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ОглавлениеCapítulo 2
Inteligencia para todos
Verdades absolutas y verdades relativas
Para la filosofía existen muchas verdades que dependen de factores físicos, psicológicos o culturales que influyen en la construcción que las personas hacen sobre lo real.
Por lo tanto, el relativismo considera, como posición filosófica, que la verdad está en relación con el sujeto que la experimenta.
Esta concepción es totalmente compatible con lo que en neurociencias se denomina “construcción cerebral de la realidad”: cada sujeto ve el mundo en función de lo que percibe e interioriza. En ello, el entorno tiene una influencia clave.
Partiendo de esta premisa, el de inteligencia es un concepto relativo.
Además de lo que traemos en los genes y de las condiciones fisiológicas del cerebro, es difícil definirla sin considerar la capacidad de adaptación de una persona a diferentes ambientes.
Diversos factores contextuales pueden ser determinantes.
Sabemos, por ejemplo, que la falta de alimentación en la niñez altera el desarrollo neuronal y provoca la destrucción de entramados que no podrán ser recuperados a futuro.
Este proceso, conocido como “raquitización neuronal”, es resultado de la desnutrición infantil y es muy difícil de revertir.
Por otra parte, no se trata únicamente a la cultura, sino también a la habilidad para sortear los inconvenientes que se presenten en cada momento de la vida.
Hace pocos años, el psicólogo inglés Richard Lynn, de la Universidad del Ulster, en Irlanda del Norte, publicó su polémico libro Race Differences in Intelligence.
Entre sus conclusiones, señaló que los alemanes europeos eran las personas más inteligentes del planeta. Esto le valió una catarata de críticas.
Entre ellas, la del psicólogo alemán Eckhard Winderl: “Un alemán podría morirse en Groenlandia, ya que carece de los conocimientos necesarios para diferenciar los treinta tipos de hielo que existen allí, y posiblemente tampoco sabría qué hacer en África Subsahariana, cuyos habitantes conocen cientos de tipos distintos de nubes y de vientos para pronosticar, por ejemplo, si contarán con agua”.
Winderl pone de manifiesto una vez más el tema del relativismo en la inteligencia.
Cualquier definición, por más abarcativa que sea, termina siendo acotada.
El medio ambiente influye no sólo en el desarrollo de las redes neuronales sino también, y fundamentalmente, en el del tipo de inteligencia que cada ser humano necesita para sobrevivir.
El tema del relativismo es analizado de una manera muy interesante por Howard Gardner, quien aboga por la importancia de adoptar una perspectiva intercultural.
“Una misma inteligencia se puede emplear en diferentes culturas con unos sistemas de roles y valores muy distintos”, sostiene.
Cada cultura ha desarrollado sistemas religiosos, místicos o metafísicos para abordar las cuestiones existenciales. Gardner utiliza el ejemplo de un chamán y un yogui para explicar que la inteligencia también está relacionada con las competencias sociales requeridas por cada grupo.
Sobre los distintos puntos de vista de oriente y occidente, sostiene que en las sociedades influidas por Confucio se considera que las diferencias en las capacidades intelectuales no son muy grandes y que el rendimiento de las personas se explica, básicamente, por su esfuerzo.
Esta idea parecería coincidir nada menos que con la de Darwin.
En occidente, en cambio, se apoya más la postura de que es innata y que poco podemos hacer para alterar el potencial intelectual con el que vinimos al mundo. La neurociencia puso en jaque esta visión.
Comprender cuáles son los factores que determinan el desarrollo de la inteligencia nos permite avanzar sobre la idea de que todos tenemos la capacidad de aumentarla y de estimularla para promover sus distintos componentes.
La importancia de las experiencias
Las experiencias que se suceden en nuestra vida, junto con los aprendizajes que vamos realizando, pueden considerarse capital intelectual.
Es que todos esos recursos incrementan nuestra capacidad de tomar decisiones lo que significa, desde el punto de vista anatómico, que activan una red neuronal previamente marcada.
Las experiencias que elegimos tener conforman un mapa que, de alguna manera, predestina nuestras futuras decisiones y, por tanto, nuestras futuras experiencias.
Cada decisión tomada en tiempo presente implica una activación de un recuerdo. Nuestra mente viaja a una situación que sucedió en el pasado y nos lleva por un camino determinado.
Dependiendo de cómo logremos completar esta activación, nos encontraremos con el sendero correcto (o no).
Muchas son las investigaciones que expresaron que es una estimulación en el proceso de toma de decisiones lo que provoca una activación cerebral.
Esto quiere decir que son procesos que suceden en un estado más allá de la conciencia, el metaconsciente, conformado a partir de todas las memorias que acumulamos en nuestra vida.
La decisión no se toma en el momento en el uno cree, sino en el proceso de armado de las memorias que se registran en el metaconsciente y que sirven de base para ser activadas cada vez que resulta necesario.
Es el ambioma (el conjunto de circunstancias, acciones y reacciones que nuestro organismo soporta, derivadas de la interacción con el medio) lo que determina nuestra vida.
Lo que hemos hecho en el pasado y las experiencias que supimos construir.
Allí radica el nivel del entramado neuronal y de las ramificaciones dendríticas de nuestro cerebro.
Hora de entrenar
¿Cuáles son los primeros pasos que podemos dar para comenzar a estimular la inteligencia? A partir de los 30 años, para fomentar el crecimiento del entramado neuronal (al haber ya alcanzado el cerebro su edad adulta evolutiva) es imprescindible romper con las rutinas.
No hacen falta grandes acciones: basta con elegir otra ruta camino al trabajo, con probar una nueva clase de champú en lugar de comprar el mismo de siempre, con decidir leer un nuevo libro, con cambiarse a un restaurante diferente (para aquellos que van siempre al mismo)…
El estudio de un idioma o cualquier experiencia novedosa (una clase de baile, una reunión inesperada con amigos, un viaje a un sitio desconocido por nosotros) son factores que producen entramados útiles para mantener a nuestro cerebro en actividad.
Cualquier decisión nueva, giro imprevisto, cambio de rumbo o volantazo será bien recibido por nuestro cerebro y dará un impulso a la neuroplasticidad.
Hoy, la humanidad busca cómo conservar la lucidez cerebral al tiempo que el físico se deteriora por motivos cronológicos. Cuidar el cerebro implica estimularlo y entrenarlo para que las decisiones que tome sean cada vez más ricas, incluso con el paso de los años.
Algunas recetas básicas para potenciar la inteligencia son:
• Mantener una dieta saludable.
• Realizar frecuentes ejercicios físicos y aeróbicos.
• Evitar las drogas.
• No consumir tabaco.
Y, por supuesto, realizar actividades de entrenamiento cerebral.
Se atribuye al escritor y filósofo español Miguel de Unamuno la frase: “el ajedrez procura una suerte de inteligencia que sirve solo para jugar al ajedrez”.
Este libro suscribe a la teoría que indica que hay diversos tipos de inteligencia y también al concepto por el cual existen conexiones entre esos distintos modelos. Sin embargo, hay algo de cierto en la frase de Unamuno: el hábito hace al monje.
Esto lo demuestra una investigación en la que a los participantes les hicieron… jugar al ajedrez, precisamente.
Ocurrió en el Hospital Universitario de Valencia, donde se organizaron dos grupos de adultos cuya edad oscilaba entre 57 y 87 años.
El grupo A aprendió y jugó al ajedrez durante doce meses. En dicho período, el grupo B realizó otras actividades que exigían poco consumo de energía cerebral.
Al realizar la evaluación final, se observó que los participantes del segundo conjunto no habían experimentado ningún cambio en su rendimiento cerebral.
Mientras tanto, en el grupo A, el 65 por ciento obtuvo resultados notables:
• Mejora de las habilidades visuoespaciales.
• Mayor rapidez en el procesamiento de información.
• Mayor agilidad mental para tomar decisiones.
El experimento, además de desmitificar la concepción de que el ajedrez es solo para personas inteligentes, aportó a la inteligencia social de los participantes.
En líneas generales, las actividades en gimnasios cerebrales, son beneficiosas para todos los tipos de inteligencia, ya que:
• Obligan a trabajar intensamente con los dos hemisferios cerebrales.
• Mejoran la memoria, la atención y la concentración, lo cual evita la interferencia emocional en el trabajo de las funciones ejecutivas.
• Desarrollan habilidades para resolver problemas y, consecuentemente, se incrementa la capacidad para las matemáticas y la física.
• Optimizan el pensamiento creativo. Después de doce semanas de entrenamiento (en promedio) los participantes obtienen mejores resultados en las evaluaciones en creatividad.
• Los ejercicios dirigidos a la corteza prefrontal mejoran las actividades de planificación y autoevaluación.
Cuando el cerebro se ejercita se mantiene en forma, al igual que el cuerpo.
Por lo tanto, funcionan mejor los sistemas de memoria, es mayor la velocidad en el procesamiento de la información y se puede razonar, pensar y decidir con más claridad y rapidez.