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I

¿NATURALEZA HUMANA... O NATURALEZA ANIMAL?

Al venir al mundo, todo ser humano trae consigo antiguas tendencias heredadas de un pasado muy lejano en que poseía características comunes a los animales: características que se han grabado en él para siempre. Nadie se ha liberado ni desprendido de este pasado. La diferencia entre los seres estriba en que algunos, iluminados por la luz de la Ciencia iniciática, saben dominar sus tendencias animales, mientras que los demás, que se hallan privados de esta luz, o no la han aceptado, no pueden hacer otra cosa que manifestar sus tendencias inferiores. Es normal y natural: para ellos, es la Ciencia iniciática la que es anormal y antinatural mientras que a los ojos del mundo divino es la Ciencia iniciática la que es totalmente natural.

La mayoría de los humanos no saben discernir entre lo que es natural y lo que no lo es. Hablan de seguir los consejos de la naturaleza, de imitar a la naturaleza, de ajustarse a sus leyes. Si, pero ¿de qué naturaleza hablan? No existe una sola naturaleza sino dos: la inferior y la superior. Muchos de los que dicen que “obedecen a la naturaleza”, se oponen en realidad a la naturaleza superior, mientras que aquellos que han decidido liberar en ellos la naturaleza divina, se esfuerzan por limitar y maniatar la naturaleza animal. Reina una gran confusión en el pensamiento de los humanos, por eso es necesario que se conciencien de la existencia en ellos de una naturaleza superior que tiene manifestaciones opuestas a lo que llaman la naturaleza humana, pues esta “naturaleza humana” no es, en realidad, más que su naturaleza inferior, heredada del reino animal. Cuántas veces para justificar ciertas debilidades, se oye decir: “Es humano” y en realidad, si se piensa con detenimiento, “es humano” significa simplemente: es animal. No está escrito en ninguna parte que el hombre deba abandonarse a tales debilidades.

Los animales están muy bien tal como son. Ya que el único problema para ellos es sobrevivir, es preciso que coman, que se cobijen, se reproduzcan, se defiendan... Para ello, la naturaleza les ha dotado de instintos a los que obedecen y que se llaman instintos de conservación, de procreación, de agresividad, etc... Es natural pues que los animales se muestren egoístas, crueles, temerosos... Sin embargo el caso de los hombres es diferente: la Inteligencia cósmica les ha dado la razón y otras cualidades y virtudes que les permiten ir más allá de los instintos; aunque todavía posean la naturaleza animal también tienen otra naturaleza que deben desarrollar. Por supuesto, no digo que sea fácil y que se pueda hacer de la noche a la mañana. ¡La naturaleza animal está todavía tan cerca, con sus instintos, su codicia!

Si os observáis, podréis constatar fácilmente que existen en vosotros algunas tendencias arraigadas profundamente que no os pueden ser arrancadas, mientras que otras os deben ser estimuladas sin cesar mediante consejos, lecturas, plegarias, ya que sino, pueden desaparecer completamente. No es necesario, por ejemplo, cuando sentís hambre, sed, sueño, necesidad de poseer ciertas cosas o de saborear algunos placeres, que alguien os lo recuerde, todo ello está ya tan arraigado en vosotros que, aunque quisierais, no podríais erradicarlo. Pero cuando se trata de razonar, de mostrarse sabio, precavido o de manifestar cualidades de desinterés, de generosidad, es preciso siempre que se os estimule. Hay, pues, en el hombre, una parte que está ahí, fuerte, que puede funcionar por sí misma, y otra parte muy distinta, mucho más débil y que es preciso proteger. Y esto es así porque la naturaleza instintiva ha tenido en el hombre, a través de las reencarnaciones, durante siglos y milenios, el tiempo suficiente para desarrollarse y fortalecerse, mientras que la inteligencia, el razonamiento, la sabiduría son de reciente aparición.

En realidad, la inteligencia y la sabiduría son anteriores a todas las demás manifestaciones, pero como están muy alejadas del hombre, deben hacer un largo recorrido para llegar a manifestarse en él. La sabiduría es anterior a la creación del mundo. Se ha dicho en la Biblia: “Yo, la sabiduría, he sido la primera de las obras del Eterno, he existido desde la eternidad, desde el principio, antes del origen de la tierra... Cuando El puso los cimientos de la tierra, yo estaba en la obra cerca de El haciendo todos los días sus delicias...” Así pues, la sabiduría apareció la primera, pero se instaló en el hombre recientemente, por lo que aún es frágil, mientras que el instinto, en cambio, está ahí, arraigado sólidamente.

No os asombréis pues, si al vivir en el mundo experimentáis sus influencias. Pues en realidad, no se trata de influencias sino de vuestra propia naturaleza, vuestra naturaleza instintiva, prehistórica, que se despierta y se deja arrastrar por manifestaciones con las que se siente afín sin que la razón pueda intervenir. Para justificaros, decís: “Ah, he tenido malas influencias y he hecho tonterías!” No; tenéis en vosotros algo que os empuja a seguir estas influencias, lo cual es perfectamente normal. Todos los humanos arrastran dentro de si su pasado animal: la astucia de unos, la crueldad, la voracidad o la sensualidad de otros... Pero ahora hay que trabajar para desarrollar la inteligencia que debe hacerse en vosotros lo suficientemente fuerte como para resistir a esa vieja naturaleza instintiva. Este es el problema que tenéis y que tenemos todos que resolver: aprender a no ceder siempre ante nuestra naturaleza inferior.

Evidentemente, esta naturaleza es poderosa, pero no por ser poderosa, estar bien afianzada y tenernos en sus manos, debemos capitular. Es fuerte, pero sólo porque ha tenido mucho tiempo para poder introducirse. Y añadiré que si es egoísta, malvada, incluso cruel, es porque ha vivido en condiciones muy difíciles. Mirad todo lo que tienen que afrontar los animales para poder sobrevivir, todas las dificultades que tienen para encontrar su alimento, para encontrar un cobijo y conservarlo, para protegerse de los otros animales... ¿Cómo queréis que esta naturaleza que ha vivido en tales condiciones, sea ahora dulce, buena, comprensiva? Pues no; fue preciso que se mostrara egoísta, cruel, vengativa, para luego ser perfecta en sus manifestaciones.

La naturaleza inferior ha adquirido, pues, el derecho de tener un lugar en el sol y ha cumplido perfectamente su cometido; pero ello no representa la última etapa del desarrollo humano y es ahora cuando la inteligencia, la razón y la sabiduría deben manifestarse.

Tomemos el ejemplo del miedo. Es un instinto muy fuerte en los animales. La naturaleza ha dotado a los animales de miedo para hacerles conscientes del peligro e impulsarles a protegerse. Es, pues, un guía perfecto que les salva, y a través de él, aprenden. Todos los seres deben empezar por ser miedosos. Más tarde, en un grado más avanzado de su evolución, la Inteligencia cósmica interviene y los libera de este obstáculo, reemplazando el miedo por la inteligencia; es mejor saber, conocer, comprender, que tener miedo y permanecer ignorante. Es normal que los animales conserven el miedo que les salvará del peligro porque no tienen inteligencia; pero no sería natural que el hombre, que posee este nuevo elemento, este factor de progreso que es la inteligencia, conservase todavía el miedo del estado animal, ya que entonces no evolucionaría.

Podemos pues, enunciar la siguiente ley: aquello que es bueno y aconsejable para la naturaleza en un momento determinado, no lo es en otra época. Así sucede con muchas cosas en la vida: ¡trabajamos con todas nuestras fuerzas para obtenerlas y después debemos trabajar igualmente con todas nuestras fuerzas para deshacernos de ellas! La sabiduría consiste en saber cuánto tiempo hay que conservarlas y cuándo hay que desprenderse de ellas. Este ejemplo del miedo debe hacernos reflexionar: al hombre ya no le está permitido tener miedo.

He aquí otro ejemplo: supongamos que un joven siente cierta atracción por una chica y experimenta el deseo de echarse sobre ella: pues bien, esto es natural. Sí, pero si da rienda suelta a este tipo de impulsos ¿qué será de él? Seguirá siendo un animal. En este momento es cuando interviene la otra naturaleza, que le aconseja: “Hay que dominarse, contenerse, controlarse”; y evidentemente se puede afirmar que ésta es una naturaleza antinatural... Lo mismo le ocurre a aquél que necesita lo que posee su vecino: la naturaleza lo incita a robar; lo necesita y esto es todo, nada de cuentos ni de escrúpulos. Pero llega la naturaleza superior y le dice: “Ah no, no, esto pertenece a otro hombre, no debes quitárselo, no tienes derecho a ello. Si lo quieres, tendrás que pagar...” Ahí está la inteligencia, la justicia, la moral.

Todos los hombres siguen los impulsos de la naturaleza, pero la cuestión es saber si se trata de la naturaleza animal o de la naturaleza divina. Desgraciadamente, la mayoría de los seres están apegados con absoluta fidelidad, a la naturaleza animal. Sí, fieles, sinceros, convencidos de que es la que deben seguir, pero cuando llega el día en que se intenta hacerles comprender que existe en ellos otra naturaleza que deben desarrollar, ¡ah! entonces, ¡que complicada se vuelve la vida para ellos! Pero es necesario: el edificio en cuya construcción han trabajado nuestros antepasados durante siglos, era maravilloso, magnífico, pero llega un momento en que envejece, está carcomido, a punto de derrumbarse: debe ser demolido para construir uno nuevo. Sí, un edificio puede ser magnífico en determinadas condiciones, pero éstas cambian y entonces deja de ser conveniente. Quizá hay que recuperar algunos elementos para utilizarlos en una nueva construcción, como se recuperan algunas vigas y chatarra de un edificio en ruinas, pero es necesario destruirlo.

Jesús ha dicho: “Si no morís, no viviréis...” Sí, es necesario morir para vivir: morir en la naturaleza inferior para nacer en la naturaleza superior, como el grano que debe morir en la tierra para empezar a germinar. Si no muere, es decir, si no renuncia a estancarse inútilmente en el granero, lo cual es otra forma de muerte, no vivirá, es decir, no producirá frutos. También nosotros, si nos mantenemos en nuestras viejas concepciones, nunca estaremos vivos. Es preciso suprimir las viejas formas y adoptar otras nuevas, magníficas, ¡entonces si que viviremos! ¿Acaso creéis que Cristo quería nuestra muerte? ¡No! “Si no morís...” significa: si no cambiáis las formas, las costumbres, la manera de pensar. Pero El no quería nuestra muerte, precisamente dijo: “Yo soy la resurrección y la vida...” Quería que nos sintiéramos tan vivos como El...1 Por lo tanto no queda más que un camino: aceptar morir en la naturaleza inferior para nacer en la naturaleza divina.

1 Ver las conferencias: “Si no morís, no viviréis” (La alquimia espiritual, tomo 2 de las Obras completas), y “La resurrección y el Juicio final” (Tomo 9).

Naturaleza humana y naturaleza divina

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