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Capítulo 1

El cerebro emocional

Qué son las emociones

Explicar el amor, la compasión, la culpa o el odio como “estados funcionales del cerebro” puede resultar raro y quizás chocante para algunas personas.

Sin embargo, a diario, con cada nueva investigación, la neurociencia confirma que lo son. De hecho, la mayor parte de la bibliografía especializada coincide en que…

Las emociones son estados que articulan aspectos neurocognitivos con sensaciones físicas, actúan como filtros en la percepción y son potentes fijadores de la memoria.

Sin emociones no podríamos desarrollar nuestra creatividad, tomar decisiones acertadas ni, fundamentalmente, “sobrevivir”.

Supongamos que estamos parados en la vereda. Sentimos un silbido, levantamos la vista y observamos que un hacha se dirige, de punta, hacia nuestra cabeza.

El cerebro carece de tiempo para tomar decisiones racionales. No puede desperdiciar ni un segundo en elegir, por ejemplo, si conviene correr hacia la derecha o hacia la izquierda.

Entonces, aparece la importancia de la región emocional: es la que acorta el tiempo de respuesta y desencadena una reacción tan rápida que parece automática.

El experto Joseph LeDoux descubrió que, junto a la vía neuronal que va desde el tálamo a la corteza cerebral existe un conjunto de fibras nerviosas que comunica directamente el tálamo con la amígdala.

Dicho de otra manera, en el cerebro humano existe una especie de atajo que permite que la amígdala reciba algunas señales de forma ultrarrápida emitidas por los sentidos.

Ante el estímulo sensorial (observamos cómo se acerca el hacha), la señal se divide en dos impulsos que recorren trayectos diferentes luego de llegar al tálamo.

El primero, la vía rápida. El impulso toma el atajo hacia la amígdala y la respuesta es instantánea, no se hace esperar: nos movemos de donde estamos para que el hacha rebote contra el suelo en lugar de incrustarse en nuestra cabeza.

Esto no es una novedad evolutiva: la vía rápida significó, para los antiguos cazadores, una fuente de salvación. ¿Un rugido de un animal salvaje se escuchaba cada vez más próximo? Nada mejor que huir en la dirección contraria.

El otro recorrido, llamado “vía lenta”, demora apenas unas milésimas de segundo más, que es lo que tarda el estímulo en llegar a la corteza cerebral.

En la vía rápida actuamos prácticamente por instinto. En la vía lenta, por la activación de la conciencia.

Ante una situación de peligro, la emoción le gana a la razón.

La amígdala reacciona primero y la neocorteza, donde residen las funciones cognitivas más importantes, como el pensamiento, después.


La evidencia surge luego de muchísimas investigaciones: existe un procesamiento de las emociones previo a la conciencia que se tiene sobre éstas.

Las emociones se expresan en patrones que recorren varias regiones del cerebro, pero la amígdala actúa como principal receptor de los estímulos relacionados. La información le llega desde el tálamo y la dirige hacia la corteza.

Las vías neuronales implicadas en ese tránsito son aproximadamente diez veces más ricas en cantidad de neuronas que las que actúan en sentido contrario.

La reacción inmediata de la “vía rápida” puede jugarnos alguna mala pasada, ya que involucra reacciones primitivas y poco elaboradas, como gritar o pegar.

¿Cuántas veces debimos arrepentirnos de algo que dijimos?

¿En cuántas ocasiones nos lamentamos por lo que hicimos?

¿En cuántas oportunidades no nos reconocimos a nosotros mismos?

En todos los casos, la respuesta será similar: más de las que hubiésemos deseado. Es una característica que nos iguala a todos los seres humanos.

Si bien hay personas más vehementes que otras, nuestras palabras y nuestra conducta suelen dispararse de forma sorprendente, como si corrieran (y de hecho, lo hacen) más rápido que nosotros, que nuestra propia consciencia.

Levantar la voz, golpear un escritorio o romper una raqueta de tenis durante un partido son actitudes que dejan a un individuo mal parado y normalmente le traen problemas, sobre todo en ámbitos familiares o de trabajo.

Las reacciones basadas en respuestas viscerales normalmente provocan rechazo en los demás.

En conclusión:

Las decisiones basadas únicamente en respuestas emocionales (reactivas), sin participación de los mecanismos cerebrales superiores, como el razonamiento, pueden llevarnos hacer cosas de las cuales luego nos arrepentiremos.

La pieza clave

La amígdala, mencionada a repetición en los párrafos precedentes, es la estructura más importante en el procesamiento cerebral de las emociones.


Se encuentra en las profundidades del cerebro, prácticamente dentro del lóbulo temporal. En realidad, tenemos dos amígdalas, la izquierda y la derecha, una en cada hemisferio.

La forman varios núcleos que controlan gran parte de los estímulos emocionales que recibe el sistema nervioso.

Está involucrada en los mecanismos de cognición social y empatía, en el sistema olfatorio (participa activamente en la conducta sexual y en la fijación de la memoria de los olores) y en otros procesos cerebrales muy importantes.

Entre ellos, se destacan:

• Fijación de la memoria emocional

La mayoría de las personas puede recordar qué estaba haciendo en el momento exacto en que se produjo el atentado a las Torres Gemelas.

Aún hoy, cuando han pasado más de quince años de ese desgraciado suceso, son muchos los que pueden efectuar una descripción pormenorizada de dónde estaban, con quién y hasta detalles ínfimos de lo sucedidos aquel día.

Este tipo de recuerdos, especialmente fuertes, nítidos y permanentes debido a la intensidad de la experiencia, se enmarcan en un tipo de memoria emocional denominada flashbulb memory (memoria de destello).

Con el correr de los años, es posible que el relato de los protagonistas se modifique, pero jamás olvidarán ni el acontecimiento ni las emociones asociadas a éste.

Lo mismo ocurre con experiencias propias muy importantes.

Por ejemplo, difícilmente olvidemos lo que ocurrió el día que obtuvimos nuestro primer diploma de grado, el del nacimiento de nuestros hijos o algunos sustos que te provocaron situaciones extremas o inesperadas.

En todos los casos, especialmente en la memoria del miedo, la amígdala tiene un rol decisivo.

• Aprendizaje emocional

Relacionado con lo anterior, cuanto más intensa es la activación de la amígdala, más imborrable es la información que ingresa en el cerebro, sea positiva o negativa.

• Desencadenamiento de respuestas automáticas ante estímulos de tipo emocional

La vida cotidiana está repleta de estos sucesos.

Personas que salen corriendo cuando ven un caniche porque alguna vez las mordió un perro.

Otras que tiemblan apenas ven el mar porque estuvieron a punto de ahogarse de pequeñas.

Unas cuantas que bajo ningún punto de vista se subirían a un avión y que ni siquiera pueden explicar cuál es el origen de ese temor.

La mayor parte de los recuerdos emocionales son no conscientes e influyen en nuestra conducta durante toda la vida.

Por ejemplo, durante un experimento realizado en el Hospital Pitié-Salpêtrière, en Francia, se aplicó una técnica de presentación subliminal que consistió en una serie de flashes con palabras cuya duración no permitía que los participantes tuvieran tiempo de leer en forma consciente.

Los significados eran de tres tipos: amenazantes, neutros y alegres. Mientras recibían los mencionados flashes se observó actividad eléctrica en la amígdala.

En los tres casos se detectó una respuesta relacionada con el valor emocional de las palabras que había sido percibido en forma no consciente.

Con el fin de validar sus resultados, realizaron otra experiencia con el tiempo suficiente como para que los participantes pudieran leerlas.

Se observó que se activaba la misma región del cerebro que se había iluminado cuando estas les habían llegado en forma subliminal.

• Rol clave en las respuestas agresivas

Algunas investigaciones revelan que la amígdala es más grande en el cerebro de personas agresivas.

Durante un estudio sobre adolescentes, el psicólogo Nicholas Allen, de la Universidad de Melbourne, Australia, descubrió que los participantes que discutían con más ímpetu y excitación con sus padres poseían amígdalas más grandes que aquellos que no lo hacían.

También se extirparon amígdalas con fines terapeúticos. En estos casos se comprobó que la cirugía reducía el número de episodios en pacientes que padecían una agresividad que no era posible tratar mediante fármacos.

• Participación activa en la toma de decisiones

La mayor parte de las decisiones que tomamos en la vida (más del 80 por ciento) tiene un origen emocional.

Antoine Bechara propone dos sistemas diferentes que intervienen en la toma de decisiones e interactúan entre sí:

• El impulsivo, comandado por la amígdala.

• El reflexivo, liderado por la corteza prefrontal ventromedial.

Antonio Damasio llegó a conclusiones similares.

Sostiene que las dos amígdalas se encargan de la respuesta emocional instantánea mientras que lóbulos frontales se ocupan de las reacciones emocionales basadas en un análisis racional y cognitivo.

Bechara y Damasio son autores de reconocimiento internacional por sus trabajos sobre el cerebro emocional, un tema que ocupó la mayor parte de sus investigaciones.

• Participación activa en los mecanismos de cognición social y empatía

La amígdala juega un papel clave en la capacidad de ponerse en el lugar del otro, percibir lo que está sintiendo y sintonizar con sus emociones.

Durante estos procesos, su principal función consiste en convertir las percepciones en conceptos, para lo cual le asigna contenidos emocionales a los estímulos que van ingresando por los sistemas sensoriales.

También ha sido comprobada su participación en el reconocimiento facial de emociones.

Las personas con determinados daños en esta estructura no registran expresiones de miedo, asco, rabia o tristeza en el rostro de otras.

Junto a otras estructuras, como algunas regiones del lóbulo temporal, la corteza órbitofrontal y la corteza somatosensorial derecha, la amígdala desempeña un rol fundamental en las relaciones que una persona establece con las demás.

Archivo de malos tragos

Las emociones involucran no solo aspectos cognitivos, sino también, y fundamentalmente, fisiológicos y conductuales.

Cada aparición de una señal de peligro, sea un perro enorme que se nos acerca mientras retozamos en el césped o un auto que avanza más de la cuenta cuando estamos atravesando una senda peatonal, se archivará en la memoria.

No importa que no haya habido daño o que éste sea mínimo: la angustia provocada por el hecho quedará asociada con un estado orgánico que, a su vez, podría implicar un patrón de respuesta fisiológica o conductual.

Las personas con miedo a volar, por ejemplo, suelen sentir palpitaciones o las manos sudorosas no solo cuando se suben al avión, sino incluso desde varios días antes.

¿Necesitan haber atravesado un accidente aéreo para llegar hasta allí? No.

Simplemente, un vuelo con una turbulencia que despertó “fantasmas”, el relato de un familiar o una noticia aparecida en los diarios sobre un avión que se estrelló pueden ser suficientes para desencadenar ese archivo en la memoria.

Este patrón conductual o fisiológico, a su vez, pueden dar origen a un marcador somático que afecte las decisiones futuras de manera no consciente.

Reforcemos el concepto:

Una emoción y los cambios fisiológicos que se generan en el momento de experimentarla quedan asociados en el cerebro a la situación que se ha vivido, lo que crea una especie de patrón que resurgirá cuando se produzca una experiencia similar.

Ahora, adentrémonos en el mundo de los marcadores somáticos.

Como se indicó, el cerebro genera respuestas emocionales no conscientes que se reflejan en cambios corporales. Estas guían el proceso de toma de decisiones.

En línea con lo explicado y con las investigaciones de LeDoux, Antonio Damasio dice que “en una situación de peligro, el miedo llega primero en forma de calor, palpitaciones, temblores. Después, se afirma la conciencia real del miedo y su causa”.

Los marcadores somáticos, concepto acuñado por el propio Damasio, son experiencias emocionales que el cerebro asocia y archiva junto al estado fisiológico que se experimentó en ese momento.

Por ejemplo, miedo asociado a un temblor corporal provocado por un susto, enorme excitación asociada a la generación de adrenalina o enamoramiento vinculado a un aumento de la frecuencia cardíaca.

Gran parte de la conducta humana se desencadena por estos disparadores no conscientes que llevan a actuar de una u otra manera.

Se trata de un fenómeno de orden psíquico que involucra al cuerpo y deja huellas sinápticas en el cerebro. Por esa razón tienen una enorme influencia en la toma de decisiones.

Cabe destacar que en el siglo XIX, cuando no existía la moderna tecnología de exploración cerebral actual, William James había anticipado que la percepción está asociada con estados somáticos y lo explicó de manera sencilla.

Dijo: “el recuerdo del estado somático asociado con una percepción contribuye a producir dicha la emoción”.

A lo largo de la vida, una persona acumula marcadores somáticos en función de experiencias tanto negativas como positivas asociadas a emociones.

Son tan potentes que influyen no solo en su conducta, sino también en sus proyectos, en la forma en que se relaciona con los demás, en la simpatía o aversión que siente por algunos lugares, en el placer que le provocan algunos aromas y sabores y en el displacer que le provocan otros…

La lista puede ser tan extensa como experiencias emocionales haya tenido.

Como las redes neuronales permanecen abiertas al cambio debido al fenómeno de la neuroplasticidad, todos podemos desactivar los marcadores negativos.

Para lograrlo, son necesarios un entrenamiento adecuado, voluntad y constancia.

Algunas emociones, como el miedo, son difíciles de controlar porque dependen de procesos muy complejos.

Una vez que se crean determinados neurocircuitos, las reacciones ante sucesos que han marcado emocionalmente tienden a perpetuarse de manera automática.

Si bien reprogramarlos no es una tarea sencilla, es posible, porque la neurociencia avanza a pasos agigantados y día a día se generan herramientas más eficaces que las anteriores.

Piedra libre para las emociones

El artículo Identifying Emotions on the Basis of Neural Activation, escrito por científicos de la Universidad Carnegie Mellon, en los Estados Unidos, apunta a ver si es posible adivinar lo que siente una persona observando su actividad cerebral.

Para llegar a alguna conclusión, se combinó resonancia magnética funcional por imágenes (fMRI) con un equipo capaz de interpretar las señales cerebrales y vincularlas a determinadas emociones.

Así, se logró interpretar si los participantes experimentaban cualquier tipo de emoción mientras se observaba su actividad cerebral. ¿Alegría? Entonces surgía un determinado patrón de actividad.


¿Tristeza? El patrón de actividad se volvía claramente distinto.


Por otra parte, también se descubrió que diferentes sentimientos dejan huellas distintas y que éstas, a su vez, son muy parecidas si se analizan los patrones en personas diferentes.

Uno de los logros más relevantes de la investigación fue haber desarrollado una técnica para medir las emociones en tiempo real, es decir, en el mismo instante en que se producían.

Para eso, una de sus etapas consistió en “generarlas” de forma natural, mientras los participantes observaban imágenes que desencadenaban diferentes sentimientos.

Fotos de catástrofes humanitarias entremezcladas con bellas imágenes de niños jugando en una plaza.

Se comprobó de esta manera que era posible identificar las emociones que iban experimentando los participantes expuestos a esas visualizaciones con un alto grado de exactitud.

También, que las denominadas “huellas emocionales” no se generan únicamente en regiones específicas del cerebro, como la amígdala (una estructura sin la cual no podríamos sentir miedo), por ejemplo.

Por el contrario, se expresan en patrones que recorren otras regiones.

La conclusión de esta investigación es que existen tres factores principales de organización de las huellas neuronales de la emoción:

1. El valor positivo o negativo de los sentimientos.

2. La intensidad de los sentimientos.

3. El componente social de los sentimientos.

Por otro lado, se determinó, como se anticipó hace algunos párrafos, que a nivel neuronal los humanos codificamos cada emoción de manera similar a nuestros pares.

Las aplicaciones de este trabajo en diversas disciplinas son extraordinarias. Algunos ejemplos:

1. En neuromarketing

¿Qué genera una determinada marca a los ojos de un cliente? ¿Alegría, indiferencia, rechazo? (esto mismo puede extrapolarse a cualquier variable de negocios, desde la ubicación de un punto de venta hasta el precio de un producto, pasando por un etcétera tan amplio como la creatividad lo permita).

2. En espiritualidad de las organizaciones

Para que existan organizaciones espirituales es necesaria una reinterpretación de la economía, las organizaciones y la sociedad que ponga al ser humano como centro y busque valores superadores, que trasciendan la inmediatez de sus circunstancias y su tiempo presente: el respeto por el otro, el trato amable, la decencia en los negocios, acciones que conduzcan a la buena convivencia...

Si se los aplica, el efecto es multiplicador y generan una especie de onda expansiva que proyecta positivamente en forma horizontal y también hacia el futuro. En otras palabras, se trata de ubicar al mundo del trabajo en un marco virtuoso que abarque las dimensiones material, mental y espiritual del ser humano.

El concepto de “felicidad” en las empresas, por ejemplo, consiste en la generación de ámbitos de trabajo cuyos integrantes se “sientan” bien y disfruten de su actividad, lo que produce la activación de los sistemas de recompensa del cerebro y provoca una mayor identificación con la organización. En consecuencia, aumenta su motivación, se potencian sus capacidades de creatividad e innovación y, al finalizar la jornada, regresan bien a sus hogares.

3. En neuropolítica

¿Es el candidato el más confiable? ¿Genera amores u odios dentro del electorado?

A la hora de diseñar sus campañas, los partidos políticos podrán elegir a aquellos que generan emociones positivas y pasar a un plano “invisible” a los que puedan convertirse en un lastre.

4. En neuroeconomía

Estos avances podrán sumarse a los estudios sobre la racionalidad del consumidor.

Este tema ha sido puesto en jaque por la neurociencia en numerosas oportunidades, ya que demostró que la mayor parte de las decisiones que tomamos los humanos son emocionales.

5. En neuroliderazgo

Se podrá avanzar en el diseño de técnicas para elegir a los mejores candidatos para un puesto laboral.

En un sinnúmero de oportunidades se demostró que el cociente intelectual no es indicador de un desempeño eficaz, sino otras capacidades, como la empatía y la capacidad de seducción.

Un conjunto de métodos confiables para poder mensurar estas variables podría ser un factor diferencial esencial para conseguir y retener los mejores talentos disponibles en el mercado.

Autoliderazgo de nuestras emociones

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