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I

Los sistemas teocéntrico, biocéntrico y egocéntrico

Conferencia improvisada (notas taquigráficas):

Estoy muy contento de haberos leído hoy la carta que acabo de recibir de mi Maestro*. Habéis comprendido su contenido: todo es claro, luminoso, límpido. Pero hay quizá una frase cuyo sentido no habéis penetrado bien y sobre el que me gustaría daros algunas explicaciones. El Maestro dice: “Existen tres sistemas en la vida: los sistemas egocéntrico, biocéntrico y teocéntrico. Todos los hombres se clasifican en uno u otro de estos sistemas...”

* Ver la conferencia “El Maestro de la Fraternidad Blanca Universal en Bulgaria: Peter Deunov” (El segundo nacimiento, tomo 1 de las Obras completas).

El significado de estos términos es fácil de definir. El sistema egocéntrico (del griego ego, yo) tiene como centro el yo, el individuo. El sistema biocéntrico (del griego bios, vida) tiene como centro la vida, con todas sus diferentes manifestaciones. Finalmente, el sistema teocéntrico (del griego theos, dios) tiene a Dios como centro. ¿Veis?, hay, pues, tres centros: el yo, la vida y Dios. Podemos, por otra parte, encontrar también estos tres centros en el hombre mismo: el sistema egocéntrico tiene su sede en el vientre y las vísceras, el sistema biocéntrico en el corazón y los pulmones, y el sistema teocéntrico en el centro del cerebro, en la glándula pineal.

El sistema egocéntrico está relacionado con la “personalidad” *, con todas las fuerzas en el hombre que utilizan exclusivamente medios egoístas para salvaguardar sus intereses y sus bienes más materiales.

* Ver la conferencia “El mayordomo infiel - personalidad e individualidad” (La alquimia espiritual, tomo 2 de las Obras completas).

El sistema biocéntrico ya está más vuelto hacia los demás. Predispone a los seres a hacer intercambios, a fundar una familia, a participar en la vida de la sociedad. A diferencia del sistema egocéntrico, que lleva siempre al hombre a vivir sólo para sí mismo, el sistema biocéntrico le impulsa a trabajar para la colectividad, a ensanchar el círculo de su actividad, de sus preocupaciones.

El sistema teocéntrico supera en amplitud al sistema biocéntrico; sólo hay sitio en él para lo que es impersonal y divino, para las cualidades y actividades de nuestro Yo superior, que se da como tarea llevar todo hacia Dios y establecer su Reino en cada criatura.

Los hombres que pertenecen al sistema egocéntrico son limitados, obtusos y groseros. Son incapaces de ver que existe un mundo con unas preocupaciones superiores a las suyas. Representan a la mayoría de la humanidad que sólo piensa aún en satisfacer sus necesidades más primitivas. Pasan, a veces, por ser muy inteligentes, porque se las arreglan bien a expensas de los demás, pero no saben que con semejante actitud van a desmoronarse poco a poco hasta convertirse en abono químico.

Los hombres que pertenecen al sistema biocéntrico trabajan para preparar las vías de comunicación y para construir puentes espirituales. Se lanzan al espacio para estudiar, investigar y hacer partícipes a los demás de sus hallazgos. Sirven de intermediarios entre los hombres de la primera categoría y los de la tercera. Son los artistas, los filósofos, los investigadores.

En cuanto a los hombres que pertenecen al sistema teocéntrico, sirven igualmente de conexión; conducen a los seres del sistema biocéntrico hacia un ideal más elevado, hacia el Creador del universo. Son los místicos y los filósofos más notables, los Iniciados, los grandes Maestros.

Estos tres sistemas, egocéntrico, biocéntrico y teocéntrico, se encuentran también por todas partes en la naturaleza: en las piedras, las plantas, los animales, las estrellas... pero los estudiaremos particularmente en el hombre.

Os dije hace un rato que en nosotros estos tres sistemas tienen su sede en el estómago, en el corazón y los pulmones, y en la cabeza. Pero también los encontramos representados en el rostro: el sistema egocéntrico en la boca, el sistema biocéntrico en la nariz y el sistema teocéntrico en los ojos. A través de la boca el hombre no cesa de introducir en él los alimentos que sirven para su propia conservación. La nariz... en los animales es el olfato que sirve para establecer el primer contacto; ¡y también en el hombre se dice que es el “olfato” el que regula sus relaciones con los demás! Asimismo, a través de la nariz la vida penetra en los seres, gracias al aire. Se dice en el Génesis que Dios insufló un alma viviente en el hombre a través de sus orificios nasales. Respiramos por la nariz, y la respiración es la vida. En cuanto a los ojos, son la representación del sistema teocéntrico, porque con los ojos contemplamos la luz, la verdad, la belleza.

Estas correspondencias, en realidad, no son absolutas, porque, según sus manifestaciones, cada órgano puede representar a más de uno de los tres sistemas: ego-, bio- o teocéntrico. Tomemos el caso de la boca: ésta representa el sistema egocéntrico cuando comemos pollos, jamones, morcillas, pero representa el sistema biocéntrico cuando se dirige a otros seres en las conversaciones, los intercambios; y representa el sistema teocéntrico cuando habla de todo lo que es elevado, sublime, y que da un sentido a la vida. Podemos decir lo mismo para los demás órganos en los que volvemos a encontrar también los tres niveles de actividad.

Estudiemos ahora estos tres niveles desde el punto de vista frenológico. Encontraremos el sistema egocéntrico en la región situada alrededor de las orejas (detrás y por encima de ellas) y en la región situada en la parte alta del cráneo. Mirad este esquema: el centro 1 trata de impulsar la manifestación de la personalidad y las tendencias egoístas. Los centros 2, 3 y 4 tratan de defender a la personalidad y de protegerla para que pueda realizar sus tendencias (fig. 1).


Centros egocentricosCentros biocéntricosCentros teocéntricos
Fig. 1Fig. 2Fig. 3

Después, el sistema biocéntrico está representado por dos regiones situadas, una en la parte de detrás de la cabeza, y otra, en la parte de delante, en la frente (fig. 2). Las partes 5, 6 y 7, situadas en la parte de detrás del cráneo, dan al hombre el deseo de casarse, de fundar un hogar, de tener hijos. Las partes 8, 9 y 10, tratan de procurarle todos los medios intelectuales que le llevarán a la realización de lo que desea.

El sistema teocéntrico está representado por las regiones situadas en lo alto de la cabeza, en una y otra parte de la línea mediana del cráneo (fig. 3). Estos centros son tres; son los centros del amor, de la esperanza y de la fe en Dios, las tres virtudes teologales.

Según el desarrollo de cada una de estas partes del cráneo, podemos clasificar a los hombres, adivinar sus tendencias, sus inclinaciones.

El pabellón de la oreja representa igualmente los tres sistemas:

– el lóbulo, el sistema egocéntrico: cuanto más grueso y ancho es, tanto más predomina el egocentrismo;

– el antehélix, el sistema biocéntrico;

– el hélix, el sistema teocéntrico.


Estos tres sistemas los volvemos a encontrar también en el desarrollo de la vida del hombre. Cuando el niño es pequeñito no hace más que comer, beber; se lo lleva todo a la boca; todo lo que cae en sus manos le parece bueno para comer, y se imagina que el mundo entero debe contentar todos sus caprichos. No piensa ni en sus padres, ni en sus hermanos y hermanas; es el ejemplo perfecto del sistema egocéntrico. Pero soportan al pequeñito, le aman y le protegen porque saben que un día entrará en otro sistema...

Cuando el niño crece no sale completamente del sistema egocéntrico, pero empieza a desarrollarse en el sistema biocéntrico, entabla amistades, relaciones. Años después, se hace adulto, funda un hogar, participa en la vida social a través de su profesión y de sus convicciones políticas; está completamente sumergido en el sistema biocéntrico. Pero pasa el tiempo y el hombre envejece; se siente cansado de tanto pensar en sí mismo y en los demás, que a menudo le han decepcionado. Se prepara para irse al otro mundo, se despoja de sus riquezas y la idea de Dios y del más allá le preocupa; su pensamiento se acerca al sistema teocéntrico.

Hablo en general, claro, porque en realidad no es necesario envejecer para entrar en el sistema teocéntrico; algunos jóvenes ya están en él desde muy temprano, mientras que hay ancianos que siguen hundidos en el sistema egocéntrico.

Tomemos ahora un ejemplo de la astronomía, con los Soles, los planetas y los cometas. Los cometas son unos cuerpos celestes que no giran en torno a ningún Sol; su trayectoria es imprevisible, son los vagabundos del espacio. La vida de los hombres conectados con el sistema egocéntrico es idéntica a la de los cometas errantes; sólo hacen caso a sus caprichos y no se puede contar con ellos. Es mejor evitar encontrarles, porque son peligrosos y, lo mismo que los cometas, su aparición en la vida es, según las antiguas tradiciones, un signo de desgracia.

A diferencia de los cometas, los planetas giran alrededor de un centro, de un Sol, y describen en el espacio una trayectoria regular. De la misma manera, los discípulos gravitan en torno a un Iniciado o a un Maestro. Cada día, la vida que llevan en contacto con el centro les enseña algo nuevo y útil. Sobre los planetas se desarrollan una flora, una fauna, una civilización. Lo mismo sucede con los hombres que se parecen a los planetas. El movimiento de los planetas no es perfectamente regular, a veces se alejan y otras se acercan al Sol. Esto es lo que se produce también para los discípulos: a veces se acercan y otras se alejan de su ideal, se encuentran alternativamente en la alegría y en la pena.

Los hombres que se parecen a los Soles son los Iniciados y los grandes Maestros de la humanidad; llevan en sí mismos la luz, el calor y la vida, y gravitan en torno a un centro casi desconocido aún por los humanos: Dios. No pasan, como los planetas, de la luz a la oscuridad, o de la alegría a la tristeza; ignoran los cambios interiores.

Echemos un rápido vistazo al movimiento de los cometas, de los planetas y de los Soles. Los cometas tienen una trayectoria ininterrumpida. La trayectoria que describen los planetas es una espiral. En cuanto a la trayectoria que describen los Soles, podemos decir que es un círculo cuyo centro se encuentra en el infinito.

Si miramos al hombre, encontramos en sus miembros (piernas y brazos) la línea quebrada. La espiral está en el torso: la caja torácica, con los movimientos de inspiración y de espiración y las dos circulaciones venosa y arterial; es la vida de los planetas con la alternancia de los días y las noches... Y el círculo es la cabeza, que representa simbólicamente el movimiento de los Soles alrededor del centro, Dios, situado en el infinito. Esto significa que los hombres que se encuentran en el sistema egocéntrico viven en los brazos y las piernas del Hombre cósmico, Adam Kadmon, como le llaman los cabalistas. Aquéllos que están conectados con el sistema biocéntrico viven en su corazón y sus pulmones. Y los que están conectados con el sistema teocéntrico viven en su cabeza.

Si buscamos estos tres sistemas entre los insectos, encontramos que la araña es el símbolo del sistema egocéntrico, la hormiga el del sistema biocéntrico, y la abeja el del sistema teocéntrico. Muchos otros insectos pueden representar estos tres sistemas, pero estos tres ejemplos bastarán.

La araña vive solitaria, atrae las moscas, y cuando una de ellas se deja coger en sus redes, corre a buscarla para llevársela al centro de su “sistema”, la telaraña, y comérsela. Las hormigas, aunque todavía pertenecen al sistema egocéntrico, ya han entrado en el sistema biocéntrico: viven agrupadas y organizadas en sociedades. Pero las abejas las superan, porque el objetivo de su trabajo es dar algo preciado a otros seres de una evolución superior a la suya. Las arañas y las hormigas trabajan solamente para sí mismas, mientras que las abejas fabrican un alimento para los hombres.

¿Veis?, la palabra “teocéntrico” no significa que todo converja únicamente hacia Dios, sino que cada manifestación del ser sobrepasa la personalidad. Y la actividad de las abejas sobrepasa la personalidad, puesto que preparan la miel para los hombres. No lo hacen “para Dios”, pero ya no es únicamente para ellas. Este acto es impersonal y entra, pues, en el sistema teocéntrico. Algunos objetarán que las abejas preparan la miel para sí mismas y que los hombres se la roban. De acuerdo, pero, en realidad, la naturaleza les incita también a preparar la miel para los hombres, lo mismo que impulsa a los árboles a preparar sus frutos para alimentar a otras criaturas.

El término “teocéntrico” no significa obligatoriamente “que tiene a Dios como centro” y puede aplicarse también a todo acto verdaderamente desinteresado. Existen personas que, sin ser religiosas, sin ni siquiera creer en la existencia de Dios, tienen una conducta más noble y más desinteresada que ciertos religiosos que sólo piensan en Dios. Le rezan, pero siguen sumergidos en su egoísmo y en sus cálculos mezquinos. Lo que cuenta son los móviles y los motivos profundamente escondidos en los seres; son estos móviles los que les clasifican en un sistema o en otro.

En el árbol, el sistema egocéntrico está representado por las raíces, que se hunden en el suelo de donde extraen los elementos nutritivos. El tronco, con las ramas, representa el sistema biocéntrico, porque es por el tronco por donde suben y bajan todas las fuerzas vitales; el tronco representa el puente, la conexión que une las raíces a las hojas, las flores y los frutos. Y el sistema teocéntrico corresponde a las hojas, a las flores y a los frutos. A partir de las hojas la vida impersonal del árbol empieza a manifestarse, y acaba en los frutos, que son la más alta expresión de la impersonalidad. Los árboles que no dan frutos todavía no están evolucionados y permanecen conectados con los sistemas biocéntrico y egocéntrico.

Según su grado de evolución, el hombre puede girar en torno a sí mismo, en torno a su familia y a la sociedad, o en torno a Dios. Girar alrededor de sí mismo es la peor condición, porque

el círculo que se describe de esta manera es extremadamente estrecho y se reduce cada día más. Girar en torno a su familia o a la sociedad todavía no representa las mejores condiciones de desarrollo, aunque el círculo que se describe así ya sea mucho más grande. Las mejores condiciones son realizadas cuando giramos en torno a Dios, porque, poco a poco, se desatan nuestras ataduras con la Tierra y nos sentimos dispuestos para lanzarnos a volar hacia el espacio, a viajar por el universo. Los grandes Iniciados pueden abandonar libremente su cuerpo porque viven en el sistema teocéntrico. Su movimiento interior es tan intenso que nada puede obstaculizar su impulso o impedirles actuar.

Existen, pues, varias clases de amor y cada una de ellas se caracteriza por la extensión de su campo de acción. Podemos así distinguir el amor a uno mismo, el amor a la familia, el amor al país, el amor a la raza, el amor a la humanidad y el amor al Creador. En cada una de estas formas de amor el círculo se agranda, el campo de acción no cesa de extenderse. En el sistema egocéntrico sólo hay un camino, una dirección: descendemos hasta el centro de la Tierra. El sistema biocéntrico presenta dos posibilidades: la izquierda o la derecha, abajo o arriba, adelante o atrás. Pero en el sistema teocéntrico encontramos numerosos caminos, unas posibilidades ilimitadas de elección: es la libertad total.

En los anales de la humanidad se conservan informaciones relativas a la caída de los primeros hombres. Con el primer pecado, toda la creación fue arrastrada en la caída: los animales, la vegetación, y hasta la Tierra. Entonces, el eje de la Tierra se inclinó formando un ángulo de 23º 27’ en relación a su posición de origen.


El pecado original, pues, tuvo como consecuencia la inclinación del eje de la Tierra, lo que provocó un cambio en la posición de las corrientes magnéticas y eléctricas terrestres. Y, al mismo tiempo, el corazón humano, que antes estaba situado exactamente en el centro del pecho, inclinó su punta hacia la izquierda.

Ahora, el eje de la Tierra está regresando a su posición primitiva, y este movimiento va a provocar grandes transformaciones telúricas. Las plantas producirán entonces unos frutos impregnados de fuerzas y de virtudes nuevas que extraerán del reino mineral. El reino animal sufrirá igualmente modificaciones debido a las que se habrán producido en las plantas, y lo mismo sucederá en los hombres. De momento, ninguna de estas transformaciones aparece todavía; permanecen ocultas, únicamente los seres sensibles las perciben. Pero antes de que el eje de la Tierra vuelva a su posición primitiva, la humanidad pasará a través de grandes pruebas para ser purificada. Más tarde, todo se volverá luminoso: las piedras, las aguas de los ríos serán luminosas, la materia se volverá transparente...

De momento, la vegetación, las frutas y las verduras que comemos están impregnadas de fuerzas negativas. La Tierra es un gran cementerio regado con la sangre de los hombres e impregnado con sus crímenes. Los que trabajan los campos y los jardines lo hacen la mayoría de las veces sin amor, en un estado de rebelión interior: sus pensamientos y sus sentimientos entran en las simientes y envenenan la tierra y sus frutos. Un día, los humanos serán instruidos en el arte de cultivar la tierra de acuerdo con las reglas iniciáticas; las semillas absorberán entonces las fuerzas cósmicas de otra forma muy distinta, y los frutos comunicarán sus virtudes a aquéllos que los coman. Si los hombres están enfermos es porque, con su ignorancia, están creándose sin cesar unas condiciones de vida malsanas. Sin saberlo, comen cadáveres, caminan sobre cadáveres y duermen sobre cadáveres.

Gracias al sistema teocéntrico todo podrá ser restablecido en el mundo. Este sistema debe ser comprendido en el sentido más amplio del término, es decir, como una vida llena de amor, de justicia y de bondad. Para llevar una vida equilibrada, el discípulo debe girar en torno a Dios, servirle, cumplir su voluntad. Sólo podemos trabajar para el Señor instruyendo a los demás, conduciéndoles hacia la Fuente, dándoles ejemplo de amor, de bondad, de sacrificio, lo que corresponde al sistema biocéntrico. Pero, para poder hacer este trabajo, debemos ser fuertes, sanos, sólidos, resistentes, es decir, debemos desarrollarnos bien nosotros mismos, lo que corresponde al sistema egocéntrico. Ésta es, pues, la razón de ser de los dos sistemas, egocéntrico y biocéntrico: cuando se ponen al servicio del sistema teocéntrico, encuentran su justificación. El hombre se convierte entonces en un ser completo. Pero, si el hombre no está conectado en primer lugar con el sistema teocéntrico, la vida que lleva en contacto con los demás y su vida personal pierden completamente su sentido. Esto es lo que debéis comprender bien.

Estoy muy contento de haberos dado algunas aclaraciones sobre esta frase de la carta del Maestro. Espero que éstas os permitan dirigiros mejor en la vida. Son explicaciones sencillas, elementales, pero extremadamente importantes.

Y ahora, para terminar, quisiera leeros algunos pasajes del libro Las palabras sagradas del Maestro:

Cuando algo turbe tu mirada, capta, detrás del velo de las formas transitorias, el infatigable trabajo del Espíritu que tiende a elevar las almas hacia el Eterno. Detrás de cada forma ve la imagen del Eterno.

Las formas no son más que la envoltura; en nada turban al discípulo porque éste busca siempre la idea eterna que trabaja en las formas y les da valor. De esta manera se une al mundo del Espíritu, a la vida del universo.

Que nadie sea puesto al corriente de tus experiencias espirituales hasta que no hayas identificado en ti un punto de apoyo muy seguro.

Debes estar siempre en contacto con el Dios del Amor. El pecado nace fuera de Dios.

Es necesario que el discípulo pase algún tiempo en la soledad para hacerse fuerte. Así se consolida el pensamiento.

Bajo los rayos del Sol, las flores se abren y los frutos maduran. El alma del discípulo sólo crece en el amor divino.

El discípulo es feliz por la elevación de cada alma y contribuye a ella. Hay una ley del mundo espiritual que dice: “ ¡Cuando uno se eleva, todos se elevan!”

Cuando el discípulo comprende exactamente a su Maestro, está preparado para recibir y siempre le será dado.

¡Intensa es la vida del discípulo! El discípulo pasa por alegrías y profundas penas que el mundo no conoce. Es la pena de todas las simientes enterradas en la tierra oscura y la alegría de todas las flores que han crecido y se han abierto a la luz.

La Verdad excluye todo placer. La Sabiduría excluye toda ligereza. El Amor excluye toda violencia.

El discípulo vive en la luz. Éste es el único mundo real. La sombra no es real. Evita todo pensamiento, todo sentimiento que sean de naturaleza tal que hagan entrar las tinieblas en tu conciencia.

¡Ten conciencia de ti mismo solamente como Alma! Considérate como un Alma viviente que aspira a unirse a Dios.

La contemplación son minutos sagrados en los que imágenes sublimes toman posesión de la conciencia del discípulo. La contemplación es indispensable para el discípulo, para que pueda ver claro dentro sí mismo y actuar en consecuencia.

El discípulo oye siempre hablar a Dios en su alma. Todo temor desaparece entonces y una paz profunda reina en él. Es libre.

El discípulo no espera que la felicidad venga de fuera. Se instruye, trabaja sobre sí mismo y en el mundo, pero sin olvidarse en él. La supuesta felicidad del mundo es como el carcelero que abre las puertas de la cárcel, hace salir a los prisioneros durante unos instantes y después los vuelve a hacer entrar en ella.

Debes sentirte como un alma viviente que persigue un triple objetivo: sentir, pensar y actuar de acuerdo con Dios. Todos los demás hombres son para ti almas que deben amar a Dios. Los discípulos de la Fraternidad Universal no son hombres y mujeres, sino almas.

Las pruebas no son más fuertes que el ideal del discípulo; por eso, sólo en las pruebas podemos reconocer al discípulo. El discípulo es más fuerte que las condiciones difíciles, porque está por encima de ellas. Lleva dentro de sí lo divino.

El discípulo resuelve las cuestiones más difíciles en medio de una calma absoluta cuando todos duermen y sólo Dios vela. La dulce voz de Dios sólo se oye en el silencio.

El alma vive en la pureza absoluta. Cuando el discípulo no recibe como alma el amor de su Maestro, este amor se pervierte. Cuando no recibe como alma su saber, este saber se desnaturaliza.

Que el discípulo busque la luz en sí mismo. Así, cuando lo de fuera parezcan tinieblas, cuando azote la tempestad, esta luz interior iluminará su conciencia y nacerá en él el amor para lo que es grande. ¡Que guarde bien preciosamente la luz interior!

Cuando el alma recibe todo con amor, todo le es dado con amor. Para Dios, esto es una ley.

Abre cada día tu corazón ante el Bien-amado de tu alma para que su mirada penetre en él hasta sus recovecos más secretos. ¡ Abre cada día tu alma ante el Señor!

La humildad es la expresión del amor al Ser Supremo. Las cimas inaccesibles envían sus bendiciones al valle.

La inteligente naturaleza ha puesto las cosas sagradas sobre las altas cimas inaccesibles, para que únicamente las almas preparadas, las que pueden apreciarlas en todo su valor, puedan alegrarse con su pura belleza. El discípulo no debe comunicar las cosas sagradas al mundo.

Desde fuera, nadie puede pervertirte si tú mismo no lo deseas. Ésta es la augusta libertad que el Principio primero ha puesto a disposición del hombre.

El discípulo ama las flores que se han abierto en su alma: son sus bellos pensamientos, sus nobles sentimientos, sus buenas acciones. Las guarda celosamente y no permite que sean dañadas por el hielo – el pecado. ¡El discípulo ama las flores que se han abierto en su alma!

La aspiración a la pureza es la aspiración al amor. Muestra que el hombre ha salido de la vida ordinaria para acceder a una vida superior. En cuanto el discípulo adquiere la pureza, el primer rayo del amor le ilumina. Entonces aparece ante él la luminosa vida de las grandes almas, vida a la que el alma humana está predestinada. Dios mismo es quien hace eso.

¡Grande es para el hombre servir a Dios y permanecer en Su amor!

El manantial que brota de las cimas lo riega todo a su paso. Si quieres ayudar a la humanidad, ocúpate primero de transformar tu vida. Entonces actúas conforme a la ley del manantial.

La humildad es un gran manantial puro en la vida. ¡Sé humilde siempre y guarda santamente en tu alma todo lo que sale de este manantial!

Lo verdaderamente grande se encuentra más allá de lo material. Lo real, lo sublime en la vida, es lo invisible. Por eso el discípulo renuncia, poco a poco, a todo lo que es material y transitorio. Entra, entonces, en el mundo en donde reina la luz. Allí, el Maestro es bien comprendido y la vida del discípulo pasa entonces a una gama nueva y superior. Y todo eso puede ocurrir en un instante. Todo depende del discípulo.

Mientras la pequeña rama que el viento agite permanezca bien fijada al árbol, no hay ningún peligro para ella. El peligro aparece en cuanto se desprende de él. Cuando el discípulo vive en Dios, es como la pequeña rama que está bien sujeta al árbol.

Toda forma transitoria es un cuadro inacabado sobre el que trabaja el espíritu divino. El discípulo se esfuerza en ver sólo el bien en todas partes y en cada uno.

El nacimiento es un proceso ininterrumpido. Es necesario que el discípulo nazca cada día a un mundo nuevo, es decir, que adquiera cada día una nueva concepción sobre el amor, un mayor conocimiento del servicio de Dios, una visión más profunda de sus vías impenetrables. El espíritu de Dios visita cada día al discípulo y le dice una nueva palabra. Ésta hace entrar la pureza en su conciencia y la transforma enteramente. Eleva su pensamiento. ¡Espera cada día la visita de Dios!

El alma del discípulo es libre cuando se despierta para Dios. Y el discípulo no debe limitarla con los caprichos del cuerpo. La ley del karma limita al hombre, pero, en cuanto éste empieza a vivir para Dios, entra en la gracia, en el amor. Y, allí, ya es libre.

En la naturaleza, todas las formas son símbolos de un mundo ideal eterno. Son el libro en el que el discípulo lee lo que Dios ha escrito. El discípulo empieza su instrucción estudiando la naturaleza: las fuentes, las hierbas, las flores, las montañas. Allí es donde busca los justos métodos de vida y de pureza.

El discípulo se rodea siempre de una muralla de luz con el pensamiento. Debe conservar su aura impenetrable a las malas influencias de todo lo que es transitorio. Al pensar en Dios, alimenta su aura con luz divina.

El discípulo debe beber solamente del manantial. Debe preferir sufrir sed antes que beber agua impura.

Aquello que piensas, lo recibes en ti. Piensa a menudo en la verdad, en el amor, en la sabiduría, en la equidad y en la virtud. Y éstos establecerán en ti su morada. El agua que viene de las profundidades es pura.

El discípulo debe dominar su pensamiento y, con su pensamiento, servir a la verdad. Por eso es indispensable que se concentre en sí mismo. Puede pensar en la luz vivificante, en el bello ropaje de siete colores con la que está revestida y en su hablar musical. Es la gran armonía del mundo. Puede pensar también en el Sol vivificante de Dios al que todo aspira. Así se establece una perfecta armonía en la conciencia humana.

En un lago agitado no se ve nada. El lago en calma refleja las cimas de las montañas, el Cielo, el Sol y las estrellas. El discípulo debe tener un alma tranquila y un pensamiento bien equilibrado; entonces llega la clara visión de las cosas, y muchas contradicciones encuentran su solución.

En cuanto vives en el amor, crees y todo es claridad para ti. En eso reconocerás que vives en el mundo del amor. Allí no hay dudas; si dudas, ahí tienes la prueba segura de que no vives en el amor.

El discípulo debe amar el alma de los hombres y, puesto que esto es así, no debe odiar a nadie. El alma de aquél a quien amas y la de aquél a quien no amas se aman de igual manera allí arriba. Y si tú, según la carne, estableces una diferencia entre ellas, estás en el error.

El discípulo no debe estar enfermo. O, al menos, debe tomar cada enfermedad como un medio educativo a través del cual la naturaleza equilibra las fuerzas del organismo. El amor excluye toda enfermedad. Aporta la vida abundante. ¡El enfermo que se sumerge en el amor de Dios puede curarse instantáneamente!

En sus relaciones, los discípulos deben observar la regla siguiente: servicio por servicio, pero no por dinero. El dinero puede echar a perder al hombre; lleva otra imagen, mientras que el servicio lleva la imagen del amor. A través del servicio el discípulo transmite y recibe la imagen del amor. ¡La moneda de intercambio del futuro será la amistad! ¡La verdadera moneda de intercambio del futuro será el amor!

El discípulo no debe prestar servicio por dinero; eso está fuera de toda regla de la escuela divina. ¡Sólo debe servir a los demás por amor!

El discípulo debe mantener relaciones con aquéllos que están más avanzados que él para aprender de ellos. Debe frecuentar a aquéllos que son iguales a él para adquirir, gracias a la emulación que se establezca entre ellos, más celo por el estudio. Y debe descender junto a aquéllos que se encuentran más abajo para ayudarles. Si ayuda a los que están más abajo que él, será ayudado por los que están más arriba.

El alma puede manifestar su fuerza cuando no está apegada a la materia. Es fuerte cuando penetra la materia sin apegarse a ella. El discípulo debe solamente mirar a través de la materia, pero no vivir en ella.

Si el discípulo siente el vacío y el sinsentido de su vida, que contemple una noche el Cielo estrellado y la grandeza del espectáculo le llenará de ánimo.

¡Perdona siempre a causa de Dios! El perdón no proviene del hombre. Viene de Dios. Puedes estar en lucha contigo mismo, preguntándote si debes perdonar, pero debes salir vencedor de esta lucha. El primer paso gracias al cual el discípulo entra en la vida espiritual es el perdón. Sí, perdona a causa de Dios.

El discípulo debe pasar por el fuego y por el agua. Por el agua para purificarse, y por el fuego para resplandecer.

Se distinguen tres estados en la vida del hombre. El estado físico, en el que todo es inquietud. El estado espiritual, en el que se aspira a un ideal. Y, finalmente, el estado divino, en el que reina una paz absoluta. El discípulo debe haber superado el primer estado.

La iglesia del discípulo debe estar en sí mismo. “Sois el templo de Dios y el Espíritu de Dios mora en vosotros...”

Hay en el hombre una soledad mística en la que se opera su fusión con Dios. Pero eso sucede únicamente en aquél que comprende. Hay en el alma una región sagrada que es inviolable. Nadie puede franquear su umbral. Es un lugar sagrado destinado solamente a Dios.

La abeja que liba la flor sabrá hacer miel con ella; el hombre cogerá la flor, respirará su perfume y, después, la echará. El buey, en cambio, la aplastará con sus pesadas pezuñas. El discípulo debe adoptar el ejemplo de la abeja.

No le preguntarán al discípulo por cuántos sufrimientos ha debido pasar, sino lo que ha aprendido de ellos.

El discípulo debe purificar su amor sin cesar para llegar a fundirse con el amor de su Maestro. Lo pequeño sólo puede elevarse hacia lo grande gracias al amor. Únicamente el amor hace la grandeza de las cosas infinitas. Únicamente el amor puede hacer descender lo grande junto a lo pequeño, y poner lo pequeño al servicio de lo Sublime.

El discípulo debe tender siempre hacia el bien. El bien es el fruto del amor. El amor es el fruto del espíritu. Y el espíritu es la manifestación de Dios.

La oración aporta inmediatamente una purificación. El discípulo debe rezar continuamente. Debe ponerse a resguardo de las influencias transitorias levantando a su alrededor el sólido escudo de la oración, de los pensamientos puros y de un incesante amor por Dios.

Sólo os he leído algunos pasajes del libro del Maestro. Esperemos que en otra ocasión nos sean dadas buenas condiciones para proseguir esta lectura.

Sólo el amor de Dios aporta la plenitud de la vida.

Paris, 2 de abril de 1938

Los dos árboles del paraíso

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