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III

FE Y CREENCIA

Un día, un cura dirigiéndose a sus feligreses que en su mayoría eran ricos, les dijo: “Hermanos, cómo podéis ver, nuestra iglesia es vieja y necesita ser restaurada; pero como ello cuesta mucho dinero, deberíamos pensar qué podemos hacer...” Los feligreses contestaron al unísono, que rogarían a Dios para que les ayudara a encontrar el dinero necesario. “¿Cómo? – dijo el cura indignado –, sois multimillonarios y, ¿queréis molestar al Señor para obtener una suma de dinero que os es tan fácil de conseguir por vosotros mismos?”

Pues bien, esto es a lo que muchos creyentes llaman fe: reclaman la intervención divina para arreglar sus asuntos, cuando ellos podrían desenvolverse muy bien solos si se decidieran a hacer lo que es preciso. Cuando los humanos son un poco altruistas, rezan por la paz en el mundo, para que haya menos desgraciados... Pero sobre todo, cuentan con el Señor para asegurar su bienestar, su comodidad, su seguridad. Alguien va de vacaciones, una oración: “Señor, guarda mi casa...” Pero he aquí que a la vuelta, descubre que la casa ha sido “visitada”. Entonces se enfurece y se pregunta porqué el Señor no se quedó allí, fiel en su sitio, vigilando. Pues sí, el Señor es un portero, debe vigilar la casa mientras que él, “el dueño”, se pasea...

Diréis: “¿Pero acaso la oración no es una expresión de nuestra fe?... ¿No hay que rezar?...” Sí, hay que rezar. Pero rezar no consiste en dirigir reclamaciones al Señor.5 El Señor nos ha dado todos los medios materiales y espirituales para cubrir nuestras necesidades, e incluso las de los demás, y la oración sólo nos debe servir para elevarnos a fin de encontrar estos medios. Hace ya tiempo que Dios hizo su “trabajo”, si se puede decir así; no es Él quien ahora debe procurarnos lo que nos falta, nos corresponde a nosotros buscarlo. ¿De qué sirve rogarle que nos dé salud o el afecto de los demás, si seguimos llevando una vida que nos enferma o nos vuelve antipáticos? Y ¿de qué sirve rezar por la paz si continuamos transportando en nosotros mismos verdaderos campos de batalla?...

Es cierto que la oración es una manifestación de la fe, pero la fe debe ser comprendida como esta fuerza que empuja al hombre a ir más allá, a superarse. Sólo que hay una fe inspirada por el esfuerzo, la actividad, y una fe inspirada por la pereza. ¡Cuánta gente llama fe a lo que en realidad no es más que una creencia o incluso una confusión!

Para justificar sus torpezas, sus errores, sus fracasos, alguien os dice: “Ah, pero yo creía que...” Pues si, creía, creía, pero creer sólo ha servido para extraviarle. Y lo más grave, es que este “creyente” seguirá creyendo... y perdiéndose. ¿Hasta cuando? Hasta que aprenda a sustituir sus creencias por la fe, la verdadera fe, la que está fundada en un saber. Instintivamente sentimos la diferencia entre creencia y fe puesto que llegamos a decir: “Yo creo” cuando expresamos una incertidumbre. Cuando decimos: “Creo que vendrá mañana”, en realidad no estamos muy seguros de ello, es una creencia. Y la pregunta: “¿Creéis que...?” significa que exploramos un terreno desconocido. Trabajar sobre lo conocido, o sea, sobre un terreno donde hemos adquirido una larga experiencia gracias a un trabajo pacientemente realizado, esto es verdaderamente la fe.

Tomemos un ejemplo muy sencillo. Un jardinero posee diferentes semillas: las siembra y puede decir, sin temor a equivocarse, que aquí aparecerán lechugas, allá rábanos, etc. Y esto puede verificarse puesto que se trata de un saber fundado en el estudio y la experiencia. Así pues, en sus creencias, muchas personas son como el jardinero que espera cosechar sin haber sembrado nada, o que siembra semillas de zanahorias pensando que verá crecer puerros. Esperan cosas irrealizables porque no poseen ni sabiduría ni experiencia. Sólo podemos recolectar lo que hemos sembrado. Entonces sí, podemos tener fe. Ved como, de nuevo, volvemos a encontrar esta imagen de la semilla utilizada por Jesús en la parábola del grano de mostaza.

No hay pues que hacerse ilusiones. Si encontramos fracasos en lugar de los éxitos esperados, es que no hemos sembrado nada, o no hemos sabido sembrar las buenas semillas. Esto puede comprobarse en todos los ámbitos, incluso en el de la religión. Muchos dicen ser creyentes, espiritualistas, pero cuando vemos en qué condiciones se debaten, uno se pregunta qué es lo que han comprendido. ¿Cómo podemos ayudarles? Sería un progreso si pudieran admitir que se equivocan, que todavía no saben lo que es verdaderamente la fe. En lugar de esto, se indignarán, replicarán con viveza diciéndoos a qué religión pertenecen, en lo que creen; enumerarán las oraciones que recitan, las ceremonias a las que asisten, etc... ¿cómo podéis dudar de su fe? He aquí gente desgraciada, enferma, murmuradora, celosa, agriada; envenenan su vida y la de su alrededor pero, ¡tienen fe!

Pues bien, estos ignorantes no saben que la fe y el éxito van juntos, y por “éxito” entiendo la victoria sobre las dificultades y los obstáculos interiores. No conocen o han olvidado la parábola de Jesús sobre el grano de mostaza: no sólo no han movido montañas, sino que han sido sepultados debajo de ellas. Lo que llaman fe, no son, en realidad, más que creencias o convicciones personales. Ahora bien, a menudo las convicciones no son más fundadas que las creencias. Naturalmente, las convicciones son una fuerza debido a la energía que desprenden. El que está convencido, emite unas ondas que lo arrastran todo a su paso, al igual que la ráfaga de viento se lleva las hojas muertas. Por eso, a menudo, son los insensatos quienes imponen sus convicciones a los demás, ya que, como se suele decir, “no dudan de nada”. Pero, ¿a dónde les llevará esta actitud? No se lo preguntan.

No hay pues que confundir fe y creencia. Desgraciadamente, la mayoría de los que pretenden tener fe, hacen esta confusión: sí, puesto que podemos tener creencias e incluso creencias religiosas, y no tener verdaderamente fe. Tener fe es saber elegir las semillas y sembrarlas en uno mismo: entonces veremos crecer árboles magníficos, y sobre esos árboles cogeremos frutos deliciosos. Si no cosechamos nada, o solamente cardos y espinas, quiere decir que todavía no nos hemos convertido en un buen sembrador, en un verdadero creyente.6

Para diferenciar bien entre fe y creencia, necesitamos criterios. El primer criterio de la fe, es que mejora al ser humano, lo vuelve más estable, más armonioso, más preocupado por los demás... Y éste es un proceso que debe ir ampliándose como el árbol de la parábola que no cesa de crecer, de tal modo que los pájaros del cielo – es decir, las virtudes, las entidades luminosas – vienen a habitar en sus ramas.

El Cielo no exige de los humanos que sean perfectos, sino que trabajen para su perfeccionamiento. Un día cada uno debe decirse: “Ahora he comprendido, siembro semillas en mi alma (pensamientos y sentimientos de luz, el amor por un alto ideal), y velaré por ellas sin cesar, las animaré, las regaré, las alimentaré con lo mejor de todo cuanto poseo. Sé que el universo está regido por leyes, y una de estas leyes es que toda semilla acaba dando frutos...” He aquí lo que es verdaderamente la fe. Así pues, sea cual sea vuestra religión, el cristianismo, el islam, el judaísmo, el hinduismo, etc... mientras no comprendáis esta ley, y mientras no la apliquéis, no poseéis la fe, sino solamente unas creencias que no os pueden llevar muy lejos. Mejor dicho, si pueden llevaros muy lejos, pero hacia la pereza, el fracaso, la rebelión, etc...

La creencia es ineficaz porque es algo que viene del exterior o de la periferia de nuestro ser, y en cualquier momento, frente a la realidad, se pulveriza. Por el contrario, la fe viene de dentro, del centro, y es de ahí de dónde obtiene su eficacia. Es también un error imaginarse que la fe es propia de la gente ignorante, ingenua o incluso un poco retrasada, y que estamos en una etapa de la evolución humana en la que debemos abandonar creencias llamada irracionales. Al contrario, la fe está fundada en el conocimiento de las leyes; así pues, ¿existe ciencia más grande que la de las leyes?7

Tener fe es construir su existencia sobre bases sólidas porque se conocen las leyes. Quien tiene fe, siente que avanza por un camino bien trazado. Este camino lo ha escogido él mismo, y es él quien decide tomarlo porque ha verificado la ley de causas y de las consecuencias. Y mientras está ocupado en construir algo sólido, bello, no tiene tiempo de ocuparse en estupideces que se cuentan o que se hacen a su alrededor: su atención está concentrada en el trabajo que ha emprendido. Y si ciertas dificultades sobrevienen en su vida, los resultados ya obtenidos por este trabajo le refuerzan y le ayudan a superarlas.

¡Hay tanta gente turbada! No están seguros de nada, ven peligros por todas partes porque tienen la sensación de ser arrojados a la existencia como en un engranaje del que desconocen sus mecanismos. Lo que ocurre, es que no saben trabajar con las leyes, y no pueden por tanto despejar el camino para asegurar su futuro. Ahora bien, no podemos construir nuestro futuro con un presente detestable, puesto que no existe una ruptura entre los dos. Mientras no hayamos aprendido a sostener el presente sobre unas bases estables, evidentemente podemos temer cualquier cosa del futuro. ¿Cómo no tener miedo si no sabemos a dónde vamos, si no tenemos ninguna certeza, si estamos en la, oscuridad? La oscuridad es la causa de todos los miedos, allí todo parece amenazante.

La vida humana puede ser comparada con la travesía de un bosque o la ascensión de una alta montaña. ¡Cuántos esfuerzos a hacer, cuántos peligros a afrontar para llegar al objetivo! Y si atravesamos este bosque o escalamos esta montaña en la oscuridad, existe el peligro de perdernos, de ser atacados por animales salvajes, de caer en emboscadas, de caer al fondo de un precipicio, etc... En las tinieblas, no sólo estamos verdaderamente expuestos a los peligros, sino que lo más peligroso es todavía el miedo que nosotros mismos nos creamos por no saber cómo interpretar los ruidos y las formas imprecisas que vemos agitarse. Así no podemos confiar en nada, y vivimos en la duda y en la angustia persuadiéndonos de que algo malo está siempre a punto de suceder.

Y puesto que creer es abrir una puerta en nosotros mismos, tener miedo es dar un poder a aquello que tememos, es prepararle las condiciones para que nos perjudique. He ahí lo que simbólicamente es la vida de los humanos que no poseen la luz de la fe, la verdadera fe que es en realidad el verdadero saber, un saber que nos acompaña como una luz, que nos da la seguridad y la paz. Aunque debamos incluso pasar pruebas, cuando sabemos cómo son las cosas, podemos caminar tranquilamente, llenos de esperanza en el futuro. Es así cómo aparece la relación entre la fe y la esperanza, es decir entre el presente y el futuro.

He ahí una vez más, una luz proyectada sobre las palabras de Jesús: “No os preocupéis por el mañana, puesto que el mañana se ocupará de sí mismo, a cada día le basta su pena...” Así pues, cumplid hoy con vuestro deber sabiendo que es la única cosa buena que debéis hacer, esto es suficiente, no debéis preocuparos por el mañana: puesto que el mañana está necesariamente unido al día anterior, también él será ordenado, armonioso. También aquí es cómo si sembrarais una semilla que dará frutos.

¡Cuánto se equivocan quienes opinan que es imposible conocer los criterios de la fe! No tienen más que observar, observar los acontecimientos de su vida psíquica, así como los de su vida física o social. Cada vez que se encuentran frente a un camino sin salida, es que no han sabido dónde situar su fe. Pero Dios mío, ¿acaso es tan difícil comprender que una causa siempre produce las consecuencias que le corresponden, y que si queremos encontrar explicaciones a los acontecimientos, y a todo lo que nos sucede, hay que buscar siempre la respuesta en las causas? He ahí el criterio de la fe. Hasta aquí nos contentamos con chapotear en las creencias. Pues si, ¡creemos que por haber puesto la sartén al fuego con aceite, nos va a llegar el pez coleando cuándo todavía está en el mar! No es así, y hay que desembarazarse de estas creencias ilusorias porque no pueden traernos más que desilusiones. La creencia es el producto de deseos personales o de juegos del intelecto y que, por lo tanto, conduce fatalmente a la duda, a la inquietud, a la sospecha. Por el contrario, la fe es una certeza absoluta que conduce siempre a un resultado positivo.

La verdadera fe está pues fundada sobre un saber adquirido por la experiencia. Pero el ser humano, por naturaleza, se deja llevar más por la creencia que por el saber, porque la creencia es espontánea, instintiva, mientras que el saber exige estudio, reflexión, experiencia. La creencia pues precede siempre al saber. Desde el momento en que sabemos algo, salimos del terreno de la creencia. Pero entonces la creencia se traslada hacia un objeto un poco más lejano, hasta el momento en que, aquí también, el saber vendrá a reemplazarla. El saber es como la línea del horizonte: cuanto más os acercáis a ella, más se aleja, pero así es como progresáis sin cesar.

En principio, quizá os resultará difícil distinguir claramente la creencia de la fe, ya que el límite que las separa está mal definido; se funden la una en la otra, del mismo modo que lo físico se funde, poco a poco, en lo psíquico, sin que podamos asegurar dónde termina uno y dónde empieza el otro. Sus del espectro: el rojo, por ejemplo, no es el naranja, y sin embargo no sabemos exactamente dónde se encuentra el límite entre ambos. Asimismo, a pesar de que la fe sea diferente de la creencia, está íntimamente unida a ella.

Para vivir tenemos necesidad de apoyarnos en determinadas creencias, son como soportes para nuestra vida afectiva e intelectual. Sin estos soportes, la existencia no es posible, sería como avanzar entre arenas movedizas. Tanto internamente como externamente, necesitamos creer que tenemos algo sólido bajo los pies. Es por ello por lo que siempre es útil creer en cosas buenas, puesto que aunque uno se haga ciertas ilusiones, esto ayuda a mantenerse en disposiciones constructivas. Lo esencial es llegar a ser consciente, esforzarse en reemplazar estas creencias borrosas por conocimientos verdaderos, y no poseer a los cuarenta años, la misma inseguridad que a los veinte.

Podemos incluso decir que la fe es un trabajo sobre las creencias, y aquel que no está decidido a hacer este trabajo, a menudo se convierte en víctima de supersticiones. Porque creencias y supersticiones, las dos van juntas. Cómo el ser humano siempre tiene necesidad de creer en algo, quienes no han comprendido lo que es realmente la fe, se aferran a todo tipo de nimiedades: tal objeto les trae suerte, tal número o tal día de la semana les resulta beneficioso y tal otro perjudicial, el encuentro con tal o cual persona es interpretado como un buen o mal augurio, etc... No niego que pueda darse un significado a los objetos, a los números, a los días, a los encuentros, pero esto jamás substituirá una fe fundada en las grandes leyes que rigen nuestra vida psíquica y espiritual.

¿Queréis que os de una definición de la superstición? Ser supersticioso es pensar que podremos cosechar allá dónde no hemos sembrado. La verdadera fe, por el contrario, es esperar que después de haber sembrado, recolectaremos, en esta vida o bien en otra, o también a través de nuestros hijos. Si sembráis buenas semillas en un terreno fértil y en una época favorable, germinan y crecen. Quizás se malogren algunas semillas, pero la mayoría crecerán y darán frutos. Cuantos hombres y mujeres que nunca han trabajado en el terreno intelectual, afectivo o psíquico, esperan cosechar, y cuando constatan sus fracasos, se revelan contra la injusticia. ¿Pero de quién es la culpa? Aquellos que siembran y plantan, no se sienten jamás decepcionados. Cuando se posee la verdadera fe, no nos sentimos decepcionados. Los que se decepcionan son los que esperan cosechar imposibles.

Y puesto que tener fe es hacer crecer semillas, éstas un día nos alimentarán, a diferencia de la creencia que finalmente nos deja hambrientos. La creencia se puede comparar con la hipnosis. Si hipnotizáis a alguien, podéis persuadirle, por ejemplo, de que está comiendo una buena cena. Al volver en sí mismo, podrá detallaros incluso el menú y se sentirá satisfecho por todo lo que ha probado; sin embargo, su estómago estará vacío, y de seguir con este régimen, periclitará. Pues bien, así es cómo las creencias inducen a error a la mayoría de personas, mientras que la fe les hace saborear frutos reales cada día, frutos nutritivos que son el resultado de su trabajo.

Los seres que se contentan con creencias, interiormente seguirán siendo pobres, débiles, inseguros, aunque físicamente sean muy vigorosos. La creencia no alimenta. Sólo la fe alimenta, y para llegar a la fe, hay que estudiar, experimentar, esforzarse. Si en la antigüedad la Iniciación estaba reservada a ciertos seres, no era tanto por los secretos revelados que otros no debían conocer, sino por el hecho de poseer cualidades que les permitía realizar algo con estas revelaciones. Las verdades espirituales sólo enriquecen a aquel que tiene un intelecto para comprenderlas, un corazón para desearlas, y sobre todo una voluntad para empezar el trabajo y perseverar. A los demás, no les aportan nada, incluso les pueden ser perjudiciales.

Si reducimos la religión a unos artículos de fe, independientes de la experiencia y de los actos que debieran acompañarles, esto conseguirá separar la religión de la fe, y de este modo, sólo quedarán creencias que no salvarán a nadie. Los perezosos jamás son salvados. Sin trabajo, sin esfuerzo, sin experiencias, ¿qué resultado cabe esperar? Mientras los creyentes vayan repitiendo fórmulas, gestos, ritos ininteligibles, su fe no moverá las montañas, no hará ningún milagro. Y cuando hablo de milagro, no me refiero a curar enfermos, ni a resucitar muertos, sino a transformarse a sí mismo, a resucitarse uno mismo.

Ya es tiempo de aprender a no confundir más la realidad de la fe con la ilusión de la creencia. Si vuestra salud mejora, si vuestro pensamiento se ilumina, si vuestra fuerza aumenta, si vuestro amor se engrandece, es que os alimentáis de fe. En cuanto a las creencias con las que imagináis que os alimentáis, se parecen a esas golosinas que se venden en las ferias. ¿Conocéis estos dulces llamados “barba de papá”, que tienen la consistencia del algodón y con los que los niños se divierten? Pues no sólo no les alimentan, sino que además les estropean los dientes. Así es cómo mucha gente absorbe creencias, toneladas de sueños, de promesas, en las que no hay nada sólido: azúcar y algodón... Creen, creen, no cesan de creer y los resultados que obtienen son totalmente opuestos a los que esperaban.

¿Creer? Pero no hay que creer más, ¡hay que saber! La fe es la condensación de un saber inmemorial. Allí dónde no conocemos, no hay fe. Así pues, estudiad, reforzaos, trabajad cada día con las virtudes divinas: el amor, la sabiduría, la verdad, la bondad, la justicia8 que son semillas que sembraréis en vuestro camino, y al final de este camino, os espera la plenitud de la vida, la resurrección.

5 “Buscad el Reino de Dios y su Justicia”, Parte III, cap. 3: “La oración”.

6 “Sois dioses”, Parte IV, cap. 1, I: “La ley de causa y de consecuencias”.

7 “Sois dioses”, Parte IV, cap. 1: “Leyes de la naturaleza y leyes morales”.

8 “Sois dioses”, Parte VII, cap. 2, I: “El plexo solar y el cerebro”.

La fé que mueve montañas

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