Читать книгу 40 ejercicios de neurociencia para deportistas - Néstor Braidot - Страница 8
ОглавлениеAnte la práctica deportiva, el cerebro es el responsable de coordinar la movilidad de los músculos y permitir que funcionen de manera adecuada.
Cuando la demanda de la participación cerebral es mayor en virtud a la realización de más actividad, el cuerpo envía señales al cerebro para que impulse las adaptaciones fisiológicas necesarias para dar una respuesta.
Como órgano complejo, el cerebro determina su rendimiento a partir de las experiencias vitales y ambientales, sus capacidades innatas a partir de la transmisión genética, las experiencias de aprendizajes y todos aquellos estímulos a los que se lo expone para adquirir nuevos saberes o prácticas.
Toda actividad, no necesariamente vinculada a lo culto o técnico, predispone al cerebro a construir (o no) nuevos tendidos de redes neuronales.
Estos puentes que conectan las zonas cerebrales permiten al sujeto poner en juego mayores potencialidades en todas las áreas de su vida.
Cualquier actividad propone un encuentro de doble vía con el cerebro: por un lado, lo impacta cambiando su estructura conectiva; por otro, brinda rendimiento, efecto, condiciones, facilidades o dificultades.
Como toda acción cotidiana, la práctica deportiva entra en este juego y propone el desarrollo de conexiones en áreas como:
• Las motoras. Poner el cuerpo a “trabajar” redunda en una mayor necesidad de movilidad y coordinación.
• Las límbicas. Las regiones emocionales del cerebro procesan, entre otras sensaciones, el estado del ánimo. A más ejercicio, mejor humor.
• La de los lóbulos frontales. Colabora con un mejor desarrollo de las tareas de prevención de riesgos y de planeamiento de objetivos.
Cuando se piensa en la estimulación motora que produce el ejercicio, no siempre se estima el impacto global que produce.
No se trata solo de lo estrictamente relacionado al hecho de subir o bajar una pierna o los brazos, sino a la idea de “movimiento” en términos globales.
Esto es, la estimulación neuronal, la muscular, la del sistema nervioso...
Este último, por ejemplo, colabora en la reducción del ritmo cardíaco y en la movilidad de los vasos sanguíneos y regula el sistema endocrinológico, entre otros aspectos.
La práctica deportiva, en conclusión, mejora los procesos generales del organismo: digestión, metabolismo, respiración, etc.
El sistema límbico se construye a partir de diferentes emociones: ira, goce, temor, felicidad…
Con la práctica deportiva se liberan neurotransmisores (serotonina, adrenalina y dopamina) que generan efectos positivos para el organismo.
Al liberar adrenalina, el cuerpo incrementa la presión arterial y la frecuencia cardíaca, mejorando el rendimiento y la condición física.
La serotonina, a su vez, es un compuesto que estabiliza las emociones y mantiene un estado de ánimo armónico.
La actividad deportiva moderada desencadena un juego que termina en la generación de serotonina a nivel cerebral.
Media hora diaria de ejercicios promueve esta acción, de tal modo que es recomendable para quienes están en déficit de energía o con problemas anímicos.
Gozo deportivo
La endorfina es llamada “la hormona de la felicidad”. Es la causante de que un individuo perciba bienestar y placer.
El término nace de la combinación de los conceptos “morfina” (elemento que funciona como analgésico) y “endógeno” (que la produce el organismo).
En resumen, la hormona es una sustancia que, producida por el organismo, provee una sensación agradable de bienestar.
Frente a la práctica física se promueve su liberación, lo que hace que no se perciba el cansancio y aparezca un suave efecto estimulante.
Aunque todas las disciplinas propician su aparición, los ejercicios de resistencia son los más efectivos.
Las prácticas de menor a mayor intensidad ayudarán a generar un sentimiento de mayor motivación.
Se ha demostrado que así como el deporte genera estas sensaciones, cuando existe una experiencia de plenitud y felicidad, el cuerpo percibe reacciones similares.
Incluso, sólo el esbozo de una sonrisa, aún sin causa, apenas el efecto de realizarla, genera la misma consecuencia.
Como cualquier otra droga, en este caso también se puede generar dependencia.
Si la práctica deportiva es excesiva es posible que se empiece a necesitar esta hormona para sentirse bien.
Por eso, una acción saludable requiere:
• Una práctica deportiva diaria. Aunque no es indicador de crecimiento de la inteligencia, ayuda a evitar la aparición de enfermedades neurodegenerativas como las demencias y el envejecimiento prematuro o, al menos, a postergarla.
• La imposición de desafíos en las actividades. Es valioso no acostumbrar al cerebro a las rutinas. Caso contrario, se adormece y debilita. Cambiar de vez en cuando crea nuevas conexiones cerebrales.
• Evitar los ejercicios deportivos antes de dormir. En especial considerando que se genera adrenalina, lo que promueve que se permanezca en alerta por un tiempo prolongado. Se recomienda evitar la acción entre 5 y 6 horas antes de dormir.
Por sus efectos en el ánimo y la motivación, es ideal el deporte regular y constante: contribuye a regular las funciones del sueño, el ánimo y la alimentación.
Director técnico
La neurociencia demostró que el cerebro es plástico: tiene la capacidad de mejorar, crecer y generar nuevos entramados neuronales a lo largo de toda la vida.
Algunas acciones clave para alcanzar ese objetivo son:
• Estimularlo para que pueda percibir más y mejor.
• Mejorar la atención para capitalizar experiencias y aprendizajes.
• Optimizar la concentración para liderar la evolución de nuestro cerebro.
La inteligencia, según la definición académica, es la “facultad de la mente que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad”.
Pero la manera en la que la inteligencia se aplica, se desarrolla y se utiliza no es unívoca.
Reconocer la diversidad permite aplicar ejercicios apropiados para abonar esa sabiduría, desarrollarla, ampliarla y convertirla en más plástica.
Así, es posible detectar una variedad de tipos de inteligencias que se vinculan a la actividad deportiva de manera determinante.
Ellas son:
• La inteligencia lingüística.
Involucra una habilidad especial en el empleo del lenguaje hablado y escrito, la capacidad para aprender diferentes expresiones técnicas (como los términos propios del golf o el tenis) y emplear el lenguaje para lograr determinados objetivos (al motivar o motivarse frente a una competencia).
También abarca el poder mnemotécnico del lenguaje, es decir, la capacidad de un individuo para recordar información y relacionarla, y la habilidad para transmitir conocimientos.
• - La inteligencia visual-espacial
Es la que ostentan las personas con habilidades para percibir las formas, los movimientos, la rotación de figuras y la creación de imágenes mentales.
Muy útil a la hora de plantear, por ejemplo, una jugada o un recorrido.
• La inteligencia lógico-matemática
Es la que utilizamos para realizar cálculos y trabajar con números. Por ejemplo, ayuda a determinar el alcance de patear una pelota o hacer un saque.
• La inteligencia corporal-cinestésica
Su característica principal es la habilidad para dominar el cuerpo, tanto para expresarse a través de él como para alcanzar diferentes metas. Claramente, una condición indispensable a desarrollar frente a la práctica deportiva.
• La inteligencia musical
Abarca un conjunto de habilidades que permiten componer, cantar, dirigir una orquesta, tocar muy bien un instrumento o saber escuchar, por ejemplo, al prestar atención a ciertas indicaciones.
• La inteligencia interpersonal
Se revela en la posibilidad de establecer relaciones armónicas y productivas con los demás.
Está estrechamente relacionada con la empatía, es decir, con la capacidad para conectar con el otro y lograr un compromiso en el que casi siempre interviene un componente afectivo.
Provee una actitud de escucha activa que facilita la comprensión no sólo de sus necesidades, sino también de sus sentimientos y estado de ánimo.
Todas cuestiones esenciales para la convivencia en prácticas deportivas de equipo.
• La inteligencia emocional
Involucra la capacidad de sentir, entender, controlar y modificar estados emocionales en uno mismo y en los demás.
Se trata de dejarlas fluir, dirigirlas y equilibrarlas inteligentemente.
Su nivel idóneo se mide en función de la calidad de la relación que una persona es capaz de establecer consigo misma y con los demás. Por eso, está muy relacionada con la inteligencia social e intrapersonal.
Una variante que colabora en la constitución del ánimo del deportista, determinante para el alcance de los logros en las distintas disciplinas.
• La inteligencia naturalista
Se distingue por la habilidad para identificar, reconocer y clasificar las especies (flora y fauna), como así también otros elementos de la naturaleza: el viento, las tormentas y las mareas.
Estos conocimientos permiten distinguir lo que es útil o inocuo de lo que puede ser dañino o peligroso.
En el deportista, permite afinar el sentido de detectar aquello que, desde la naturaleza, puede impactar su práctica. Por ejemplo, correr contra el viento.
• La inteligencia espiritual
No tiene que ver exclusivamente con las manifestaciones religiosas: abarca varias particularidades.
Desde la inquietud por las cuestiones cósmicas o existenciales (¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Qué nos depara el futuro?) hasta un logro de un estado del ser y el efecto en los demás, como ocurre con las personas que llevan una vida dedicada al altruismo.
Un ítem cercano a la concepción del espíritu deportivo.
Estas inteligencias anidan en el cerebro.
El sistema ejecutivo o cerebral frontal es calificado como el director de la orquesta (o técnico).
Es su responsabilidad que los sujetos puedan evaluar las consecuencias de los sucesos, programar objetivos, conservar y ordenar información en la memoria de corto plazo e identificar y diferenciar estímulos, pudiendo clasificar lo pertinente de lo descartable.
Las secciones del cerebro involucradas en este esquema se encuentran en los lóbulos frontales.
La actividad deportiva continuada, como el prepararse para una competencia o el correr, colabora con el desarrollo de mayores conexiones neuronales en estas áreas.
El incremento en el tendido de esta red promueve el desarrollo óptimo de las funciones antes mencionadas.
En consecuencia, la actividad física asegura mayores niveles de concentración y focalización, más capacidad de retener información, una gama más sutil en la planificación de actividades...
Todo eso no repercute sólo en el rendimiento deportivo. También promueve mejoras en todas las áreas del sujeto: laborales, anímicas, personales, familiares…