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II

LAS RELACIONES ENTRE EL ESPÍRITU Y EL CUERPO

El hombre posee un espíritu de esencia divina que participa en todos los acontecimientos del universo. Pero como la materia de los órganos encargados de recibir los mensajes del espíritu no está suficientemente refinada ni es lo suficientemente sutil, muy pocos de esos mensajes llegan hasta su conciencia. Es por eso que, así como los alquimistas se cuidaban de la transformación de la materia, el hombre debe ocuparse de su cuerpo físico, debe purificarlo, espiritualizarlo y divinizarlo.

Los alquimistas tenían razón al no ocuparse más que de transformar la materia. Nosotros también debemos trabajar en ese sentido, debemos dar a nuestro cuerpo físico alimentos y bebidas sanas, aire puro, rayos de sol, e incluso rodearlo de todo aquello que es bello: formas, colores, perfumes... Sí, ¿os sorprende? El espíritu no tiene necesidad de que vosotros os ocupéis de él, porque es omnisciente, todopoderoso y libre como Dios. Pero sí que debéis ocuparos de vuestra materia para transformarla, pues vuestro espíritu tendrá así más y más posibilidades de manifestarse en el plano físico.

Pero ésta es una cuestión que no ha sido del todo comprendida, incluso por los espiritualistas. Muchos creen que es al espíritu al que es necesario purificar, ennoblecer, y por el contrario, descuidar el cuerpo físico, despreciarlo incluso. Como el espíritu se manifiesta por medio del cuerpo de una forma imperfecta, ellos piensan que es el espíritu el imperfecto y que debe ser desarrollado, reforzado, purificado. No, el espíritu es una chispa purísima salida de Dios y dotada de facultades infinitas; ahora bien, es necesario proporcionarle las condiciones favorables para que pueda manifestarse. Se da el caso de que ciertos seres, pensadores, artistas, místicos, entran en estados tan extraordinarios de inspiración, de iluminación, que llegan a palpar las realidades sublimes, pero cuando vuelven de estos estados, apenas comprenden lo que les ha pasado. Esto prueba que si mejoramos en el hombre sus capacidades de recepción, si le situamos en condiciones en que su espíritu pueda manifestarse mejor, nos daremos cuenta de sus posibilidades inauditas.

Consideremos el ejemplo de un hombre que es mentalmente retrasado o enfermo; su espíritu no está retrasado ni enfermo, pero sí lo está el órgano a través del cual su espíritu debe manifestarse, el cerebro, que sufre algunas anomalías. Es exactamente como un virtuoso al cual le diéramos un piano desafinado. Haga lo que haga, y a pesar de su buena voluntad o de su virtuosismo, no conseguirá más que sonidos espantosos. No es el virtuoso el culpable, sino el piano. El cerebro por medio del cual el espíritu debe manifestarse, es exactamente como el piano que debe tocar el virtuoso. Ya veis entonces, cuál es el estado de la materia de los distintos cuerpos (físico, astral y mental). El hombre debe trabajar para purificarla, de lo contrario el espíritu no llegará a transmitirle parte de sus poderes. El espíritu es una chispa divina, y todos los poderes, todo el saber del Señor, están contenidos en su quintaesencia; sólo es necesario darle el instrumento conveniente. Y el cuerpo físico es justamente uno de los instrumentos que Dios ha dado al hombre, un instrumento de una extraordinaria riqueza, construido con una sabiduría indescriptible. Y he aquí que algunos han despreciado y rechazado el cuerpo físico porque es material, mientras que el espíritu, ¿comprendéis?, el espíritu es noble, divino...

Vosotros me diréis, seguramente, que en la actualidad los humanos han comprendido la importancia del cuerpo físico. Sí, pero no en el sentido correcto; se ocupan del cuerpo físico para darle la alimentación, la higiene, el confort, los placeres sensuales, para que sea seductor, atractivo, pero no para que se convierta en un instrumento del espíritu. Está escrito en los Evangelios: “Sois los templos de Dios vivo...” Ahora bien, ¿es el espíritu o el cuerpo el templo de Dios? El espíritu no puede ser el templo puesto que es inmaterial; el espíritu es el oficiante, aquél que hace la ceremonia. Está claro que el templo es el cuerpo físico, pero eso no ha sido aún bien comprendido. ¡Cuántas cosas escritas en los Evangelios necesitan aún aclaración!

El espíritu es Hijo de Dios, es un principio inmortal, ¿qué podríamos nosotros añadirle? Por tanto, es en el cuerpo físico donde está nuestro trabajo. Nuestros problemas, nuestras dificultades, nuestros sufrimientos, están en el cuerpo físico. Es necesario volverlo tan puro, tan invulnerable, tan inaccesible al mal y a las enfermedades, tan vivo y sutil, que se transforme verdaderamente en el portavoz del espíritu, un medio de expresión para todo el cielo, a fin de que todas las maravillas del universo puedan aparecer a través de él. Por el momento el cuerpo físico no es un templo, sino más bien una taberna en la que todo el infierno viene a divertirse. Nos servimos de él para las cosas más abominables, pensamos que está ahí para eso. Pues no, el cuerpo está hecho para llegar a ser el instrumento ideal del espíritu, y cuando el cuerpo llega a ser este instrumento, es capaz de realizar curaciones, proyectar luces, desplazarse en el espacio... Un día, ya lo veréis, el hombre hará maravillas con su cuerpo físico. Para el espíritu es muy fácil; cuando deja el cuerpo que es pesado y torpe, puede ir por todas partes, es libre, nada le retiene, sube hasta las estrellas, penetra en los océanos... Pero el cuerpo no está aún preparado para tales empresas.

Esto que os he dicho es muy importante. La historia de la humanidad demuestra que muy raramente los hombres han sabido qué lugar deben asignar al espíritu y al cuerpo. Para algunos no hay más que espíritu, y el cuerpo al ser despreciado, languidece. Pero si el cuerpo es despreciable y si sólo cuenta el espíritu, no deberíamos descender sobre la tierra, deberíamos permanecer arriba, allí donde está el espíritu. Si descendemos, si encarnamos en la tierra, es porque tenemos un trabajo a realizar aquí. La misión del espíritu al descender y tomar un cuerpo físico es trabajar en la tierra a fin de transformarla en un magnífico jardín, donde el Señor vendrá a pasearse. Si hubiéramos de rechazar la materia, ¿ para qué habríamos descendido aquí? ¿Para qué penetrar en esta tierra si no es para sublimarla, para volverla luminosa y transparente como el espíritu? Cuando Jesús decía: “Que se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo”, hablaba ya de que el resplandor del espíritu debe manifestarse en la materia. Desgraciadamente, cuando los hombres encarnan en la tierra olvidan la misión que vienen a realizar, y cuando retornan arriba, no han hecho otra cosa que destrozar y ensuciar la materia sobre la cual debían trabajar. Ha llegado el momento de ocuparse de la materia, (la materia es tanto nuestro cuerpo físico como la tierra), para transformarla, haciendo descender el espíritu, pues es el espíritu quien anima, libera e ilumina... Dios ha dispuesto todas las riquezas y todas las posibilidades en el hombre, pero en tanto el hombre no se ocupe del espíritu que está en su cuerpo físico, es como una tierra que no ha sido fertilizada, no puede producir nada. A pesar de que el hombre posee todo en potencia, es como si no poseyese nada. La ignorancia de esta verdad hace mucho mal a algunos. Se creen privados de una cantidad de posibilidades que otros poseen, se ven pobres, desprovistos de todo, mientras que otros parecen privilegiados. Y no es así; ellos poseen los mismos talentos, las mismas cualidades que los otros, pero no han conseguido manifestarlas porque no han trabajado para armonizar su cuerpo físico y su espíritu.

Las diferencias que se observan entre los humanos no se deben a que sus espíritus estén en distintos grados de evolución, no. Todos los espíritus son llamas, todos los espíritus son chispas, todos los espíritus son una quintaesencia, una parte del Señor, exactamente como las gotas de agua del océano son un resumen del océano. Todos los espíritus son idénticos, pero, una vez separados del Señor, esas chispas tienen una misión que cumplir, han de atravesar regiones diferentes y, por lo tanto, registrarán impresiones, conocimientos y emociones distintas. La diferencia pues, está solamente ahí; ciertos espíritus han recorrido unas regiones y los demás otras. En su esencia, en su quintaesencia, en su naturaleza sublime, los espíritus son los mismos, sólo los cuerpos físicos no son los mismos. Fueron construidos en base a un mismo modelo perfecto, pero sus grados de evolución son distintos; aquellos que han evolucionado es porque han trabajado más o menos en otras encarnaciones para hacer de sus cuerpos un instrumento del espíritu.

La verdad, pues, es que todo está en nosotros. Es evidente que el tiempo es necesario para la materialización, para la concretización de todas las posibilidades del espíritu, pero nuestro espíritu tiene, efectivamente, todas las posibilidades. Si pensáis más a menudo en esta verdad, os ayudará enormemente en vuestra evolución.

Tomemos un ejemplo: los humanos están acostumbrados a esperarlo todo del exterior, lo cual en cierto modo es normal, ya que no podrían vivir sin un cierto número de cosas que ellos reciben del exterior: el agua, el aire, el sol, los alimentos. Somos criaturas y todas las criaturas, toda la creación está obligada a recibir ciertos alimentos del exterior. Sólo el Creador escapa a esta ley. El no tiene necesidad de que otros Le alimenten. Y como ha dejado algo de El mismo en cada criatura, esa chispa, ese espíritu que es de la misma naturaleza que El, puede crear aquello que necesita. Y así cada criatura, en lugar de depender siempre de lo externo, lo que la limita, pues a menudo lo que espera no le viene, puede actuar interiormente por medio de su pensamiento, su voluntad y su espíritu, captando así los elementos que le alimentarán y le sanarán. Es por eso que la Enseñanza que os es la del espíritu, es la del Creador, y no la de la materia, la de lo creado. Si vosotros no aceptáis la Enseñanza del espíritu creador, siempre seréis débiles, dependientes, estaréis limitados, a merced de las circunstancias.

El error de los humanos está en que, identificándose con la materia, quedan engullidos por ella y no tienen fuerzas para reaccionar. No imaginan que podrían identificarse con el espíritu, con ese espíritu que no tiene necesidad de elementos externos para crear, que toma los elementos de sí mismo; como el Señor que ha creado el mundo a partir de su propia quintaesencia.

Ha llegado el momento de salir de esta realidad engañosa de la materia para entrar en la realidad interior del espíritu, que es la realidad de todos los grandes Maestros. Reflexionad bien sobre esto: El Creador y las criaturas... Depende de vosotros el que sigáis siendo una criatura o que os convirtáis en un creador. ¿Me creéis?... ¡Puede ser que ninguno de vosotros me crea! Sí, no obstante, yo sé que vosotros me creéis, pero decís: “¡Ah! Maestro, ¿y las circunstancias, las condiciones?... ¡La vida es tan difícil!” Yo bien lo sé; lo sé, incluso, mejor que vosotros. ¿Dónde creéis que vivo yo? Exactamente en las mismas condiciones que vosotros, en medio de las mismas circunstancias, en el mismo mundo. Pero yo pienso de otra manera que vosotros, he aquí la única diferencia.

Así pues, dejad de esperar siempre la ayuda del exterior... y cesad también de creer que es del exterior de donde provienen los inconvenientes. La mayor parte de los hombres se creen impecables; la culpa es siempre del marido, del vecino o del régimen político, o bien de la falta de dinero, de alimento, del mal tiempo... Ellos no dirán jamás que es su detestable filosofía lo que les prepara un futuro catastrófico y, sin embargo, es eso lo que poco a poco los mete en el atolladero. Es necesario reemplazar esa filosofía de la materia por la filosofía del espíritu. Sólo así os volveréis fuertes, poderosos, independientes y libres.

Así pues, reflexionad. Lo que es verdad para las criaturas, no es verdad para el Creador. Las criaturas dependen demasiado del mundo exterior, de las circunstancias: os sitúan aquí, allá y vosotros debéis someteros. Así pues llegad a ser creadores, entrad en el dominio del espíritu que crea, que forma, que modela, y todo cambiará, ya no dependeréis tanto del mundo exterior, seréis más libres y dueños de vuestro destino.

La libertad, conquista del espíritu

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