Читать книгу La energía sexual o el dragón alado - Omraam Mikhaël Aïvanhov - Страница 5
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AMOR Y SEXUALIDAD
Pregunta: “Maestro, ¿querría usted decirnos la diferencia que existe entre el amor y la sexualidad, y cómo podemos utilizar la sexualidad en la vida espiritual?”
He aquí una pregunta muy interesante, que atañe a lo más importante que hay en la vida, y que concierne a todo el mundo. Sí, tanto a los jóvenes como a los viejos...
Yo no diría que estoy cualificado para responder a todas las preguntas que comporta este problema. Lo único que me diferencia de los demás, es que me gusta ver las cosas desde un cierto punto de vista, y he consagrado toda mi vida a la adquisición de este punto de vista. En primer lugar, os diré unas palabras para que no empecéis a criticarme diciendo: “Yo he leído libros sobre el amor y la sexualidad donde decían muchas más cosas. ¡Qué ignorante es este instructor!” Pues sí, soy ignorante, ¿por qué no? Pero los que han escrito esos libros no tenían mi punto de vista y no han entendido esta cuestión como yo la entiendo. Podéis, por lo tanto, si así lo queréis, informaros leyendo todo lo que los psicoanalistas y los médicos han escrito sobre la sexualidad, pero yo quiero llevaros hacia otro punto de vista casi desconocido hasta ahora.
¿Cuál es este punto de vista? Me he entretenido en representarlo mediante la siguiente imagen. Un profesor diplomado en tres o cuatro universidades trabaja en su laboratorio donde hace todo tipo de investigaciones y experiencias... Pero he aquí que su hijo de doce años, que está jugando en el jardín, se ha subido a un árbol, y desde allí arriba grita: “Papá, veo llegar a mi tío y a mi tía...” El padre, que no ve nada, pregunta al niño: “¿A qué distancia están? ¿qué traen?” Y el niño le da toda la información. A pesar de toda su ciencia, el padre no ve nada, mientras que el niño, que es pequeño e ignorante, es capaz de ver muy lejos, simplemente porque su punto de vista es diferente: él ha subido muy alto, mientras que su padre se ha quedado abajo.
Evidentemente, esto no es más que una imagen, pero os hará comprender que si bien es útil tener facultades intelectuales y conocimientos, el punto de vista es todavía más importante. Según observemos el universo desde el punto de vista de la tierra o desde el punto de vista del sol, obtenemos resultados muy diferentes. Todo el mundo dice: “El sol sale, el sol se pone...” Sí, es cierto, pero también es falso. Es cierto desde el punto de vista de la tierra; desde el punto de vista geocéntrico tenéis razón. Pero desde el punto de vista heliocéntrico, solar, es falso. Todos miran la vida desde el punto de vista de la tierra, y, evidentemente, desde ese punto de vista tienen razón. Ellos dicen: “Hay que comer, ganar dinero, disfrutar de los placeres...” Pero si se situasen en el punto de vista solar, es decir, en el punto de vista divino, espiritual, verían las cosas de manera distinta.3 Y es ese punto de vista el que yo poseo, el que me permite presentaros la naturaleza del amor y de la sexualidad de una manera totalmente diferente.
En principio, parece difícil separar la sexualidad del amor. Todo viene de Dios, y todo lo que se manifiesta a través del hombre como energía, es, en su origen, una energía divina; pero esta energía produce efectos diferentes según el conductor a través del cual se manifiesta. Podemos compararla con la electricidad. La electricidad es una energía de la que ignoramos su naturaleza, pero cuando pasa a través de una lámpara se convierte en luz; al pasar por un radiador, se manifiesta como calor; al pasar por un imán se convierte en magnetismo; al pasar por un ventilador se transforma en movimiento.
De la misma manera, existe una fuerza cósmica original que adopta uno u otro aspecto según el órgano del hombre a través del cual se manifiesta. A través del cerebro, se convierte en inteligencia, raciocinio; a través del plexo solar o del centro Hara, se convierte en sensación y sentimiento; cuando pasa por el sistema muscular, se manifiesta como movimiento; y cuando finalmente pasa por los órganos genitales, se traduce en atracción por el otro sexo. Pero siempre es la misma energía.
Le energía sexual viene, pues, de muy alto, pero al pasar por los órganos genitales, produce sensaciones, una excitación, un deseo de acercamiento, y cabe perfectamente que en esas manifestaciones no haya absolutamente ningún amor. Es lo que ocurre en los animales. En ciertos períodos del año, se acoplan, pero ¿lo hacen por amor? A veces se destrozan, y en cierta clase de insectos, como la mantis religiosa, o en ciertas arañas, la hembra se come al macho. ¿Es eso amor? No, es pura sexualidad. El amor comienza cuando esta energía pulsa al mismo tiempo otros centros en el hombre: el corazón, el cerebro, el alma y el espíritu. Llegado a ese punto, esta atracción, este deseo que tenemos de unirnos a alguien, se clarifica, se ilumina mediante pensamientos y sentimientos, mediante un gusto estético; ya no buscamos una satisfacción puramente egoísta en la que no contamos en absoluto con la pareja. El amor es sexualidad, si así lo queréis, pero expandida, iluminada, transformada. El amor posee tal cantidad de grados y manifestaciones, que resulta imposible enumerarlas y clasificarlas. Puede ocurrir, por ejemplo, que un hombre ame a una joven y bella mujer, pero sin ser apenas atraído físicamente por ella: él quiere, por encima de todo, verla feliz, con buena salud, instruida, rica, bien situada en la sociedad, etc. ¿Cómo explicar eso? Eso no es únicamente sexualidad, sino amor; y es, por lo tanto, un grado superior. Pero debe haber, a pesar de todo, un poco de sexualidad en este amor, porque podemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Porqué este hombre no se ha unido a otra persona, a una mujer vieja y fea, o a otro hombre? Sí, si analizamos, descubriremos indicios de sexualidad. La sexualidad... el amor... sólo es una cuestión de grados. Es amor en el momento en que no os quedáis solamente con algunas groseras sensaciones físicas, sino que sentís los grados superiores de esta fuerza cósmica que os invade, y comulgáis con las regiones celestes. Pero, cuánta gente, una vez saciado su deseo, se separa o incluso empieza a pelearse. Lo único importante para ellos es descargar, liberar una tensión, y si al cabo de algún tiempo esta energía se acumula de nuevo en ellos, se vuelven sonrientes y tiernos, pero el único fin es el de satisfacer de nuevo su animalidad. ¿Qué amor hay ahí? Es normal que tengamos necesidades y deseos, sobre todo cuando somos jóvenes. La naturaleza, que lo ha previsto todo, ha creído que eso era necesario para la propagación de la especie. Si el hombre y la mujer se quedasen fríos el uno ante el otro, si estos se hubieran liberado de impulsos e instintos, se habría terminado la humanidad. Es, por lo tanto, la naturaleza la que empuja a las criaturas a unirse físicamente, pero el amor es otra cosa.
Podríamos decir que la sexualidad es una tendencia puramente egocéntrica que empuja al ser humano a no buscar nada más que su placer, y ello puede llevarle a la mayor crueldad, porque él no piensa en el otro, sólo busca satisfacerse. Mientras que el amor, el verdadero amor, piensa en primer lugar en la felicidad del otro, está basado en el sacrificio; sacrificio de tiempo, de energía, de dinero para ayudar al otro, para permitirle expansionarse y desarrollar todas sus posibilidades. Y la espiritualidad comienza, precisamente, cuando el amor domina a la sexualidad, cuando el ser humano se vuelve capaz de arrancar algo de sí mismo para el bien del otro.
Mientras no se es capaz de privarse de algo, no hay amor. Cuando un hombre se lanza sobre una joven, ¿piensa en el daño que puede hacerle? No, él es capaz de matarla para satisfacer sus instintos. Eso es la sexualidad, un instinto puramente bestial.
Diréis: “Es evidente, no hay nada de divino ahí…” Sí, pero la sexualidad es de origen divino, sin embargo, mientras el ser humano no sepa dominarse, sus manifestaciones, evidentemente, no son divinas. Lo que hay de positivo en la sexualidad es que trabaja en la propagación de la especie, pero si sólo la orientamos hacia el placer, la desperdiciamos. Actualmente se han inventado cosas increíbles en ese campo. Está la píldora, naturalmente, pero también se venden una gran cantidad de productos y de objetos que ni siquiera quiero nombrar. No se trata aquí de la propagación de la especie, sino exclusivamente del placer.
No me detendré en esta cuestión para discutir si esas cosas deben existir o no. En el actual estado de la humanidad, incluso los moralistas y los religiosos encuentran necesario e inevitable que existan, porque la naturaleza inferior, la naturaleza animal en el hombre, es todavía tan fuerte, que si no la dejáramos manifestarse, produciría fenómenos todavía más perjudiciales. Por lo tanto, no quiero discutir sobre ello, digo únicamente que es una pena que no se instruya a los humanos sobre las ventajas de controlar esta energía, y de utilizarla para un fin divino o para realizar trabajos espirituales, en lugar de recurrir a todo tipo de productos y de utensilios para encenagarse en el placer.
En sus manifestaciones externas no hay ningún tipo de diferencia entre el amor y la sexualidad; son los mismos gestos, los mismos abrazos, los mismos besos... La diferencia está en la dirección que toman las energías. Cuando únicamente os impulsa la sensualidad, no os preocupáis de la otra persona, mientras que si la amáis, pensáis, sobre todo, en hacerla feliz. La sexualidad y el amor no se diferencian mucho en el plano físico, solamente se diferencian en el plano invisible, psíquico, espiritual. Y, ¿cómo? Eso es precisamente lo que quiero revelaros.
Aquellos que han estudiado la cuestión de la sexualidad, los fisiólogos, los psiquíatras, los sexólogos, no han descubierto lo que pasa en el mundo sutil, etérico y fluídico, durante el acto sexual. Ellos saben que se producen excitaciones, tensiones, emisiones, e incluso las han clasificado. Pero no saben que cuando se trata de la sexualidad puramente física, biológica, egoísta, se producen en los planos sutiles todo tipo de erupciones volcánicas que se manifiestan bajo formas groseras, emanaciones muy densas con colores deslucidos, inarmónicos, donde predomina el rojo, pero un rojo sucio... Y todas esas emanaciones se precipitan en la tierra donde criaturas tenebrosas esperan para comer y darse un festín con esas energías vitales. Son criaturas poco evolucionadas que, a menudo, se alimentan junto a los enamorados. Os sorprendéis, pero es la verdad; los enamorados dan festines en el mundo invisible.
En el pasado, generalmente, con ocasión de un nacimiento, de una boda o una victoria, los reyes y príncipes daban festines públicos que duraban varios días. Entonces, todos los mendigos, los vagabundos, los desheredados, iban a satisfacerse, porque distribuían comida a todo el mundo. Como podéis ver, se repite el mismo fenómeno, pero bajo una forma que la ciencia todavía no ha descubierto. Cuando un hombre y una mujer se atraen, se aman y se unen, también dan un festín, y éste se ofrece públicamente ante muchas otras criaturas. Aunque su unión quede en secreto, reciben visitas del mundo invisible, y desgraciadamente se trata de larvas, de elementales que vienen a deleitarse a sus expensas y a absorberlo todo, porque en esas efusiones había muy pocos elementos para el alma, para el espíritu, para el lado divino.
Por esa razón, los intercambios que hacen los enamorados raramente les aportan grandes beneficios; al contrario, incluso se empobrecen: en su mirada, en el color de su cara, en sus movimientos y en toda su manera de ser, aparece algo que no es tan vivo y luminoso. Es porque su amor, todavía demasiado inferior, ha atraído criaturas tenebrosas. ¿Por qué no invitaron a los espíritus de la naturaleza o incluso a los ángeles y a todos los espíritus luminosos que también tienen necesidad de alimentarse?...
Cuando un mago quiere hacer una ceremonia, comienza por trazar un círculo alrededor de sí mismo para protegerse, y los espíritus malignos están ahí, dando vueltas a su alrededor, amenazándole e intentando dañarle, pero no pueden entrar, porque en ese circulo el mago está protegido como en una fortaleza.4 Pero nunca hemos enseñado a los hombres ni a las mujeres a protegerse de las entidades tenebrosas; ello me llevó un día a decir algo muy osado: que el origen de todas las desgracias de la humanidad es el amor inferior de los hombres y las mujeres. Sí, si se producen guerras y epidemias es a causa de aquellos que hacen el amor como animales, de forma estúpida, desagradable, infernal. Porque de esa manera vitalizan a todos los espíritus deseosos de hacer mal a la humanidad, les alimentan, les dan fuerza. Si los hombres y mujeres supieran esto, estarían tan tristes y se sentirían tan desgraciados y asqueados por lo que hacen, que intentarían aprender cómo amar.
La espiritualización del amor es la condición básica para la venida del Reino de Dios. Por lo tanto, aquellos que ven claro, aquellos que tienen un alto ideal del amor, que sepan que pueden servir al Reino de Dios con esta fuerza que es la energía sexual; así pues, que se amen, que se besen, pero con la idea de consagrar este amor a la realización de algo divino. En ese momento producirán emanaciones de tal belleza, que los mismos ángeles quedarán sorprendidos, maravillados, y vendrán a aportarles regalos.
Por lo tanto, lo repito, sea cual fuere la naturaleza de vuestro amor, los gestos son siempre los mismos: debéis acercaros al ser que amáis, abrazarle, besarle, acariciarle; no cambia nada. La diferencia está en la intención de los gestos, eso es lo que cuenta. Alguien dirá: “¡Ah! yo he visto a tal besar a cual”, y les condena. El Cielo no mira eso, sino que mira lo que han puesto en su beso: si ellos se han dado algo bueno, puro, el Cielo les recompensa. En la tierra posiblemente se les condena por ignorancia, pero en lo alto se les recompensa.
Si introducís en vuestro amor la vida eterna, la inmortalidad, la pureza, la luz, y aquél a quien amáis crece, avanza y se expande gracias a vosotros, entonces es verdaderamente amor, porque el verdadero amor lo mejora todo. Pero si amáis a alguien y él va menguando, debéis cuestionaron sobre la bondad de vuestros sentimientos y deciros: “He perjudicado a este ser. Antes era magnífico y ahora es una ruina…” No tenéis, por lo tanto, motivo para estar muy orgullosos, y debéis buscar la manera de reparar vuestros errores.
Vuestro amor debe hacer crecer a los demás. Y únicamente cuando les veáis expandirse gracias a vuestro amor, podéis ser felices, sentiros orgullosos y dar gracias al Cielo por haber conseguido ayudarles y protegerles. Pero, en general, la gente no se ocupa de esas cosas, y enseguida vienen a decirme: “La amo, la amo... – Si, respondo, ya sé que la amáis, pero como a una gallina que metéis en la cazuela para comerla: la amáis, la devoráis, y punto…” No, el amor no debe nunca devorar ni arruinar a los seres... Ya veis, el amor, tal y como yo lo entiendo, es muy diferente de todo aquello que la gente o la juventud, que no están muy iluminados, pueden imaginar.
Los humanos no saben amar, y para justificarse me dirán: “Maestro, usted no conoce la naturaleza humana, es terrible…” Ah, bueno, así que yo no conozco la naturaleza humana... Pero yo les responderé que de la misma manera que han convertido la naturaleza humana en algo difícil de dominar, también pueden volverla sensata y ennoblecerla. En el pasado no se esforzaron, como consecuencia, ahora han recibido una naturaleza muy difícil. Así es como se explica; es culpa suya, imposible justificarse. Muchos deciden no esforzarse más porque creen que no es posible cambiar. Si, es posible. Y de ahora en adelante, cuando os encontréis ante grandes obstáculos, debéis decir: “El Maestro nos ha hablado de este amor y quiero llegar a conocerlo…” ¿Por qué objetar que la realidad es diferente de como os la presento? Eso es: la realidad, ¡como si esa palabra pudiese excusarlo todo! Pero hay realidades y realidades.
Yo no niego que la sexualidad sea una realidad, pero, ¿por qué quedarse en esta realidad tan inferior y grosera? Existe otro grado de realidad también, sólo que más sutil. Ciertos seres han llegado a entender y a vivir esta realidad, y ahora, por nada del mundo podréis convencerles para que la abandonen y vuelvan hacia atrás, porque no quieren. Pero, desgraciadamente, tampoco podéis convencer a los demás para que intenten elevar el grado de su amor; ellos descuidan todas esas grandes verdades que pueden salvarles, continúan descendiendo hacia la animalidad, y luego, evidentemente, se encuentran destrozados. Es normal, su amor sólo podía ser maravilloso durante algunos minutos; después todo es ceniza, escoria. Decimos: “¡Era tan bello!” Sí, lo era... pero ya no lo es, no ha durado; el oro se convirtió en plomo. Mientras que el amor celeste sigue siendo eternamente oro, nada puede oxidarlo.
El hombre tiene una herencia y debe luchar contra ella; desde hace miles de años, el género humano se ha ido formando un determinado concepto del amor que ha quedado grabado en nuestras células y es difícil borrarlo. Pero, a pesar de que no consigáis transformar vuestra concepción del amor de un día para otro, no debéis dejar de creer lo que dicen los grandes Maestros. El que no consigáis cambiar, significa simplemente que estáis deformados o que sois débiles, pero no que los Iniciados os engañen.
Cuantas más tendencias inferiores tengáis, más obligados estaréis a satisfacerlas. Pero eso no debe impediros creer que es posible mejorar. Y el día en que consigáis desarrollar otras tendencias sublimes y divinas, nadaréis en el océano del Amor cósmico, mientras que antes sólo os alimentabais de algunas gotas esparcidas por aquí y por allá, (y todavía para encontrarlas, ¡qué vida de decepciones y desgracias!) Ahora que estáis sumergidos en este océano cósmico, bebed de él y no tendréis necesidad de ir a robar algunas gotas de amor a los demás.
Yo sé que lo que digo será incomprensible para algunos. Pero que hagan lo que puedan, con la esperanza de que después de algunas encarnaciones llegarán a transformar su amor. ¡No hay que violentarse! A aquellos que ya trabajaron en otras encarnaciones, les es más fácil contentarse con poca cosa en el plano físico, e incluso liberarse inmediatamente y gozar del amor en lo alto, en el plano espiritual.
Evidentemente, son pocos los seres capaces. ¡Cuántos religiosos hicieron votos de castidad sin saber exactamente lo que hacían! Eran muy jóvenes, no se conocían, ni conocían la naturaleza humana, y un día, cuando los instintos y las pasiones despertaron, se ahogaron. ¡Qué tragedia! Sí, ¡qué tragedias en los conventos, tanto para los hombres como para las mujeres! Es mejor casarse y tener hijos que atormentarse en un convento diciendo ser la novia de Jesús, pero cometiendo adulterio en la imaginación con todos los demás. En ese caso, es mejor salirse de los conventos. El Señor es mucho más generoso. Nunca pidió que nos consagremos a Él si para ello debemos vivir atormentados. Él prefiere que hagamos el bien teniendo una mujer – o un marido – e hijos, antes que vivir una vida caótica, desordenada, ensuciando la atmósfera con todos nuestros deseos insatisfechos.
Incluso los grandes místicos han sido atormentados toda su vida por la energía sexual, y apenas al final han encontrado la paz. Santa Teresa de Ávila era muy apasionada. Santa Teresa de Jesús nunca sabremos cómo vivió, ni qué tentaciones tuvo que vencer. Ella no era como nos la han presentado: una jovencita graciosa, con cara dulce y delicada. No; su naturaleza era fuerte y poderosa. Yo admiro y amo mucho a santa Teresa, pero no estoy de acuerdo con la manera inexacta como nos la han presentado, con el pretexto de quedar bien...
Y podemos hacer igualmente la misma observación con respecto a cómo son presentados la mayoría de los Iniciados y de los grandes Maestros. Se tejen a su entorno toda clase de leyendas ocultando las luchas que tuvieron que hacer para convertirse en seres excepcionales. Pero no es así como ayudamos a los humanos en los esfuerzos que tienen que hacer para avanzar en el camino de la evolución.
II
Es pues necesario que las cosas estén claras. Muchos santos y santas fueron muy ardientes hasta el último momento, y eso no es censurable, sino todo lo contrario. Aquellos que saben utilizar la energía sexual son los más ricos y privilegiados, porque esta energía es una bendición. Muchas personas muy creyentes han querido suicidarse porque sentían este ardor en ellos y se creían condenadas. Eso significa que no habían comprendido nada, y desgraciadamente, la Iglesia tampoco explica nada sobre ello. En la Iniciación se presenta la cuestión de otra manera. La energía sexual es un don de Dios, sólo que hay que saber utilizarla. Los países que tienen mucho carbón o petróleo bajo su suelo, se vuelven multimillonarios porque lo utilizan. Y los que no saben utilizarlo, se queman. De la misma manera, la energía sexual es una fuerza que el hombre debe aprender a utilizar para iluminar, calentar y hacer funcionar todos estos centros psíquicos y espirituales en sí mismo.
Pero la gente, al estar lejos de la verdad, cuando ven a algunos jóvenes que poseen mucha energía sexual, inmediatamente se lo reprochan. ¡Como si esos jóvenes no tuvieran que sentir nada! ¡Como si estuvieran muertos!... Esa es la idea de los adultos, y en lugar de ayudarles, quieren destruirles, cerrarles el camino, nadie les dirá: “¡Bravo, jóvenes! Sois privilegiados por poseer esa riqueza... Pero debéis saber que si no sois inteligentes, esta riqueza será precisamente la causa de todas vuestras desgracias…” Eso es lo que deberíamos decirles, pero en lugar de eso, se lo echamos en cara, les criticamos; y cuando vemos un joven frío, nos alegramos. Pero, ¿qué hará él con su frialdad? ¡Nada de nada! Yo también he sido educado así, incluso peor que vosotros. ¡Si supieseis cómo nos educaban en Bulgaria a principios de siglo! Precisamente por ello doy gracias al Cielo, por haber tenido la luz de esta Enseñanza.
Y ahora, si hay algún o alguna joven que viene a escucharme por primera vez, me permitiré añadir todavía algunas palabras para ayudarles. Pensaréis, quizás, que cuento demasiadas cosas escabrosas... ¡Sí, sí, pero eso no es nada! Si supieseis lo que la juventud está aprendiendo, de qué habla, de qué se ocupa, os quedaríais estupefactos. ¡Incluso los niños de doce o trece años se cuentan cada historia! Lo que yo cuento no es nada...
Un día recibí la visita de una joven; era muy bella, simpática, y por su comportamiento se veía que era muy educada. Pero he aquí que me contó que era muy desgraciada porque estaba obsesionada por una imagen: en todo lo que miraba, flores, frutos, objetos, incluso en el techo, no veía otra cosa que el sexo masculino. Y como era creyente, católica, se sentía perdida, en pecado.
Cuando la hube escuchado me eché a reír. Ella me miró con aire de sorpresa y le dije: “Escúcheme, ¿me permite explicarle y darle un método para salir de esta situación? – Oh, sí, dijo, sí…” Y le expliqué: “No pasa nada grave, no hay nada malo en todo lo que me dice. Es natural, normal, son cosas que le pasan a todo el mundo; más o menos, claro está, pero no hay motivo para desesperarse. La naturaleza se ocupa de la propagación de la especie, y es ella la que crea esas representaciones en los hombres y en las mujeres. Pero hay que saber cómo actuar, cómo utilizar esas imágenes, de lo contrario, mire en qué estado está usted...”
“He aquí lo que debe hacer en adelante. Cuando vea esta imagen en un fruto o en un objeto, en lugar de desconsolarse, mire tranquilamente... Pero no lo haga mucho tiempo, porque corre el peligro de que ciertos deseos se despierten en usted, y entonces, para consolarse, recurrirá a determinados gestos, y así sucesivamente. Por lo tanto, para que eso no se produzca, vuélvase un poco filósofa, es decir, comience a pensar en la Inteligencia que preside la formación de esos órganos. Reflexione, medite, maravíllese de la sublime Inteligencia que se ha ocupado en crear cosas tan perfectas y así olvidará la tentación. Mientras que si usted insiste, nunca saldrá de ahí. Tome esta imagen como un punto de partida capaz de propulsarle hasta el origen. Si usted no tiene ese punto de partida, ¿cómo llegará a su predestinación en lo alto? Pero recuerde que no debe considerarla más que como punto de partida, no se quede ahí mucho tiempo, porque entonces puede precipitarse en el abismo y perderse. Usted debe utilizarla solamente.
“Desgraciadamente los humanos no saben ir más allá del mundo de las formas para reflexionar y maravillarse. No saben que es, precisamente, este “maravillarse” lo que les salvará…” Decís: “Pero, ¿qué me pasa? Es horrible, repugnante”, y eso es lo que os pierde. Reemplazad esas viejas concepciones y no digáis: “Es horrible”, sino: “¡Qué belleza! ¡Qué esplendor! ¡Qué inteligencia! ¿Cómo ha podido formar la naturaleza una cosa tan extraordinaria?” Entonces estaréis maravillados y encontraréis el equilibrio y la paz. Esto es lo que le dije a esta joven, y se fue muy feliz.
El Señor todo lo hizo bien, entonces, ¿por qué querer mutilar sus creaciones? Algunos se comportan, con respecto a la sexualidad, como si el Señor hubiese hecho mal las cosas... Bien, pues eso es lo grave, eso es lo que está castigado. Debemos admirar todo lo que Dios ha creado, porque Él sabía por qué lo creaba. No somos nosotros los que debemos juzgar. ¡Qué filosofía tan rara se ha dado a los humanos! Vosotros diréis que era para mantenerlos en la pureza y en la castidad... Pero es precisamente eso lo que les empuja a transgredir todas las leyes de la pureza, porque, ¡cuanto más diabólicas e infernales se les presenta las cosas, más se les incita, precisamente, a verlas y a probarlas!
¿Acaso creéis que condenando todo lo referente al sexo como algo sucio y repugnante la gente dejará de interesarse en él y de practicarlo?... Pero entonces, ¿por qué la mayoría de los hombres que piensan que eso es repugnante se revuelcan día y noche en esa porquería? Eso no ha impedido nada, sino todo lo contrario. Baudelaire dice que cuando creemos cometer un crimen, sentimos mayor placer. Sí, en cuanto sabemos que algo está prohibido, que es un crimen, el placer aumenta. Eso puede ser verdadero o falso, no quiero discutir sobre ello; solamente quería deciros que vilipendiar al sexo jamás ha sido una solución, mientras que si pensáis de otra manera, recibiréis ayuda.
La única solución al problema de la sexualidad está en la manera como se consideren los hombres y las mujeres. La causa de todos los desórdenes y desenfrenos radica en que los hombres no han aprendido a valorar a las mujeres, ni las mujeres a valorar a los hombres. Si el hombre considera a la mujer como una hembra, como una Mesalina, como un objeto de placer, ya determina su comportamiento y se verá obligado a liberar todas sus tendencias pasionales. Pero si la considera como una divinidad, sus sentimientos y su comportamiento se transformarán.
Jesús decía: “Que te sea hecho según tu fe…” Si, las cosas se vuelven de tal o cual manera, según la forma de considerarlas.5 Es una ley mágica que la humanidad debe, de ahora en adelante, conocer. Pensamos que podremos cambiar la forma de amar sin cambiar la forma de considerar al que, o a la que amamos... No, es imposible. Es muy difícil cambiar las formas de expresión del amor. Pero cambiad vuestra forma de considerar a un ser y actuaréis sobre vosotros, sobre vuestros sentimientos, sobre vuestras tendencias, y, por lo tanto, sobre la manifestación de vuestro amor. Así es como yo lo hago y considero a la mujer como una divinidad. Diréis: “Pobre viejo, ¡qué lejos está de la verdad! ¡Si supiese qué es una mujer!”... Y, ¿creéis que no lo sé?... Pero no quiero pensar en ello, no quiero saber ni qué es ni qué puede ser, y eso me ayuda, lo hago por mí. ¡Si creéis que no sé lo que es la mujer! Puedo tener todas las razones para considerarla como el ser más espantoso, pero eso no soluciona nada; quiero que represente una divinidad para mí. Por lo tanto, la considero como una divinidad, y soy yo el que se beneficia: ¡si supieseis lo que siento y lo que descubro entonces! Este punto de vista contiene toda una filosofía...
Hace años, vino a verme un viejo médico, gordo, barrigón, y se puso a hablarme de las mujeres. Y, ¿sabéis lo que me dijo? Me dijo: “La mujer no es más que una vagina…” Me quedé anonadado. Decidme, ¿de qué sirve tener concepciones tan prosaicas? Claro está que no podemos negar que el ser humano posee intestinos y todo tipo de órganos que no son particularmente estéticos. Pero, ¿acaso el hombre o la mujer no son nada más que esos intestinos y esas funciones un poco groseras? La gente lo confunde todo. El ser humano está obligado a tener un cuerpo físico con órganos adaptados a tal o cual función, pero está lejos de ser tal y como aparenta físicamente. El hombre y la mujer no se reducen a algunos órganos, son seres que piensan y que sienten, son seres que tienen un alma y un espíritu.
¿Qué gozo puede sentir un hombre si piensa que la mujer no es más que un órgano?... Toda su vida psicológica se desperdicia. Verdaderamente ese médico no era un psicólogo: no había estudiado cómo tal o cual pensamiento puede influir en nuestro estado interno. Y a mí, precisamente lo que más me interesa, es saber cómo y de qué manera se refleja en mí todo lo que pienso... Y por eso prefiero pensar que la mujer es una divinidad. Diréis que eso no es la verdad: sí, es posible que tengáis razón, pero vuestra razón no me interesa, y vuestra verdad es de lo más perniciosa. Yo, a pesar de vivir en la ilusión y en la mentira suponiendo que eso sean ilusiones y mentiras soy el hombre más feliz de todos. Considero a todas las mujeres como divinidades, como un aspecto de la Madre Divina, y entonces, si supierais qué felicidad, qué gozo siento al pensar que hay mujeres en la tierra, ¡es increíble!... ¿Creéis que aún vendría a daros conferencias si pensase como ese médico? De ser así ya no tendría ganas de veros, ni de hablaros, ni de nada.