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1 Vicisitudes comenzando la vida
ОглавлениеDetrás de unas tablas de madera que formaban una humilde casita comenzaron a asomar unos rulos revueltos de una niña andrajosa que se levantaba descalza y con el perfume natural del orín de sus hermanas pequeñas con las que compartía la camita.
Aquella pobreza, identificada con esa colmena de arquitecturas bajas de barrio pobre, casillas de madera y techos de chapa cartón, algunas macetas de flores y algunas plantas; el bullicio de los chicos jugando en los baldíos, en donde durante las noches se hacía notar el hacinamiento, la falta de higiene y de comida, el frío y la lluvia que se filtraban por los techos, alentando las enfermedades.
Esa realidad, en aquella época el gobierno era el de Juan Domingo Perón, perteneciente al Partido Laborista, cuya esposa era Eva Duarte, quien identificaba a esta sociedad como “la expresión más sórdida y perversa del egoísmo de los ricos”.
A la angustia del largo vivir en esa pobreza se le sumaban los malos tratos abusivos de una madre enferma de ira. Su nombre, Valentina González, quien levantaba a la niña con gritos dándole orden de buscar agua.
Cruzando la calle de su casa estaba la canilla pública perteneciente a todo el barrio. La niña, apodada Tita, cuyo nombre era Olga y su apellido Pérez, de seis años de vida, debía abastecer su casa con agua traída de esa canilla. Llenaba un balde de 20 litros de agua, que era casi de su mismo tamaño, el cual arrastraba como podía hasta su casa.
Su vecino, apodado Ildo, de nombre Roque Víctor Núñez, tenía cinco años más que ella, andaba haciendo mandados acompañado por una rueda de bicicleta que llevaba girando, guiándola con un alambre que tenía un gancho en el extremo; él lo llamaba “mi andador”. Hacía los mandados corriendo detrás de ese andador, vio a Tita, su vecina, en la canilla y se detuvo.
Ildo: Hola, ¿vas a la escuela?
Tita: No, mi madre no me deja ir porque tiene que lavar ropa y no tiene agua.
Ildo: Fooo. Y tenés que llevarle un montón de agua.
Tita: Sí, si no lo hago me golpea. Y mis hermanitos están llorando. Tengo que ayudarla.
Ildo: Me voy, tengo que comprar pan. Yo sí voy a la escuela.
Era un vecindario muy humilde; la casa de Ildo se destacaba un poco más por ser de material, solo que era alquilada. Era un barrio costero de la ciudad de Concordia, en la provincia de Entre Ríos.
Era temprano, aún. Se sentían cantos tardíos de algunos gallos dormilones, los cuales se sumaban al relincho de los caballos, que comenzaban a ser atados al carro para trabajar; todo indicaba que el día comenzaba y con él se iniciaba una nueva jornada laboral.
Todo se movilizaba para emprender la larga lucha de sobrevivir en la búsqueda de satisfacer las necesidades básicas.
En aquel momento corría el año 1949; la Argentina estaba gobernada por la primera presidencia del general Juan Domingo Perón. Entre las acciones más destacadas de esta época se encuentra la conformación de un extenso Estado de bienestar, con eje en la creación del Ministerio de Trabajo y Previsión Social, la política económica del país era próspera; lo que impulsaba la industrialización y la nacionalización de sectores básicos de la economía y una política exterior de alianza sudamericana apoyada en el principio de la tercera posición, la producción agropecuaria era abundante, con buena exportación. El país era acreedor de Inglaterra, había buenas reservas de divisas, solidez en la moneda y la Fundación Eva Perón generaba una amplia redistribución de la riqueza a favor de los sectores más postergados; se logró el reconocimiento de los derechos políticos de las mujeres, sancionándose la ley del voto femenino.
En este mismo período se realizó una reforma constitucional. A pesar de ser un país encaminado para la evolución social, existían en él sectores de familias con recursos económicos muy bajos. Solo que siempre tenían el rebusque para satisfacer sus necesidades. Los que realmente querían trabajar siempre lo conseguían o sea que de hambre nadie perecería. Dentro de esta sociedad de bajos recursos vivía esta familia de Tita e Ildo, cuyos padres tenían carros tirados por caballos y se desempeñaban como fleteros.
Los días eran rutinarios, Valentina, madre de la pequeña Tita, comenzaba sus días lavando ropa, acompañada siempre por su mal humor, y enojosos gritos. Era madre de cinco hijos en ese momento, muy nerviosa e histérica. Castigadora física y verbalmente. Tita y sus hermanitos eran rehenes atrapados en este hogar, que crecían dentro de este ámbito normalizando lo anormal.
Se dice que hay madres y padres que no quieren a sus hijos. Suena imposible de creer porque es antinatural y sin embargo es más frecuente de lo que nos gustaría creer.
Los castigos físicos eran aplicados a lo largo de la historia, como método de educación de padres a hijos.
En la actualidad el castigo físico en general está legalmente prohibido, ya que causa daños, lesiones que los padres esconden, generalmente se desarrolla rebeldía en la adolescencia que enjuicia de mejor forma estos actos contra su integridad física. Aquel uso de castigo fue cambiando de propósito paulatinamente dentro de la sociedad pasando de ser una forma de educar y marcar límites y normas a ser una forma de humillación y manipulación de los hijos, esclavos y ciudadanos, lo que generó grandes controversias sobre si era válido su uso o no como método de educación.
La responsabilidad que pesaba en esa niña pequeña de tan solo seis años era mucha. Era la mayor de las mujeres, tenía un hermano varón mayor que ella y cuatro hermanos menores. Debía cuidar de los hermanos todo el tiempo y más aún en horas de la tarde porque a su madre le gustaba jugar a la lotería en casa de amigas, y dejaba a sus hijos bajo el cuidado de esta niña. La pequeña, cuando sus hermanos lloraban por hambre, se las ingeniaba para conseguir por azar de la vida que alguien le proveyera comida, ella percibía que sus hermanas tenían hambre y se iba tímidamente a casa de los vecinos, con ellas y la más pequeñita a upa. Ya su frágil cuerpo se iba moldeando a la postura de cargar la criatura en la cadera a caballito, por este motivo su cadera derecha era más saliente que la izquierda; casi siempre llegaba a la casa de Ildo, que estaba en límite con la suya, era allí donde los frecuentaba diariamente, por esto la amistad con las hermanas de Ildo.
Su progenitora era una inhumana mujer que le exigía a su inocente hija la responsabilidad que le correspondía a ella por ser madre. Todos los días la misma rutina de cargar los tachos con agua; una vecina conocida le dijo mientras esperaba el turno para disponer de la canilla.
Vecina: ¡Oh, pobrecita niña!, cuando tengas 20 años vas a sufrir de dolores en los huesos y no vas a servir ni para vos.
Tita: (Con mucha vergüenza, calló y miró hacia el suelo).
Vecina: ¿Y tu mamá no está?
Tita: Sí… está lavando.
Transcurría el día, finalizaba la rutina diaria de otro día más. Todos regresaban a sus respectivos ranchos, los pequeños ya habían regresado de la escuela, los hombres comenzaban a aparecer y con ellos los caballos con sus relinchos dando a saber que la hora del descanso llegó. Al padre de Tita, un paisano llamado Justiniano Pérez, más conocido como don Pérez, lo trajo su caballo que sabía perfectamente el camino de regreso, porque él estaba dormido debido al alcohol que había bebido. Su esposa lo ayudaba a bajar. Y seguía durmiendo hasta el otro día.
La niña se fue educando con estas malas vivencias. Su madre diariamente tenía problemas nuevos. Su padre, totalmente ausente en el hogar, solo sabía que debía cumplir trayendo la plata para el sustento diario. Sus hermanitos asustados por los gritos y golpes de su madre se dispersaban llorando, algunos se escondían por la casa y otros se refugiaban en Tita, quien también se asustaba, pero se daba valor para protegerlos. Si uno de ellos lloraba, su madre la castigaba a ella, por no cuidarlos, también con gritos le decía que la odiaba, que le tenía asco y que aborrecía a las hijas mujeres.
Uno de los días más tenebrosos que los demás fue aquel que vivió un jueves. Transcurriendo el día como siempre al cuidado de una hermanita de cinco meses muy enferma, en grave estado, quien lloraba mucho todo el día y ella sin experiencia y conociendo temía la reacción de su madre que la castigaba si no tranquilizaba a sus hermanos, para calmarla le daba el chupete mojado con azúcar, lo que aprendió de ver a su madre hacerlo. La madre lavaba ropa y la reprendía porque no calmaba a su hermana.
De repente se durmió la beba y Tita salió a buscar un pedazo de pan para desayunar, era cerca del mediodía y no había ingerido nada de comida.
Valentina: ¿Y tu hermana se durmió?
Tita: Sí.
Valentina: Andá a comprar pan.
Tita: Bueno, me calzo y voy.
Valentina: ¡¡ANDÁÁÁ ASÍ NOMÁS!!, QUÉ TE HACÉS LA FINAAA AHORAAA…
Tita corrió a tomar la bolsa y se fue al negocio en busca del pan. Cuando regresó su madre le dio otra orden…
Valentina: ¡¡Andá a ver si tu hermana respira!!
Tita, muy asustada y confundida ante la deducción de su madre, obedeció la orden. Al llegar a la cama vio a la beba dormida y se le acercó para escuchar si respiraba, pero no le sentía sonido de respiración.
Tita: MAMÁÁÁ, NOOO RESPIRAAA, ME PARECEEE…
La reacción de esta mujer fue de tantos gritos y llantos que todo el barrio se convulsionó.
Valentina: Malditaaa, vos tenés la culpa, no la cuidabas bien, y la mataste poniéndole azúcar al chupete.
La pequeña tenía seis años, no entendía nada y ahora cargaba con la culpa de haber matado a una hermana que era lo que ella más quería. Estaba perpleja, asustada, anonadada, sentía una gran culpa de ser asesina. Como ella sentía tanta hambre pensaba que su hermana se había muerto por ese motivo. Pero la realidad era que estaba muy enferma y esta mujer no la llevaba al doctor.
Valentina se quitaba responsabilidad culpando a su hija de que no cumplía con el cuidado de su hermana.
Su teoría era que debía irse todas las tardes a jugar a la lotería para traer plata porque la que le daba su marido no alcanzaba. Era un escape que ella buscaba para liberarse de sus hijos.
Si perdía jugando a la lotería volvía tan brava que maltrataba a sus hijos sin tener motivos ni piedad. Si ganaba en el juego, volvía feliz y les compraba regalos o comida.
Pasado el tiempo, ya con 9 años, se defendía un poco más en el tema de cocinar, para hacer frente al hambre que sentían todos, se le ocurrió hacer tortas fritas.
Tita: Vamos a hacer torta frita.
Hermanos: ¡¡¡Bieeen!!!
Realizó la masa que era un engrudo y entre juegos y verdades armaron las tortas, luego hizo una fogata, en el patio.
Hermanos: Dale, que tengo hambre.
Tita: ¡¡Esperen, ya termino!!
Comenzó la fritura de las tortas fritas, y al sacarla las colocaba en una fuente y les decía “esperen que se enfríe, se van a quemar”. El hermano mayor, que estaba mirando toda la situación desde lejos y no ayudaba en nada, aprovechaba a robarles las tortas mientras la niña iba a buscar las crudas dentro de la casa para freír. Esto ocurrió una vez y luego otra y a la tercera vez ella se dio cuenta de que le faltaban las tortas terminadas y los pequeñitos impacientes por el hambre lloraban; esto enojó a Tita porque su hermano, apodado Cano, cuyo nombre era Eduardo, se las comió solo y no compartió con los más pequeños.
Tita: Te vi, Cano… No te lleves todas.
A Cano no le importaba nada, y se retiraba, ella tomó una piedra y se la tiró, y con mala suerte se la pegó en la cabeza a Cano y este se desmayó, Tita se asustó y lo ayudó a recuperarse.
Llegó la madre y Cano le contó lo sucedido. Esta mujer enloqueció y desquitó toda su ira que traía de haber perdido plata en el juego contra Tita. La golpeó tanto hasta lastimarla en varias partes del cuerpo y la pequeña quedó muy mareada. Luego se le reía burlándose del mal estado en que quedó la niña.
El vecino Ildo observaba todos esos crueles episodios vividos por su vecinita a quien la veía con ojos de pena, pero no podía hacer nada. Él vivía su vida entre travesuras inocentes y el deseo de trabajar para poder solventar sus gastos y ayudar a sus padres. Se pasaba haciendo mandados a su madre acompañado con su andador o montando a caballo para llevarlos a pastar en el descanso. Siempre andaba ocupado, así recorrió todo el barrio y la ciudad entera. Se ofreció para hacer mandados a los vecinos, o buscaba changuitas, era muy buscavida.
Los días transcurrían uno tras otro, el tiempo de esta forma iba pasando y estos niños iban creciendo dentro de una cultura de supervivencia y experimentando la vida a base de esfuerzos y trabajos, valorando los logros que obtenían para ir sobreviviendo.
Una de las experiencias muy gratas que han vivido y les quedó grabada a fuego fue que, en aquel tiempo en la Argentina, hubo un gran experimento político y social con el juguete. Entre 1947 y 1955, a través de la Fundación Eva Perón más de 2 millones y medio de artículos infantiles llegaban en las fiestas de Navidad y Reyes. “A las familias no se les pedía credenciales partidarias”, para retirarlos. Cumplir con esta tarea requería un trabajo masivo y sistemático que involucraba al Correo Argentino, los sindicatos, las escuelas y hasta las comisarías, también utilizaban un avión que arrojaba por el aire pelotas y muñecas. Para Ildo, que era terriblemente audaz, correr por los descampados mirando el avión, arrojar juguetes e ir en busca de ellos junto a otros niños era una aventura inolvidable. Aquellas experiencias lo hacían muy feliz, lo recordaba siempre, pero Tita no las pudo vivir por la castradora madre.
Estas lindas anécdotas de tener por primera vez juguetes, y las ayudas recibidas del gobierno fueron formando a la mayoría de la gente humilde en una inclinación política hacia el peronismo.
El 26 de julio de 1952 el país se enluteció con el fallecimiento de la promotora de estas gratas vivencias. Eva María Duarte de Perón solo tenía 33 años de edad. En vida, en 1949, fundó el Partido Peronista Femenino, lo presidió hasta su muerte, logró el voto femenino en 1947, desarrolló una amplia acción social a través de la Fundación Eva Perón, dirigida a los más carenciados. Estas familias tan humildes la apreciaban mucho.
Algunos de los juguetes que con mayor masividad fueron repartidos eran las pelotas, los autitos, los triciclos y las bicicletas y para las nenas se ofrecían máquinas de coser de juguete. Objetos a tono con los valores de la época que recluían a la mujer al ámbito doméstico. Para ambos géneros se repartían guardapolvos, ropa infantil y hasta prendas para celebrar la comunión.
Por primera vez se hablaba del derecho a jugar, como una ayuda de la socialización y maduración del niño. Además había que rodearlos de cuidados, promovieron deportes, educación, salud, pero no había lugar donde ir para notificar el incumplimiento de los malos tratos y explotación de los niños provenientes de los padres, en este sentido la desprotección era total para Tita. Su madre no tenía la responsabilidad de velar por el cumplimiento de ejercer el derecho a jugar que tiene la infancia a cada uno de sus hijos.