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Capítulo 1

¿Qué es la inteligencia?

La inteligencia: ese objeto del deseo.

¿Cuántas veces por día utilizamos la palabra “inteligencia”? Se trata, para el común de la gente, de uno de los bienes más preciados que existen.

Para corroborarlo, basta ver las encuestas en las que se piden las características de la persona ideal.

Al ser consultadas, la mayoría de las mujeres suele ubicar “inteligencia” en el primer puesto; los hombres, como uno de los tres principales atributos.

“Mi hijo es muy inteligente”, suelen decir los padres, llenos de orgullo, cuando el chico obtiene buenas notas en el colegio.

“Mi equipo de trabajo es muy inteligente”, expresa el líder que acaba de alcanzar todos los objetivos corporativos del trimestre.

“Hacemos un manejo inteligente de los residuos”, asegura una compañía que acaba de implementar un programa de protección del medio ambiente.

“Fue una jugada inteligente”, expresa el relator deportivo para describir la combinación de movimientos de los futbolistas que terminó el gol.

En resumen, “inteligencia” es un término equivalente a algo positivo, deseable, aspiracional.

En los últimos años, este atributo se le asignó también a numerosos productos y servicios: casas inteligentes, automóviles inteligentes, anteojos inteligentes, lavarropas inteligentes…

Una heladera inteligente es aquella que “sabe” hacer el pedido al supermercado automáticamente cuando detecta, mediante sensores, que le falta algún producto de alto consumo en esa casa.

Un zapato inteligente es aquel que puede cambiar de color para combinar con la ropa en cada ocasión.

La inteligencia artificial, sin ir más lejos, es la tecnología que se posiciona como dominante de cara al próximo lustro.

Vamos hacia un futuro en el que, parecería, lo “no inteligente” no tiene lugar.

Definiciones de inteligencia

La ironía es que a pesar de lo mucho que se habla de la inteligencia, poco se sabe sobre ella en realidad.

En su libro ¿Qué es la inteligencia?, Sternberg y Detterman presentan más de dos docenas de definiciones elaboradas por expertos de diferentes campos.

Ninguna pone en duda la existencia de un correlato neurofisiológico y emocional en la actividad intelectual.

Por otro lado, es ampliamente compartida la visión contextualizada de la inteligencia, en el sentido de que los factores culturales, sociales y emocionales tienen gran influencia en su desarrollo.

Si bien quedan muchas preguntas por responder, está comprobado que el cerebro es un órgano que cuenta con partes diferenciadas y que cada una de las inteligencias del ser humano está vinculada con neurocircuitos identificables.

Así la define, en este sentido, Howard Gardner, uno de los principales investigadores relacionados con la temática de la inteligencia: “Un conjunto diferenciado de capacidades que es gobernado y regulado desde un conjunto diferenciado y exclusivo de zonas cerebrales”.

Bases de datos empíricas revelan que los sistemas nerviosos difieren en la velocidad y eficacia con que reciben, procesan y emiten información.

Algunos expertos opinan que estas características podrían explicar por qué algunas personas son más inteligentes que otras.

En cualquier caso, la corteza prefrontal, que tiene un rol muy importante en el desempeño de las funciones ejecutivas (coordinación de pensamientos, acciones y metas y toma de decisiones) está también vinculada a determinados tipos de inteligencia.

Una investigación llevada a cabo en la Universidad de Washington, St. Louis, en 2012, apuntó en esa dirección.

Se analizó el cerebro de los participantes mediante fMRI (resonancia magnética funcional) en dos etapas.

La primera, mientras descansaban. La segunda, mientras realizaban tareas que les exigían razonar rápidamente y utilizar el pensamiento abstracto.

En estos casos, se observó una mayor actividad en la corteza prefrontal izquierda y, paralelamente, niveles más altos de conectividad neuronal.


Este estudio permite comprender que la posibilidad de visualizar la actividad cerebral en esta región habilita a predecir en qué grado un individuo es más inteligente que otro.

Esto ocurre debido a que la velocidad de procesamiento de la información (uno de los insumos más importantes de la inteligencia) depende de la forma en que la corteza prefrontal se comunica con el resto del cerebro.

Retomando el tema, las ideas sobre la inteligencia son muchas y proceden de una diversidad de corrientes de pensamiento.

Sin embargo, la mayoría de los modelos confluye en una de estas dos alternativas:

• La inteligencia como estructura unitaria. Históricamente predominó el concepto de que existe una sola inteligencia general.

• La inteligencia múltiple. Una visión más moderna sugiere que contamos con varias facultades intelectuales relativamente independientes que se pueden modificar o desarrollar mediante estímulos adecuados.

Este libro suscribe a la segunda opinión en base a términos empíricos.

Los seres humanos tenemos capacidad para adquirir conocimientos y aprender de muchas maneras.

Lo hacemos a través del lenguaje, del uso del cuerpo, del análisis abstracto, de la intuición, de la representación espacial, de las emociones, del pensamiento musical y de una comprensión de los demás y de nosotros mismos.

Cada forma de aprender tiene su correlato en la existencia de varias inteligencias que pueden potenciarse si se aplican estímulos significativos.

Y un dato no menor: esto puede hacerse a lo largo de toda la vida.

Por otra parte, la existencia de personas con discapacidades evidentes para el aprendizaje de cosas muy sencillas y, al mismo tiempo, con habilidades sorprendentes para las deducciones más difíciles, como ocurre con los autistas, pone en duda la concepción de la inteligencia como una función unitaria de la mente.

De todos modos, algunas corrientes de pensamiento continúan defendiendo la concepción tradicional.

Así, acotan la inteligencia a la aptitud para razonar, elaborar planes, resolver problemas, interpretar ideas complejas y aprender con rapidez.

De esta manera se soslaya nada menos que el componente emocional de la inteligencia.

Emotivamente inteligentes

Ser inteligente, no obstante, no es solo poder resolver problemas, adaptarse al medio ambiente y mostrar algún que otro signo de creatividad.

También lo es comprender las emociones, tanto propias como ajenas, e interpretar los sentimientos de los demás para ser empático en las relaciones interpersonales.

Las neurociencias y sus descubrimientos de los últimos años han demostrado que la anatomía del cerebro es un componente de base de la inteligencia.

El correlato entre los factores relacionados con la anatomía cerebral y la inteligencia se ha presentado en variaciones en el engrosamiento de la corteza cerebral o en la densidad de conexiones neuronales, entre otras manifestaciones.

Al ser una función activa en la mente, la inteligencia puede desarrollarse y eso mismo sucede con el cerebro.

La neuroplasticidad, es decir, la característica del cerebro de poder mejorar y moldearse, nos acompañará a lo largo de toda nuestra vida.

En este sentido, un estudio realizado en 1989 sobre una muestra de 307 niños residentes en el barrio de Bethesda, en Washington, Estados Unidos, arrojó conclusiones reveladoras. El trabajo fue encabezado por Judith Rapoport, del Instituto Nacional de Salud Mental de dicho país.

En esa ocasión se tomaron imágenes del cerebro de estos chicos durante su crecimiento. La experiencia se extendió por un período de diecisiete años.

Los participantes que eran considerados “muy inteligentes” desarrollaron su cerebro con un patrón diferente. El tamaño de sus lóbulos frontales difería de aquellos cuyas habilidades cognitivas habían sido evaluadas como “promedio”.

La investigación buscaba corroborar una hipótesis previa, según la cual algunas áreas del lóbulo frontal que se ocupan del pensamiento de mayor nivel tienen un tamaño más grande en personas más inteligentes.

La conclusión de este trabajo, publicada en la revista Nature, indica que el cerebro de los niños más inteligentes es más moldeable o modificable y que, debido a la neuroplasticidad, estas divergencias podrían tener origen en otros factores, como estímulos intelectuales o emocionales que impactan en el período de crecimiento.


Otro caso de investigación fue el relacionado con el cerebro de Einstein. Luego de su muerte, fue comparado con otros ochenta y cinco pertenecientes a individuos de similares características.

Sin embargo, presentó diferencias notables en el sistema somatosensorial, en la zona prefrontal y en las cortezas parietal, temporal, occipital y motora primaria.

Los lóbulos prefrontales del descubridor de la Teoría de la Relatividad mostraron un número de pliegues excepcional.

Esto podría estar relacionado con su capacidad para resolver problemas, ya que abre la posibilidad de realizar más conexiones intraneuronales.

Los hallazgos fueron publicados en la revista Brain por Dean Falk.

Resta averiguar si estas características reveladas en el cerebro del premio Nobel de física de 1921 fueron incorporadas a través de la neuroplasticidad, si fueron resultante de factores adquiridos o si vinieron al mundo con él, es decir, si obedecen a cuestiones innatas.

Darold Treffert definió como “síndrome de sabio” (savant) a las personas que demuestran algún talento o alguna competencia con un desarrollo extraordinario.

Esto es independiente de que esa habilidad tenga una aplicación práctica (como ocurre con Messi y el fútbol) o no (gente capaz de decir qué día de la semana fue una determinada fecha elegida al azar o de realizar cálculos mentales con extrema rapidez).

Además de indagar el origen neurofisiológico de sus extraordinarias capacidades, las investigaciones relacionadas con los savants experimenta con técnicas como la estimulación magnética transcraneal.

¿El objetivo? Descubrir si una persona normal puede convertirse, al menos en algún aspecto en particular, en un savant.

Sobre el autismo y la autonomía cerebral

El autismo es uno de los temas que más interés ha despertado en el estudio de la inteligencia relacionada con la anatomía del cerebro.

Las personas que sufren algún trastorno del espectro autista tienen dificultades para relacionar sus propios movimientos con los que ven en los demás, para atribuir un estado mental o inferir una emoción en otra persona o para interpretar el tono de voz o las expresiones faciales. Además, evitan el contacto visual.

Sin embargo, muchas presentan capacidades que sorprenden, apasionan y desvelan a la ciencia.

Algunas memorizan una guía telefónica completa, otras desarrollan capacidades artísticas increíbles y normalmente pueden realizar cálculos matemáticos como lo haría una computadora: en segundos y sin errores.

En 1988, Barry Levinson dirigió la película Rain Man, interpretada por Tom Cruise y un Dustin Hoffman que realizó una de las actuaciones más brillantes de su carrera.

En el film, Cruise debe hacerse cargo de un hermano autista al que apenas conoce. Más allá de la trama, una escena en el casino resulta clave para entender las habilidades mencionadas.

El personaje de Hoffman era capaz de “contar las cartas” en una mesa de juego con solo verlas una vez, lo que le daba una gran capacidad de prever qué saldría en el siguiente lanzamiento.

No es pura ficción: la enorme capacidad de algunas personas autistas con los números siempre llamó la atención. Por eso la ciencia de la inteligencia puso el foco en ella: sus aplicaciones podrían colaborar con el desarrollo cerebral de individuos sanos.


James Hemper Pullen, paciente autista, poseía habilidades excepcionales en escultura. La anatomía de su cerebro mostró un notable desarrollo de las regiones posteriores y una marcada atrofia de los lóbulos temporales y frontales

Por otra parte, en el Centro para la Mente (asociado a la Universidad de Sídney, en Australia) se descubrió que mediante la estimulación magnética trascraneal es posible lograr que algunos individuos con limitaciones intelectuales logren comprender teorías científicas y adquieran conocimientos considerados complejos.

Estas investigaciones tuvieron como punto de partida la curiosidad por el caso de personas autistas que destacaban por sus talentos específicos.

Una de las hipótesis que se manejó fue que cuando una zona del cerebro no desempeña bien sus funciones porque está dañada o inhibida, otra comienza a soltarse, a desplegar sus habilidades.

Esto pudo comprobarse: al aplicar la técnica de estimulación trascraneana para desactivar transitoriamente algunas zonas del hemisferio izquierdo (donde están los centros del habla), el 40 por ciento de los participantes adquirió habilidades intelectuales extraordinarias en tan sólo quince minutos.

En conclusión:

• La anatomía cerebral es muy importante para la inteligencia.

• Una persona con un daño en sus lóbulos frontales no puede procesar rápidamente la información para hallar las relaciones entre los hechos.

• En el caso de las personas sanas, las características físicas del cerebro constituyen “una base desde la cual se parte”.

• Lo anterior se debe a que la inteligencia está determinada no sólo por el sustrato biológico, sino también por componentes adquiridos mediante estímulos emocionales, sociales y culturales.

Cómo ser más inteligente

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