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En el siglo pasado y en lo que va del actual se hicieron más visibles que nunca antes las capacidades diferenciales que convierten a la mujer en protagonista.

Científicas, ejecutivas de alto nivel, empresarias, ingenieras a cargo de obras de envergadura, cancilleres, ministras, diplomáticas...

La mujer conquista hoy todos los espacios que desea. Se sabe y se experimenta el poder femenino en los planos más diversos.

Este notable protagonismo explica, en parte, el interés creciente por descubrir el soporte neurobiológico de las capacidades de la mujer, particularmente en el campo del liderazgo, la toma de decisiones y el comportamiento.

Después de todo, las damas lideran más allá de ser o no parte de una empresa. Lo hacen en sus vidas pero también sus hogares, sus parejas, sus familias, sus caminos profesionales…

Desde hace tiempo, este potencial femenino se está estudiando a nivel cerebral.

El interés en profundizar en esta temática no es casual, tiene su correlato con el liderazgo del futuro, ya que el nuevo paradigma involucra dos temas de enorme relevancia: espiritualidad en el mundo de las organizaciones y liderazgo afectivo e inserción social de los sentimientos.

En ambos casos, se necesitan capacidades para las cuales el cerebro femenino parece estar especialmente dotado.

El neuroliderazgo puede conceptualizarse como una conjunción entre las teorías más avanzadas sobre el liderazgo y los últimos descubrimientos de las neurociencias aplicables a estas.

Ello implica, por un lado, el desarrollo de capacidades cerebrales y, por el otro, el diseño de ámbitos que propicien la motivación, la creatividad, la armonía y el bienestar, condiciones propias, según las últimas investigaciones, del cerebro de las mujeres.

Los descubrimientos sobre el funcionamiento del cerebro abren nuevos caminos para analizar las diferencias entre hombres y mujeres. Las más importantes están relacionadas con el procesamiento de la información, que da lugar a estilos claramente diferenciados.

Lo neurobiológico, la cultura y la subcultura

¿Por qué la mayoría de los hombres prefiere los westerns, las películas policiales y las bélicas, mientras que las mujeres se inclinan por los dramas o las comedias románticas?

Sin intenciones de entrar en debates de género, excepto en el caso de los especialistas y cinéfilos, la mayor parte de las pequeñas guerras al revisar la cartelera se desatan porque “él” se aburre si no hay suspenso y acción, mientras que “ella” encuentra esos géneros poco interesantes, a veces demasiado llenos de sangre o vacíos de contenido.

Aunque las excepciones existen, por supuesto, las investigaciones revelan que las preferencias se relacionan con las diferencias notables entre la estructura cerebral femenina y la masculina.

Si bien en las inclinaciones intelectuales y espirituales no es posible trazar ninguna línea.

El compromiso y la profundidad con la que se afrontan los diferentes aspectos de la vida no admiten distinción por género, en la vida cotidiana se observan divergencias interesantes.

Por ejemplo, muchos más hombres que mujeres prefieren ver deportes por televisión, salir de caza o de pesca, leer revistas sobre los últimos avances tecnológicos y engrosar su caja de herramientas cada vez que van al hipermercado.

Del mismo modo, muchas más mujeres que hombres acuden con frecuencia a salones de belleza, consumen revistas de diseño y decoración, estudian psicología en vez de ingeniería, invierten en cirugías estéticas y son receptivas a las ficciones románticas.

En una primera aproximación al tema, puede inferirse que estas diferencias se deben a factores socioculturales, y esto es cierto.

Debido al fenómeno de neuroplasticidad, tanto el cerebro masculino como el femenino se van formando anatómicamente en función de las influencias que reciben del entorno.

Ello explica parcialmente por qué las zonas relacionadas con la agresión son mayores en el cerebro masculino, mientras que las habilidades relacionadas con la empatía, esto es, con la capacidad de ponerse en el lugar del otro, percibir lo que está sintiendo y sintonizar con sus emociones, están más desarrolladas en el femenino.

En el mundo occidental, los varones se familiarizan con el conflicto desde pequeños cuando se les regalan soldaditos, espadas, dinosaurios o monstruos.

Estas claves culturales van determinando la morfología de su cerebro, ya que cada vez que un niño juega a la guerra se crean los neurocircuitos asociados a ese tema.

Por esta razón son más comunes las peleas a nivel corporal entre varones y, en promedio, los líderes masculinos se manejan con más comodidad cuando las luchas competitivas son feroces, por ejemplo, entre las grandes corporaciones.

Aún así, hay algunas preferencias que aparentemente son innatas y no producto del fenómeno de neuroplasticidad asociado a factores culturales, como se ha creído hasta el presente.

La neurociencia ha corroborado en numerosas investigaciones que existen componentes neurobiológicos que distinguen claramente al cerebro según el género.

Estas diferencias influyen en la percepción, en el estilo y tipo de pensamiento, en la forma de procesar la información (cognitiva y emocional), en la toma de decisiones y en la conducta.

Los resultados de una investigación realizada en forma conjunta por profesores de la Universidad de Londres y de la Universidad de Texas permitieron descubrir que algunas preferencias de juguetes según el género no son producto de la socialización.

Durante el experimento, realizado con simios de 1 a 4 años de edad, se incluyeron juguetes típicos de varones (como camiones, autitos), juguetes típicos de niñas (como las muñecas) y juguetes de género neutro (libros, entre otros).

Mediante una medición del tiempo que ambos sexos pasaban con los distintos juguetes, se observó en los machos una preferencia por los considerados masculinos y en las hembras, por los considerados femeninos.

Con respecto a los neutros, ambos sexos utilizaron la misma cantidad de tiempo.

Dado que, obviamente, los animales no pueden ser influenciados por estímulos socioculturales, se infiere que la inclinación de uno y otro sexo hacia diferentes juguetes puede deberse a diferencias biológicas innatas.

Asimismo, no se descartan razones vinculadas con la evolución, esto es, con las actividades que realizaban en el mundo primitivo (la caza predominaba en el hombre, mientras que la mujer se dedicaba a las tareas relacionadas con lo que en ese tiempo podríamos denominar “hogar”).

Como vemos, todo está inscripto y puede inscribirse en nuestro cerebro.

Lo relevante es que, independientemente del origen de estas inscripciones, a comienzos del nuevo milenio contamos con herramientas de enorme potencial para estudiarlas con un enfoque científico y continuar perfeccionando esta obra maestra que comenzó la naturaleza mediante la implementación de un trabajo sistemático de neuroplasticidad autodirigida.

40 ejercicios para la mujer multitasking

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