Читать книгу El segundo nacimiento - Omraam Mikhaël Aïvanhov - Страница 5
Оглавление“Pedid y se os dará… Buscad y hallaréis…
Llamad y se os abrirá…”
Esta tarde quisiera hablaros de nuevo de los colores, pues quedan aún muchas cosas interesantes que decir sobre este tema. Pero antes, os llevaré hasta las montañas de Rila; iremos allá arriba a respirar aire puro.
Subamos primero hasta el campamento de verano de la Fraternidad... Las tiendas de los hermanos y de las hermanas se despliegan en las orillas de un lago límpido en el que flotan anémonas de agua. El terraplén que forma el centro del campamento domina una planicie en la que duerme otro lago, mucho más pequeño... Siete horas de marcha nos han llevado hasta allí, siete horas de subida, a veces dura, a través de praderas y de bosques de abetos. Estamos a 2.300 metros de altura, y podemos abarcar con una mirada toda la cordillera de montañas de Bulgaria. Rodeemos el lago, alrededor del cual se despliega el campamento, y continuemos subiendo hacia las desnudas y majestuosas cumbres. Descubrimos, uno tras otro, otros cinco lagos transparentes en los que se reflejan el cielo y las montañas. La forma de estos lagos es rara: uno de ellos se parece al corazón, otro al estómago, otro a los riñones... de tal forma que se les han dado estos nombres. El más elevado de todos es el más pequeño: está comunicado con otro gran lago, situado más o menos al mismo nivel, por una especie de corredor. Se le ha llamado “la Cabeza”, y desde allí pueden verse algunos de los otros lagos.
No nos demoremos, embelesados por el encanto de las flores de las montañas y por la belleza del panorama; continuemos la ascensión hasta el Moussala, la más alta cumbre de toda la cordillera balcánica, que se levanta a 3.000 metros de altura. Allá arriba la atmósfera es de una maravillosa serenidad y nitidez, y nos sentimos más ligeros. Una luz transparente flota a nuestro alrededor... Sentémonos, y en medio de este aire puro de las cumbres vamos a interpretar unos fenómenos bien conocidos, que tienen su correspondencia en diferentes ámbitos de la vida.
Sabéis que nuestro cuerpo está sometido a la presión atmosférica. Esta presión es tan fuerte que bastaría para aplastarnos enteramente si no estuviese compensada por la presión que reina en nuestro organismo. Pero si subimos a las montañas, la presión interior es más fuerte que la presión exterior, lo cual nos da una sensación de ligereza; e incluso, si subimos hasta muy arriba, esta presión interior es tal que la sangre puede brotar por los oídos y a través de la piel. Al contrario, si descendemos bajo tierra, la presión exterior cada vez es más fuerte, y nos sentimos oprimidos, ahogados. Estos mismos fenómenos se producen en la vida espiritual. Nuestra conciencia puede ascender o descender... Cuando sube, la presión exterior (es decir, los acontecimientos que nos atormentan y nos inquietan en la vida) se hace sentir cada vez menos, porque la presión interior se hace relativamente poderosa. Al contrario, si nuestra conciencia desciende muy abajo en la materia, sentimos las más pequeñas cosas como si se tratase de montañas que hay que desplazar. Debemos, pues, elevarnos con el pensamiento para vivir en las cumbres de las altas montañas espirituales.
Simbólicamente, la presión atmosférica representa las condiciones exteriores, el mundo material, y la presión interior el principio vital que hace esfuerzos para manifestarse hacia fuera, el espíritu. Existen, pues, dos clases de filosofías en el mundo: una que enseña que las condiciones materiales, exteriores, son lo esencial en la vida, y que todo depende de ellas; y la otra que dice, al contrario, que el espíritu se manifiesta a través de todas las cosas y que tiene el poder de cambiar las condiciones materiales.
Cuando sentís que la materia y las condiciones exteriores pesan sobre vosotros y os limitan, es que vuestra conciencia ha descendido muy abajo y la presión exterior ha aumentado. Pero si os sentís gozosos, libres, llenos de fuerza, se debe por el contrario, a que os habéis elevado hasta muy arriba en la montaña. Aquel que tiene fe en el poder del espíritu verá como mejoran, cada vez más, las condiciones de su vida. Pero aquel que cree que la materia debe, fatalmente, aniquilar al espíritu, será víctima de su propia creencia, ya que se coloca a sí mismo en una situación negativa. En realidad, ambas filosofías son igualmente exactas; todo depende del punto de vista en el que uno se sitúe.
Estudiemos un poco la naturaleza de los conocimientos que recibimos cada día. Muy a menudo estos conocimientos se quedan a un nivel teórico... En Bulgaria, había un obispo que hablaba maravillosamente de la caridad. No cesaba de repetir estas palabras: “Cuando se tienen dos camisas, no hay que dudar en dar una”, con un tono tan patético y con tanto énfasis en la voz que todos los que le oían derramaban lágrimas. Un día, la mujer de este obispo asistió al sermón de su marido y se conmovió profundamente con sus palabras... Ahora bien, el obispo poseía dos camisas... Al volver a su casa, su mujer va inmediatamente al armario a tomar la segunda camisa y se la da a un pobre. El marido vuelve de la iglesia y quiere cambiarse; va al armario, y al no encontrar su segunda camisa llama a su mujer que le confiesa que la ha dado. El obispo se pone furioso. “Sin embargo, le dice su mujer, eres tú quien ha dicho que el que tiene dos camisas no debe dudar en dar una. – Mujer estúpida, responde el marido, digo esto para los demás, pero no para nosotros...”
Os contaré otra anécdota. Un gran sabio salió un día a la mar. Le preguntó al barquero: “¿Conoces la astronomía? – No, responde el barquero. – Entonces, eres muy pobre, dijo el sabio; has perdido una cuarta parte de tu vida. Pero, ¿conoces un poco la física? – No, no la conozco. – Entonces has perdido las dos cuartas partes de tu vida. Pero, ¿quizá conoces la química? – En absoluto, nunca he oído hablar de ella. – ¡Qué ignorancia! Has perdido las tres cuartas partes de tu vida...” El barco avanzaba hacia alta mar... De repente estalla una tormenta que provoca un terrible temporal. El barquero le dice al sabio: “¿Sabe Vd. nadar, señor sabio? – No, no sé. – Pues bien, exclama el barquero, ahora son las cuatro cuartas partes de su vida las que están perdidas...”
Hay conocimientos que no son de ninguna utilidad. Son como adornos, sirven para ganar dinero, pero que vengan las tormentas y veremos si sabéis nadar. La vida es un océano, bien lo sabéis, y en este océano hay conocimientos que son mucho más útiles que otros: son aquellos que ayudan al hombre a vivir. Cómo orientar nuestra vida... Qué alto ideal debemos tener... Cómo transformar los pensamientos y los sentimientos que nos turban... Cómo interpretar los sucesos que se desarrollan a nuestro alrededor... Cómo conocer nuestras relaciones con el macrocosmos... Cómo comer, dormir, lavarse, respirar, amar... Estos son los conocimientos que debemos adquirir.
Lo esencial en la vida es saber cómo podemos entrar en armonía con el mundo superior, el mundo divino.
Jesús dijo: “Pedid y se os dará… Buscad y hallaréis… Llamad y se os abrirá…”
Estas palabras se refieren a la oración. Es muy importante saber rezar. A menudo, no sólo los hombres no saben rezar sino que sienten una cierta repugnancia de hacerlo y menosprecian al que reza. Rezar no es una costumbre que esté de moda. Uno se cree instruido y sabio, y para un sabio, naturalmente, es estúpido rezar a Dios. “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá...” Estas palabras sólo se explican por el conocimiento de esta trinidad formado por el intelecto, el corazón y la voluntad que se encuentra en el hombre.
“Pedid y se os dará...” Pedir, pero, ¿qué? ¿Quién pide en nosotros?... Y, ¿quién busca?... ¿Quién llama?... El que pide es el corazón; el que busca, es el intelecto; la que llama, es la voluntad. El corazón pide, pero no pide ni la ciencia, ni la luz, ni la sabiduría; no, reclama el calor, la ternura, el amor. Y el intelecto, no pide, busca; pero no busca ni el calor ni el amor, ya que con el calor el intelecto no funciona bien, se duerme; busca métodos, busca la luz. Y la voluntad llama porque está prisionera y quiere espacio y libertad para crear. Aquí tenéis otra aplicación del símbolo del triángulo.
El corazón tiene como ideal el amor divino; el intelecto tiene como ideal la sabiduría divina; la voluntad tiene como ideal el poder divino. La libertad sólo nos viene a través de la verdad, que es la fusión del amor y de la sabiduría. Jesús lo dijo: “La verdad os hará libres...”
Si queréis aún profundizar en esta cuestión, os diré que el amor, la sabiduría y la libertad no son otra cosa que el elixir de la vida inmortal, la piedra filosofal y la varita mágica que buscaban los sabios. Sí, el elixir de vida inmortal nos lo dará el amor. Hasta ahora se le ha buscado siempre en vano porque sin el amor no puede encontrarse. Únicamente el amor nos da la vida verdadera, la vida inmortal. El que busca reclama la sabiduría, la luz, porque no se buscan las cosas en la oscuridad sino en plena claridad. He ahí por qué la palabra “buscar” está ligada a la luz, a la sabiduría. Y el que busca la luz encontrará la piedra filosofal, el mercurio de los sabios, la clave que permite comprender los lazos que existen entre las cosas, y todos los secretos de la naturaleza. El que tiene una voluntad justa y recta hará que la puerta se abra; se le dará la libertad y encontrará la varita mágica.
El elixir de vida inmortal, es el amor divino.
La piedra filosofal, es la sabiduría divina.
La varita mágica verdadera, es la verdad que nos trae la libertad absoluta.
Así pues, cuando Jesús decía: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”, sobreentendía que para que una oración sea eficaz, es necesario que se haga con la participación de los tres principios: el intelecto, el corazón y la voluntad. Entonces sí, sois escuchados, porque vuestro ser está enteramente conectado con el mundo invisible. Si no obtenéis resultados, no debéis por ello concluir que Dios no existe, sino que rezáis mecánicamente, sin que vuestro corazón y vuestra voluntad participen en la oración.
Os contaré ahora un par de anécdotas que os aleccionarán más que todos los discursos sobre la oración. En un convento vivía un monje muy sencillo y hasta cierto punto muy ignorante; pero cada día, lavando los platos y barriendo – lo que era su ocupación cotidiana – decía con todo fervor: “Dios mío, lava mi alma como yo lavo estos platos... Limpia mi corazón de sus impurezas como yo limpio este suelo...” Rezando de esta manera durante años llegó a ser tan puro, tan iluminado, tan santo, que todos los obispos y los cardenales vinieron a verle para consultarle, porque le visitaba el Espíritu Santo.
Y he ahí la segunda anécdota. Un obispo quiso un día pasearse en barca en un gran lago de montaña. Al otro lado del lago, descubrió, a la orilla del agua, a un pastor que apacentaba su ganado, con un rostro iluminado por la paz y la alegría. El obispo le llama, le pregunta si cree en Dios y cómo reza. El pastor, muy contento por este honor, responde muy humildemente: “Es muy sencillo, para dar gracias a Dios, coloco mi bastón sobre la hierba y salto por encima de un lado a otro...” El obispo indignado, exclama: “¡Pero esto es insensato! No se reza así. Te voy a enseñar cómo hay que hacerlo...” Y le explica extensamente al pastor cómo debe arrodillarse y qué frases debe pronunciar para expresar su gratitud al Señor. El pastor escuchaba con mucha humildad y se sentía muy contento de aprender a rezar mejor. El obispo se marcha y sube de nuevo a la barca que se aleja de la orilla... Estaba ya lejos cuando vio correr hacia él al pastor gritando: “Padre mío, volvedme a decir las palabras de la oración, que las he olvidado...” Viéndole caminar sobre el agua, el obispo, asustado, respondió: “Hijo mío, reza como quieras, pues sabes de eso más que yo...”
En la vida sucede que nos encontramos con personas simples que no tienen ningún saber filosófico o científico, pero que viven verdaderamente. ¿Por qué Cristo no se presentó como un sabio?... Comprendedlo bien, no tengo nada contra los sabios, yo mismo procuro saber el máximo posible de cosas; pero quiero haceros comprender que, a menudo, olvidamos lo que es más importante en la vida: la gratitud hacia el Señor. Tenemos conocimientos inútiles y, por otra parte, pensamos que el mundo está mal construido, que nosotros podríamos diseñarlo mejor, naturalmente, y corregimos el plan de Dios según nuestro juicio.
Objetaréis que la ciencia está por encima de todo, pero no es así. Debemos aprender la gratitud. Si cada día damos gracias al Señor, si estamos contentos de todo lo que nos ha dado, poseemos el secreto mágico que puede transformar toda nuestra vida. El que da gracias aumenta el amor y la luz que lleva en sí, y mejora sus acciones. Mira el mundo con otros ojos, y un día se da cuenta de que los hombres se le abren porque esparce la luz y el gozo a su alrededor. Los que se topan con él dicen: “Debemos hacer algo por este hombre, ¡es tan simpático!” Y Dios entra en su corazón, a fin de ayudar a través suyo a quien Le da las gracias.
Si los bancos de arriba están cerrados, por más que llaméis por todas partes, nadie os dará nada, porque en realidad no son los hombres los que dan. Si los bancos celestiales están cerrados, nadie os escuchará y desde arriba se impedirá que los hombres os den cualquier cosa.
Cuando os digo que sois muy ricos, no me creéis, y sin embargo, puedo probaros que sois millonarios sin saberlo. Diré: “Te quejas de ser pobre... Pues bien, dame tus manos por 10 millones...” Os negáis a dármelas por este precio. “Entonces, dame tus ojos por 100 millones...” También os negáis, y si os pido vuestra lengua o vuestra nariz por sumas fantásticas, os continuáis negando. Entonces, ¡es que sois multimillonarios! ¿Acaso es considerado como pobre el que posee propiedades y palacios, aún cuando no tenga dinero líquido en las manos? Pensáis que sois pobres porque no poseéis monedas de oro o billetes de banco, pero este dinero, en realidad, no es de ninguna utilidad real para nosotros.
No sabéis lo que es más importante para vosotros. Vuestra tranquilidad, por ejemplo, la dais frecuentemente por nada, y cuando queréis presentaros ante Dios, no tenéis el rostro interior adecuado. Con frecuencia, dais también vuestro intelecto por nada. Debéis saber que en la naturaleza existe una jerarquía de valores, y hay que distinguir, en adelante, aquello que es más importante de lo que no lo es tanto.
Consideremos de nuevo la imagen del prisma. Si el vértice del prisma está abajo, el abanico de colores se extiende desde el violeta (arriba), hasta el rojo (abajo).
Los colores nos enseñan cómo entrar en relación con los mundos superiores y con todas las fraternidades blancas de la tierra.
El color rojo es el que posee las vibraciones. de más baja frecuencia; está ligado a las necesidades vitales del hombre. En el triángulo corazón-intelecto-voluntad, del que os hablé la última vez, representa la voluntad. El amarillo representa la inteligencia, la sabiduría; y el azul representa los sentimientos religiosos, la dulzura, la música, el corazón.
Todos los colores tienen una relación con nuestro cerebro, cuyos centros son como antenas que captan cada una de las ondas particulares. Si tenéis una serie de diapasones que dan notas diferentes y hacéis vibrar uno, todos los demás se quedan mudos. Por el contrario, si tenéis un diapasón idéntico al que hacéis vibrar, lo oiréis resonar al mismo tiempo que éste. Nuestro cerebro está construido según las leyes de la naturaleza. Todos sus centros son como diapasones diferentes, construidos para que vibren en resonancia solamente con ciertas ondas. Supongamos que las vibraciones del color rojo alcanzan al cerebro; únicamente los centros situados en la parte posterior del cráneo se ponen a resonar. El rojo excita el amor sexual (centro situado en la parte de atrás de la cabeza), y los centros que se encuentran por encima y por detrás de las orejas, que corresponden a la destrucción y a la crueldad.
Podéis verificar que todos los animales salvajes tienen una cabeza muy ancha al nivel de las orejas. Todos los seres que tienen esta parte particularmente desarrollada son muy crueles, criminales y destructores, excepto si sus centros espirituales están también lo suficientemente desarrollados como para impedir que se manifiesten sus tendencias criminales.
Las vibraciones del color amarillo pasan a través de todos los órganos, pero los únicos diapasones que responden a ellas son los centros situados en medio y en lo alto de la frente. Si nos sumergimos en el color amarillo, desarrollamos las cualidades científicas y filosóficas. Si nos bañamos en la luz azul, ésta excitará los centros de la espiritualidad situados en la cúspide de la cabeza.
En la naturaleza circulan toda clase de corrientes; unas nos vivifican, y otras, por el contrario, nos disgregan. Nosotros podemos utilizar las propiedades de estas corrientes para descender al infierno o para elevarnos hacia las cumbres. Para entrar en armonía con las corrientes benéficas del universo, sólo debemos tener pensamientos elevados y sentimientos puros y espirituales.
El sábado pasado, os dije que en el estómago se encuentra la alquimia de la vida, que en la respiración y la circulación se encuentra la astrología, que el cerebro está ligado a la Cábala y los brazos a la magia. ¿De qué manera?... Cuando comemos, construimos nuestro edificio, el templo del espíritu. Si la materia que absorbemos y que sirve para esta construcción no es pura, no podemos conectar con las corrientes positivas. Si comemos carne, todas las células del reino de los animales que hemos absorbido entran en la construcción de nuestro cuerpo, pero no nos son adictas y no nos quieren. Se oponen, pues, a nuestra voluntad, y cuando queremos realizar actos superiores se niegan a participar en ellos. Con la carne, todo lo que pertenece al ámbito animal: el temor, la crueldad, etc... entra también en nosotros, y cuando queremos desarrollar nuestro ser superior, encontramos dificultades porque las células de los animales no obedecen a nuestro deseo. Tienen una voluntad propia dirigida contra la nuestra. Me diréis: “Sí, pero la carne es apetitosa...” Puede ser, pero si interrogan a los microbios, os dirían hasta qué punto la carne humana es apetitosa. Lo que aquí os digo es para aquellos que quieren evolucionar; los demás pueden actuar como mejor les parezca, pero más tarde pagarán muy caros sus errores.
Debemos comer un alimento puro, pero también introducir en nosotros sentimientos puros, pensamientos puros. Este es el mejor método para elevarnos, para escalar la pendiente de la montaña y alcanzar la cumbre.
Si estudiamos el símbolo astrológico del sol L, vemos que representa la cumbre de una montaña, ya que este símbolo es la proyección del vértice de un cono sobre su base.
El signo L es el símbolo del sol, que es el centro de nuestro sistema planetario. Esquemáticamente también representa a nuestros ojos, que son como dos montañas. El ojo derecho es la montaña del sol y el ojo izquierdo la montaña de la luna. Pero hablaremos de este tema en otra ocasión.
Ahora os contaré un viejo cuento que ciertamente conocéis. Erase una vez un rey que tenía una hija. Ya no me acuerdo por qué motivo la hija se durmió y fue encerrada en un palacio lleno de tesoros fabulosos y guardado por un dragón. Numerosos príncipes intentaron liberarla, pero ninguno lo consiguió. Un día, sin embargo, un príncipe más valiente, más noble y más hermoso que los demás, logró la victoria y amansó al dragón, el cual le sirvió de cabalgadura para viajar por el espacio con la princesa. ¿Qué significa esta historia?... La princesa, es nuestra alma, y el dragón que está dentro de nosotros representa nuestras pasiones, nuestros vicios... El príncipe que consigue salvar a la princesa, es nuestro espíritu. La libera gracias a la sabiduría – pues el príncipe era sabio –, gracias al amor – ya que el príncipe amaba ardientemente a la princesa y fue ese amor el que le permitió atravesar todas las pruebas – y gracias a la voluntad, que es el verdadero poder. El amor, la sabiduría y la verdad, nos permiten dominar las pasiones que están dentro de nosotros, transformarlas, y, finalmente, utilizarlas para actuar en el mundo. Lo cual significa que para salvar nuestra alma de las garras del dragón – del principio de las pasiones –, debemos pedir cada día el amor divino, debemos buscar todos los métodos de la sabiduría divina, y debemos llamar sin cesar para obtener la libertad.
Existe un principio absoluto en la naturaleza: todo lo que es inferior debe obedecer a lo que es superior; pero si lo superior cae en el error, lo inferior se subleva y lo destruye. Si la raza blanca, por ejemplo, se obstina en no ocuparse más que de la satisfacción de sus tendencias egoístas, despertará (como ha empezado ya a hacerlo) las fuerzas maléficas que existen a su alrededor, y éstas tratarán de manifestarse a través de cualquier medio. Este fenómeno de despertar progresa lentamente, como un deslizamiento de tierra o una corriente de lava, pero a una escala gigantesca. Llegará un día en que las consecuencias serán de una envergadura tal que afectarán a Europa entera. Esto ha sido predicho siempre por los astrólogos: si la raza blanca no se corrige, las razas amarilla y negra, que están sumisas y obedientes, despertarán y la destruirán. Dada la forma en que los occidentales resuelven los problemas, sus soluciones no pueden aportar más que catástrofes. El intelecto no basta, el saber no basta... Aparecerá otra cultura: la del amor y la fraternidad entre los hombres.
Entre el mundo superior y el mundo inferior existen barreras que son parecidas a la que representa el plexo solar, diafragma astral que impide a los elementos inferiores subir a un plano superior. Cuando el hombre es puro, su plexo solar puede preservar al organismo de la invasión de elementos inferiores; pero cuando no vive según las leyes de la naturaleza, se deja invadir por las fuerzas de abajo. Si persisten en esa vida de impureza y desorden, los europeos romperán las barreras invisibles que les protegen, y darán a las fuerzas negativas la posibilidad de manifestarse en todos los planos de la existencia. No hay palabras para expresar lo que ocurrirá. Una sola cosa puede salvar a Europa: el lazo vivo de amor fraterno entre todos los hombres.
Francia es, actualmente, mi país; la quiero sinceramente. Podemos hacer mucho por vuestra patria; eso depende de vosotros, de todos. Debemos preparar unas ondas poderosas, pidiendo al Cielo que su bendición descienda sobre Francia, sobre Europa, sobre toda la humanidad.
Antes de terminar, volveré rápidamente sobre algunas ideas. No permitáis que vuestra conciencia descienda hasta el punto en que ya no sintáis en vosotros el poder del espíritu, en que las condiciones materiales os aplasten. Subid a la cumbre de las altas montañas espirituales en donde podréis respirar el aire puro y desde donde veréis claramente todas las cosas. Que en vuestras oraciones participen vuestro intelecto, vuestro corazón y vuestra voluntad. Pedid el elixir de vida inmortal que es el amor divino. Buscad la piedra filosofal que es la sabiduría divina. Llamad con la voluntad para obtener la libertad con acciones justas, honestas y verídicas. Entre todos los conocimientos, escoged los que os enseñan a nadar en el océano de la vida. Es preciso saber que la única fuerza que permite realizar milagros en la vida no se encuentra en los conocimientos filosóficos y teóricos, sino en la simplicidad de la existencia y en la manifestación del amor, de la fe y de la esperanza. Ocurre como en el cuento del pastor, el cual, con su vida simple y sincera, estaba más cerca de la verdad que el obispo, a pesar de su saber teórico. Si queremos cambiar nuestro destino, desarrollemos en nosotros el sentimiento del agradecimiento, porque en la gratitud se encuentra una fuerza mágica más poderosa y eficaz que la de todos los talismanes fabricados por los hombres. Si queremos dominar nuestras pasiones y nuestros instintos y que todas nuestras células obedezcan nuestras órdenes, comamos un alimento puro, vegetariano. Únicamente la vida pura puede preservarnos de la invasión de las fuerzas inferiores. La pureza es la barrera que nos pone al abrigo de todas las invasiones maléficas. Gracias al amor, a la sabiduría y a la verdad, nosotros, los príncipes verdaderos, salvaremos nuestras almas perseguidas por el dragón, y unidos a ellas, montados sobre el dragón vencido, volaremos por el espacio para visitar el universo del que contemplaremos la belleza y escucharemos la armonía celestial. Entonces, comprenderemos cuán grandiosa es la vida y cuán llena de sentido está.
¡Pedid y se os dará!
¡Buscad y hallaréis!
¡Llamad y se os abrirá!
París, 5 de Febrero de 1938