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I

DEL HOMBRE A DIOS: LA NOCIÓN DE JERARQUÍA

Muchas veces los humanos se asemejan a unos barcos que van a la deriva. Poseen, felizmente, algunas reglas, ciertas concepciones adquiridas a través de la familia, los estudios, la profesión, o la vida social, pero interiormente, muchos son como embarcaciones lanzadas a navegar sin brújula ni carta de navegación. Diréis que algunos tienen la religión... Sí, la religión ayudaría mucho a los humanos si quienes la representan se preocupasen, en realidad, de otorgar un sistema coherente capaz de organizarles su vida interior. Pero no quiero criticar a las Iglesias ni a los clérigos, muchos otros lo han hecho antes y mejor que yo. Lo que deseo es daros métodos que os permitan realizar aquello que es el fin de toda religión: establecer una conexión con Dios.

Sí, ¡cuántas veces oímos repetir que la palabra religión proviene del latín religare: conectar! Religión es aquello que conecta al hombre con Dios. Pero, ¿qué idea se tiene de Dios, y cómo puede establecerse esta conexión? Diréis: “Es fácil, nos conectamos con Dios mediante la oración...” ¡Si fuese tan sencillo! ¡Como si bastase con decir: “Dios mío... Señor Dios...” para entrar en relación con Él! 1

Intentar alcanzar directamente al Señor, supone ignorar quién es Él verdaderamente. No me refiero a que no se llegue a alcanzar algo de Él, pero, en todo caso, no se trata ciertamente de Él en persona. Tomemos un ejemplo muy sencillo. Tenéis que enviar una carta... Ésta tendrá, necesariamente, que pasar por intermediarios: por el empleado de correos para que le ponga el matasellos; a través de aquellos que están encargados de conducirla por carretera, por ferrocarril, por barco, o por avión. Cuando llega, por fin, a su destino, a veces después de una decena de días, el cartero la reparte: la pone en el buzón de cartas, o bien se la deja al portero quién se encargará de hacerla llegar a su destinatario. Y si tenéis que escribir a un personaje muy importante, a un monarca, a un presidente de la República, o a un ministro, entonces la carta pasará por las manos de secretarios quienes la transmitirán... o no, porque si su contenido no es de una importancia capital, no llegará a su destinatario, sino sólo a un colaborador que la leerá y os responderá.

Así es como suceden las cosas en la tierra. Por lo tanto, aquél que se imagine que su oración o su mensaje llegará directamente hasta el Señor, es, simplemente, un ignorante. En la tierra, resulta imposible dirigirse a alguien importante sin pasar por intermediarios, ¡pero, en cambio, os imagináis que podéis Regar directamente hasta el Señor! Porque el Señor, sabéis, es un buen hombre, muy gentil, muy accesible, se le pueden dar unas palmaditas en la espalda, se le puede tirar de la barba, y Él escucha todas las quejas, todas las reclamaciones, y personalmente responde a todas ellas... ¡Pero qué clase de ignorancia os hace creer que vuestros pensamientos y vuestras palabras irán directamente hasta Dios y que Él mismo vendrá expresamente a ocuparse de ellas! Está sólo en el Cielo. No tiene servidores ni obreros para que le hagan el trabajo, Él tiene que hacerlo todo, todo. Incluso creó el mundo, antaño, Él solo, en seis días. ¡Cuánto trabajo el pobre! No tenía a nadie para ayudarle.

En la tierra, la persona que ostenta un mínimo cargo de responsabilidad en una empresa, tiene una o varias secretarias y equipos de obreros a su mando; pero el Señor no, Él es quién ejecuta todo el trabajo y no importa quién quiera tratar directamente con Él. Algunos incluso afirmarán que discuten con Dios, y que Él les responde. O, a veces, a la inversa, ¡que Dios les habla y ellos le responden! Desgraciados, si las cosas ocurriesen como se imaginan, hace tiempo que habrían sido fulminados, pulverizados, y no hubiera quedado ni el más mínimo rastro de ellos. Dios es una energía de un poder indescriptible, ningún ser humano ha podido nunca tocarlo, ni oírlo, ni verlo. Diréis que Abraham, Moisés, y los profetas de Israel hablaron con Dios. Sí, el Antiguo Testamento está repleto de estos diálogos, pero, en realidad, se trata sólo de una manera figurada de presentar las cosas...2

Una imagen puede darnos, aproximativamente, una idea de Dios: la de la electricidad. Nos servimos de la electricidad para alumbrarnos, para calentarnos y para poner en funcionamiento toda clase de aparatos. En las casas, en las fábricas, en las ciudades, ¿qué es lo que no funciona con electricidad? Pero sabéis cuántas precauciones hay que tomar para no provocar cortacircuitos y accidentes, como, por ejemplo, incendios y electrocuciones. Un contacto directo con la electricidad puede ser mortal, porque se trata de una energía prodigiosa. Para hacerla llegar hasta nosotros y poderla utilizar con el menor riesgo, debemos adaptarla mediante transformadores para después canalizarla a través de circuitos, a menudo, muy complicados. Pues bien, lo mismo sucede con Dios. Dios es comparable a una electricidad pura que sólo puede descender hasta nosotros a través de transformadores. Estos transformadores son las innumerables entidades luminosas que pueblan los cielos y a las que la tradición ha denominado jerarquías angélicas. A través de ellas recibimos la luz divina, y a través de ellas conseguimos entrar en relación con Dios.

Sí, esto es algo que hay que saber: entre nosotros y el Señor existe un largo camino que recorrer, un espacio tan vasto que es imposible concebir, y este espacio no está vacío, está compuesto de regiones habitadas por entidades espirituales. Todas las religiones han descrito, de una forma u otra, la existencia de estas regiones y de estas entidades. Para mí, la tradición judía es la que ha dado las nociones más precisas y más claras sobre todo esto. Mientras que el cristianismo, lo mismo que el islam, han heredado estas nociones sólo en parte.

La mayoría de los humanos se comportan como si ellos fuesen las únicas criaturas realmente evolucionadas. Por debajo de ellos se hallan los animales, las plantas, las piedras, y por encima, muy lejos, en algún lugar, está el Señor... ¡si es que aún creen en Él! Desconocen la existencia de todos estos seres que forman el vínculo entre el Señor y ellos. O, aunque los conozcan porque hayan oído hablar de ellos, apenas los recuerdan, ni tratan de establecer relaciones con ellos. Los católicos, los ortodoxos, se dirigen a los santos; está bien, pero incluso los más grandes santos no son más que seres humanos, y el culto que se les rinde recuerda, a menudo, los cultos paganos: para encontrar un objeto se dirigen a san Antonio de Padua; para evitar un accidente, a san Cristóbal... Todos, o casi todos los santos del calendario tienen una función particular, y un número incalculable de “Nuestras Señoras” son invocadas para obtener la curación, la protección, el nacimiento de un hijo, la abundancia de las cosechas, el regreso del marido o de la mujer infiel, etc. Los cristianos tienen tendencia a despreciar a las religiones politeístas y a sus múltiples divinidades, sin darse cuenta que, también ellos, en cierto modo, poseen un verdadero panteón.

Esta costumbre de invocar a entidades espirituales a las que se atribuyen diferentes poderes, proviene de tiempos muy remotos, y los cristianos, simplemente, la han continuado y prolongado. Esto demuestra que, incluso para ellos, Dios está tan lejos que tienen necesidad de recurrir a intermediarios. Por eso es importante conocer mejor la existencia de las jerarquías angélicas, lo que son, cómo se sitúan, y cuáles son sus poderes.

En el Génesis, se menciona un símbolo de esta jerarquía angélica que establece el vínculo entre el hombre y Dios: es la escalera de Jacob. “Jacob llegó a un lugar en donde pasó la noche porque el sol ya se había puesto. Tomó una piedra como cabecera y se acostó. Y he ahí que soñó con una escalera que estaba apoyada sobre la tierra, y su parte superior tocaba el cielo. Y los ángeles de Dios subían y bajaban por esta escalera. Y el Eterno permanecía encima de ella…”

La escalera es una imagen interesante a estudiar porque expresa, no sólo la idea de un intermediario entre lo de abajo y lo de arriba, sino también la noción de una jerarquía. Hablamos de “escala social” para expresar la jerarquía de situaciones que los humanos ocupan los unos con respecto a los otros. Hablamos de escala de valores, de escala de colores... La vida entera nos demuestra la necesidad de una escalera... ¡aunque sólo fuese para subirse a un tejado! Diréis que hay otros medios. Sí, pero estos otros medios son siempre el equivalente de una escalera.

La tradición cristiana, que recoge la tradición judía, enseña la existencia de nueve órdenes angélicas: los Ángeles, los Arcángeles, los Principados, las Virtudes, las Potestades, las Dominaciones, los Tronos, los Querubines, los Serafines. Estas órdenes angélicas son, cada una de ellas, un aspecto del poder y las virtudes divinas, pero sobre todo representan para nosotros unas nociones más accesibles que la palabra “Dios”. Para nuestro buen desarrollo espiritual, es preciso conocer la existencia de estas entidades que nos sobrepasan, porque ellas son para nosotros como faros sobre nuestra ruta.

Podéis, claro está, seguir dirigiéndoos a Dios, pero sabiendo que nunca le alcanzaréis directamente. Sus servidores transmitirán vuestros deseos, vuestras oraciones... o hasta puede que no las transmitan: muchas peticiones no llegan a su destino porque en el camino hay entidades que efectúan una selección. Observan y dicen: “No es necesario llevar estas cosas hasta Dios, Él tiene otros menesteres en que ocuparse antes que escuchar esta clase de reclamaciones. ¡Venga, a la papelera!”

Y tampoco os imaginéis que Dios en persona vendrá a visitaros. Quizá venga un Arcángel a llevaros un mensaje, un átomo de luz, y ya será algo inmenso. ¿Quiénes somos nosotros para que Dios, el Dueño de los mundos, se desplace?... Además, no resistiríamos a las poderosas vibraciones de Su presencia. Se dice en los Salmos: “Todo se funde como la cera ante Su Faz...” Las órdenes angélicas son los transformadores que tamizan esta potencia para que pueda llegar hasta nosotros sin pulverizarnos.

Sí, esto debe quedar bien claro para vosotros. Podéis, desde luego, dirigiros directamente al Señor, yo también lo hago, pero sabiendo que son otros los encargados de transportar vuestras peticiones, por lo que si éstas no son puras ni desinteresadas, serán arrojadas a la papelera, y nunca recibiréis respuesta. Es mejor saber de antemano cómo son las cosas para que no os engañéis y esperéis inútilmente. Todo lo que nosotros podemos recibir de Dios es un rayo, un efluvio que viene de lejos, de muy lejos, y que desciende a través de las jerarquías angélicas. Siempre es Dios quién nos responde porque Dios se encuentra en todos los niveles de la creación, pero nunca lo hace directamente.

1 La oración, Folleto nº 305.

2 La piedra filosofal, Col. Izvor nº 241, cap. I-2: “La palabra de Dios”.

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