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CAPÍTULO TRES

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Neil avistó la Madriguera mucho antes de llegar al aparcamiento del estadio. A las afueras del campus, elevándose sobre el resto de edificios cercanos, había sido construido para albergar a sesenta y cinco mil aficionados. Los colores solo conseguían que llamara aún más la atención: paredes de un blanco cegador con molduras de un horroroso naranja intenso. Una huella de zorro gigantesca decoraba cada uno de los cuatro muros exteriores. Se preguntó cuánto le habría costado a la universidad construirlo y cuán desesperadamente lamentaban aquella inversión, teniendo en cuenta el rendimiento catastrófico de los Zorros.

Pasaron por cuatro zonas de aparcamiento antes de entrar en la quinta. Había un par de coches aparcados que debían de pertenecer al personal de mantenimiento o a algunos estudiantes de la escuela de verano, pero ninguno estaba aparcado junto al bordillo más próximo al estadio. El estadio en sí estaba rodeado de una alambrada de púas. Las entradas estaban colocadas de manera equidistante a lo largo de esta para lidiar con la multitud en los días de partido y todas estaban cerradas con cadenas.

Neil se acercó a la alambrada y contempló el exterior del estadio. En aquellos momentos estaba desierto, con las tiendas de souvenirs y los puestos de comida cerrados hasta que la temporada comenzara de nuevo, pero podía imaginar el aspecto que tendría en un par de meses. La imagen hacía que se le pusieran los pelos de punta y el sonido de su corazón retumbándole en los oídos parecía el eco de una pelota de exy rebotando contra la pared de la cancha.

Nicky le dio una palmada en el hombro.

—Al final le tomarás cariño a tanto naranja —prometió.

Neil enredó los dedos en el alambre y deseó poder romper la valla.

—Dejadme entrar.

—Vamos —dijo Nicky, echando a andar en paralelo a la alambrada.

Avanzaron hasta que se acabaron las entradas; habían aparcado junto a la puerta número 24 y la siguiente era la número 1. Entre ambas había una puerta estrecha equipada con un teclado electrónico. Esta daba paso a un pasillo que cortaba el círculo exterior del estadio en dos, obligando a quien llegara hasta la puerta 24 a entrar en el estadio y pasar por las gradas para alcanzar la número 1. Los demás estaban esperando a Nicky y a Neil junto a aquella puerta. Aaron se había traído el whisky.

—Esta es nuestra entrada —dijo Nicky—. Cambian el código cada par de meses, pero el entrenador siempre nos lo comunica. Ahora mismo es 0508. Mayo y agosto, ¿lo pillas? El cumpleaños de Wymack y el de Abby. Te dije que estaban liados. ¿Cuándo es tu cumpleaños?

—Fue en marzo —mintió Neil.

—Vaya, nos lo hemos perdido. Pero fichaste con nosotros en abril, así que eso cuenta como el mejor regalo de la historia. ¿Qué te regaló tu novia?

Neil lo miró.

—¿Qué?

—Venga ya. Un chico tan mono como tú tiene que tener novia. A no ser que te vaya lo mismo que a mí, claro, en cuyo caso, por favor, dímelo ya y ahórrame la molestia de tener que descubrirlo por mí mismo.

Neil se lo quedó mirando, preguntándose cómo era posible que a Nicky le preocupara aquello cuando el estadio estaba allí mismo. Sabían cuál era el código para entrar, pero estaban allí parados como si su respuesta fuera algún tipo de contraseña secreta. Miró a Nicky y al teclado alternativamente.

—¿Qué importa eso? —preguntó.

—Soy una persona curiosa —dijo Nicky.

—Quiere decir cotilla —lo corrigió Aaron.

—A mí no me va nada —dijo Neil—. Entremos de una vez.

—Y una mierda —protestó Nicky.

—Nada —repitió Neil, con la voz afilada por la impaciencia. No era toda la verdad, pero estaba lo bastante cerca de serlo—. ¿Vamos a entrar o no?

A modo de respuesta, Kevin introdujo el código y abrió la puerta.

—Adelante.

Neil no necesitaba que se lo dijeran dos veces. Avanzó por el pasillo, haciendo girar el llavero entre las manos. El corredor terminaba en otra puerta marcada con la palabra «ZORROS». Le mostró el llavero a Kevin a modo de pregunta silenciosa y este señaló la llave indicada.

Era una sensación extraña introducirla en el pomo y oír el sonido de la cerradura al abrirse. El entrenador Hernández le había permitido dormir en el vestuario de Millport High a veces, pero nunca se le había ocurrido darle la llave. En vez de eso, hacía la vista gorda cuando Neil se colaba. Las llaves significaban que Neil tenía permiso explícito para estar allí y hacer lo que le gustaba. Significaban que aquel era su sitio.

La primera habitación era un salón. Tres sillones y dos sofás ocupaban la mayor parte del espacio, colocados en forma de semicírculo alrededor de la televisión. La pantalla era escandalosamente grande y Neil ya estaba deseando ver un partido en ella. Encima de la televisión, en la pared, había una lista de canales de noticias y deportivos.

Las otras paredes estaban repletas de fotografías. Algunas eran fotos oficiales: fotografías de equipo, instantáneas de los goles de los Zorros y recortes de periódicos. La mayoría parecían haber sido tomadas por uno de los propios Zorros. Estaban desperdigadas por cada rincón y pegadas con cinta adhesiva. Un conjunto de fotos de las tres chicas de los Zorros ocupaba una esquina entera.

Aunque el exy era un deporte mixto, muy pocas universidades estaban interesadas en incluir mujeres en sus equipos. Según los rumores, la Estatal de Palmetto se había negado a aceptar a ninguna de las chicas que Wymack propuso en su primer año. Sin embargo, tras la desastrosa primera temporada de los Zorros, habían sido algo más comprensivos y Wymack había fichado a tres mujeres. Para colmo, había nombrado a Danielle Wilds como capitana, la única en la historia de la primera división de exy de la NCAA.

Si los aficionados al exy no les tenían mucho cariño a los Zorros, a Danielle directamente la despreciaban. Incluso sus propios compañeros habían estado dispuestos a insultarla en público durante su primer año. Los misóginos más envalentonados la culparon por el fracaso de los Zorros. A pesar de la polémica y con solo Wymack como apoyo, Danielle se había aferrado al puesto. Tres años más tarde, estaba claro que Wymack había tomado la decisión correcta. Los Zorros seguían siendo un desastre, pero se enderezaron con Danielle a la cabeza y empezaron a acumular victorias poco a poco.

La imagen que Neil tenía de Danielle era la de una mujer agresiva e implacable, pero las fotos que tenía delante contradecían aquella impresión. Danielle salía sonriendo en todas, una sonrisa amplia llena de alegría y peligro al mismo tiempo.

Nicky se fijó en qué lo había distraído y tocó las caras de la fotografía más cercana.

—Dan, Renee y Allison. Dan es buena gente, pero te hará sudar hasta reventar. Allison es una perra mala a la que deberías evitar a toda costa. Renee es un amor. Pórtate bien con ella.

—¿Y si no lo hago? —preguntó Neil, porque podía oír la advertencia en su tono.

Nicky se limitó a sonreír y encogerse de hombros.

—Vamos —dijo Kevin.

Neil lo siguió mientras salía del salón. Un pasillo pasaba junto a dos despachos con las puertas marcadas como «David Wymack» y «Abigail Winfield». Lo siguiente era una puerta con una sencilla cruz roja. Más adelante, otras dos puertas enfrentadas estaban señaladas como «Mujeres» y «Hombres». Kevin empujó un poco la puerta de «Hombres», proporcionándole un breve vistazo de taquillas, bancos y suelos de baldosas, todo de un naranja intenso. Neil quería explorar más, pero Kevin no se detuvo en su marcha pasillo abajo.

Este terminaba en una gran sala que Neil recordaba vagamente haber visto en las noticias. Era la sala que daba paso al estadio y el único lugar donde la prensa podía ver a los Zorros tras los partidos para fotos y entrevistas. Había bancos naranjas colocados aquí y allá y el suelo era de baldosas blancas con huellas naranjas. Unos conos naranjas estaban apilados en una esquina, tres pilas de seis conos cada una. Una puerta blanca se abría en la pared a la derecha de Neil y una naranja justo enfrente.

—Bienvenido al recibidor —dijo Nicky—. Por lo menos, ese es el nombre que le pusimos. Y con eso quiero decir el que le pusieron los listillos sabelotodo que nos precedieron.

Andrew se sentó a horcajadas en uno de los bancos y se sacó un bote de pastillas del bolsillo. Aaron le pasó el whisky robado a Kevin. Este se lo acercó a Andrew, esperó mientras sacaba una pastilla sobre el banco frente a él y le cambió la botella por el bote de pastillas. El medicamento desapareció en uno de los bolsillos de Kevin y Andrew se tragó la pastilla con un sorbo impresionante de whisky.

Kevin miró a Neil e indicó la puerta al otro lado de la habitación con un gesto.

—El armario de materiales.

—¿Podemos…? —empezó a decir Neil.

—Saca tus llaves —interrumpió Kevin.

Neil se encontró con él en la puerta naranja y dejó que Kevin escogiera la llave adecuada. Al otro lado solo había oscuridad. No había techo, pero Neil podía ver cómo las paredes se alzaban a cada lado. Siguió a Kevin cuando se adentró en las tinieblas. Después de diez pasos se dio cuenta de que debían de estar dentro del propio estadio.

—Vas a poder contemplar la Madriguera en plena forma —dijo Nicky a sus espaldas—. Gracias a la presencia de Kevin, conseguimos suficiente dinero como para arreglar el suelo y las paredes. Este sitio no ha estado tan limpio desde su primer año.

La luz de los vestuarios se colaba en el estadio, aunque el pasillo hasta el círculo interno de la cancha era demasiado largo como para que fuera de mucha ayuda. El círculo interno estaba lleno de sombras oscuras y siluetas vagas. Neil cerró los ojos y trató de imaginarlo. Aquel lugar estaba reservado para los árbitros, las animadoras y los equipos. Allí cerca debía de estar el banquillo de los Zorros. Las paredes de polimetacrilato que rodeaban la cancha eran invisibles en la oscuridad, al igual que la propia cancha, pero saber que estaba allí hacía que se le acelerara el corazón.

—Luces —anunció Aaron tras ellos.

Neil oyó el zumbido de la electricidad antes de que las luces se encendieran, empezando por las de emergencia a sus pies y continuando hacia arriba. El estadio cobró vida ante sus ojos, fila tras fila de asientos naranjas y blancos alternos que desaparecían entre vigas altísimas y la cancha que se iluminaba frente a él. Neil se movió antes de que las luces del techo se encendieran, cruzando el círculo interior hasta las paredes de la cancha. Posó las manos contra el plástico frío y grueso, alzó la vista hasta el lugar donde el marcador y las pantallas de repeticiones colgaban sobre el techo de la cancha y después la bajó hasta la madera pulida del suelo. Las líneas naranjas marcaban la cancha primera, media y extrema. Era perfecta, absolutamente perfecta, y Neil se sentía al mismo tiempo inspirado y aterrado por el espectáculo. ¿Cómo iba a jugar allí después de la cancha de pacotilla de Millport?

Cerró los ojos e inspiró, espiró, imaginando el ruido de cuerpos chocando unos contra otros en la cancha, la voz del comentarista escuchándose solo en estallidos dispersos y amortiguados, el rugido de sesenta y cinco mil personas reaccionando a un tanto. Sabía que no lo merecía, que, sin lugar a duda, no era lo bastante bueno como para jugar en aquella cancha, pero lo deseaba y lo necesitaba con tantas fuerzas que hacía que le doliera todo.

Durante tres semanas y media solo estarían ellos cinco, pero en junio el resto de los Zorros acudiría a los entrenamientos de verano y en agosto empezaría la temporada. Neil abrió los ojos de nuevo, contempló la cancha y supo que había tomado la decisión correcta. El riesgo no importaba; las consecuencias merecerían la pena. Tenía que estar allí. Tenía que jugar en aquella cancha al menos una vez. Tenía que saber si el público gritaba con suficiente fuerza como para hacer estallar el techo del estadio. Necesitaba oler el sudor y el aroma a comida de estadio demasiado cara. Necesitaba oír el zumbido de una pelota cruzando las líneas blancas de la portería e iluminando las paredes de rojo.

—Oh —dijo Nicky, apoyándose contra el muro a poca distancia de Neil—. No me extraña que te escogiera.

Neil lo miró sin llegar a entender sus palabras y sin escucharlas realmente. No cuando en su cabeza aún resonaba el tictac del reloj de un partido marcando la cuenta atrás. Al otro lado de Nicky estaba Kevin, que había visto a su padre despedazar a un hombre y había acabado fichando por la selección nacional. Lo estaba observando, pero en cuanto sus ojos se encontraron señaló en la dirección de la que habían venido.

—Dadle su equipación.

Aaron y Nicky acompañaron a Neil de vuelta a los vestuarios. Andrew no había entrado en el estadio con ellos, pero tampoco estaba en el recibidor. A Neil no le importaba tanto como para preguntar, pero siguió a los primos hasta el vestuario de hombres. La habitación principal estaba llena de taquillas, cada una marcada con el nombre y el número de los jugadores. A través de la puerta del fondo, atisbó los lavabos y asumió que las duchas estaban ocultas a la vuelta de la esquina. Le interesaba más la taquilla con su nombre.

El entrenador Hernández y Wymack se habían pasado las semanas finales del último curso de instituto de Neil discutiendo sobre qué tipo de equipación necesitaría. Saber que estaba allí esperándole no sentaba ni la mitad de bien que verlo en persona. Había cinco conjuntos para entrenar y dos equipaciones: una para los partidos en casa y otra para los de fuera. Los elementos de protección ocupaban la mayor parte de la enorme taquilla y su casco estaba en la balda superior. Bajo el casco había algo naranja y envuelto en plástico y Neil lo sacó para examinarlo. Se trataba de un cortavientos, casi más brillante que los colores del estadio. Tenía las palabras «Zorros» y «Josten» escritas en la espalda en material reflectante.

—Esto lo pueden ver hasta los satélites desde el espacio —dijo.

Nicky se rio.

—Dan los mandó hacer en su primer año. Dijo que estaba cansada de que nos ignoraran. A la gente le gusta fingir que no existimos. Todos quieren que seamos el problema de otra persona. —Alargó la mano y tocó la tela—. No nos comprenden, así que no saben ni por dónde empezar. Se sienten abrumados y se rinden antes de haber dado el primer paso.

Nicky sacudió la cabeza y sonrió, sustituyendo la melancolía por entusiasmo en un instante.

—¿Sabías que donamos parte de la venta de entradas a la beneficencia? Por eso nuestras entradas cuestan un poco más que las de los demás. Fue idea de Renee. Ya te dije que era un amor. Y ahora vamos, tenemos que darte aspecto de zorro.

Se giró en busca de su propia equipación, por lo que Neil sacó lo que necesitaba y se lo llevó al baño. Cambiarse de ropa en un cubículo era engorroso e incómodo, pero lo había hecho tantas veces que tenía la técnica perfeccionada. Cambió la camiseta por las hombreras y las protecciones de pecho. Las anudó un par de veces para asegurarse de que los tirantes se ajustaban adecuadamente sin estar demasiado apretados y después se puso la camiseta. Podía ponerse los pantalones cortos delante de los otros, así que regresó a la habitación principal para terminar de cambiarse.

Primero, intercambió los vaqueros por los pantalones cortos y después se sentó en uno de los bancos para ponerse las espinilleras. Las cubrió con calcetines largos y se puso las zapatillas de cancha antirrozaduras. Se colocó unos guantes finos de algodón, que cerró justo por encima de los codos, y se puso las muñequeras sobre los antebrazos. Dejó los guantes exteriores junto al casco para poder cargar con ellos hasta la cancha y se recogió el flequillo con un pañuelo naranja. Lo único que le quedaba por ponerse era el protector de cuello, una banda fina con un cierre complicado. Ponérselo y quitárselo era una pesadez, y muchas veces le daba la sensación de que lo estaba ahogando, pero merecía la pena aguantar todo aquello si le protegía la garganta de una pelota perdida.

Regresaron al recibidor y Nicky y él abrieron la puerta del armario de materiales que Kevin había indicado antes. Aaron tomó un cubo de pelotas mientras Nicky sacaba el carrito de los palos de exy. Las raquetas estaban ordenadas por números, un par para cada jugador con las de Neil al final de la fila. Este desenganchó una y la hizo girar con lentitud, comprobando su peso y disfrutando de la sensación de tenerla en las manos. Era de color naranja oscuro con una única raya blanca al final y la red blanca. Olía a nueva, era como un sueño, y se estaba esforzando por no hundir la cara en la red. En Millport había utilizado una de las raquetas del equipo anterior. Aquella había sido encargada especialmente para él. El corazón se le aceleraba solo de pensarlo.

Kevin estaba justo donde lo habían dejado, esperándolos en el círculo interno. Los observó en silencio mientras se ponían los cascos y los guantes y no dijo nada cuando Aaron encabezó la marcha hacia la entrada de la cancha. Neil utilizó la última llave para abrir la puerta y guardó el llavero en un guante para no perderlo.

Cuando la puerta se hubo cerrado tras ellos, Neil miró a Nicky.

—¿Kevin no juega hoy? —preguntó.

Nicky pareció sorprendido por la pregunta.

—Kevin solo tolera nuestra cancha de dos maneras: solo o con Andrew. Tendrá que superarlo cuando llegue el otoño y Renee esté en la portería durante los partidos, pero por ahora puede salirse con la suya y ser un estirado.

—¿Dónde está Andrew?

—Acaba de chutarse, así que estará inconsciente en alguna parte. Dormirá un rato y luego reiniciará el modo demente.

—¿Ahora no te parece que esté demente?

—Demente no —dijo Nicky—. Carente de alma, quizás.

Neil miró a Aaron, esperando que defendiera a su gemelo, pero este se limitó a dirigirlos hasta media cancha. Neil caminó junto a Nicky, metiendo los dedos en la red de su raqueta de forma distraída. Miró a Kevin, quien los observaba a través de la pared de la cancha.

—Es mentira que Kevin puede jugar de verdad, ¿no? —preguntó—. Dijeron que sería un milagro si volvía a sostener una raqueta.

—La mano izquierda la tiene básicamente inservible —dijo Nicky—. Ahora juega con la derecha.

Neil se lo quedó mirando.

—¿Qué?

Nicky sonrió, encantado de haber soltado la bomba.

—No dicen que es un genio obsesivo por nada, ¿sabes?

—No es genialidad —dijo Aaron—. Es despecho.

—También —afirmó Nicky—. Me encantaría verle la cara a Riko cuando vea nuestro primer partido. Rata asquerosa.

Kevin golpeó la pared, exigiéndoles que se pusieran a ello. Nicky le quitó importancia haciendo un gesto con la mano.

—Sabes que estamos haciendo esto en nuestro tiempo libre, ¿verdad? —gritó, aunque Kevin no podía oírle a través de las paredes de la cancha.

—Gracias —dijo Neil, con retraso.

—¿Qué? Ah, no. No te preocupes. Puedes compensarme en otro momento, cuando estemos solos.

—¿Puedes intentar no pillar cacho cuando yo esté delante? —protestó Aaron.

—Siempre puedes irte y dejar que Neil y yo nos conozcamos mejor.

—Me voy a chivar a Erik.

—Mentira. ¿Cuándo fue la última vez que le dirigiste la palabra de manera civilizada?

—¿Quién es Erik? —Neil no conocía a ningún Zorro presente o pasado con ese nombre.

—Oh, es mi marido —dijo Nicky, rebosante de felicidad—. O al menos lo será algún día. Era mi «hermano» en la familia con la que vivía cuando pasé un año en Berlín y, después de graduarnos, nos fuimos a vivir juntos.

El corazón de Neil dio un salto.

—¿Vivías en Alemania?

Trató de hacer los cálculos en la cabeza, contrastando la edad de Nicky con el tiempo que debía hacer desde que estaba en el instituto. Lo más probable era que Neil ya se hubiera mudado a Suiza cuando Nicky pisó territorio alemán por primera vez, pero el lapso de tiempo era tan justo que le dejó sin respiración.

Ja —dijo Nicky—. ¿Escuchaste el galimatías de antes? Era alemán. Los gamberros estos lo estudiaron en el instituto porque sabían que yo podía ayudarles a aprobar. Si eliges alemán como optativa, dímelo y te daré clases particulares. Se me da genial usar la lengua.

—Ya vale. Juguemos —dijo Aaron, dejando el cubo de pelotas en el suelo.

Nicky dejó escapar un suspiro dramático.

—Pues eso, recuérdame que te enseñe una foto luego. Nuestros hijos van a ser guapísimos.

Neil frunció el ceño, confundido.

—¿No vive aquí?

—Oh, no. Vive en Stuttgart. Consiguió un trabajo que le encanta con mucho futuro, así que no pudo venirse conmigo. Se suponía que solo iba a quedarme hasta que los chiquillos acabaran el instituto, pero el entrenador me ofreció una beca y Erik dijo que debía aceptarla. Es una mierda estar tanto tiempo separados, pero él vino las Navidades pasadas y yo voy a ir allí este año. Si en algún momento las cosas se calman por aquí, incluso podría pasar el verano que viene en Alemania. —Lanzó una mirada significativa hacia la pared desde donde Kevin los observaba.

Pasaron una hora y media enseñando a Neil los distintos ejercicios. Muchos los había hecho antes, pero había algunos que no reconocía. Aprender algo nuevo le resultaba emocionante. Acabaron con un partido de entrenamiento corto, un delantero contra dos defensas a portería descubierta. Aaron y Nicky no eran los mejores defensas de la NCAA ni de lejos, pero eran mucho mejores que cualquiera de los estudiantes de instituto a los que Neil estaba acostumbrado a enfrentarse.

Aaron los mandó parar al fin y Neil agarró la pelota de rebote. Cuando la dejó caer en el cubo, los otros empezaron a desabrocharse los cascos. Reprimió el latigazo de decepción que sintió al darse cuenta de que ya habían acabado, pero no podía presionarlos para jugar más tiempo; Nicky ya había dicho que estaban renunciando a sus vacaciones de verano para jugar con él.

Nicky se frotó la mejilla con el hombro, intentando secarse el sudor con la camiseta. Sonrió a Neil.

—¿Qué te ha parecido?

—Ha sido divertido —dijo Neil—. Los dos sois geniales.

Nicky sonrió aún más, pero Aaron soltó un bufido.

—Kevin se suicidaría si te oyera decir eso.

—Kevin cree que solo malgastamos oxígeno —dijo Nicky, encogiéndose de hombros.

—Al menos no vas a ser un completo estorbo —dijo Aaron—. Tardaremos la mayor parte de la temporada en conseguir que estés al nivel que necesitamos, pero veo por qué Kevin te escogió.

—Y hablando de él… —Nicky señaló la pared con la cabeza—. Creo que está listo para empezar a darte caña.

Neil siguió la dirección del gesto con la mirada, más allá de la pared hasta el banquillo de los Zorros. Andrew había reaparecido y estaba tumbado bocarriba en el banco, jugando a lanzar y atrapar una pelota. Kevin había tomado su raqueta en algún momento y le daba vueltas mientras los observaba. Incluso con media cancha y una pared de centímetro y medio de grosor entre ellos, Neil sentía su mirada como si fuera algo sólido.

—Teme por tu vida —dijo Nicky—. No es un profesor comprensivo y no sabe cómo ser amable. Kevin es capaz de cabrear a cualquiera en una cancha de exy, incluso a un Andrew colocado. Bueno, a cualquiera menos a Renee, pero ella no es humana, así que no cuenta.

Neil volvió a mirar a Andrew.

—Creía que la medicación hacía que eso fuera imposible.

—Esta primavera nos ha enseñado muchas cosas. —Nicky se apoyó la raqueta en el hombro y echó a andar hacia la puerta—. Tendrías que haberlo visto. Andrew le habría arrancado la cabeza a Kevin de un raquetazo si Kevin no le hubiese lanzado antes la raqueta hasta el otro lado de la cancha. Estoy deseando ver cómo lo manejas tú.

—Fantástico —dijo Neil, agarrando el cubo de pelotas para seguirlos hasta salir de la cancha.

Andrew se incorporó con el golpe de la puerta cerrándose tras ellos y le lanzó a Nicky la pelota que tenía en las manos. Se había traído el whisky, el cual había dejado en el suelo a sus pies. Ahora lo recogió y desenroscó el tapón.

—Ya era hora —dijo—. Es un aburrimiento tener que esperarte, Nicky.

—Ya hemos terminado —dijo este, enganchando el casco en el mango de su raqueta para poder agarrar el whisky—. Va siendo hora de que dejes eso, ¿no te parece? Abby me va a machacar si se da cuenta de que has estado bebiendo.

—Me parece que eso no es problema mío —respondió Andrew con una sonrisa deslumbrante.

Nicky se volvió hacia Aaron en busca de ayuda, pero este se adelantó camino de los vestuarios. Nicky fingió que se volaba los sesos con dos dedos en forma de pistola y fue tras él. Neil tenía intención de seguirlos, pero cometió el error de mirar a Kevin. Una vez se encontró con sus ojos, no logró apartar la mirada.

Su expresión era indescifrable. Fuera la que fuera, no parecía especialmente alegre.

—Esta temporada va a ser eterna.

—Te dije que no estaba preparado.

—También dijiste que no jugarías conmigo, y aquí estás.

Neil no contestó a ese reproche. Kevin se le encaró y enredó los dedos en la red de su raqueta. Cuando empezó a tirar de ella, Neil la aferró con más fuerza, negándose a soltarla sin decir nada. Probablemente habría sido capaz de arrebatársela si lo hubiese intentado con un poco más de ímpetu, pero parecía contentarse solo con agarrarla.

—Si no vas a jugar conmigo, jugarás para mí —dijo Kevin—. Nunca llegarás a donde necesitas ir tú solo, así que entrégame tu juego.

—¿Y dónde necesito ir? —preguntó Neil.

—Si no eres capaz de averiguarlo, entonces nadie puede ayudarte.

Neil le devolvió la mirada en silencio, bastante seguro de que el lugar del que hablaba Kevin no era para gente como él. Este debió verlo en su expresión, porque alzó la mano que tenía libre y la usó para cubrirle los ojos.

—Olvídate del estadio —dijo—. Olvídate de los Zorros y de los inútiles de tu equipo, del instituto y de tu familia. Tienes que verlo de la única manera que importa, con el exy como el único camino posible. ¿Qué es lo que ves?

Imaginarse la vida en términos tan simplistas era tan ridículo que Neil casi se echó a reír. Evitó que la boca se le retorciera en un gesto despiadado tan solo a base de fuerza de voluntad. Aun así, algo debió de escapársele, porque Kevin dio un fuerte tirón a su raqueta.

—Céntrate.

Intentó imaginar un mundo en el que Neil Josten era de verdad lo único que había existido y existiría. Ponerlo en términos tan simples era casi suficiente para hacerle detestar el personaje, pero se tragó esa aversión y orientó la imagen mental hacia el exy.

Su juego. ¿Había sido de verdad suyo alguna vez? ¿O solo había estado tirando de él hasta aquel momento? El exy era el único destello de felicidad en su infancia fracturada. Recordaba cómo su madre lo había llevado a los partidos de las ligas infantiles, a una hora de Baltimore, allí donde nadie conocía a su padre y los entrenadores le dejaban jugar. Recordaba cómo lo animaba como si cada uno de sus movimientos no estuviera siendo supervisado por guardaespaldas armados. Los recuerdos eran algo fragmentado y onírico, distorsionado por la sangrienta realidad del trabajo de su padre, pero Neil se aferraba a ellos. Eran los únicos momentos en los que había visto sonreír a su madre.

No sabía durante cuánto tiempo había estado jugando en el equipo de las ligas infantiles, pero sus manos recordaban el peso de una raqueta tan nítidamente como el de una pistola.

Aquel pensamiento lo devolvió a la realidad y le recordó que la existencia de Neil Josten era algo efímero. Tan solo soñar con poder quedarse como estaba era una crueldad, pero Kevin había conseguido escapar, ¿no? De alguna manera había conseguido dejar atrás aquella habitación sanguinolenta en la Edgar Allan y convertirse en quien era ahora, y Neil quería lo mismo con tanta fuerza que casi podía saborearlo.

—Te veo a ti —dijo, por fin.

Kevin tiró de la raqueta una vez más y esta vez Neil la soltó.

—Di que me darás tu juego.

Nada bueno podía salir de aquello, pero él no pensaba inmiscuirse.

—Tómalo.

—Neil lo comprende —dijo Kevin, dejando caer la mano y lanzándole una mirada afilada a Andrew.

—¡Supongo que debo darte la enhorabuena! Pero como yo no tengo ninguna para darte, le diré a los demás que lo hagan. —Andrew se impulsó con las manos para ponerse en pie, dándole un trago al whisky mientras lo hacía—. ¡Hola, Neil! Volvemos a vernos.

—Ya nos hemos visto antes —dijo él—. Si esto es otro de tus trucos, puedes ahorrártelo.

Andrew le sonrió con la boca pegada a la botella.

—No seas tan desconfiado. Has visto cómo me tomaba la medicación. Si no lo hubiera hecho, ahora estaría doblado por la mitad en algún sitio, vomitando por culpa del síndrome de abstinencia. Aunque todo este fanatismo me está dando ganas de potar.

—Está colocado —dijo Kevin—. Cuando está sobrio, me lo dice, así que siempre lo sé. ¿Cómo lo averiguaste?

—Son gemelos, pero no son idénticos. —Neil levantó un hombro en un gesto de indiferencia—. Uno de ellos detesta tu obsesión por el exy, mientras que al otro no le podría importar menos.

Kevin miró a Andrew, pero este solo tenía ojos para Neil; tardó un segundo en procesar sus palabras antes de echarse a reír.

—¿También es humorista? Atleta, cómico y estudiante. Cuántos talentos. Qué gran fichaje para los Zorros. Estoy impaciente por descubrir qué más sabe hacer. Quizás podríamos montar un concurso de talentos para descubrirlo, ¿qué os parece? Ya veremos. Vámonos, Kevin. Tengo hambre.

Kevin le devolvió la raqueta a Neil y los tres se dirigieron al vestuario. Aaron y Nicky ya se estaban duchando cuando llegaron. Neil oyó el sonido del agua y se sentó en un banco a esperar.

—No vas a venir con nosotros a casa de Abby en ese estado —dijo Kevin—. Ve a lavarte.

—No me ducho con el resto del equipo —dijo Neil—. Esperaré, y si no queréis esperar podéis marcharos. Encontraré la forma de llegar desde aquí.

—¿Nicky supone un problema para ti? —preguntó Andrew.

A Neil no le gustó el aspecto de su sonrisa maníaca, y aún menos su amenaza velada.

—No se trata de Nicky. Se trata de privacidad.

Kevin chasqueó los dedos en su dirección.

—Supéralo. No puedes tener vergüenza si piensas ser una estrella.

Andrew se inclinó hacia Kevin y se cubrió la boca con la mano, pero no se molestó en bajar la voz.

—Quiere esconder sus pupas, Kevin. Me colé en los archivos del entrenador y leí su expediente. ¿Moratones, quizás? ¿O cicatrices? Yo creo que son cicatrices. No puede tener moratones si sus padres no están aquí para darle palizas, ¿no?

Neil sintió cómo el frío se apoderaba de su cuerpo.

—¿Qué has dicho?

—Me da igual —dijo Kevin a Andrew, ignorando a Neil.

Andrew, a su vez, ignoró a Kevin y le hizo un gesto a Neil.

—Aquí las duchas no son comunales. El entrenador puso cubículos cuando construyeron el estadio. La junta se negó a pagarlos, no creían que fueran necesarios, así que el entrenador puso el dinero de su bolsillo. Puedes comprobarlo por ti mismo si no me crees. Porque no me crees, ¿verdad? Sé que no. Probablemente sea lo mejor.

Neil apenas lo escuchó.

—¡No tenías derecho a leer mi expediente!

Se arrepentía de no haber abierto la carpeta cuando Wymack la dejó caer a su lado en el estadio. No podía creer que Hernández hubiese dicho esas cosas en sus cartas a Wymack. Sabía que el entrenador tenía que explicar su situación, o al menos la que él creía que era su situación, para demostrar que Neil encajaba en el hogar para jóvenes problemáticos que era el equipo de los Zorros. Aun así, se sentía traicionado, y pisándole los talones a la traición estaba la furia hacia Andrew por haber sacado a la luz aquellos papeles.

Este se rio, encantado por haber cruzado un límite tan personal.

—Tranquilo, tranquilo, tranquilo. Me lo he inventado. Estábamos encerrados en el despacho del entrenador Arizona, viéndote jugar en la cadena de televisión local, y dijo que nuestra reunión secreta sería fácil de conseguir, ya que siempre te duchas solo y el último. Le dijo al entrenador que no conseguía contactar con tus padres. Él le preguntó si iban a suponer un problema y Arizona dijo que no lo sabía porque no había coincidido con ellos ni una sola vez. Que pasaban mucho tiempo viajando a Phoenix por trabajo y nada de tiempo preocupándose por ti. Pero yo tenía razón, ¿verdad?

Neil abrió la boca y volvió a cerrarla antes de empezar a cantarle las cuarenta a Andrew. Lo que él quería era hacerle reaccionar, así que tenía que contenerse. Inspiró lentamente con los dientes apretados y contó hasta diez. Solo había llegado al cinco cuando la sonrisa de Andrew se le volvió insoportable.

No se creía lo que había dicho Andrew sobre las duchas, pero era mejor investigarlo que quedarse allí y darle un puñetazo. Se levantó del banco y fue hasta el baño. Los lavabos, con altos espejos que llegaban hasta el techo, funcionaban como conexión entre los retretes y las duchas. Estas últimas estaban ocultas tras la vuelta de la esquina. Se acercó poco a poco para echar un vistazo. Por una vez, Andrew decía la verdad. Las paredes estaban cubiertas de cubículos lo bastante altos como para ofrecer privacidad total y provistos de puertas con pestillo.

—Es raro, ¿no? —susurró Andrew en su oído. Neil no lo había oído acercarse por culpa del ruido de las duchas de los primos. Atacar fue cosa de instinto, pero Andrew agarró el codo que Neil iba a clavarle en las costillas, se rio y retrocedió un par de pasos—. El entrenador nunca dio explicaciones. Quizás pensó que querríamos llorar por nuestras desastrosas derrotas en privado. Solo lo mejor para sus futuras estrellas, ¿no?

—No creía que Wymack fichara a futuras estrellas. —Neil pasó junto a él para dirigirse a su taquilla.

—No —convino Andrew—. Los Zorros nunca llegarán a nada. Pero intenta decirle eso a Dan y verás la hostia que te llevas. —Recogió su whisky y caminó hacia la puerta—. Kevin, al coche.

Neil observó la puerta cerrarse tras ellos antes de recoger su ropa y encaminarse a las duchas. Se lavó tan rápido como pudo y torció el gesto al vestirse de nuevo. Había respiraderos para que el aire circulara y para extraer humedad y evitar moho, pero el ambiente seguía siendo húmedo y pesado. Se sentía pegajoso mientras se vestía.

Pasándose los dedos por el pelo, salió al encuentro de los primos en la habitación principal. Le mostraron dónde dejar las protecciones para que se secaran y dónde echar a lavar la equipación. Aaron apagó las luces al salir, Neil echó la llave y se encontraron con los otros dos esperando junto al coche.

Nicky agarró las llaves que Andrew le tendía y las sacudió en dirección a Neil.

—Como es tu primer día, te toca ir de copiloto otra vez. Disfrútalo mientras puedas. Kevin detesta sentarse atrás.

—No tengo por qué sentarme delante —dijo Neil, pero Kevin y los gemelos ya estaban apretándose en el asiento trasero, con Kevin en el medio. Aquella disposición colocaba a Andrew justo detrás de Neil. Esperaba que el viaje fuera corto.

Abigail Winfield vivía en una casa de una planta a unos cinco minutos del campus. Como ya había dos coches aparcados en la entrada cuando llegaron, Nicky estacionó junto al bordillo. La puerta principal estaba abierta, así que entraron sin llamar y un denso olor a ajo y salsa de tomate caliente les dio la bienvenida.

El entrenador Wymack y Abigail ya estaban en la cocina. Wymack estaba refunfuñando mientras rebuscaba en el cajón de los cubiertos y Abigail lo ignoraba en favor de remover lo que tenía en el fuego. El entrenador fue el primero en ver a los Zorros y señaló a Nicky con el dedo.

—Hemmick, ven aquí y haz algo útil por una vez en tu sarnosa vida. Hay que poner la mesa.

—Jo, entrenador —se quejó Nicky mientras Abigail se daba la vuelta—. ¿Por qué siempre yo? Ya has empezado, ¿no puedes acabarlo tú?

—Calla la boca y a trabajar.

—Vosotros dos, ¿podríais comportaros? Tenemos un invitado —dijo Abigail dejando la cuchara a un lado, y acudió a saludarlos.

Wymack repasó al grupo con la mirada.

—Yo no veo ningún invitado. Neil es un Zorro. No va a recibir un trato especial solo porque es su primer día. No queremos que se lleve la impresión de que esto no es un equipo disfuncional o se dará de bruces con la realidad en junio.

—David, cállate y ve a asegurarte de que no se pasan las verduras. Kevin, échale un ojo al pan. Está en el horno. Nicky, la mesa. Aaron, ayúdalo. Andrew Joseph Minyard, más te vale que eso no sea lo que yo creo que es.

Intentó agarrar el whisky, pero Andrew soltó una carcajada y escapó por la puerta. Abigail parecía estar deseando perseguirlo por el pasillo, pero Neil estaba en medio. Dio un paso a un lado para dejarla pasar, pero ella se limitó a lanzarle una mirada asesina a Nicky.

—¿Qué iba a hacer? —preguntó este último, evitando su mirada mientras los tres se dirigían a cumplir con sus tareas—. ¿Quitársela? Ni de coña.

Ella lo ignoró, volviéndose en su lugar hacia Neil.

—Tú debes de ser Neil. Soy Abby, enfermera del equipo y casera temporal de esta pandilla. No te estarán acosando demasiado, ¿no?

—No te preocupes —gritó Andrew desde algún lugar escondido—. A este nos va a costar trabajo romperlo, creo. Dame hasta agosto, más o menos.

—Si se te ocurre repetir lo del año pasado…

—Bee estará allí para recoger los trocitos —interrumpió Andrew, haciendo su reaparición en la puerta junto a Neil. Había hecho desaparecer el whisky en algún momento y mostró las manos vacías en un gesto apaciguador—. Lo hizo genial con Matt, ¿no? Neil será algo anecdótico para ella. La habéis invitado, ¿verdad?

—Sí, pero ha dicho que no. Pensó que podría resultar incómodo.

—Todo resulta incómodo con Andrew y Nicky de por medio —dijo el entrenador.

Andrew ni siquiera intentó defender su honor. En su lugar, se volvió hacia Neil.

—Bee es loquera. Solía trabajar en reformatorios, pero ahora trabaja aquí. Se encarga de los casos más serios del campus: vigilar suicidas, psicópatas en ciernes, esas cosas. Eso nos convierte en su responsabilidad. Ya la conocerás en agosto.

—¿Tengo que hacerlo? —preguntó Neil.

—Es obligatorio para todos los atletas una vez por semestre —confirmó Abby—. La primera vez es solo una reunión casual para que os conozcáis y sepas dónde está su despacho. La segunda sesión es en primavera. Por supuesto, eres libre de visitarla siempre que quieras y ella ya te comentará cómo pedir cita cuando vayas. Las sesiones de orientación están incluidas en la matrícula, así que aprovéchalas.

—Betsy es genial —dijo Nicky—. Te va a encantar.

Neil lo dudaba, pero lo dejó pasar por el momento.

—¿Comemos? —preguntó Abby, haciéndoles un gesto a Andrew y a Neil para que entraran en la sala.

Había perdido el apetito casi por completo, pero se sentó a la mesa tan lejos de Andrew y de Kevin como pudo. La conversación decayó a medida que los demás se sentaron y empezaron a servirse la comida, pero volvió a empezar cuando atacaron sus trozos de lasaña humeante. Hizo lo que pudo por quedarse al margen, más interesado en observar cómo interactuaban los demás.

De vez en cuando, la mesa se dividía cuando Kevin y Wymack se embarcaban en una conversación sobre los entrenamientos de primavera, fichajes y otras universidades, y Nicky regalaba los oídos de la otra mitad con cotilleos sobre películas y famosos que Neil no conocía. Andrew observaba tanto a Kevin como a Wymack, pero no tenía nada que aportar a la conversación. En lugar de eso, tarareaba para sí mismo y empujaba la comida de un lado a otro en el plato.

Eran pasadas las diez cuando Wymack decidió que era hora de irse y Neil se marchó con él. Montarse en el coche a solas con el entrenador fue una de las cosas más duras que tuvo que hacer en todo el día. Andrew estaba loco, pero Neil sentía una desconfianza arraigada hacia todo hombre lo bastante mayor como para ser su padre. Se pasó todo el camino congelado y en silencio en el asiento del copiloto. Puede que Wymack se percatara de su postura rígida, porque no dijo nada hasta estar de vuelta en el apartamento.

Cuando Wymack cerró la puerta tras ellos y echó la llave, preguntó:

—¿Van a suponer un problema?

Neil sacudió la cabeza y aumentó la distancia entre ellos con discreción.

—Me las arreglaré.

—No entienden de límites —dijo Wymack—. Si se pasan de la raya y no eres capaz de hacerlos retroceder, me lo dices. ¿Comprendes? No tengo un control sin fisuras sobre Andrew, pero Kevin nos debe la vida y puedo llegar hasta Andrew a través de él.

Neil asintió y cruzó el pasillo para sacar su bolsa del escritorio de Wymack. Llevaba todo el día bajo llave, pero la vació sobre el sofá de todas maneras para revisar el contenido. En el instante en que cerró la mano alrededor del archivador en el fondo de la bolsa, el corazón se le aceleró. Quería repasarlo para asegurarse de que estaba todo, pero Wymack estaba observando desde la puerta.

—¿Tienes pensado ponerte las mismas seis mudas durante todo el año? —preguntó Wymack.

—Ocho —dijo Neil—, y sí.

Wymack arqueó una ceja, pero no insistió.

—La lavandería está en el sótano. El detergente, en el armario del baño, debajo del lavabo. Usa lo que necesites y toma lo que quieras de la cocina. Me cabrearé más si te comportas como un gato callejero asustadizo que si te comes el último cuenco de cereales.

—Sí, entrenador.

—Tengo que repasar unos papeles. ¿Todo bien?

—Puede que salga a correr —dijo Neil.

Wymack asintió y se marchó. Neil dejó a un lado sus pantalones de correr y metió los pantalones y la camiseta de dormir bajo el sofá para después. Se cambió en el baño y rodeó a Wymack para volver a guardar la bolsa. Este ni siquiera levantó la mirada de los papeles que estaba ojeando, pero gruñó lo que podría interpretarse como un «adiós» cuando Neil salió otra vez. Echó la llave al salir, se guardó el llavero en el bolsillo y bajó las escaleras hasta la planta baja.

No sabía dónde estaba o adónde iba, pero no importaba. Si les daba una dirección, sus pies correrían hasta llevarlo más allá de sus pensamientos y él se lo permitiría encantado.

La madriguera del zorro

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