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II

EL AURA

I

Todo lo que existe, los seres humanos, los animales, las plantas e incluso las piedras emiten partículas, producen emanaciones y esta atmósfera fluida, sutil que envuelve todas las cosas, es, justamente, lo que llamamos aura. Evidentemente no es visible, excepto para los clarividentes, y mucha gente no sabe ni siquiera que existe. El aura es esta especie de halo que envuelve a cada ser humano: en algunos es ancha, amplia, luminosa, potente... posee vibraciones intensas y colores espléndidos; en otros, al contrario, es pequeña, apagada, disforme y fea.

Se puede comparar el aura con la piel. Conocéis perfectamente la importancia de la piel en el cuerpo físico. Tiene muchas funciones. En primer lugar una función de protección, exactamente como un escudo, como un caparazón; de protección contra los golpes, contra las substancias nocivas, contra las diferencias de temperatura, etc... Luego, una función de intercambio, porque la piel absorbe, respira y excreta. Por último la piel hace la función de instrumento de sensibilidad, y gracias a ella sentimos la temperatura, el contacto, el dolor, etc... Pero no me voy a detener en este nivel porque no es el mío; por lo demás, podéis encontrar información detallada sobre este tema en libros de anatomía y fisiología. Lo único que me interesa es mostrar un paralelismo entre la piel y el aura. El aura posee las mismas funciones que la piel. Puede considerarse como si fuera la piel del alma. Es ella quien la envuelve, quien la protege, quien le da sensibilidad, Es quien, en definitiva, deja pasar las corrientes cósmicas, la que permite los intercambios entre el alma humana y todas las criaturas, hasta las estrellas, entre el alma de una criatura y el Alma universal.

También se puede comparar el aura con la atmósfera que envuelve la tierra. Sí, ¡es extraordinario! La tierra posee una cortina de protección, su piel. Ciertamente es algo más espesa que la nuestra, pero cumple la misma función. Gracias a su atmósfera, ¡cuántos peligros evita la tierra en su recorrido a través del espacio! Todas las sustancias materiales que provienen del espacio y que podrían producir efectos catastróficos si llegasen a chocar contra la tierra, al verse obligadas a entrar en contacto con las capas de la atmósfera, la mayoría de las veces se desintegran por sí solas. La atmósfera también nos protege de otros peligros, como pueden ser ciertos rayos cósmicos, por ejemplo, que serían mortales para nosotros, pero que, a través de las capas de la atmósfera, son neutralizados por los elementos químicos que la impregnan.

A través de nuestra aura se produce un intercambio ininterrumpido entre nosotros y las fuerzas de la naturaleza. Todas las influencias cósmicas, planetarias y zodiacales que se difunden constantemente por el espacio, llegan hasta nosotros, y a través de la calidad de nuestra aura, de su sensibilidad, de su grado de pureza y de los colores que posee, recibimos el impacto de estas fuerzas, o, por el contrario, no las recibimos. El aura hace la función de antena, es un aparato receptor de mensajes, ondas, fuerzas que proceden del universo. Suponed ahora que haya en el mundo ciertas influencias nefastas. Si tenéis un aura muy potente, muy luminosa, estas fuerzas no podrán penetrar ni llegar hasta vuestra conciencia para afectaros, debilitaros o traeros complicaciones. ¿Por qué? Porque antes de llegar a vosotros, deben pasar a través de vuestra aura. Esta aura es una barrera – si queréis llamarla así – una pared, o una especie de aduana fronteriza donde hay empleados que no dejan pasar a nadie sin verificar qué llevan en sus equipajes y en sus vehículos. Estos agentes de aduanas se mueven fuera de nuestra conciencia, pero pueden advertirnos. Las funciones del aura pueden diferenciarse, pero, en realidad, están unidas: la sensibilidad, el intercambio y la protección... todo se produce al mismo tiempo.

Ahora bien, ¿cuáles son los factores que actúan en la formación del aura? Pues exactamente los mismos que en la formación de la piel. Hay pieles que son bastas, ásperas, secas... por el contrario otras son elásticas, finas, suaves... Cualquier persona es capaz de juzgar la calidad de una piel sólo con darle un vistazo. ¿Y de qué puede depender esta calidad? De todo el organismo, del buen funcionamiento fisiológico, y también del psíquico. Es el hombre el que forma su piel.3

Sí, la piel revela muchas cosas. Si realmente es fina y espiritual significa que el hombre que la posee es espiritual, porque nadie puede formar una piel que no le corresponde. Inconscientemente, claro está, es el propio hombre el que influye en su piel, y si supiera cómo conseguirlo, incluso podría cambiarla. Evidentemente es algo muy difícil, aunque posible y verdaderamente importante. El destino del hombre depende de su piel, puesto que sus relaciones con los demás seres humanos y con el mundo exterior dependen de la piel. Os digo esto para que reflexionéis. Cada detalle de la piel tiene su significado. Incluso su consistencia (lisa, elástica, dura, flácida, blanda), refleja las cualidades, las características esenciales de un ser: su resistencia, su voluntad, su actividad, o al contrario, su debilidad, su pereza y sus deficiencias.

El destino del hombre, sus éxitos, sus fracasos, todo está en su piel. En un apretón de manos, al decir: “¡Buenos días!, ¿cómo está Vd.?, se pueden descubrir sus cualidades esenciales. Si se conocieran tales correspondencias, con un simple apretón de manos se podría saber con exactitud las cualidades y debilidades de cualquiera. Pero como nos damos la mano mecánicamente, sin fijarnos en nada... no nos percatamos de nada. Damos la mano para establecer un contacto, para tener un intercambio con otra persona y, en este intercambio, debemos darle todo lo bueno que hay en nosotros, y ella, por su parte, debe hacer lo mismo. Si este gesto no ha de aportar nada, más valdría no hacerlo.

Pero volvamos al aura. Como os he dicho antes, está compuesta de emanaciones, pero no solamente de emanaciones del cuerpo físico; las emanaciones del cuerpo físico no serían suficientes para formar el aura. El aura es algo más complejo, es una combinación de todas nuestras materias sutiles, y cada una de ellas, debido a sus emanaciones particulares, añade nuevos aspectos. El cuerpo etérico del hombre forma un aura que penetra en el aura de su cuerpo físico y este aura, que engloba el aura de los dos cuerpos, revela su salud y su fortaleza. El cuerpo astral y el mental, debido a su actividad o a su inercia, sus cualidades o sus defectos, añaden otras emanaciones, otros colores a esta primera aura, revelando, de este modo, la naturaleza de sus sentimientos y de sus pensamientos. Si los cuerpos causal, búdico y átmico están despiertos, añaden aún otros colores más luminosos, otras vibraciones más potentes.

Éstas son las emanaciones de estos tres cuerpos superiores que forman el cuerpo de gloria que san Pablo menciona en sus Epístolas. Ya os he hablado muchas veces de ello. También se le llama el cuerpo de la inmortalidad, el cuerpo de luz o el cuerpo de Cristo. Cuando Jesús, en el momento de su transfiguración en el monte Tabor, se apareció en compañía de Moisés y Elías a sus discípulos Pedro, Jaime y Juan, irradiaba tanta luz que éstos no pudieron soportar su destello y cayeron de bruces al suelo. “Su cara resplandecía como el sol – dice el Evangelio – y sus vestidos se volvieron blancos como la luz...” Esta transfiguración fue una manifestación del cuerpo de gloria.4

El cuerpo de gloria, al igual que el aura, es una emanación del ser humano, pero mientras que el aura expresa la totalidad del ser – sus defectos y sus virtudes – el cuerpo de gloria es la expresión de la más intensa vida espiritual. Por esta razón el cuerpo de gloria sólo se manifiesta en los grandes Maestros. Gracias a este cuerpo tan luminoso y puro sanan a los enfermos, colman de bendiciones los lugares por donde pasan y pueden viajar por el espacio.

El aura es, pues, la fusión de todas las emanaciones del ser humano. Por eso, cuando un Iniciado quiere conocer a alguien no observa detalladamente su apariencia externa: su fisonomía, sus gestos, su forma de hablar, sino que intenta percibir su aura. Lo que el Iniciado observa son los colores, las fuerzas y emanaciones fluídicas que se desprenden de la persona y que ésta no puede esconder ni controlar. Ciertas personas son verdaderos artistas del disimulo: controlan perfectamente sus gestos, su voz, su mirada, su lenguaje. Pero ignoran que no tienen ningún poder sobre las manifestaciones sutiles de su vida interior. Sus pensamientos, sus sentimientos crean formas, colores que ellos no pueden alterar ni esconder. De este modo, todo resulta diáfano para un Iniciado: si los seres viven armónica o inarmónicamente, si emanan algo constructivo, benéfico, vivificante, luminoso, una atmósfera en la que uno se fortalece o se purifica, o, por el contrario, se ensucia, enseguida lo percibe. También la salud es visible en el aura, ya que el estado del hígado, de los pulmones, del cerebro, etc... se refleja en el aura.

El aura es como un libro, pero un libro de tal sutilidad que resulta difícil formarse una idea. Del mismo modo que no existen dos criaturas con las mismas huellas digitales, tampoco existen dos criaturas que posean la misma aura, ya que el aura representa la totalidad del ser humano.

La atmósfera de la tierra está impregnada de todas las emanaciones de los seres humanos, los animales, las plantas, las piedras, las aguas, las montañas y las fuerzas que provienen de los planetas y de las estrellas. Lo mismo ocurre con el aura humana; es una síntesis muy amplia, muy rica, que contiene todo lo que se encuentra dentro del hombre. También los minerales, las plantas y los animales tienen su aura, pero es un aura solamente física. Los minerales, los metales y los cristales proyectan ciertas fuerzas que forman a su alrededor una especie de pequeño campo magnético coloreado.

En las plantas, el cuerpo etérico añade su vitalidad, su necesidad de crecimiento, haciendo el aura más intensa, más viva que la de los minerales. En los animales, el aura es aún más rica porque poseen ya un cuerpo astral, el cuerpo de deseos; en general no han empezado a desarrollar su cuerpo mental, salvo algunos, como el perro, el caballo, el elefante, el mono... en los que los biólogos admiten una cierta facultad de pensar. Es una forma de pensar de tipo rudimentaria, claro está; su cuerpo mental ha empezado a desarrollarse al vivir en contacto con los seres humanos: al ocuparse de los animales, amándolos y cuidándolos, aquéllos contribuyen en gran manera a su evolución. Respecto a los seres humanos, actualmente están desarrollando de una forma prodigiosa su cuerpo mental: por desgracia no siempre lo hacen en el sentido más favorable, pero aquéllos que saben dirigir y dominar sus pensamientos, fortalecen enormemente su aura.

Su adoración y su amor al Creador hace que los santos, los profetas y los Iniciados desarrollen su cuerpo causal, su cuerpo búdico y su cuerpo átmico hasta formar un aura de un esplendor extraordinario, compuesto de colores, en continuo movimiento, como fuegos de artificio. Su aura es muy vasta. Se cuenta que el aura de Buda alcanzaba varios kilómetros. Sí, los grandes Maestros son capaces de ensanchar su aura para tomar una región bajo su protección, penetrando, al mismo tiempo, en el aura de todas las personas que viven en las inmediaciones para impregnarlas y llenarlas de nueva vida. No tienen otro deseo ni otra meta que ensanchar su aura para alcanzar y tomar bajo su protección el mayor número posible de criaturas. ¡Éste es su ideal!: grandioso, sublime. A través de su aura, pueden purificar la atmósfera de su alrededor, embellecerla, iluminarla y resucitar a las criaturas. Mediante ella pueden influir en las cosechas y en la vegetación, alterando las corrientes atmosféricas. Sí, hay algo divino en el aura de los Iniciados.

Gracias a esta inmensa aura, que les permite alcanzar innumerables regiones en el universo, los Iniciados llegan a una comprensión profunda de las cosas, pero no se trata de una comprensión de tipo intelectual. También vosotros deberíais dejar de ocuparos intelectualmente de vuestras preocupaciones, que no os aportan ni visiones celestiales ni beatitud, y deberíais lanzaros, ayudados por un aura poderosa, luminosa, hacia regiones sublimes donde aprenderíais de qué forma Dios ha creado el mundo y lo que ha escrito en las estrellas, en las montañas, en los lagos, en los pájaros, en los animales, en las plantas. Pero para aumentar la intensidad, la pureza y la potencia del aura, lo esencial es tener este alto ideal de trabajar en uno mismo, de realizar actos nobles y honestos, de tener pensamientos y sentimientos puros.

Los que opinan que la naturaleza de sus actos, de sus pensamientos y de sus sentimientos no tienen ninguna importancia porque la moral y la religión son ahora algo caduco de lo que uno puede desentenderse, no hacen más que debilitar su aura y sólo producen colores mates y sucios, vibraciones caóticas y desarmónicas, e inconscientemente, quienes lo perciben se alejan de ellos. Se ama lo que es puro, luminoso, armónico y quién desea ser amado debe comprender que para conseguirlo sólo debe dejar entrar en su interior fuerzas puras y luminosas. Porque para quienes buscan el amor, el poder o la luz, no hay otro método mejor que el de trabajar en su aura con el fin de suprimir los matices apagados, los cuales destruyen, a través de sus vibraciones, todo lo bueno que puede haber en los demás. Os habéis dado cuenta; después de estar al lado de ciertas personas apenas cinco minutos, luego buscáis en vano vuestra inspiración, vuestra alegría y vuestra fe en Dios: todo ha desaparecido... Otros permanecen junto a vosotros sólo cinco minutos y es como si resucitarais, vuestras viejas células han desaparecido y de nuevo vuelve la fe, de nuevo os sentís estimulados. Tenéis que saber que la causa de estos cambios se debe a su aura.

Por eso el aura es como un instrumento mágico en manos de los Iniciados. Forma parte de ellos mismos y por dondequiera que vayan mejoran los minerales, las plantas, los animales y los hombres. Y esto no se detiene ahí. A través de su aura, un Maestro también ayuda a los desencarnados, de los cuales hay miles y miles en el espacio. Sí, también allí, en el otro mundo, su aura les alcanza. Conozco este tema, lo he estudiado. Un Maestro mejora el destino de una gran cantidad de seres del mundo astral y del mundo mental; en la tierra se ocupa de un grupo de hombres, pero también está continuamente en contacto con una gran multitud de criaturas del otro lado que vienen a tomar calor, a iluminarse con su aura y a absorber un poco de vitalidad para evolucionar.

Sí, el verdadero trabajo de los grandes Maestros no se produce únicamente aquí entre los seres los humanos; en el otro lado su trabajo es más intenso, aunque no lo parezca. Los grandes Maestros que han realizado con todo su corazón, con toda su alma, con todo su espíritu este ideal de servir a Dios, han despertado su cuerpo causal y búdico, cuyas vibraciones alcanzan incluso a criaturas que viven en otros planetas. De igual forma los Maestros que se encuentran en otros planetas alcanzan a las criaturas terrestres, y así es como se realiza un intercambio, no sólo en el sistema solar, sino en todo el cosmos. Dios no ha establecido límites o fronteras en el universo, y cuando se dice que el amor es todopoderoso es porque puede atravesar el espacio para alcanzar las estrellas y llegar a las entidades más lejanas.

Centros y cuerpos sutiles

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