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¡Alas y buen viento!

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LIMA QUERIDA, CIUDAD MÍA, llegó el momento de la partida y no sé si volveré. Nací aquí y no sé dónde muera. Dejo ahora tus calles y vereditas del Centro Histórico que, a pesar de todos los esfuerzos de buena voluntad de mi parte, jamás se mostraron alegres, como en los valses de antaño: ni me condujeron a patios encantados ni a plazuelas de amores soñados; sin embargo, sentada en las gradas de tu Catedral en la Plaza Mayor y al son de la marcial música del cambio de guardia del Palacio de Gobierno fue como perfilé mis metas más caras y mis mayores anhelos. Ciudad mía, Lima querida, te extrañaré.

A mis 21 años había decidido partir sola en viaje por el mundo. Alejarme por un tiempo de la gente conocida, los parientes, los amigos. Sola. Lejos. Tan lejos como para atenuar toda tentación a desistir de mi exilio voluntario. Yo pensaba que, si acaso llegara a arrepentirme de haber partido y quisiera volver, el solo extenso camino de regreso habría de poder desanimarme de un retorno.

Yo no huía de nada, como bien se lo decía a todos, solo me iba del Perú. Dejaba el dulce hogar con mi cama limpia, los estantes llenos de libros, la mesa rebosante, donde aguardaban mi vuelta mis padres y mis hermanos generosos. Dejaba también excelentes amigos, parientes decentes, colegas respetables, una buena paga en mis enriquecedoras chambas. Pero ya no podía esperar más. A pesar de que no había terminado aún mis estudios de Lengua y Literatura en la universidad, tenía ganas de escribir en serio. Y no monografías acerca de la obra de José María Arguedas, o de lo Real Maravilloso, o sobre el origen de las palatales en español. Quería inspirarme y escribir como tantas grandes escritoras.

Para ello, pensé que debía sufrir algo. Es decir, tenía que vivir. Entonces creí que debía buscar mis musas y lo más lejos posible del mundanal ruido. Así que, como mi madre siempre decía que cuando sintiéramos que era el momento de abandonar el nido solo abriéramos bien las alas y zás, alas y buen viento, entonces yo salté y dejé la guarida.

Una plaza en el programa de intercambio cultural peruano-alemán por un año fue la mejor elección para mis ansiados planes. Yo confiaba en encontrar la respuesta a la pregunta por mis musas en la futura lejanía y soledad que me esperaban.

Dias de un viaje. Fotorrelatos de una limeña

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