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El grito de la Madre
Cuando las barreras del racionalismo positivista y reduccionista amenazaban condenar toda esperanza de apertura a nuevos espacios para la modernidad, apareció desde el fondo de la selva amazónica el grito de la ayahuasca. La “enredadera del alma” ofrecía una posible respuesta a los enredos de un sujeto occidentalizado, “macdonalizado”, invitado luego de las barbaridades del siglo xx a una filosofía pesimista y autodestructiva de la existencia. Si Dios había muerto, el hombre no le iba a sobrevivir largo rato…
En las décadas de 1950 y 1960, algunos atrevidos representantes del nec plus ultra de la sociedad occidental (como Timothy Leary y sus colegas de Harvard), destinados a constituir la nueva elite del “mejor de los mundos”, decidieron traicionar su fatal destino y codearse con unos indios analfabetos de la selva amazónica que fungían de curanderos. De esta manera descubrieron la ayahuasca y otras plantas psicoactivas sagradas en esas culturas. Volvieron deslumbrados de sus aventuras y, con esa euforia y temeridad propias de los neófitos, ungiéndose ellos mismos profetas de tiempos venideros, anunciaron la revolución de la Nueva Era (New Age). Sin embargo, todavía marcados por el apresuramiento y la obsesiva eficiencia de la modernidad, por el rechazo a toda estructura de mediación sacerdotal entendida como limitación a su libertad individual, sucumbieron a la tendencia materialista y reduccionista que los impregnaba. Así, dejando de lado el folclore superfluo de la ritualidad ancestral, pregonaron un uso lúdico e indiscriminado de las moléculas psicoactivas. Esa arrogante profanación de la sacralidad generó la terrible debacle de las adicciones… y su contrapartida no menos nociva de una absurda “guerra a las drogas”.
Es que el “grito de la Madre” muchas veces es escuchado como invitación a una regresión indiferenciada hacia los orígenes de la naturaleza, y en especial de la naturaleza humana, a semejanza de una suerte de incesto colectivo que invita a la dilución en el Todo… o la Nada. Esa llamada maternal parece más bien ser el eco de la llamada del Padre de los Vivientes, que empuja hacia la realización de nuestra vocación humana más profunda, o la más alta, que consiste a celebrar la Vida aquí y ahora, en el único lugar que nos corresponde a cada uno en la historia de la humanidad. Y ello significa aceptar caminar pausadamente hacia la individuación, la diferenciación paulatina, mediante la confrontación genuina, paciente y esforzada con las partes más oscuras de nuestra vida individual y colectiva. Los maestros guardianes de la tradición ancestral nos recuerdan que la forma es esencial en esta peregrinación, y que la estructura ritual no representa un mero adorno sugestivo sino la condición necesaria para no perderse en el camino.
El hiato doloroso del individuo posmoderno tal vez se resuma en el dilema o descuartizamiento entre varias facetas de su “ser en el mundo” que no encuentran un espacio interno de integración, mientras usa cotidianamente tecnologías futuristas que no entiende, vive experiencias extrasensoriales o fenómenos paranormales sobre los cuales la ciencia oficial queda muda. Los principios de la ciencia euclidiana-newtoniana, que funge de nuevo mito fundador hasta alcanzar el estatus de religión con su propia inquisición, se revelan inadecuados para dar cuenta de numerosos fenómenos complejos, compatibles sin embargo con la física cuántica. La medicina alopática, tendencia hegemónica, se apoya en las reglas de la termodinámica del siglo xix, actúa a nivel molecular o a lo mejor a nivel atómico y finge ignorar la dimensión energética, los descubrimientos de la relatividad y el nivel subatómico puesto en evidencia en la física o la biología. Así, tenemos a un sujeto partido de manera esquizofrénica entre un funcionamiento social asentado en fundamentos prerrelativistas y vivencias cotidianas e internas que apelan al pensamiento relativista. Dolorosa disociación.
La psicología del caos, inspirada de la teoría del mismo nombre iniciada por el premio Nobel de química Ilya Prigogine, postula que el ser humano es comparable a un sistema informacional vivo que se activa con la acumulación de nuevos datos hasta saturarse y llegar a una crisis emergente, donde se presenta una bifurcación, sea hacia una reorganización neguentrópica, de donde surge un nuevo soplo de vida, o hacia una degeneración en una muerte entrópica. En este lugar de la bifurcación posible, el individuo se encuentra en la soledad de un espacio de deliberación interna donde ejerce su verdadera libertad. Y podemos asimilar la audacia del salto hacia la opción neguentrópica a un puro acto de fe. Parece que esta crisis emergente alcanza hoy dimensiones colectivas que condicionan un futuro esperanzador o una conducta suicida global.
Es en este espacio donde convergen, en nuestros tiempos de globalización, individuos de todos los horizontes cuestionados por las contradicciones de la modernidad, procedentes de las canteras más formales de la ciencia o de religiones institucionalizadas. Personas con sufrimiento psíquico o físico, otras capturadas por comportamientos o consumos adictivos, sujetos desencantados por las filosofías modernas, herederos mestizados de las tradiciones ancestrales, artistas en busca de inspiración: todos debaten en este espacio de deliberación interna entre libertad auténtica y libertinaje, entre síntesis y sincretismo, entre unión diferenciada y fusión indiferenciada, entre vida y muerte, en pocas palabras.
La “Madre de las madres” −la ayahuasca y sus plantas-discípulos−, con su metalenguaje universal y transcultural, precisamente permite hablar coherentemente al oído de cada uno de los sujetos de esta torre de Babel moderna y a cada uno dirigirse de manera específica y singular. En nuestra época, anunciada y calificada por los profetas andinos como “tiempo de los chaka-runa” (hombres-puente), la ayahuasca asume esa función “pontifical” frente a las fuerzas centrípetas y disociadoras de la modernidad. Coherente con los descubrimientos científicos más avanzados y el advenimiento de una ciencia de la complejidad, con la esencia de las religiones y su necesaria reconexión con la dimensión mística, afín a las necesidades pragmáticas de la medicina y las exigencias de la bondad y del conocimiento, la ayahuasca responde a la aspiración fundamental y salvífica del ser humano de encontrarse a sí mismo en ese espacio de integración que tanta falta le hace hoy. Y basada en esa reconciliación con nuestra naturaleza humana, nuestras raíces culturales, nuestra herencia personal y colectiva, la biografía y el cuerpo que nos son propios, se va gestionando en su seno la formulación de un nuevo paradigma. Para una fecundación fructífera, esta era nueva deberá trascender los tanteos erráticos del New Age en sus inicios y, para ello, nutrirse humildemente de la sabiduría de la tradición: la Old Age, tanto en las raíces chamánicas de los pueblos primigenios como en la riqueza de la propia tradición occidental, esquivando las trampas nefastas tanto de la satanización de lo otro como de su idealización, incluyendo en tal “otro” también la misma ayahuasca.
La presente obra permite recorrer esos múltiples caminos de la ayahuasca, desde el más tradicional e indígena hasta el más selecto del pensamiento científico occidental, de lo teórico hasta lo pragmático. Así contribuye a la creación de aquel espacio de integración y al fomento de una esperanza para nuestro siglo.
Jacques Mabit, Tarapoto, Perú, febrero de 2011