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I

Dulzura y humildad

(Jesús entre los dos ladrones)

“Conducían, al mismo tiempo, a dos malhechores que debían ser ejecutados con Jesús.

Cuando llegaron al lugar llamado Cráneo, le crucificaron allí, así como a los dos malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda. Jesús dijo: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. Se repartieron sus vestiduras, echándolas a suertes.

El pueblo estaba allí, y miraba. Los magistrados se burlaban de Jesús diciendo: Salvó a otros; ¡que se salve a sí mismo, si es Cristo, el elegido de Dios! Los soldados también se burlaban de él; se acercaban y le ofrecían vinagre diciendo: Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!

Encima de él había esta inscripción: Éste es el rey de los judíos.

Uno de los malhechores crucificados le injuriaba diciendo: ¿No eres Cristo? ¡Sálvate y sálvanos! Pero el otro le reprendía y decía: ¿No temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Para nosotros es justicia, porque recibimos lo que han merecido nuestros crímenes; pero éste no ha hecho nada malo. Y le dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. Jesús le respondió: En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso...”

San Lucas 23: 32-44

Todas mis conferencias tienen como tema esencial el ser humano, y éste será también, nuestro tema de reflexión, esta tarde, pero desde otro punto de vista que en las conferencias precedentes. Lo que os diré será muy sencillo y, al mismo tiempo, muy complejo, porque tendremos que interpretar símbolos.

Para la ciencia materialista el ser humano está compuesto únicamente de materia (células, moléculas, átomos), no es otra cosa más que su cuerpo físico. Mientras que la ciencia espiritual enseña que, más allá del cuerpo físico, el hombre posee también lo que la religión cristiana llama el alma y el espíritu. No me detendré en las diferentes divisiones que han sido propuestas por todos aquéllos que han meditado sobre el psiquismo humano. Hoy adoptaremos la que dio Jesús cuando dijo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu pensamiento y con toda tu fuerza...” Estas palabras indican que, para Jesús, el corazón, el intelecto, el alma y el espíritu son los cuatro principios de nuestra vida psíquica. Porque la palabra “fuerza ” concierne al espíritu; según la Ciencia iniciática, únicamente el espíritu posee la verdadera fuerza. Si queremos encontrar también estos cuatro principios en el sistema de los hindúes, que es también el de los teósofos, diremos que el corazón designa el cuerpo astral, el alma el cuerpo búdico, el intelecto el cuerpo mental, y el espíritu el cuerpo causal, que está relacionado con el cuerpo átmico (la fuerza). Estos cuatro principios juntos habitan en el cuerpo físico.

El corazón y el alma son los vehículos de nuestras emociones, de nuestros sentimientos y de nuestros deseos; pero mientras que el corazón es la sede de los sentimientos y de las emociones ordinarias ligadas a los instintos, a las codicias y a las frustraciones, el alma es la sede de las emociones y de los impulsos espirituales y divinos. Es en el plano búdico donde se sitúa el amor puro, desinteresado, que hace que el hombre sea capaz de hacer sacrificios y que le impulsa a unirse con todos los seres superiores del universo.

Entre el intelecto y el espíritu existe la misma relación que entre el corazón y el alma. El intelecto, el cuerpo mental, es el vehículo de los pensamientos y de los razonamientos ordinarios, que sólo apuntan a la satisfacción de las necesidades materiales, de los intereses egoístas. Al contrario, el cuerpo causal (que está relacionado con el cuerpo átmico) es el principio del pensamiento y de la actividad puramente espirituales, creativos.


El corazón y el alma no son más que un mismo y único principio, el principio femenino, que reparte su actividad entre una región inferior, el corazón o plano astral, y otra región superior, el alma o plano búdico. El intelecto y el espíritu también son un principio único, el principio masculino, que se manifiesta en las regiones del plano mental y de los planos causal y átmico. Veis, pues, cómo trabajan en nosotros los dos principios, masculino y femenino, que utilizan cuatro vehículos: el corazón, el intelecto, el alma y el espíritu. Estos dos principios y estos cuatro vehículos habitan en una misma casa: el cuerpo físico.

Para aclarar más esta cuestión, que sigue estando todavía oscura para mucha gente, os daré una imagen muy sencilla cuyas correspondencias son perfectamente exactas. Imaginaos una casa en la cual viven el dueño y la dueña, con un criado y una sirvienta. Sucede, a veces, que el dueño de la casa se va de viaje y deja a su mujer, que se queda ahí, triste y lánguida, esperando el regreso de su marido. Pero cuando el marido vuelve cargado de regalos hay una gran fiesta en la casa. A veces, el dueño y la dueña de la casa se van juntos a hacer un largo viaje; al encontrarse el criado y la sirvienta solos y sin vigilancia, deciden aprovecharse de esta libertad: empiezan a explorar los armarios, en los que descubren provisiones, botellas de vino, etc. Y como es más divertido ser muchos para hacer festines, invitan a vecinos y vecinas… Tras una noche de orgía, hay, evidentemente, algunas mesas tumbadas y algunas botellas, y hasta algunas cabezas, rotas. Cuando vuelven los dueños se horrorizan ante el espectáculo; naturalmente, reparten castigos, vuelven a arreglar la casa y a poner orden en todo.

Interpretemos ahora esta pequeña historia. La casa es el cuerpo físico; la sirvienta es el corazón; el criado es el intelecto; la dueña de la casa es el alma, y el dueño de la casa el espíritu. A menudo el espíritu nos abandona y nuestra alma llora y se lamenta; pero cuando el espíritu vuelve aporta inspiraciones, una abundancia de luz. Cuando el alma y el espíritu se van de viaje, el corazón y el intelecto se precipitan para hacer juntos todas las tonterías que pueden, en compañía de otros corazones y de otros intelectos. Ahí tenéis el origen de todos los desórdenes y los conflictos en el mundo.

Si queremos profundizar más en esta pequeña imagen, descubriremos en detalle los papeles respectivos del corazón, del intelecto, del alma y del espíritu. Por ejemplo, la sirvienta está, más bien, dedicada al servicio de la dueña de la casa, mientras que el criado se ocupa del dueño; pero, evidentemente, el criado y la sirvienta pueden actuar juntos contra el interés de sus dueños. Los dueños son diferentes de los servidores, por su vida, su conducta, sus preocupaciones; y no siempre les confían los secretos de su trabajo o de sus proyectos. De esta manera, el alma y el espíritu actúan sin revelar sus intenciones al corazón y al intelecto. Pero si, por su conducta irreprochable, la sirvienta obtiene la confianza total de su dueña, el alma, ésta le habla a veces de sus proyectos, de su felicidad, del amor que ella siente por su esposo, el espíritu. Entonces, la sirvienta, el corazón, se llena de gozo debido a estas confidencias. Igualmente, si el criado obtiene, gracias a su trabajo, la confianza de su dueño, éste empieza a hacerle revelaciones, y el criado, el intelecto, ve las cosas más claras, es más lúcido. Pero para que eso suceda es preciso que la sirvienta y el criado vivan juntos en perfecta armonía al servicio de sus dueños. Si están en desacuerdo y lo que el uno desea es lo contrario de lo que desea el otro, perturban el trabajo de sus dueños. Esta imagen tiene combinaciones y aplicaciones múltiples sobre las que debéis meditar, porque todos los estados de salud o de enfermedad, de felicidad o de sufrimiento, pueden explicarse por la existencia de estos cuatro habitantes de la casa del hombre.

La relación entre estos cuatro principios explica por qué, cuando no están sometidos al espíritu y al alma, que son hijo e hija de Dios, el intelecto y el corazón no saben hacer más que tonterías. En un futuro lejano, el corazón y el intelecto serán también hijo e hija de Dios; de momento no son más que domésticos. Simbólicamente, un verdadero hijo actúa en armonía con su padre, y una verdadera hija actúa en armonía con su madre. Así pues, cuando el corazón y el intelecto sepan cumplir la voluntad divina, es decir, cuando sepan actuar según el amor y la sabiduría, serán hijo e hija de Dios. Mientras desobedezcan y estén llenos de dudas, de inquietud, de rebeldía, no son hijo e hija de Dios, sino solamente del hombre.

Después de estas explicaciones, podemos volver a la historia de los dos malhechores crucificados a ambos lados de Jesús. El primer ladrón injuriaba a Jesús diciendo: “¿No eres Cristo? ¡Sálvate a ti mismo, y sálvanos también a nosotros!” Pero el otro le reprendía y decía: “¿No temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Para nosotros esto es justicia, porque recibimos lo que han merecido nuestros crímenes; pero éste no ha hecho nada malo...” Y le dijo a Jesús: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino...” Los caracteres de los dos bandidos están netamente dibujados, y no es por casualidad. Volvemos a encontrar estos dos caracteres por todas partes, en todos los dominios de la vida, e incluso en nosotros, porque la escena de la crucifixión de Jesús entre los dos ladrones es también un símbolo de nuestra vida interior. Veréis, más adelante, que el primer bandido representa el intelecto, y el segundo el corazón, y cómo Cristo, entre ambos, representa el principio divino que se manifiesta a través del alma y del espíritu como amor y sabiduría, como calor y luz.

Os contaré una pequeña anécdota. Un campesino, en su lecho de muerte, pidió que llamasen al cura y al notario. Les hicieron venir y el campesino, al verles entrar, les hizo señas para que se colocaran a su cabecera, el uno a su derecha y el otro a su izquierda. Ambos estaban convencidos de que el moribundo les había hecho venir para dictar su testamento y para confesarse de sus pecados. El campesino les miraba, de vez en cuando, con una satisfacción visible, y después cerraba los ojos sin ocuparse de ellos. Pasó un cuarto de hora, media hora… y todavía no había dicho nada. El notario y el cura, que empezaban a impacientarse, rogaron entonces a su hijo que le preguntase por qué razón les había hecho llamar. El hijo se acercó a su padre, que le respondió: “Hijo mío, ahora estoy contento, voy a irme en paz. Solamente deseaba morir como Cristo, entre los dos ladrones...” Se trata de una anécdota, evidentemente, pero es curioso observar que, simbólicamente, el notario representa, justamente, el intelecto y el cura el corazón. Si los dos personajes de esta historia eran verdaderamente un notario deshonesto y un cura malo (a veces sucede), simbolizaban efectivamente los ladrones tomados en el sentido esotérico.

Os decía, pues, que el primer bandido representa el intelecto humano. El intelecto está lleno de orgullo, de dudas, de desprecio y de críticas; quiere siempre asistir a un milagro, y a pesar de estas ganas que tiene y de que hay muchos milagros por todas partes en el mundo, no consigue verlos. El intelecto humano razona siempre así: “Si Dios existiese se mostraría y me daría la riqueza, la salud, la belleza, la inmortalidad… El mundo entero me serviría… No sufriría nunca…” Según la lógica del intelecto, Dios sólo debe existir para resolver los problemas de los hombres; ante el más pequeño inconveniente causado por sus cálculos estúpidos, es Dios quien recibe sus críticas, sus injurias y sus gritos de protesta.

El corazón, en cambio, sólo desea vivir en el gozo y la facilidad. Espera que todo sea agradable para él, y si encuentra alguna amargura se pone furioso al ver que los placeres y el afecto no le esperan por todas partes por donde pasa.

Si el intelecto no está iluminado por el espíritu, es presa del orgullo; si el corazón no está calentado por el alma, cae en todos los desórdenes. Ante el menor obstáculo, el intelecto se llena de odio y el corazón de ira. El orgulloso detesta al mundo entero cuando se da cuenta de que no es estimado por todos en lo que cree que es su justo valor. Se vuelve solitario, taciturno, y vive lejos de todos, en el frío interior; se prepara un destino muy malo porque, a fuerza de carcomerse interiormente, se envenena. Mientras que el corazón, ávido, posesivo, es saqueado por los fuegos de la ira cuando siente que las cosas o los seres se le escapan o que no le pertenecen exclusivamente. El corazón y el intelecto caen en el infierno cuando se ven privados de la ayuda del alma y del espíritu, es decir, del amor y de la sabiduría. Una sola cosa puede salvarles, y es encontrar a sus dueños y servirles como buenos servidores. Entonces, el corazón será el receptáculo del alma y manifestará el amor divino; y el intelecto será el conductor del espíritu y manifestará la sabiduría.

El primer ladrón se negaba a reconocer que existe una ley absoluta de causas y consecuencias.1 Era orgulloso y no quería admitir que había merecido su suerte. El segundo malhechor sentía, en cambio, que merecía su suplicio. Le decía al otro: “¡Cállate! Tú debes saber que es la justicia divina la que nos castiga, pero que Cristo, en cambio, es inocente...” Desde el punto de vista astrológico, el primer bandido había nacido bajo la mala influencia de Júpiter en relación disonante con Saturno. El segundo bandido había nacido bajo la influencia más negativa de Marte, en mala relación con Venus. El primero había matado a su padre, y el segundo a su mujer, por celos.* El primero no lamentaba su crimen, pero el segundo se arrepentía de haber matado a aquélla a la que amaba todavía.

El primer bandido no quería reconocer sus culpas y se rebelaba, mientras que el segundo, que era consciente de su crimen, era humilde y participaba en los sufrimientos de Cristo. Se confesaba a él diciendo: “Maestro, yo soy un criminal, he matado a mi mujer, pero actué llevado por una pasión que no pude dominar. Lo lamento; puesto que tú eres el hijo de Dios, perdóname...” Y Jesús le respondió: “Lo sé, lo sé. En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso...”

* El lector podrá sorprenderse por esta precisión que no se encuentra en los Evangelios. Sin embargo, no debemos olvidar que al principio de su conferencia el Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov ha anunciado que interpretaría la escena de Cristo crucificado entre los dos ladrones como un símbolo de la vida interior. Hay que comprender simbólicamente, pues, como un drama de nuestra vida psíquica y espiritual, esta afirmación: “El primer ladrón había matado a su padre, y el segundo había matado a su mujer, por celos...”

Por otra parte, la diferencia establecida entre la falta del corazón, cuyo culpable se arrepiente y obtiene su perdón, y la del intelecto, cuyo culpable no se arrepiente, corresponde también a fenómenos de cultura o a tipos psicológicos bien determinados.

Toda rebeldía intelectual se manifiesta culturalmente con un espíritu crítico exacerbado y destructivo que desemboca en la negación de Dios. Podríamos citar, aportando para cada una los matices que convengan, las corrientes libertinas y las corrientes nihilistas. La rebelión contra Dios, que incita al primer ladrón a pedir a Jesús pruebas de su poder, no es, de hecho, sino la repetición de su parricidio. Matar al padre representa el acto mediante el cual el hijo quiere liberarse de una tutela que siente como opresiva y de esencia casi divina. Pero esta muerte no le libera. El drama del intelecto es, pues, el orgullo manifestado en la afirmación de su poder personal en el momento mismo en que se encuentra desvelada su total impotencia, puesto que sólo puede dominar destruyendo, y que esta destrucción conlleva, al mismo tiempo, la aniquilación de su dominación.

En cambio, matar por celos a la mujer amada es el acto mediante el cual se busca inconscientemente una reconciliación, una comunión absoluta. Otelo, por ejemplo, tras la muerte de Desdémona, reconoce su culpa, implora el perdón de su víctima y el del Cielo… La puerta del Paraíso sigue abierta para aquél que, a pesar de su acto criminal, ha conservado su amor, aunque este amor tenga que ser elaborado, porque es demasiado violento, demasiado exclusivo.

Los psicoanalistas han mostrado, en el estudio del inconsciente masculino, que el padre es siempre aquél a quien se desea negar (el intelecto), y la mujer, o la madre, aquélla a quien se desea siempre poseer (el corazón), pero que los dos deseos conducen, en la radicalidad de su tipología, al mismo acto criminal. (Nota del editor)

Se ha discutido mucho sobre esta respuesta de Jesús al segundo ladrón, y algunos se imaginan que Jesús se conmovió ante su humildad y la confianza que le manifestaba. Los que no conocen la ley de causas y consecuencias pueden contar lo que quieran, pero, en realidad, los grandes Maestros no pueden ser influenciados por buenas palabras, ni tampoco vejados por críticas. Miran en lo más profundo del alma lo que el hombre ha vivido en el pasado, lo que merece, lo que aún debe pagar. Si Jesús le dijo al segundo ladrón que estaría con él en el Paraíso es porque en otras encarnaciones este hombre había hecho buenas acciones. Así, según la ley de la justicia, a pesar de su crimen, debía ser recompensado por estas buenas acciones. El hombre no pasa instantáneamente del mal al bien; sólo puede hacer el bien si lleva en él un elemento de bien. Si unos segundos de arrepentimiento bastasen para abrir las puertas del Reino de Dios, ¿cómo es que todavía hay tantos pecadores en el Infierno que, sin embargo, pronunciaron palabras de arrepentimiento?

La respuesta de Jesús prueba la eficacia del arrepentimiento, pero el arrepentimiento no permite expiar completamente los crímenes del pasado. El segundo ladrón pudo entrar en el Reino de Dios con Jesús, pero por un cierto tiempo solamente; después tuvo que volver de nuevo a la Tierra para seguir reparando sus malas acciones. Los que ignoran las leyes siempre dan explicaciones erróneas.2 El hombre que no ha hecho más que mal no puede entrar en el Reino de Dios; nadie puede recomendarle para que penetre en él indebidamente, ni siquiera Cristo, porque Cristo es el primero en respetar las leyes. Es verdad que todos los poderes le fueron dados, pero no se sirve de ellos para oponerse a las leyes. Un verdadero Iniciado no actúa nunca abusando de su poder o tomando decisiones arbitrarias, como hacen los humanos en cuanto tienen la posibilidad de hacerlo.

La mayoría de los cristianos se imaginan que Jesús actuaba sin tener en cuenta las leyes, que podía liberar a cualquier ser de las enfermedades o de los demonios. Es falso; no salvó a muchos enfermos y posesos porque su destino era sufrir todavía.

Él mismo dijo: “También tengo otras ovejas que no son de este rebaño, y a ellas también tengo que llevarlas; oirán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor...” Y, en otra parte, añade: “He hecho conocer Tu Nombre a los hombres que Tú me has dado… Por ellos es por los que rezo. No rezo para todo el mundo, sino por aquéllos que Tú me has dado, para que sean Tuyos…” ¿Por qué no salvó Jesús a los fariseos y a los saduceos? Porque no había venido para ellos, no formaban parte de sus ovejas. Y ésta es la prueba de que las ovejas que debía salvar estaban contadas y determinadas; y eso no lo saben los cristianos. Claro que su filosofía, que la enseñanza que dejó es para todo el mundo, pero eso es otra cuestión…

Diréis: “Pero Jesús fue crucificado, ¿acaso tenía también deudas que pagar?” No, no tenía pecados. Fue crucificado para la salvación de los hombres. Por otra parte, ya os lo dije antes, Cristo crucificado entre los dos ladrones es un símbolo que volvemos a encontrar también en el hombre, en quien el principio divino es crucificado sin cesar por el intelecto y el corazón. El intelecto y el corazón, que deben participar en el trabajo divino, no sólo obstaculizan este trabajo sino que también se burlan de él o incluso niegan su existencia. Es de esta manera cómo Cristo es crucificado sin cesar en nosotros entre los dos ladrones: el intelecto orgulloso y el corazón iracundo.

El orgullo y la ira son dos venenos violentos que muy pocos hombres saben neutralizar. Los químicos saben neutralizar los venenos con antídotos, pero en el terreno de la vida psíquica la gente es ignorante, no conoce los antídotos. Únicamente los Iniciados se han ocupado de encontrar los remedios contra el orgullo y la ira; estos remedios son la dulzura y la humildad. En una cierta tradición astrológica, Saturno y Marte representan “ el gran mal” y “ el pequeño mal”, mientras que Júpiter y Venus representan “la gran fortuna ” y “la pequeña fortuna ”. Y cuando Jesús decía: “Venid a mí los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso… porque soy dulce y humilde de corazón ”, tendía las manos a los dos grandes males que atormentan a la humanidad: la ira y el orgullo.

La dulzura y la humildad son las dos virtudes esenciales para el discípulo, porque le permiten resolver los problemas más difíciles. El hombre dulce y humilde no es débil, como cree generalmente la gente; puesto que posee el calor del corazón espiritualizado y la luz del intelecto espiritualizado, va por el camino del poder. Todos aquéllos que creen que cultivando la humildad y la dulzura serán obligatoriamente víctimas de los demás se equivocan grandemente. El que es dulce y humilde posee reservas de fuerzas acumuladas y está siempre seguro, porque se dice en las Escrituras que Dios se opone a los orgullosos y eleva a los humildes.

Pero son los astrólogos los que mejor me comprenderán, porque saben que los planetas Saturno y Marte son considerados como causantes de desgracia e infortunio, siendo Marte, en sus malos aspectos, el planeta de la violencia, y Saturno el del orgullo. La violencia de Marte, debe, pues, ser neutralizada con la dulzura, y el orgullo de Saturno con la humildad.

En realidad, muchas personas no tienen ideas muy claras sobre el orgullo y la humildad y toman a menudo el uno por el otro. Cuando ven a un hombre que tiene ante los poderosos de este mundo una actitud servil, porque se siente pobre, ignorante y débil a su lado, dicen que es humilde. Pero, cuando se encuentran con un ser que quiere realizar el Reino de Dios, dicen: “¡Qué orgullo!…” No, se equivocan. El primero no es humilde porque se incline ante el rico y el poderoso; dadle un poco de riqueza, dadle algunas posibilidades de salir de su condición ¡y veréis si es humilde! Ponedle también en medio de las pruebas ¡y veréis si es humilde ante el Señor! ¡Cuántos hombres, ante las menores dificultades, se rebelan contra Dios o niegan incluso su existencia! La verdadera humildad no consiste en humillarse ante los poderosos y ricos, sino en ser humildes ante Dios. La verdadera humildad consiste en querer servir al Cielo y cumplir su voluntad, en tener respeto por todo lo que es sagrado y preservarlo dentro de nosotros mismos y a nuestro alrededor. Evidentemente, en opinión de algunos, Jesús era orgulloso porque se decía hijo de Dios, expulsaba a los mercaderes del templo con un látigo y llamaba a los fariseos “ serpientes, raza de víboras ”, “ sepulcros blanqueados ”… No, en realidad, Jesús poseía la verdadera humildad, porque era humilde ante el Señor y en medio de los más terribles sufrimientos dijo: “Padre mío, si no es posible que este cáliz se aleje de mí, ¡hágase Tu voluntad!” 3

El orgulloso es aquél que se imagina que él lo es todo y que no depende de nada ni de nadie, exactamente como una lámpara que creyese poder dar luz por sí misma, sin sospechar que si la central eléctrica no le suministrase electricidad permanecería oscura. El orgulloso cree que él es la fuente de todas sus manifestaciones; el hombre humilde, al contrario, sabe que nada depende de él y que si no permanece conectado con el Cielo no tendrá ni fuerza, ni luz, ni sabiduría; no olvida nunca que él, en realidad, no es más que un conductor. No quiero insistir sobre esta cuestión, pero puedo deciros que aquél que cree estar por encima de todo y no depender más que de sí mismo, olvidándose de la fuente de las fuerzas que se manifiestan a través de él, acaba, tarde o temprano, perdiéndolo todo.

Os contaré una pequeña historia. En la antigüedad vivía en Babilonia un pobre picapedrero. Trabajaba junto a un camino por el que pasaba un gran Iniciado todas las mañanas; e intercambiaban un saludo. Un día, el picapedrero le pidió al Iniciado que hiciese algo para que pudiese salir un poco de su miseria. El Iniciado, que había observado que era un buen trabajador, le dijo: “Vete a tal lugar; allí hay un tesoro, tómalo y serás rico...” De la noche a la mañana el picapedrero se volvió sumamente rico; se puso a frecuentar a la gente mejor situada y daba grandes fiestas. Un día el Iniciado quiso visitarle, pero el picapedrero se había olvidado completamente de él ya que estaba demasiado ocupado con los grandes personajes que ahora solía frecuentar. Cuando le anunciaron la visita del Iniciado respondió: “Estoy con un príncipe, que espere a que esté libre...” El Iniciado esperó durante mucho tiempo y, finalmente, vinieron a decirle que no podría recibirlo por falta de tiempo. Cuando se fue, un ángel que le acompañaba le recriminó: “¿Verdaderamente crees que has sido sabio ayudando a un hombre así? Por culpa tuya ha perdido su alma y se ha vuelto tan duro y orgulloso. Tienes, pues, que reparar tu falta. Procura, de ahora en adelante, saber mejor a quién debes ayudar...” El Iniciado lo comprendió y corrigió inmediatamente su falta: el picapedrero perdió toda su fortuna, tuvo que volver a su antiguo trabajo, y, de nuevo, cada día, veía pasar al Iniciado por el camino…

Si os pregunto ahora: “¿Conocéis las cuatro operaciones?”, me responderéis: “Claro, sabemos sumar, restar, multiplicar y dividir...” Sin embargo, puedo afirmaros que estas operaciones son extremadamente difíciles de realizar. La madre, por ejemplo, se queja de que su hija haya hecho una suma con un tunante y de que ya no sepa ahora hacer una resta… El que suma, en nosotros, es el corazón; el corazón sólo sabe sumar, añade siempre, mezclándolo todo. El que resta, es el intelecto. El alma multiplica y el espíritu divide. Considerad al ser humano a lo largo de su existencia. Cuando es un niño tiene tendencia a tocarlo todo y a llevárselo a la boca, incluso lo que puede hacerle daño. La infancia es la edad del corazón, de la primera operación, de la suma. Cuando el niño crece y empieza a manifestarse su intelecto se pone a rechazar todo lo que es inútil para él, perjudicial o desagradable: resta. Más tarde se lanza a la multiplicación, y por eso su vida se puebla de mujeres, de hijos, de relaciones y de adquisiciones de todas clases. Finalmente, cuando es viejo, piensa que pronto se va a ir al otro mundo y escribe su testamento en el que distribuye sus bienes a unos y otros: divide.

El ser humano empieza, pues, acumulando y, después, se desprende de muchas cosas. Pero debe plantar lo que es bueno para multiplicarlo. Si no sabemos plantar los pensamientos y los sentimientos no conocemos la verdadera multiplicación. Si sabemos plantar hay una multiplicación, toda una cosecha; y después podemos dividir, es decir, distribuir los frutos recogidos. En la vida somos puestos sin cesar ante las cuatro operaciones. Algo se agita en nuestro corazón que no conseguimos restar; o bien nuestro intelecto rechaza a un amigo verdadero con el pretexto de que no es sabio o de que no tiene una buena situación. A veces multiplicamos lo malo y nos olvidamos de plantar lo bueno. Debemos empezar por estudiar, pues, las cuatro operaciones en la vida misma. Después habrá aún otras cuatro operaciones más a estudiar: las potencias, las raíces cuadradas, los logaritmos y los antilogaritmos. Pero actualmente debemos contentarnos con estudiar las cuatro primeras operaciones, porque hasta ahora ni siquiera hemos aprendido a sumar y a restar. A veces hacemos una suma con un verdadero bandido, o bien expulsamos de nuestra cabeza un buen pensamiento, un alto ideal, porque el primero venido nos ha dicho que, con pensamientos así, seguro que nos moriremos de hambre.

Cuando os hablé de los dos ladrones y de Cristo no os dije que las palabras del segundo ladrón nos indican un método que podemos aplicar todos los días. Ya siento que pensáis: “¡Ojalá que este método nos dé pronto grandes resultados!” Sí, todos buscan métodos que permitan obtener rápidamente lo que desean; pero estos métodos rápidos no siempre nos dan los mejores resultados. Había una vez un estudiante que había ido a instruirse con un profesor muy sabio. Quería aprenderlo todo, y muy rápidamente.

El profesor le dijo: “Es posible, pero escúchame bien: cuando la naturaleza prepara algo en seis meses fabrica una calabaza; pero si quiere hacer un roble necesita cien años. Si quieres, pues, llegar a ser una calabaza, lo podrás conseguir muy rápidamente...”

Existen muchos métodos, ciertamente; gracias a la Enseñanza que he recibido de mi Maestro puedo indicaros algunos de ellos, muy sencillos, que os permitirán avanzar en el camino de la evolución. Hoy, pues, os indicaré un ejercicio muy fácil que está contenido en las palabras del segundo ladrón. Cuando sufráis, cuando estéis tristes, cuando seáis desgraciados y choquéis con los obstáculos o con las dificultades de la vida, debéis decir: “Señor, Dios mío, merezco lo que me sucede. No he sido obediente, ni bueno, ni justo. Pero ayúdame, quiero corregirme. Transfórmame, purifica todo en mí...” Constataréis entonces que se produce en vosotros una dilatación una luz; y en el momento en que sentís este alivio y esta claridad ya estáis en el Reino de Dios, como el segundo ladrón a quien Jesús dijo: “Estarás conmigo, esta noche, en el Paraíso...” Desgraciadamente, la mayoría de las veces volvemos a caer después en el estado del primer ladrón y pronunciamos otras palabras: “No hay ninguna justicia. Todos los demás son felices y yo no lo soy. Sólo a mí me suceden las desgracias…” Y entonces, claro, la oscuridad vuelve. Si cada día pensáis sinceramente que merecéis vuestra suerte como consecuencia de vuestra ignorancia o de vuestra debilidad, todo cambiará en vosotros.4 Sois libres de pensar que éste no es un buen método, pero yo os digo que os transportará inmediatamente al Reino de Dios.

Os voy a contar una aventura que me sucedió hace años en Bulgaria. Un amigo que vivía en la pequeña ciudad de Doupnitza me había invitado a pasar algún tiempo en su casa. A mediodía, comíamos en las colinas cercanas a la ciudad. Un día yo debía llegar antes a la colina (porque él trabajaba en una administración y no podía venir conmigo) y esperarle para comer en un lugar que habíamos convenido de antemano. Cuando atravesaba la ciudad vi a mucha gente en las calles que parecía agitada e inquieta. Pregunté qué sucedía y me dijeron que dos asesinos, perseguidos por la policía, habían atravesado la ciudad y se habían refugiado en la colina donde debía comer con mi amigo. Pensé que, de todas formas, tenía que ir al lugar convenido, puesto que mi amigo iría allí; y fui.

Ya estaba en la colina desde hacía algunos instantes cuando oí gritos detrás de mí. Me volví y vi a muchas personas y a algunos policías que me apuntaban con sus armas diciéndome que me detuviera. Me detuve y me conecté inmediatamente con el mundo invisible diciendo: “Dios mío, ayúdame en este momento difícil...” Me tomaban, evidentemente, por uno de los malhechores huidos. Más tarde supe que este error provenía de que yo llevaba una blusa marrón muy parecida a las suyas. Esperé y dejé que se acercara toda esta gente. Cuando estuvieron cerca de mí vi que tenían miedo, porque me tomaban verdaderamente por el asesino. Les dije a los policías: “Ustedes tienen armas, pero yo tengo otra mejor, más poderosa que las suyas...” Y como me miraban extrañados, no sabiendo lo que significaban estas palabras, saqué mi Evangelio del bolsillo diciendo: “Esta es mi arma, más poderosa que las suyas...” Entonces se acercaron más y me preguntaron qué hacía allí. Respondí que esperaba a un amigo con el que debía comer. “Está bien, dijeron, pero síganos...”

Bajé con ellos hacia la ciudad donde entré con una escolta impresionante. Como los falsos rumores nacen y circulan rápidamente, ya se extendía la noticia de que el primer malhechor estaba detenido. Yo caminaba tranquilamente porque una voz interior me decía: “Estate tranquilo, todo se arreglará...” Cuando entré en el cuartelillo de la policía me senté y empecé a explicar a todos los que estaban allí ciertos pasajes de los Evangelios. Una hora más tarde mi amigo era también detenido en la colina cuando iba a mi encuentro. Cuando dio mi descripción los policías comprendieron que les había dicho la verdad; le contaron lo que había pasado y le enviaron al cuartelillo a buscarme. Cuando mi amigo entró vio con asombro a todos los policías a mi alrededor ¡que estaban escuchándome y dejando que les predicase!… Me soltaron; fuera esperaba la multitud. Cuando me vieron libre y comprendieron que yo no era el malhechor, sino el invitado de mi amigo que vivía en Doupnitza, empezaron a reírse de los policías y me hice inmediatamente tan popular que muchos quisieron hablar conmigo y, los días siguientes, me seguían para conocerme. Cuando me fui de Doupnitza para subir a Rila, al campamento de nuestra Fraternidad, algunos vinieron a verme allí arriba para seguir hablando conmigo. Después, cada año, grupos de habitantes de Doupnitza vinieron a verme junto a los lagos.

Os he contado detalladamente esta historia en la que durante unos instantes fui tomado por un malhechor. En esta situación, gracias a mis conocimientos iniciáticos, dije: “¿Debo quizá sufrir porque, sin saberlo, he transgredido alguna ley?… Pero quiero corregirme… Dios mío, ayúdame...” En todas las circunstancias, incluso en las peores, debemos rezar. Cuando pronuncié estas palabras en mí mismo, oí una voz interior que me decía: “Estate tranquilo, hoy estarás en el Reino de Dios”, y fue verdad, porque este día fue un día de fiesta para mí: este contratiempo me atrajo muchos amigos y conservé después muy buenas relaciones con los habitantes de Doupnitza.

Si aceptamos todo lo que nos sucede con humildad, dulzura, confianza y alegría interior, todo cambiará.

Un inmenso trabajo se prepara ahora, al que el Cielo nos invita a participar. Este trabajo consiste en manifestar más amor y luz, en mostrar que la humildad y la dulzura son susceptibles de transformar a los hombres y de hacerles encontrar la felicidad. Debemos ponernos a trabajar con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todo nuestro pensamiento y con toda nuestra fuerza en este magnífico trabajo. Por todas partes, en el universo, los seres evolucionados de los mundos visible e invisible preparan el advenimiento del Reino de Dios y de Su Justicia. Pero el Reino de Dios debe realizarse primero en nuestro corazón, en nuestro intelecto, en nuestra alma y en nuestro espíritu, porque es ahí, en nosotros mismos, donde las fuerzas invisibles trabajan para hacer penetrar la vida divina.

Ahora, meditemos juntos durante unos minutos… “Allí donde dos o tres estén reunidos en mi Nombre, decía Cristo, yo estoy en medio de ellos...” Dos o tres, no significa forzosamente dos o tres personas, sino el corazón, el intelecto y la voluntad. Cada uno de nosotros puede ser dos o tres dentro de sí mismo… Podéis estar solos, pero si vuestro intelecto, vuestro corazón y vuestra voluntad están conectados con Cristo, Cristo está ahí, en vosotros.*

* Ver cap. X: “La galvanoplastia espiritual”.

Esta noche, pedid todo lo más hermoso y elevado, porque el Cielo está ahí escuchándonos. Escucha siempre, pero, a veces, debido a las condiciones, no podemos hacernos oír. Esta noche, gracias a la atmósfera que hemos logrado crear en la sala, las entidades celestiales están ahí, muy cerca de nosotros.

Os deseo la paz, el gozo y la luz. ¡Que la dulzura y la humildad os curen las heridas que los dos ladrones “orgullo” e “ira” os han hecho!

París, 2 de abril de 1938

1 Las leyes de la moral cósmica, Obras completas, t. 12, cap. I: “Recogeréis lo que hayáis sembrado ”.

2 Las leyes de la moral cósmica, Obras completas, t. 12, cap. VIII: “La reencarnación ”.

3 Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras completas, t. 31, cap. VI: “Vanidad y orgullo”.

4 Las leyes de la moral cósmica, Obras completas, t. 12, cap. IV : “La justicia ”.

La alquimia espiritual

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