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II

El cuadro sinóptico

I

Este cuadro que tenéis ante vosotros es un resumen de toda la Ciencia iniciática, de todos los libros sagrados de la humanidad. Evidentemente, se pueden dar otros esquemas de la vida psíquica del hombre, y ya hemos estudiado otros. Mirad, por ejemplo: cuando se quiere dar una idea de la estructura anatómica, para facilitar la comprensión no se representa todo a la vez, nos vemos obligados a hacer láminas diferentes para los diferentes sistemas: óseo, muscular, circulatorio, nervioso… En geografía también, hay mapas físico, político, económico, geológico. Pueden pues existir diferentes cuadros para explicar la estructura psíquica del ser humano, y aunque este esquema sea diferente del Árbol sefirótico, por ejemplo, representa la misma realidad y podemos volver a encontrar todo en él. Os he dado otros esquemas y, aunque todos sean diferentes, no se contradicen entre sí.

Este cuadro que hoy os presento, no lo encontraréis en ningún libro, es la primera vez que se da. Es un resumen, una síntesis de todas las verdades de la vida. De momento, no veis sino palabras aisladas sin conexión entre ellas, pero una vez explicadas, relacionadas, situadas en este conjunto, todos sus significados y sus correspondencias os asombrarán.

Veis que este cuadro (que llamamos “sinóptico” porque presenta una visión de conjunto de la estructura del ser humano y las actividades que corresponden a esta estructura) se compone de cinco columnas verticales.

La primera columna indica los Principios con los que el hombre está constituido: el cuerpo físico, la voluntad, el corazón, el intelecto, el alma y el espíritu.

En la segunda columna veis escrito: Ideal, porque cada principio tiende hacia un ideal. El corazón, el intelecto, el alma, tienen un ideal que es evidentemente diferente para cada uno.

Para que cada principio pueda alcanzar su ideal, necesita ser alimentado, reforzado, y hay que darle la posibilidad de subsistir para que continúe manifestándose. Por eso la tercera columna lleva la mención: Alimento.

Finalmente, las dos últimas columnas están consagradas al Pago, es decir al precio que hay que pagar para obtener este alimento y a la Actividad, es decir al trabajo que hay que suministrar para obtener este pago.

Veis pues cómo todas estas nociones están conectadas entre sí de una forma perfectamente clara y lógica.


Para facilitar la comprensión, vamos a empezar por el cuerpo físico, porque todo el mundo sabe lo que es el cuerpo físico, todo el mundo se las tiene que ver con él, es visible, palpable, se trata de una realidad de la que no podemos dudar. El ideal del cuerpo físico es la salud, la vida. Para él, no hay nada más valioso, más esencial, que estar con buena salud, vigoroso, lleno de fuerza. Para poseer esta vitalidad tiene necesidad de ser alimentado con toda clase de alimentos sólidos, líquidos y gaseosos. Si no recibe este alimento, muere.3 Sin haber pasado por las universidades, todos saben que para subsistir, hay que comer. Hasta los niños lo saben. Pero para adquirir este alimento se necesita dinero. Conocéis la historia… Le preguntaban a un picapedrero: “¿Por qué rompes piedras Antonio? – Para ganar dinero. – ¿Y por qué quieres tener dinero? – Para poder comprarme macarrones. – ¿Y por qué quieres los macarrones? – Para comer. – ¿Y por qué quieres comer? – Para tener fuerzas. – ¿Y para qué quieres tener fuerzas? – Para romper piedras…” Sí, un círculo vicioso. ¿Estáis de acuerdo, verdad? Para poder comer, se necesita dinero, y para tener dinero hay que trabajar, así de sencillo.

Pero esperad, lo que os parece tan evidente en el plano físico, nunca habéis pensado que lo podemos volver a encontrar también en los otros planos. La voluntad, el corazón, el intelecto, el alma y el espíritu, tienden también cada uno hacia una meta, y para alcanzar esta meta, cada uno necesita ser alimentado; para obtener este alimento hace falta dinero, y el dinero sólo se gana haciendo un cierto trabajo. Cuando tengáis este cuadro bien en vuestra cabeza, poseeréis la llave de la vida física y psíquica del hombre.

Evidentemente, el cuerpo físico es el receptáculo de todos los otros principios más sutiles. El alma y el espíritu, por ejemplo, no están verdaderamente en el cuerpo físico, pero se manifiestan a través de él, a través del cerebro, del plexo solar, de los ojos… Por ejemplo, cuando miráis a alguien con un gran amor, con una gran pureza, con una gran luz, ¿qué es lo que se manifiesta a través de vuestros ojos? Los ojos pertenecen al cuerpo físico, pero el que se manifiesta, el que se sirve de estos medios de expresión, ¿quién es? Quizá sea el alma, quizá sea el espíritu, quizá sea Dios mismo… Si lanzáis a alguien una mirada o unas palabras terribles que le hacen caer enfermo, son fuerzas hostiles las que se han servido de vosotros y le han fulminado. A menudo el cuerpo físico no es más que el instrumento de fuerzas benéficas o maléficas que existen en él o fuera de él.

La voluntad tiene como ideal el poder y el movimiento, eso es lo que pide. Diréis: “También puede pedir la sabiduría, la inteligencia, la belleza…” No, no son de su dominio, son otros principios los que piden eso. La voluntad puede ser movilizada para adquirir la inteligencia o para crear una obra de arte, pero lo que ella desea para sí misma, la única cosa que le tienta, es el poder y el movimiento. No quiere permanecer inmóvil, le gusta ocuparse, tocar, moverse, desplazar las cosas. Pero al igual que el cuerpo físico, no puede realizar su ideal sin alimento. Y el alimento de la voluntad es la fuerza. Alimentada por la fuerza, la voluntad se vuelve enérgica, pero si no la alimentamos, se debilita. Y el elemento que para ella corresponde al dinero y le sirve para comprar el alimento necesario, es el gesto. Sí, siempre hay que alejarse de la inmovilidad y de la inercia para accionar, para estimular, para desencadenar las energías; acostumbrándonos a actuar, a movernos, la voluntad “compra” fuerza y se vuelve poderosa.

¿Y sabéis cuál es el primero de todos los movimientos? Es el aliento. En el momento en que el niño nace, respira, y entonces todos los demás procesos se desencadenan… Para procurarse pues este dinero, hay que habituarse a practicar los ejercicios que son preconizados en la Enseñanza: los ejercicios de respiración,4 de gimnasia,5 de paneurritmia6… Están concebidos para reforzar la voluntad. Podéis añadirles, claro, muchas otras actividades de la vida corriente que no tengo tiempo de enumerar, y hay muchas, pero hablo aquí solamente de los métodos que nos proporciona la Enseñanza y que conciernen más particularmente a la vida espiritual.

Diréis: “No pensábamos que estos ejercicios pudiesen desarrollar tanto la voluntad, creíamos que estaban hechos para dar vitalidad al cuerpo físico, o incluso gozo al corazón…” También es verdad, porque todo está relacionado. De momento, para que se me comprenda bien, separo los planos atribuyendo a cada uno de ellos lo que le corresponde, pero, en realidad todos estos principios son inseparables. Cuando respiráis, cuando hacéis movimientos de gimnasia, el cuerpo también se beneficia de ellos, la salud mejora, el vigor se incrementa, y os sentís mejor dispuestos, es evidente. Nada está aislado, todo está relacionado.

El ser humano posee una facultad de sentir y de conmoverse a la que llamamos corazón. Pero no se trata en absoluto del órgano físico que estudian la anatomía y la fisiología y que lleva este nombre. El corazón de los anatomistas, que es el principal órgano de la circulación de la sangre, es una especie de bomba hidráulica, pero el verdadero órgano de la sensación es el plexo solar. Cuando los Iniciados dicen que la verdadera comprensión viene del corazón, hablan del plexo solar. Por otra parte, el plexo solar es una especie de cerebro invertido. En el cerebro, la materia gris está en el exterior y la materia blanca en el interior, mientras que en el plexo solar, sucede lo inverso, la materia blanca está en el exterior y la materia gris en el interior. Pero ya os expliqué muchas cosas a este respecto; dejemos eso hoy.7 Era solamente para deciros que el plexo solar contiene unas riquezas y unos tesoros enterrados en él desde tiempos inmemoriales, y aunque los humanos no se hayan dado demasiado cuenta, en realidad sienten y comprenden a través de él. El cerebro, en cambio, comprende las cosas exteriormente, objetivamente, en teoría, y de esta manera, mucha gente se pronuncia sobre ciertos temas sin haber sentido ni saboreado nada. Pero en realidad sólo comprendemos verdaderamente las cosas cuando las hemos vivido, tocado, sentido, saboreado. El plexo solar es pues un mundo que la ciencia contemporánea no conoce bien todavía, y que le queda por explorar.

Y ahora, ¿cuál es el ideal del corazón? ¿Acaso busca el saber, los conocimientos, los poderes? No. Tiene necesidad de felicidad, de gozo, de calor, porque se vivifica en el calor. El frío le mata. Por todas partes a donde va, busca el calor en las criaturas.

El alimento del corazón es el sentimiento, toda clase de sentimientos, los buenos sentimientos, y, desgraciadamente, también los malos. Pero como debemos limitarnos, sólo hablaremos aquí de los corazones buenos, de los corazones de los buenos discípulos que se alimentan de buenos sentimientos.

La moneda que sirve para pagar la felicidad y el gozo es el amor. Cuando amáis, inmediatamente alimentáis vuestro corazón. ¡Cuántas veces os lo he dicho! No podréis ser felices con las riquezas, con los poderes, ni siquiera con la belleza, sino solamente con el amor. Es el amor el que nos hace felices. Podéis darle cualquier otra cosa al corazón, seguirá estando insatisfecho, os dirá: “¡Dame amor!”, porque con el amor irá a comprarse todo lo demás. Cuando amáis a alguien, este amor es un dinero que os permite “comprar” toda clase de sensaciones, de emociones, de sentimientos. Miles de sensaciones nacen cada día de vuestro amor. En cuanto dejáis de tener amor, ya no tenéis dinero: se acabaron las emociones, las sensaciones, ¡ya no hay nada! Por mucho que abracéis a vuestra mujer, si ya no la amáis, no sentís ni gozo, ni felicidad. Pero si la amáis, ¡ay, ay, ay! Incluso sin abrazarla, miles de sentimientos y de sensaciones imposibles de analizar pasan a través de vosotros… simplemente porque el amor está ahí.8

El hombre posee un intelecto cuyo ideal es conocer, comprender. Lo que es muy importante, porque cuando ignoráis la naturaleza de las cosas, os hacéis daño, os embrolláis, os hundís en unas regiones peligrosas de donde ya no podéis salir.

Para alcanzar este ideal, el intelecto humano tiene necesidad de un alimento, y este alimento es el pensamiento. Cuando digo “pensamiento”, podemos también entender, como con el corazón, los malos pensamientos, porque los pensamientos pueden ser de todas clases. Pero aquí, en nuestra Enseñanza, se sobrentiende que hablamos de los mejores pensamientos, de los más luminosos. Es pues el pensamiento el que alimenta el intelecto; si no pensáis, no llegaréis a conocer, a ver las cosas claras. Algunos dicen: “¿Para qué romperse la cabeza? No hay que pensar demasiado, es peligroso, nos volveremos locos…” Sí, nos volveremos locos si pensamos mal, pero el pensamiento es el mejor alimento para el intelecto. Si no lo alimentáis, se ensombrece, se debilita: le habéis dejado morir de hambre.

Pero para comprarse los mejores pensamientos, hay que tener dinero. Siempre podemos tener pensamientos, pero extravagantes, estrafalarios, y el resultado no es demasiado bueno. Los mendigos, los vagabundos, los pobres, no pueden ir a los mejores restaurantes a deleitarse con una comida fresca ya que es demasiado cara para ellos, y tienen que ir a buscar los restos en la basura. De la misma forma, para poder comprarse los mejores pensamientos hay que ser rico. ¿Y sabéis qué riqueza es ésta? La sabiduría. Si no tenéis este dinero que se llama sabiduría, sólo tendréis pensamientos basura, simbólicamente hablando. Sólo la sabiduría puede alimentar a vuestro intelecto con los mejores pensamientos para que pueda así obtener la luz que busca. Pero la sabiduría no es, como se imagina a veces la gente, un conocimiento, una ciencia, una erudición. Es más bien una actitud. Algunas personas son sabias sin tener ninguna instrucción, y otras tienen muchos conocimientos en la cabeza, pero ninguna sabiduría. La sabiduría es una actitud que consiste primero en saber orientarse y escoger la mejor dirección; sólo en segundo lugar nos lleva hacia la ciencia, la cultura, los conocimientos. Los sabios no lo saben todo, no han alcanzado la ciencia absoluta y completa; siguen estudiando, aprendiendo, y eso puede durar una eternidad, porque el saber se extiende hasta el infinito… Pero la sabiduría, en cambio, se puede adquirir instantáneamente.

La sabiduría es oro, oro que viene del sol. Sí, la sabiduría, el oro espiritual, viene del sol. Y por otra parte, si se representa siempre a los santos con un círculo de oro encima de la cabeza, es sencillamente porque la sabiduría es realmente una luz que emana de ellos… Con este oro, se puede comprar todo en el mundo invisible, exactamente igual que con el oro material podéis comprar todo lo que hay en la tierra. Cuando os presentáis en las tiendas de arriba, os dicen: “¿Tiene oro? – Sí…” Y llenan vuestras bolsas de la compra. Si no, arriba no os dan nada.

Y por la mañana, a la salida del sol, en la roca, recogemos oro, pepitas de oro gracias a las cuales podemos comprar de todo en el Cielo: el amor, el gozo, la dilatación, la salud, la fuerza, la plenitud. Muchos no han comprendido el valor de esta costumbre de ir por la mañana a ver la salida del sol y nos ridiculizan llamándonos “los iluminados”. Quizá tengan de momento mucho dinero en sus cajas fuertes, pero mientras no hayan comprendido el valor de este oro espiritual, harán bancarrota con todos sus miles de millones.

Y ahora, para ganar este oro hay que hacer un trabajo: hay que leer, estudiar, reflexionar, meditar, y si no se dice en esta última casilla que para obtener este oro hay que ir a contemplar la salida de sol para obtener este oro, pues bien añadidlo: en primavera hay que ir a ver la salida de sol para recoger el oro solar…9 ¡Venga, a trabajar! Diréis: “Pero no se hace nada, nos quedamos sentados meditando, no nos movemos…” En apariencia es así, no nos movemos, pero en realidad, todo nuestro ser vibra y se estremece por dentro.

Ocupémonos ahora del alma. En este dominio también, ¡qué confusión, qué ignorancia entre los humanos! Cuando se habla con ellos del corazón, del intelecto, de la voluntad, llegan a comprenderlo aún, más o menos, ¡pero del alma!… He leído muchas obras sobre el alma, pero nunca me he quedado satisfecho con sus definiciones, con sus explicaciones. En cuanto a lo que la ciencia oficial dice sobre este tema, mejor ni hablar: la suprime diciendo que en realidad el alma no existe, sino que se reduce a un conjunto de procesos fisiológicos. Por eso me entretuve un día dando una conferencia sobre el alma.10 Sí, yo también tengo mis entretenimientos. ¿Os acordáis?… Muchos de vosotros vinisteis después a decirme que la habíais encontrado de una claridad fantástica. En realidad, ese día no dije gran cosa; apenas situé un poco mejor la cuestión para que empezaseis a percibir la verdad, pero estoy lejos de imaginarme que lo hubiese explicado todo.

El ideal del alma, lo que ella pide, quizá estaréis extrañados, no es ni el conocimiento, ni la luz, ni la felicidad. El ideal del alma es el espacio, la inmensidad, porque sólo tiene necesidad de una cosa: de dilatarse, ensancharse, extenderse hasta abarcar el infinito. Su ideal, es el infinito. Si la limitamos se siente desgraciada. El alma humana es una parte pequeñita del alma universal y se siente en nosotros tan limitada, tan ahogada en el cuerpo físico, que su único deseo es poder extenderse por el espacio. Los hombres se imaginan, en general, que el alma está contenida enteramente en el hombre; en realidad no, sólo una pequeña parcela está en el hombre, todo lo demás está fuera de él y lleva una vida independiente en el océano cósmico. Pero como el Alma universal tiene proyectos para nosotros y desea poder animarnos, vivificarnos, embellecernos, trabaja sobre nosotros para infiltrarse e impregnarnos cada vez más. Nuestra alma no está limitada a nosotros mismos, es algo mucho más vasto, exactamente como nuestro ser verdadero, nuestro Yo superior no es este pequeño yo que conocemos, sino una entidad muchísimo más poderosa. El alma supera también infinitamente lo que nosotros podamos imaginar sobre ella. Existe fuera del cuerpo físico: puede abandonarle, viajar, visitar regiones del espacio, entidades lejanas…

Así pues, esta parte del Alma universal que está dentro de nosotros tiende sin cesar hacia la inmensidad, hacia el espacio infinito. Pero para alcanzar este ideal, tiene necesidad también ella, de ser reforzada, y existe un alimento apropiado para ella: todas las cualidades de la conciencia superior, la impersonalidad, la abnegación, todo aquello que impulsa al ser humano a sobrepasar sus límites, a vencer su egocentrismo. Mirad, todas las actitudes personales, egoístas, erigen límites, separaciones. En cuanto decimos: “¡Esto es mío!” ya introducimos una separación. Mientras que las actitudes impersonales apartan y hacen desaparecer todas las barreras.

Para procurarle al alma su alimento también hace falta dinero, y este dinero, el único medio que le permite al alma ensancharse hasta el infinito, es la dilatación, la fusión, el éxtasis. Para obtener el éxtasis, hace falta una ocupación, un trabajo, y este trabajo es la oración, la adoración, la contemplación. La actividad propia del alma es la contemplación: contemplar al Señor, los Ángeles, los Arcángeles, la belleza celestial… La oración es una búsqueda del esplendor divino, y cuando este esplendor está ahí, experimentamos una dilatación tal que nos sentimos arrancados de nuestro cuerpo. Eso es el éxtasis. Todos aquéllos que han conocido el éxtasis dicen que ya no estaban en la tierra, en su cuerpo físico limitado, sino que se sentían sumergidos en el Alma universal, enteramente fusionados con ella. Después, claro, volvían a bajar de nuevo, pero durante unos minutos, unas horas, habían vivido en el infinito, en la fusión absoluta.

Lo que aquí os revelo corresponde absolutamente a todas las confesiones, a todos los relatos que los santos, los místicos, los Iniciados nos han dejado. El éxtasis no llega así como así, de golpe, es el resultado de una actividad: la oración, la adoración, la contemplación, un esfuerzo para tenderse hacia el Cielo, hacia el Creador, para recibir este oro, gracias al que podremos después comprarnos todos los gozos celestiales y ensancharnos hasta el infinito. ¿Veis?, mis queridos hermanos y hermanas, todo se vuelve claro, nítido. Es evidente que los que nunca hayan tenido ni la más mínima de estas experiencias encontrarán mis palabras un poco extravagantes y exageradas. Pueden pensar lo que quieran, pero yo os doy este cuadro con la mayor sencillez, con la mayor sinceridad, y todos los Iniciados estarán de acuerdo conmigo a este respecto.

Llegamos ahora al espíritu. El espíritu tiende también hacia un ideal, pero no desea como el alma fundirse en el espacio, en el infinito, porque su naturaleza es diferente. El alma es el principio femenino por excelencia, el principio femenino maravillosamente, divinamente expresado. El espíritu, en cambio, es la expresión divina del principio masculino. El intelecto y el corazón también representan los principios masculino y femenino, pero en un nivel inferior, y por tanto de una manera más imperfecta. La alternancia de los dos principios se repite en todas las regiones del universo pero bajo diferentes formas –positivo y negativo, emisivo y receptivo – en todos los dominios. Por todas partes no encontraréis más que los principios masculino y femenino. Pero ya he hablado suficientemente sobre estos temas11 y no me detendré en ellos ahora.

¿Qué pide el espíritu? No busca ni el espacio, ni el conocimiento, ni la felicidad, ni el poder, ni la salud. No, no busca nada de todo eso, porque nunca está enfermo, ni es débil, desgraciado, tenebroso o contraído. El espíritu sólo pide una cosa: la eternidad. Como es de esencia inmortal, no le gusta lo que está limitado en el tiempo, quiere la eternidad. Igual que el alma tiene su dominio en el espacio, el espíritu tiene su dominio en el tiempo. Los físicos y los filósofos nunca comprenderán la naturaleza del tiempo y del espacio si no comprenden la naturaleza del espíritu y del alma. Porque el tiempo y el espacio son nociones de una cuarta dimensión que afecta al alma y al espíritu. Sobre eso también, ¡cuántas cosas podría deciros! Pero espero el momento. Os diré solamente que los más grandes físicos, matemáticos o filósofos que trabajan con el tiempo y el espacio, no podrán penetrar sus misterios hasta que hayan trabajado conscientemente con su alma y su espíritu sobre el infinito y la eternidad.

Y para obtener la eternidad, el espíritu tiene necesidad de un alimento. ¿Estáis extrañados de que el espíritu tenga necesidad de alimento? Os dije un día que el Señor mismo se alimenta… Y el alimento del espíritu ¡es la libertad! Si el alma necesita dilatarse, el espíritu, en cambio, tiene necesidad de cortar todos los lazos que le retienen encadenado.

Y la verdad es el dinero con el que el espíritu compra la libertad. No son la sabiduría ni el amor los que podrán liberar al espíritu, sino solamente la libertad. Cada verdad que llegáis a obtener sobre cualquier tema os da la posibilidad de liberaros. Jesús decía: “Conoced la verdad y la verdad os liberará…” Sí, la verdad libera. Preguntaréis: “¿Y el amor?” ¡Ah!, el amor más bien os encadena, os ata. Queréis ataros a algo, a alguien, llamad al amor: nada os atará tan bien como él. ¿Queréis liberaros? ¡Llamad a la verdad! Y la prueba, mirad lo que sucede con los ancianos: se ponen a conocer la verdad, y como la verdad es la libertad, se van al otro mundo. Mientras que cuando estamos enamorados no queremos liberarnos, queremos permanecer en la tierra para pasearnos juntos y abrazarnos… Reflexionad, no podéis no estar de acuerdo.

Pero no se puede encontrar la verdad en cualquier parte, en la primera tienda que se presente; hay una actividad, un trabajo que hacer para poseer esta verdad, y este trabajo es la identificación con el Creador. En esta identificación nos acercamos a Él, nos fusionamos, nos hacemos uno con Él, y poseemos la verdad, ¡somos libres! Cuando Jesús decía: “Mi Padre y yo somos uno”, resumía este proceso de identificación. La meditación os dará algunas luces, pero no seréis libres. La contemplación os llevará hasta el éxtasis, pero tampoco seréis libres. Es con el trabajo de identificación con lo que obtendréis este oro llamado verdad. Y esta verdad es que el hombre no es más que una ilusión, un maya, que salió de Dios y que volverá a Dios… Ésta es la verdad. El día que hemos comprendido, visto, sentido esto, nos sentimos libres: libres de pasiones, libres de ambiciones, libres de sufrimientos, y entramos en la eternidad.

“La vida eterna es conocerte, a Ti, único Dios verdadero, y a Cristo que Tú has enviado”, dijo Jesús.12 ¿Y de qué conocimiento se trata aquí? No del conocimiento intelectual, como el de los que leen libros y dicen: “Conozco esta cuestión”, sino del verdadero conocimiento. “Conocerte a Ti, único Dios verdadero”, significa ser uno con Él, estar fusionado con Él. Y esta unidad, esta fusión, eso es la vida eterna. Y fuera de esta fusión con el Creador, nada puede haceros entrar en la vida eterna: vosotros no sois eternos, puesto que todavía vivís en el tiempo.

En realidad, vivimos en el tiempo y en la eternidad: nuestro espíritu vive en la eternidad mientras que nuestro cuerpo físico, con todo lo que nos rodea, vive en el tiempo, se desgasta, y después muere. Hace años os di una conferencia sobre el tiempo y la eternidad,13 mostrándoos que la eternidad no era una cuestión de tiempo, ni siquiera ilimitado, sino una cuestión de intensidad. La eternidad es una intensidad de vida, y tener la vida eterna, no es vivir indefinidamente, sino que es vivir una vida intensa. Nosotros somos unas criaturas limitadas en el tiempo, hemos tenido un comienzo y debemos tener un final, pero, en esta existencia limitada podemos encontrar la eternidad en la intensidad de la vida espiritual. Porque únicamente el espíritu es del orden de la eternidad.

Y para que veáis cómo comprenden los Iniciados el significado de esta palabra “conocer”… os daré un ejemplo muy sencillo. ¿Habéis observado que cuando los niños quieren conocer algo tienen la costumbre de llevárselo a la boca? Son los adultos los que ya no saben cómo conocer las cosas, porque las miran, las estudian, las leen, mientras que los niños, en cambio, practican el verdadero conocimiento, el que consiste en llevarse los objetos a la boca, es decir, en saborearlos. Vayamos más lejos incluso. La Biblia dice que Adán conoció a Eva, y Abel nació… o que Abraham conoció a Sara, e Isaac nació… Es otra prueba de que el conocimiento es una fusión. Conocer, no es en absoluto encontrarse con alguien e intercambiar unas palabras con él para decir después: “Conozco a fulano”. Le habéis conocido pero no le conocéis. Cuando estaréis con él, entonces le conoceréis. La palabra conocimiento tiene pues dos sentidos: uno es para la gente ordinaria, y otro para los Iniciados. Pues bien, era para los Iniciados para quienes hablaba Jesús cuando decía: “La vida eterna es conocerte, a Ti, único Dios verdadero, y a Cristo que Tú has enviado…” Así todo se vuelve claro…

Al hacer esfuerzos para practicar la identificación, la contemplación, la meditación, el canto,14 los ejercicios de respiración y de gimnasia, hasta el mismo trabajo físico, en vez de sentirse siempre hambriento, sediento, insatisfecho, el discípulo logra alimentar, reforzar todos los principios que hay en él. Ahora, claro, podemos desarrollar estas pocas indicaciones hasta el infinito, añadir precisiones, variar, establecer toda clase de relaciones entre estos diferentes elementos. Por otra parte, ¿acaso he hecho yo otra cosa desde que os hablo, durante treinta y cuatro años? Siempre me he basado en este cuadro sin decirlo, sin mostrarlo; de él he sacado todas mis conferencias. En este cuadro he querido reunir y ajustar todas las nociones de la vida física y psíquica que se encuentran un poco dispersas por todas partes, para formar con ellas una unidad. Porque ésta es mi deformación: querer hacer siempre una unidad, una síntesis.

La ciencia ha tomado desde hace ya demasiado tiempo el camino del análisis, y el mundo contemporáneo tiene necesidad ahora de una visión sintética de las cosas. Pues bien, nosotros tenemos esta visión sintética; yo sólo trabajo con ayuda de la síntesis. Claro que, es necesario de vez en cuando analizar algún punto. Pero mi método es la síntesis, porque únicamente la síntesis vivifica; gracias a ella podemos fusionarnos con el Creador, con el universo entero, para llegar a ser grandes, ricos, vivos. Con el análisis os encogéis, os limitáis, os empequeñecéis cada vez más, y pronto ya no queda nada de vosotros. El análisis, es la muerte… La síntesis, es la vida… Una prueba: ¿qué hace la madre? Para formar a su hijo, hace la síntesis de miles de millones de elementos. El niño, es esta síntesis viva que se mueve, que come, que habla. Más tarde, cuando haya llegado la hora del análisis, cada partícula del cuerpo se va a unirse con la región que le corresponde: la tierra, el agua, el aire, el fuego… exactamente como las letras vuelven al casillero del tipógrafo. Así pues, si os empeñáis siempre en analizar, en dislocar, en desmontar las cosas y los seres, camináis hacia la muerte, la muerte espiritual.

El individualismo, la vida personal, egoísta, desemboca en la muerte espiritual: nos desprendemos, nos aislamos, nos separamos de los demás, y esto es la muerte. Por el contrario, la vida colectiva, fraternal, es una síntesis que aporta la vida, la resurrección. Si no queremos realizar la Fraternidad Blanca Universal en el mundo, pues bien, eso quiere decir que trabajamos para la muerte espiritual. Para vivir, hay que tener un alto ideal de síntesis y este ideal es el Reino de Dios.

Como ya os dije al empezar, este cuadro no puede contenerlo todo. Hay pues un cierto número de nociones que no encontraréis en él. Pero podemos igualmente situar en él la conciencia. La conciencia, y más exactamente la conciencia de sí, es un asunto del intelecto. La supraconciencia pertenece a los dominios del alma y del espíritu; e incluso podemos hablar para el espíritu de la supraconciencia divina. A los dominios de la voluntad y del corazón corresponde la conciencia y es al nivel del intelecto cuando empieza a nacer la conciencia de sí. Todas las manifestaciones de la vida instintiva (con la respiración, la digestión, la circulación, la eliminación, el crecimiento) corresponden a la subconciencia. Finalmente, el cuerpo físico con su armazón óseo corresponde a la inconciencia.

Me preguntáis dónde hay que situar la pureza… ¿Pero cómo separar la pureza de todo lo demás? En el Árbol sefirótico es diferente, está situada en la séfira Iesod,15 pero aquí no tiene un sitio particular, se encuentra por todas partes. Hay que situarla en primer lugar en el cuerpo físico como una cualidad del alimento: el alimento debe ser puro. Si está polucionado, envenenado, putrefacto, caéis enfermos. En el dominio de la voluntad sucede lo mismo: la fuerza con la que alimentáis la voluntad debe ser pura. Porque ahí también hay fuerzas y fuerzas, y algunas dejan muchas escorias. Tomad el ejemplo de los combustibles: el carbón, la gasolina, contienen energías, pero para que la combustión produzca la mayor energía posible dejando los mínimos residuos, es preciso purificarlos o filtrarlos, o bien escoger los materiales de la mejor calidad. Si no, obtendréis muchas escorias y muy poco calor y energía.

Los sentimientos también deben ser los más puros para alimentar plenamente al corazón. Si dejáis entrar en vuestro corazón materiales impuros, como la ira, los celos, la codicia, la sensualidad, toda una mezcla de sentimientos espantosos, vuestro corazón empieza a sufrir porque le habéis dado un alimento polucionado. Y lo mismo sucede con el intelecto, con el alma y con el espíritu. Porque no puede existir sabiduría, éxtasis o verdad allí donde hay impurezas. ¿Veis qué claro es todo?


Tampoco he situado en este cuadro la belleza, ni la perfección. En realidad se sobreentienden en todos los planos, a todos los niveles. Tampoco se menciona el sufrimiento, pero ahí, es fácil de comprender: desordenad, invertid o cambiad alguno de los elementos de este cuadro, dadle al cuerpo físico, al corazón, al intelecto, un alimento impuro, o dadle a un principio lo que le conviene a otro, e inmediatamente aparecerá el sufrimiento. Si pudieseis oír todas estas quejas en el interior de vosotros: “No es esto lo que yo pido, ¿por qué me das este alimento?… Tengo necesidad de espacio, ¿por qué me has encerrado aquí?…Quiero calor, ¿por qué me dejas en el frío? Estoy tiritando…”

¿Sentís ahora la veracidad de todo lo que acabo de deciros? Evidentemente, si me escucháis con una actitud puramente intelectual y objetiva, quizá no sintáis nada de nada y encontréis incluso que mis palabras no corresponden a vuestras opiniones. Yo no soy culpable de que toda la cultura del mundo contemporáneo os haya puesto en la cabeza unas ideas que os impiden comprender. Pero, daos prisa, adoptad mi forma de ver las cosas y estaréis maravillados. Diréis: “Lo he comprendido… Voy a llevar conmigo este cuadro por todas partes a donde vaya, lo miraré: en el tren, en el metro, en la sala de espera del dentista… ¡hasta en los institutos de belleza!” Sí, este cuadro puede ayudaros mucho. Nunca disminuyáis su importancia.

Sevres, 6 de febrero de 1972 (por la mañana)

II

Pregunta: “En general, la idea de libertad se relaciona, más bien, con la idea de espacio: poder desplazarse, viajar… ¿Puede explicarnos por qué en el cuadro sinóptico presenta usted la libertad como una adquisición del espíritu más que del alma?”

Sí, todo el mundo confunde la libertad con el espacio. Pero la verdadera libertad no está relacionada con el espacio. Imaginaos a un hombre al que su suegra ha puesto tan nervioso que un día hace su maleta y se va a la montaña. Pero ni siquiera allá arriba es libre. ¿Por qué? Porque rumia en su cabeza las mismas historias, las mismas discusiones. Físicamente está lejos de ella, pero mentalmente no la ha dejado puesto que piensa en ella sin cesar. ¡Y qué “buenos” pensamientos la envía!… La noción de libertad no está relacionada con el espacio, porque no es el espacio el que da la verdadera libertad. Da una cierta libertad: en el espacio somos libres para nuestros movimientos, podemos movernos, desplazarnos, pero la libertad del espíritu, la verdadera libertad, ¡es otra cosa!

Tomad la imagen del círculo: la circunferencia puede ser inmensa, pero el centro, en cambio, es siempre un punto minúsculo que ni siquiera tiene ninguna dimensión.16 La circunferencia representa el alma que puede extenderse hasta el infinito, mientras que el punto representa el espíritu. El espíritu no tiene ninguna dimensión, pero tiene la propiedad particular de vibrar tan intensamente que puede desplazarse instantáneamente y estar en todas partes a la vez. Por eso se dice que el espíritu está en todas partes y en ninguna. La circunferencia es fija, pero el punto central puede desplazarse, sí, porque está vivo.

El espíritu no ocupa ningún lugar, contrariamente al alma que se extiende en el espacio. Así que, ser libre en el espíritu es algo que ya no concierne al espacio; ser libre es un estado de conciencia. El espíritu escapa al espacio, porque el espíritu no es materia, mientras que el alma es material. Claro que no es esta materia espesa que vemos, sino la materia primordial que es pura luz. El espíritu no puede nada sin la materia del alma. Es el alma la que le proporciona su materia maravillosamente sutil, gracias a la cual puede crear. El espíritu está encerrado en la materia, y cuando los físicos proceden a la fisión del átomo, no hacen otra cosa que liberar al espíritu, las fuerzas encarceladas en la materia. No es la materia la que produce la explosión, sino la energía contenida en ella.

Cuando decimos “el espíritu y la materia” nos referimos a los dos polos opuestos del universo, pero podemos descender progresivamente para enumerar los diferentes grados de esta polarización: el Padre celestial y la Madre divina, el Espíritu cósmico y el Alma universal, el espíritu y el alma, el intelecto y el corazón, y después, más abajo, en el plano físico, el hombre y la mujer.17 El hombre representa el espíritu (aunque a veces no tenga nada de espiritual, simbólicamente pertenece a la categoría del espíritu) y la mujer representa la materia (aunque no sea puramente materia y sea a menudo más espiritual que el hombre; pero simbólicamente pertenece a la categoría de la materia). Y cuando el hombre y la mujer se unen, simbolizan la unión del espíritu y de la materia que ha creado el universo.

Sevres, 6 de febrero de 1972 (por la tarde)

3 Hrani yoga, el significado alquímico y mágico de la nutrición, Obras completas, t. 16.

4 La respiración, dimensión espiritual y aplicaciones prácticas, Folleto nº 303.

5 La nueva Tierra – Métodos, ejercicios, fórmulas, oraciones, Obras completas, t. 13, “Conócete a ti mismo” – Jnani yoga, Obras completas, t. 18, cap. XI: “El gesto”.

6 Paneurritmia – Grabación orquestada de la Paneurritmia de Peter Deunov, CD 1502; Muriel Urech: La Paneurritmia de Peter Deunov a la luz de la enseñanza de Omraam Mikhaël Aïvanhov.

7 Los dos árboles del Paraíso, Obras completas, t. 3, cap. VII: “La parábola de las cinco vírgenes prudentes y de las cinco vírgenes necias”, y La armonía, Obras completas t. 6, cap. XI: “El corazón iniciático”.

8 Amor y sexualidad, Obras completas, t. 14 y 15.

9 Meditaciones a la salida del Sol, Folleto nº 323.

10 Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, Obras completas, t. 8, cap. I: “El alma”.

11 La Balanza cósmica – el número 2, Col. Izvor nº 237.

12 “Conócete a ti mismo” – Jnani yoga, Obras completas, t. 18, cap. VI: “Concentración, meditación, contemplación, identificación” y La verdadera enseñanza de Cristo, Col. Izvor nº 215, cap. II: “Mi Padre y yo somos uno”.

13 El grano de mostaza, Obras completas, t. 4, cap. I: “La vida eterna es que te conozcan, a Ti, único Dios verdadero…”

14 Creación artística y creación espiritual, Col. Izvor nº 223, cap. V: “La voz” y cap. VI: “El canto coral”.

15 Los misterios de Iesod – los fundamentos de la vida espiritual, Obras completas, t. 7, cap. V: “El río de vida”.

16 Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, Obras completas, t. 8, cap. III: “El círculo (el centro y la periferia)”.

17 La Balanza cósmica – el número 2, Col. Izvor nº 237, cap. IV: “El lugar respectivo de lo masculino y de lo femenino”.

Conócete a ti mismo

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