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Prólogo

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A los 54 años, experimenté el sentimiento de ser huérfana, y este abandono natural de la vida me hizo reflexionar y reconocer los buenos y malos momentos compartidos en familia. El gran amor que me brindaron me daba fuerzas para enfrentar la vida. Fue un gran sentimiento armonioso de respeto y unión que volcaron en la convivencia del hogar.

Hoy reconozco lo esencial que fueron para mi formación como persona, construyeron mi carácter, mi ética, y lo más importante, mi felicidad, mientras estuvieron a mi lado.

Mi amor por ustedes, mis queridos padres, es mi fortaleza. Fueron mis mejores “AMIGOS”. En esta vida.

Daría todo por volver a sentirlos, y verlos y es por eso por lo que quiero volcar en esta obra, a través de la novela, todo lo que ha sido la vida de dos almas gemelas que vinieron al mundo físico para compartir juntos sus vidas, conviviendo para dejar huellas de paz y armonía a sus herederos, e irse juntos.

En esta novela deseo hacer pública la vida de una pareja unida por un amor verdadero y puro, un amor del bueno, un amor del cual fui engendrada.

Debo confesar que siento mucho orgullo de haber tenido en esta vida unos progenitores como ustedes y compartir juntos muchas vivencias de amor, así también como estoy muy agradecida de sus consejos y buenos ejemplos.

Me han quedado grabados a fuego todos los momentos que he observado en ellos. Aquellos días muy calurosos que llegaba cansado mi padre del trabajo y mi madre lo esperaba con la comida caliente para luego acostarse un rato, éramos muy humildes y no teníamos ventilador, y mi madre abanicaba con un diario o revista vieja a mi padre, de pie al costado de la cama, para que descansara un poco fresco, lo hacía todo el tiempo, hasta llegar la hora de volver a aquel trabajo rudo que desempeñaba.

Recuerdo que mi padre se afeitaba con un espejito redondo de marco verde colgado en la pared de la cocina y cantaba tangos, luego entraba al baño a bañarse y salía envuelto en una toalla en su cintura y bailaba. ¡Eso era genial!

Éramos muy pobres, pero felices. ¡Me encantaba! Mientras mi padre bailaba ridículamente mi madre reía mucho.

Recuerdo de sus tratos mutuamente tranquilos, lo mismo el trato hacia mi hermano y hacia mí. Con mi hermano escuchábamos sus conversaciones, cuando planeaban algún proyecto de vida, siempre se consultaban hasta estar de acuerdo los dos. También recuerdo escucharlos discutir o hablar fuerte, pero fueron muy pocas veces. Tal vez lo harían más, pero no delante de nosotros. Recuerdo haber visto triste a mi madre y también a mi padre, pero nunca un golpe fuerte sobre algún mueble, o portazos, ni agresiones verbales de ninguno de los dos.

Tenían como costumbre prepararse uno u otro el desayuno y llevarse a compartirlo juntos en la cama. Al que le tocaba prepararlo lo hacía y con la bandeja en la mano lo despertaba al que estaba durmiendo, se daban un beso y desayunaban. Este ritual lo hicieron hasta el final de sus días. Hasta que mi padre pudo caminar lo hizo y cuando ya la enfermedad lo pudo, lo hacía mi madre hasta su último día. Mi madre, una semana antes de ella morir, soñaba que él venía a despertarla para desayunar. Esto me conmovió muchísimo.

Recuerdo sus risas, sus bromas. Admiraba a mi madre viendo cómo se desvivía por mi padre en su etapa final de la enfermedad. Pensaba que, cuando él se terminara, ella descansaría y sería libre, de vivir bien y darse los gustos, ya que siempre vivió para él. Pero mi sorpresa fue muy inesperada cuando se terminó mi querido padre ella comenzó a deteriorarse de tal forma en tres terribles meses de profunda tristeza.

Esta hermosa y triste vivencia me deja como enseñanza que el amor existe.

Basada en hechos reales

“En el más crudo de los inviernos aprendí

que había en mí un invencible verano”.

Albert Camus

Un amor para siempre

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