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I

LA EVOLUCIÓN HUMANA Y DESARROLLO DE LOS ÓRGANOS ESPIRITUALES

Poseemos un cuerpo físico compuesto de órganos. Hasta los bebés lo saben; preguntadles dónde tienen los ojos: os lo mostrarán; y la boca, las orejas, la nariz, las piernecitas: también os lo mostrarán. Más tarde, en la escuela, aprenden que el hombre tiene cinco sentidos – la vista, el olfato, el oído, el gusto y el tacto – y que cada uno de ellos posee unas funciones determinadas: la función y las sensaciones del tacto no son las del gusto o las de la vista, etc...

Todas las relaciones del hombre con el mundo están ligadas a los cinco sentidos. Por esta razón se afana en aprovechar al máximo sus posibilidades y, sobre todo, multiplicar las sensaciones que le producen sus ojos, sus oídos, su piel, etc... De entre estas sensaciones, algunas son más o menos necesarias o más o menos intensas. Centrémonos en el gusto: ¿quién negará la riqueza, la variedad de sensaciones producidas por el gusto, especialmente en una comida suculenta? ¿Y el tacto...? Cuándo un hombre y una mujer se acarician, sienten unas sensaciones de una gran intensidad; se dice que es el placer sexual el que da las sensaciones más intensas, pero permitidme que lo ponga en duda. En general, sí, es cierto; pero no para todos. Algunos artistas, dotados de gran sensibilidad visual o auditiva, experimentan las más intensas impresiones gracias a los colores y a los sonidos, quizás mucho más que en el acto sexual, que puede dejarles indiferentes y fríos.

Debido a que la mayoría de los seres humanos aún no están muy desarrollados, el tacto (en el que puede incluirse la sexualidad) y el gusto son, en principio, los dos sentidos que gobiernan el mundo. La vista, el oído y el olfato tienen menor importancia. Los perfumes, los sonidos y los colores dejan indiferentes a según qué personas, salvo cuando sus intereses están en juego. En los animales, el olfato, el oído y la vista están enormemente desarrollados, porque tienen necesidad de ellos para poder protegerse y buscar alimento. Os hablo, en realidad, de cosas que ya sabéis: es para llamaros la atención sobre conclusiones que posiblemente jamás os habéis hecho. Durante miles de años el hombre se ha ejercitado en multiplicar y amplificar sus sensaciones y percepciones a través del uso de sus cinco sentidos, y a este juego sobre el teclado de los cinco sentidos, el hombre le llama cultura y civilización. Éste es un concepto un tanto pobre: aunque a través de los cinco sentidos alcanzarán su punto más álgido, no rebasarían sus limitaciones: los sentidos pertenecen al plano físico y jamás explorarán más allá de este plano. La naturaleza ha previsto otras formas de interpretar en ese teclado... sí, un sexto, un séptimo, un octavo sentido que poseen otra intensidad, otra envergadura. Sin embargo, de momento, la humanidad se han limitado a estos cinco sentidos y no quiere reconocer que hay otros campos que explorar, que ver, que tocar, que respirar. No es raro, pues, que no sea posible disfrutar de nuevas sensaciones, más amplias, más ricas, más sutiles. ¿Cómo se puede explicar el que, sin alimentar a estos cinco sentidos, algunos seres tengan percepciones que les lleven hasta el éxtasis: amplitud de conciencia, impresión de plenitud, grandeza, inmensidad? Hay que conseguir que los seres humanos comprendan que el impulso a acumular y ampliar sus sensaciones físicas les reportará grandes decepciones, debido a que estas sensaciones son limitadas. ¿Por qué? Porque cada órgano está especializado, cumple con una función determinada y no produce otras sensaciones que las que corresponden a su propia naturaleza. Para experimentar nuevas sensaciones hay que dirigirse a otros órganos, que

Observad a los seres humanos: tienen la posibilidad de ver, de saborear, de tocar, de comprarlo todo y, sin embargo, siempre les falta algo. ¿Por qué? Porque no saben que para alcanzar la plenitud, para descubrir sensaciones de una intensidad y de una riqueza verdaderamente excepcionales, se necesita ir más allá de los cinco sentidos. En este campo los orientales son capaces de tener experiencias absolutamente inimaginables para los occidentales. En la India o en el Tibet, por ejemplo, ciertos yoguis viven en un hoyo cavado dentro de la tierra. En esta obscuridad, en este silencio absoluto no hay ningún alimento para los cinco sentidos, que el yogui consigue adormecer a través de la meditación. Y cuando los sentidos dejan de funcionar, también dejan de absorber la energía psíquica destinada a los centros sutiles: entonces éstos se despiertan y el yogui empieza a ver, oír, oler, tocar los elementos fluidos de las regiones superiores. He aquí hasta qué punto estos seres excepcionales se esfuerzan, algunos durante años, en suprimir las sensaciones visuales, auditivas, olfativas, etc. y en aquietar todo movimiento. Sólo les queda el pensamiento, pero después también lo suprimen para vivir en comunión total con la Divinidad.

Dios ha depositado en el alma humana grandes posibilidades, pero una vida demasiado orientada hacia el exterior impide su desarrollo. Ahora bien, ¿qué hacéis cuando meditáis? Cerráis los ojos para poder centrar vuestra atención hacia el interior... Pero, sobre este particular me gustaría hacer una salvedad. Cuando meditéis, no permanezcáis demasiado tiempo con los ojos cerrados, porque entonces – puesto que todavía no sois yoguis hindús – podríais quedaros dormidos. Abrid los ojos unos segundos, de vez en cuando, mirad de no distraeros con lo que os rodea, volved a cerrarlos, y después abridlos de nuevo. Como regla general, se aconseja cerrar los ojos para meditar, porque esto ayuda a aislarse, a concentrarse, a no distraerse. Pero si se cierran demasiado rato, entra sueño...

Así es: abriendo los ojos, nos mantenemos despiertos, si los cerramos, nos disponemos a dormir. Es un proceso registrado en el cerebro desde hace millones de años y la naturaleza, que es fiel y verídica, dice: “¿Cerráis los ojos? Entonces, es que queréis dormir. Muy bien, vamos a arreglarlo...” Y he aquí que os veis inmersos en una... ¡”profunda meditación”! Inversamente, cuando abrís los ojos es porque os despertáis: todo se pone en marcha, empieza a funcionar: el cerebro, los brazos, las piernas... Sí, un simple movimiento – el abrir los ojos – pone todo en marcha. Este detalle de abrir y cerrar los ojos es muy importante. A veces se os dice: “Pero, ¡abre los ojos!” Es una forma de expresarse, puesto que ya los tenéis abiertos. Así pues, ¿a qué ojos se refieren? A otros ojos, más lúcidos, que tienen una visión mucho más profunda, más espiritual. Los ojos de vuestro cuerpo están abiertos, pero tenéis otros ojos, y éstos están cerrados. Algunas veces, sin embargo, nos damos cuenta de que existen y de que podemos abrirlos.

Pero para poder abrir estos ojos espirituales, que ven aspectos más sutiles de la realidad, se deben cerrar los ojos físicos. Y otras veces sucede lo contrario: al cerrar los ojos físicos, también se cierran los ojos espirituales, y al abrir los ojos físicos, también se abren los ojos espirituales. Ya lo veis: son matices muy sutiles. Poco a poco llegaréis a entender todo esto y a poder utilizarlo en la vida cotidiana.

Los Occidentales han conseguido llevar a la perfección la vida de los cinco sentidos. Se imaginan que, de este modo, lo sabrán todo... y serán felices. Conocen muchas cosas, es cierto, tratan de experimentar muchas sensaciones, pero los cinco sentidos devoran toda la energía psíquica y ya no queda nada para el plano espiritual. En Occidente las personas viven demasiado inmersas en las sensaciones físicas y se quedan sin energía para concentrarla en otras facultades que podrían despertar. ¡Demasiadas sensaciones! “Vivimos”... es cierto que viven; pero es una vida que mantiene escondida la verdadera vida. Esto tenéis que comprenderlo y decidiros a eliminar muchas sensaciones que os impiden una percepción real de las cosas.

En el momento actual, el uso de la droga se extiende cada vez más. Por el deseo de escapar a la insipidez de la vida cotidiana, se busca, cada vez más, la evasión en el opio, el haschich, la marihuana, la cocaína, la heroína... Todos los que utilizan estas drogas obtienen ciertas sensaciones de clarividencia, de clariaudiencia, etc... que pueden hacerles caer en la ilusión de haber alcanzado estados de conciencia superiores. Pero se equivocan, y a la larga, incluso pierden sus facultades intelectuales y arruinan su salud. Estas drogas, aunque han sido utilizadas desde hace siglos en Oriente o en América del Sur, son del todo desaconsejables. Son muy nocivas para el sistema nervioso.

Los Hindús y los Tibetanos tienen un gran conocimiento de las hierbas; es una ciencia que se transmiten a lo largo de miles de años. Parece ser que, al ingerir algunas de estas hierbas, se puede vivir durante semanas sin alimentación. Otras, permiten permanecer durante días y noches en las nieves del Himalaya sin tener frío. Esto es lo que me han dicho, aunque yo no he podido verificarlo; pero creo que es posible. Creo en el poder de las hierbas. También existen preparaciones muy poderosas que pueden provocar visiones y desdoblamientos. En algunos libros puede leerse que en la Edad Media se conocían pomadas y ungüentos con los que las brujas se embadurnaban el cuerpo para ir al sabat. En realidad, no iban con el cuerpo físico, sino con el cuerpo astral. Algunos médicos han comprobado la realidad de este fenómeno. Se han apropiado de las recetas, que son muy difíciles de componer con exactitud porque nada está indicado de forma clara, y las han experimentado. En esos ungüentos introducían substancias excitantes que provocan el desdoblamiento.

Pero dejemos esta cuestión. Era sólo para deciros que existen productos extremadamente poderosos que dan acceso a planos más sutiles que el plano físico, pero a menudo todos estos productos son muy nocivos. Por esta razón os aconsejo que nunca los uséis. La mejor solución es buscar todas estas sensaciones de plenitud, de libertad, de ligereza, de felicidad, de expansión, por medio de recursos espirituales. He aquí el mejor camino. Los verdaderos discípulos no cuentan con nada que venga del exterior, saben que dentro de ellos mismos Dios ha depositado los tesoros, las riquezas, los productos de todos los laboratorios y de todas las farmacias, y que sólo hace falta buscarlos y utilizarlos. Sería una pena que estuvieseis diez años o veinte años en una Escuela iniciática sin haber aprendido a dar valor a las riquezas que vosotros mismos poseéis.

Cada órgano de los sentidos nos proporciona una parte del conocimiento del mundo, y es interesante constatar hasta qué punto estos sentidos están jerarquizados. El tacto no concierne más que a lo sólido, porque ni lo gaseoso ni lo etérico se palpan; algo los líquidos, pero, sobre todo, los sólidos. El gusto, en cambio, está especializado para los líquidos. Diréis: “No, cuando me como un dulce es algo sólido y tengo una sensación azucarad...” ¡Ah!, entonces os responderé que no habéis estudiado bien la cuestión: condición indispensable para que el gusto funcione es que lo que os metáis en la boca pueda convertirse en líquido gracias a la saliva. Veamos, ahora, el olfato. Es un sentido que percibe los olores, es decir, las emanaciones gaseosas. La nariz tiene, pues, conexiones con la materia, aunque ésta sea una materia sutil, en la que las partículas flotan en el aire. Luego, en relación al oído, ya no se trata de partículas materiales, sino solamente de ondas, de vibraciones. Y lo mismo ocurre con la vista. En relación a la vista estamos prácticamente en el mundo etérico. Por lo tanto, podéis ver que los cinco sentidos están jerarquizados, desde el más grosero hasta el más sutil.

Ahora bien, si se quiere penetrar en el mundo astral no se deben utilizar los cinco sentidos. Hace falta otro sentido apropiado a este mundo, es decir, capaz de percibir una materia aún más sutil. Todos los que aún no han desarrollado este sexto sentido, no pueden darse cuenta de que existe otra materia, otra región. No sospechan que circulan por el universo otras vibraciones que pueden ofrecernos sensaciones mucho más amplias e intensas. Para tocar un objeto, hace falta estar muy cerca de él. Para saborearlo, también. Para oler un perfume, podemos alejarnos un poco. Para captar un sonido, la distancia puede ser mayor... Y para la vista, aún puede aumentar más puesto que los ojos se formaron para permitirnos recibir informaciones y conocimientos aún más lejanos. Veis, de nuevo, cómo la naturaleza ha establecido, de forma verdaderamente inteligente, esta jerarquía entre los cinco sentidos. Pero no se ha detenido ahí y ahora otros sentidos deben ponernos en contacto con regiones más vastas y lejanas.

Hasta que el ser humano no haya desarrollado los órganos que pueden ponerle en contacto con las regiones y entidades más elevadas, puede afirmarse que no sabrá gran cosa. Podrá hablar, escribir, explicar, criticar, juzgar, pero seguirá inmerso en el error, porque sólo conoce una parte de la realidad. Si quiere conocer toda la realidad, hace falta que se ejercite en despertar otras facultades que siempre ha poseído pero que están dormidas, a la espera de ser utilizadas. En una época muy lejana, cuando el hombre no había tomado verdadera posesión de su cuerpo físico, la tradición iniciática explica que vivía continuamente desdoblado, fuera de su cuerpo... A medida que su espíritu empezó a descender progresivamente a la materia, desarrolló las facultades que le permitieron trabajar esta materia – los cinco sentidos – al tiempo que dejaba que se debilitasen sus facultades mediúmnicas. Pero no las ha perdido, todavía las posee.

Mirad a los niños. Durante un tiempo, hasta los siete años, todavía no han entrado completamente en su cuerpo físico: reflejan el período en el que la humanidad estaba en ese estado evolutivo. En aquella época, los hombres hablaban con los espíritus de la naturaleza y con las almas de los muertos, se comunicaban, se encontraban con ellos, y cuando morían, ni ellos mismos sabían si estaban vivos o muertos. El mundo invisible, el mundo de los espíritus era para ellos real; flotaban en la atmósfera como si fueran inmateriales, y sólo de vez en cuando entraban en sus cuerpos físicos. En estas condiciones, no estaban en modo alguno preparados para trabajar en la materia. Ahora bien, para evolucionar tenían que pasar por esta fase. Actualmente los hombres han adquirido fantásticos medios intelectuales para dominar la materia, pero, a su vez, han olvidado la existencia del mundo espiritual, han roto el contacto con él. Ciertamente en algunos ha quedado un recuerdo, una intuición, pero la mayoría lo han olvidado.

Existen dos formas de conocimiento: el intelectual y el espiritual. Si se pueden desarrollar ambos, es mucho mejor. No se debe olvidar nunca que la naturaleza, en sí misma, es decir, la Inteligencia cósmica, tiene puesta su atención sobre la evolución de la humanidad. Ha vislumbrado el desarrollo del ser humano en los dos sentidos, el material y el espiritual. Sin embargo, puesto que es muy difícil desarrollar los dos aspectos al mismo tiempo, se le ha concedido siglos y milenios para que trabaje en una sola dirección, pero dejándole algunas vías abiertas a la otra, con el fin de no poner trabas a su evolución espiritual. Así pues, en esta época, el Espíritu cósmico ha decidido permitir a los humanos desarrollarse en el campo de las sensaciones, de la vista, del oído, del gusto, del tacto, etc... Se les permite descender a la materia para poder dominarla, tocarla, explorarla, conocerla y, sobre todo, trabajarla.

No os sorprendáis, así es, se trata de un tránsito. El espíritu humano está obligado a descender más y más en la materia para conocerla, hasta el extremo de perder prácticamente todo recuerdo de la patria celeste en la que vivía en un lejano pasado. Al conocer mucho mejor la materia, ha avanzado mucho y, sobre todo, ha empezado a dominar su propia materia. Naturalmente, de momento sólo una pequeña minoría es capaz de hacerlo; sin embargo, el fin de la existencia humana en la tierra consiste en descender al cuerpo físico para tomar conciencia de sus facultades y utilizarlas para trabajar en el mundo externo.

Cuando digo que el espíritu humano “desciende a la materia”, me refiero al cuerpo físico, para instalarse, tomar posesión de él y convertirse en su dueño. Luego, cuando se siente cómodo en su casa, trabaja y actúa sobre el medio exterior, manipula las cosas como si fuera su dueño: las transforma, construye, destruye... Se trata de un período de involución, de descenso a la materia. Sin embargo, puesto que el Espíritu divino tiene grandiosos proyectos para el ser humano, no le deja descender indefinidamente, hundirse completamente, perder todo contacto con el Cielo y olvidar sus orígenes. Cuando haya adquirido un estadio suficientemente satisfactorio de autodominio, de control de su cerebro, de sus miembros y de todas sus facultades, de conocimiento de todas las propiedades de los elementos, entonces otras influencias, otras fuerzas, otras corrientes empezarán a afectarle, a elevarle y, progresivamente, reencontrará las facultades que poseía en un pasado lejano: conocerá a la vez la materia y el espíritu.1

Dice el Génesis que Adán y Eva comieron del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Esto significa que no se limitaron a conocer el mundo del espíritu, sino que quisieron descender a la materia; empezaron, pues, a descender, y entonces, a través de la felicidad y de los sufrimientos, la salud y la enfermedad, empezaron a experimentar el mal hace millones de años. Dependía de ellos el quedarse en lo alto, en el Paraíso, y el comer únicamente los frutos del Árbol de la Vida eterna, pero, tentados por la curiosidad, quisieron ver lo que había más abajo y fue entonces cuando empezaron a experimentar el frío, la oscuridad, la enfermedad y la muerte.

Y la humanidad continúa aún su descenso... Algunas religiones llaman a ese descenso el “pecado original”. Sin embargo, también puede interpretarse como experiencias a las que los seres humanos han querido entregarse. Sí, este Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal suponía unos estudios a realizar, unos estudios difíciles, puesto que el hombre debe afrontar una materia cada vez más densa. Pero, ¿qué hay de malo en ello? Eligió bajar para instruirse y descendió. Ahora está sumergido en sus estudios hasta el cuello, pero se da cuenta de cuál es el infierno que se aventuró a conocer. De momento estudia el mal, pero un buen día se elevará para estudiar el bien.2

Conozco los proyectos y los planes de la Inteligencia cósmica; sé que cuando los humanos hayan vencido y dominado la materia gracias a los cinco sentidos, de nuevo empezarán a remontar el vuelo hacia las alturas para desarrollar sus sentidos espirituales. Así pues, quienes deseen avanzar por el camino de la evolución, que comiencen a reducir un poco sus sensaciones, que se adquieren a través de los cinco sentidos, y que busquen, a partir de ahora, en ellos mismos. Dentro hay amplitud, abundancia... ¡sólo hace falta buscarlo!

1 Acuario: llegada de la Edad de Oro, Obras completas, t. 26, cap. II: “La verdadera religión de Cristo”.

2 Los dos árboles del Paraíso, Obras completas, t. 3, cap. IX-II: “Los dos árboles del Paraíso; la serpiente del Génesis”, y cap. IX-III: “El regreso del hijo pródigo”.

Centros y cuerpos sutiles

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