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Capítulo 2

Creatividad: uso y estímulo

¿Qué es la creatividad?

Crear es lo que nos diferencia de los animales (con quienes compartimos las habilidades límbicas) y de las máquinas (con las computadoras compartimos la capacidad de análisis lógico).

Si bien muchos simios se comportan como si poseyeran mentes parecidas a la del hombre y son capaces de coordinar sus acciones, por ejemplo, para romper un huevo o cazar una presa, nunca se ha observado que puedan combinar sus habilidades para construir instrumentos sofisticados.

Las facultades superiores que poseemos los seres humanos son las que nos han permitido combinar los elementos de la naturaleza para edificar nuestras casas, nuestras ciudades, nuestros puentes y llegar a la Luna.

Estos ejemplos revelan, a su vez, que no estamos ante un fenómeno individual o hereditario, ya que la vida social es decisiva en la evolución de la inteligencia creativa.

La creatividad se define como la capacidad de un individuo para generar nuevas e inusuales ideas, desviándose de esquemas estereotipados del pensamiento.

La actividad creativa es un proceso mental heterogéneo que incluye diferentes propiedades del pensamiento y su integración a la experiencia de vida del individuo:

 Facilidad para generar ideas.

 Capacidad para la asociación semántica.

 Originalidad de las ideas.

 Imaginación.

 Fantasía.

 Procesamiento semántico.

En las sociedades humanas, muy pocas creaciones son radicales.

La mayoría consiste en una nueva combinación de elementos existentes. A veces, la base de conocimiento previo es imprescindible para crear. No hubiera sido posible enviar una sonda a Marte sin recurrir a la matemática y a la física.

CONCLUSIÓN

La creatividad es un proceso dinámico que puede desarrollarse y promoverse. Asimismo, diferentes aspectos socioculturales o educativos pueden atrofiarla. Los estímulos externos y el aprovechamiento de experiencias anteriores, sumados a un adecuado funcionamiento interhemisférico, permitirían y facilitarían la actividad creativa.

La actividad creativa es tan compleja como el sistema que la produce.

El cerebro no es una computadora de fines generales, sino más bien un dispositivo sumamente especializado que ofrece una gran cantidad de respuestas automáticas que se utilizan de una manera adaptativa, como resultado del aprendizaje adquirido.

A modo de conclusión, dos afirmaciones sobre la creatividad:

 No toda idea no convencional es necesariamente una idea innovadora.

 Un auténtico trabajo creativo, antes que nada, debe ser útil, relevante en algún aspecto y efectivo.

El cerebro y la creatividad

El cerebro es naturalmente creativo, tal como lo demuestra el llamado “efecto niño”: hasta las 10 ó 12 años, las personas no tenemos límites.

Un chico puede pedir a su padre como regalo de cumpleaños una estrella, porque no concibe restricciones que recién se incorporan en la vida adulta.

Del mismo modo, el palo de una escoba puede ser, en diferentes momentos, un caballo, una espada o un compañero de juegos.

Y no hace falta más que una caja para que pueda habitar un palacio majestuoso. Los niños son usinas generadoras de energía innovadora.

Con el paso de los años, ingresamos en una suerte de “proceso de pérdida de la creatividad”: elegimos modelos de vida y prácticas cotidianas que incorporan esos límites mentales que en principio no existían.

Esto ocurre no sólo con el avance de la edad, sino también con las elecciones de vida que vamos tomando. La cultura juega un papel gradual, pero inexorable, de censura y represión.

La escuela pone un elevado énfasis en enseñar a los chicos a resolver problemas correctamente y, al mismo tiempo, soslaya la creatividad.

Este sistema sesgado y arbitrario nos domina los primeros veinte años de nuestra vida: crecemos condicionados por exámenes, admisiones para la universidad y ámbitos laborales que casi siempre demandan y recompensan el pensamiento lógico, el lenguaje, y la inteligencia práctica.

La propensión al pensamiento analítico se premia desde la más temprana infancia en detrimento del pensamiento creativo, que queda relegado a un segundo plano.

A medida que transcurre el tiempo y maduramos, se vuelve más difícil superar estas barreras impuestas por la cultura si no trabajamos para lograrlo.

Cuando no desafiamos al cerebro, cuando lo hacemos circular por la autopista del confort, éste se acomoda en aquello que hace y empieza a perder tonicidad.

Nos volvemos amantes de las rutinas, de reutilizar nuestras experiencias y hasta nuestra vida.

Tenemos una rutina laboral. Pero cuando termina el horario, nos dirigimos todos las semanas a la misma hora a realizar alguna actividad social o deportiva. Es decir, estructuramos también una rutina del ocio.

Luego, ya en casa, continuamos con la rutina hogareña: desde el lugar en que nos sentamos en la mesa para comer hasta el programa televisivo que elegimos mirar.

Todo eso hace que nuestro cerebro actúe en función de las rutinas que tiene programadas por sus ganglios basales.

Existe un punto de inflexión concreto: los 40 años. A partir de ese momento, la naturaleza deja de desarrollar el cerebro y la responsabilidad de que continúe haciéndolo queda enteramente en nuestras manos.

Si no comenzamos a hacer algo para mantenerlo activo, para desafiarlo, entonces irá perdiendo neuronas y, consecuentemente, diversas capacidades. Entre ellas, la de ser creativo.

¡Justo a los 40 años! Un momento de la vida que se caracteriza por la estabilidad, una época en que las personas están relativamente regularizadas tanto en el plano laboral como en el personal.

A esa altura de la vida, ya sabemos cómo resolver nuestro trabajo: es probable que llevemos 20 años haciéndolo.

Cualquier cambio nos produce vértigo porque pone en riesgo otras certezas: ¿Dejar este puesto y resignar lo que me pagan que, a su vez, me permite sostener mi estándar de vida?

Desde el punto de vista familiar y afectivo, los movimientos, las actividades y los vínculos también están organizados: cada integrante en el hogar cumple funciones que no varían, los amigos son “los de siempre”.

La rutina familiar conserva una cadencia precisa en horarios y particularidades.

La jornada parece repetirse una y otra vez hasta el infinito. El efecto sorpresa brilla por su ausencia.

Todo esto tiene una repercusión en el cerebro: las relaciones neuronales asociadas con esas actividades repetitivas se vuelven más sólidas, mientras que todas aquellas que no usamos por no desafiar la rutina comienzan a perderse.

En el cerebro, lo que se usa se fortalece y lo que no, desaparece.

Se produce un movimiento hacia la robotización: afianzamos las tareas que el cerebro está acostumbrado a realizar, de modo que cada vez las piensa menos y las resuelve de manera casi automática.

Si se analiza desde el punto de vista físico la relación entre cerebro y creatividad, se notará una fuerte tarea de sincronización durante los procesos creativos.

Anatómicamente, los mecanismos cerebrales relacionados con la creatividad demuestran la intervención de una gran cantidad de estructuras en su desarrollo, en especial en regiones corticales altamente evolucionadas en el ser humano.

Estructuras más primitivas, como las que componen el sistema límbico, también participan en su funcionamiento.

En el acto creativo, el aprendizaje se da por medio de la información de la recompensa, que se utiliza para elegir entre las opciones previamente conocidas y las nuevas que aparecen, para ejecutar y dirigir el comportamiento hacia una meta.

Este proceso está mediado por neurotransmisores como la dopamina, que se generan en particular en el área tegmental ventral, y por la corteza temporal intermedia, que interviene en la detección y predicción de recompensas.

Por su lado, la amígdala y la región orbitofrontal consideran los valores y las expectativas relativos a la recompensa.

La representación de las metas, que se generan cuando la actividad creativa comienza, se mantiene en el lóbulo parietal, el área premotora y la corteza prefrontal dorsolateral.

Por otra parte, la motivación por alcanzar dicha meta, que no es más que la anticipación de una recompensa condicionada, se correlaciona con la actividad del striatum ventral.

Uno de los primeros autores que se preocuparon por ubicar anatómicamente el proceso de creatividad fue Silvano Arieti.

Luego de diferentes estudios, propuso que la creatividad se asocia con el incremento en el funcionamiento de la corteza témporo-occípito-parietal, con un incremento en la interacción con la corteza prefrontal.

Colin Martindale, por su parte, dio cuenta de las diferencias encefalográficas en individuos con un alto índice de creatividad que presentaron una actividad mayor en las áreas parieto-temporales derechas, así como mayores índices de actividad alfa y una sobre-actividad fisiológica.

Otra investigación reciente realizada con personas que poseen un alto índice de creatividad evaluado por la prueba de Torrance de pensamiento creativo (que mide el flujo sanguíneo cerebral con tomografía computarizada por emisión de fotones), puso de manifiesto que las áreas del cerebro que presentan mayor incremento metabólico se diferenciaban según el tipo de tarea, verbal o gráfica.


En el test de pensamiento creativo de Torrance se suministra a los participantes una serie de figuras simples (columna de la izquierda) y se les solicita que hagan un dibujo con esas mismas figuras (fila de arriba). Luego se les pide que las combinen de alguna forma (fila del medio) y, finalmente, que las completen para crear un dibujo mayor y más complejo (fila de abajo).

La actividad creativa para la parte verbal demostró activación de áreas tales como giro frontal medio izquierdo, giro recto derecho (incluido en el desempeño de tareas cognitivas complejas y en el procesamiento de emociones).

Estas estructuras mantienen una estrecha relación con la corteza del cíngulo anterior y con otras áreas del sistema límbico, lóbulo parietal inferior derecho, asociadas con el procesamiento multimodal y el giro parahipocámpico derecho, que no sólo se ha asociado con la memoria, sino también con el procesamiento de la novedad.

La conclusión de esta investigación hace hincapié en que el índice de creatividad se asocia con un mayor flujo sanguíneo de las áreas involucradas en el procesamiento multimodal, el procesamiento de emociones y en funciones cognitivas complejas.

Por tal razón, el proceso de creatividad se realiza en una amplia zona del cerebro y, a su vez, sustenta la importancia de las emociones y de las experiencias anteriores en el proceso creativo.

En este mismo sentido, es posible demostrar que el pensamiento creativo ocurre en formaciones cerebrales bilaterales, es decir, compromete ambos hemisferios.

La región más significativa es la corteza prefrontal, específicamente el área lateral, que se beneficia de una gran conectividad neuronal con el resto de las áreas corticales y subcorticales.

La riqueza en la interconectividad de esta área con el resto del cerebro la erige en una pieza clave para el proceso creativo.

La creación de realidades

El cerebro humano no se limita a percibir realidades:las crea.

El mundo que nos rodea es imaginario: lo que vestimos, lo que comemos, la casa en la que vivimos, el deporte que practicamos, los dispositivos electrónicos a los que nos hacemos adictos… Todo eso es creación del cerebro.

Existimos porque imaginamos.

Lo que nos rodea no se construye dentro de nuestro cerebro tal como está.

No existen dudas de que esté allí, pero eso que percibimos es una suerte de holograma, que nosotros completamos con aquello que nuestro cerebro tiene como registro de nuestras experiencias y aprendizajes.

Al igual que los artistas que trabajan sobre un espacio público, nosotros “intervenimos” esa realidad, a partir de nuestra memoria, nuestros pensamientos, nuestros registros internos de experiencia y aprendizaje.

Por lo tanto, cuanto más rico y diverso sea todo ese capital mental, mejor vamos a apreciar esa realidad, más enriquecida va a estar ante nuestros ojos.

Supongamos que estamos frente a una escultura de piedra que muestra un hombre montado a un caballo. Si no contamos con ninguna información, tal vez nos limitemos a evaluar si es bella o no o si está correctamente esculpida.

En cambio, si sabemos quién fue su autor, es probable que nos aventuremos un poco más allá y que busquemos su “firma”, esos detalles que hacen únicas a sus piezas.

Si también tenemos datos sobre quién es el protagonista de la obra de arte, el universo se abre aún más: podemos analizar de qué batalla se trata y hasta imaginar qué está sintiendo en ese momento en que está a punto de convertirse en un héroe inmortalizado en piedra.

A mayor cantidad de registros de experiencia y aprendizaje, mayor capacidad de percepción creativa y original de la realidad circundante.

Es que así hacemos crecer nuestro entramado neuronal. Si logramos que haya poca distancia entre una red y otra, la conexión que deriva en un acto creativo es más sencilla. Se incrementa el potencial de construcción creativa, de desarrollo innovador.

La creatividad no es otra cosa que el surgimiento de cada conexión neuronal nueva, diferente, que antes no existía, lo que da luz, precisamente, a un pensamiento original, novedoso, disruptivo.

Cómo estimular la creatividad

Todos los seres humanos tenemos la capacidad de imaginar y crear. La percepción social de que existen personas “creativas”, como si se tratara de un grupo iluminado o de una tribu diferenciada, es parte del pasado.

La creatividad es un potencial inherente a los seres humanos. Cuando somos niños, todos somos creativos: podemos imaginar sin restricciones. El cerebro de un chico no tiene establecidas las barreras culturales relacionadas con la imposibilidad de que determinadas cosas ocurran.

Por eso puede concebir, por ejemplo, que Papá Noel recorra todo el mundo llevando regalos casa por casa, con un listado exhaustivo de niños y cómo se portó cada uno de ellos, en apenas una noche.

Debemos educarnos, entonces, en sostener ese elemento niño, en permitirnos volar más allá de lo que la razón nos indica como sensato.

Ser creativo no es crear algo en un momento determinado: es estar de manera continua en un estado de capacidad creativa.

Abrimos este libro con una frase de Steve Jobs. El fundador de Apple, que se caracterizó por revolucionar el mundo de la computación personal primero, el de la música luego y el de las comunicaciones móviles después, nos dice que la creatividad es algo tan sencillo como la capacidad de conectar cosas.

Y si bien no es mucho más complejo que eso, sí es necesario tener en cuenta que para poder “conectar cosas” necesitamos que esas “cosas” existan.

Debemos desarrollar una vida rica, alejada de la rutina, desafiante, interesante, motivada por estímulos y pasiones, para que ese potencial de conexión exista.

Luego, de la misma manera que necesitamos ejercitarnos para aprender a leer, a nadar o a utilizar una herramienta, debemos aplicar al menos cuatro ingredientes básicos para fomentar nuestra capacidad creativa:

1. El elemento. Aquello que nos motiva a iniciar el proceso creativo. Encontrar el propio elemento es fundamental: es lo que nos permite ser más productivos y más entusiastas, es donde se encuentra la facilidad para tomar la siguiente decisión. Hay que concentrar los esfuerzos en hallar ese elemento. Quienes viven su vida haciendo algo que está alejado de su elemento no logran alcanzar la alegría ni desarrollar la creatividad.

2. El motor. La pasión por resolver el problema planteado.

3. La disciplina. Es lo que garantiza que seguiremos todos los pasos que sean necesarios para alcanzar un resultado.

4. La noción del riesgo. No debe existir el temor a la equivocación. Si algo sale mal, seguramente la siguiente vez lo haremos mejor. Si tropezamos muchas veces, probablemente sea porque nos estamos acercando. Los errores son un inmenso reservorio de estimulación creativa para apostar por una solución mejor. Visualizar el error como sinónimo de “problema” o de “fracaso” es, en sí mismo, otra equivocación.

Los errores son una posibilidad de mejora, un portal hacia nuevas oportunidades.

La percepción: una herramienta clave

La creación es un proceso. Aún cuando sus resultados se presenten de manera individual, necesita de componentes sociales para alcanzar sus objetivos finales. Sin premura, sin presiones, al final, la creatividad logrará emerger.

Cuanto mayor sea el número de estímulos que recibe el cerebro, más grande será su capacidad creativa.

Por eso, es crucial incrementar la percepción que tenemos sobre el mundo que nos rodea: aquello que los cinco sentidos nos permiten incorporar como información y que rebota en nuestro cerebro como estímulos frescos y renovados.

Necesitamos entrenar a diario nuestra percepción para, en consecuencia, incrementar el estado de creatividad. Se realizan ejercicios apuntan a potenciar la vista, el oído, el gusto, el tacto, el olfato… todo en pos de estos tres objetivos:

 Aumentar la percepción. Actividades que nos permiten percibir más.

 Potenciar la percepción. Fortalecer la capacidad de percibir.

 Focalizar la percepción. Eliminar distractores.

Ejercicios de percepción para estimular la creatividad

1. Ejercicio para aumentar la percepción visual interior

 Relájese, cierre los ojos y fije la atención en su interior.

 Evoque imágenes de personas, acontecimientos, objetos, rostros, lugares que haya visto anteriormente.

 Trate de percibir todas las submodalidades visuales que pueda: imagine, con lujo de detalles, luz, color, forma, aspecto.

 Utilice todas las representaciones que se le ocurran o vayan surgiendo de manera espontánea.

2. Ejercicio para mejorar la percepción auditiva interior

 Relájese, cierre los ojos y fije la atención en su interior.

 Recuerde voces, diálogos, tonos, conversaciones.

 Enriquezca esta evocación con todas las submodalidades auditivas posibles: ruidos, melodías, voces o cualquier otro que se emplace en su mente.

 Enriquezca esas evocaciones con la mayor cantidad de detalles y submodalidades que logre.

3. Ejercicio para enriquecer la percepción kinestésica interior (tacto, olfato y gusto)

 Relájese, cierre los ojos y fije la atención en su interior.

 Evoque aromas, sabores, temperaturas y texturas.

 Enriquezca estos recuerdos con la mayor cantidad de detalles y submodalidades kinestésicas que pueda.

 Imagine cómo disfruta con la mayor cantidad de submodalidades que le resulte posible.

4. Ejercicios para agudizar la capacidad de percepción en las actividades habituales

a) Película sin sonido

 Sintonice un canal que emita películas en otro idioma y sin subtítulos (o utilice algún film que pueda comprar o descargar legalmente de internet).

 Prefiera una película que no haya visto.

 Elimine el sonido por completo.

 Trate de entender qué es lo que está ocurriendo a través de las imágenes visuales durante unos diez minutos, aproximadamente (puede repetir esta acción una vez si lo considera necesario).

 Luego, ya con sonido y subtítulos, verifique qué comprendió y qué no.

b) Película sin imagen

 Utilice otra película, esta vez debe estar hablada en su idioma.

 Elimine la imagen o cierre los ojos.

 Intente comprender qué es lo que está ocurriendo a través de las voces y demás sonidos durante unos diez minutos aproximadamente (puede repetir esta acción una vez si lo considera necesario).

 Luego, observándola, verifique qué entendió y qué no.

c) Registro contextual sin visualización

 Cierre los ojos y trate de registrar lo que ocurre a su alrededor. Puede hacerlo durante su viaje en el colectivo o en el subterráneo, mientras se ducha o cuando se sienta en el jardín de su casa.

 En este caso, además de la auditiva, utilice la percepción kinestésica.

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