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CAPÍTULO DOS

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Hacía tiempo que Neil había perdido la cuenta de los aeropuertos en los que había estado. Fuera cual fuera el número, seguramente desorbitado, nunca había llegado a sentirse cómodo en ellos. Había demasiada gente de la que estar pendiente y volar con pasaportes falsos siempre suponía un riesgo. Tras la muerte de su madre, había heredado los contactos de esta. Sabía que el producto era de calidad, pero el corazón se le aceleraba cada vez que alguien le pedía ver sus papeles.

Nunca había pasado por el Sky Harbor o el Upstate Regional, pero la actividad frenética le resultaba familiar. Se quedó junto a la puerta de embarque en Upstate durante casi un minuto después de que todos los demás pasajeros de su vuelo hubieran salido corriendo hacia la zona de llegadas o hacia sus conexiones. La multitud a su alrededor parecía estar compuesta de los viajeros habituales: turistas, hombres de negocios y estudiantes de vuelta a casa tras terminar el semestre. No esperaba reconocer a nadie, ya que nunca antes había estado en Carolina del Sur, pero nunca estaba de más asegurarse.

Al fin, siguió las indicaciones de los carteles a lo largo de un pasillo y subiendo unas escaleras hasta la zona de llegadas. Al ser viernes por la tarde había una aglomeración razonable en el vestíbulo, pero, aun así, localizar al chófer que el entrenador Wymack le había prometido fue más fácil de lo que esperaba.

Fue el peso de la mirada fija de su compañero de equipo lo que le permitió encontrarlo casi de inmediato. Era uno de los gemelos. A juzgar por la serenidad de su rostro, Neil apostaría a que no se trataba de Andrew. A Aaron Minyard se le conocía habitualmente como «el normal» de los dos, aunque a aquella afirmación a menudo le seguía un debate sobre si era posible que estuviera cuerdo teniendo en cuenta que compartía genes con Andrew.

Neil atravesó la sala hasta él. En la alineación de los Dingos de Millport, Neil había sido el jugador más bajo, pero a Aaron le sacaba casi ocho centímetros. Tampoco lo ayudaba a parecer más alto que vistiera todo de negro y Neil se preguntó cómo podía soportar llevar manga larga en mayo. Le daba calor con solo verlo.

—Neil —dijo Aaron a modo de saludo y señaló con el dedo—. Equipaje.

—Esto es todo. —Tocó el asa de la bolsa que llevaba colgada al hombro. Era lo bastante pequeña como para ser equipaje de mano y lo bastante grande como para contener todas sus pertenencias.

Aaron lo aceptó sin decir nada y echó a andar. Neil lo siguió a través de las puertas de cristal hasta una húmeda tarde de verano. Había una pequeña multitud en el paso de peatones, aguardando el semáforo, pero Aaron se abrió paso entre ellos hasta la carretera. Los frenos de un taxi chirriaron cuando se detuvo en seco a apenas unos centímetros del cuerpo diminuto de Aaron. Este ni siquiera pareció reparar en ello, más interesado en encender un cigarro y ponérselo entre los labios. Hizo aún menos caso a los improperios del conductor. Neil le dedicó un gesto de disculpa al taxista y se apresuró a alcanzarlo.

Un elegante coche negro estaba estacionado en la sexta fila del aparcamiento de corta estancia. Neil no sabía mucho de coches, pero sabía reconocer el lujo cuando lo veía. Por un segundo, pensó que debía de haber un coche más pequeño escondido detrás de aquel, pero Aaron lo abrió con un botón de su llavero.

—La bolsa al maletero —dijo mientras abría la puerta del conductor. Se sentó de lado a fumarse el cigarro.

Neil, obediente, metió la bolsa en el maletero antes de colocarse en el asiento del copiloto. Aaron no se movió hasta haber consumido la mitad del cigarro. Tiró la colilla al asfalto a sus pies y cerró la puerta. El giro de la llave en el contacto encendió el murmullo del motor y le dedicó otra mirada de reojo a Neil. El espectro de una sonrisa le tiró de la comisura de la boca, pero era una expresión definitivamente hostil.

—Neil Josten —dijo, de nuevo, como si estuviera comprobando cómo sonaba—. Así que has venido a pasar el verano, ¿eh?

—Sí.

Aaron subió el aire acondicionado a tope y puso la marcha atrás.

—Pues ya somos cinco, pero dicen por ahí que tú te vas a quedar con el entrenador.

El entrenador Wymack le había advertido de que los primos (Andrew, Aaron y Nicholas) estarían allí, pero seguían sin salirle las cuentas. Neil sabía quién tenía que ser la quinta persona. No quería creerlo, a pesar de que debía haberlo imaginado. Kevin había estado pegado a Andrew desde su traslado. Aun así, tenía que asegurarse.

—¿Kevin se queda en el campus?

—Donde esté la cancha, allí está Kevin. No es capaz de existir sin ella —se burló Aaron.

—No creía que la cancha fuera la razón de Kevin para quedarse —dijo Neil.

Aaron no respondió. El camino hasta la salida del aparcamiento era corto, y tenía el dinero preparado para la mujer de la cabina. En cuanto la barra se elevó para dejarlos pasar, pisó a fondo el acelerador. Alguien hizo sonar un claxon a modo de advertencia al meterse de golpe en mitad del tráfico y Neil se apretó discretamente el cinturón. Aaron no pareció darse cuenta o le dio igual. Una vez en la carretera, miró de reojo a Neil.

—Me han dicho que no congeniaste mucho con Kevin el mes pasado.

—Nadie me advirtió de que estaría allí —respondió Neil, observando el paisaje por la ventana—. Podrás perdonarme por no reaccionar bien.

—O podría no hacerlo. Yo no creo en el perdón y no fue a mí a quien ofendiste. Es la segunda vez que un fichaje le manda a la mierda. Si fuera posible mellar esa arrogancia suya, su orgullo estaría hecho trizas. En vez de eso, ha perdido la fe en la inteligencia de los atletas de instituto.

—Estoy seguro de que Andrew tenía sus motivos para rechazarlo, igual que yo.

—Dijiste que no eras lo bastante bueno y, sin embargo, aquí estás. ¿Crees que un verano de entrenamientos cambia eso?

—No —dijo Neil—. No fui capaz de rechazarlo.

—El entrenador siempre sabe qué decir, ¿eh? Pero eso solo nos complica las cosas a los demás. Ni siquiera el Millport debería haberse arriesgado fichándote.

Neil se encogió de hombros.

—El Millport es demasiado pequeño como para preocuparse por la experiencia. Yo no tenía nada que perder presentándome a las pruebas y ellos no ganaban nada rechazándome. Supongo que fue cuestión de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado.

—¿Crees en el destino?

Neil oyó el ligero desprecio en la voz del otro.

—No. ¿Tú?

—En la suerte, entonces —dijo Aaron, ignorando la pregunta.

—Solo en la mala.

—Obviamente, nos halaga mucho que nos tengas en tan alta estima.

Aaron giró el volante, cambiando de un carril a otro sin molestarse en observar el tráfico a su alrededor. Un coro de cláxones estalló tras ellos. Neil contempló en el espejo retrovisor cómo los coches se desviaban bruscamente para evitar chocar con ellos.

—Este coche es demasiado caro como para estrellarlo —señaló.

—No le tengas tanto miedo a morir —dijo Aaron, mientras el coche continuaba deslizándose por la calzada de cuatro carriles hacia la siguiente salida—. Si no, tu sitio no está en nuestra cancha.

—Hablamos de un deporte, no de un duelo a muerte.

—Lo mismo da —dijo Aaron—. Ahora juegas en primera al lado de Kevin. La gente siempre está dispuesta a dejarse la piel por él. Supongo que has visto las noticias.

—Lo he visto.

Aaron chasqueó los dedos como si acabara de darle la razón. Neil no podía decir que estuviera equivocado, así que lo dejó pasar.

Kevin Day y su hermano adoptivo, Riko Moriyama, eran aclamados como los hijos del exy. La madre de Kevin, Kayleigh Day, y el tío de Riko, Tetsuji Moriyama, crearon el deporte hacía más o menos treinta años mientras Kayleigh estaba estudiando en Japón, en Fukui. Lo que empezó como un experimento se extendió por el campus hasta formar equipos callejeros locales y después a través del océano hasta el resto del mundo.

Kayleigh lo llevó consigo de vuelta a Irlanda tras terminar la carrera y los Estados Unidos lo descubrieron poco después.

A Kevin y a Riko los criaron rodeados de exy. Aun cuando el gigantesco estadio de Edgar Allan, el Castillo Evermore (el primer estadio de exy de la NCAA en Estados Unidos), no era más que unos dibujos en un plano, Kevin y Riko ya tenían raquetas hechas a medida. Tras el accidente mortal de Kayleigh, Tetsuji acogió a Kevin, pero el nuevo entrenador de los Cuervos no tenía tiempo para criar niños. En vez de eso, Riko y Kevin pasaron su infancia en Evermore con los Cuervos y la gente los consideraba las mascotas no oficiales del equipo. Cuando no estaban entrenando bajo las órdenes de Tetsuji, entrenaban con el equipo, y una serie de tutores acudían al estadio para que no tuvieran que ir al colegio.

Kevin y Riko crecieron frente a las cámaras, pero siempre en el contexto del exy y siempre juntos. Hasta el traslado de Kevin a la Estatal de Palmetto, nunca los habían visto en habitaciones separadas. Aquella infancia poco convencional hizo que muchos se preocuparan por su bienestar psicológico, pero también alimentó una obsesión feroz por la pareja. Riko y Kevin eran el rostro de los Cuervos. Para muchos, eran el futuro del exy.

El diciembre pasado, ambos desaparecieron de la esfera pública durante semanas. Cuando el campeonato de primavera comenzó en enero, ninguno de los dos formaba parte de la alineación inicial del equipo. No fue hasta finales de ese mismo mes cuando Tetsuji Moriyama aclaró el asunto en una rueda de prensa y la noticia resultó en un duro golpe para los aficionados al exy de todas partes: Kevin Day se había roto la mano dominante esquiando. Según Tetsuji, tanto Kevin como Riko estaban tan desolados que no podían enfrentarse aún a los Cuervos o a sus afligidos fans.

Al día siguiente, el entrenador Wymack comunicó a la prensa que Kevin se estaba recuperando en Carolina del Sur. Saber que Kevin jamás volvería a jugar había sido un golpe duro; descubrir que había abandonado los Cuervos fue aún peor para sus fanáticos más obsesivos. Si tenía que verse relegado a la banda como asistente del entrenador, al menos debería poner su prestigio y sus conocimientos al servicio del equipo que había sido su hogar. Los aficionados se ofendieron en nombre de su equipo, pero la mayoría supuso que volvería a este en cuanto terminara de curarse. En su lugar, Kevin Day fichó con los Zorros en marzo y no como entrenador, sino como delantero.

Sus fans pasaron de sentirse desolados a traicionados. La Estatal de Palmetto había tenido que soportar lo peor de aquella furia desde entonces. La universidad y el estadio habían sufrido actos vandálicos más de una docena de veces y en el campus habían estallado un sinfín de peleas. La cosa solo podía empeorar cuando empezara la temporada y la gente viera a Kevin vestir los colores de los Zorros. A Neil no le hacía mucha ilusión meterse en medio de aquel follón.

El bloque de apartamentos donde vivía Wymack estaba a veinte minutos en coche del aeropuerto. El aparcamiento estaba prácticamente vacío, al ser un día entre semana por la tarde, pero había tres personas esperando en la acera. Aaron fue el primero en bajarse del coche y se hizo con las llaves que había en la parte trasera. Neil oyó el sonido de varias cerraduras mientras se bajaba del coche. Aaron fue al encuentro de los demás junto al bordillo mientras él recuperaba su bolsa del maletero. Se la colgó al hombro, relajándose un poco al sentir su peso, tan familiar, y cerró el maletero. Cuando levantó la vista, se había convertido en el centro de atención.

Los gemelos estaban a ambos lados de Kevin, vestidos exactamente igual, pero fáciles de distinguir por la expresión en sus rostros. Aaron tenía un aspecto aburrido ahora que había cumplido con su función trayendo a Neil hasta allí. Andrew sonreía, pero Neil era consciente de que su alegría no quería decir que pensara ser amable. También había sonreído mientras le estampaba una raqueta contra el abdomen.

Nicholas Hemmick era el único que parecía alegrarse de verdad de ver a Neil y dio un paso hacia él al verle llegar. Neil agradeció la distracción, ya que así evitaba tener que mirar a Kevin, y aceptó la mano que le tendía Nicholas de buena gana.

—Ey —dijo este, usando la mano que agarraba la de Neil para tirar de él hacia el bordillo—. Bienvenido a Carolina del Sur. ¿Qué tal el vuelo?

—Bien —dijo Neil.

—Yo soy Nicky. —Le dio un último apretón con la mano antes de soltársela—. Soy el primo de Andrew y Aaron, y un defensa extraordinario.

Neil miró a Nicky y a los gemelos, y de nuevo a Nicky. Mientras que los gemelos eran claros, él era oscuro, con el pelo negro azabache, los ojos marrón oscuro y la piel dos tonos demasiado oscura como para tratarse de un bronceado. Además, les sacaba casi treinta centímetros.

—¿Primos de sangre?

—Cualquiera lo diría, ¿no? —rio Nicky—. Yo he salido a mi madre. Mi padre la «rescató» en México durante uno de esos pomposos viajes de misionero. —Puso los ojos en blanco en un gesto exagerado y señaló al resto con el pulgar—. A estos ya los conoces, ¿no? Aaron, Andrew y Kevin. Se suponía que el entrenador estaría aquí para abrirte la puerta, pero ha tenido que acercarse un momento al estadio. Los del CRRE le han llamado, seguro que para darle la tabarra otra vez porque aún no hemos anunciado a nuestro sustituto. Por el momento tendrás que conformarte con nosotros, pero tenemos sus llaves. ¿Las maletas están en el maletero?

—Esto es todo —dijo Neil.

Nicky alzó una ceja y se giró hacia los demás.

—Viaja ligero. Ojalá yo pudiera hacer lo mismo, pero soy un materialista de la hostia.

—Materialista es decir poco —dijo Aaron.

Nicky esbozó una gran sonrisa y agarró a Neil del hombro para obligarlo a avanzar por delante del resto hacia la puerta principal.

—Aquí es donde vive el entrenador —dijo, a pesar de que resultaba obvio—. Él se lleva toda la pasta, así que puede permitirse vivir en un sitio como este mientras los demás dormimos en un sofá.

—Tenéis un coche bastante caro para alguien que se considera pobre —dijo Neil.

—Por eso somos pobres —replicó con aspereza.

—La madre de Aaron nos lo compró con el dinero de su seguro de vida —explicó Andrew—. No es ninguna sorpresa que tuviera que morir para servir de algo.

—No te pases —dijo Nicky, aunque estaba mirando a Aaron al hablar.

—Que no me pase. —Andrew alzó los brazos en un gesto de indiferencia—. ¿Qué importa? Es un mundo cruel, ¿verdad, Neil? Si no lo fuera, tú no estarías aquí.

—No es el mundo el que es cruel —dijo Neil—. Es la gente que lo habita.

—Ah, muy cierto.

Subieron en el ascensor hasta la séptima planta en silencio. Neil contempló los números pasar sobre la puerta para evitar mirar el reflejo de Kevin. La incomodidad de estar tan lejos del suelo casi era suficiente para distraerle. Prefería quedarse en los niveles inferiores para poder escapar fácilmente si lo necesitaba. Aquí saltar por la ventana quedaba descartado del todo. Se dijo a sí mismo que tenía que encontrar todas las salidas de incendios más adelante.

El apartamento de Wymack era el número 724. Se reunieron alrededor de la puerta mientras Aaron se sacaba las llaves del bolsillo. Le costó dos intentos recordar cuál había probado ya. Neil no reparó en cuándo encontró la llave correcta y abrió la puerta, demasiado ocupado observando los bolsillos de Aaron. No estaban lo bastante abultados como para contener un paquete de tabaco, pero Neil había visto cómo se lo guardaba ahí antes de cruzar la calle en el aeropuerto.

—Ya hemos llegado, Neil —dijo Nicky, y Neil se obligó a sí mismo a alzar la mirada hacia la puerta abierta. Nicky hizo un gesto para que pasara primero—. Hogar, dulce hogar. Si es que se puede llamar «dulce» a algo que tenga que ver con el entrenador.

Neil había sabido desde abril que se iba a quedar en el sofá del entrenador Wymack durante un par de semanas. Tras su visita, supo que sería una situación incómoda. Aun así, no estaba preparado para la manera en la que el estómago le dio un vuelco en aquel momento. Había estado solo desde la muerte de su madre y el último hombre con el que había vivido había sido su padre. ¿Cómo iba a ser capaz de dejar que Wymack echara la llave cada noche estando ambos bajo el mismo techo? Iba a resultarle imposible dormir en aquel lugar; cada vez que Wymack respirara, Neil se despertaría preguntándose quién le estaba persiguiendo. Quizás debería echarse atrás y conseguir una habitación de hotel, pero ¿cómo iba a explicárselo a Wymack? ¿Tendría que explicarse acaso? Wymack pensaba que los padres de Neil abusaban de él, era posible que comprendiera su reticencia.

No había anticipado congelarse así y su vacilación duró demasiado. Captó la mirada que Nicky le lanzó a Aaron, llena de curiosidad y confusión, y supo que había cometido un error. Aun así, no fue hasta que Andrew se acercó para comprobar a qué se debía la demora que Neil fue capaz de volver a moverse. Andrew sonreía, pero su mirada pálida estaba cargada de intensidad. Sus ojos se encontraron durante un instante y Neil supo que era peor quedarse allí fuera con ellos que cruzar el umbral. Ya se las apañaría, pero no en aquel momento, no con Andrew y Kevin como testigos.

Neil traspasó el umbral y se adentró en el pasillo. La primera puerta daba paso al salón, donde él dormiría. El sofá que había mencionado Wymack estaba despejado e incluso tenía una nota encima indicando que había mantas en el cajón de la mesita. Era la única superficie limpia de la sala. Todas las demás estaban cubiertas de documentos y tazas de café vacías. También había un exceso malsano de ceniceros llenos a rebosar.

Neil había cruzado ya medio salón para asomarse a la ventana cuando Nicky habló a sus espaldas.

—¿Qué ha sido eso?

A Neil se le congeló la sangre en las venas. No por lo que había dicho Nicky, sino por el idioma en el que lo había dicho. El alemán era el segundo idioma de Neil gracias a los tres años que había pasado en Austria, Alemania y Suiza. Recordaba su paso por Europa más de lo que le habría gustado; la mayor parte del tiempo que pasaron allí había sido un desastre gélido. Sabía que el sabor a sangre que le invadió la boca solo existía en su imaginación, pero era tan fuerte que amenazaba con asfixiarlo. El latido de su corazón le retumbaba en cada centímetro de la piel, tan acelerado que empezó a temblar de pies a cabeza.

¿Cómo sabían que hablaba alemán?

Consideró echar a correr, pero entonces Aaron respondió y Neil, con un ataque de náuseas, se dio cuenta de que Nicky no le estaba hablando a él. No, estaban hablando de él, suponiendo que él no los entendía. Se obligó a sí mismo a completar el camino hasta la ventana. Apartó las cortinas y posó la mano contra el cristal. Necesitaba algo en lo que apoyarse mientras su corazón se esforzaba por recuperar un ritmo normal.

—Puede que estuviera saboreando el momento —dijo Aaron.

—No —respondió Nicky—. Eso ha sido puro pánico. ¿Qué demonios le has dicho, Andrew?

Neil se giró hacia ellos. Nicky no estaba mirando a Andrew, quizás porque ya sabía que no iba a conseguir una respuesta, sino observándole a él al otro lado de la sala. Al volverse Neil, Nicky esbozó una sonrisa radiante y cambió de idioma de nuevo.

—¿Qué te parecería una visita guiada?

Neil se planteó decir algo, pero ya había revelado demasiado.

—Vale.

No había mucho que ver. Un baño y una cocina situados uno frente a otro y los dormitorios al final del pasillo. Wymack había transformado el segundo dormitorio en un despacho. Las paredes de este último contrastaban con la desnudez de las del salón; estaban forradas con artículos de periódico, fotos del equipo, calendarios viejos y certificados varios. Había dos estanterías contra la pared: una llena de libros sobre exy y otra de una mezcla de todo, desde guías de viaje hasta literatura clásica. El escritorio de Wymack estaba enterrado bajo una montaña de papeleo hasta tal punto que no se podía ver ni un centímetro de madera, con el expediente de Neil encima de todo lo demás. Sobre una de las esquinas, a modo de pisapapeles, había un bote de pastillas. Nicky lo agarró con un grito triunfal y desenroscó la tapa.

—Eso no te pertenece —dijo Neil.

—Analgésicos —dijo Nicky, ignorando la acusación implícita—. El entrenador se destrozó la cadera hace unos cuantos años, ¿sabes? Fue así como conoció a Abby. Ella era su terapeuta y él le consiguió este trabajo. La mitad del equipo cree que están liados, la otra mitad que no. Andrew se ha negado a participar, así que el desempate depende de ti. Dínoslo lo antes posible. He apostado dinero.

Sacó un par de pastillas, cerró la tapa y devolvió el bote a su sitio. Neil se giró para ver qué pensaban los demás de todo aquello, pero Andrew y Kevin habían desaparecido. Solo quedaba Aaron y no parecía interesado en absoluto.

—Conocerás a Abby en la cena de hoy —dijo Nicky, metiéndose las pastillas en el bolsillo—. Nos quedan un par de horas muertas, así que igual podemos acercarte a la cancha para que flipes un rato. Ahora somos suficientes para jugar partidos de práctica. Kevin tiene que estar meándose de la emoción.

—Lo dudo mucho —dijo Neil, pensando en la expresión desapasionada de Kevin.

—Kevin no se emociona nunca —aseguró Aaron—, pero, dado que el exy es lo único que le importa, nadie tiene más ganas de tenerte en nuestra cancha que él.

A Neil se le atascó la respuesta en la garganta mientras procesaba lo que acababa de escuchar. Era casi lo mismo que Aaron había dicho en el coche, solo que ahora había sonado indiferente, cuando antes lo había dicho con desprecio. Entre aquel cambio repentino de actitud, la desaparición del paquete de tabaco y la ropa a juego, Neil empezaba a preguntarse lo que sucedía de verdad allí. No se trataba de nada significativo, pero había aprendido a sobrevivir fijándose en los detalles más insignificantes.

—¿No resulta difícil jugar con él? —preguntó, cambiando lo que había estado a punto de decir—. Ya sabes, con eso de que es un campeón.

—Técnicamente, aún no hemos jugado con él —dijo Nicky—. Apenas hace un mes que empezó a entrenar con nosotros. Si es igual como jugador que como asistente del entrenador, este va a ser el peor año de la historia. —A pesar de lo agorero de sus palabras, Nicky parecía divertirse—. Pero vale la pena.

—¿Vale también todas las peleas que están surgiendo por su culpa? —preguntó Neil—. Como la de hace dos semanas, la que Aaron me ha dicho que se descontroló por completo. ¿Cuántas personas dijiste que salieron heridas de aquella?

Hubo una pequeña pausa mientras Aaron lo pensaba y, por un momento, Neil decidió que se lo había imaginado todo. Y entonces Aaron contestó:

—Once.

Era la respuesta correcta; Neil había leído un artículo sobre la pelea. Pero Aaron y él no habían hablado sobre aquello en el coche y Aaron debería saberlo.

Recordó demasiado tarde la acusación exasperada de Nicky en el salón: «¿Qué demonios le has dicho, Andrew?». Neil había supuesto que se refería a su encontronazo en Millport, pero Nicky se estaba refiriendo al viaje en coche desde el aeropuerto. Al final resultaba que no había sido Aaron quien le había recogido.

Estaba cabreado por la jugarreta y aliviado por haber descubierto la verdad, pero la precaución se sobrepuso por encima de ambos. Andrew no era una persona alegre por naturaleza; su manía estaba inducida con medicamentos y controlada por un tribunal. Hacía dos años, unos hombres habían asaltado a Nicky frente a una discoteca. Andrew había estado en su derecho de defender a Nicky, pero casi había matado a cuatro de los atacantes. El tribunal consideró excesiva la violencia empleada e intentaron procesarle. Sus abogados consiguieron hacer un trato: Andrew pasaría un tiempo en terapia intensiva, recibiría ayuda profesional una vez por semana y tomaría medicación.

Después de tres años le permitirían dejar la medicación el tiempo suficiente para valorar cómo había evolucionado. Saltarse el tratamiento en cualquier momento anterior a esa fecha supondría un incumplimiento de la libertad condicional. Si la enfermera del equipo, su psiquiatra actual o el psiquiatra asignado por el tribunal para gestionar su libertad condicional sospecharan que no estaba cumpliendo las normas, podrían solicitar un análisis de orina. Si Andrew no lo pasaba, sería procesado.

Solo tenía que aguantar hasta primavera, pero, por lo visto, aquello suponía esperar demasiado. Neil no podía creer que se arriesgara siquiera a saltarse la medicación teniendo en cuenta el alto precio que pagaría si lo pillaran. Se preguntó si su llegada tendría algo que ver, si Andrew habría querido conocer a su nuevo compañero de equipo con la mente clara, o si simplemente detestaba pasarse las vacaciones de verano colocado hasta las trancas.

Como si lo hubiese invocado, Andrew apareció en la puerta con una botella de whisky en una mano y Kevin a sus espaldas.

—Conseguido.

—¿Estás listo, Neil? —preguntó Nicky—. Deberíamos largarnos antes de que aparezca el entrenador.

—¿Por qué? —Neil señaló la botella—. ¿Estamos perpetrando un robo?

—Puede ser. ¿Te vas a chivar al entrenador? —preguntó Andrew, con un tono que indicaba que la idea le resultaba entretenida—. Menudo compañerismo. Supongo que eres un Zorro de verdad.

—No —dijo Neil—, pero sí que le preguntaría por qué no estás medicado.

Hubo un instante dominado por un silencio tenso. El único que no reaccionó fue Andrew; incluso Kevin parecía sorprendido.

Nicky fue el primero en recuperar el habla, pero se pasó al alemán para preguntar a Aaron:

—¿Me he vuelto loco? ¿Ha dicho eso de verdad?

—A mí no me mires —dijo Aaron.

—Preferiría una respuesta en mi idioma —dijo Neil.

Andrew se puso el pulgar en la comisura de la boca y lo arrastró sobre los labios para borrarse la sonrisa.

—Eso me suena a reproche, pero yo no te he mentido.

—La omisión es la forma más fácil de mentir —dijo Neil—. Podrías haberme corregido.

—Podría, pero no lo hice. Descubre la verdad tú solito.

—Eso es lo que he hecho —dijo Neil. Se llevó dos dedos a la sien, imitando el saludo militar burlón de Andrew en su primer encuentro—. Más suerte la próxima vez.

—Oh —dijo Andrew—. Oh, puede que llegues a ser interesante. Durante un tiempo, al menos. No creo que la diversión dure mucho. Nunca dura.

—No juegues conmigo.

—¿O qué?

Reconocieron el sonido de alguien intentando girar el pomo de la puerta principal. La sonrisa de Andrew regresó en un instante, brillante y vacía. Se giró hacia Kevin y este se movió al mismo tiempo. El whisky desapareció entre ambos en un gesto ensayado.

—Hola, entrenador —dijo Andrew por encima del hombro.

—¿Tienes idea de cuánto detesto llegar a casa y encontrarte aquí? —preguntó Wymack.

Andrew alzó las manos vacías en un ademán inocente que no engañó a nadie y salió al pasillo. Aaron y Kevin lo siguieron, presuntamente con la botella escondida entre los dos, y dejaron a Nicky y a Neil en el despacho.

—Esta vez no he roto nada —dijo Andrew.

—Me lo creeré cuando haya revisado todo lo que tengo.

Al fondo del pasillo, se oyó un portazo y el entrenador apareció enseguida en el umbral del despacho. Vestido con un par de vaqueros cortos y una camiseta desgastada, Wymack tenía más aspecto de rockero de garaje que de entrenador universitario. Neil supuso que no tenía por qué tener un aspecto presentable en su propia casa, pero aun así resultaba desconcertante.

Wymack repasó a Neil con la mirada y asintió.

—Veo que has llegado de una pieza. Estaba convencido de que con Nicky al volante acabarías muerto.

Neil sintió los ojos de Nicky sobre él y dijo:

—He sobrevivido a cosas peores.

—No existe la supervivencia cuando conduce ese imbécil —dijo Wymack—. Solo te queda escoger entre ataúd abierto o cerrado.

—Oye, oye —se quejó Nicky—. Eso no es justo.

—La vida no es justa, lerdo. Supéralo. ¿Por qué seguís aquí?

—Ya nos íbamos —dijo Andrew—. Hasta luego. ¿Se viene Neil con nosotros?

—¿Adónde? —preguntó Wymack, suspicaz.

—Joder, entrenador, ¿qué clase de gente crees que somos? —dijo Nicky.

—¿De verdad quieres que te conteste?

—Íbamos a llevarlo a la cancha —dijo Aaron—. Después podemos acercarlo a casa de Abby. No necesitas que se quede aquí, ¿no?

—Solo necesitaba darle esto. —Neil atrapó al vuelo las llaves que Wymack lanzó en su dirección. Eran dos anillas entrelazadas, con dos llaves en una de ellas y tres en la otra. Las observó mientras Wymack contaba con los dedos—. La larga es para la verja principal cuando la cierran de noche. La pequeña abre la puerta del piso. El resto son las del estadio: puerta exterior, armario de materiales y las puertas de la cancha. Kevin tiene un juego idéntico, pídele que te enseñe cuál es cada una. Espero que las uses tanto como él.

—Gracias —dijo Neil, apretando el puño alrededor de las llaves con tanta fuerza que los dientes se le clavaron en la palma. Se sentía más estable con ellas en la mano. No importaba dónde fuera a dormir o qué estuviera maquinando Andrew. Allí había una cancha y él tenía permiso para jugar en ella—. Lo haré.

—Favoritismo flagrante, entrenador —dijo Andrew.

—Si pisaras alguna vez la cancha por voluntad propia, igual te daba un juego a ti también —respondió Wymack—. Pero como no creo que eso vaya a ocurrir en esta vida o en la siguiente, te callas y compartes las de Kevin.

—Ay, qué alegría —dijo Andrew—. Se me está empezando a notar la emoción. ¿Podemos irnos?

—Largaos —dijo Wymack, y Andrew se esfumó. Kevin y Aaron lo siguieron. Cuando Nicky llegó a la altura de la puerta del despacho, Wymack interpuso una mano en su camino para detenerle—. No se os ocurra traumatizarlo en su primer día.

Nicky pasó la vista de Wymack a Neil.

—Neil no está traumatizado, ¿verdad?

—Aún no —dijo Neil.

Tras un momento de duda, se descolgó la bolsa del hombro. La idea de dejarla atrás le daba escalofríos, pero no confiaba en las intenciones de Andrew. No sabía por qué estaba sobrio o por qué le había recogido en el aeropuerto cuando estaba claro que Wymack se lo había encargado a Nicky, pero sospechaba que Andrew no había terminado todavía. En aquel momento, Neil confiaba en Wymack más de lo que confiaba en Andrew. Esperaba no equivocarse.

—¿Hay algún lugar seguro donde pueda esconder esto? —preguntó.

—Hay sitio en el salón —dijo Wymack.

Neil miró a Nicky de reojo, preguntándose cómo podía explicarse sin hacer que les picase lo bastante la curiosidad como para querer husmear. Nunca se separaba de su bolsa a no ser que esta estuviera bajo llave, normalmente en su taquilla en el estadio de Millport.

Antes de que le diera tiempo a decir nada, Wymack le lanzó una mirada impaciente a Nicky.

—¿Por qué sigues aquí? Largo.

—Qué borde —dijo Nicky, pero pasó junto a Wymack y desapareció pasillo abajo.

Wymack se volvió hacia Neil.

—¿Cuánta seguridad necesitas?

Neil nunca había sido tan transparente para nadie, aunque también era cierto que nunca antes había dejado que una situación se le fuera de las manos hasta aquel punto. Mientras huían, su madre siempre había tenido el control, tejiendo historias perfectas y escogiendo los objetivos ideales para sus necesidades. Neil había ejecutado con torpeza su transición en Millport, pero allí habría podido dejarlo todo y salir corriendo si algo no salía como él quería. Aquí deseaba desesperadamente poder quedarse durante tanto tiempo como fuera capaz.

—Es todo lo que tengo —dijo al fin.

Wymack le indicó que se apartara con un gesto. Neil lo observó mientras abría la cerradura del cajón inferior del escritorio. Estaba lleno de archivadores, pero Wymack los sacó todos y los puso en el suelo. La pila se desestabilizó en cuanto la soltó, con papeles y carpetas deslizándose en todas direcciones. Ni siquiera pareció darse cuenta; estaba demasiado ocupado sacando la llave diminuta de su llavero.

—Esto es algo temporal —dijo—. Cuando te mudes a la residencia tendrás que buscar otra solución.

Le tendió la llave a Neil. Este alternó la mirada entre el entrenador y la montaña de papeles. Abrió la boca, la cerró y volvió a intentarlo.

—¿Por qué…? —Fue lo único que tuvo tiempo de decir antes de que Wymack se cansara de esperar y le pusiera la llave en la mano.

—Deberías darte prisa, antes de que Andrew mande a alguien a buscarte —dijo.

Neil se tragó el resto de su pregunta y, en lugar de eso, se dedicó a meter la bolsa en el cajón. Por suerte, la mayoría de su contenido era ropa, por lo que cupo en el espacio reducido tras un par de empujones. Cerró el cajón y echó la llave. Intentó devolverla, pero Wymack lo miró con pena.

—¿Para qué cojones quiero yo eso? —dijo—. Devuélvemela cuando te vayas.

Neil contempló la llave que descansaba en su palma, la seguridad que Wymack le ofrecía con tanta facilidad, sin cuestionarlo. Era posible que Neil no durmiera nada aquella noche, y puede que fuera a pasar las próximas semanas despertándose cada vez que Wymack roncara con un poco de volumen, pero quizás podía sentirse a salvo allí por el momento.

—Gracias.

—Anda y vete —dijo Wymack.

Neil salió del despacho. Los demás habían dejado la puerta principal abierta y lo estaban esperando en el pasillo. Neil metió la llave en su llavero mientras andaba hacia ellos. Mientras cerraba la puerta con llave tras de sí, Andrew guio a sus primos y a Kevin hasta el ascensor. Este llegó apenas unos segundos después de que Neil se uniera a ellos y todos entraron.

La sensación de seguridad momentánea que había sentido se desvaneció en cuanto las puertas se cerraron a su espalda, porque los otros se habían colocado en un círculo junto a las paredes del ascensor: Nicky y Aaron a ambos lados y Andrew y Kevin frente a él. Todos los ojos estaban puestos en Neil.

La sonrisa de Andrew desapareció en cuanto el ascensor comenzó su lento descenso. Neil le sostuvo la mirada, todo el cuerpo en tensión, listo para luchar. En la quinta planta, Andrew se apartó de la barandilla del fondo y avanzó hacia él. Alargó la mano para quitarle las llaves, pero Neil apartó el llavero. Andrew volvió a intentarlo y Neil tuvo que dar un paso atrás para esquivarlo. Retrocedió hasta chocar con las puertas de metal y se dio cuenta demasiado tarde de que a Andrew no le interesaban lo más mínimo sus llaves. Se metió el llavero en el bolsillo, sintiéndose atrapado. Era ridículo que una persona tan baja pudiera tener tanta presencia.

—Ha sido un placer conocerte, Neil —dijo Andrew, arrastrando las palabras—. Pasará un tiempo hasta que volvamos a vernos.

—Algo me dice que no tendré esa suerte.

—Así, cara a cara —aclaró Andrew, señalando los rostros de ambos—. Para eso tendremos que esperar hasta junio. Abby ha amenazado con no dejarnos entrar en el estadio este verano si te rompemos antes. Y eso no puede ser, ¿verdad? Kevin se echaría a llorar. No te preocupes. Esperaremos a que esté aquí todo el mundo y Abby tenga otros Zorros de los que preocuparse. Entonces te daremos una fiesta de bienvenida que jamás olvidarás.

—Tienes que replantearte tus técnicas de persuasión. Son una mierda.

—No necesito ser persuasivo —dijo Andrew, posando una mano sobre el pecho de Neil al mismo tiempo que el ascensor se detenía—. Aprenderás a hacer lo que yo diga.

Las puertas se abrieron detrás de Neil. En cuanto el hueco entre ellas fue lo bastante grande, Andrew lo empujó suavemente. Neil salió al vestíbulo de espaldas, trastabillando. Andrew pasó a su lado, haciendo colisionar sus cuerpos desde el hombro hasta la cadera, y se dirigió hacia la puerta. Kevin iba medio paso por detrás y Aaron ni siquiera miró a Neil al pasar junto a él. Solo Nicky se detuvo el tiempo suficiente como para sonreírle.

—¿Estás preparado para esto? —preguntó, y siguió a los demás.

Neil se quedó atrás durante unos segundos para observarlos alejarse. Empezaba a pensar que Kevin no iba a ser su único problema en la Estatal de Palmetto. Casi hacía que se sintiera aliviado. No podía predecir los movimientos de Kevin; no podía preguntarle cuánto recordaba de su pasado y no sabría qué había provocado que Kevin lo reconociese hasta que fuera demasiado tarde. Pero Andrew solo era un enano psicótico y Neil había crecido rodeado de violencia. Lidiar con él sería pan comido. Solo necesitaba tener cuidado.

—Lo estoy —dijo Neil.

Y echó a andar tras sus compañeros de equipo.

La madriguera del zorro

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