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Carácter y temperamento
Pregunta: Maestro, ¿puede explicarnos qué es el carácter?
En general, se dice de cada ser vivo, animal, insecto u hombre, que tiene su carácter propio o, para emplear un término más vasto, sus características. Pero para que esté más claro, hay que establecer primero la diferencia entre el carácter y el temperamento, porque a menudo estos dos términos se confunden.
El temperamento está relacionado esencialmente con el aspecto vital; es una síntesis de los instintos, de los deseos, de las tendencias y de todos los elementos que el hombre puede difícilmente corregir o suprimir porque tienen sus raíces en su naturaleza biológica y fisiológica. Así pues, el temperamento se asemeja más bien al lado animal. En cuanto al carácter, no se disocia del temperamento, pero representa el lado inteligente, consciente, voluntario: el hombre puede actuar sobre algunas de sus tendencias porque ve la ventaja o la necesidad de hacerlo. El carácter es pues aquello que el hombre, con su inteligencia, su conciencia y sus deseos, ha cambiado – añadido o quitado – a su temperamento, es decir, a los elementos que la naturaleza le ha dado. El carácter, es el comportamiento de un ser inteligente y consciente que sabe lo que hace y a dónde va, mientras que el temperamento representa solamente los impulsos de la naturaleza biológica, los complejos, las tendencias inconscientes y subconscientes. El carácter es como una síntesis de todas las particularidades del temperamento pero dominadas y controladas por el hombre, con su inteligencia, su voluntad, su ideal.
Es casi imposible modificar el temperamento porque venimos al mundo con tal o cual temperamento bien determinado. Pero, puesto que el carácter está constituido por las tendencias conscientes del ser que piensa, que reflexiona, que desea afirmarse, en mejor o en peor, puede, por tanto, dar nacimiento a una actitud, a un comportamiento, a una forma de manifestarse que a menudo está en contradicción con el temperamento. Eso es el carácter. El carácter es idéntico al temperamento pero matizado, coloreado, orientado y dirigido hacia una meta, un ideal; es un hábito que, tomado conscientemente, acaba por convertirse en otra naturaleza. Así pues, a pesar de la expresión corriente “características de un ser”, el carácter no existe en el origen, se forma con el tiempo. Podemos verlo en los niños: tienen un temperamento, pero todavía no un carácter.
Desde Hipócrates se distinguen cuatro clases de temperamentos: sanguíneo, bilioso, nervioso y linfático. Después hubo otras clasificaciones. Para la astrología tradicional hay siete: solar, lunar, mercurial, venusino, marciano, jupiterino, saturnino. Podemos también considerar tres, según que el hombre sea más instintivo (predominio del lado biológico), más sentimental (predominio del lado afectivo) o más intelectual (predominio del lado mental); el mundo entero, o casi, puede ser clasificado según estos tres temperamentos.
Es pues casi imposible cambiar el temperamento, pero el medio, la familia, la sociedad, la instrucción, etc., ejercen sobre él una influencia. Por eso se puede decir también que el hombre forma su carácter en función del medio y de las condiciones en las que vive y que este carácter es susceptible de mejorar o de degradarse. En el carácter intervienen la voluntad personal y consciente que juega un gran papel, pero también la voluntad de los demás; revela que el hombre ha decidido o aceptado ser tal o cual. El carácter es pues más bien la expresión del lado consciente del hombre, mientras que el temperamento es más bien una expresión del inconsciente o del subconsciente.
No es necesario que os explique, una vez más, que si nacemos con tal o cual temperamento no es sin razón. Éste proviene, ya lo sabéis, de las vidas anteriores, de las reencarnaciones: en el pasado, el hombre, con sus actos, se conectó con ciertas fuerzas que determinan ahora su subconsciente, es decir, su temperamento; y sobre esto no puede hacer gran cosa. Es como el sistema óseo, o el sistema muscular, tampoco el hombre puede cambiar nada en ellos: no puede ni ensanchar su cráneo, ni alargar su nariz, ni enderezar su mentón si éste está retraído. Estos elementos constituyen también el temperamento, y aunque en la naturaleza todo se transforma o puede modificarse con la omnipotencia del pensamiento y de la voluntad, estos cambios son, sin embargo, tan lentos y tan imperceptibles que podemos considerarlos como inexistentes. Pero el carácter podemos modificarlo, mejorarlo, modelarlo, y éste es precisamente el trabajo de todos nosotros en la Enseñanza.
Suponed un hombre dinámico, fogoso, incluso violento: es tan brusco y tan categórico que no puede pronunciar una frase sin herir a los demás o lesionar sus intereses. Es su temperamento impulsivo el que le impulsa a producir de esta manera erupciones y explosiones. Pero un día este hombre se da cuenta de que su actitud le acarrea grandes perjuicios, y gracias a su voluntad consigue, después de un cierto tiempo, dulcificar su carácter, poner, como se dice, un poco de agua en su vino. En realidad, sigue siendo igual de capaz de responder, de dar bofetadas o puñetazos – y así será hasta el final de su existencia – pero gracias a su voluntad, consigue dominarse. Desgraciadamente, muy pocos están decididos a hacer este esfuerzo, pero los hay, de todas formas, y sobre todo los Iniciados. Los Iniciados son fuego, sí, pero llegan a controlarse, a dominarse, a encontrar el gesto, la palabra, la mirada que no produzcan daños. Esto es el carácter.
El carácter es pues una forma de comportamiento que está injertado, basado, si queréis, en el temperamento: comportamiento para consigo mismo, pero también hacia los demás; es una actitud, una forma de actuar que resulta de la unificación de diversos elementos, de cualidades o de defectos determinados. Es a esta unidad a lo que se le llama el carácter.
El trabajo del discípulo de la Fraternidad Blanca Universal está pues basado en el conocimiento del temperamento y del carácter para que – aunque su temperamento no le predisponga demasiado – llegue a modelarse un carácter extraordinario de bondad, de belleza, de grandeza y de generosidad. Esto no es fácil, claro, porque si no, todo el mundo habría ya llegado a tener un carácter divino.
Tomemos el ejemplo del árbol. ¿Dónde está su temperamento? En las raíces. Son las raíces las que determinan toda la estructura, las cualidades y las fuerzas del árbol. En cuanto a su carácter… Un árbol, claro, no puede tener carácter, pero de todas formas sus flores y sus frutos tienen unas cualidades, unas propiedades características (astringentes, laxantes, calmantes, excitantes, nutritivas, etc.) de las que podemos decir constituyen el “carácter” del árbol. Sin embargo, el árbol no podría producir sus manifestaciones características si no tuviese raíces. Evidentemente, la imagen del árbol no conviene totalmente al hombre, porque la dependencia que tienen las ramas de las raíces es casi absoluta, salvo cuando la intervención de los hombres que se ocupan de él modifica, con el injerto por ejemplo, las características del árbol, es decir sus flores y sus frutos. Pero exactamente como el árbol, que podría no producir flores y frutos si no tuviese raíces, el hombre tampoco podría tener un carácter si no tuviese un temperamento.14 El temperamento le sirve pues de depósito del que extrae los elementos de su personalidad. Es como una fábrica o un laboratorio: tal laboratorio, tal actividad; tal fábrica, tal manifestación. Está limitado.
En los animales no podemos hablar de carácter. El carácter de los gatos, de los perros o de los ratones es su forma particular de morder, de arañar, de ladrar, de comer, de correr. Es pues muy poca cosa. Los animales sólo tienen temperamento, porque como acabo de deciros, el carácter es una particularidad que el hombre mismo forma; mientras que los animales no pueden hacer nada para transformarse, son lo que la naturaleza ha hecho de ellos. Así pues, la diferencia entre los animales y los hombres es que los animales están limitados por su temperamento, están condenados a no salirse de los límites que la naturaleza les ha impuesto. Por eso permanecen fieles a su instinto, mientras que el hombre dispone de muchas más posibilidades y de condiciones favorables para transformarse en bien o en mal, o incluso para transgredir las leyes naturales y no obedecer. Los animales son inocentes hasta cuando se destrozan entre sí, no transgreden las leyes de la naturaleza, porque actúan de acuerdo con estas leyes, es la naturaleza la que les ha dado este instinto de agresividad.
Llegamos ahora a una cuestión mucho más práctica: cómo cambiar el carácter, cómo mejorarlo, perfeccionarlo. Si consultáis a los biólogos sobre la herencia, os dirán que todos los rasgos de carácter que el niño recibe al nacer están contenidos en los cromosomas y que, si llegásemos a modificar los cromosomas, podríamos cambiar el carácter de cualquiera. Es verdad que los cromosomas contienen todos los elementos necesarios para la formación de las características de un niño, pero los cromosomas son solamente el aspecto bioquímico de la cuestión. Los científicos, que nunca han estudiado estos problemas desde el punto de vista de los Iniciados, no saben que en el cuerpo etérico del hombre se encuentran unos clichés, y que estos clichés, precisamente, son de una importancia superior a la de los cromosomas.
En la Ciencia esotérica, se dice que cada órgano, cada célula, posee un doble etérico: detrás de los ojos físicos hay otros ojos; detrás de los brazos, otros brazos; detrás de los pulmones, otros pulmones. Esto es el cuerpo etérico, el doble como se dice, el doble del cuerpo físico.15 Los Iniciados, que han estudiado esta cuestión, han descubierto que todas las células, pero sobre todo las que se encuentran en la materia gris y en la materia blanca del cerebro y del plexo solar, poseen una memoria y que graban la menor acción, el menor deseo, el menor pensamiento. Y ahí tenéis los clichés. Una vez grabada, cada cosa debe repetirse obligatoriamente; así es como nace el hábito y, para cambiar un hábito debemos por tanto cambiar el cliché.
Os conté que, cuando vivía cerca del Parc des Princes, en Boulogne-sur-Seine, salí un día para mandar por correo unas cartas que había escrito; las puse en el bolsillo del abrigo, y salí con la intención de pasearme e ir al mismo tiempo a correos… Sí, pero estas cartas se quedaron en mi bolsillo… Sólo dos o tres días más tarde me di cuenta de que no las había mandado, de que las había olvidado. ¡Se quedaron “en el bolsillo”! Y cuando hemos olvidado una vez, se acabó, el cliché se ha quedado bien impreso y siempre nos vamos a olvidar. Y esto es lo que me pasó a mí, las olvidé dos veces, tres veces… hasta que, al final, tomé una resolución y decidí no ponerme más las cartas en el bolsillo, sino llevarlas en la mano; así cambié el cliché y ya no se me volvieron a olvidar. Eso no sólo es válido para las cartas, sino para cualquier cosa. Estáis habituados a fumar, a besar a las chicas, a poner la mano en el bolsillo de los demás, y se acabó, el cliché se ha impreso en la memoria de las células y se repetirá eternamente. Sucede como en una imprenta, si no cambiáis el cliché imprimiréis siempre el mismo texto. Una vez que comprendí este fenómeno, saqué de él grandes conclusiones que compartí con mis hermanos y hermanas.
Tomemos el caso de alguien que estudia piano. Si no conoce las leyes de las que os acabo de hablar, empezará a estudiar un fragmento rápidamente y con mayor o menor atención. Evidentemente, con esta rapidez y esta inconsciencia cometerá al menos una falta, si no varias. Y una vez impresa esta falta, se acabó, ya no podrá corregirla; veinte o treinta años después, aunque se sepa el fragmento de memoria, si no se vigila, cometerá otra vez la misma falta en el mismo lugar, porque el cliché sigue ahí. Así que aconsejé a los músicos que empezasen aprendiendo sus fragmentos sin prisa, nota tras nota, poniendo todo el tiempo que hiciese falta para lograr un cliché impecable. Después podrán ir muy deprisa, rapidísimos; podrán incluso comer y dormir tocando, y tocarán sin faltas porque todo esta impreso en el subconsciente.
Lo que os digo aquí es absoluto. Si no aplicamos este método, nos vemos obligados a volver a empezar cuatro, cinco o diez veces, y todavía no se ha acabado, hay que prestar atención sin cesar y son muchos esfuerzos inútiles. Mientras que con la sabiduría y la inteligencia podemos economizar los esfuerzos, las fuerzas y el tiempo. No hay que darse prisa, sino trabajar con el primer cliché para que éste sea perfecto. Observad a un grabador: si tiene mucha prisa o está nervioso, traza sobre el metal una línea ligeramente desviada y después, se acabó, ya no puede corregirla o quitarla, ha quedado grabada. Debe empezar de nuevo y esto no es económico. Por eso he dado consejos a mis amigos, y aquellos que los aplican me dicen lo útiles que son.
Con el saber se evitan las penas, las decepciones y las amarguras. Pero los humanos, que no tienen instructores, se permiten cualquier cosa, y eso se graba. La naturaleza es fiel e implacable, lo graba todo. Uno se dice: “Hago esto por primera y última vez”, pero ya se ha grabado, y vuelve a hacerlo dos veces, tres veces, muchas veces... Un hombre había decidido no ir más al bar y decía: “Ésta es la última vez, se acabó, no beberé más... ¡Pero hay que celebrarlo!” y, evidentemente, siguió bebiendo. No sólo se graba el mal, el bien también. He conocido a ladrones que rezaban todos los días. Les preguntaba cómo podían continuar rezando cuando se dedicaban a semejante “oficio”... Y respondían que era un hábito que su padre les había inculcado cuando eran pequeños y que ya no podían desembarazarse de él. La naturaleza es pues fiel; el bien, lo mismo que el mal, todo se graba.
La cuestión está ahora en cómo eliminar las viejas improntas, los viejos clichés que ya están grabados para empezar una vida nueva y luminosa. Muchos tratan de cambiar su vida, pero lloran y se lamentan porque siempre vuelven a recaer en las mismas debilidades. Así que, ¿cómo escapar? Esforzándose en hacer lo contrario de lo que teníamos el hábito de hacer, poniendo otros clichés. Pero para eso debemos tener una vigilancia extraordinaria; si no tenemos esta vigilancia, nos olvidamos, y el viejo cliché sigue siempre manifestándose fielmente. Se dice en las Escrituras: “Estad vigilantes, porque el diablo está ahí, como un león rugiente que trata de devoraros...”16 Esta vigilancia precisamente es el secreto del cambio, y de ahora en adelante debéis aprender a hacer otros gestos, a pronunciar otras palabras, a mirar de otra manera, para imprimir profundamente en vosotros los clichés de la nueva vida que vienen de las regiones celestes. Habituándoos a hacer estos ejercicios, cambiáis los viejos clichés. En realidad, los viejos clichés no desaparecerán nunca porque nada desaparece en la naturaleza. ¿Por qué? Porque ésta se cuida bien de conservar en los archivos toda la historia del mundo, todo el pasado desde hace miles de millones de años. Esto es lo que se llama el Akasha Chronica. El Akasha, es el éter; es pues en el dominio etérico en donde todo se graba y sin que siquiera nosotros lo sepamos. Hay seres que han llegado a un grado tal de elevación que han entrado en estos archivos para conocer la historia del mundo; de esta manera nos han revelado lo que el mundo era hace millones de años, cuántas humanidades han pasado sobre la tierra, por qué razón desaparecieron y hasta qué grado de evolución habían llegado. Podemos saber así muchas cosas de las que la ciencia oficial no tiene ni idea: su pequeña historia se remonta apenas a unos miles de años… ¡qué miseria!
En otra conferencia os expliqué cómo hacer un trabajo sobre uno mismo con los injertos. Suponed que tenéis un árbol extremadamente vigoroso y tenaz pero que da unos frutos ásperos, incomestibles, así que vais a hacer un injerto. De esta manera, de unos perales salvajes podemos obtener unas peras magníficas u otras frutas de varias clases. Pero para ello, hay que conocer las leyes de la naturaleza porque cualquier especie no puede ser injertada sobre cualquier árbol. Entre los frutos existen también afinidades y correspondencias, y en un árbol que da frutos con hueso, no se puede, por ejemplo, injertar otro árbol que da frutos con pepitas. ¡Los injertos, son toda una ciencia!… De la misma manera pues el discípulo puede también hacer injertos sobre algunas de sus antiguas tendencias. Por ejemplo, sobre la ira, en el árbol de la ira, en el de la vanidad, en el de la sensualidad, puede injertar otras ramas que darán unos frutos extraordinarios. Pero el mayor distribuidor de injertos es el sol.17 Si hay que ir a ver el sol cuando sale es, precisamente para pedirle injertos.
Si tenéis una sensualidad tal que os lleva a una vida desordenada y os hace sufrir, considerad que es una fuerza magnífica, un árbol formidable cuyas energías podéis extraer injertando en él otra idea, otro deseo, otro ideal. Hacéis pasar pues estas energías por otros canales y, en vez de haceros la vida imposible, la sensualidad puede serviros como una fuerza abundante que os conducirá hasta la Madre divina, hasta el Padre celestial. Sí, pero estos métodos hay que aprenderlos y, como normalmente los hombres no tienen ni idea de ellos, continúan sufriendo y aniquilándose porque no saben cómo utilizar los injertos y los clichés. Debemos cambiar los clichés; no podemos borrarlos, sino solamente poner otros clichés encima; los antiguos permanecen en los archivos, es decir en el subconsciente. No podemos borrar un cliché, podemos solamente reemplazarlo sustituyendo malos hábitos por otros hábitos mejores.
Tomemos el ejemplo de un tren: hagamos lo que hagamos, seguirá los raíles sobre los que está puesto, y si queréis que vaya en otra dirección, habrá que ponerlo en otros raíles. Pues bien, los clichés son raíles, y el discípulo debe trazar pues en sí mismo otros raíles, es decir, poner otro ideal, otras tendencias, otros intereses. Si no sabe cómo hacerlo, por mucho que diga: “Voy a cambiar, voy a mejorar… La próxima vez irá mejor…”, como no ha hecho nada para mejorarse, la próxima vez será como la primera y el tren seguirá pasando por el mismo lugar. No digáis nada pero cambiad la dirección de vuestros raíles y el tren tomará esta nueva dirección.
Los clichés, los injertos, son dos métodos diferentes que debéis aprender a utilizar. Hay que reemplazar los clichés, pero para los injertos es diferente, basta con añadirlos. Para los injertos, debéis conservar la raíz, no arrancarla nunca porque es muy vigorosa y el tronco también; es sobre ellos sobre los que hay que injertar, porque son ellos los que poseen las fuerzas que podéis después conectar con una entidad, con un espíritu luminoso, con un ángel o con un arcángel. Esto son los injertos. Todos los Iniciados se han visto obligados a hacer injertos, siempre se han conectado con seres que les sobrepasaban, y los frutos que daban eran mejores.
Pero el injerto más poderoso, el más sublime, es conectarse con el Señor diciendo: “Señor, lo que yo hago, no es muy bueno que digamos; acepta pues entrar en mí, trabajar y manifestarte a través mío. Quiero trabajar para tu Reino y tu Justicia.” Y si entonces Dios acepta, vuestro árbol, es decir, vosotros mismos que producíais en el pasado unos frutos incomestibles, produciréis después unos frutos deliciosos y perfumados. Han quedado solamente las raíces y el tronco, pero el injerto, es decir, el mundo invisible, el mundo divino, el mundo celestial, ha producido sus frutos. ¿Qué es lo que ha sucedido? Habéis consagrado todas las fuerzas brutas, primitivas y borboteantes que hay dentro de vosotros al servicio del Cielo, y el Cielo las ha tomado para transformarlas. A veces encontramos en los bosques pequeñas peras salvajes que son incomestibles, pero si las ponemos en el horno unos minutos, se vuelven azucaradas. ¿Cómo es posible? El calor las ha transformado. Y si le es posible al hombre hacer las peras comestibles, ¿pensáis que el mundo invisible no será capaz de transformar todos vuestros frutos ácidos en frutos suculentos?
Un discípulo, que conoce sus tendencias inferiores pide injertos diciendo: “¡Señor Dios! Si estoy sólo, no lograré transformarme, así que, ayúdame, dispón de mí, trabaja a través de mí, estoy a tu servicio, cumpliré tu voluntad…” Y entonces, quizá no sea el Señor mismo quien venga, pero enviará a uno de sus ángeles o de sus arcángeles cómo los envió a los patriarcas, a los profetas, a los apóstoles y a todos los santos: los ángeles venían a visitarles y a instruirles.
Éstas son unas cuestiones de una extrema importancia, y aquellos que las han descuidado o ignorado no podrán evolucionar. Los humanos tienen las cabezas duras, pero la vida se encargará de hacer que maduren. Yo sé lo que sé. Todo lo que os digo lo he verificado y experimentado primero en mí mismo; os lo revelo para ayudaros y a vosotros os corresponde ahora sentir, comprender y decidiros para tener resultados.
¡Mirad hasta dónde hemos llegado para responder a vuestra pregunta sobre el carácter! Sin todos estos conocimientos, no podemos verdaderamente mejorar nuestro carácter y volvernos irradiantes, luminosos, divinos. No podemos transformarnos si no conocemos estas grandes verdades, si no tenemos mucho amor para desear realizarlas y si no tenemos una voluntad inquebrantable para perseverar en el trabajo. Éstas son las tres condiciones necesarias : en primer lugar saber, luego querer, y finalmente poder.
Sé que algunos de vosotros han trabajado tanto sobre su carácter que ya no son los mismos. Exteriormente, claro, no han cambiado, pero interiormente son diferentes; ya no sufren como antes, ya no se sienten tan aplastados y limitados, ya no están en la oscuridad, poseen nuevas riquezas y nuevos conocimientos, nadan en el esplendor, irradian… ¡Esto es el cambio! Cambiar, no es volverse físicamente irreconocible, no, os seguirán reconociendo por todas partes, sino que es cambiar interiormente en las vibraciones, en las emanaciones: ponéis vuestra mano en el agua y el moribundo que beba de esta agua resucitará. ¡Éste es el verdadero cambio!
Tomad solamente lo que hoy os revelo, trabajad con los clichés y con los injertos y transformaréis toda vuestra existencia. Cuántas veces os he dicho: “Retened solamente lo que hoy os digo...” Siempre lo mismo; es aburrido, ¿ verdad? Y sin embargo, es la verdad, cada conferencia es completa y basta para transformar vuestra vida. Evidentemente, no es más que un punto particular, pero ésta es la verdadera ciencia: cada punto es el centro del universo. En cada conferencia, hablo para que aquel que no haya oído más que una sola en su vida pueda, a partir de ésta solamente, construir todo su futuro. Actúo de esta manera conscientemente; cada verdad que os revelo es el centro del universo, el centro de la vida, y podéis ponerla como punto de partida de vuestro trabajo y de vuestra existencia. A partir de esta verdad, podréis descubrir todo lo demás y obtenerlo todo.
Videlinata (Suiza), 13 de mayo de 1969
14 El trabajo alquímico o la búsqueda de la perfección, Col. Izvor nº 221, cap. II: “El árbol humano”.
15 “Y me mostró un río de agua de vida”, Parte IV, cap. 2 y 4, y Las leyes de la moral cósmica, Obras completas, t. 12, cap. XVII: “La cuestión del doble. Las nuevas grabaciones”.
16 La verdadera enseñanza de Cristo, Col. Izvor nº 215, cap. IX: “ Velad y orad”.
17 Los esplendores de Tipheret – El sol en la práctica espiritual, Obras completas, t. 10, cap. XIII: “El injerto espiritual”.