enfermedad de Parkinson. Es probable que aquellos australopitecinos, al aprovechar estas habilidades y las ventajas de la marcha bípeda se adentraran en la sabana en búsqueda de animales muertos para comer, debían de ser buenos carroñeros. La ventaja de caminar servía para nutrirse mejor, así podían diversificar la dieta con mayor aporte de proteínas, grasas y fósforo en lugar de comer hojas, frutos e insectos de la selva.

En los mamíferos hay una relación directa entre dieta y cerebro. Según la dieta sea folívora, frugívora, carnívora, omnívora, el tamaño del cerebro es más voluminoso en el mismo sentido, culminando en los omnívoros como los humanos. La observación tiene bastante lógica pues para encontrar frutos hay que ser más inteligente que para comer pasto. Para encontrar una presa que aporte carne a la dieta, hay que ser más listo, y para tener capacidad de encontrar y comer de todo aún más, en especial cuando se es capaz de compartirlo con los congéneres.

Es posible que la capacidad para transportar comida (semillas, carne, huevos, etcétera) con las manos facilitara en algunos individuos la aparición de una cultura comensalista, de compartir alimentos, al menos los más exquisitos, como hacen los chimpancés cuando cazan algún animal pequeño. En tanto que las huellas de Letoli se corresponden a un tipo de australopitecino, se puede hacer volar la imaginación e interrogarse acerca de qué vínculos podían existir entre los tres individuos que andaban juntos aquel día, hace 3,5 millones de años. Eran un adulto macho, un adulto hembra y una cría, ¿tenían relación familiar? No es extraño ver juntos a la pareja y a la cría entre los bonobos (especie cercana a los chimpancés), con mayor razón puede suponerse en individuos que tenían un cerebro más desarrollado.

Hay otra cualidad que también heredamos de nuestros ancestros de vida arbórea. Si observamos, al natural o en vídeo, la traslación y saltos de un mono en la selva, llama la atención que unas veces saltan de rama en rama agarrándose con las manos, pero otras veces saltan directamente a un tronco y amortiguan el golpe mediante el efecto parachoques de la musculatura flexora. Aterrizan sobre un tronco con pies y manos, flexionando las extremidades para disminuir el efecto del impacto. Tienen un importante desarrollo de este tipo de musculatura que les permite esta habilidad sin caerse de bruces al suelo. Desde la conquista de la bipedestación por los australopitecinos este predominio flexor se complementó con el desarrollo y mayor influencia de los músculos antagonistas extensores, que sirven para conseguir la posición erguida. Los extensores mantienen las piernas rectas y el tronco erecto sobre la pelvis. Los humanos hemos heredado ambas características. Por la acción de los músculos extensores nos mantenemos en pie, pero cuando éstos fallan vuelven a dominar los músculos flexores, como ocurre durante el sueño, en el envejecimiento que flexiona al anciano sobre su cintura, en la enfermedad de Parkinson, en el estado de coma, en fases avanzadas de demencia o en el estado vegetativo. En todos estos trastornos vuelve a dominar la ancestral fuerza flexora, de forma que el individuo adopta un estado de flexión sobre sí mismo, lo que se ha dado en llamar posición fetal, por similitud a la actitud flexora del feto dentro del útero materno.

A partir de los australopitecinos prosiguió la evolución hacia el género Homo, del que forma parte nuestra especie: el Homo sapiens sapiens u hombre moderno.

A lo largo de cientos de miles de años aparecieron especies que poco a poco adquirieron un esqueleto y unos músculos más adecuados para andar y correr, a la vez que aumentaba el volumen del cerebro que los dirigía. Este aumento cerebral permite la progresión en la capacidad de acumular conocimiento, lo que puede relacionarse con la aparición sucesiva de útiles de piedra fabricados por aquellos individuos. Una mayor eficacia en el andar, junto a una mayor inteligencia, debieron de facilitar algunas formas de adaptación a entornos nuevos, una mejor organización y protección del medio inclemente y de los predadores. La maduración de las relaciones sociales se convirtió en un elemento decisivo del proceso de hominización, la vulnerabilidad de la vida sin el refugio arbóreo se compensó con el estrechamiento de los vínculos entre los individuos, que se organizaron para la búsqueda de recursos, la defensa frente a los predadores, y el cuidado de las crías. En los capítulos 3 y 4 volveré a considerar la importancia de las formas de cooperación y cohesión social en la formación de la humanidad.

La figura 1-7 muestra el progresivo aumento del volumen craneal y cerebral a lo largo del proceso, en correspondencia con la gradación de los sucesivos pasos de la hominización.


FIGURA 1-7. Evolución de los cráneos y del espacio ocupado por el cerebro desde el australopitecino hasta el humano moderno (Homo sapiens sapiens).

Los primeros individuos del género Homo fueron los Homo habilis que vivieron en África oriental hace unos 2 millones de años y perduraron durante más de un millón de años. Se atribuye a ellos el descubrimiento de la transformación de los cantos rodados en pequeños instrumentos cortantes de piedra. Experimentos recientes han demostrado que algunos chimpancés son capaces de aprender a fabricar también útiles cortantes de piedra al golpear unas piedras contra otras, pero precisan que alguien se lo enseñe. En su hábitat natural los chimpancés son capaces de modificar y usar palitos, así como encontrar piedras o maderas duras para romper nueces, quebrar la cáscara y comerse el fruto. Las madres lo enseñan a sus hijos, mediante un largo aprendizaje. Ciertos monos de Japón aprendieron ellos solos a separar los granos de cereal de la arena, al arrojar puñados de granos mezclados con arena al agua, la arena se iba al fondo, los granos flotaban y así se los podían comer tranquilamente. Todas estas observaciones permiten concluir que la capacidad de transformar e inventar está ya contenida en el cerebro de los primates, incluso en otros animales. Pero el originario invento de un instrumento cortante obtenido de la rotura de piedras parece que debe considerarse un salto tecnológico mucho más complejo, que requiere cierta capacidad para el pensamiento con imágenes, inducción imaginativa, además de sentir la necesidad y el deseo de fabricar aquel utensilio, cuya imagen se ha conceptualizado previamente en el cerebro. No podemos saber cómo se descubrió y extendió esta técnica, aunque la fantasía nos puede indicar que la paciente observación de un torrente, donde las piedras se rompen al chocar entre sí, pudo inspirar a aquellos hombrecitos a ensayarlo por la vía experimental. Su cerebro era un 40% mayor que el de los australopitecinos, por lo que cabe suponer que tenían mayor capacidad para integrar las observaciones y acumular experiencia elaborando conclusiones y proyectos.

En este libro no se trata de hacer la reseña amplia y continuada de las distintas especies que han precedido a la nuestra. Puede criticarse que tan sólo menciono a las especies más popularmente conocidas, los personajes con mayor «marketing» histórico. Es cierto. Desde los primeros mamíferos hasta los diversos australopitecinos, y desde éstos hasta nuestra especie, han existido muchos otros individuos, familias, géneros y especies, que se extinguieron, unos estarían en nuestra propia línea de antecesores genéticos, otros en líneas colaterales. Nuestros caracteres, nuestra forma de ser, son consecuencia de todos ellos que, paso a paso, entrelazaron los diversos eslabones del proceso evolutivo de la humanización. En la bibliografía el lector encontrará textos de gran rigor informativo sobre esta historia y sus diversos protagonistas. Este libro se limita a considerar tan sólo algunos aspectos del proceso que nos ha precedido, como introducción a los capítulos en que se analiza la conducta humana, que no puede comprenderse sin conocer, aunque sólo sea a grandes rasgos, cómo se produjo la aparición y evolución de los humanos.

Tras el Homo habilis aparecieron nuevas especies con cráneo más desarrollado, algo mayores de talla y con la pelvis más cerrada, lo que permitía mejorar la marcha bípeda. Hace aproximadamente un millón y medio de años apareció el Homo erectus y algo más tarde el Homo antecessor, de gran actualidad este último por ser el protagonista de los descubrimientos de Atapuerca. Parece que fueron estos individuos los primeros en conseguir el control del fuego, lo que supuso un gran avance económico y cultural. Mediante el fuego se pueden cocinar alimentos y hacerlos digeribles, o conservarlos durante más días. El fuego ayudó a ahuyentar a los predadores y a endurecer maderas para elaborar lanzas. Compartir los alimentos alrededor del fuego debió de consagrar la tendencia al comensalismo, a la vida comunitaria, al intercambio de información y con ello la generación de cultura. Gracias al fuego aquellos individuos pudieron expandirse fuera de África, colonizaron Euroasia, desde Irlanda hasta China, y afrontaron con éxito el rigor de la vida en un clima frío.

Durante cierto tiempo, en África, probablemente coexistieron varias especies de homínidos, algunos australopitecinos, así como también Homo habilis y Homo erectus, con o sin formas de relación entre ellos, tal como hoy coexisten chimpancés, bonobos, papiones y gorilas. Pero los Homo erectus fueron los únicos capaces de dar el gran salto para extenderse fuera de África, al acceder mediante el fuego a nuevas y distintas fuentes de recursos energéticos, y de esta forma llegar a convertirse en la especie hegemónica. Habían domesticado el fuego y con él accedían a una mejor defensa, a la transformación de los alimentos y a la protección frente al frío.

De acuerdo a la paleontología clásica las siguientes especies humanas proceden del Homo erectus, que en su cuna africana dio origen a individuos más competitivos. No obstante, los descubrimientos de Atapuerca apuntan a que de la línea genética que condujo al Homo erectus se desgajó una rama peculiar, el Homo antecessor, que pasaría a ser el colonizador de Europa y el ancestro directo de los humanos modernos.

Sea como fuere las siguientes especies que aparecen en nuestra historia son el Homo Neanderthal y el Homo sapiens moderno, conocido también como Homo Cro-Magnon por los restos hallados en Francia en una cueva que lleva este nombre. De él desciende toda la humanidad actual. Si consideramos que la aparición del Homo sapiens moderno tuvo lugar hace aproximadamente 150.000 años, nosotros ocupamos tan sólo las últimas 5 horas de la escala evolutiva didáctica. Últimamente se ha escrito mucho sobre las relaciones entre Neanderthal y Homo moderno, si colaboraron entre sí o pelearon hasta la masacre. Lo más probable es que la mayor capacidad cerebral del Homo sapiens moderno le permitiera ser mejor cazador-recolector de alimentos, tener una estrategia más elaborada y tenaz para la caza, e inventar armas como el arco, que le permitía luchar a cierta distancia del animal. De esta forma las poblaciones de Homo moderno se desarrollaron y aumentó su población y lentamente el Neanderthal quedó arrinconado en áreas más pobres en recursos, disminuyó su demografía y acabó por extinguirse hace unos 50.000 años. Robert Sala lo resume en pocas palabras: «... Debía de haber enfrentamientos puntuales (entre Homo sapiens moderno y Neanderthal), cuando entraban en contacto grupos de las dos especies, enfrentamientos que debían de dejar clara la supremacía del sapiens desde el inicio. Pero no hay indicios de guerra en el registro arqueológico. En cualquier caso debió de ser una guerra fría, pues no parece que los sapiens aniquilaran directamente a los Neandertales sino que lo más probable es que fueran arriconándolos en territorios pobres». El hombre moderno quedó entonces como la única especie Homo, sin competidor, e inició su gran expansión sobre el planeta al tiempo que pudo y supo desencadenar el desarrollo cultural que caracteriza la humanización. La cultura ha conseguido aprovechar y modular las tendencias innatas y ha contribuido decisivamente a configurar las formas de vida y de civilización.

En la historia evolutiva el cerebro ha pasado de unos 300-500 cc de volumen en el australopitecino a 1.300-1.400 cc en el humano moderno (figura 1-8). A mayor volumen mayor capacidad neuroplástica y mejores posibilidades cognitivas, más habilidad para adaptarse al medio, sobrevivir y tener descendencia, lo que permite ocupar y aprovechar nuevos territorios, con lo que las especies menos capaces desaparecían por falta de recursos. No olvide que, entre los humanos actuales, se siguen produciendo violentos enfrentamientos y guerras para conseguir el control sobre los recursos, el móvil es la conquista de éstos y la historia se repite una y otra vez. La conquista del oeste de Norteamérica y la colonización de Australia son ejemplos próximos de cómo los grupos humanos con mayor desarrollo tecnológico llegan a aniquilar a otros grupos.

Además del aumento del volumen cerebral, el proceso de hominización a lo largo de varios millones de años ha comportado cambios cualitativos relevantes del cerebro que son los que hoy caracterizan al humano.

• La estructura nerviosa que tienen los mamíferos especializada para la olfacción ha ido transformándose en el sistema que dá soporte al aparato emocional y al sistema operativo de la memoria (véase capítulo 3), lo que se denomina sistema límbico y que se describe en el capítulo 7. Esta transformación permite que los humanos obtengan mejor rendimiento del sistema visual, ya que a partir del impacto emocional o del interés que en nosotros despierta el entorno, orientamos la vista, integramos la imagen visual y la confrontamos con la información que hemos almacenado desde la infancia, pudiendo así distinguir lo que nos interesa, lo útil de lo inútil, al compañero y al adversario. Lo que para los pequeños animales supone el olfato para nosotros es el aparato emocional que nos guía para obtener la mejor eficacia en la vida. Quedan restos olfatorios importantes en nuestro cerebro, que nos permiten apreciar el olor y sabor de los alimentos y el agua. Incluso en el lenguaje hay testimonios residuales de aquella antigua vinculación, así decimos que tal persona nos huele mal refiriéndonos a que nos produce una apreciación emocional negativa, que no nos podemos fiar de ella o que puede ser un adversario. Como se verá en los capítulos 3 y 4, la transformación del sistema límbico ha hecho posible la preeminencia de las actitudes afectivas y cooperativas que son la clave de cómo los humanos nos hemos consolidado, gracias a la convivencia y colaboración en el seno de las comunidades. El arte que aparece en el paleolítico, además del simbolismo mágico, traduce, por vez primera en expresión plástica, la universal capacidad emocional del cerebro humano.


FIGURA 1-8. El volumen cerebral se ha desarrollado desde los 450 cc en los australopitecinos hasta casi 1.400 cc en los humanos modernos, lo que significa que se ha triplicado en poco más de tres millones de años. Esquema modificado de Eccles y Tobias.

• El lenguaje verbal simbólico ha tenido también una larga evolución. Actualmente los bebés aprenden el lenguaje al oír a sus familiares, al tiempo que computan en el cerebro las sensaciones que se producen al expulsar el aire por la boca, al modular el sonido con la laringe (las cuerdas vocales), la lengua, los dientes y los labios. Este vasto conjunto de sensibilidades y sensaciones acústicas se empiezan a integrar cuando el bebé empieza, como juego entretenido, a pronunciar las primeras sílabas: ma-ma-ma, la-la-la, etcétera. Así aprende que a determinada sensación en garganta y boca le corresponde un peculiar sonido. Más tarde, conjugando estas primeras sílabas o fonemas, construirá su lenguaje, tal como un albañil construye su casa a partir de los ladrillos, a imagen de lo que oye a los adultos, e incorporará vocabulario cada vez más rico, acento (en función del área geográfica) y contenidos cada vez más amplios.

Las especies de Homo anteriores a la nuestra tenían una configuración distinta de la garganta, con la laringe muy elevada, casi en la base del paladar, con lo que no podían articular un lenguaje parecido al nuestro. Durante muchos años se creyó que esta diferencia demostraba que el lenguaje verbal era patrimonio exclusivo de la humanidad moderna. Un neurólogo y paleontólogo sudafricano, Tobias, ya alertó hace años acerca de que esta exclusividad probablemente no tenía sentido, aceptando que los primeros Homo tuvieran también algún tipo de lenguaje verbal. Lo cierto es que cuando los Homo se expandieron por África, y especialmente cuando iniciaron la gran colonización del planeta, tenían algún tipo de lenguaje eficaz; de no ser así difícilmente se hubieran organizado en comunidades sólidas, con expediciones exploratorias en busca de alimento, planificado turnos de vigilancia, vadeado ríos peligrosos o establecido formas de protección para las crías y las hembras en precariedad maternal.

Experiencias con chimpancés demuestran que son capaces de aprender, mediante los signos del lenguaje de los sordomudos o con símbolos gráficos, gran cantidad de nombres y conceptos, y ordenarlos con una sintaxis correcta. Lo que no pueden hacer es pronunciarlos. Lo cual significa que su cerebro empieza ya a estar estructurado para la elaboración simbólica del lenguaje, si bien no tienen un órgano fonador adecuado para la expresión verbal. En los modelos de cerebros compuestos a partir de los cráneos fósiles se demuestra que las áreas del lenguaje, tanto la de comprensión como la de expresión, se desarrollaron ya en los australopitecinos, y despues de éstos, de forma progresiva, en las distintas especies de Homo, hasta culminar en la versatilidad del lenguaje verbal del hombre moderno.

El lenguaje verbal, gramaticalmente complejo y de representación simbólica, es una herramienta cultural de primer orden, sin éste no se habría podido inventar la agricultura, ni construido ciudades, ni por supuesto transmitido el conocimiento deductivo, o formulado la ley de la gravedad universal, por poner algunos ejemplos. Sin lenguaje no podríamos estructurar ni transmitir experiencias y recuerdos, o plantear las construcciones filosóficas de los humanos modernos.

• El córtex prefrontal también ha ido creciendo a lo largo de la hominización. Se trata de la estructura cerebral que se haya encima de la nariz y de los ojos, justo detrás de la frente, y tiene capacidad para ordenar estrategias, logística, programas, sentido de responsabilidad, etcétera, como se expone en el capítulo 4. Arsuaga y Martínez denominan gráficamente a esta estructura el «director de orquesta» de nuestro cerebro. Las especies de individuos con mayor desarrollo prefrontal tuvieron más ventajas para sobrevivir, fueron más aptos, resistentes y prolíficos, de ahí que se trate de un cambio biológico que ha perdurado. Parece existir relación entre la bipedestación y la mayor eficacia del córtex prefrontal. Experiencias modernas demuestran que un mayor calentamiento de esta área cerebral condiciona un mejor rendimiento de la memoria de trabajo. El hecho de andar erguidos propicia un mayor impacto de los rayos solares en el cráneo, especialmente en la frente. Esta influencia debió de propiciar individuos más inteligentes. Al igual que las otras características de los humanos modernos hay que comprender que a lo largo de millones de años surgieron muchas variantes genéticas que poco a poco fueron seleccionadas por el medio, por el entorno favorable o adverso, de forma que persistieron tan sólo los individuos que poseían capacidades para adaptarse mejor y ser más competitivos, y por tanto con mayor eficacia para la perpetuación. Cuando los Homo iniciaron la colonización de la sabana, donde habitaban los grandes mamíferos, probables predadores de los Homo, es lógico que tuvieran mayores ventajas las especies con mayor capacidad para la organización, la estrategia y la responsabilidad, funciones que dependen del desarrollo del córtex prefrontal. Al examinar los cráneos puede observarse que la prominencia frontal aumenta a lo largo de la evolución de los homínidos (figura 1-9).


FIGURA 1-9. Silueta lateral de diversos cerebros: de chimpancé (A), australopitecino (B), Homo erectus (C) y humano moderno (D). Obsérvese el progresivo abombamiento y mayor tamaño del polo frontal, señalado con una flecha. A lo largo de la hominización se desarrolla el córtex frontal y prefrontal, estructura imprescindible para las funciones de logística, planificación, previsión y responsabilidad. Modificada de Eccles.

Los humanos actuales descendemos de los individuos que fueron biológicamente más eficaces. Siendo las funciones prefrontales una de las garantías de supervivencia, es lógico que hoy se siga valorando la capacidad organizativa y la responsabilidad personal.

• La consciencia de uno mismo puede observarse ya en los chimpancés cuando se les enfrenta a un espejo. Recientemente se han divulgado algunas películas de gran interés sobre esta experiencia. Los Homo adquirieron una consciencia más amplia y profunda, que implicaba la relación del hombre con el tiempo, su ubicación en el devenir y las preguntas acerca del «más allá»: la inquietud frente a la muerte como profunda frustración. La interrogación sobre la muerte se ha supuesto en la cultura Neanderthal, habiéndose identificado enterramientos rituales de estos individuos (véase capítulo 6). Se han hallado placas de hueso del paleolítico donde están grabadas las fases lunares, como si se tratase de un primitivo calendario, lo que implica además una gran capacidad artesanal que precisa de una elaborada actividad mental de síntesis de la imagen que se pretende producir. Lo mismo sucede con las pinturas rupestres o las estatuillas del paleolítico. El neurobiólogo John Eccles escribió: «La evolución cultural procura la base de nuestra humanidad, donde el aprendizaje es la clave para una vida cultural cada vez más rica. La estética vincula y demuestra valores tanto intelectuales como afectivos, unos dependen del córtex prefrontal, los otros del sistema límbico, dos partes del cerebro muy interrelacionadas».

UN CEREBRO PARA LA CULTURA Y LA TÉCNICA

De la interrelación entre la evolución biológica, que nos dotó de cerebros muy complejos y capaces, la evolución cultural que recogió la herencia de millones de años de aprendizaje para la supervivencia, y el desarrollo material, surge la humanización como destino cultural de la vida humana. Los humanos actuales somos hijos de la eficacia biológica de nuestros antepasados y de sus cerebros progresivamente grandes y complejos, así como de la cooperación, moralidad y magia que cohesionaba a las tribus, de la vida social rica en empatía, alianzas, engaños, premios y castigos, pérdidas y ganancias.

Durante más de 100.000 años el humano moderno tuvo que ser muy competitivo respecto a especies anteriores (H. erectus, H. Neanderthal), pero tan sólo consiguió sobrevivirlas, ¡que ya fue mucho! Amplió y mejoró los útiles de piedra, hueso y madera, pero no fue mucho más lejos. Es como si durante más de 100.000 años se hubiese dedicado a digerir hasta donde habían llegado los anteriores Homo. Es probable que se tratara de un problema de masa crítica demográfica. Hasta que no hubo un número importante de individuos no se generó la cultura necesaria para ir más allá de sus ancestros. La cultura se desarrolla a partir del intercambio de ideas, experiencias y proyectos. Éste es aún el sistema que permite la fecundidad científica moderna. Si había pocos individuos, en grupos muy dispersos, sería difícil que unos aprovecharan las experiencias de otros. En cambio, cuando aumentó la demografía, los grupos se interrelacionaron y establecieron relaciones de mercadeo e intercambio y el potencial cultural se desarrolló.

El gran salto que supuso el control del fuego por el H. erectus no tuvo parangón hasta el paleolítico superior, hace unos 30 o 40.000 años, cuando aparece el primer arte figurativo. Hasta entonces, los cerebros del humano moderno se dedicaron a computar e interpretar las experiencias propias o contadas para conseguir sobrevivir.

La pintura y la estatuaria del paleolítico significan una nueva inflexión, demuestran que se han desarrollado las capacidades para la abstracción y la síntesis, junto a técnicas artesanales de gran precisión. Aún debieron transcurrir muchos milenios hasta que, tan sólo hace 9 o 10.000 años se produjo la primera gran revolución ideada por la mente humana: el neolítico. El humano inventó la agricultura y con ella la manipulación genética, la posibilidad de mejorar, mediante cruces de simientes, los cereales, otros vegetales y también los animales. En el neolítico se consiguen los primeros asentamientos estables, pueblos y ciudades, donde fermenta la cultura. Luego, hace unos 5.000 años, se inventó la escritura. Ahí empieza lo que denominamos la Historia y con ella la producción cultural en mayúsculas. ¿Qué ocurrió durante los más de 100.000 años anteriores? ¿Qué pensaban aquellos humanos que ya tenían el mismo cerebro, las mismas proteínas y el mismo cuerpo que nosotros? Aquel largo periodo de latencia ¿fue tan sólo para colonizar el planeta? ¿Fue el periodo de entrenamiento para entender y aprender la complejidad de las relaciones sociales entre seres muy inteligentes? Muchas preguntas y pocas respuestas. Cuando hace unos 5 o 6.000 años se inventó la escritura aparecieron muchos textos sobre el destino del humano, sus orígenes, problemas, felicidad y pesares. Como si al tener escritura se plasmara una antigua tradición oral que recogía lo que se había reflexionado en voz alta, junto al fuego, durante miles de noches en que el humano aún no se comprendía a sí mismo, ¿fue necesaria esta «infancia humana» para iniciar luego el gran desarrollo cultural?

Probablemente a lo largo de esta «infancia humana» el cerebro fue desarrollando las capacidades lingüísticas, y puso a punto un lenguaje rico en vocabulario y sintaxis que pasaría a ser el primer instrumento de creación cultural, que se enriquecía con las relaciones entre distintas tribus. Es interesante observar que, entre los primates no humanos (chimpancés, gorilas, etcétera), no hay cambios culturales entre una y otra generación, mientras que sí existen entre los humanos de forma que cada generación llega un poco más lejos que la anterior, en cuanto a avances científicos y técnicos. Compare el lector cómo es su vida en relación a la de sus padres y abuelos cuando tenían la misma edad. Cuán distinto es su entorno social y cultural, los recursos materiales para generar riqueza y sustento, las formas de comunicación e interacción habituales. Se calcula que desde el origen del Homo sapiens moderno hasta hoy han vivido unas 8.000 generaciones. Es fácil imaginar que los cambios han sido exponenciales, mucho más importantes a medida que avanzaba la historia y la civilización. Considérese la cantidad de cambios culturales, la progresiva acumulación de conocimiento y la lenta pero creciente complejidad del lenguaje para hacerlo más apto al desarrollo cultural. «Si no podemos disociar el lenguaje de la conducta social y económica, podemos vernos abocados a la idea básica de que lo que nos hace humanos es la cultura. Los antropólogos utilizan el concepto de cultura de muy diversas maneras, pero en esencia es la idea de una plantilla cognitiva que sirve de molde para toda la estructura de la conducta humana. Su elemento pivotante es la flexibilidad que proporciona para que se modifiquen todo tipo de conductas, pensamientos y acciones y para que se integren actividades ampliamente dispares. El hombre, animal portador de cultura, puede cambiar y abarcar todos los aspectos de la humanidad desde la tecnología hasta la política, pasando por la estética.» (R. Foley).

Las interacciones sociales, una elaborada tecnología de útiles y las estrategias de defensa y caza, junto con un lenguaje simbólico complejo, debieron de ser los factores que lentamente acercaron a los primitivos humanos modernos al siguiente gran salto, la invención de la agricultura, a partir de la cual el conocimiento se desarrolla de forma exponencial.

Wilson lo resume elocuentemente: «Se puede afirmar con certeza que la mayor parte de la evolución genética en la conducta social humana ocurrió durante los 5 millones de años anteriores a la civilización, cuando la especie consistía en pequeñas poblaciones de cazadores-recolectores relativamente inmóviles. Por otro lado, la mayor parte de la evolución cultural ha ocurrido desde el origen de la agricultura y las ciudades hace aproximadamente 10.000 años. Aunque durante este último periodo histórico tuvo lugar algún tipo de evolución genética, no puede haber conformado sino una diminuta fracción de los rasgos de la naturaleza humana».

Se considera que al inicio del neolítico, cuando se empezó la explotación agrícola de la Tierra y de los animales, habitaban el planeta unos 6 millones de personas (actualmente somos 6.000 millones y para el año 2100 se calcula que estaremos cerca de los 10.000 millones). Menos de 200.000 años habían producido 6 millones de humanos, mientras que a partir de la explotación dirigida (aunque a veces devastadora) de la naturaleza y en tan sólo 10.000 años, la humanidad ha crecido a ritmo vertiginoso gracias al desarrollo cultural que ha permitido conseguir mayores y mejores recursos alimentarios y de cobijo. La humanidad existe gracias a la capacidad cerebral para crear cultura. Quién sabe si a causa de ella puede también llegar a sucumbir, se pregunta Rogeli Armengol.

Pueden hacerse muchas conjeturas acerca de cómo el humano descubre la domesticación de los animales y la posibilidad de cosechar vegetales sembrados, o sea de cómo se «inventa» la agricultura. Posiblemente intervinieron varios factores conjuntamente. La capacidad humana para observar tuvo como aliada la capacidad para idear soluciones nuevas. El ejemplo del perro me parece ilustrativo. Los perros salvajes debieron de acercarse a las comunidades humanas con el interés de aprovechar los restos alimentarios en la basura que producían, los perros más cordiales y menos agresivos podían acercarse más, comer mejor y establecer cierta relación continuada con los humanos, por lo cual este tipo de perro obtenía mayor beneficio y se facilitaba su reproducción, de forma que por evolución llegó a configurarse una especie más dócil. En una etapa ulterior los humanos debieron de observar que los perros dóciles que convivían cerca de ellos tenían importantes ventajas: avisaban con ladridos cuando se acercaba un animal salvaje y perseguían en cooperación con los humanos a los animales que éstos intentaban cazar. De ahí que probablemente el perro sea el primer animal domesticado por los humanos, fruto de la confluencia de la conducta propia del perro, su observación por parte de los humanos y la ideación de éstos de un proyecto de cooperación beneficiosa para ambas especies. Las tribus que tenían perros estaban mejor resguardadas y tenían más éxito en la caza, con lo cual eran más eficaces y conseguían mejores recursos que otros grupos humanos. Tener perros domesticados era una ventaja económica relevante.

Hace 10.000 años cuando se inició la cultura agrícola en unas pocas áreas del planeta, debieron de ser de gran utilidad estas experiencias anteriores, reflexionadas, discutidas y reelaboradas con el fin de conseguir resultados más óptimos.

La cultura sirvió para transformar la vida de la humanidad, a partir de la explotación de la naturaleza en beneficio del humano erigido en rey de la creación que sometía a su beneficio lo que le interesaba y relegaba al campo adversario lo que no le convenía. El rey era, y sigue siendo, antropocentrista, nos interesa lo que produce beneficios a corto plazo, y olvidamos a menudo el necesario equilibrio de la biodiversidad.

La lucha para conseguir tierras fértiles debió de ser dura, se tenían que deforestar amplios espacios de territorio boscoso y conseguir el acceso al agua. Aún hoy, entre los campesinos, es fácil encontrar reminiscencias mentales de la tenacidad de los primeros agricultores. Hace años fui de excursión a un pequeño pueblo del Pirineo semiabandonado por sus habitantes, que habían emigrado a la ciudad. Tras conversar con un amable campesino sobre la belleza del paraje y comentar el abandono de casas y campos me dijo: «y aún está por llegar lo peor, este pueblo acabará trágicamente, si Dios no lo remedia, los árboles empezarán a invadir los campos y al final se quedarán con todo el pueblo». Los árboles eran el enemigo. Sentí un escalofrío, mi joven mentalidad urbana no podía comprender tanto odio a los árboles.

La agricultura, la minería, la industria, los servicios y la comunicación, son hitos de este pequeño periodo histórico que se inició hace 10.000 años, que ha hecho posible el desarrollo demográfico a partir de establecer relaciones económicas entre los individuos y entre éstos y la naturaleza.

«Con la invención de la agricultura hace 10.000 años, nos convertimos en la primera especie en 3.700 millones de años de historia de la vida que no tenía que vivir en pequeños grupos dependiendo de la riqueza natural de la Tierra. Al hacernos cargo de la producción de los alimentos nos salimos del ecosistema local. Todo lo que no pertenecía al pequeño grupo de plantas cultivables se convirtió en malas hierbas y los animales que no se podían domesticar, cazar o convertir en mascotas, fueron plagas y alimañas.» [...] «No somos la primera ni la única especie en esparcirse por todo el globo, pero sí somos los primeros en hacerlo como una entidad económica integrada. Otras especies mantienen leves conexiones genéticas, pero no conexiones ecológicas directas entre sus miembros esparcidos por todas partes. Nosotros, en cambio, intercambiamos más de 1.000 millones de dólares en bienes y servicios todos los días» (N. Eldredge).

La acumulación de recursos excedentes en los últimos milenios ha hecho posible el desarrollo de las capacidades que los genes otorgaron al cerebro humano. La cultura pasa a ser el nuevo universo de la evolución humana, la humanización mejora la calidad de vida y estimula la fantasía con el arte, lo que permite el intercambio de sentimientos mediante la música, avanzando en el conocimiento y control de las fuerzas naturales del planeta y del universo. La cultura ha modificado el esquema de civilización como muestra la figura 1-10.

«Lo que nos ha hecho humanos es la tecnología. Los humanos básicamente hacemos útiles, es lo que nos distingue del resto de animales, y esto es lo que empezaron a hacer aquellos humanos de hace 2 millones y medio de años. Nosotros no estamos sometidos únicamente a la selección natural sino también a la selección técnica, es esta selección la que ha hecho, a lo largo de la historia, que unos grupos hayan tenido más éxito que otros». [...] «Somos un organismo biológico, pero nos distinguimos de todas las otras formas de vida en el hecho de tener una inteligencia operativa muy desarrollada, no sólo una inteligencia natural como la que permite a un gorila entender su entorno, sino una inteligencia que nos permite fabricar objetos» (E. Carbonell).

Ha habido una inflexión en el devenir evolutivo. La producción cultural altera la presión selectiva, el curso natural de la vida.


FIGURA 1-10. La aparición de la cultura y del lenguaje como parte de ésta, transforma la función civilizadora, como también modifica y enriquece las relaciones sociales.

Se curan enfermedades e individuos con déficit importantes pueden sobrevivir integrados en la sociedad. Se consigue fertilizar e irrigar campos que eran de secano y aumenta incesantemente la producción de recursos nutritivos y energéticos. Se combaten las plagas y los incendios. Los individuos ya no deben mutar o cambiar para adaptarse al medio. Mediante la cultura la humanidad transforma el entorno para adecuarlo al cerebro humano. Lo que hace unos milenios hubiera sido una anomalía fatal para la supervivencia hoy puede resolverse con sencillez. Quien esto escribe hubiera nacido condenado a una muerte prematura en la prehistoria, en cambio al nacer más tarde aproveché el invento de las gafas, ¡que llevo desde los tres años! Sin ellas hubiera sido incapaz de conseguir recursos y sobrevivir. En las últimas décadas se ha transferido la información desde los cerebros a las redes informáticas a las que puede accederse desde cualquier rincón del planeta. El conocimiento al alcance de cualquiera ha sustituido a la sabiduría de los ancianos. El cerebro desarrollado por nuestros ancestros primates ha conseguido el mayor éxito y el primate humano ha sido capaz de construir cerebros tecnológicos que facilitan y amplían las funciones del cerebro natural.

Algunos ejemplos pueden ayudar a verlo más claro. Un pez bien adaptado a su vida acuática sucumbe cuando se seca el río. Un pato con pies membranosos es veloz en el agua pero si ha de vivir en tierra es presa fácil para el predador. Si a un grupo de chimpancés se les quema el bosque, se quedan sin recursos ni refugio y también perecen. En cambio, los humanos modernos (Homo sapiens sapiens) desarrollamos alternativas técnicas frente a la sequía, el incendio o la inundación y podemos sobrevivir a los bruscos cambios del medio, e incluso en pocos cientos de años iniciaremos la colonización del espacio exterior. Hay también alternativas de gran beneficio personal por la técnica. Un humano miope recurre a las gafas, si otro es diabético recurre a un medicamento y ambos hacen vida normal. La tecnología creada por el cerebro humano va más allá de los cambios biológicos, los supera, actuando sobre el individuo o sobre el medio para adecuarse a las necesidades humanas.

Hubo un periodo crucial hace unos 400.000 años, cuando el Homo erectus (¡aún no era nuestra especie!) consiguió la domesticación del fuego. El fuego permitió vivir fuera de África y disponer de nuevos recursos, mejorar la alimentación y aumentar la demografía. Junto al fuego un anciano sobrevivía mejor a un resfriado y podía seguir aconsejando y transmitiendo información a la tribu.

El fuego fue el primer recurso defensivo de gran eficacia, mucho antes que la jabalina o el arco, tanto para protegerse de los predadores como de otros humanos que deseaban hacerse con él. Suponía el poder con que dominar el entorno. Quizá pueda establecerse un paralelismo entre lo que significó el poder del fuego en aquella época y el control de la energía nuclear en el presente. La colonización de espacios nuevos, gracias al fuego, permitía acceder a más recursos y mejorar radicalmente la nutrición, a la vez que estimulaba la imaginación, se exploraban territorios y se hacían proyectos, lo que enriqueció los cerebros con nuevas experiencias, mayor sabiduría y mejor habilidad para elaborar útiles. Creció así la capacidad cultural y la fecundidad tecnológica. Sentados alrededor del fuego aquellos humanos se vinculaban de forma más confortable, se transmitían cultura y compartían experiencias mágicas al amparo de las llamas y sus juegos de luces y sombras.

La domesticación del fuego fue un fenómeno tan trascendente para nuestra historia como antes había sido la bipedestación. Esta última fruto de un cambio genético y la conquista del fuego consecuencia de un avance tecnológico sin precedentes en los otros animales. En 1980, 9 años antes de la primera edición inglesa del libro de Eccles, el biológo Faustino Cordón escribía acerca de la influencia que supuso el dominio del fuego en la mejora de la nutrición, en la demografía y en el lenguaje: «Desde que inició su actividad culinaria, el homínido (excepcional, a este respecto, entre todos los animales) dejó de estar reducido al alimento propio de su especie, al que hasta entonces había estado constreñido por su especialización, establecida a lo largo de la evolución de los animales, y, de hecho, se le abrió el acceso a explotar grandes cantidades de alimento propio de otros animales. El manejo de útiles le permitía ya defenderse con mayor éxito de los carnívoros; desde que comienza a cocinar, este manejo va a permitirle suplementar su dieta animal en crudo con nuevas fuentes de alimento, vueltas asimilables por el subsiguiente tratamiento culinario. En pocas palabras, el homínido, desde que cocina, se vuelve el animal autótrofo, esto es, el animal que no se limita a buscar su alimento, sino que lo prepara y produce (cualidad que distingue a sus descendientes, los hombres, de todos los demás animales). Ni que decir tiene que este hecho crucial fue la ocasión inicial del paulatino aumento demográfico que, en unos 100.000 años (periodo cortísimo frente a los 600 millones de años de la evolución animal), ha elevado la población desde, tal vez 100 o 200.000 homínidos a los 4.000 millones de hombres actuales; la progresiva capacidad de producir más alimento, iniciada por el homínido, ha multiplicado por 20.000 la población de sus descendientes que puede sostener hoy la Tierra». [...] «La vertiente oral de la comunicación entre los homínidos (el esbozo de la futura palabra) iría adquiriendo una importancia creciente a medida que su actividad cooperante fuese sometiendo a su voluntad nuevos campos, o aspectos de la realidad con la que se enfrentaban. Me inclino decididamente a pensar que no fue posible que la comunicación oral entre los homínidos encontrara ocasión de superar el esquema dicho durante todo el periodo en el que los homínidos, entregados exclusivamente a la busca de su alimento crudo (natural), permanecían durante todas sus horas de actividad inmersos en su medio animal (esto es, en relación constante con otros animales con cuya voluntad, astucia e iniciativa habían de contar tanto como con las propias); esto es, los homínidos, o iban en silencio, o se alertaban con gritos para acciones apremiantes, concretadas, en último término, por lo que veían hacer a otros animales tan activos como ellos mismos. Y, en mi opinión, las cosas no pudieron cambiar hasta que los homínidos encontraron el nuevo modo de hacerse con más alimento aplicando el fuego y, en consecuencia, acamparon para cocinar.»

El fuego fue determinante para transmutar los alimentos, mejorar la nutrición y a su vez conseguir que las capacidades culturales del cerebro humano se pusieran en marcha, iniciando el camino de las grandes innovaciones tecnológicas que permitirían dominar la naturaleza y alterar la fuerza de la selección. Es por tanto la cultura el eslabón que cualifica la humanización.

«En vez de esperar que los humanos vayan adquiriendo variaciones (biológicas) concretas para conseguir una mejor adaptación, se modifica el entorno para que el ser biológico ya existente obtenga una optimización de los recursos propios, sin tener que modificarse.» [...] «Ya no son necesarias adaptaciones somáticas o del comportamiento para conseguir determinados propósitos: la fabricación de útiles puede suplirlo con mucha más eficiencia.» [...] «La aparición de adaptaciones externas a nuestro cuerpo representa una innovación radical, que ha dado a la especie humana el potencial de desarrollo, lo que nos puede hacer pensar que somos muy distintos del resto de los seres vivos» (J. Bertranpetit y C. Junyent).

Si con el conocimiento del genoma se consigue descifrar y modificar el mecanismo molecular de la herencia, la cultura humana habrá abierto la puerta al dominio sobre la evolución de forma directa y explícita. Es en este contexto donde se puede comprender la transcendencia de la difusión de las técnicas de reproducción por clonación o de la producción de transgénicos.

En el paleolítico la cultura permitió construir abrigos, calentarse al fuego y probablemente «fabricar» al perro, cruzando individuos con caracteres apreciados. Luego la humanidad abandonó la práctica de la recolección de frutos silvestres e ideó la agricultura, con asentamientos estables y ganado domesticado. Desde ahí, y durante los últimos 25 minutos de la escala evolutiva didáctica, el avance ha sido vertiginoso.

La invención de la escritura revolucionó la comunicación humana, la tradición oral podía ser registrada en letras para las siguientes generaciones. Más adelante se inventaron los números, las matemáticas, se observaba el movimiento de las estrellas y surgió la astronomía. Las informaciones y conocimientos nuevos se aplicaban a la agricultura que, enriquecida con la tecnología, producía más recursos, pudiéndose vivir mejor, tener más hijos y expandirse la demografía. La cultura transformó al humano y aún sigue influyendo en su vida de forma determinante.

La cultura humana también ha incidido y modificado la vida de otras especies. La agricultura, la urbanización, la explotación forestal y marina han transformado el medio de gran parte del planeta, al precio de propiciar la desaparición de 2.500 especies vegetales o animales cada año, de entre los 10 millones de especies existentes en la actualidad. Asimismo hemos modificado los hábitos de muchos animales. En Valladolid, por ejemplo, las cigüeñas se han asentado de forma estable, y en las cabeceras montañosas de los grandes ríos hay gaviotas. En ambos casos se trata de aves que modificaron su conducta al conseguir alimento fácil y seguro en los vertederos de pueblos y ciudades, formados éstos por el subproducto alimentario de la cultura humana.

No obstante queda un largo camino por recorrer, es el reto para los próximos siglos. Las condiciones de vida y de cultura que una parte de los humanos ya han alcanzado deben extenderse al conjunto de la humanidad, el éxito como especie se confirmará si somos capaces de distribuir mejor la riqueza material y cultural.

Desde la Segunda Guerra Mundial, la renta per cápita en África ha disminuido a la mitad. La miseria, el hambre y las enfermedades infecciosas son la losa que no permite el desarrollo cultural de la mayoría de la población del planeta. Mientras parte de la población es víctima de la opulencia, la obesidad, los tóxicos, la arteriosclerosis precoz y otros trastornos derivados del derroche, la mayoría malvive en la pobreza. En el conjunto del planeta muere una persona de hambre cada 3 segundos. Veinte millones de humanos fallecen cada año por carecer de medicamentos básicos. Son cifras que estremecen y que revelan la gran desigualdad. Como botón de muestra, de acuerdo con los datos del «Informe sobre desarrollo humano» de la ONU, sepa el lector que la riqueza de las 325 personas más ricas del mundo equivale a la mitad del ingreso de toda la población pobre del planeta (citado por F. Fernández Buey).

Nuestra supervivencia depende también de que sepamos conservar el medio en que vivimos, controlando mejor las agresiones al entorno natural y preservando las demás formas de vida, clave para que se mantenga la diversidad biológica que hizo posible la aparición de la especie humana.

En tanto que humanos culturizados hemos conseguido salir del círculo cerrado de la manada, nuestros cerebros saben relacionar el hoy con el ayer y con el mañana, podemos recordar, aprender y planificar. De nosotros depende que la humanidad siga su camino. Adam Kuper lo expresa claro: «Sólo los humanos han escapado del círculo cerrado que impone la banda, porque sólo ellos poseen ciertas facultades cruciales y específicas del cerebro humano, por encima de todas la capacidades para una comunicación simbólica. Esto es lo que permite a los seres humanos hablar sobre otros momentos y lugares, así como desarrollar rituales; ello refuerza el sentimiento de pertenencia y reciprocidad incluso en personas que de hecho pasan largos periodos separadas. Las relaciones recíprocas entre los humanos pueden basarse en la seguridad de que los niños recordarán a sus padres cuando crezcan y se casen, y de que mantendrán los lazos con sus hermanos; de que los obsequios serán recordados y, algún día, correspondidos. Fue el desarrollo del lenguaje, y con él el desarrollo de la memoria social, lo que permitió que las relaciones se independizaran de la proximidad espacial, lo cual a su vez constituyó el punto de partida para que la evolución social en tanto que cuestión humana iniciara su singladura».

Si hemos roto el círculo cerrado de la banda, si podemos mantener relaciones entre todos los miembros de la especie, si el lenguaje nos ha permitido dar el gran salto en la progresión y difusión del conocimiento, la humanidad debe afrontar el reto de resolver las desigualdades frente a la vida y el conocimiento, no tan sólo por razones de simpatía entre individuos de una misma especie, sino también por razones de supervivencia del conjunto.

La cultura es una producción universal, en cuyo desarrollo participaron antes o después todos los pueblos de nuestra especie. Si hoy tenemos redes informáticas, cultivos de alta productividad y viajes al espacio, es fruto de la continuidad de una línea que se inició en África hace algunos millones de años con las primeras herramientas de piedra. ¿Habría que pagar royaltys a los africanos? La cultura es patrimonio de la humanidad, en tanto es un trazo característico de nuestra especie. Cualquier adolescente del planeta es capaz de trabajar con un ordenador y aprovechar la tecnología moderna, escribir poesía o interpretar música. Sólo precisa estar alimentado y disponer de los recursos adecuados. Debemos conseguir que la cultura sea reconocida como herramienta universal, como lo es la música, uno de los productos humanos que más ahonda en los sentimientos y mayor universalidad tiene en su goce y comprensión. A Mozart le pagaba el emperador de Austria, pero su música, su contribución a la cultura universal, emociona y contribuye al bienestar, en cualquier área geográfica sin distinción de edad o clase social.

CARACTERES HUMANOS

Como el lector habrá comprendido, es muy difícil hablar de caracteres específicos y únicos para los humanos. Serían muy pocos. Quizá el lenguaje verbal simbólico, el envejecimiento longevo, y la mayor capacidad de conocimiento, que ha hecho posible la cultura, y poco más. Casi todos los demás trazos que caracterizan a los humanos surgieron mucho antes de que apareciera nuestra especie, algunos forman parte del contingente anatómico-funcional de los mamíferos, como casi toda nuestra fisiología y el metabolismo. Otros han aparecido en el proceso evolutivo de los primates, desde la visión tridimensional, a la mano prensil o a la curiosidad por el entorno. En general se trata de caracteres que ayudan a ser más aptos para adecuarse al medio, sobrevivir y perpetuarse, que han hecho posible una selección y caracterizan a la humanidad actual. De todas formas, a partir del surgimiento de la cultura, como instrumento potenciador de la civilización humana, la presión selectiva ha disminuido o se ha anulado, de forma que hoy sobreviven y procrean tanto los fuertes, inteligentes y cooperadores como los débiles, tontos, miopes o egoístas. La cultura y la plétora demográfica han modificado la evolución, hasta tal punto que cualquiera puede perpetuarse.

A continuación se expone la relación de caracteres humanos que al autor le parece más propia. Los seis primeros ya se han considerado en el apartado anterior.

1. Distinción de los colores y visión tridimensional. Véase también capítulo 7.

2. Aparato emocional como estímulo para el aprendizaje y la conducta, a partir de la transformación del sistema olfatorio y desarrollo del sistema límbico. Véanse también capítulos 3, 4 y 7.

3. Lenguaje verbal simbólico.

4. Capacidades para la planificación logística y la responsabilidad, a partir del desarrollo del córtex prefrontal. Véanse también capítulos 4 y 7.

5. Bipedestación, mano prensil y oposición del pulgar.

6. Coordinación visión-cerebro-mano, para tener una manualidad precisa en la fabricación de útiles-herramientas, para lo que es necesario tener un proyecto mental previo, ensayar bajo el control de la visión y saber corregir los errores.

7. Expresión facial de la emoción. Todos los humanos, de cualquier lugar del planeta, demostramos de idéntica forma las emociones básicas (dolor, alegría, tristeza, cólera, miedo, asco, etcétera) mediante la estimulación de los músculos de la cara. En 1872 Darwin publicó un libro, La expresión de las emociones en los animales y en el hombre, en el que exponía el criterio de universalidad de la expresión emocional a partir de sus observaciones personales y del análisis de los estudios de los neurólogos franceses del siglo XIX. En este texto ya ahondaba en el dilema sustancial: ¿domina lo hereditario o lo aprendido? Darwin escribe: «... las principales acciones expresivas que exhiben los hombres y los animales inferiores son innatas o heredadas, es decir, que no han sido aprendidas por el individuo». A renglón seguido matizaba: «Sin duda los niños aprenden pronto los movimientos de expresión de sus mayores, del mismo modo que los animales aprenden del hombre». Como en tantos aspectos del comportamiento el debate entre lo innato y lo adquirido está servido (véase capítulo 4). Cierto que en un niño o un joven se reconocen gestos propios de sus progenitores, pero también se pueden reconocer en personas que no convivieron ni conocieron a sus padres, o de un nieto con respecto a los abuelos a pesar de haber fallecido antes de que él naciera. Cabe no obstante distinguir entre la expresión emocional que es fruto de un conjunto de movimientos faciales involuntarios, en ocasiones inconscientes (como ocurre durante el sueño), y la gestualidad que deriva de movimientos voluntarios más o menos dirigidos a un fin. Los modernos estudios tanto psicológicos como etológicos, en especial los de Eibl-Eibesfeldt, ponen de manifiesto la universalidad en la expresión facial de las emociones, sea cual sea el ámbito geográfico o cultural. Con respecto a los otros primates vivientes hay cierto parecido, pero la expresividad de los humanos es más diversificada, lo que se corresponde con unas áreas más amplias en el córtex motor del cerebro (véase capítulo 7).

8. Relaciones sociales complejas, altruismo, moralidad y simpatía. Las relaciones altruistas se observan en muchos animales, si bien conviene distinguir entre altruismo y cooperación. Que los chacales se agrupen para cazar no significa que entre ellos practiquen el altruismo. En los primates no humanos se han documentado diversas formas de altruismo recíproco y de simpatía, aunque en los humanos es donde estos caracteres se han hecho más universales, gracias a la mayor capacidad cerebral y por mor de la necesidad de convivir en grupo. A todo ello me referiré en el capítulo 4.

9. Curiosidad, necesidad de investigar acerca de uno mismo y del entorno. Si a un chimpancé se le entrega un tubo con tapones en cada extremo, empezará a manipularlo para sacarle los tapones y mirar lo que hay dentro, luego usará el tubo para mirar a través de él. Los niños hacen algo parecido. Hace unos pocos cientos de años los humanos inventamos un tubo mágico, para escrutar el cielo, el telescopio, y otro para observar lo más pequeño, el microscopio. Los chimpancés también demuestran una gran curiosidad por sus congéneres y cuando nace una cría todos los miembros del grupo la observan durante largos periodos de tiempo. ¿Qué pensarán? Cuando llega un nuevo individuo deben dilucidar si es amigo o adversario, tras una pelea se observan unos a otros para saber cuál es el estado de ánimo del vencedor y del vencido. Hay una intensa curiosidad en los chimpancés por conocer cómo son los demás, para orientar mejor las relaciones sociales. En los humanos la curiosidad científica es la base sobre la que se asienta la apetencia para transformar el medio, adecuándolo a nuestras necesidades. La curiosidad que compartimos todos los primates ha sido desarrollada en nuestro cerebro para conocer la geografía, la física o la biología y es el punto de partida del conocimiento científico y de las innovaciones tecnológicas.

10. Alopecia corporal. En el transcurso de la hominización se fue perdiendo el pelo que cubría el cuerpo de los primates, concentrándose la pilosidad en la cabeza, axilas y pubis. En las axilas sigue sirviendo de almohadilla, lubricada por el sudor, entre el brazo y el tronco. En el pubis y zona perineal desempeña cierta función protectora de los órganos genitales externos. En la cabeza nos proteje de los rayos solares, que al andar erguidos es donde más pueden incidir. Son interpretaciones clásicas que están abiertas a debate. Es posible que los restos pilosos sean reliquias atávicas sin ningún sentido. Cierto es que hay otros atavismos en la anatomía humana a los que no se puede justificar función alguna, como ocurre con las muelas del juicio. Pero ¿por qué desapareció el pelo corporal? Hay muchas teorías. De acuerdo con Reichholf, lo que parece más plausible es que la desaparición de pelo facilitó la transpiración y sudación de la piel. Cuando los humanos primitivos abandonaron la selva y habitaron la sabana debían soportar más calor; especialmente cuando corrían o hacían esfuerzos, el sudor mojaba la piel que al evaporarse disminuía la temperatura corporal con lo que se refrescaba al individuo. La pérdida del pelo corporal y el sudor debió de ser el primer sistema de refrigeración corporal. Quienes reunían estas características tenían mejores facilidades para vivir en la sabana, correr y conseguir alimentos, por lo que sobrevivieron mejor y procrearon más hijos. La humanidad actual desciende de ellos, no de los que fracasaron en su intento de adaptarse a la vida fuera de la selva sin perder el vello corporal.

11. El humano practica el sexo recreativo sin relación directa con la procreación. La disponibilidad sexual de mujer y varón no es cíclica, sino casi continuada. Unos primates genéticamente más próximos a los humanos, como los bonobos, también tienen este hábito: la búsqueda del placer mediante el acoplamiento sexual, como elemento de estímulo vital. Probablemente esta atracción por la actividad sexual, sin cortapisas cíclicas, tuvo un papel importante en las relaciones sociales de los homínidos y los humanos, facilitando la selección sexual de caracteres, tal como describió Darwin en el siglo XIX. Este aspecto se desarrolla en el capítulo 2, donde también se considera la ovulación oculta y el emparejamiento familiar como conductas humanas.

12. Estrechamiento de la cadera, parto precoz y bebés desvalidos. Las modificaciones en la pelvis permitieron optimizar la marcha pero, en el caso de la mujer, constreñían el canal del parto, con lo que la mejor solución fue acortar la gestación de forma que las crías humanas nacen «precozmente», esto es, sin tantos conocimientos como, por ejemplo, un caballito que a los 20 minutos ya sabe correr por el campo. A los humanos nos cuesta un año aprender a andar. Estos cambios significan que el bebé humano nace con un patrimonio genético heredado que le ofrece grandes posibilidades, mucho mayores que a un caballo, pero debe computar su cerebro tras el parto, en los primeros años de la vida a partir de la experiencia y el aprendizaje dirigido por los adultos. De ahí que los cambios en la gestación y el parto no hubieran sido posibles sin que antes se transformara el aparato emocional, ampliándose la capacidad para la ayuda recíproca y el afecto hacia las parturientas y las crías, que precisaban atención continuada durante varios años. En los capítulos 2, 3 y 4 se vuelven a considerar estos aspectos, que creo fueron determinantes en la aparición y supervivencia del humano moderno, a partir del desarrollo de los programas altruistas en la conducta humana.

13. Comensalismo, vinculación-apego y sentido comunitario. Es otro de los aspectos más relevantes de la hominización: la vulnerabilidad del animal humano se supera gracias a la capacidad para vivir en grupo y establecer vínculos estrechos de amistad y camaradería, como también de aceptación de liderazgos entre sus componentes con la aceptación de pactos y normas para la convivencia (véase capítulo 4).

14. Disminución del dimorfismo sexual, que pasa de una diferencia del 100% en otros mamíferos (el macho tiene el cuerpo con un volumen doble del de la hembra) al 15%, lo que introduce un elemento de mayor igualitarismo corporal entre los dos sexos. Las diferencias del tamaño corporal según el género están en relación con la estructura social y sexual. Los animales absolutamente monógamos, como por ejemplo los cisnes y los gibones, presentan idéntico tamaño macho y hembra. En los animales poligámicos el tamaño del macho es mucho mayor que el de las hembras, tal es el caso del gorila y del ciervo cuyos machos doblan en tamaño a la hembra. En los humanos existe una diferencia corporal menor, lo que sugiere una estructura social originaria de tendencia polígama (un macho con dos o tres hembras), que luego evolucionó hacia una estructura familiar monógama secuencial dentro de un colectivo amplio de individuos (véase también capítulo 2).

15. Acumulación de conocimiento y producción cultural generalizada. Todos los animales tienen su cultura y su tecnología, las termitas fabrican grandes construcciones de barro, los pájaros pueden construir un nido, que en ocasiones desafía a las leyes de la física. Los grandes simios desarrollan relaciones sociales complejas y fabrican instrumentos para conseguir recursos. Pero nadie pone en duda que el animal humano ha sido el que mejor ha sabido sacar partido a la naturaleza en su provecho, y que al mismo tiempo es quien ha sacado mayor beneficio de la imaginación y la inventiva.

El desarrollo cortical del cerebro humano fue el substrato que hizo posible el salto desde la hominización a la cultura de explotación y transformación del medio. No obstante transcurrieron muchos miles de años hasta conseguir un cerebro grande con intrincadas redes neurales que es el que caracteriza al humano moderno.

16. Envejecimiento lento, menopausia, integración de los abuelos en la comunidad. Se trata en los capítulos 2 y 5.

17. Consciencia compleja, sentimiento acerca de la muerte. Se considera en los capítulos 3 y 6.

18. Perseveración en el error, prepotencia, perversión.

Son caracteres muy específicos de los humanos. Tenemos mayor capacidad cerebral para aprender de la experiencia pero a menudo tropezamos dos veces con la misma piedra, creemos tener razón cuando no la tenemos, nos consideramos superiores a los vecinos, nos complicamos emocionalmente la vida sin obtener nada a cambio, a no ser algún disgusto, y hay humanos que desarrollan conductas perversas buscando el placer en el sufrimiento de otros. En el capítulo 4 se consideran algunos de estos trazos de la humanidad, pero conviene avanzar que la razón de estos desaguisados hay que buscarla también en la gran capacidad y complejidad de nuestro cerebro. El desarrollo del córtex frontal junto a la capacidad neuroplástica para el aprendizaje permiten que ideemos y programemos estrategias y proyectos que superan a los de cualquier otro animal, pero esta mayor fecundidad cerebral tiene un precio y cuando el entorno nos estimula de forma que creemos desfavorable o negativa podemos enfurecernos y perdemos el sentido de la realidad y la capacidad de razonar, aparece la agresividad más primaria, sin filtros ni mediadores, nos podemos hundir en la depresión o volvernos egoístas, irascibles y prepotentes hacia los demás.

Nuestro cerebro es muy rico en pensamientos, por lo que el humano puede desarrollar la voracidad y la perversión egoísta de forma muy complicada, como resultado de la interacción de experiencias, fantasías, insatisfacciones, ideas y proyectos con resultado pernicioso para los demás y, en general, para uno mismo. En el patrimonio genético hay códigos que, cuando un desencadenante los hace expresar, ponen en marcha este tipo de comportamiento infeliz. Las conductas asociales no acostumbran a tener eficacia biológica, por lo que a lo largo de la evolución debieran haberse depurado. Pero están formadas por elementos sanos, útiles para la vida, que en determinadas circunstancias se ordenan de forma enfermiza y nociva. Las conductas aberrantes son el subproducto de un cerebro rico y productivo sin el cual no hubiéramos podido desarrollar nuestra creatividad cultural. Rita Levi Montalcini lo sintetiza así: «El aumento progresivo del volumen del cerebro y el incremento, más espectacular, de sus capacidades intelectuales fueron el resultado de un proceso inarmónico que ha provocado un sinnúmero de complejos psíquicos y conductas aberrantes, suerte de la que, en cambio, se salvaron nuestros compañeros de viaje, desde los primates antropomorfos hasta aquellos, infinitamente más numerosos, que nos precedieron hace centenares de millones de años, y que probablemente nos sobrevivirán: los insectos. Los que pueblan hoy en día la superficie del planeta básicamente no se distinguen de sus más remotos antepasados, que vivieron hace 600 millones de años. Desde el primer ejemplar en adelante, su cerebro, del tamaño de una punta de alfiler, se ha mostrado en tal grado idóneo para resolver los problemas del ambiente y evadir las asechanzas de los depredadores, que no se prestó al caprichoso juego de las mutaciones: debe su estancamiento evolutivo a la perfección del modelo primordial».

Todos los caracteres humanos descritos tienen como fundamento al cerebro, que constituye la parte más compleja y avanzada del animal humano. El cerebro humano produce cultura y razonamiento pero también conductas insólitas y pensamiento mágico. En palabras de E. O. Wilson: «Si el cerebro evolucionó por la selección natural, aun las capacidades para seleccionar juicios estéticos y creencias religiosas particulares deben haber surgido por el mismo proceso mecánico. Son adaptaciones directas a situaciones ambientales del pasado en las que evolucionaron las poblaciones humanas ancestrales o, en el mejor de los casos, construcciones determinadas secundariamente por actividades más profundas y menos visibles que en alguna ocasión fueron capaces de adaptarse a este sentido biológico estricto. La esencia del argumento es, entonces, que el cerebro existe porque promueve la supervivencia y multiplicación de los genes que dirigen su formación. La mente humana es un mecanismo de supervivencia y reproducción, y la razón es solamente una de sus diversas técnicas».

El cerebro del rey

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