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II

LA NATURALEZA INFERIOR, REFLEJO INVERTIDO DE LA NATURALEZA SUPERIOR

Durante miles de años, los hombres han tratado de estudiar y conocer la estructura de su vida psíquica, imaginando numerosos modos de división. Unos han adoptado el 2 (el espíritu y la materia, lo masculino y lo femenino, lo positivo y lo negativo, el cielo y la tierra, el bien y el mal). Otros han adoptado el 3 (pensamiento, sentimiento, voluntad). Lo que corresponde también a la división de la teología cristiana: (espíritu, alma, cuerpo). Los alquimistas dividen al hombre en 4, según los 4 elementos: Tierra, agua, aire y fuego. Los astrólogos lo dividen en 12, de acuerdo con las 12 constelaciones. Los hindúes y los teósofos lo dividen en 7: cuerpos físico, etérico, astral, mental, causal, búdico, átmico. Los cabalistas lo dividen en 3, en 4, en 9 o en 10... Finalmente para algunos, el hombre es una unidad indivisible. Sea cual sea el punto desde donde se mire, siempre resulta verdadera; todo depende del ángulo desde donde se miren las cosas.

Para simplificar la cuestión diremos que el ser humano es una unidad perfecta, pero que esta unidad está polarizada, es decir, que se manifiesta en dos direcciones, bajo dos aspectos diferentes. El hombre está hecho de dos naturalezas: la naturaleza inferior y la naturaleza superior, que tienen las mismas facultades de pensar, de sentir y de actuar, pero en dos direcciones contrarias. A estas dos naturalezas yo las defino como la personalidad y la individualidad.

Lo que hay que comprender en primer lugar es que, aunque la naturaleza inferior se opone a la naturaleza superior, su origen está también en lo alto, en el Espíritu. En el origen de todo está el Espíritu, he aquí una verdad que siempre debéis tener presente. Cuando el Espíritu quiso manifestarse, tuvo que procurarse vehículos adaptados a las regiones cada vez más densas de la materia a las que iba a descender. A estos vehículos se les llama cuerpos. Del más sutil al más denso, se encuentran los cuerpos átmico, búdico y causal, que corresponden a nuestra naturaleza superior, la individualidad; y después, los cuerpos mental, astral y físico, que corresponden a nuestra naturaleza inferior, la personalidad. Los cuerpos físico, astral (o cuerpo del sentimiento) y mental (o cuerpo del pensamiento) reproducen a un nivel inferior los cuerpos átmico, búdico y causal.


Diréis: “Pero si la personalidad es un reflejo de la individualidad, ¿cómo puede ser tan limitada, débil, ciega y propensa a equivocarse?” Os responderé: cada uno de nosotros posee esta individualidad que es de esencia divina: ella habita en las regiones celestiales donde goza de la mayor libertad, de la máxima luz, vive feliz y en paz, posee todos los poderes. Sin embargo, sólo puede manifestarse en las regiones más densas de la materia a través de los tres cuerpos inferiores (la personalidad), en la medida que estos se lo permiten. Una persona que aquí abajo es débil, ignorante, malvada, es al mismo tiempo, arriba, una entidad que posee conocimientos, amor y poder. Por lo tanto, en un mismo ser encontramos abajo esa limitación y arriba esta riqueza y esta perfección.

La Ciencia esotérica nos explica que el hombre es un ser de una gran riqueza y complejidad, y sobre todo que hay en él mucho más de lo que aparenta exteriormente. Esta es la gran diferencia entre la Ciencia esotérica y la ciencia oficial. La ciencia oficial dice: “Nosotros conocemos bien al hombre, se le puede dividir en muchas partes, está constituido por tales órganos, tales células, tales sustancias químicas que hemos identificado y dado nombres. Este es el hombre completo...” Mientras que la Ciencia esotérica, no sólo afirma que el hombre posee otros cuerpos, además del cuerpo físico, sino que explica su naturaleza y su función.

Por el momento, la individualidad no puede manifestarse plenamente a través de estas regiones más densas y espesas de la personalidad. Se precisa mucho tiempo, muchas experiencias, ejercicios y estudios durante siglos y milenios, para que los cuerpos que constituyen la personalidad puedan expresar las cualidades y virtudes de la individualidad. Pero el día en que estén desarrollados, el cuerpo mental se volverá tan sutil y afinado que comenzará a comprender, al fin, la sabiduría divina. El cuerpo astral será capaz de alimentar los sentimientos más nobles y más desinteresados, y el cuerpo físico tendrá todas las posibilidades de actuar, de ser resistente.

Como no existe una verdadera separación entre las dos naturalezas, la individualidad intenta siempre influir con sensatez sobre la personalidad, pero ésta, que quiere ser independiente y libre, obra a su antojo, obedeciendo muy pocas veces a los impulsos que vienen de arriba. Aunque está animada, vivificada, alimentada, sostenida por la individualidad, se opone a ella hasta el día en que finalmente, gracias a los esfuerzos del hombre que ha trabajado con determinación y tenacidad en este sentido, la individualidad consigue infiltrarse en la personalidad para controlarla y dominarla. Entonces la personalidad se vuelve tan sumisa y obediente que se identifica con la individualidad; ésta es la verdadera fusión, el verdadero matrimonio, el auténtico amor.2 Esto es lo que, en la Ciencia esotérica, se llama llegar a “unir los dos extremos”. Uno de estos extremos es la personalidad, que es triple, como Cerbero, el perro de las tres cabezas que guardaba la entrada de los Infiernos; y el otro extremo es nuestra individualidad, que es también una trinidad, nuestra naturaleza divina.

Esta fusión, esta unión, este matrimonio tan deseable debe producirse un día... Pero ¿cuándo? Es difícil saberlo; en cada uno tendrá lugar de forma distinta. Mientras tanto, he aquí el trabajo del discípulo: en medio de las vicisitudes, de las tribulaciones de la vida, debe llegar a someter la personalidad a la individualidad, a esta voluntad divina que está por encima de él, para convertirse en un instrumento dócil a su disposición. Este es el objetivo de todos los ejercicios y prácticas enseñados en las escuelas iniciáticas.

En realidad, todo tiene su origen en Dios, y también nuestra naturaleza inferior. Suponed que buscáis oro: tenéis el mineral y debéis extraer de él el metal. Aunque diferentes, el oro y el mineral con su ganga, tienen el mismo origen, ya que toda la materia tiene el mismo origen. “Pero, – os preguntaréis – ¿Cómo Dios, siendo de una naturaleza tan diferente a la materia, pudo formar algo tan opaco y tan pesado?” Puedo explicároslo con un ejemplo muy sencillo.

Para crear el mundo, Dios procedió exactamente igual como la araña que teje su tela. Si, la araña nos muestra como Dios creó el mundo. Diréis: “¿Una araña? ¿Acaso es tan sabia?” No sé qué estudios universitarios puede haber cursado, pero si la observáis, si comprendéis bien lo que hace, obtendréis grandes conclusiones filosóficas. Observadla mientras teje su tela: es todo un universo, una construcción geométrica, matemática, impecable. ¿Cómo lo hace? Pues bien, primero segrega un líquido que, al endurecerse, forma un hilo muy fino, flexible y elástico, con el que empieza a construir su tela.

También los caracoles me han instruido. El caracol posee un cuerpo blando, mientras que su caparazón es duro... En apariencia el caracol y su caparazón son dos cosas diferentes; sin embargo él lo ha segregado, y poco a poco este caparazón se ensancha porque, por medio de su cuerpo etérico, el caracol absorbe sus minúsculos intersticios y separa las partículas de materia. El caracol es distinto a su caparazón, pero él es quien lo ha segregado y engrandecido.

Esta imagen nos permite comprender que Dios ha creado el mundo emanando una materia sutil que enseguida se ha solidificado. Diréis: “Pero, estas son historias increíbles...” Quizá, pero un buen día las personas más instruidas querrán conocerlas. En apariencia, el animal y su concha son dos cosas diferentes, pero en realidad son una misma y única materia ya que es el animal quien ha formado su casa con su secreción. Pues bien, os asombraréis si os digo que ocurre lo mismo con la individualidad y la personalidad: la personalidad es opaca, densa, rígida como un caparazón, mientras que la individualidad es ligera, móvil, viva. Son diferentes y, sin embargo, tienen un mismo origen.

Nuestro Yo superior, la individualidad, se ha formado un vehículo, la personalidad, como el caracol ha fabricado su concha segregando de sí mismo una sustancia que luego condensó. Nosotros también llevamos nuestro cuerpo físico como el caracol lleva su concha: es nuestra casa, y nosotros habitamos dentro. Lo grave es que se ha enseñado al hombre a identificarse con su caparazón y no con el factor activo de su formación: el Espíritu. Es por ello que es débil, limitado, impotente y se equivoca. El cuerpo no es el hombre sino solamente su vehículo, su caballo, su instrumento, su casa: el auténtico hombre, es el Espíritu, el espíritu todopoderoso, ilimitado, omnipotente. Y gracias a esta identificación, el hombre llega a ser verdaderamente fuerte, iluminado, inmortal y divino.

Sabed, pues, que todos vosotros sois divinidades... Sí, sois divinidades y vivís en una región muy elevada en donde ya no hay limitaciones, ni oscuridad, ni sufrimientos, ni tristeza, ni desaliento. Allí estáis en la plenitud. Pero esta vida que vivís en lo alto no podéis todavía hacerla descender aquí, sentirla, comprenderla, ni manifestarla, porque la personalidad no os lo permite. Esta es obtusa, opaca, está mal adaptada o mal sintonizada, como una radio que no llega a captar ciertas emisoras. Las ondas que la Inteligencia cósmica propaga de arriba, por las regiones sublimes, son tan rápidas, tan cortas y la materia de la cual la personalidad está formada es tan densa y pesada que ésta no puede vibrar acorde con los mensajes divinos: se le escapan, le pasan sin dejar rastro, y el hombre no se imagina siquiera lo que está viviendo en realidad en las regiones más elevadas de su ser.

Evidentemente existen medios para remediar esta situación. Si os decidís a aplicar ciertas reglas de vida pura, si tenéis el deseo de convertiros, al fin, en hijos e hijas de Dios, vuestro corazón se mostrará más generoso, vuestra inteligencia se iluminará, vuestra voluntad se fortalecerá. La personalidad se convierte así en un instrumento cada vez más apto para expresar la vida sublime de la individualidad, hasta el día en que ambas se fusionen y no constituyan más que una sola cosa: entonces ya no habrá personalidad; la personalidad y la individualidad se convertirán en una entidad perfecta.

Mientras tanto, tenéis de vez en cuando algunas revelaciones, algunas intuiciones como relámpagos que brillan y os deslumbran. Pero eso no dura mucho tiempo y de nuevo vuelven las nubes. Algún tiempo después, contemplando un paisaje, leyendo un libro, rezando o meditando, de nuevo sentís que estáis viviendo un gran momento. Pero, una vez más, este momento no es duradero... Así es la vida del hombre: alternancias constantes de luz y de tinieblas hasta el día en que al fin será la expresión de la Divinidad y vivirá la nueva vida, el renacimiento completo.

El centro de la personalidad es el cuerpo astral, el cuerpo de los deseos; de ahí provienen todas las sugestiones, los impulsos que nos influencian negativamente. El cuerpo astral impulsa y el cuerpo mental efectúa las combinaciones y composiciones precisas para satisfacerle. Esto es lo que debéis comprender. Nuestros deseos son los que dictan nuestro comportamiento; y, aunque el intelecto es superior a ellos y capaz de detenerlos e imponerse, se pone a su servicio. ¿No es verdad? Mirad: el mundo entero pone su inteligencia al servicio de sus deseos, de sus pasiones, de sus apetitos. Toda la instrucción, todos los conocimientos, toda la riqueza cultural que el hombre posee, lo pone al servicio de algo oscuro, gris, sombrío, que no se sabe de donde procede, de un lugar subterráneo y tenebroso... La gente más instruida, más sabia, más erudita está al servicio de fuerzas y de impulsos poco claros. Esta es la triste realidad y sino me creéis, comprobadlo.

Cuando el cuerpo astral se ponga al servicio del intelecto, o mejor aún, cuando el intelecto esté al servicio del alma y del espíritu, se producirá la perfección... Y ésta es precisamente la función de la oración: someter el cuerpo físico, astral, mental, es decir la trinidad inferior que piensa, siente y actúa egoístamente, a la trinidad superior que también piensa, siente y actúa pero divinamente, para el mundo entero. La mejor oración que podemos hacer es pedir que la individualidad se adueñe de todo nuestro ser. Mientras la personalidad esté ahí, tratando de imponerse, aunque la individualidad consiga infiltrarse de vez en cuando para darnos buenos consejos o concedernos sus bendiciones, no puede mantenerse porque la personalidad es la que mantiene el poder. Por esta razón nada se puede arreglar... Es cierto que la individualidad consigue de vez en cuando ayudarnos, proyectar sobre nosotros chispas e inspiraciones que nos deslumbran, pero ello no dura mucho tiempo: pasado el momento se retira porque el ser humano prefiere seguir relacionándose con la personalidad.

Algunos dirán: “Pero esto es idiota, no tiene sentido, no es verdad, no lo creo”, y seguirán viviendo la vida de la personalidad. Bueno, que hagan lo que quieran. Un día verán donde estaba la verdad, pero hasta entonces, ¡cuánto tiempo perdido! Por eso es preferible aceptar la verdad enseguida... Sí, aceptarla y ejercitarse para avanzar, sin reparar en obstáculos. Ello no quiere decir que os convirtáis de pronto en una divinidad, claro que no. Caeréis, os levantaréis, volveréis a caer, os volveréis a levantar... os desalentaréis, después recobraréis el ánimo... hasta que al fin la conciencia divina, impersonal, la conciencia de la individualidad se asiente y adquiera consistencia.

2Ver “El verdadero matrimonio” (Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, tomo 8 de las Obras completas).

Naturaleza humana y naturaleza divina

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