Читать книгу La verdadera enseñanza de Cristo - Omraam Mikhaël Aïvanhov - Страница 5
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“MI PADRE Y YO SOMOS UNO”
Cuando consideramos la historia de las religiones, nos damos cuenta de que Moisés aportó una idea verdaderamente revolucionaria al presentar a Yahvé como un Dios único. Pero este Dios era terrible, era el Amo del universo, un Amo implacable, intransigente, un fuego devorador; ante Él, los humanos no eran más que criaturas temerosas y temblorosas, obligadas a asumir sus mandamientos, si no querían ser aniquilados. Después vino Jesús y presentó al Señor como un Padre de quien somos hijos; la distancia que nos separaba de Él disminuyó: estábamos unidos a Él por lazos familiares, todo había cambiado. En realidad, ¿dónde estaba el cambio? Sencillamente, en nuestras cabezas, en nuestros corazones, en nuestro interior: nos sentíamos más cercanos a Dios.
Pero cabe ir aún más lejos. Mientras situéis al Señor en algún lugar del universo que se llama Cielo, con sus ángeles y sus arcángeles, tendréis una idea objetiva de Él; aunque Él sea vuestro Padre y vosotros sus hijos, El seguirá encontrándose en vuestro exterior. Es posible que Dios exista fuera del hombre; pero cuando el hombre lo concibe como algo muy lejano, siente sus propias limitaciones, percibe los obstáculos que le separan del Señor: demasiados mundos, demasiadas estrellas, espacios infinitos... Así, es imposible unirse a Él.10
Si consideramos al Señor externo a nosotros, ello significa que también nosotros somos externos a Él y que deberemos sufrir la misma suerte que cualquier objeto. ¿A qué objetos me refiero? Tomad, por ejemplo, a un labrador, un artesano o un obrero: utilizan objetos que son, evidentemente, distintos a ellos mismos; los utilizan durante un momento y, después, una vez terminado el trabajo, los dejan a un lado; y, al día siguiente, o más tarde... los vuelven a coger. Así también, mientras nosotros creamos que existimos fuera de Dios, debemos aceptar que Dios nos coja, y después nos deje a un lado como si fuésemos objetos. Ved lo que hace el alfarero con sus cacharros, o el ama de casa con las cacerolas de su cocina: si las cacerolas tuvieran conciencia, ¿qué dirían? Gemirían: “¡Hace tanto tiempo que nuestra ama nos ha abandonado! Cuando nos utilizaba, por lo menos éramos calentadas, la cuchara nos rascaba y ello producía un ruido agradable y nos alegrábamos; pero ahora todo se acabó, nos ha olvidado: ¡qué maldad! ¡qué crueldad!”
¡Qué esperáis pues! Si frente al Señor os comportáis como objetos, es normal que de vez en cuando se olvide de vosotros. No se lo podéis reprochar. ¿Osaría, acaso, una cacerola de vuestra cocina, reprocharos que la habéis abandonado? Sois los dueños de vuestra casa, hacéis lo que queréis y ello es normal. Entonces, ¿por qué os rebeláis contra el Señor cuando os sentís abandonados? No es lógico, no es justo... Cuando seáis algo dentro de Él, en su cabeza, en sus miembros, entonces estaréis siempre con Él; si no, debéis aceptar que, de vez en cuando, os deje de lado.
Pronto, creedme, se producirán cambios en la filosofía y en las concepciones religiosas de los humanos. De momento, ellos ven como normal, natural, marcar distancias que los separan de Dios; todo el mundo está convencido de que debe ser así. Pues bien, entonces, ¿por qué gritan cuando sufren las consecuencias de este distanciamiento?
Ya os he dicho que en el futuro habrá un Tercer Testamento que vendrá a completar los dos precedentes; y esta verdad será subrayada, recalcada, presentada como lo esencial: que el hombre todavía debe aprender a acercarse más a Dios, a sentirlo dentro de sí mismo. Entonces ya no se sentirá abandonado.
En realidad, si nos sentimos abandonados por el Señor, es porque nosotros también lo hemos abandonado a Él. ¿Acaso estamos siempre con Él? Habéis hecho la primera comunión, de acuerdo, y durante unos minutos le habéis rezado al Señor, pero, desde este día hasta los cincuenta o sesenta años ¿habéis pensado de nuevo en Él? No. Entonces, ¿por qué tendría Él que pensar continuamente en vosotros? ¿Qué somos nosotros, qué representamos para que Él esté obligado a ocuparse continuamente de nosotros?
Evidentemente, el Señor piensa siempre en nosotros, ¡pero de una manera muy diferente de lo que nos imaginamos! Cuando nace un niño, la Inteligencia cósmica le otorga todo lo necesario para vivir en la tierra; no le falta nada: brazos, piernas, órganos, todo está ahí. Lo envían a la tierra completamente avituallado, como se hace con un soldado: le dan un fusil, unas botas, un casco y municiones, y después él tiene que arreglárselas con todo esto. A nosotros, el Señor también nos ha dado todo lo que necesitamos: vida, salud, fuerza e inteligencia, así como todo cuanto precisamos para mantener estos dones; es culpa nuestra si no sabemos utilizarlo.
Algunos dirán que consideran más respetuoso abrir una gran distancia entre el Señor y ellos, tal como les han enseñado. La verdad tiene miles y miles de matices, y ahora ha llegado el momento de ir más lejos. Hay que pensar que el Señor está ahí, en nosotros y, al mismo tiempo, considerar que somos una parte suya, una parcela infinitesimal; que Él lo es Todo, y que nosotros somos una partícula de este Todo. Si rezáis al Señor pensando que está en algún lugar más allá de las estrellas, ¿cómo queréis que vuestra oración llegue hasta Él? Es cierto que un día dije que la oración recorría el universo entero, ¡pero necesita tanto tiempo para cruzar el espacio infinito! Pero si el Señor está ahí, muy cerca, en vosotros, no tenéis más que decir: “¡Oye, oye, Señor!” e inmediatamente lo tendréis a vuestro lado. ¿Pensáis que esto no es respetuoso? Bien, por supuesto, ésta es una forma de hablar.
De ahora en adelante, cuando meditéis, procurad ejercitaros en la acción de sentir al Señor dentro de vosotros, y descubriréis los resultados: cada vez sentiréis menos esa impresión de abandono. Ahora, a veces sentís gozo, inspiración, éxtasis, y sois felices durante unos días; y otras veces os sentís invadidos por una sequía espiritual terrible, como en un desierto árido; es entonces cuando decís: “Sí, Dios me ha abandonado...”
Os lo explicaré mejor con un símil: hace buen tiempo, el sol brilla, pero de repente las nubes empiezan a nublar el cielo, y estáis a su merced. Os gustaría seguir recibiendo el calor y la luz del sol, pero ello es imposible. ¿Qué hacer? Vais a esperar y, mientras esperáis, decís: “El sol me ha abandonado...” No es así; lo que sucede es que estáis demasiado lejos de él, estáis debajo de las nubes. Suponed ahora que subís a un avión o a un globo y que os alzáis por encima de las nubes: ya nada puede interponerse entre el sol y vosotros. Está ahí, brilla sin cesar, no os ha abandonado. Cuando os sentís abandonados es debido, simplemente, a que os habéis quedado demasiado abajo, sin pasar de las nubes. Mientras que aquél que se siente siempre gozoso, inspirado, demuestra que ha sabido dejar atrás las regiones nebulosas: para él el sol brilla sin cesar, puede contemplar su luz, sentir su calor... He ahí una explicación muy sencilla.
Puesto que la sensación de haber sido abandonado o no depende de nosotros, ¿por qué no cambiar nuestra manera de ver las cosas? ¿Por qué permanecer en una región tan baja, donde cada día, a cada minuto, una pantalla intercepta la luz y nos impide recibir la alegría y las revelaciones del sol? ¿Por qué quedarse tan abajo?
Ésta es, precisamente, la razón de ser de la Iniciación: ¡Nos enseña a subir muy arriba, por encima de las nubes, allí donde ya no dependemos de nada ni de nadie, donde somos invulnerables, inatacables, invencibles, inmortales! Sí, hay que subir más alto, siempre más alto. Hay que prescindir de los conceptos que tenemos del Señor, acercarse a Él, acercarse tanto que lleguemos a situarle dentro de nosotros, hacer que esté tan próximo, tan interior, que nos sintamos continuamente bañados por su presencia...
No es fácil concebir al Señor como algo inseparable de nosotros. Pero existen ejercicios que nos permiten conseguirlo. El discípulo de una Enseñanza Iniciática sabe que debe aprender a arrancar su conciencia del círculo limitado de su naturaleza inferior para poder fundirse en la conciencia ilimitada del Ser cósmico que vive dentro de él, y del que no tiene un claro conocimiento.11 Este Ser, esta parte de la Divinidad, está en él, y el discípulo debe unirse a ella.
Debéis comprender que hay dos polos: la conciencia que tenéis de vosotros mismos, es decir, vuestro yo inferior, y, además, vuestro Yo sublime del que todavía no tenéis conciencia. Está ahí, vive en vosotros y trabaja: todavía no sabéis cómo actúa pero desde aquí, desde abajo, podéis imaginar a este Ser sublime que habita en vosotros, que trata de manifestarse a través vuestro, a través de vuestra materia densa. Él existe en lo más alto, pero quiere manifestarse a través de la materia opaca. Gracias al esfuerzo que hagáis para imaginaros este acercamiento a vuestro Yo superior, un día se producirá tal iluminación que vuestra conciencia ya no tendrá límites. Estaréis en la luz, resplandecientes, y os sentiréis uno solo con este Ser sublime: vuestro Yo superior.12
Se trata, por supuesto, de un ejercicio difícil, pero también es uno de los más poderosos y eficaces. Si os acostumbráis a realizarlo de vez en cuando, obtendréis grandes resultados. Y entonces, hagáis lo que hagáis, esta supraconciencia estará ahí para participar en todas vuestras actividades: sí, porque habréis establecido la conexión. Mientras permanezcáis externos a Dios, os priváis de sus riquezas. Él no puede dároslas: vosotros y Él sois, en este caso, como dos mundos que no pueden comunicarse entre sí porque no vibran al unísono. Pero si lográis sincronizaros con ese otro mundo, ya no habrá separación, os sentiréis un ser distinto y será el mismo Dios quien venga a manifestarse en vosotros. Es el mismo significado que tienen las palabras de Jesús: “Mi Padre y yo somos uno...”
Es evidente que llegar a esa cima no le será posible a todo el mundo. El que podamos o no llegar a ella en esta existencia está determinado por las leyes del destino. Sin embargo, al esforzaros para lograrlo, ya es posible liberarse de algunas limitaciones. Los humanos no saben utilizar los medios que Dios ha puesto a su disposición. Dios nos ha dado la posibilidad de llegar a ser como Él. Todos los seres tienen esta posibilidad, pero, debido a cómo son, por el momento, no pueden utilizarla. No la conocen, no la sienten; una gran mayoría permanece siempre muy abajo. Sin embargo, nadie está totalmente atado; incluso las criaturas más limitadas disponen de los medios para superarse; si aceptasen dirigir su mirada y su pensamiento hacia estas regiones en donde habita el Señor, se darían cuenta de sus posibilidades. A pesar de ello, ¿cuántos tratarán de cambiar alguna cosa en sí mismos...? Evidentemente, como siempre he dicho, cambiar o no cambiar dependerá siempre de lo que sea más importante para ellos. Si lo que más les importa es el dinero y los placeres, y si no reservan ningún pensamiento para la espiritualidad, ¿qué progresos pueden conseguir? En cambio, si encontráis a un ser para quien lo más importante es la luz, el amor, la belleza y el espíritu, que no esté preocupado por saber si será rico o pobre, si comerá todos los días o no comerá, si irá bien vestido o cubierto de harapos, si recibirá honores o será ridiculizado, estad seguros que para este ser todo es posible.
10 La fe que mueve montañas, Col. Izvor nº 238, cap. IX: “La prueba de la existencia de Dios está en nosotros”.
11 Naturaleza humana y naturaleza divina, Col. Izvor nº 213, cap. IV: “Como escapar a las limitaciones de la naturaleza inferior”.
12 La vida psíquica: elementos y estructuras, Col. Izvor nº 222, cap. XIII: “El Yo superior”, y La fe que mueve montañas, Col. Izvor nº 238, cap. X: “La identificación con Dios”.