Читать книгу Hrani Yoga - El sentido álquimico y mágico de la nutrición - Omraam Mikhaël Aïvanhov - Страница 6
ОглавлениеCapítulo II
En el momento de ponerse a la mesa, después de haberse lavado las manos, un Iniciado se pone en las mejores condiciones para recibir los elementos preparados en los laboratorios de la naturaleza. Se recoge, se conecta con el Creador, dice una oración, corta o larga, y, en el silencio y la paz, empieza este proceso de la más alta magia blanca: la nutrición.
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Yo siempre he deseado prolongar las meditaciones que hacemos antes de las comidas, porque eso produce unos resultados extremadamente favorables. En ninguna parte del mundo veréis a personas que, antes de comer, permanezcan en silencio tanto como nosotros (¡aunque sólo sean, en realidad, unos minutos de nada los que pasamos así!), ni siquiera dicen una oración; se lanzan inmediatamente sobre el alimento y comen como animales. Por eso no obtienen de él grandes beneficios: porque solamente absorben los elementos groseros del alimento, mientras que todo lo sutil, lo etérico, sigue siendo algo extraño para ellos, algo desconocido.
No hay que considerar el silencio durante las comidas como un hábito de convento. En los conventos observan silencio durante las comidas, eso es algo conocido, pero el silencio no pertenece a los conventos, pertenece a todos los ángeles, a todos los Iniciados, a todas las personas sensatas. En el silencio preparamos las condiciones favorables para la manifestación de las entidades divinas. Porque a estas entidades les gusta el silencio; esperan siempre estas condiciones que los humanos raramente les dan. Los que vienen por primera vez, claro, están desorientados, se preguntan lo que es este silencio tan raro al que no están habituados, y hasta tienen miedo de él… No, no hay que tener miedo del silencio, sino abandonarse a él, como un niño en los brazos de su madre… Yo permanecería horas enteras en este silencio, porque en él es donde podemos sentir el aliento de la eternidad. Cuanto más evolucionados estamos, más necesidad de silencio tenemos. En las ferias, en las clases de las escuelas, el ruido es el signo de la vida, pero no del grado superior de la vida. La vida intensa, la mayoría de las veces es como si no hubiese nada, ni sonido, ni movimiento. La vida intensa es el silencio absoluto y me gustaría que, de ahora en adelante, aprendieseis a amar este silencio, porque en el silencio es donde se preparan las condiciones ideales para la venida de seres muy poderosos.5
Bonfin, 21 de septiembre de 1969
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Antes de la comida cantamos para armonizarnos, y el alimento, que de esta manera recibe estas corrientes magnéticas, nos da la fuerza, la salud, la luz. Tratad, pues, de comprender que lo que hacemos aquí es muy importante. De momento cantáis por costumbre. Los cantos son magníficos, claro, se ve que sois felices cantando, que lo hacéis con todo vuestro corazón, pero todavía no sois conscientes de la influencia que los cantos pueden tener sobre este alimento que debéis prepararos a tomar como si fuese un acto sagrado, una ceremonia mágica.
¿Veis?, hacéis muchas cosas, ¡y cosas magníficas! Pero vuestra conciencia todavía no está suficientemente iluminada para saber, en su justo valor, la importancia de lo que hacéis, y yo estoy aquí, pues, para llevaros más lejos, para que vuestra conciencia se ensanche, se ilumine. Cuando cantamos estamos impregnando el alimento, e incluso esta sala, con partículas celestiales, y durante días y días, este alimento os impulsará para pensar y actuar magníficamente.
¿Veis?, el mundo entero no conoce nada de todo eso; comen sin esta luz. Pronuncian dos palabras: “Señor, bendice este alimento…” y antes incluso de terminar la oración ya están tragando. ¿Cómo queréis que, en estas condiciones, el pensamiento pueda elevarse hasta las regiones sublimes?… O bien se ponen a la mesa en un estado de nerviosismo y de ira: “¡ Ah!, ¡ah!, la próxima vez que me encuentre a éste, ¡va a pasarlas canutas!” Y así es como envenenan el alimento. Pero después el alimento se venga: cuando entra en el organismo del hombre está polucionado con sus pensamientos negativos. Entonces, ¿cómo queréis que os siente bien?
Sevres, 4 de abril de 1971
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En la Fraternidad tenemos la costumbre de cantar juntos, de comer juntos y de meditar juntos. ¿Por qué? Porque nuestra Enseñanza aporta nuevos métodos para que los humanos aprendan a vivir más fraternalmente. La tendencia natural de los humanos es individualizarse, aislarse, e incluso ser hostiles los unos con los otros, lo que crea muchas anomalías. Cada vez más, incluso en las familias, constatamos esta tendencia a alejarse: ya no se comprenden, ya no saben ponerse en la situación de los demás… De todas formas, hay tres momentos en los que lo humanos aceptan más estar juntos: para cantar, para comer y para rezar. Pero, fuera de estos momentos, están separados, aislados, e incluso son hostiles…
Al cantar juntos ya estamos haciendo algo enorme para vibrar al unísono, para acordarnos, para armonizarnos…6 Las vibraciones, las auras de todos los hermanos y hermanas se unen, se funden… Los hombres tienen siempre miedo, cuando están con los demás, de perder su libertad y su independencia. No saben que, al contrario, ¡así pueden ser más libres! Lo que más falta en las enseñanzas espirituales es, justamente, este hábito de cantar juntos. Lo que predomina en ellas es el intelecto, la búsqueda de conocimientos y de poderes de los que se sienten tan orgullosos, y siempre están separados, aislados; no se siente ningún amor entre ellos, todo es frío, helado. Pues bien, aquí hacemos esfuerzos para poner un poco de calor, para acercarnos los unos a los otros. Cuando todos lleguen a cantar juntos con su corazón, con su alma, cada vez se sentirá más esta armonía que aporta la paz, el gozo, la salud. Muy pocos saben que los cantos (siempre, claro, que no se canten mecánicamente, automáticamente, sino haciendo participar al alma y al espíritu en este acto de cantar) atraen entidades luminosas del mundo invisible, a ángeles que nos aportan sus bendiciones. Por eso es tan importante cantar juntos, como hacemos aquí antes de las comidas, para que los espíritus de arriba vengan a asistir a este momento tan importante en el que debemos entrar, gracias al alimento, en comunicación con la carne y la sangre de Cristo.
Y cuando estamos juntos por la mañana, a la salida del Sol, o en la sala para meditar, para rezar, ahí también se hace una fusión, una unión. Muchos dirán que no quieren la unidad, que quieren ser diferentes de los demás, que quieren estar separados de los demás… Que hagan lo que quieran, pero deben saber que así caminan hacia la muerte. En realidad estamos construidos según un modelo único, tenemos necesidad de comprender, tenemos necesidad de amar, y tenemos necesidad de crear. Los humanos ignorantes son los que han inventado esta filosofía perniciosa según la cual todos debemos ser diferentes… es decir, ¡todos locos, todos desequilibrados! No, mis queridos hermanos y hermanas. La Inteligencia cósmica nos ha creado para que tengamos todos los mismos poderes, la misma luz, la misma belleza, las mismas verdades, los mismos gozos. Y, para ello, hay que acercarse unos a otros sin cesar, pero no acercarse aquí abajo, no, sino arriba, en donde tenemos nuestro origen. Cuanto más nos acercamos a esta unidad, pues, cuanto más vibramos al unísono, más felices y luminosos somos.
Después de cada canto permanecemos unos minutos en silencio para hacer un trabajo de creación con el pensamiento y la imaginación, enviando ondas de luz a toda la humanidad. Porque aquí aprendemos a no estar ni un solo minuto sin tener una actividad saludable, para nosotros mismos y para el mundo entero. Ahora hay miles de personas que comparten nuestras ideas porque éstas se propagan; en los periódicos, en la radio, en la televisión, empiezan a presentar estas ideas. Hace algunos años no había nada de todo eso, y se burlaban incluso de estas ideas. Pero la Fraternidad envía ondas por todas partes en el mundo, y los cerebros que están preparados las captan. Es un trabajo gigantesco el que hacemos para el bien de la humanidad.
Aquí no es como en las universidades, en donde estudian cuatro años, cinco años, seis años, y después las abandonan. Aquí no se viene para instruirse, sino para trabajar para el bien de la humanidad entera. Debéis participar en nuestro trabajo, que es tan esencial. No hay nada más glorioso que trabajar para el Reino de Dios y Su Justicia en la Tierra, para la Edad de Oro entre los humanos.7
Bonfin, 5 de agosto de 1975
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Hoy os hablaré de la fórmula que tenemos la costumbre de recitar antes y después de las comidas: “Bojiata liubov nossi peulnia jivot: el amor divino aporta la plenitud de la vida...” Fue el Maestro Peter Deunov quien nos dio esta fórmula, y también muchas otras, pero quiero detenerme especialmente en ésta.
Todo el mundo tiene necesidad de amor, todo el mundo tiene necesidad de amar y de ser amado. Bajo formas diferentes, bajo manifestaciones diferentes, ninguna criatura es una excepción en eso. Escriben, hablan, cantan sobre el amor. Toda la vida gira en torno a esta palabra “amor”: tragedias, comedias, tragicomedias… A causa del amor se crea, se construye, se mata, se hacen guerras… Pero dejemos que otros se ocupen de este amor humano y detengámonos solamente en el amor de Dios.
Este amor que los hombres y las mujeres buscan exclusivamente los unos en los otros, está, en realidad, difundido por toda la naturaleza: en el alimento, en el agua, en el aire, en el Sol, en las estrellas… Y eso es el amor de Dios. Está difundido por todas partes, pero bajo una forma etérica, tan sutil, tan luminosa, que los humanos no lo ven, no lo sienten. Sin embargo, lo que el hombre busca en la mujer, y la mujer en el hombre, no es otra cosa, en realidad, que este elemento impalpable. Cuando se abrazan, ¿qué han recibido? No se han quitado nada el uno al otro para comerlo o beberlo. Pero, como no han comprendido que lo que buscan no es un cuerpo, algo que puedan estrechar, tocar, poseer, sino un elemento sutil, siempre están decepcionados. En realidad es este elemento sutil lo que los hombres y las mujeres pueden darse – y lo que saben darse tan mal –, este elemento que está difundido por toda la naturaleza. Y eso es justamente el amor de Dios. Este amor, que podemos absorber, respirar, es el único que no deja impurezas, ni insatisfacciones, ni penas. Por eso los Iniciados, que lo han dado todo para tener este amor, son tan felices, están tan colmados, viven en la plenitud; porque beben en esta fuente de amor, de amor divino.
Sí, mis queridos hermanos y hermanas, el amor de Dios aporta la plenitud de la vida. Pero hay que saber en qué estado hay que captar este amor, que está difundido por todas partes en el universo, e incluso en las criaturas, hay que saber qué actitud debemos tener para beneficiarnos de él lo máximo posible. Se trata de todo un cambio de mentalidad para ser cada vez más sensibles al lado sutil de las cosas y no solamente al lado material, tangible. El amor de Dios está en todas partes, y debemos saber alimentarnos con este amor, porque los cambios que produce en el ser humano son extraordinarios. Ya no es tan débil, tan esclavo de las circunstancias; se alimenta con este amor y se siente rico, independiente. Tanto si le aman como si no planea por encima de todo, es rico, está colmado, posee este amor en sí mismo. Diréis que es difícil de comprender. Sí, es difícil porque los humanos no buscan lo sutil, lo vivo, lo profundo, lo invisible de las cosas, que es lo único que les puede dar lo que necesitan. Y luego, evidentemente, son vulnerables.
“Bojiata liubov nossi peulnia jivot...” Hace años que pronunciáis esta fórmula sin daros cuenta de que contiene toda una enseñanza. El amor de Dios está en todas partes, pero para captarlo hay que tener una actitud especial. Esta actitud es la de la aguja de la brújula que se orienta siempre hacia la Estrella Polar. Lo que significa, para el hombre, que debe volver su rostro hacia el Señor, y no su espalda, como todo el mundo hace actualmente. Ya no saben cultivar una actitud sagrada.8 Ya no respetan nada, se burlan de todo, y así cierran todas las puertas al verdadero amor y a la verdadera vida. Además, ni siquiera creen que esta cuestión de la actitud que hay que tener con la naturaleza, con la vida, con el Señor, pueda ser tan importante. Se imaginan que cultivando cualquier actitud lo pueden comprender todo, obtener todo. Dios mío, ¡qué ignorantes! Y, sin embargo, conocen la química y saben que, para obtener tal reacción, hay que tomar tal y tal elemento, en tal y tal cantidad, llevarlos hasta tal temperatura… Si no realizáis estas condiciones no se produce nada, todo el mundo lo sabe; pero cuando se trata de las condiciones que hay que cumplir para tener resultados en la vida interior, ya no saben nada, ya no comprenden nada.
El amor de Dios aporta la plenitud de la vida. Pero, para aproximarse a este amor, hay que tener, por lo menos, necesidad de él, y comprender la inmensidad de esta riqueza. Mientras no lo hayan comprendido, buscarán este pequeño amor limitado que deja siempre desechos y sufrimientos, ¡o bien “el gran amor”!, lo que es aún peor, porque este amor es un fuego que lo quema todo; es un incendio, y allí por donde pasa no queda nada. El amor humano os da, desde luego, unas migajas para comer, sólo que hay que pagarlas muy caro, muy caro; mientras que con el amor divino estáis colmados.
No quiero decir que haya que rechazar el amor humano, no; hay que amar a la familia, a la mujer (o al marido), a los hijos, pero, al mismo tiempo, hay que acercarse al otro amor, al amor divino, porque, hagáis lo que hagáis, no podéis hacer felices a los demás sin ese amor. Podéis darles el amor humano, pero nunca estarán completamente satisfechos. Los humanos no saben verdaderamente lo que buscan. Creen buscar el amor humano, pero, en el fondo lo que buscan y necesitan es el amor divino: la inmensidad, el infinito, toda la belleza de la naturaleza y de los seres… Pero antes de llegar a eso, ¡cuántas tiendas irán a visitar! “Dé me el amor… Dé me la plenitud…” Pero ninguna tienda los posee. Únicamente el Señor mismo los posee, y hay que ir a buscarlos junto a Él.9
Mirad lo que sucede con todos estos seres que se han parado ahí, al lado de una tienda. “Tienda”, quiere decir, evidentemente, una mujer bonita… ¡o un señor guapo! Al cabo de algún tiempo, todo está agotado, y se van a otra tienda que se ha abierto más recientemente: la mercancía es más fresca, la publicidad está mejor hecha, los escaparates más surtidos, hay más luz, más colores… Pero ahí también, al cabo de algún tiempo, todo se desmorona, todo se viene abajo, porque no era divino. Sólo es divino aquello que es inagotable y eterno, y eso es lo que deben buscar los humanos: el amor de Dios.
“Bojiata liubov nossi peulnia jivot: el amor de Dios aporta la plenitud de la vida...” ¿Veis?, esta fórmula que repetimos antes y después de las comidas tiene un poder formidable. Un día los humanos se darán cuenta de que sólo el amor de Dios puede aportarles la plenitud. Así pues, en vez de pronunciar esta fórmula maquinalmente, hay que procurar ahora fijarse en ella y decir: “¿Cómo podría yo acercarme a este amor divino, comprenderlo, sentirlo?”
Lyon, 20 de marzo de 1966
5 La vía del silencio, Col. Izvor nº 229, cap. XII: “Voz del silencio, voz de Dios”, y cap. XIV : “La habitación del silencio”.
6 Creación artística y creación espiritual, Col. Izvor nº 223, cap. VI: “El canto coral”.
7 Una filosofía de lo universal, Col. Izvor nº 206, cap. VIII: “La fraternidad, un estado de conciencia superior”, y cap. IX : “Los congresos fraternales del Bonfin”.
8 Amor y sexualidad, Obras completas, t. 15, cap. I: “La actitud sagrada”.
9 “Sois dioses”, Parte III, cap. 5: “Amarás al Señor, tu Dios…”.